Capítulo Uno

Dos años más tarde…

Anna oyó que él metía la llave en la puerta y se sentó más erguida en el sofá. De repente, el corazón empezó a latirle con fuerza. Había regresado un día antes de lo que él le había dicho. Jamás la llamaba cuando se marchaba de viaje porque eso se parecería demasiado al hecho de reconocer que había una relación entre ellos. Tal y como él había insistido, dos años después, seguían viviendo en residencias separadas. Él aún tenía que marcharse a su casa todas las mañanas para cambiarse de ropa antes de ir a trabajar.

Anna no echó a correr para arrojarse en sus brazos. Aquello era también algo que hacía que Saxon se sintiera incómodo. Anna ya conocía muy bien al hombre del que estaba enamorada. Él no aceptaba nada que representara cariño, pero Anna no sabía por qué. Saxon se cuidaba mucho de que jamás pareciera que se daba prisa por estar con ella. No tenía un apodo cariñoso para ella y jamás le dedicaba caricias ligeras o casuales. Nunca le susurraba palabras de amor ni siquiera en el punto culminante del coito más apasionado. Lo que Saxon le decía a Anna en la cama eran palabras que expresaban su necesidad y su excitación sexual, siempre pronunciadas con voz ronca y tensa.

Sin embargo, era un amante sensual y generoso. A Anna le encantaba hacer el amor con él, no sólo por la satisfacción que siempre le proporcionaba, sino también porque, bajo el disfraz del deseo físico, Anna podía entregarle todo el afecto que Saxon jamás aceptaba fuera de la cama.

Cuando estaban haciendo el amor, Anna tenía razones para tocarlo, para besarlo, para abrazarlo y, durante aquellos momentos, él no refrenaba sus propias caricias. Durante las largas noches se mostraba insaciable, no sólo de sexo sino del contacto con Anna. Cada noche, ella dormía entre sus brazos y, si por alguna razón se apartaba de él, Saxon se despertaba para volver a reclamarla contra su cuerpo. Cuando llegaba la mañana, se escondía de nuevo en su solitaria fortaleza. No obstante, durante las noches le pertenecía por completo. A veces Anna presentía que Saxon necesitaba las noches tan desesperadamente como ella y por las mismas razones. Eran los únicos momentos en los que se permitía dar y aceptar el amor de cualquier forma.

Por ello, se obligó a permanecer sentada y mantuvo el libro que estaba leyendo sobre el regazo. No se permitió levantar la cabeza y sonreír hasta que no oyó que la puerta se cerraba y escuchó el golpe de la maleta contra el suelo. Al verlo, el corazón se le desbocó de la alegría, igual que le llevaba pasando desde hacía tres años, pero, al mismo tiempo, experimentó un fuerte dolor en los costados ante la perspectiva de no volverlo a ver. Al menos, tenía una noche más con él, una nueva oportunidad. Entonces, tendría que terminar con todo.

Saxon parecía cansado. Tenía profundas ojeras en el rostro y las arrugas que enmarcaban su hermosa boca parecían más profundas. A pesar de todo, como siempre le ocurría, Anna se quedó atónita al ver lo guapo que era, con su piel cetrina, cabello oscuro y ojos verdes. Saxon jamás había hablado de sus padres y Anna se había preguntado en muchas ocasiones por la combinación de genes que había producido una belleza tan llamativa. Sin embargo, ésta era otra de las cosas por las que no podía preguntar.

Saxon se quitó la americana y la colgó en el ropero. Mientras lo hacía, Anna se dirigió al bar y le sirvió un whisky solo. Saxon aceptó la copa con un gesto de agradecimiento y se lo tomó a sorbitos mientras se aflojaba el nudo de la corbata. Anna dio un paso atrás porque no quería agobiarlo, pero no pudo apartar los ojos del amplio torso. De repente, el cuerpo comenzó a acelerársele de un modo que le resultaba ya muy familiar.

– ¿Ha ido bien el viaje? -le preguntó. El tema de los negocios era siempre seguro.

– Sí, Carlucci se ha extralimitado en su capacidad, tal y como tú dijiste.

Terminó la copa con un rápido giro de la muñeca y luego dejó el vaso para colocarle a Anna las manos en la cintura. Ella echó la cabeza hacia atrás con la sorpresa reflejada en los ojos. ¿Qué estaba haciendo? Saxon siempre seguía un patrón muy definido en su comportamiento cuando regresaba de un viaje: se duchaba mientras ella preparaba algo de comer, comían, Saxon se ponía a leer el periódico o charlaban sobre el viaje que él había realizado y, por fin, se metían en la cama. Sólo entonces él se dejaba llevar por su sensualidad y hacían el amor durante horas. Llevaba haciendo lo mismo durante dos años. Entonces, ¿por qué rompía sus propias costumbres abrazándola casi inmediatamente después de entrar por la puerta?

Anna no podía interpretar la expresión que veía en sus ojos verdes. No desvelaban nada, pero tenían un extraño brillo. Le agarró la cintura con fuerza.

– ¿Ocurre algo? -le preguntó. Sin querer, su voz se había llenado de ansiedad.

Saxon lanzó una risa muy dura y tensa.

– No, no ocurre nada. Simplemente ha sido un viaje muy duro. Eso es todo.

Sin dejar de hablar, Saxon los estaba conduciendo a ambos hacia el dormitorio. Una vez allí, le dio la vuelta y empezó a desnudarla, demostrando su impaciencia con los tirones que les daba a las prendas que le iba quitando. Ella permaneció de pie dócilmente, sin dejar de mirarlo al rostro. ¿Acaso era su imaginación o se había dibujado de verdad un gesto de alivio en el rostro de Saxon cuando la vio por fin desnuda y pudo estrecharla así contra su cuerpo? La abrazó con fuerza, aplastándola prácticamente contra su cuerpo. Los botones de la camisa se le clavaron a Anna en el pecho y se meneó un poco, dejando que la docilidad diera paso a una creciente excitación. Le tiró de la camisa.

– ¿No crees que estarías mucho mejor sin esto? -susurró-. ¿Y también sin esto? -añadió bajando las manos para empezar a desabrocharle la hebilla del pantalón.

La respiración de Saxon se había acelerado. El calor corporal que desprendía su piel se notaba incluso a través de la ropa. En vez de dar un paso atrás para poder quitarse la ropa, él la abrazó con fuerza y la levantó del suelo para llevarla a la cama. Se dejó caer de espaldas y luego se dio la vuelta para que ella se quedara debajo de su cuerpo. Anna soltó un pequeño gemido cuando notó que él utilizaba uno de sus fuertes muslos para separarle las piernas y luego se acomodaba sobre ella.

– Anna…

La voz con la que pronunció el nombre era más bien un gruñido. Le tomó el rostro entre las manos y apretó la boca contra la de ella mientras bajaba la mano entre los cuerpos de ambos para poder abrirse los pantalones. Saxon estaba preso de un extraño frenesí y ella no sabía por qué. Sin embargo, Anna notaba perfectamente lo desesperadamente que la necesitaba, por lo que se quedó completamente inmóvil para él. Saxon la penetró con un fuerte movimiento que hizo que ella se arqueara sobre la cama. Como no estaba del todo preparada, la penetración resultó dolorosa. No obstante, se aferró con fuerza a él para tratar de darle todo el confort que pudiera a pesar de que no sabía lo que le pasaba.

Sin embargo, cuando se encontró dentro de ella, la desesperación desapareció de los ojos de Saxon. Ella noto cómo, poco a poco, los músculos iban relajándosele. Saxon se hundió en Anna con un relajado gemido de placer y dejó que el peso de su propio cuerpo la aplastara contra la cama. Después de un instante, se incorporó sobre los codos.

– Lo siento mucho -susurró-. No era mi intención hacerte daño.

Anna sonrió dulcemente y le acarició el cabello.

– Lo sé -replicó aplicándole una ligera presión a la cabeza para que la bajara y pudiera besarlo.

El cuerpo se le había acostumbrado ya a él y, aunque la penetración había sido brusca, el dolor había desaparecido, dejando tan sólo el gozo casi incandescente de saber que iba a hacer el amor con Saxon. Anna jamás lo había dicho en voz alta, pero su cuerpo sí. El eco de aquellas palabras silenciosas resonaba con fuerza en su mente. «Te amo». Repitió aquellas dos palabras una y otra vez mientras Saxon empezaba a moverse de nuevo dentro de ella. Sin poder evitarlo, Anna se preguntó si sería por última vez.

Más tarde, cuando Anna se despertó de un ligero sueño, escuchó el sonido de la ducha. Sabía que debía levantarse y comenzar a preparar la cena, pero se sentía atrapada por una extraña inercia. No le importaba en absoluto la comida cuando el resto de su vida dependía de lo que ocurriera entre ellos en aquellos momentos. Sin embargo, ya no podía posponerlo más.

Tal vez aquella noche no sería la última. Tal vez. Algunas veces ocurría un milagro.

A pesar de que esperaba que ocurriera un milagro, estaba perfectamente preparada para afrontar la realidad. Tendría que marcharse de aquel elegante y cómodo apartamento que Saxon le había proporcionado. Su próxima vivienda no tendría todos los colores de las tapicerías y cortinas perfectamente coordinados, pero ¿qué importaba? Las alfombras y cortinas a juego carecían de importancia. Lo que le importaba era Saxon, pero no podría tenerlo. Sólo esperaba que pudiera contenerse para no llorar o suplicar. A él no le gustaría aquella clase de escena.

Estar sin él iba a ser la situación más difícil a la que hubiera tenido que enfrentarse nunca. Lo amaba más que dos años atrás, cuando accedió a ser su amante. Siempre le llegaba al corazón el hecho de que él hiciera algo considerado y luego hiciera todo lo posible para que pareciera un gesto casual que simplemente había ocurrido, un gesto que él no se había tomado ninguna molestia por realizar. Además, estaba la preocupación que él le había demostrado cuando, simplemente, ella se resfriaba o el modo en el que, solapadamente, había ido aumentando el número de acciones a nombre de Anna para que ella se sintiera segura económicamente y el modo en el que siempre alababa todo lo que ella cocinaba.

Anna jamás se había encontrado con nadie que necesitara ser amado más que Saxon ni nadie que rechazara más claramente cualquier señal de cariño.

Su autocontrol rozaba el fanatismo, por lo que a Anna le encantaba cuando, mientras hacían el amor, ese férreo control se hacía pedazos. Sin embargo, nunca antes se había mostrado tan necesitado como aquella noche. Sólo cuando hacían el amor era cuando Anna era capaz de ver al verdadero Saxon, de vislumbrar la pasión que él mantenía oculta todo el tiempo. Adoraba todas las expresiones de su rostro, pero la que más le gustaba era el aspecto que tenía cuando hacían el amor, con el cabello negro empapado de sudor, con los ojos fieros y brillantes, cuando todas sus reservas se evaporaban a medida que sus movimientos se hacían más profundos y rápidos.

Anna no tenía fotografías de él. Tendría que mantener aquellas imágenes vivas en la mente, esperando poder encontrarlas y examinarlas cuando la soledad se hiciera demasiado intensa. Más tarde, podría comparar su amado rostro con otro igual de valioso para ella y buscar similitudes que la reconfortaran y la torturaran a la vez.

Se pasó las manos por el vientre. Éste seguía estando muy plano y no revelaba nada de la criatura que se estaba desarrollando en su interior.

Había tenido muy pocos síntomas de su embarazo, aunque ya casi estaba de cuatro meses. Aquel último periodo había sido el único que no le había venido por completo. El primero después de la concepción había sido muy ligero y el segundo no había pasado de ser una ligera mancha. Precisamente aquellas irregularidades la habían llevado al médico y había sido entonces cuando se había revelado su estado de buena esperanza. No había tenido náuseas por las mañanas. Los senos le habían empezado a doler un poco y se sentía más cansada de lo habitual, pero, aparte de eso, se sentía igual que antes.

La mayor diferencia radicaba en los poderosos sentimientos que sentía hacia aquel bebé, el hijo de Saxon: una delirante alegría al sentir su presencia en su interior, un fuerte sentimiento de protección y de posesión física hacia aquel pequeño ser, unidos a una gran impaciencia por tenerlo entre sus brazos. Junto a todo esto, se sentía abrumada por un sentimiento de pérdida casi intolerable porque le aterraba que, por ganar al hijo, terminara perdiendo al padre.

Saxon le había dejado muy claro desde el principio que no iba a aceptar ataduras de ninguna clase. Un hijo no era una simple atadura, sino un vínculo prácticamente irrompible. A Saxon le parecería algo intolerable. Sólo el hecho de enterarse de que Anna estaba embarazada sería suficiente para apartarse definitivamente de ella.

Anna había tratado de sentirse enfadada con él, pero no podía. Había entrado en aquella relación con los ojos abiertos. Saxon jamás le había ocultado nada. Jamás le había hecho promesa alguna. De hecho, se había tomado todas las molestias posibles para que a ella le quedara bien claro que él sólo estaba dispuesto a ofrecerle una relación física. No había hecho nada más que lo que le había dicho que iba a hacer. No era culpa de Saxon que el anticonceptivo hubiera fallado, como tampoco lo era que el hecho de perderlo fuera a romperle a Anna el corazón.

La ducha había dejado de sonar. Después de un instante, él entró desnudo en el dormitorio, frotándose el cabello húmedo con una toalla. Al ver que Anna seguía en la cama, frunció ligeramente el ceño. Entonces, se colocó la toalla alrededor del cuello y se sentó en el borde de la cama para deslizar la mano por debajo de la cama y buscar el cálido cuerpo de Anna. Le colocó la mano en el vientre.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó, algo preocupado-. ¿Estás segura de que no te he hecho daño?

Ella colocó una mano sobre la de él.

– Estoy bien.

Más que bien, allí tumbada, con la mano descansando sobre el hijo que él le había dado.

Saxon bostezó y movió los hombros para relajarlos. La tensión que había sentido anteriormente había desaparecido por completo y tenía una expresión relajada en el rostro.

– Tengo hambre. ¿Quieres que comamos en casa o que salgamos fuera?

– Comamos aquí, en casa -dijo Anna. No quería pasar su última noche juntos en un concurrido restaurante.

Cuando Saxon trató de levantarse, ella le agarró la mano y se lo impidió. Él la miró sorprendido. Anna respiró profundamente. Sabía que tenía que terminar con aquello lo antes posible, antes de que perdiera el valor.

Sin embargo, las palabras que logró pronunciar no fueron las que había planeado.

– Me estaba preguntando qué harías si yo me quedara embarazada.

De repente, el rostro de Saxon perdió toda expresión y la mirada se le heló en los ojos.

– Te lo dije al principio -dijo, por fin, con voz profunda-. No me casaré contigo bajo ninguna circunstancia, por lo que te pido que no trates de quedarte embarazada para obligarme a ello. Si quieres casarte, yo no soy el hombre adecuado. Tal vez deberíamos disolver nuestro acuerdo.

La tensión había vuelto. Su cuerpo, completamente desnudo, rezumaba anticipación ante la respuesta que ella pudiera darle, pero su rostro no mostraba preocupación alguna. Ya había tomado su decisión y sólo esperaba escuchar lo que Anna fuera a responder. A pesar de que ella sentía una enorme presión en el pecho, tenía que reconocer que la respuesta de Saxon había sido precisamente la que ella había esperado.

Sin embargo, descubrió que no podía decir las palabras que harían que Saxon se vistiera y se marchara. No en aquellos momentos. Lo haría por la mañana. Quería tener aquella última noche juntos, poder estrecharlo entre sus brazos. Quería decirle lo mucho que lo amaba una vez más del único modo en el que él estaba dispuesto a escucharlo.

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