Capítulo Seis

– ¿Y tu familia? -le preguntó Saxon a Anna a la mañana siguiente con mucha cautela, como si tuviera miedo de meterse donde no lo llamaban.

En su experiencia, la familia era algo que tenía el resto de la gente y, por lo que había visto en las familias de acogida en las que había vivido, no resultaba algo muy deseable. Sin embargo, quería saber más cosas sobre Anna, quería descubrir todo lo que pudiera sobre ella por si acaso algún día regresaba a casa y descubría que ella se había marchado.

– ¿Les has dicho que estás embarazada o que estás conmigo? -añadió.

– No tengo familia -respondió ella mientras se echaba un poco de leche sobre los cereales.

– ¿Que no tienes familia? ¿Acaso eres huérfana?

Saxon había visto muchos huérfanos, niños tristes y aterrorizados que habían perdido todo su mundo y que no sabían qué hacer. Tal vez su propia situación, por muy precaria que hubiera sido, era preferible a la de ellos. Al menos, él no había perdido a alguien a quien hubiera amado. Su madre no había muerto. Se había limitado a tirarlo a la basura. Probablemente tanto ella como su padre seguían con vida en alguna parte, aunque dudaba sinceramente que estuvieran juntos. Seguramente él había sido el resultado de una relación efímera. Con toda seguridad de la aventura de una noche.

– Sí, pero yo jamás estuve en un orfanato. Mi madre murió cuando yo tenía nueve años y mi padre dijo que no podía cuidarme, por lo que me envió a vivir con su hermanastra. A decir verdad, simplemente no quería tener la responsabilidad de una hija. Por lo que me dijo mi tía, siempre había sido un hombre muy irresponsable. Jamás tuvo un trabajo durante mucho tiempo y se gastaba el dinero en bares y en perseguir a otras mujeres. Murió en un accidente de coche cuando yo tenía catorce años.

– ¿Y tu tía? -preguntó, al recordar que ella no había hecho constar el nombre de ningún familiar en su ficha-. ¿Sigues en contacto con ella?

– No. Murió un año antes de que yo empezara a trabajar para ti, pero dudo que hubiera ido a verla. No nos llevábamos muy bien. Yo sólo era para ella una boca más a la que alimentar y ella jamás se llevó muy bien con mi padre. Además, como no tenía dinero de sobra, siempre se ocupaba primero de sus propios hijos.

La ira se apoderó de Saxon. Se imaginó una niña pequeña, de enormes ojos castaños, apartada del resto, tal y como él siempre había estado, sin formar nunca parte de la unidad familiar. Eso había sido para él lo mejor de su infancia, pero le dolía que Anna se hubiera visto sujeta también a ese tratamiento.

– ¿Y tus primos? ¿No los ves nunca ni tienes noticias de ellos?

– No. Jamás nos llevamos bien. No teníamos mucho en común. De todos modos, se marcharon a vivir a diferentes partes del país y ni siquiera sé dónde están. Supongo que, si quisiera, podría encontrarlos, pero no creo que haya razón alguna para hacerlo.

Saxon jamás se había imaginado a Anna sola en el mundo o teniendo una infancia común a la de él. Le sorprendió que ella se hubiera visto tan privada de cariño. Ella no había sufrido abusos físicos y tal vez por eso aún era capaz de expresar amor. Desde que tenía uso de razón, Saxon había aprendido a no esperar ni ofrecer nada de sí mismo porque eso lo dejaría expuesto al sufrimiento. Se alegraba de que Anna no hubiera conocido una vida así.

A pesar de todo, no debía de haberle resultado fácil decirle que estaba enamorada de él. ¿Se habría visto preparada mentalmente para el rechazo? Porque eso había sido precisamente lo que él había hecho. Se había dejado llevar por el pánico y le había arrojado sus palabras de amor a la cara. A la mañana siguiente, había sentido miedo de que ella no pudiera soportar su presencia después del modo en el que había salido huyendo. Sin embargo, no había sido así. Gracias a Dios, no sólo lo amaba a él sino que parecía amar a su hijo.

– ¿Y la familia de acogida con la que tú estuviste tanto tiempo? -le preguntó ella-. ¿Los llamas alguna vez o vas a visitarlos?

– No. No los he visto desde el día después de mi fiesta de graduación en el instituto, cuando hice las maletas y me marché, pero ellos no esperaban que yo mantuviera el contacto. Les dije adiós y les di las gracias. Supongo que con eso fue más que suficiente.

– ¿Cómo se llamaban?

– Emmeline y Harold Bradley. Eran buenas personas. Se esforzaron mucho, en especial Harold, pero no podían convertirme en su hijo. Siempre estaba allí, en sus ojos. Yo no era Kenny. Emmeline siempre parecía lamentar el hecho de que su hijo hubiera muerto y que yo siguiera vivo. Ninguno de los dos me tocaba si podía evitarlo. Se ocupaban de mí, me proporcionaban un lugar en el que alojarme, ropa, comida, pero no había afecto alguno. Se sintieron muy aliviados cuando me marché.

– ¿No sientes curiosidad por saber si siguen con vida o si se han mudado?

– No hay razón para ello. Estoy seguro de que no se alegrarían de volver a verme.

– ¿Dónde vivían?

– A unos ciento veinte kilómetros de aquí, en Fort Morgan.

– ¡Está tan cerca! Mis primos vivían en Maryland, por lo que resulta más razonable que yo no haya mantenido el contacto con ellos.

Saxon se encogió de hombros.

– Cuando fui a la universidad, me marché del estado, por lo que no me venía muy bien venir de visita. Tuve dos empleos para pagarme mis estudios, lo que no me dejaba mucho tiempo libre.

– Sin embargo, regresaste a Colorado y te instalaste en Denver.

– Hay más demanda de ingenieros en una gran ciudad.

– Hay muchas otras grandes ciudades en este país. Estás muy cerca de ellos, pero jamás los has llamado para decirles cómo te va la vida o que has regresado al estado.

– No, no lo he hecho -dijo Saxon, empezando a enfadarse-, ni tengo intención de hacerlo, Anna. Por el amor de Dios, hace quince años que terminé mis estudios en la universidad. Estoy seguro que no han estado esperando que yo regresara todo este tiempo. Sabían que no iba a hacerlo.

Anna decidió dejar el tema, pero no lo olvidó. Harold y Emmeline Bradley. Se aprendió los nombres de memoria. A pesar de lo que Saxon pensara, se habían pasado muchos años cuidándolo y seguramente les interesaba más de lo que él creía saber lo que había sido de su hijo adoptivo.

Saxon se marchó a trabajar en silencio y regresó aquella tarde del mismo humor. Anna lo dejó en paz, pero su silencio le aterrorizaba. ¿Le habrían molestado tanto sus preguntas que habría empezado a considerar terminar su relación con ella? Sin embargo, él había sido quien había empezado la conversación preguntándole por su familia. En los pocos días que habían pasado desde que le confesó que estaba embarazada, se había acostumbrado a verlo como un ser más cercano, más suyo, pero, de repente, se había dado cuenta de que la barrera que lo había protegido desde un principio aún lo rodeaba. Tal vez Anna había conseguido tirar algunos trozos, pero distaba mucho de haberlo derribado.

A Saxon no le había gustado hablar de su familia de acogida, pero le había hecho empezar a pensar. A menos que Anna y él tomaran medidas para evitarlo, su hijo tampoco tendría una familia muy grande. Dadas las circunstancias, no se los imaginaba a ambos teniendo más hijos, pero, para su sorpresa, le gustaba la idea. Quería que fueran una familia, no sólo una pareja que iba a tener un hijo.

No tenía fantasías agradables sobre su madre, pero, a menudo, se había preguntado cómo habría sido tener una familia de verdad, pertenecer a un hogar y tener alguien que lo amara. Bajo el cruel peso de la realidad, la fantasía no había durado mucho, pero aún recordaba cómo la había imaginado. El centro de la misma y su base era una permanente sensación de seguridad que lo mantenía todo unido. No había podido imaginarse a sus padres, sino tan sólo a figuras parecidas a sombras que se interponían entre el peligro y él. No quería que su hijo tuviera esa clase de fantasías. Quería que tuviera la realidad de un hogar estable.

Menos de una semana antes, la idea de lo que en aquellos momentos estaba considerando le habría provocado un ataque de pánico, pero, desde entonces, había aprendido que había cosas mucho peores. Perder a Anna era mucho peor. Esperaba no tener que pasar un día ni una noche como el que había pasado porque no creía que pudiera soportarlo. En comparación, lo que estaba pensando en aquellos momentos era un juego de niños.

Pensarlo era una cosa, pero ponerlo en práctica otra muy distinta. Observó a Anna con ojos preocupados, aunque sabía que era inútil tratar de predecir su respuesta. No estaba seguro de cómo reaccionaría. Si de verdad lo amaba, no debería tener dudas, pero no tenía por qué ser así. Ella era capaz de sacrificar su propia felicidad, asumiendo que él pudiera hacerla feliz, por lo que consideraba mejor para su hijo.

Resultaba muy extraño el impacto que aquel bebé había tenido en sus vidas, pero Saxon no se lamentaba por ello. Le daba miedo. Tenía la sensación de estar viviendo al filo del abismo, donde un paso en falso podría hacerlo caer, pero, al mismo tiempo, la creciente franqueza y la intimidad que compartía con Anna compensaban las preocupaciones. Estaba seguro de que ya no podría regresar a la soledad que había dado por sentada y que incluso había anhelado en el pasado.

Sin embargo, aquella decisión lo ponía muy nervioso. Al final, le resultó imposible decir las palabras que supondrían ofrecerse a sí mismo, afirmar sus sentimientos y descubrir su vulnerabilidad. En vez de esto, lo camufló todo como si se tratara de una sugerencia.

– Creo que deberíamos casarnos.

Nada de lo que pudiera haber dicho habría sorprendido más a Anna. Ella sintió que las piernas se le doblaban y tuvo que sentarse.

– ¿Casarnos? -repitió, con una mezcla de incredulidad y de sorpresa.

– Sí, casarnos. Tiene sentido. Ya estamos viviendo juntos y vamos a tener un hijo. El matrimonio parece el siguiente paso.

Anna sacudió la cabeza, no para negarlo sino en un intento inútil de aclararse la cabeza. De algún modo, jamás se había imaginado que, cuando alguien le propusiera matrimonio, lo etiquetara como «el siguiente paso». De hecho, no había esperado que Saxon le propusiera matrimonio, aunque lo había deseado. Sin embargo, quería que él deseara casarse con él por varias razones, porque la amaba y no podía vivir sin ella. Sospechaba que ése era precisamente el caso, pero no podía estar del todo segura si Saxon no se lo confesaba.

No era una decisión fácil, por lo que se tomó su tiempo en contestar. El rostro de Saxon permaneció impasible mientras esperaba una respuesta, pero sus ojos revelaban la ansiedad que sentía. Evidentemente, lo que Anna pudiera responder le importaba mucho. Quería que ella aceptara. La pregunta era si Anna estaba dispuesta a casarse con él a ciegas, sin saber exactamente qué era lo que él sentía. Una mujer cautelosa no querría tomar una decisión precipitada que no sólo les afectaría a los dos, sino también a su hijo. Un matrimonio roto afectaría irremediablemente a las tres partes.

Había dado un salto de fe al dejar su trabajo para convertirse en la amante de Saxon y no se arrepentía de ello. Aquellos dos años habían sido los mejores de su vida. El embarazo lo había cambiado todo y ya no podía pensar en sí misma. Tenía que tener en cuenta también a su hijo. Lo que era lógico no era necesariamente la mejor elección, aunque su corazón le pedía desesperadamente que aceptara.

– Ya sabes que te amo -dijo, mirándolo a los ojos.

– Lo sé -respondió él. Lo que en el pasado lo habría hecho caer en un ataque de pánico le resultó muy agradable y lo atesoró como el regalo más valioso que había recibido en toda su vida.

– Deseo aceptar más que nada en el mundo, pero tengo miedo de hacerlo. Sé que fue idea tuya que los dos permaneciéramos juntos y has sido maravilloso hasta ahora, pero no estoy segura de que sigas sintiendo lo mismo cuando haya nacido el niño. No quiero que te sientas atrapado.

– No existe modo alguno de predecir el futuro -replicó él, sacudiendo la cabeza-. Sé que te preocupa la reacción que yo pueda tener y, a decir verdad, yo también tengo un poco de miedo, pero también me siento muy emocionado. Quiero tener ese hijo y quiero estar contigo. Casémonos y hagamos que todo esto sea oficial. Ese niño podría llevar el apellido Malone. Sería la segunda generación de una familia muy nueva.

Anna respiró profundamente y se negó lo que más deseaba.

– No puedo darte una respuesta en estos momentos -susurró. Entonces, vio que el rostro de Saxon se entristecía-. No me parece que sea lo adecuado en estos momentos. Quiero decir que sí, Saxon. Lo deseo más que nada, pero no estoy segura de que sea lo más adecuado.

– Lo es -afirmó él.

– En ese caso, aún seguirá siéndolo dentro de un mes o dos. Han pasado demasiadas cosas demasiado deprisa. El niño, tú… no quiero tomar la decisión equivocada…

– No puedo obligarte a decir que sí, pero puedo seguir pidiéndotelo. Puedo hacerte el amor y cuidar de ti hasta que no puedas imaginarte la vida sin mí…

– Ahora mismo me resulta ya imposible -susurró ella. Los labios le temblaban.

– No me rindo, Anna. Cuando quiero algo, no me detengo hasta no haberlo conseguido. Y te aseguro que voy a tenerte.

Anna sabía perfectamente a qué se refería. Cuando Saxon decidía algo, se centraba en ello con tal intensidad que no descansaba hasta haber alcanzado su objetivo. Resultaba algo turbador para Anna saberse el objeto de aquella clase de determinación.

Saxon sonrió. Su sonrisa era la de un depredador dispuesto a atrapar a su presa.

– Puedes estar completamente segura de ello, Anna.

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