Capítulo Cuatro

Anna pasó una noche muy mala. No pudo dormir. Aunque no había esperado dormir de un tirón, tampoco había supuesto que permanecería despierta durante horas, mirando el techo de la habitación, y sintió un dolor casi físico por el vacío que tenía a su lado. Saxon había pasado muchas noches alejado de ella debido a sus numerosos viajes de negocios, pero Anna siempre había conseguido dormir. Aquello era, sin embargo, muy diferente. Se trataba de un vacío físico y del alma. Había sabido que la situación resultaría muy difícil, pero no se había imaginado que le produciría tanto dolor. A pesar de sus esfuerzos, había estado llorando hasta que la cabeza le empezó a doler e incluso entonces había sido incapaz de parar.

Había sido el puro agotamiento lo que había terminado por fin con las lágrimas, pero no el dolor. Seguía a su lado, incansable, a lo largo de las interminables y oscuras horas.

Si aquello era lo que le deparaba el destino, no sabía si iba a poder soportarlo aunque tuviera a su hijo con ella. Había creído que aquel bebé, aquel increíble tesoro, le serviría de cierto consuelo para suplir la ausencia de Saxon. Aunque podría ser que fuera así en el futuro, en aquellos momentos no le servía de nada. No podía tener a su hijo en brazos en aquellos instantes. Tardaría cinco largos meses en poder hacerlo.

Se levantó al amanecer sin haber dormido absolutamente nada y preparó café descafeinado. Aquel día más que nunca necesitaba sentir el empuje de la cafeína, pero su embarazo se lo prohibía. Mientras el café se preparó, se sentó en la cocina envuelta en una gruesa bata.

La lluvia caía incesantemente y golpeaba los cristales de las ventanas. El día anterior había sido muy bueno, pero el alocado tiempo de abril se había transformado para convertir aquella jornada en fría y lluviosa. Si Saxon hubiera estado allí, se habrían pasado la mañana en la cama, acurrucados entre las cálidas sábanas y explorando perezosamente los límites del placer.

Anna tragó saliva y entonces inclinó la cabeza hacia la mesa. La pena volvía a hacerse insoportable. A pesar de que tenía los ojos doloridos de tanto llorar, parecía que aún le quedaban lágrimas.

No oyó que la puerta se abría, pero el sonido de los pasos sobre el suelo le hizo levantar la cabeza y secarse rápidamente los ojos con el reverso de la mano. Saxon estaba frente a ella, con el rostro triste y sombrío de puro cansancio. Aún llevaba puestas las mismas ropas que el día anterior, aunque se había puesto una cazadora como protección contra la lluvia. Evidentemente, había estado andando por la calle, porque tenía empapado el cabello y el rostro.

– No llores -le dijo en un tono de voz duro y poco natural.

Se sentía avergonzada de que él la hubiera sorprendido llorando. Siempre se había esforzado mucho por ocultar sus emociones ante Saxon, sabiendo que éstas lo hacían sentirse incómodo. También sabía que no tenía muy buen aspecto. Tenía los ojos hinchados y húmedos, con el cabello aún revuelto por una noche de insomnio y envuelta de la cabeza a los pies en una gruesa bata. Una amante debería estar bien peinada y vestida. Ese pensamiento estuvo a punto de provocarle de nuevo las lágrimas.

Sin apartar la mirada de ella, Saxon se quitó la cazadora y la colgó sobre el respaldo de una silla.

– No sabía si te habías quedado aquí -dijo, con la voz llena de tensión-. Esperaba que lo hubieras hecho, pero…

De repente, se acercó a ella con increíble velocidad y la tomó en brazos para llevarla al dormitorio.

Después de un pequeño grito de sorpresa, Anna se aferró a él. Todo había ocurrido como la primera vez, como si la pasión se hubiera estado acumulando tras la presa de su autocontrol y, por fin, la presa hubiera terminado por romperse. La había tomado en brazos para colocarla sobre el suelo del despacho con un único movimiento y, entonces, se le había tumbado encima antes de que la sorpresa de Anna pudiera dar paso a la felicidad. Ella lo había agarrado con fuerza, dejándose llevar por un deseo que igualaba al de él. Habían pasado horas antes de que los dos pudieran separarse uno del otro.

Anna sentía la misma fiereza en aquellos momentos, cuando Saxon la colocó en la cama y se inclinó sobre ella para desabrocharle la bata. Bajo ésta, Anna llevaba un fino camisón de seda, pero, evidentemente, hasta una prenda tan delicada era demasiado. En silencio, ella levantó la mirada y observó el rostro de Saxon. Vio cómo él la liberaba de la bata y luego le sacaba el camisón por la cabeza. Al sentirse desnuda delante de él, sintió que la respiración se le aceleraba y que los pechos se le erguían ante la mirada de Saxon, que resultaba tan excitante como cualquiera de sus caricias. Una cálida y agradable sensación comenzó a formársele en el vientre y a extendérsele por todo el cuerpo.

Saxon le separó las piernas y se le arrodilló entre ellas. Visualmente, se dio un festín de lo que tenía ante los ojos. Entonces, comenzó a desabrocharse el cinturón y la bragueta. A continuación, se bajó los pantalones lo justo para liberarse. Entonces, miró a Anna a los ojos.

– Si no deseas que esto ocurra, dilo ahora.

Ella no podía negarle a él y a sí misma lo que ambos tanto deseaban. Levantó los brazos a modo de invitación y Saxon se inclinó sobre ella, aceptándola, hundiéndose en ella y en sus brazos con un único movimiento. Lanzó un gruñido no sólo ante el increíble placer que experimentó sino también al notar que el dolor cesaba en su cuerpo.

Anna se movió debajo de él, gozando con el intenso placer sexual que le proporcionaba. El contacto de las ropas húmedas y frías de Saxon contra la piel la hacía sentirse más desnuda que nunca. El único punto de contacto entre las pieles desnudas de ambos estaba entre las piernas de Anna, lo que la hacía sentirse aún más excitada y más consciente de la potente masculinidad de Saxon. No tardó mucho en alcanzar el clímax y se lamentó por ello porque le habría gustado que las sensaciones que estaba experimentando duraran para siempre.

Saxon se detuvo sin salir de ella. Le agarró el rostro entre las manos y se lo llenó de besos.

– No llores -murmuró. Hasta aquel momento Anna no se había dado cuenta de que los ojos se le habían llenado de lágrimas-. No llores. No tiene por qué terminar ahora.

Saxon echó mano del conocimiento y de las habilidades puestas a prueba durante dos años de intimidad y encontró perfectamente el ritmo que logró despertar de nuevo el deseo en Anna. Se tomaron su tiempo, porque ninguno de los dos quería que el placer terminara nunca y el contacto que se produjo entre los cuerpos les procuró una satisfacción muy diferente. Ninguno de los dos quería que aquello terminara nunca, porque, mientras estuvieran así, no tendrían que volver a enfrentarse con el espectro de la separación.

De repente, las ropas de Saxon pasaron de ser un placer muy sensual para convertirse en una barrera intolerable. Anna le desgarró los botones de la camisa, desesperada por encontrar el contacto de la piel de Saxon contra la suya. El se levantó lo suficiente para despojarse de la prenda y tirarla al suelo. Entonces, volvió a apretarse contra ella, haciendo que Anna gimiera de placer al sentir el duro vello contra los pezones.

Saxon le cubrió los senos con ambas manos y los apretó. A continuación, bajó la cabeza para besarle los pezones. Notó que estaban un poco más oscuros y que los pechos estaban algo hinchados, señales inequívocas del bebé que estaba creciendo en el vientre de Anna. Sin poder evitarlo, se echó a temblar de excitación ante aquella perspectiva, al darse cuenta de que el mismo acto que estaba realizando en aquellos instantes había tenido como resultado una pequeña vida.

Tuvo que apretar los dientes para no alcanzar el clímax en aquel mismo instante. Su hijo… Aquel pequeño ser era suyo, formaba parte de él y compartía sus mismos genes. Sangre de su sangre, carne de su carne, mezclados inseparablemente con los de Anna, un ser vivo que era parte de los dos. Sintió una oleada de posesión física que jamás había conocido antes, que jamás se había imaginado siquiera que pudiera existir. ¡Su hijo! Y su mujer. La dulce Anna, la de la suave y cálida piel, la de los plácidos y cálidos ojos oscuros.

Llevaba negando demasiado tiempo la cima del placer como para poder seguir posponiéndola. La escalaron juntos, dejando que los envolviera, primero a ella y luego a él, temblando ambos de una manera que resultaba casi imposible de soportar. Gozaron juntos presos de un paroxismo de placer, gritando de puro gozo y dejándose llevar por las maravillosas sensaciones posteriores.

Permanecieron unidos. Ninguno de los dos deseaba ser el primero que se moviera y que rompiera el vínculo que se había establecido entre ambos. Anna deslizó los dedos entre el húmedo cabello de Saxon. Le encantaba sentir el cráneo bajo las yemas.

– ¿Por qué has regresado? -susurró-. Ya fue bastante duro ver cómo te marchabas la primera vez. ¿Por qué tienes que volver a hacerme pasar por ello?

Sintió que Saxon se tensaba sobre su cuerpo. Antes, jamás le había confesado sus sentimientos. Se había limitado a sonreír y a dejarse llevar por su papel de perfecta amante. Jamás le había pedido nada. Sin embargo, había perdido su escudo de protección al declararle su amor y no había vuelta atrás. No iba a negar que estaba enamorada de él.

Saxon se tumbó de costado, agarrándola por la cintura y arrastrándola consigo. Ella se movió automáticamente, levantando la pierna y colocándola por encima de él para estar más cómoda. Saxon se acercó un poco más para mantener aquella ligera penetración y los dos lanzaron suaves suspiros de alivio.

– ¿Tienes que marcharte? -le preguntó por fin-. ¿Por qué no puedes quedarte?

– Sin ti no podría soportarlo…

– ¿Y si… y si yo me quedara también? -sugirió él, con un gran esfuerzo-. ¿Y si siguiéramos como antes?

Anna levantó la cabeza para mirarlo. Era consciente de lo mucho que le había costado realizar aquella oferta. Saxon siempre se había cuidado mucho de no mostrar sus sentimientos en forma alguna, pero, en aquellos momentos, estaba ofreciéndose a ella, pidiendo unos vínculos que jamás habían existido entre ellos. Saxon necesitaba ser amado más que ningún otro hombre que ella hubiera conocido jamás, pero Anna no sabía si él sería capaz de tolerarlo. El amor suponía responsabilidades, obligaciones. No era gratis, requería un alto precio que se pagaba en la forma del compromiso.

¿Podrías hacerlo? -le preguntó, con la tristeza reflejada en los ojos y en el tono de su voz. No dudo que lo intentarías, pero ¿podrías quedarte? No hay vuelta atrás. Las cosas han cambiado y jamás volverán a ser las mismas.

Lo sé respondió él. La mirada que había en sus ojos le hizo mucho daño a Anna. En ellos había visto que Saxon no estaba seguro de poder salir airoso de aquel trance.

Nunca antes había husmeado en su pasado, igual que jamás le había dicho que lo amaba, pero su pequeño mundo se había revolucionado con tremenda rapidez y se había puesto patas arriba. A veces, para ganar, había que perder primero.

– ¿Por qué me preguntaste si yo podría deshacerme de nuestro hijo?

La pregunta se interpuso entre ambos como si fuera una espada. Anna sintió que él se encogía y que las pupilas se le contraían de la sorpresa. Saxon podría haberse apartado de ella en aquel mismo instante, pero Anna lo enganchó con fuerza con la pierna y lo agarró con fuerza por el hombro. Saxon podría haberse soltado si hubiera querido, pero no podía perder el contacto con ella. Anna lo envolvía en una ternura que ninguna fuerza era capaz de contener.

Cerró los ojos instintivamente para apartar los recuerdos, pero éstos no se marcharon. No podían hacerlo si no respondía a la pregunta de Anna. Nunca antes había hablado de aquel tema con nadie ni deseaba hacerlo. La herida era demasiado profunda y demasiado dolorosa. Llevaba toda su vida cargando con aquel peso y había hecho todo lo que había podido para sobrevivir. Había encerrado aquella parte de su vida, por lo que responder a Anna era como desgarrarse por dentro. Sin embargo, ella se merecía la verdad.

– Mi madre se deshizo de mí -dijo por fin.

De repente, fue como si la garganta se le cerrara y le impidiera pronunciar una palabra más. Sacudió la cabeza y cerró los ojos, por lo que no vio el gesto de profundo terror que se dibujó en el rostro de Anna. Los ojos de ella se llenaron de lágrimas, pero no se atrevió a desmoronarse y a ponerse a llorar para no interrumpir aquella confesión. En vez de eso, comenzó a acariciarle suavemente el torso, consolándole táctilmente en vez de con palabras. Presentía que las palabras no serían adecuadas y sabía que, aunque tratara de hablar, perdería la batalla con las lágrimas.

No obstante, cuando el silencio duraba ya algunos minutos, Anna comprendió que él no iba a seguir hablando, que tal vez no podía seguir sin que ella lo animara. Tragó saliva y se esforzó por recuperar la compostura. Por fin consiguió hablar con una voz que, aunque no fuera del todo normal, estaba plena del amor que sentía por él.

– ¿Cómo se deshizo de ti? ¿Te abandonó, te dio en adopción…? ¿Qué?

– Ninguna de las dos cosas.

Saxon se apartó de ella en aquel momento y se tumbó sobre la espalda. A continuación, se cubrió los ojos con el brazo. Anna sufrió con él, pero decidió que era mucho mejor darle la distancia que necesitaba.

– Me tiró a la basura cuando nací. No me dejó sobre los escalones de una iglesia o en un orfanato para que pudiera inventarme pequeñas historias de que mi madre realmente me quería, pero que se había puesto muy enferma o algo así y que había tenido que renunciar a mí para que pudieran cuidarme. El resto de los niños podían inventarse historias de ese tipo y creérselas, pero mi madre se aseguró de que yo nunca fuera un estúpido. Me arrojó a un cubo de basura cuando yo contaba con sólo unas pocas horas de vida. Realmente no se puede confundir un acto como ése con amor maternal.

Anna se acurrucó a su lado y se tapó la boca con la mano para ahogar los sollozos que la atenazaban. Entonces, lo miró al rostro. Saxon había hablado por fin y, aunque ella había querido saberlo todo sobre su pasado, sintió deseos de colocarle la mano sobre la boca para silenciarlo. Nadie debería haber crecido conociendo unos detalles tan sórdidos.

– No trató simplemente de librarse de mí -añadió él, con voz que no expresaba emoción alguna-. Trató de matarme. Me arrojó en pleno invierno y ni siquiera se molestó en envolverme con nada. No sé exactamente cuándo es mi cumpleaños, si el tres o el cuatro de enero, porque me encontraron a las tres y media de la mañana. Yo podría haber nacido o a última hora del día tres o ya en el día cuatro. De todos modos, estuve a punto de morir de congelación y me pasé casi un año en un hospital con un problema tras de otro. Cuando me metieron en un orfanato, ya había visto tantos desconocidos que no quería tener nada que ver con nadie. Supongo que por eso no me adoptaron. La gente quiere bebés, recién nacidos aún envueltos en mantillas, no un niño delgado y enfermo que empieza a chillar si alguien trata de tocarlo.

Saxon tragó saliva y se apartó el brazo de los ojos. Entonces, empezó a mirar el techo.

– No tengo ni idea de quiénes son mis padres. A mi madre no lograron encontrarla nunca. Me pusieron el nombre de la ciudad y del condado en el que me encontraron, Saxon City, condado de Malone. Menudo orgullo. Después de unos años, me entregaron a una serie de familias de acogida, la mayoría de las cuales no eran muy buenas. No hacían más que darme patadas como si fuera un perro callejero.

»Los servicios sociales tenían tal desesperación por encontrarme un hogar que me dejaron con una familia en particular, a pesar de que yo estaba siempre cubierto de hematomas cuando venía a verme la asistenta social. Hasta que el hombre me rompió un par de costillas de una patada no decidieron sacarme de allí. Creo que entonces tenía unos diez años. Al final, terminaron por encontrarme una familia de acogida bastante buena. Se trataba de una pareja cuyo hijo había muerto. No sé por qué… Tal vez pensaron que yo sería capaz de ocupar el lugar de su hijo, pero no salió bien ni para ellos ni para mí. Eran muy amables, pero cada vez que me miraban yo notaba que ellos pensaban que yo no era su Kenny. Sin embargo, era un lugar en el que poder vivir, que era lo único que quería ya por aquel entonces. Cuando terminé mis estudios, me marché de allí sin mirar atrás.

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