La policía se disculpó con Brodie por las inconveniencias que había sufrido y le ofrecieron su ayuda si la necesitaba. Aceptó sus disculpas, asegurándoles que no tenían nada que reprocharse. En cuanto a ayudarlo, preguntó si podrían proporcionarle la dirección de un inglés que vivía en algún lugar de los alrededores.
No les llevó más de cinco minutos localizar a Kit Fairfax, y finalmente Brodie tuvo la dirección en su mano.
Entonces, al volverse para salir apareció con una visión asombrosa ante sus ojos. Emerald Carlisle, con su cabellera de rojizos bucles brillando al sol, entraba por la puerta de la comisaría.
¡Qué angelical!
A pesar del enfado, le entraron ganas de abrazarla y decirle que no pasaba nada, pero se contuvo.
– Pensé que estarías a muchos kilómetros de distancia a estas horas.
Emmy se detuvo, vacilante al oír su voz, pestañeando para que sus ojos se adaptaran a la sombra del interior del edificio. Entonces lo vio, y deseó también echarle los brazos al cuello y pedirle que la perdonara. Pero al verlo tan rígido no se atrevió; sabía que llevaría algo más que un beso para que lo hiciera en esa ocasión.
– Yo también -dijo encogiéndose de hombros-. Podría haber estado lejos ya, pero me quitaron todo lo que llevaba en el bolsillo al salir del autocar.
– ¿De verdad? -dijo con sorna-. ¿Y has venido a denunciar ese horrendo crimen a la policía? Son muy eficientes, créeme; tengo experiencia de primera mano…
– Brodie… -empezó a decir, pero luego se lo pensó mejor; no pensaba rogarle para que la comprendiera-. No. He venido a contarle a la policía lo que he hecho y a acogerme a tu perdón; pero ya veo que has conseguido salir de aquí solo.
– He salido gracias a la ayuda de unos cuantos amigos. Sin embargo, te aviso que no estoy muy dispuesto a perdonarte en este momento, Emerald -la miró disgustado e irritado-. ¿Por qué no llamaste a Fairfax para pedirle que viniera a buscarte?
– El único número que tenía para localizarlo estaba en mi libreta, y lo único que me ha dejado el carterista ha sido el pañuelo.
– A lo mejor sospechó que ibas a necesitarlo cuando te diera alcance.
– Lo siento, Brodie; de verdad. No debería haberlo hecho -él no se inmutó-. Ha sido horroroso, ¿no?
– He tenido mejores mañanas -dijo yendo hacia la puerta, dándole la oportunidad de elegir entre seguirlo o no; Emmy lo siguió, ya que no le quedaba otra alternativa-. Al menos tuviste la decencia de decirles que el coche era robado. A la policía no le costó más de cinco minutos llamar a la agencia del alquiler para averiguar que era mentira. A partir de ahí se inclinaron a creer que el que decía la verdad era yo…
– ¿Qué les has contado?
Se detuvo y se volvió a mirarla.
– Que soy un abogado que está haciendo lo posible para intentar que una mujer muy pesada no se meta en líos.
– ¡Oh! ¿Llamaron a mi padre para confirmar tu historia? -preguntó.
– No fue necesario. En mi despacho pudieron asegurarles que yo no soy ningún secuestrador, o un pervertido o nada de lo que les hayas contado. Y también, claro está, Monsieur Girard les confirmó que me conoce desde hace diez años.
– Lo siento, Brodie; no se me ocurrió nada mejor en ese momento.
– No sigas diciendo que lo sientes, Emerald. Lo volverías hacer sin dudar ni un instante si pensases que podías largarte con el coche.
Recordó las nauseas que había sentido cuando vio a la policía deteniéndolo… Cuando el autocar arrancó, hubiera deseado poder correr hacia él.
– No Brodie, no lo haría…
– Soy consciente de tu desesperación, Emerald. Quizá debieras contarme por qué exactamente estás tan desesperada. ¿Lo discutimos mientras comemos? -le ofreció-. Ya que te has quedado sin desayunar…
La formalidad de su expresión era tan cortante… y eso de que hubiera empezado a llamarla Emerald. Bueno, ¿y qué podría esperar? Podría haber reaccionado peor. Lo que estaba claro era que no iba a echarle los brazos al cuello, diciéndole que se alegraba de verla.
– Gracias -respondió-, pero la verdad es que en este momento no tengo hambre.
– No hace falta que te pongas en plan víctima, Emerald; no voy a darte una paliza.
– No me estoy haciendo la víctima -dijo algo irritada-; es que no tengo hambre.
Y era cierto, pues tenía un nudo de angustia en el estómago. Se metió en el coche y bajó la ventanilla para que entrara un poco de aire en el sofocante espacio del coche. Se volvió hacia Brodie mientras éste ocupaba el asiento del conductor.
– Y ni por un momento he pensado que fueras a darme una paliza -y entonces algo dentro de ella la impulsó a añadir-. Sólo que ibas a propinarme un azote, o algo así.
Sus ojos se oscurecieron peligrosamente.
– Dios mío, Emmy… -entonces, arrepintiéndose de aquel arrebato, añadió simplemente-. Acabarías con la paciencia de un santo.
Satisfecha de haber al menos roto el hielo, le sonrió.
– No eres ningún santo, Brodie, aunque me doy cuenta que has estado intentando todo lo posible para dar esa impresión. ¿Adonde vamos?
– La policía, en un intento por recompensarme, quiso ayudarme y averiguó el paradero del señor Fairfax. Creo que cuanto antes vayamos a hablar con él y terminemos con toda esta tontería, mejor. ¿No crees?
– Eso ha sido lo que he estado intentando hacer desde que me escapé por la ventana del cuarto de los juguetes, Brodie. Pero te aseguro que no es ninguna tontería; si hubieras accedido a dejarme hablar con él a solas durante un par de minutos antes de hacerle la proposición de mi padre no me habría escapado esta mañana.
– ¿Para qué? -se volvió brevemente a mirarla-. ¿Qué es lo que le vas a prometer? ¿Doblar la cantidad que tu padre quiera ofrecerle para librarse de él?
Se puso hecha una furia.
– ¿Crees en serio que haría eso? -explotó-. ¿Después de lo de Oliver?
– No sé lo que harías, Emmy; supongo que lo que más molestase a tu padre.
– Esto no tiene nada que ver con mi padre.
– ¿Ah, no? ¿Es que no estás empeñada en casarte con un hombre que sabes que tu padre no acepta solamente para mortificarlo por la forma en que rompió tu romance con Hayward?
– ¡No! -le chocó que pudiera imaginar tal cosa-. Las cosas no son así, en serio.
– ¿En serio? Entonces, por qué no me cuentas cómo son -sugirió, algo más suave-. A lo mejor podría ayudarte.
– No puedo. Y aunque te lo explicase, no podrías ayudarme. ¿Es que no te das cuenta, Brodie? Sólo estoy intentando hacer lo mejor para todos.
– Entonces, que Dios nos asista si decides hacer lo peor.
Emerald se volvió a mirar hacia la carretera.
– La verdad es que no quiero volver a hablar de esto.
Se encogió de hombros, ahogando un bostezo.
– Lo que tú digas.
Al llegar a un cruce sacó un trozo de papel del bolsillo de la camisa y lo consultó antes de girar a la izquierda.
– ¿Se te da bien hacer de copiloto? -le preguntó, pasándoselo.
– ¿Te fías de mí?
– Simplemente me imagino que estás tan harta de todos estos jueguecitos como yo -volvió a bostezar disimuladamente.
– ¿Estás bien, Brodie? -le preguntó Emmy, fijándose por fin en las ojeras que tenía-. ¿Quieres que conduzca yo?
– No quiero que conduzcas; quiero que me ayudes a seguir el camino correctamente. Nos quedan aún muchos kilómetros, Emmy.
– ¿Cuántos?
– Tú tienes el papel, calcúlalo tú misma -le echó una mirada-. ¿Estás empezando a arrepentirte por no haber aceptado mi oferta de comer algo?
– Bueno… Aunque podríamos pararnos en el pueblo -dijo con esperanza-. Sé que hay un café allí; es donde le he dejado mensajes a Kit.
– Muy bien, Emmy; no voy a dejar que te mueras de hambre. Yo tampoco he desayunado mucho y no me vendría mal tomar algo refrescante.
Se pasó la manga de la camisa por la frente y levantó la mirada al cielo. El azul intenso había pasado a plomizo y se veía oscuro y amenazador.
Continuaron el camino, atravesando escarpadas montañas, bosques y suaves terrenos de cultivo salpicados de tonos rojizos y verdes brillantes.
A primera hora de la tarde se detuvieron a la puerta de un pequeño café en la plaza del pueblo. Tenía que ser aquél, ya que era el único que había. Entraron huyendo del bochornoso calor y Brodie pidió dos zumos de limón bien fríos y una botella de agua mineral. Emmy le dejó que hablara él; tenía demasiado calor y estaba demasiado cansada como para ni siquiera pensar en Kit.
– El patrón le va a pedir a su mujer que nos prepare un par de tortillas francesas -le dijo, sentándose a la mesa junto a ella.
– Muy bien.
– Hace días que Fairfax no viene por aquí.
– Estupendo -apoyó la cabeza sobre los brazos-. ¿Hace siempre tanto calor aquí?
– Creo que se avecina una tormenta -ella emitió una especie de gruñido de desaprobación-. No me digas que te dan miedo los truenos.
– No -dijo sonriendo-. Lo que me dan miedo son los rayos.
El patrón se acercó con la comida.
– Oh, mira, aquí viene nuestra comida: tortillas, ensalada y aceitunas. ¡Qué buena pinta tiene todo!
Brodie se puso a hablar con el patrón y Emmy, atenta a la conversación, logró entender un poco de lo que decían.
– ¿Va a haber una tormenta? -preguntó.
– El parte ha anunciado una para esta noche, pero parece ser que llevan diciendo lo mismo desde hace varios días.
– ¿Y tú que crees?
– Soy abogado, Emmy, no metereólogo; pero no creo que falte mucho -dijo agarrando el tenedor y empezando con la tortilla.
– ¡Vaya ánimos! -dijo Emmy.
– Si tienes otro plan mejor, soy todo oídos.
– No. Si hemos llegado hasta aquí, es mejor que terminemos con todo esto cuanto antes -alargó el brazo para alcanzar el pimentero.
– ¿Dónde está tu anillo de compromiso?
– Ah, me lo quitó el mismo chico que se llevó el dinero.
– ¿Del dedo?
– Me quedaba un poco grande y decidí metérmelo en el bolsillo.
La verdad era que no parecía estar demasiado disgustada por haberse quedado sin el anillo que le había regalado Kit Fairfax.
– ¿Has terminado? ¿Te apetece algo más?
– No. Sólo necesito ir a refrescarme un poco; no tardaré nada.
– Tómate todo el tiempo que quieras, Emmy, pero, si decides hacer otro truco de los tuyos y desaparecer, yo me doy la vuelta y me voy directamente a Marsella. Ah, el coche está cerrado, por si acaso estabas pensando en llevarte tus bolsas.
– No tengo intención; no merecería la pena. Ahora ya sabes dónde está Kit, Brodie, y llegarías allí antes que yo. Sé perder.
La observó mientras se iba hacia el baño. ¿Sabría de verdad perder? Sin saber por qué no terminaba de creérselo.
Sacó el móvil y marcó el número de Mark Reed.
– No hay necesidad de perder más tiempo con este asunto, Mark. Ya he averiguado dónde está Kit.
– Sí, parece ser que su padre, un francés llamado Savarin, murió hace poco y el joven señor Fairfax ha heredado su granja de la Provenza, una viña, un olivar y muchas hectáreas de terreno fértil, aparte de unas estupendas propiedades en la costa. Según la persona que me informó de todo esto, Fairfax no tiene intención de volver a Inglaterra de momento. Todo ha ocurrido muy a tiempo pues el contrato de alquiler de ese estudio que tiene está a punto de cumplir.
A Brodie le extrañó una cosa.
– ¿Por qué no le pidió dinero a su padre para el estudio?
– Parece ser que llevaban años sin hablarse. El padre abandonó a la madre, una historia muy corriente, y cuando su madre retomó su nombre de soltera, Fairfax, el chico hizo lo mismo.
»El hijo se negó a reconocer al padre, pero según la ley francesa, el padre no podía desheredar a su hijo. Bueno, quizá el honorable Gerald no estará tan disgustado cuando conozca la elección de su hija, después de todo. Me preguntó por qué no se lo habrá contado.
– ¿Quién sabe? Quizá simplemente quiere que su padre acepte al hombre que ama, sea adecuado o no. Gracias por tu ayuda, Mark; no la olvidaré.
– Tampoco lo hará el honorable Gerald; mi factura por servicios prestados promete ser memorable.
Brodie se quedó con la mirada perdida, mirando ausente por la puerta del café. Mark le había dicho algo importante. Se frotó los ojos con fuerza; estaba tan cansado…
– Estoy lista, Brodie.
Levantó la vista y vio a Emmy delante de él.
– Muy bien. Vayámonos entonces -pagó al patrón y salieron del establecimiento.
Salían por la estrecha y escarpada carretera asfaltada que salía del pueblo cuando cayó la primera gota de agua en el parabrisas.
– ¿Cuánto nos quedará? -dijo Emmy un poco nerviosa, mirando por el cristal hacia el cielo, que se oscurecía por segundos. Había unas cuantas ovejas pastando en la colina delante de ellos y también los animales empezaron a mostrarse inquietos, cobijándose bajo el saliente de una roca.
– Creo que una vez que atravesemos la colina, podremos ver la granja.
Encendió el limpiaparabrisas, pero durante unos minutos nada ocurrió. Entonces, sin previo aviso, empezó a caer la lluvia como un torrente, cortándoles la visibilidad y oscureciendo el paisaje al tiempo que las varillas del limpiaparabrisas luchaban por limpiar el cristal de agua.
Brodie apretó las manos alrededor del volante. Los baches que habían sido rellenados de tierra se hundieron con la fuerza del agua y el coche empezó a pegar botes sobre la desigual superficie.
Emmy se agarró con fuerza al asiento y rezó para que no cayera ningún rayo. Ninguno de los dos dijo nada de dar la vuelta, pues no había ningún lugar donde hacerlo en la estrecha carretera.
– Quizá deberíamos pararnos -sugirió Emmy inquieta-. Al menos hasta que amaine un poco.
– Esto podría durar horas.
– Todo esto es culpa mía -gimió-. Podríamos haber estado aquí hace horas; ayer incluso si no hubiera mentido con lo de volar… -pegó un gritito al tiempo que estalló un relámpago tras la montaña, seguido de un trueno.
Brodie paró el coche y se volvió a mirarla.
– Emmy, cariño -empezó a decir, pero en ese momento otro rayo, aún más brillante, hizo que Emmy se echara sobre él, escondiendo la cara en el hueco del hombro.
– Abrázame, Brodie, no puedo soportarlo.
Emerald temblaba contra su cuerpo. Podría haber mentido al decir que le daban miedo los aviones, pero, desde luego, aquel temor a los rayos era real. Se desabrochó su cinturón y el de ella, arropándola con sus brazos y murmurando palabras tranquilizadoras entre su pelo, palabras de amor que él sabía que ella no podría oír.
El ruido era increíble: el feroz tamborileo de la lluvia, ráfagas de viento que mecían el coche con violencia y después el rugir del trueno, acercándose más a ellos con cada relámpago, hasta que uno estalló delante de ellos, partiendo el cielo en dos. La lluvia siguió cayendo, como una impenetrable cortina de agua.
Algo muy pesado aterrizó encima del coche, abollando el techo por la parte de atrás y por si fuera poco, hundiendo la parte posterior del coche en un gran bache del camino.
– ¿Qué ha sido eso? -preguntó Emmy, clavándole las uñas en el pecho.
Una oveja. Debía de haber resbalado en la pendiente que se elevaba delante de ellos. Brodie había visto al pobre animal rodando por la ladera de la colina.
– No ha sido nada; la rama de un árbol -le dijo.
La lluvia comenzó a caer aún con más fuerza y el coche empezó a resbalarse por la pendiente. Brodie sabía que tenían que hacer algo, pero rápidamente. Miró a la chica que temblaba entre sus brazos; tendría que tomar una decisión. O bien ponía el coche en marcha e intentaba continuar, o bien salían de allí antes de que fuera demasiado tarde y fueran a hacerle compañía a la oveja al fondo del barranco.
Conducir resultaba prácticamente imposible, pues no se veía más allá de un metro por delante del coche, y a Emmy estaba a punto de darle un ataque de histeria.
– Emmy -la zarandeó levemente-. Tenemos que salir de aquí -gritó para que lo oyera.
Pero ella no parecía haberlo oído.
– Cariño, por favor -pero ella no lo oyó de lo aterrorizada que estaba.
Abrió la portezuela e inmediatamente una ráfaga de viento la arrancó. Brodie no se molestó en volver a gritar; salió de allí como pudo, arrastrando a Emmy con él e instantes después la parte de atrás del coche dio una vuelta al tiempo que la parte inferior se arrastraba por el borde de la carretera y se resbalaba por el terraplén.
Emmy, temblando de frío y de miedo, estaba ya totalmente empapada, con la ropa llena de barro pegada a la piel.
– Espera aquí -gritó Brodie-. No te muevas.
Lo miró fijamente, como incapaz de entender lo que le decía, aterrorizada, con la lluvia cayéndole por la cara. En ese momento, Brodie supo a ciencia cierta que la amaba, que moriría por ella si fuera necesario; pero no era cosa de ponerse a declararle su amor. En su lugar se inclinó y la besó con ímpetu en la boca.
Emmy se olvidó por un momento de la tormenta, del miedo que tenía; todo lo que sentía era un calor que la invadía al tiempo que Brodie la besaba. Pero cuando fue a abrazarlo, a devolverle el beso, él se dio media vuelta y cruzó la carretera hacia el coche.
– ¡Brodie! -su voz se la llevó el viento y él no la oyó-. Te quiero, Brodie -gritó.
Él se volvió a medias, como si sus palabras finalmente hubieran logrado penetrar el estruendo de la tormenta. Pero sin previo aviso, el suelo bajo sus pies se desmoronó y desapareció de su vista.