Capítulo 3

Emerald no podía creer la suerte que había tenido; había salido de Guatemala para meterse en Guatepeor. Al llegar al mesón había visto un teléfono en el vestíbulo. Decidió hacer una llamada a cobro revertido para buscar ayuda en cuanto Brodie se levantara al baño, no fuera que se le ocurriera devolverla a su padre.

Esperó a que fuera al baño pero, desgraciadamente, cuando llegó al teléfono, vio que él lo estaba utilizando. Brodie no la vio porque estaba vuelto de espaldas.

Volvió a la mesa y se fijó en la chaqueta de Brodie, colgada de la silla vacía y de pronto se le ocurrió una idea… No perdió tiempo y pasó a la acción, metiendo la mano en el bolsillo y sacando las llaves del BMW. ¡Sí! Miró hacia el vestíbulo. ¿Se atrevía a llevárselo? Brodie se pondría enfermo, frenético.

El hecho de pensar en ello le produjo un escalofrío que le recorrió de arriba abajo. Y si la alcanzaba… Bueno, ése no era el momento idóneo para echarse a temblar.

Ya habría llamado a su padre y le habría dicho dónde estaba. Pero, al mismo tiempo, quería concederle el beneficio de la duda; sabía que no lo haría por castigarla, simplemente querría asegurar a su padre que estaba a salvo.

El problema era que Brodie trabajaba para su padre. Seguramente la comprendía, pero no podía hacer más de lo que había hecho. Le entró la risa; después de todo, él no la había invitado a llevarla en su automóvil, aunque tenía que reconocer que había disfrutado de su compañía.

Pero Brodie no había pasado aún a la historia; tendría que tener cuidado con él, si no, le iba a echar a perder los planes.

Emmy llegó a la autopista y dejó a un lado aquellos pensamientos mientras se disponía a adelantar a un camión. Había ganado un poco de tiempo, pero sabía que Brodie no tardaría mucho en descubrir el pastel. Quizá le llevase un rato conseguir otro medio de transporte, pero no era de esos hombre que se quedan sentados esperando a ver lo que les depara el destino; era un tipo al que le gustaba actuar. Y así, con eso en la cabeza, se concentró en conducir lo más rápidamente posible para llegar a Londres cuanto antes.


– ¿Se trata de un asunto amoroso? -preguntó Betty, poniéndole la mano sobre el hombro.

– Sí, es un asunto amoroso -le aseguró Brodie muy convencido.

– ¿Está enamorado de ella?

Aquello ya era más difícil, pero no quería mentirle.

– Se va a casar con otro, a no ser que yo se lo impida -dijo indirectamente.

– Oh, no; nunca funcionaría. Ustedes hacen tan buena pareja…

– ¿Buena pareja? -repitió cuando vio que Betty esperaba una contestación.

– Oh, sí, no me cabe duda. Están hechos el uno para el otro.

Empezaba a impacientarse; necesitaba conseguir un medio de transporte y allí estaba, escuchando a una mística con una vena romántica.

– Bueno, espere un momento, querido -le dio unas palmaditas en el hombro distraídamente.

Por un momento pensó que iba a volver con una baraja de cartas de tarot en la mano, pero Betty tenía algo mucho más especial en mente y, cuando regresó, le puso unas llaves en la mano.

– Vaya detrás de ella. Puede devolverme el coche cuando quiera.

Brodie le dio dinero para que tomara un taxi a casa al terminar en el mesón, pero aun así se sintió culpable por aprovecharse de su bondad. Se aseguraría de devolverle el coche lo antes posible. Le daría instrucciones a su secretaria para que lo lavaran primero y de que le llenaran el depósito; además, le metería un cheque en la guantera por las molestias. Después le enviaría un ramo de flores y una botella de vino.

No iba mal de tiempo, pero no tenía esperanzas de alcanzarla. Antes de salir del café había llamado a Mark Reed otra vez para pedirle que hubiera alguien para vigilarla cuando llegara a casa y también para conseguir su dirección, que no la sabía.

El informe que le había dado su padre estaba aún en el coche. Esperaba que no lo viera, ya que lo había echado en el asiento trasero cuando ella se cambió al de adelante. Y también rezaba para que no condujera directamente hasta Dover y se montara en el primer barco.

Sin embargo, no le parecía muy probable. Emmy podía haberse imaginado que estaría furioso con ella, pero era lo bastante inteligente como para saber que no la denunciaría a la policía por haberse llevado su coche.

A lo mejor se iría a casa a cambiarse de ropa. Sólo llevaba encima lo puesto y no había una sola mujer en el mundo, ni siquiera Emerald Carlisle, que se fugase para casarse sin llevarse al menos una barra de labios. Tampoco llevaba dinero, ni pasaporte, ni carné de conducir. No le quedaba más remedio que volver a casa y él iba a perseguirla.

Emerald le llevaba una ventaja de unos veinte minutos y ese tiempo era el suficiente para hacer la maleta, sobre todo sabiendo que su padre ya la habría echado de menos y que estaría removiendo cielo y tierra para encontrarla.


Emerald se detuvo en el aparcamiento, a la puerta del bloque de pisos donde estaba su apartamento.

– ¿Coche nuevo, señorita Carlisle? -le preguntó el portero mientras le abría la puerta.

Emmy hizo una mueca: no cambiaría su MG rojo por ningún otro coche en el mundo, ni siguiera por el rápido y suave BMW de Brodie.

– No es mi tipo, Gary -dijo pasándole las llaves-. Es de un amigo. Échale un vistazo, ¿de acuerdo? Se llama Brodie y vendrá un poco más tarde a por él. ¿Querrás devolverle las llaves y darle las gracias de mi parte?

– Por supuesto, señorita Carlisle.

– Y necesito un taxi dentro de unos quince minutos -lo tenía todo preparado: la maleta, el pasaporte, los cheques de viaje; sólo necesitaba ducharse y cambiarse de ropa-. Estaré fuera alrededor de una semana. ¿Me harás el favor de decirle al repartidor que no me traigan ni el periódico ni la leche estos días?

– Me encargaré de ello, señorita Carlisle. ¿Se va a algún lugar bonito?

– A Francia -dijo, tras pensarlo un momento-. Al sur de Francia -sonrió-. Te enviaré una postal.

– Me hará mucha ilusión. Llámeme cuando quiera que suba a buscar la maleta.

Y así lo hizo. Pero cuando abrió la puerta no era el portero el que estaba en el vestíbulo, sino Brodie.

– ¿Quiere que le baje la maleta, señorita? -estaba sonriendo, pero no era el tipo de sonrisa que sugiriera buen humor.

Abrió la boca para preguntarle cómo demonios la había alcanzado con tanta rapidez y luego, tras darse cuenta de que eso no importaba, la cerró de nuevo y retrocedió al tiempo que Brodie entraba en su apartamento con la maleta en la mano y cerraba la puerta con fuerza.

– No esperaba volver a verte tan pronto -dijo Emmy.

– No -contestó con cara de pocos amigos-, pero debías haber esperado que me presentara en algún momento. ¿O esperabas acaso que no llegara ni a la boda?

– ¿Cómo diantres lo has hecho? ¿Has robado un coche?

– ¿Cómo hiciste tú, Emmy? No, una señora muy amable me prestó el suyo porque ha pensado que estamos hechos el uno para el otro. Ella no desea que cometas un grave error.

– ¿Cómo? Yo no te robé el coche, Brodie; no tenía la intención de quitártelo para siempre.

– ¿En serio? Quizá debiera llamar ahora a la policía y dejar que discuta ese punto con el juez.

– No lo harás -le dijo en tono retador-. Si lo hicieras mi padre…

– ¿Qué haría tu padre? Ordenar a Hollingworth que me despida. Yo soy socio de Hollingworth, señorita Carlisle, y no puede permitírselo, ni tampoco la publicidad. Pero conoces a tu padre mejor que yo. ¿Te gustaría intentarlo?

A Emerald no le gustaba que nadie quedara por encima de ella, pero pensó que ponerse furiosa en ese momento no sería lo más recomendable. Por ello se limitó a sonreír.

– Vamos, Brodie, has ganado la batalla. No te enfades conmigo; tómate una copa, te sentará bien.

– Seguro que sí -coincidió-, pero ya me la tomaré más tarde.

– ¿Prefieres un café? -se dirigió a la cocina.

Deseaba tranquilizarlo, pensaba Brodie; aún no se había dado por vencida. Todo lo que necesitaba llevarse de verdad era lo que tenía en el bolso que llevaba colgado al hombro; la ropa podría comprársela en cualquier sitio.

Sabía que en cuanto se sentara en uno de los cómodos sofás del salón, saldría sin hacer ruido aunque tuviera que dejar atrás la maleta. Admiraba su coraje pero no iba a permitir que se saliera otra vez con la suya.

– No estaría mal si me dieras la dirección de Kit Fairfax, para empezar.

Ella se detuvo a la puerta de la cocina y se volvió a mirarlo con aquellos grandes ojos suplicantes. Su mirada lo enterneció y por un segundo le vino a la mente la dulzura de una época de su vida, anterior al momento en que decidió dedicarse a perseguir el éxito y dejar todo lo demás a un lado. Pero ese sentimiento sólo duró unos segundos. Aquella misma mirada era la que le había hecho llegar a donde estaba en ese momento.

– Siento estropearte los planes, pero no tengo tiempo para esperar una invitación formal. Tengo que hablar con Fairfax ahora, Emmy.

– Quieres decir para convencerle de que no se case conmigo. No dará resultado.

– ¿Ah, no? -por un momento, por bien suyo, quiso creerla, pero enseguida se impuso el sentido común-. Si creyeras eso, Emmy, no te importaría que hablase con él. Si te ama, nada de lo que pueda ofrecerle le hará cambiar de opinión.

– Mi padre cree que todo el mundo tiene un precio.

– ¿Y tú estás de acuerdo con él? Bueno, quizá Fairfax le demuestre lo contrario.

Por una parte, Brodie deseaba que así fuera, pero por otra estaba decidido a que Emerald no se casara con ese hombre. Cuando miró a su alrededor y vio el salón exquisitamente amueblado, las diminutas antigüedades en una vitrina de cristal tallado y las acuarelas de delicados colores sobre la pared, pensó que Fairfax estaría loco si se conformaba con cien mil libras. Se volvió hacia ella.

– Sabes, Emmy, si hubieras querido hacer una boda rápida habría sido mejor conseguir una licencia matrimonial de un registro aquí en Londres. Podrías haberte casado en tres días y nadie se hubiera enterado.

– Quería hacer una boda como Dios manda -dijo con tono desafiante-. Casarme en la iglesia del pueblo con muchos invitados, incluido mi padre.

– ¿De verdad? -¿Y por qué no la creía? ¿Por qué hasta ese momento Emerald Carlisle no hubiera hecho nada que sugiriera que era una chica tradicional? Incluso las que no lo eran deseaban casarse de blanco-. ¿Por qué no llevó a Kit a que conociera a su padre?

Se encogió de hombros.

– Pensé que sería mejor que yo preparara el terreno primero; además, Kit quería pintar.

Brodie notó el tono defensivo que adoptó Emerald y decidió pensar en ello más tarde.

– ¿Y eso os pareció más importante que causar una buena impresión a su futuro suegro? -ella no le contestó-. Tendrás que estar en Francia un mes entero antes de poder casarte, ¿lo sabías?

– ¿Un mes? No lo sabía.

– Y presentar un montón de papeles, traducidos todos al francés.

– No te pongas en plan abogado conmigo, Brodie. Ya lo arreglaremos.

– Vais a tardar. Lo encontraré antes, por lo que será mejor que me digas dónde está.

– ¿Y si no lo hago?

– Si no lo haces, tendré que llevarte de nuevo a Honeybourne Park, donde estoy seguro de que tu padre te vigilará de cerca hasta que lo encuentre.

– Le diré que me ayudó a escapar.

– Y yo que te escondiste en mi coche y que luego me lo robaste cuando me paré a echar gasolina.

– ¡No puede hacer eso! ¡Es una mentira!

Brodie sonrió despacio, atormentándola.

– Lo sé, ¿pero piensas que te creería?-ella lo miró furiosa-. Como comprenderás no puedo cargar con la responsabilidad de dejarte corretear a tu aire -esperó un momento y luego levantó la mano haciendo un gesto que expresaba resignación al ver que ella no deseaba revelar el paradero de su amado-. ¿No? De acuerdo, como bien has dicho, Francia es un país muy grande y, aunque me pueda llevar un tiempo, estoy seguro de que estarás muy cómoda en casa, encerrada en el cuarto de los juguetes.

Emmy emitió un sonido un tanto grosero. La llegada de Brodie la había fastidiado de momento, pero no quería que estropeara todo. No le importaba que encontrara a Kit, pero no hasta que no hablara primero con él.

– Tengo una idea: no te diré dónde está Kit, pero te llevaré hasta él -Brodie se echó a reír-. No, en serio…

– ¿En serio? ¿Cómo cuando dijiste que no me darías problemas?

Emerald se sonrojó y se fijó que era la segunda vez que le pasaba en un solo día.

– Siento de verdad haberte tomado prestado el coche, pero no puedes reprochármelo. Cuando te vi hablando por teléfono, supe que estabas hablando con mi padre.

– Menos mal que no lo hice, de otra manera estaríamos los dos metidos en un buen lío.

– ¿No estabas llamando a mi padre?

– En ese momento no me pareció buena idea, pero puedo asegurarte que la próxima vez no seré tan blando.

– ¿A quién estaba llamando entonces? -preguntó sintiendo curiosidad.

– A alguien que pudiera darme algún dato sobre el paradero de Fairfax.

– ¿Se refiere a ese tipo enano y odioso que mi padre contrata para investigar la vida de cualquier hombre al que se le ocurra mirarme más de una vez? -ni se lo confirmó, ni se lo negó, pero le pareció vislumbrar un destello de comprensión en aquellos ojos tan oscuros-. ¿Y tiene alguna pista?

– No, pero afortunadamente tu portero no sabía que tu destino fuese un secreto; el sur de Francia me lo pone algo más fácil.

Emerald tenía que reconocer que había sido bastante descuidada. Había querido que el portero le diera la información, pero pensaba que ya estaría de camino a Francia cuando lo hiciera.

– No tendrías la intención de buscarlo por toda Francia, ¿no? -dijo.

– Eso reducirá mi trabajo, pero tú te quedarás en Honeybourne Park mientras yo llevo a cabo la investigación. ¿Puedo usar tu teléfono?

Brodie sonrió con una sonrisa amplia que hizo que a Emmy se le acelerara un poco el pulso. ¿Qué tenía aquel hombre? ¿Sería simplemente el hecho de no dejarse dominar por ella? Su actitud era en sí mismo un reto y Emerald nunca había logrado resistirse a los retos y se prometió a sí misma que, con el tiempo, tendría a Brodie a sus pies. Pero todavía no; lo más importante en esos momentos era convencerlo de que decía la verdad.

– Me portaré bien, Brodie. Sé que tienes que hacer tu trabajo, por muy desagradable que pueda ser. Te llevaré hasta Kit y así podrás hacerle tu oferta. Todo lo que te pido es que me prometas que si él se niega a aceptarla, te olvidarás del asunto.

Aquello parecía razonable, ¿no?

– Preferiría que me dieras su dirección y nada más -dijo Brodie, no queriendo hacer ninguna promesa que quizá no pudiera mantener-. ¿O piensas que quizá no pueda resistirse al dinero de tu padre sin que estés con él para infundirle valor?

Emerald cruzó los dedos a la espalda.

– Confío plenamente en Kit; lo único que deseo es que se juegue limpio -le aseguró con una sonrisa angelical-. ¿Cuánto tiempo puede perder un hombre ocupado como tú?

No mucho, pensaba Brodie irritado. Una cosa hubiera sido ocuparse de Fairfax en Londres, donde le hubiera llevado como mucho un par de horas. Tener que buscarlo en Francia era muy diferente.

Y, aunque no confiaba en Emmy, sabía que no le quedaba otra alternativa que aceptar su sugerencia.

– Muy bien -contestó-. Me llevas hasta Kit y yo hablo con él.

Y si Fairfax no deseaba separarse de su amor, todavía tendrían que esperar un mes para poder casarse. Sería tiempo suficiente para que a Gerald Carlisle se le ocurriera algo o incluso para ir acostumbrándose a la idea.

Emerald, sabedora de que había marcado un tanto, se agarró los pantalones de seda e hizo una pequeña reverencia.

– Me alegro de que ese punto esté arreglado -agarró la bolsa y se la pasó a Brodie-. ¿Nos vamos?

– ¿Irnos?

– Voy a alquilar un coche y conducir hasta Dover -sonrió-. Aunque ya que estás aquí, supongo que podríamos ir en el tuyo.

– Llevo en pie desde las siete de la mañana, Emmy; no pienso conducir toda la noche.

– Yo conduciré -comentó -y tú puedes dormir.

– Perdóname si rechazo la oportunidad de que me abandones en la primer área de servicio donde paremos.

– No haría eso…

– Por supuesto que sí. Pero no puedo perder dos días conduciendo hasta allí y dos para volver. Mañana tomaremos el primer vuelo a Marsella y al llegar al aeropuerto alquilaré un coche.

– Eres mucho más que un tipo fornido, Brodie -dijo con admiración.

Debería haberle sorprendido que se fijara en él cuando se suponía que estaba perdidamente enamorada de Fairfax. Entonces ¿por qué no lo estaba? De nuevo archivó aquel pensamiento junto con otros peculiares de aquel caso para examinarlos en otro momento.

– Pero hay un pequeño problema -añadió Emerald.

– Venga, sorpréndeme -soltó Brodie.

– Yo no vuelo.

– No esperaba que te salieran alas -comentó-. Tomaremos un avión de viajeros, de esos que tienen motores y todo lo demás.

– No, Brodie, yo no me monto en un avión aunque lleve motores. Me dan miedo y, en cuanto cierren la puerta del avión, me va a dar un ataque de histeria.

– No te creo.

Emmy le sonrió.

– ¿Quieres arriesgarte?

Brodie la contemplaba con un sentimiento parecido al odio. Si no la creía del todo tampoco deseaba subestimarla. Sospechaba que Emerald Carlisle era perfectamente capaz de ponerse histérica y paralizar el aeropuerto de Heathrow.

– No hay problema; tomaremos el tren.

– Oh.

– No te darán miedo también los trenes, ¿verdad? -preguntó.

Estuvo tentada; después de todo estaba el túnel del canal y hubiera sido mucho más fácil escapar de Brodie yendo en coche. Pero sabía cuándo tenía que ceder y lo hizo con gracia.

– No -dijo finalmente-. Me encantan los trenes.

Además, los trenes hacían paradas.

– Bien, entonces sólo nos queda una cosa por decidir -a lo que Emmy arqueó una de sus bellamente trazadas cejas-. ¿Vamos a dormir aquí o en mi casa? -y antes de que pudiera hacer objeciones añadió-. No pienso quitarte la vista de encima hasta que estemos seguros en el tren.

Cuando Emmy abrió la boca para contestarle, sonó el teléfono.

– Oh, Dios mío, ese debe de ser mi padre -dijo sin hacer ademán de contestarlo.

– Quizá debieras contestar y así se quedará tranquilo; debe de estar preocupado por ti.

Emmy se retiró el pelo de la cara.

– Está preocupado, de eso puedes estar seguro, pero sólo por el dinero.

– Es algo duro decir eso, ¿no? -dijo Brodie frunciendo el ceño-. En el fondo, lo único que quiere es lo mejor para ti.

– ¿Ah sí? -de pronto el teléfono dejó de sonar y por un momento los dos se quedaron mirándolo-. Me pregunto si será la primera vez que llama -dijo Emmy, inquieta.

– Probablemente no -aventuró Brodie-. Yo me imaginé que vendrías aquí a buscar el pasaporte, el dinero y algo de ropa. Creo que él es capaz de imaginarse lo mismo. ¿Pero acaso importa?

– Sí -contestó al sorprendido Brodie-. El contestador estaba puesto -le explicó-. Al entrar rebobiné la cinta para escuchar los mensajes y un par de veces habían colgado sin dejar ninguno; ése podría haber sido mi padre. Pero se me ha olvidado ponerlo de nuevo y ahora sabrá que he estado en casa.

– Hoy no es tu día.

Lo miró, recordando ese instante cuando sus miradas se habían encontrado a espaldas de su padre y el momento cuando había estado a punto de besarla dentro del coche.

– No ha estado del todo mal.

– Bueno, sea como sea, es hora de escoger el mal menor, Emmy. Podemos quedarnos aquí y esperar a que aparezca tu padre, o puedes venir conmigo.

– No hay elección; vayámonos -dijo mirándolo a los ojos.

Agarró la bolsa y fue hacia la puerta; al menos aún tendría un taxi esperándola.

Brodie la agarró por el cinturón, obligándola a detenerse.

– Creo que me quedaría más tranquilo si me entregaras tu pasaporte -le dijo.

Emmy puso mala cara.

– Qué aburrido eres, Brodie; estás en todo.

– No es mi trabajo divertirte y, si estuviera en todo, no te habrías escapado con mi coche.

– Total, para lo que me ha servido… Eres demasiado listo para mí.

No se dejó engañar por sus halagos.

– Pensé que te ibas a portar bien.

– Y voy a hacerlo.

– Entonces no te hace falta el pasaporte, ¿verdad? -Emmy se dio cuenta de que no podía con él-. ¿Te ayudaría saber que he despedido el taxi que pediste?

Emerald se encogió de hombros con resignación; sacó el pasaporte del bolso de mano y se lo entregó de mala gana.

Le haría creer que había ganado la guerra; pero una vez en Francia no necesitaría el pasaporte para nada. No iba a vigilarla todo el tiempo, ¿no?

Brodie sonrió con ironía; de momento la tenía controlada, pero no se hacía ilusiones. Una vez en Francia, tendría que vigilar a Emerald Carlisle de cerca. Afortunadamente, eso no le resultaría desagradable.


El piso de Brodie no era del mismo tipo que el de Emerald. Vivía en una buhardilla remodelada al lado del Támesis que no estaba de moda. No tenía portero, ni las paredes del ascensor forradas de maderas exóticas; la verdad era que se llegaba a él por un montacargas que hubiera podido cargar con el BMW de Brodie sin dificultad.

Pero era muy amplio y dé altos techos, y el suelo era todo de brillante parqué, cubierto de hermosas alfombras africanas en vivos colores. El poco mobiliario que había era antiguo y confortable.

Las paredes de ladrillo pintadas de blanco constituían el marco perfecto para una sorprendente colección de cuadros realizados por jóvenes talentos y adquiridos antes de hacerse famosos y alcanzar precios impensables para alguien como Brodie.

Emmy se quedó en el centro, mirándolo todo.

– Me encanta este lugar -dijo finalmente-… Tienes buen ojo para los cuadros. ¿Puedo echar un vistazo?

– Claro. Pero te aviso, he cerrado la puerta de entrada con llave y voy a llevarme la llave a la ducha.

Se dio la vuelta.

– ¿En serio? -lo miró de arriba abajo con rapidez-. Me gustaría saber dónde te la vas a guardar.

– ¿En la jabonera? -sugirió.

– No seas aburrido, Brodie; no voy a escaparme, te lo he prometido.

– Es cierto… Y mientras ves la cocina puedes preparar un té si te apetece.

– ¿De verdad quieres que haga té? ¿O es sólo una manera de mantenerme entretenida para que no me meta en líos?

– Sé que tu capacidad de hacer travesuras es superior a todo eso -dijo con cinismo.

No esperó a que le respondiera pues no estaba de humor para escucharla. Estaba bastante cansado y de pronto se sintió irritable.

«Encima voy a tener que cederle mi cama», pensó al contemplar la amplia y confortable cama.

La idea apareció espontáneamente en su cabeza, atormentándolo con la imagen de un par de largas y esbeltas piernas, de unos ojos brillantes y risueños y de unos labios que tentarían a un santo. Desechó aquello sin piedad.

Se quitó el traje y entró en un ropero lleno de trajes caros, pero recordó que hubo un tiempo en el que sólo tenía uno.

Quizá debería haberse buscado una heredera con un padre que prefiriera pagar una fortuna antes que ver a su hija casada con el hijo de un minero. Claro que había pocas herederas como Emerald Carlisle.

Se desnudó del todo y se metió bajo el chorro de agua caliente de la ducha; mientras se enjabonaba se puso a pensar en cuántos trucos más tendría la señorita Carlisle escondidos bajo la manga.

También recordó la espesa mata de bucles rojos y un par de ojos verdes de lo más encantador que había visto en su vida. Había algo en lo que estaba totalmente de acuerdo con Gerald Carlisle, y era que no iba a permitir que se casara con cualquier gandul que se hacía llamar pintor y que le había echado un ojo a su dinero.

Agarró la toalla y se la enrolló a la cintura, pero al ir hacia la habitación el teléfono supletorio de la mesilla de noche sonó ligeramente. Parecía que Emerald había tomado confianza rápidamente.

Descolgó el auricular y se lo llevó al oído, pero Emmy ya había colgado. Había estado hablando con alguien. ¿Con Fairfax? ¿O con otra persona?

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