Emmy estaba bastante contenta: encontrar a Kit en el café del pueblo hubiera sido demasiada casualidad, pero le había dado al dueño un mensaje para él y el hombre le había prometido decírselo en cuanto lo viera. Bueno, al menos esperaba que fuera eso lo que le había dicho aquel hombre; la verdad era que se arrepentía de no haber sido más aplicada en la academia de francés.
Aquel nefasto día parecía que terminaba mejor de lo que había empezado; por lo menos Brodie no se había enterado de aquella llamada. Esperó a que hirviera el agua, la vertió en la tetera y colocó ésta sobre la bandeja.
Brodie estaba de pie en el quicio de la puerta, observándola. Le costó un esfuerzo enorme no echar una mirada de culpabilidad al teléfono. La mano le temblaba ligeramente y no sólo era por que hubiera estado a punto de pillarla; Brodie, sin el uniforme de ejecutivo, era un hombre de aspecto muy viril.
Se había cambiado el traje por un pantalón de chándal usado y una camiseta sin mangas igualmente usada. Tenía unos brazos fuertes y morenos de practicar mucho deporte y unos pies muy bonitos. Se dio cuenta porque iba descalzo y por esa misma razón no le había oído entrar.
– ¿Quieres leche? ¿Y azúcar?
Brodie se pasó los dedos por el cabello aún húmedo de la ducha; no había esperado que Emmy hiciera lo que le había pedido.
– Solamente un poco de leche, gracias. ¿No vas a tomar una taza?
– Antes de irme a la cama, no.
– Bueno, pues el dormitorio es todo tuyo -dijo-. Ven, te lo voy a enseñar.
– ¿Dormitorio? -dijo echando un vistazo a la austera pieza toda en blanco y a la enorme cama cubierta solamente por un edredón negro-. ¿No tienes un dormitorio de sobra?
– Sí, pero no hay ninguna cama; nunca me ha hecho falta hasta ahora.
– Entonces ¿dónde dormirás?
– Estaré bien en el sofá -dijo encogiéndose de hombros.
– ¿De verdad? -lo miró dubitativa-. Es una cama muy grande, Brodie; si tuvieras otra almohada podríamos compartirla -dijo sin poder evitar tomarse la revancha por haberle sacado antes los colores.
Emmy se dio cuenta, demasiado tarde, de que había dicho una estupidez. Y no es que fuera la primera vez, sino que en esa ocasión no sabía cómo atenerse a las consecuencias de su mal comportamiento. Brodie se acercó a ella lentamente.
– ¿Compartirla?
Emmy dio un paso atrás, y luego otro, hasta que tuvo que pararse. Cuando tuvo el casi metro noventa de Brodie delante le costó un esfuerzo enorme mantenerse en pie. Pero se defendió y le lanzó una contraofensiva.
– Como hacían en la Edad Media -sugirió con una espada para dividir la cama.
– ¿Una espada? ¿No sería muy peligroso?
– No te enteras, Brodie; eso era algo simbólico. Un verdadero caballero errante nunca cruzaría la línea divisoria, ni siquiera cuando la espada estaba envainada.
– Ya te lo he dicho antes, Emmy. No soy un caballero errante -dio un paso más-. Pero parece una idea bastante interesante; quizá pudiéramos sustituir la espada por un par de almohadas.
– No Brodie -dijo rápidamente, extendiendo la mano para que no se acercara más a ella-; sólo bromeaba…
Él siguió avanzando, ignorando por completo aquella mano que intentaba detenerlo. Al tocarle el pecho, Emmy sintió un calor tremendo que le recorrió todo el brazo y pareció inundarle todo el cuerpo. Ella apretó el puño, agarrándole con fuerza la camiseta.
– ¿Bromeando? -le preguntó con suavidad.
Por un momento pensó que podría contestar y abrió la boca para hacerlo, pero él le acarició la garganta hasta el mentón con el revés de los suaves y largos dedos, muy lentamente, hipnotizándola con aquel roce. Luego le pasó la punta del pulgar por el labio inferior, en un movimiento suave y sensual; fue como cuando había estado a punto de besarla en el coche, y ella lo había deseado más que nada en el mundo. Cuando Emerald Carlisle vio el reflejo de su propio corazón en sus ojos se echó a temblar.
– ¿Por qué vamos a bromear, Emmy? -le preguntó finalmente, con voz suave y ronca.
Brodie se había dado cuenta de que lo había querido provocar y se dispuso a devolverle la provocación. Pero aquel ligero temblor que había sentido bajo el pulgar se le antojó como un terremoto. Entonces una sensación le recorrió el brazo y después todo el cuerpo de manera que de ahí en adelante nada más importaba.
Fue a partir de ese momento cuando Tom Brodie dejó de pensar e hizo algo que había estado deseando hacer desde el mismo instante en que vio a Emerald Carlisle encaramada a aquella cañería.
Emmy se dio cuenta de que no podía escapar y, aunque hubiera podido, estaba totalmente hipnotizada por la fuerza que Brodie parecía generar al tiempo que bajaba la cabeza, hasta que unió sus labios a los de ella.
La miró con unos ojos gris muy oscuro, calientes y arrebatadores y entonces, ella cerró los suyos y gimió sin poder evitarlo. Cuando quiso decidir que aquello no estaba bien, era demasiado tarde.
Empezó a besarla con un leve roce de los labios, como pétalos de rosa, bailando entre los de ella con sensualidad. Ella entreabrió los suyos y él le rozó los dientes con la punta de la lengua. Instintivamente, Emerald le echó un brazo al cuello.
Por un instante Brodie se deleitó con la dulzura de aquella boca, con la suavidad y aroma de su piel, que le rozaba la mejilla mientras ella lo abrazaba. La mano que le había estado agarrando del mentón se movió entre sus cabellos y le agarró la nuca con la palma. Con la otra le ceñía la cintura, suavemente juntando su cuerpo al de él y haciendo que se pusiera tenso de deseo.
Deseaba a Emerald Carlisle y supo que ella también lo deseaba a él.
Entonces su razón irrumpió a patadas, recordándole con crueldad que él era mayor y supuestamente más experimentado que la chica que tenía entre sus brazos, una chica cuyos intereses tenía la obligación de proteger.
Cuando Gerald Carlisle le había instado a hacer todo lo que fuera necesario para evitar que su hija se casara con Kit Fairfax, estaba seguro de que el hombre no se había referido a que se la llevara a la cama.
Se puso tenso y se echó hacia atrás, haciendo que Emerald lanzara un gemido de protesta; por un momento pensó en mandar a Carlisle, su conciencia y su carrera al diablo, pero no lo hizo.
¿Habría accedido a que la besara para conseguir lo que quería? Lo cierto era que la creía capaz de cualquier cosa.
Levantó la cabeza y la miró.
– Tienes mucho sentido del humor, Emmy, y se te da muy bien distraerme, pero como tu pasaporte lo tengo guardado en la caja fuerte creo que no vale la pena que te sacrifiques. Claro está, si es que aún tienes pensado seguir adelante con la boda. Recordarás que estabas desesperada por casarte con Kit Fairfax, ¿verdad? -dijo, castigándose tanto a sí mismo como a ella-. O es que la boda es lo que toca este mes para volver loco a tu padre. Preferiría que me lo dijeses ya porque la verdad es que tengo cosas mejores que hacer que…
– Sí, desesperada -le soltó Emmy con la voz ligeramente ronca.
Él la miró con una expresión de duda y lo cierto era que no podía culparle por ello. Maldito Hollingworth por marcharse a Escocia; de haberse quedado en Londres no habría tenido tantos problemas con él como con Brodie. Al menos no habría cometido el terrible error de besarlo, pero tampoco la hubiera dejado escapar por la cañería.
– Voy a casarme con Kit en cuando me sea posible -declaró, con tono que delataba su desesperación por convencer a Brodie de su sinceridad-. Y no hay nada que puedas hacer para impedírmelo.
– ¿No? -extendió la mano y le rozó los labios con la punta de los dedos; unos dedos suaves que olían a jabón bueno, que olían a él-. Voy a intentarlo, sea como sea.
Luego se dirigió a la mesita de noche y desconectó el teléfono. Al incorporarse creyó vislumbrar una sonrisa de satisfacción dibujada en sus labios. Emmy creyó que estaba desconectando el teléfono para que no hiciera ninguna llamada y que no se había enterado de la que había hecho desde el teléfono de la cocina. Bueno, menos mal.
Pero lo cierto era que, aunque tampoco deseaba que hiciera ninguna llamada, Brodie había desconectado el aparato del dormitorio para que no escuchara la llamada que iba a hacer él.
– Buenas noches, Emmy -dijo al cruzar la puerta de la habitación-; que duermas bien -añadió cerrándola.
Emerald apretó los puños y los dientes al tiempo que suspiraba de rabia; luego se fue relajando poco a poco para no montar en cólera. Después de todo, había tenido ella la culpa.
En aquellas circunstancias, coquetear con Brodie había resultado imperdonable y bastante estúpido por su parte.
Se desvistió y apartó el edredón para meterse en la cama, pensando que podrían haberla compartido sin haber puesto ninguna separación; al fin y al cabo, era una cama enorme. Pero Brodie también era un hombre muy atractivo, con lo cual imaginó que no pasaría muchas noches solo en aquella cama.
Sorprendentemente, aquella idea no se le antojó nada agradable y, mientras se metía bajo el edredón recién lavado, Emmy se dio cuenta de que, de hecho, no le gustaba nada.
Brodie volvió a la cocina y fue hacia el teléfono de pared, descolgando el auricular y presionando la tecla de rellamada.
– Le habla la operadora, ¿adonde desea efectuar la llamada?
Se quedó pensativo.
– Perdone, me he debido equivocar de número -y colgó.
¡Qué ladina! Seguramente había marcado después el número de la operadora para que no se enterara del número al que de verdad había llamado.
Parecía que, si quería dar con Kit Fairfax, no le quedaba otra que acompañarla a Francia.
Marcó el número de su secretaria.
– ¿Jenny? Siento llamarte tan tarde, pero voy a estar fuera del despacho durante toda la semana haciendo un trabajo para Gerald Carlisle. Por favor encárgate de cambiar las citas que tenga, pero hay un par de cosas más urgentes que deseo que hagas primero. Hay un coche que tomé prestado…
– ¿Emmy? -abrió los ojos al escuchar su nombre, al tiempo que alguien llamaba discretamente a la puerta.
Emerald los volvió a cerrar con rapidez. El sol entraba a raudales por los altos ventanales y le pareció demasiado fuerte después de una noche en la que no había parado de dar vueltas. Se puso boca abajo y hundió la cara en la almohada. Llamaron a la puerta de nuevo, esa vez con más brío.
– Vete, Brodie -murmuró, pero debió de ser que la almohada ahogó sus palabras porque oyó como se abría la puerta-. He dicho que te vayas; todavía quiero seguir durmiendo.
– Te he traído una taza de té; puedes ir desperezándote mientras me doy una ducha.
– No quiero despertarme todavía.
– Pues no te queda otra alternativa. He conseguido un par de billetes en el tren de las ocho y veintisiete que sale de Waterloo.
¿A las ocho y veintisiete? De momento se quedó inmóvil, ignorándolo. Había trenes y más trenes durante todo el día y tenía que elegir el primero de la mañana. ¡Qué eficiente! ¡Qué tremendamente eficiente!
– ¡Maravilloso! -murmuró.
– Me han dado a elegir entre ése y el de las seis cincuenta y tres, y pensé que no te haría mucha gracia despertarte a las cinco de la mañana.
– Pensé que salían cada hora -gruñó.
– Hay un tren a París cada hora, pero vamos a cambiar en Lille. He reservado billete hasta Marsella y, cuando lleguemos, podremos alquilar un coche.
– ¿A Marsella? ¿Por qué a Marsella?
– Dijiste que íbamos al sur de Francia -apuntó con tono suave-. ¿Quieres especificar un poco más? -le invitó.
– Supongo que Marsella está bien.
Emerald, viendo que no le quedaba otra, se incorporó sentándose en la cama. Lo cierto era que para levantarse temprano le gustaba más Brodie que un reloj despertador. Extendió el brazo y agarró la taza que le ofrecía, sonriéndole. Marsella era una gran ciudad, y en una gran ciudad podía pasar cualquier cosa.
– ¿No crees que deberías darte prisa si quieres que tomemos el tren de las siete y media? Te doy quince minutos para ducharte, Brodie; luego el baño es mío.
– Si lo compartiésemos, ahorraríamos tiempo.
Aquella forma tan natural de decirlo sorprendió a Emmy. Bien sabía ella que era una tontería menospreciar la inteligencia de aquel hombre. Le había dicho que impediría que la boda se celebrara, le costara lo que le costara; si decidía que la seducción era la mejor manera, podría meterse en un buen lío.
Bajó los ojos, recatada como una monja.
– Tengo por costumbre no compartir el baño con ningún hombre que acabe de conocer.
– ¿Solamente la cama entonces?
Cuando abrió la boca para defenderse, Brodie se había metido en el baño y había cerrado la puerta con un gesto rápido. Pensó en lanzarle la taza de té pero, como seguramente la obligaría a limpiarlo, decidió mejor bebérsela. Aun así, no lo olvidaría.
Abrió la bolsa de viaje, pensando lo que iba a ponerse para el viaje en tren, sabiendo que el tiempo mejoraría según se fueran acercando al sur. Tras pensarlo un momento, sacó un vestido mini sin mangas verde oscuro, moteado de florecillas color crema.
Sacó también una muda limpia y unas sandalias y bolso a juego. Cambió todas las cosas del bolso que había usado la noche anterior al otro; de la cartera sacó unos billetes de cien francos que había cambiado en el banco un par de días antes y los enrolló entre la ropa interior de seda color crema que había colocado junto al vestido.
Tendría que levantarse antes que Brodie a partir de entonces para poder tomarle la delantera.
El tren resultó ser muy cómodo, ya que Brodie había reservado asientos en primera clase. ¿Y por qué no cuando sería su padre el que iba a pagar la factura? Aun así, Emmy empezaba a arrepentirse de haber fingido que le daba miedo volar. Pensándolo bien, a partir de ese momento tendría que pasar las siete horas siguientes sentada junto a Brodie. Normalmente habría considerado aquélla como una oportunidad estupenda de coquetear tranquilamente con un hombre como el abogado.
Sin embargo, aquella no era una situación normal y por ello, nada más llegar a Waterloo había ido al primer quiosco para comprar tres novelas de bolsillo.
– Necesito dinero para pagar esto -dijo de pronto, volviéndose hacia él.
Era la primera vez que se dignaba a hablar con él desde que le confiscara todas sus tarjetas de crédito y todo el dinero que llevaba excepto unas monedas. Ella se había anticipado al guardarse los francos en la ropa interior, pero reaccionó con furia para no despertar sospechas en él. Y tampoco le hubiera costado mucho trabajo averiguar dónde se había escondido el dinero de haber sospechado: tenía los quinientos francos metidos en el sujetador. Deseó haberse guardado más pero, de haberlo hecho, habría dejado muy poco en la cartera.
– Estaba empezando a pensar que íbamos a pasar el resto del viaje en silencio -dijo, pagando los libros.
– Y es lo que vamos a hacer -le había contestado ella.
Brodie se había encogido de hombros.
– Tengo bastante trabajo como para mantenerme ocupado. ¿No quieres nada más? -y cuando ella respondió que no, añadió-. Entonces, será mejor que subamos al tren.
Sirvieron el desayuno y Emmy lo tomó en silencio mientras que Brodie, también callado, parecía más bien distraído y más interesado en el documento que estaba leyendo que en el enfado de Emmy.
– Es de mala educación leer en la mesa -declaró Emmy finalmente, protestando por su falta de atención.
Se volvió, sorprendido.
– Oh, lo siento; pensé que no querías hablar, o al menos conmigo -cerró el informe que había estado leyendo y se quedó esperando.
Emerald se sintió como una tonta. Después de quejarse porque la había estado ignorando, sintió que tenía que decir algo. Pero al ver su mirada tranquila y distante no podía pensar en otra cosa que no fuera la noche anterior, cuando la había besado. Desesperada, hizo un gesto con la mano hacia los papeles que Brodie había estado leyendo y le pegó un golpe al vaso de zumo de naranja, que salió volando; aterrorizada comprobó cómo el líquido se vertía sobre la carpeta.
La azafata se dio cuenta del pequeño desastre e inmediatamente limpió la mancha más grande con un trapo. Brodie sacó los papeles de la carpeta y los limpió con su servilleta.
– ¿Le importaría tirar esto?
– Claro señor, y ahora mismo le traigo otro zumo a la señorita.
– No -dijo Emmy rápidamente-; no hace falta, gracias -cuando el hombre se hubo alejado, Emerald se volvió a Brodie-. Lo siento, ¿te he estropeado los papeles?
– No, no pasa nada -agarró la cartera y los metió dentro, pero no antes de que ella consiguiera ver el nombre escrito al principio de la página.
– ¡Dios mío! ¿Es cliente tuyo? -preguntó, un tanto sorprendida-. ¿Desde cuándo las estrellas del pop millonarias son clientes de Broadbent, Hollingworth y Maunsel? -le preguntó.
– Desde que estoy yo allí.
Emmy no era el tipo de persona a la que le gustase quedarse en silencio y vio que ésa era su oportunidad para romper el hielo.
– Cuéntame, entonces.
Brodie la contempló un momento. Emmy tenía los ojos verdes, moteados de un avellana dorado, y unas cejas oscuras y delicadamente arqueadas. Era una muchacha muy bella y por ello resultaba más peligrosa. Sin embargo, y a pesar de ello aceptó contarle algo sobre él.
– Conozco a Chas desde la escuela de primaria.
– ¿Chas?
– Así es como se llama: Charles Potter.
– Ya veo por qué se ha cambiado de nombre.
– Cuando le ofrecieron su primer contrato no podía permitirse contratar a un abogado y por eso su madre le sugirió que me pidiera consejo, ya que yo iba a estudiar derecho.
– ¿En serio?
– No todos nacemos con dinero, Emmy.
– Bueno, ¿y qué pasó con el contrato?
– Pues finalmente le aconsejé que firmara un contrato por cinco años. A ellos les interesó y al final todo salió bien. Por eso todavía sigo gestionando sus contratos.
– Es una bonita historia, Brodie. ¿Todavía sigue aconsejando gratis?
– De esa manera consigo a mis mejores clientes y a veces también a los peores. Dirijo también un despacho en una asesoría situada en una de las zonas más pobres de Londres.
– Un hombre muy comprometido.
– Un hombre que podría aconsejarte gratis ahora mismo -dijo muy serio-. Toma el siguiente tren que te lleve a casa, Emmy. Siempre es un error precipitarse con el matrimonio y, si Fairfax tiene sentimientos sinceros, esperará a que tu padre ceda.
Emmy agarró la novela, pero antes de abrirla lo miró y le sonrió con una sonrisa enigmática.
– Crees que va a ser fácil convencer a Kit para que acepte el dinero de mi padre, ¿verdad?
– Sí.
– Te has equivocado con él, ¿sabes?
A Brodie le sorprendió la intensa sinceridad con la que le habló, pero tenía razón: estaba seguro, como Carlisle, de que sería simplemente una cuestión de cifras. Pero mientras Emmy se recostaba en el asiento a leer, se imaginó en la piel de Kit Fairfax. Si Emmy lo amaba, ¿cuánto le costaría hacerle cambiar de opinión?
En ese momento se dio cuenta de que más valdría que pensara bien en lo que iba a hacer si Kit rechazaba el soborno.
A última hora de la tarde, el tren llegaba a Marsella. En media hora estaban sentados en el cómodo Renault que Brodie había alquilado.
– Bueno, Emmy, estamos en el sur de Francia. ¿Hacia dónde vamos ahora?
– Vamos hacia el norte y luego hacia el este.
– ¿Al norte y luego al este? -la miró algo divertido-. Perdóname, pero la verdad es que no estás siendo muy precisa. ¿Adonde vamos exactamente?
– Iré dándote instrucciones según vayamos acercándonos -dijo, saliéndose por la tangente.
– Pero así no; dentro de unas horas se hará de noche y no quiero acabar perdido en una remota carretera comarcal -que parecía que era lo que ella deseaba.
– Entonces ve hacia el norte, Brodie, y ya te diré cuándo tienes que desviarte. No te preocupes, me oriento de maravilla.
– ¿Por la noche también? ¿En serio?
– Claro que sí -dijo sin mirarlo a los ojos.
La miró pensativo antes de arrancar el coche y, saliendo del garaje, se dirigió hasta la intersección más cercana.
– ¡Te has equivocado, Brodie! Te he dicho que te dirigieras hacia el norte.