Capítulo 5

– Decirme al norte no es suficiente, Emmy. Llevo sentado en un tren desde las siete y media de la mañana y no pienso pasear por toda Francia como si fuéramos de caza. Pasaremos la noche en Marsella y saldremos a primera hora de la mañana, una vez que me hayas explicado exactamente adonde vamos.

Lo miró de hito en hito, sin poder dar crédito a sus oídos.

– Pensé que tenías prisa por terminar con todo este asunto.

– Y la tengo -se encogió de hombros-. Pero no tanto como para conducir de noche sin tener idea de adonde voy. Además, es una pena que estemos en la ciudad donde es famosa la bullabesa y no nos tomemos una.

Como Emerald se había negado a decirle exactamente adonde iban, temerosa de que la dejara atrás y fuera él solo a hablar con Kit, Brodie estaba raro desde por la mañana. Pero él pensaba que ella no tenía dinero y que dependía totalmente de él.

– Odio la bullabesa -dijo, acomodándose en su asiento.

– No hace falta que la comas. Conozco un restaurante cerca del viejo puerto donde estoy seguro de que encontrarás algo que te guste, al menos disfrutarás de las vistas. Quizá podríamos alquilar una barca hasta el Castillo D'If por la mañana; así te enseñaré la celda en la que estuvo encarcelado el Conde de Montecristo.

– No digas tonterías, Brodie. El Conde de Montecristo es una novela, es ficción.

– Lo sé -contestó, burlándose de ella un poco-. Pero tampoco existió Sherlock Holmes y la gente sigue escribiéndole a su residencia de Baker Street.

– Cualquiera pensaría que estás de vacaciones -dijo enfadada-. Está en juego mi futuro; ¿es que no te lo estás tomando en serio?

– Me cuesta bastante trabajo -confesó-. Puede ser que Hollingworth a una excursión de este tipo la llame trabajo, pero él está más acostumbrado a estas cosas que yo -hizo una pausa, pero ella no le contestó-. ¿Has hecho algo así antes?

Emmy se puso colorada.

– Estoy segura de que mi padre te ha dado ya todos los detalles.

– Algunos sí -coincidió.

Gerald Carlisle le había contado que Emmy se había enamorado de un persuasivo cazadotes, que se había fugado con ella de una mansión donde su padre y ella pasaban unos días con amigos. Brodie sospechaba que había sido un caso de amor de verano algo descontrolado; un verdadero cazadotes le habría costado aún más dinero.

– Acababa de cumplir los dieciocho, Brodie; no era más que una niña -dijo-. Esta vez sé muy bien lo que hago.

– Quizá sí, Emmy -cuando descubriera qué estaba haciendo a lo mejor podría hablar con Fairfax-. Pero como había planeado tomarme unos días de vacaciones este mes, he decidido combinar el trabajo con el placer.

– ¿De verdad? ¿Y qué fue lo que hiciste Brodie? ¿Llamar a tu secretaria ayer por la noche y pedirle que cancelara todas tus citas?

– No he tenido otra alternativa. Aparte de una agenda llena de compromisos, tuve que pedirle que se encargara de devolver el coche que me prestaron cuando te llevaste el mío -sonrió-. Creo que al menos le debes a Jenny un ramo de flores por obligarme a sacarla de la cama. Si lo haces, no volveré a quejarme.

La verdad era que no se sentía bien por haberse llevado su coche y no deseaba que se lo recordara continuamente.

– ¿Me lo prometes?

– Te doy mi palabra de honor.

Emmy permaneció en silencio hasta que Brodie se paró a la puerta de un pequeño hotel.

– Hablabas en serio, ¿verdad? -dijo mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad-. ¿Por qué no te olvidas de mí y te vas de vacaciones?

– Porque soy una persona seria. De todas maneras, no me importa relajarme esta noche y olvidar el motivo por el que estamos aquí durante unas horas. ¿Por qué no intentas hacer lo mismo? -a lo que Emmy le contestó con una mirada de sospecha-. Venga -dijo Brodie sonriendo y ofreciéndole la mano-. Lo mejor será que aceptes que el único trayecto que vamos a recorrer esta noche será un relajado paseo bajo el fuerte para contemplar la puesta de sol sobre el puerto antiguo.

Emmy pensó que tenía razón, pero al darle la mano para que la ayudara a salir del coche se recordó a sí misma que no podía hacérselo saber.


El propietario del hotel, un tal Monsieur Girard, era un viejo amigo de Brodie, y lo recibió calurosamente.

Hizo un esfuerzo por seguir la conversación, pero los dos hombres hablaban demasiado deprisa como para que ella pudiera enterarse de todo con lo poco que sabía.

– Tienes una secretaria muy eficiente -le dijo Emmy cuando se dio cuenta de que la decisión de quedarse a pasar la noche en Marsella no había dependido de que ella no quisiera decirle adonde iban.

Brodie notó el tono sarcástico y se encogió de hombros como respuesta.

– Sabía que no íbamos a llegar hasta bien entrada la tarde y le pedí que llamara y reservara una habitación -terminó de rellenar la ficha en el mostrador-. Deberías quitarte ese miedo que tienes a volar, Emmy. Así podríamos haber llegado aquí hace horas y en estos momentos estarías en brazos de tu amor -terminó con cierto cinismo-. Claro está, si esa fobia es real -dijo poco convencido.

Tomó la llave que le dio el dueño y, agarrando las maletas con una mano, se dirigió al anticuado ascensor.

– ¿Una llave? -preguntó Emerald.

Brodie se puso tenso.

– Sí, una llave, y, además, en estos hoteles antiguos no hay habitaciones con dos camas.

– ¿De verdad? Entonces espero por tu bien que el suelo sea cómodo, Brodie.

– No sería la primera vez que duermo en el suelo; sólo espero que no entre corriente por debajo de la puerta.

– ¿Crees que me escaparía en Marsella a mitad de la noche? -dijo sonriendo.

– No lo parece cuando lo dices así, pero conociendo tus antecedentes hasta la fecha, sería una estupidez ignorar la posibilidad. Y por si hay una cañería a mano te advierto que voy a dejar todos nuestros papeles y dinero guardados en la caja fuerte del hotel durante la noche -y como si pudiera leerle el pensamiento continuó diciendo-. Quizá no necesites el pasaporte para viajar en Francia, Emmy, pero lo necesitarás para casarte -hizo una pausa-, aparte de un certificado de nacimiento, una declaración jurada de residencia en Francia, un certificado médico, un certificado de la embajada británica en Francia…

– Qué bien te lo sabes -dijo interrumpiéndolo.

– Es parte de mi trabajo. En Francia se toman el matrimonio muy en serio, como te habrías dado cuenta si te hubieras informado de ello antes de lanzarte a esta locura de plan -le dijo al tiempo que el ascensor se paraba bruscamente.

Estaba tranquilo porque sabía más del tema que ella, pensaba Emmy al salir del ascensor. Ésa era buena señal, así se relajaría, bajaría la guardia. Desde entonces, Emmy decidió que se portaría bien, muy bien.

Al entrar en la encantadora suite decorada con muebles antiguos de estilo provenzal, Emmy vio que había un sofá enorme de cómodo aspecto en una especie de salita contigua al dormitorio. Parecía que Brodie le había estado tomando el pelo al decirle que tendrían que compartir la gran cama que dominaba el interior de la alcoba.

– ¿No dijo nada tu secretaria cuando le dijiste que alquilara una suite?

– Mi secretaria no sabe que estás conmigo -señaló.

– Entonces ¿para quién creería que era el otro asiento en el tren?

– Tuve la discreción de reservar yo mismo los asientos.

– ¿No quieres que nadie se entere? -le preguntó, volviéndose para mirarlo.

– Si deseas que monte un espectáculo y que se enteren todos los medios de comunicación, Emmy, a mí la verdad es que me da igual. Simplemente estoy actuando como agente de tu padre y…

– ¿Quieres decir que sólo obedeces órdenes? -de pronto la expresión del rostro de Brodie se ensombreció y supo que lo había molestado.

Sabía que lo que había dicho era algo imperdonable, horrible y, arrepentida al instante, se acercó a él.

– Brodie… -comenzó a decir, pero él la cortó.

– Esta es una situación que me repele totalmente. Sin embargo, como estoy de acuerdo de corazón con la opinión de tu padre sobre algunos hombres avariciosos que quieren aprovecharse de muchachas malditas con la abundancia del dinero, haré todo lo que esté en mi mano para llevar a cabo sus deseos -y levantando el maletín del suelo fue hacia la puerta-. Te dejaré usar el baño primero, Emmy, y te sugiero que aproveches para lavarte la boca también.

No podía dejarlo así y lo siguió, agarrándolo de la manga para detenerlo.

– Lo siento, Brodie -espetó-. De verdad.

– Yo también -miró señaladamente a donde ella le estaba agarrando e inmediatamente lo soltó-. Quédate todo lo que quieras en el baño; yo voy a tomarme una copa.

Emmy pegó un respingo cuando la puerta se cerró con firmeza y se apoyó en ella notando un ligero escalofrío.

– Maldita sea -murmuró.

Su padre seguramente le habría contado que era una niña mimada y ella no había hecho más que confirmárselo con aquel comentario tan fuera de tono.

Se dio cuenta en ese momento de que no podía permitir que Brodie tuviera aquella opinión de ella; no deseaba que pensara que era una inconsciente que no hacía más que buscarle problemas a su padre.

Pero ¿qué podía hacer? La gente se limitaba a pensar que era como su madre: rebelde, irresponsable y egoísta; pero ella no era así. Oh, claro, había tenido sus momentos malos como cualquier jovencita, pero su riqueza y el hecho de tener una madre con una conocida colección de amantes, la habían colocado en el punto de mira, con lo que cualquier pequeña indiscreción era multiplicada por mil.

Pero lo más injusto era que su madre nunca se habría metido en ese tipo de lío, o de haberlo hecho habría abandonado al mínimo contratiempo.

Pero Brodie se daría cuenta de que Emerald Carlisle no era una cobarde; a diferencia de su madre, ella nunca dejaría tirado a un amigo, a un familiar o a un amor sólo porque las cosas se pusieran difíciles. Llegaría hasta el final de todo aquello y se negaba a permitir que su padre o Brodie se lo impidieran. Sólo Kit podría detenerla, y por ello quería hablar con él antes de que lo hiciera Brodie.

¿Por qué la vida le ponía a uno entre la espada y la pared cuando en principio todo le había parecido tan sencillo?

¿Por qué narices Kit se había tenido que ir a Francia en aquel preciso momento? No había sido capaz de convencerlo: él se había limitado a besarla distraídamente en la frente y a decirle que no se preocupara por él y que las cosas se arreglarían solas. Pero Emmy sabía que aquella actitud de Kit no era la correcta; nada se arreglaría solo si uno de ellos no hacía un esfuerzo.

Y después, como si no hubiera tenido bastantes problemas, Hollingworth se había marchado a cazar a Escocia dejándola a la merced de Tom Brodie, cuya imaginación funcionaba a la perfección y que no respondía de manera predecible cuando alguien lo provocaba.

Se enjugó una lágrima de la mejilla y pensó en el día siguiente, cuando tendría que zafarse de su inteligente perro guardián para llegar a Kit antes que él. Pero esa noche le esperaba un paseo por el viejo muelle seguido de una cena iluminada con velas y quizá la oportunidad de reparar su error a los ojos de Brodie.

Aquella noche se portaría bien, pero aún le quedaba un rato a solas y lo aprovecharía para darse una vuelta por los pasillos y averiguar la distribución del hotel; indudablemente sería la única oportunidad que tendría para escapar.


Brodie se había quitado la cazadora y estaba echado en una tumbona, aprovechando los últimos rayos del sol. Se quedó mirando la copa de pastis que tenía en la mano, comparando su color opaco tan impenetrable como los problemas que planteaba Emerald Carlisle. Se sintió de pronto inquieto. ¿Qué diantres estaba haciendo recorriendo el sur de Francia con una heredera que se había fugado? Todo ello le recordaba a una de esas comedías románticas de los años cuarenta, con Cary Grant; excepto que en esa ocasión no había nada gracioso, al menos para él.

Cerró los ojos sin saber lo que le ocurría; no era normal en él perder la cabeza por una cara bonita. Pero, de no ser así, habría llamado a su padre y le habría contado todo en vez de estar con ella en Marsella, compartiendo la suite de un hotel. Entonces ¿por qué no había obrado con más sentido común?

Por encima de la mezcla de olores del tráfico y el puerto, el olor de Emmy seguía en su memoria, junto con la sensación de tenerla entre sus brazos, el sabor de su boca cuando sus labios se unieron a los suyos, y sabía por qué.

Ella no lo había hecho adrede: había querido distraerlo, atontarlo… y había conseguido seducirlo por un momento. Recordó su manera de mirarlo un rato antes, con aquellos ojazos verdes, dorados, cuando intentaba disculparse. Le había costado toda su fuerza de voluntad reprimirse y no tomarla de nuevo entre sus brazos.

Maldita sea, tendría que haberla llevado directamente hasta donde estuviera Fairfax y haber arreglado todo aquella noche. La había llevado hasta allí para hacer que se retrasara, aunque no por bien de ella sino por su bien. Quería conocerla, comprender lo que la empujaba a hacer todo aquello. Y podía jurar que no era un amor apasionado por Kit Fairfax, o quizá quisiera creerlo…

Decidió llamar a su despacho para ver si tenía algún mensaje de Mark Reed.

Del investigador no había ninguno, pero Gerald Carlisle le había dejado varios.

– Está loco por saber si has hablado con un tal Fairfax -le dijo Jenny-. Supongo que sabes a quién se refiere.

– Desgraciadamente, sí, y la respuesta es no. He descubierto que está en el sur de Francia y espero poder hablar con él mañana, eso es todo. ¿Algo más?

– Esto, me preguntó si habías visto a su hija, pensó que a lo mejor la habías llevado hasta Londres en el coche. Le dije que a mí no me habías comentado nada -hizo una pausa-. Sólo querías que te reservara una suite, ¿verdad?

– Sí, Jenny, entendiste bien.

– Me alegro. Ah, por cierto, no me explicaste por qué tuviste que pedir prestado ese Volkswagen lila.

– No, Jenny, no te lo he explicado y, si sigues interrogándome así, no te lo pienso contar.

– Pues entonces llamaré a Betty y se lo preguntaré.

– ¿Betty?

– Sí, esa señora tan dulce que llamó para darte las gracias por haberle devuelto el coche tan rápidamente y por los preciosos regalos -Jenny hizo una pausa-. Me pidió que te dijera también que las cartas dicen que no te fíes de las apariencias en los asuntos del corazón, que las apariencias engañan. ¿Entiendes?

– Igual que entiendo todo lo que está pasando esta semana -replicó mordazmente-. Si vuelve a llamar, pregúntale si puede localizar a Kit Fairfax a través de las cartas.

– No esperaré a que me llame ella, la llamaré yo ahora mismo. Tom, ¿quieres que le diga al señor Carlisle que su hija está contigo, o prefieres que no se entere?

– Puedo conseguir otra secretaria en cualquier momento, Jenny. Les pediré que te sustituyan por una de esas rubias de piernas largas.

– Y yo que pensaba que las pelirrojas de piernas largas eran las favoritas del mes. Le daré recuerdos a Betty de tu parte, ¿vale?


Al volver a la suite, Brodie se dio cuenta de que Emerald le había tomado la palabra cuando le había dicho que se tomara todo el tiempo necesario. Estaba envuelta en un albornoz cuando llamó a la puerta de la habitación.

Al verla se detuvo bruscamente.

– Lo siento, pensé que ya te habrías vestido.

– ¿Ah sí? -dejó un momento el pincel de la máscara de pestañas para mirarlo y entonces se dio cuenta de que tenía una mancha en el pantalón-. ¿Te ha sentado bien la copa?

– No en especial -se dirigió al cuarto de baño-. ¿Si te paso los pantalones se los darás a Madame Girard, por favor? Está esperando fuera para pasarles una esponja y plancharlos.

Dejó la máscara de pestaña y se quedó esperando a la puerta del baño mientras él se quitaba los pantalones.

– Tanta intimidad resulta deliciosa, Brodie -le dijo desde el otro lado de la puerta-. ¿Pero crees que es lo que mi padre tenía en mente cuando te ordenó que no te detuvieras ante nada para impedir que me casara con Kit?

– ¿Que no me detuviera ante nada? -Brodie no recordaba que Gerald Carlisle se hubiera expresado sus instrucciones en aquellos términos-. Me parece un poco exagerado.

– A grandes males, grandes remedios. Kit, tú lo sabes, no es el tipo de hijo político que desea mi padre.

– De eso ya me había dado cuenta -Brodie empezó a vaciarse los bolsillos del pantalón en una pequeña mesita justo pegada a la puerta del baño-. ¿Qué inconvenientes ve en el chico?

– ¿Es que no te has leído ese informe tan extenso que te ha dado?

– No del todo; lo cierto es que no he tenido mucho tiempo -no había podido sacarlo y leerlo en el tren al lado de ella y la verdad era que no le apetecía nada leerlo; prefería conocer la historia por boca de Emmy, durante la cena.

– Bueno, pues déjame que te cuente -dijo Emerald amablemente-. Kit es pintor, la cual, por sí sola, es una razón suficiente como para eliminarlo de la lista de yernos. Luego, viene el problema del dinero, que no tiene…

– Y por ello está a punto de perder su estudio.

– No va a perderlo.

– Sí se casa contigo, no lo perderá.

Lo miró furiosa.

– Y por último, y seguramente esto es lo peor, lleva el pelo por los hombros. ¿No cree que esta combinación le hace ser el marido menos adecuado?

– No necesariamente…

– A Hollingworth le decepcionaría mucho oírte decir eso, Brodie, y lo mismo pensaría mi padre. ¿Estás seguro de ser el hombre adecuado para hacer el trabajo? No es demasiado tarde; todavía podrías llamar a Hollingworth y sacarlo de su matanza ritual por tierras escocesas.

– Simplemente un marido de lo menos adecuado para ti. Mientras que tú, Emerald, podrías ser el sueño de Fairfax hecho realidad -para ser sincero el sueño de la mayoría de los hombres, y eso sin la herencia de millones de libras de su abuela.

– Eso es muy cínico por tu parte, Brodie. ¿Es que no crees en el verdadero amor?

– No cuando una de las partes tiene tantas ventajas.

– Todavía no conoces a Kit en persona -contestó ella, al tiempo que él le pasaba los pantalones-, por lo que no estás en posición de juzgar. Algún día se convertirá en un gran artista.

– ¿Y tú serás su inspiración? No te veo como el tipo de mujer que desee vivir a la sombra de otra persona.

Lo miró sorprendida.

– Será mejor que le dé estos pantalones a Madame Girard si queremos salir a cenar esta noche.

– Buena idea, y por si acaso se te había ocurrido hacerles algo a los pantalones, te aviso que tengo otros.

– Prometo que esta noche me portaré bien. Tengo hambre y sé que, si rajara los pantalones con mis tijeras de manicura, me castigarías a irme a la cama sin cenar.

– Muy posiblemente, y sería mi obligación asegurarme que no te escaparas de aquí -esbozó una sonrisa diabólica, traviesa-. Eliges tú.

Y de pronto dejó de mirarlo y echó una ojeada a la cama y él notó como un leve rubor le coloreó las mejillas antes de que volviera sus grandes ojos color avellana hacia él. Por un segundo el tiempo pareció detenerse y nada importaba salvo esas dos personas a solas en una habitación…

Alguien interrumpió el instante llamando con fuerza a la puerta y Emmy se dio la vuelta y salió del dormitorio sin mediar palabra.

Brodie cerró la puerta del cuarto de baño y se apoyó contra ella al tiempo que emitía un largo suspiro. Hacía mucho tiempo que no sentía la necesidad de darse una ducha fría, pero en ese momento creyó necesitarla. De pronto se le ocurrió que, para ser un abogado al servicio de su padre, estaba pasando demasiado rato en diferentes habitaciones con Emerald Carlisle.

Lo cual, si ella estaba enamorada de Kit Fairfax tal y como decía, no debería de haber planteado ningún problema. Entonces, ¿por qué resultaba tan turbador para ambos?

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