Capítulo 8

Brodie estaba ciego de rabia. No había pegado ojo; ni siquiera lo había intentado. En su lugar se había pasado la noche repasando el informe que Carlisle le había dado, intentando descubrir qué era exactamente lo que le inquietaba de todo aquel asunto. Estaba intentando encontrar algo que pudiera utilizar para convencer a Kit Fairfax de que se olvidara de aquella boda sin tener que recurrir al dinero, porque si lo aceptaba Emmy nunca más confiaría en ningún otro hombre.

Pero Mark Reed no había averiguado nada acerca de Kit Fairfax que pudiera utilizar para presionarlo. No había drogas de por medio, ni había estado casado, ni tenía hijos ilegítimos. Se trataba simplemente de un pintor más que se buscaba la vida.

Sabía que Emmy había estado un par de veces en su estudio y que hacía unas semanas había pasado la noche allí. Se obligó a sí mismo a ahogar los celos agobiantes que experimentó al leerlo en el informe. Los celos no servirían de nada en esos momentos y los sentimientos no harían más que empañar su buen juicio.

Siempre había sido Emmy la que había ido al estudio de Fairfax, pero a él nunca se le había visto ir al apartamento de Emmy. En cada ocasión se había quedado un par de horas, y a veces habían ido juntos a un bar de la zona para tomar algo; después ella había vuelto a casa o había ido a visitar a otros amigos.

Nunca la había llamado al trabajo, le había enviado flores o se había comportado como un hombre perdidamente enamorado. Aquello no se asemejaba en absoluto al apasionante romance que Emmy le había hecho creer a su padre; o quizá fuera eso lo que Brodie quería creer.

Sin embargo, Gerald Carlisle debía de haber tenido algún motivo para pedirle a Reed que investigara a Fairfax.

Se inclinó a recoger un papel que se había caído al suelo. Era un recorte de una revista del corazón en el que aparecía una foto de Emmy muy elegante en una subasta de caridad. El hombre al que miraba embelesada era Kit Fairfax.

Si le hubieran pedido que diera su opinión hubiera dicho, simplemente que Emmy se había lanzado a aquel hombre. Si el romance no era cosa de dos entonces a lo mejor aquel hombre era un incauto.

Levantó la vista y miró por la ventana del hotel; una chica, dos días y su vida nunca volvería a ser la misma… pasara lo que pasara.

Pero posponer los acontecimientos no iba a arreglar nada. Metió las maletas en el coche, pagó la cuenta, pero Emmy todavía no había aparecido. Continuó mirando a la ventana, negándose a volver a subir a la suite y deseando haberle pedido que bajara al terminar el desayuno. Pero de nada servía alargar las cosas y decidió volver a entrar. Subió las escaleras de dos en dos hasta el primer piso.

– ¿Emmy, estás lista? -llamó, al tiempo que abría la puerta-. Vayámonos ya -añadió sin esperar respuesta.

No estaba en la salita; la puerta de la habitación estaba abierta y al acercarse oyó el ruido del agua corriendo y se encogió de hombros. Volvió a la salita y miró a su alrededor para asegurarse de que no se dejaban nada.

No había nada más que su bolso, el bollo al que le había dado sólo un mordisco y la taza de café que él le había servido, entera. Miró de nuevo hacia el dormitorio, poniéndose de pronto nervioso. ¿Estaría enferma? Quizá el cambio de agua, la comida…

– ¿Emmy? -repitió-. ¿Estás bien? -cuando no contestó llamó a la puerta del baño-. ¿Emmy? -giró el pomo y abrió un poco la puerta.

Y súbitamente lo vio todo claro. No necesitaba ver el agua corriendo, ni abrir la puerta de par en par para saber que se había marchado.

No se detuvo a cerrar el grifo, ni se paró a insultarse a sí mismo por haber sido tan imbécil; tenía que encontrar a Emerald Carlisle inmediatamente.

Salió hecho una exhalación y estuvo a punto de derribar a la camarera. La agarró para que no se cayera, deshaciéndose en disculpas. Al volverse pensó que podría haber visto a Emmy saliendo del hotel por la salida trasera.

Excusez moi mademoiselle -empezó a decir-. ¿Avez vous…?

Pero antes de que pudiera acabar la frase la chica puso a hablar muy nerviosa, excusándose por lo ocupada que estaba y lo tarde que era y metiéndose en la habitación más cercana en su deseo por evitarlo.

Aquella reacción de pánico tan evidente le hizo sospechar. Podría haberle querido preguntar cualquier otra cosa, incluido algo tan mundano como la hora. Pero por la forma en que había reaccionado se diría que tenía la respuesta a la pregunta que pensaba hacerle y que tenía algo que ocultar.

La siguió hasta la puerta.

– ¿Hacia dónde se fue? -le preguntó en francés, sin más preámbulos-. ¿Le prestó usted dinero? -sacó su cartera con la intención de devolvérselo.

– ¡Non, non, monsieur! -puso las manos delante para que él no se le acercara.

Era muy joven y estaba muy nerviosa. Se dio cuenta de que no llegaría a ningún sitio asustando a la muchacha y entonces le explicó pacientemente que sólo deseaba devolverle lo que era suyo.

Meneó la cabeza como atontada y sacó el billete de cien francos para que él lo viera.

Entonces Emmy había tenido dinero todo el tiempo. Se preguntó cuánto tendría.

– ¿Adonde iba? -le preguntó tranquilamente, pero con firmeza-. Dígamelo ahora o tendré que llamar a Madame Girard -el prospecto de ser interrogada por aquella mujer indomable aterró a la chica y se echó a llorar.

Brodie levantó la mirada al techo. Sabía Dios lo que le había contado Emmy a aquella chica; aunque no mucho, ya que no hablaba casi nada de francés. Además, tampoco habría tenido mucho tiempo.

Le tendió un pañuelo a la muchacha, intentando resistir la impaciencia que empezaba a irritarlo, y espero a que se calmara. Luego se puso a convencerla de que no quería hacerle daño a Emerald.

Mademoiselle, ella corre un grave peligro -dijo en voz baja, pero con urgencia; la chica abrió los ojos como platos-. Tengo que encontrarla antes de que cometa una locura -la chica siguió mirándolo de la misma manera-. La amo -declaró desesperado, al tiempo que zarandeaba ligeramente a la muchacha por los hombros-. La amo -repitió las palabras como si acabara de descubrir una verdad insospechada-. Le juro que nunca le haría ningún mal.

Treinta segundos más tarde estaba montado en el coche, dando marcha atrás en el aparcamiento para dirigirse a Aix. Mientras, la camarera del hotel estaba sentada en la cama que tenía que cambiar con un billete de cien francos en cada mano y una sonrisa de oreja a oreja.

Aix no era una pista demasiado buena, pero al menos era un comienzo. Una vez allí lo más seguro sería que Emmy tuviera que llegar hasta alguna casa de campo o granja perteneciente a sus amigos. Sólo tendría que telefonear desde el pueblo y Fairfax iría a buscarla. Luego sería como buscar una aguja en un pajar.

Como le pilló un atasco en un cruce, sacó el teléfono móvil y marcó el número de Mark Reed.

– ¿Mark? Soy Tom Brodie. ¿Qué más tienes para mí?

– No mucho. Ninguno de los amigos y amigas de la señorita Carlisle parece saber adonde iba, o si lo saben no quieren decirlo. La única pista que tengo es una postal que Fairfax ha enviado a su vecino de al lado, en la que le dice que las cosas se están alargando más de lo previsto y que continúe dándole de comer a su gato hasta que vuelva a casa.

– ¿Las cosas?

– Sé lo mismo que tú. El matasellos está muy borroso pero el dibujo es de un cuadro de Cézanne de una montaña…

– ¿La Montagne de Sainte Victoire?

– Eso es. En la postal dice que es la vista que tiene desde la ventana de su granja.

– La conozco. Desgraciadamente se ve desde la mitad de esta región, pero al menos estoy en la zona adecuada. Gracias, Mark, creo que me resultará útil.

– Se te ha escapado otra vez, ¿eh? Eso se le da de maravilla a la señorita Carlisle; a mí también me lo ha hecho.

– Estoy pensando en utilizar esposas la próxima vez -dijo Brodie un poco tenso.

– La pobre chica ha estado esposada, metafóricamente hablando, desde que tuvo uso de razón. Carlisle debería intentar confiar en ella por una vez; es su hija, no su esposa -pareció vacilar-. Es buena chica, Tom.

– Sí -el tráfico empezó a hacerse más fluido-. Cuéntame, tú que los has visto juntos. ¿Dirías que están enamorados?

– No sabría decirte. Ella siempre se mostraba muy coqueta con él, pero, como te he dicho, sabía que la estábamos vigilando. Puede haber sido un juego para hacer de rabiar a su padre, me entiendes ¿no?

– Sí, sé exactamente a lo que te refieres -dijo con sentimiento; sabía que a Emmy le gustaba provocar-. Gracias Mark, hasta luego.

El embotellamiento desapareció y salió del centro de la ciudad en dirección a Aix. Alcanzó el autobús después de unos diez kilómetros.

«Un autobús», pensó. Aunque quizá no fuera el correcto. La posibilidad de que la camarera le hubiera mentido para protegerla también se le ocurrió, pero al recordar lo nerviosa que se había puesto le pareció poco probable.

¿Por qué no había dejado de intentar darle el esquinazo? ¿Qué tendría que decirle a aquel hombre que pudiera cambiar tanto el resultado de los acontecimientos? Fuera lo que fuera, ella no creía que el amor por sí solo resultara suficiente.

Era aquella creencia lo que le empujaba a continuar. Al fin y al cabo, la celebración del matrimonio no era un peligro inminente. Pero había algo más… y se negaba a que una muchacha de piernas largas lo venciera, aunque estuviera loco por ella.

Se colocó a unos coches de distancia detrás del autobús y cruzó los dedos mentalmente, esperando que la señorita Carlisle no hubiera tenido tiempo para algo tan complicado como dejar pistas falsas.

No; además, estaba la postal de Kit. Frunció el ceño y agarrando el móvil presionó la tecla de la rellamada.

– ¿Mark? Soy yo otra vez. ¿En la postal decía Fairfax mi granja?

– Creo que sí; espera un momento -se hizo una pausa mientras consultaba su libreta de notas-. Sí, eso es lo que dice. Ah, creo que ya sé adonde quieres llegar. Te llamo en un rato.


Emmy había elegido un asiento de pasillo en el autocar. Lo último que le hacía falta era que Brodie pasara con el coche y divisara la mata de pelo zanahoria que destacaba entre las oscuras cabelleras de los lugareños. Debería de haberse puesto un sombrero o un pañuelo, pero no se había llevado ninguno. ¿Además, cómo podía haberse imaginado que iba a tener que esconderse en un autobús?

Se inclinó hacia delante para mirar por la ventanilla, cuyo asiento estaba ocupado por una señora muy gorda. Los coches pasaban a toda velocidad pero no había señales de Brodie. Intentó recordar exactamente lo que le había dicho: hacia el norte y luego hacia el este. ¿Sería capaz de dar con la dirección correcta a tiempo?

Estaban entrando en un pueblo y el autocar se detuvo a un lado de la carretera. La mujer que estaba sentada a su lado se levantó para salir y Emmy hizo lo propio para dejarla pasar. En ese momento, mientras los coches adelantaban y pasaban junto al autocar a toda velocidad, miró por el cristal trasero del autobús, y fue a hacerlo directamente a la cara de Brodie. Por un instante se quedó inmóvil, incapaz de reaccionar.

El autobús reanudó la marcha y la lanzó hacia un lado, resolviéndole el problema. Emmy volvió a sentarse cuidadosamente e intentó pensar sin mirar hacia atrás. ¿Qué le habría hecho a la pobre camarera para conseguir que le diera la información? Sí, lo sabía porque sería exactamente lo mismo que ella hubiera hecho. ¿Pero qué otra cosa podía haber esperado de él? Fue su inteligencia lo que tanto le había impresionado cuando la dejó escapar de Honeybourne Park. Y, desde entonces, no le había ido a la zaga en cuanto a ingenio, respondiendo a cada movimiento suyo con una insistencia que la estaba volviendo loca.

Durante un rato, el autobús había sido su guarida, su salvación; pero después de verla Brodie, estaba atrapada en él. En cuanto bajase, Brodie estaría allí y no esperaba que estuviera tan amable como cuando le había dado el golpe al coche.

Le daría las gracias como se merecía cuando todo aquello hubiera terminado. Una breve sonrisa iluminó su rostro cuando por un momento se deleitó con la dicha por llegar. Pero en ese momento lo más importante era librarse de él. Lo único que necesitaba era una hora…

El conductor del autocar utilizaba una radio para hablar con la central de control y al verlo se le ocurrió una idea.

Pero inmediatamente la rechazó. No podía hacerle eso a Brodie, sería tremendo, jamás se lo perdonaría… Pero tenía que pensar en Kit…

Se levantó y fue hacia la parte delantera del autobús.

Pardon -empezó con timidez-. Parlez vous anglais? -el conductor la miró y meneó la cabeza.

Consciente de que todos los demás pasajeros la estaban mirando, se volvió y se dirigió a ellos:

– Por favor -dijo-. Me sigue un extraño; el coche que lleva es robado -señaló a la parte de atrás del autocar; todos se volvieron a mirar atrás y luego la miraron, de nuevo expectantes-. Un stalker! -intentó, un tanto desesperada pues se acercaban a Aix-. Un stalker anglais! -agarró el transmisor del conductor-. Appelez les gendarmes! -dijo con dramatismo.

Mientras el conductor, instado por los pasajeros, llamaba pidiendo ayuda, Emmy se dejó caer en el asiento, prometiéndose a sí misma que se apuntaría a clases de francés en cuanto estuviera de vuelta.


Brodie no estaba seguro de lo que Emmy pensaba conseguir quedándose en el autobús. Podría viajar mucho más cómoda si se hubiera bajado y montado en el coche con él.

A las afueras de Aix se dio cuenta de lo que Emerald Carlisle era capaz cuando dos coches de la policía le cerraron el paso, uno por delante y otro por detrás, obligándolo a detenerse.

Brodie paró y salió del Renault levantando ligeramente las manos mientras los gendarmes lo prendían. Pero no los miraba a ellos, sino que observaba cómo el autobús se ponía de nuevo en marcha. Emmy estaba en la parte de atrás mirándolo, y le pareció que le decía algo. ¿Podría haber sido «lo siento»? Eso le pareció.

Pero no pensaba perdonarle aquello tan fácilmente. De hecho, en ese mismo momento se arrepintió de no haber llamado a la policía cuando Emerald Carlisle le robó el coche.

Cuando los gendarmes lo esposaron sin miramientos y lo obligaron a subir al coche, se preguntó qué se habría inventado para hacer que la policía se le echara encima con tanta rapidez.


Emmy se quedó mirando por la ventanilla trasera del autocar mientras detenían a Brodie. Todos los demás pasajeros le sonreían y lanzaban vítores.

Se sentía verdaderamente fatal por lo que le había hecho, fatal por engañar a todo el autobús; no debería haberlo hecho.

Tenía que detener toda aquella farsa en ese mismo momento. Pero, cuando se puso de pie el autobús aceleró y se alejaron del lugar. Se quedó allí de pie, observando la escena con el corazón en un puño y le entraron ganas de llorar. Vio que Brodie la miraba fijamente y, desesperada, le dijo: «lo siento», articulando para que le leyera los labios. Pero ya era demasiado tarde.

En cuanto llegara a Aix iría derecha a la comisaría y les explicaría lo que había hecho; entonces lo dejarían marchar. Se acomodó en el asiento, ajena al emocionado parloteo que todo ello había generado.

Pero aunque hiciera eso, Brodie estaría tan furioso con ella que a lo mejor la dejaría en la comisaría encerrada hasta que hubiera dado con Kit y descubierto exactamente lo que había estado planeando. Quizá ni siquiera haría eso; a lo mejor se limitaría a volver directamente a Inglaterra y la dejaría allí encerrada hasta que Hollingworth fuera enviado a sacarla de otro atolladero. No se lo reprocharía en absoluto si así fuera.

Pero no podía arriesgarse, además, lo hecho, hecho estaba. Esperaría a llegar al pueblo cercano a la granja de Kit y luego llamaría por teléfono a la policía.

Sabía que Brodie iría detrás de ella. Una vez que todo hubiera terminado, él tendría que reconocer que había tenido una buena razón para hacer todo lo que había hecho. Entonces la comprendería, y la perdonaría también.

Ella haría que la perdonase. Además, no le iba a quedar otra alternativa pues, aunque su intención había sido hacer que se prendara de ella un poquito, sabía sin duda alguna que era ella la que se había enamorado de él como una colegiala. Lo cierto era que le había resultado imposible no hacerlo. Él era su media naranja, su igual, el hombre al que había estado esperando desde que Oliver Hayward la había dejado plantada después de aceptar el dinero de su padre.

Se atraían mutuamente, aunque lo cierto era que a ambos les había limitado la situación. Emmy porque tenía que seguir fingiendo hasta que todo hubiera terminado… y, Brodie, bueno, Brodie tenía un trabajo que hacer.

Aun así, pensaba, habían estado cerca en un par de ocasiones. Pero no se podía anticipar nada hasta que todo se hubiera aclarado, hasta que Kit…

Maldición, maldición. ¿Por qué diablos había resultado todo tan complicado? Si aquella metomentodo de Betty no le hubiera prestado su coche a Brodie nada de todo eso hubiera sido necesario.

Pero parecía que Brodie era capaz de meterse a cualquiera en el bolsillo con sus encantos. Menos mal que no se había dado cuenta de la facilidad con la que podría haberla engatusado… con la facilidad con la que podría haberle hecho olvidarse de todo.

O quizá sí; quizá estaba esperando a que ella tomara la iniciativa y reconociera que no había sido totalmente sincera en cuanto a Kit.

Jugueteó distraídamente con el solitario que llevaba en la mano izquierda. Era un bonito anillo que había adquirido en una tienda de segunda mano. Nunca había dicho que fuera un anillo de compromiso o que Kit se lo hubiera regalado, simplemente se limitó a ponérselo y dejó que su padre sacara sus propias conclusiones. El anillo ya había cumplido su función, pero había llegado la hora de quitárselo. El momento del engaño ya había finalizado.

El joven que estaba sentado al otro lado del pasillo la estaba observando, aparentemente fascinado con los destellos que despedía incluso el más diminuto de los diamantes. Se lo metió en el bolsillo de los vaqueros y se recogió el pelo con una mano para refrescar el calor que sentía en el cuello.

El autobús aminoró la velocidad al llegar a la estación y Emmy se levantó rápidamente, deseosa de salir de allí y organizar todo antes de que Brodie apareciera. Había conseguido que la policía lo detuviera pero su historia era tan inverosímil que muy pronto Brodie probaría que era falsa y lo soltarían.

A la puerta del autobús miró a derecha e izquierda sin saber hacia dónde ir; en ese momento el joven que había estado sentado al otro lado del pasillo se tropezó al bajar las escaleras y cayó encima de ella.

Se disculpó todo avergonzado y se alejó apresuradamente. Otros pasajeros se despidieron de ella y le desearon buena suerte.

Tenía que alejarse de allí enseguida y se puso a buscar una parada de taxis para poder llegar al otro pueblo lo antes posible.


En la comisaría, Brodie permaneció tranquilo, pues sabía que poniéndose nervioso no conseguiría agilizar las cosas. Una vez que los policías se dieron cuenta de que habían sido objeto de un tremendo engaño, se ofrecieron a ayudarlo a dar con la señorita Carlisle.


Emmy tenía hambre, pero no se atrevió a perder tiempo yendo a una cafetería. En vez de ello entró en una pastelería para comprar algo que poder llevarse a la boca en el taxi.

El precio de los pasteles salados era de veintisiete francos. Como no tenía bastante cambio para pagarlos se echó mano al bolsillo donde llevaba los billetes de cien francos. Buscó y rebuscó mientras la mujer aguardaba pacientemente, pero los billetes habían volado junto con el pequeño anillo. Entonces recordó al joven del autobús que se le había caído encima en la parada y se dio cuenta que la había limpiado el bolsillo.

El chico la había visto metiéndose el anillo en el bolsillo; los billetes los había encontrado en el mismo sitio de casualidad.

Pardon, madame -dijo, yendo hacia la puerta-. J’ai perdu ma monnaie… -bueno, al menos parecía que el idioma empezaba a surgir espontáneamente.

Al volverse para salir un señor que estaba en la tienda le aconsejó que fuera a la comisaría a denunciarlo.

En esos momentos, Brodie ya les habría dicho a la policía quién era Emerald Carlisle y lo que había hecho. La historia no los habría deleitado precisamente, y Brodie estaría de un humor…

Contó el cambio que tenía en total: veintidós francos y unos céntimos no le llevarían demasiado lejos. La única solución que le quedaba era llamar al bar del pueblo con la esperanza de que Kit estuviera allí en ese momento. O que alguien pudiera ir a buscarlo, si es que lograba explicarles la urgencia del asunto. Miró a su alrededor buscando un teléfono y vio una estafeta de correos. Seguramente allí habría uno.

El teléfono no funcionaba con dinero, solamente con fichas por lo que compró unas pocas y volvió a la cabina. Entonces se dio cuenta de que el carterista se había llevado también su libretita, creyendo seguramente que sería una cartera. ¿Cómo demonios se había llevado tantas cosas con un movimiento tan rápido?

No recordaba el número del bar. Además, Kit se lo había dado por si tenía que contactar con él; y sólo había conseguido convencerle para que lo hiciera con el pretexto de que un conocido de ella había visto uno de sus paisajes y quería contratarlo para que le pintara la vista que tenía desde la ventana de cu casa.

Y lo peor de todo era que el camino a seguir hasta la granja lo tenía escrito en la libreta; sin ella nunca sería capaz de encontrar el condenado sitio.

Emmy caminó al sol del mediodía, preguntándose qué podía hacer. ¿Llamar a su padre? ¿Decirle dónde estaba y que no tenía dinero ni para comprarse un bocadillo? ¿O debiera quizá ir a la comisaría y ponerse a merced de Brodie?

Se sacó un franco del bolsillo y lo lanzó al aire. ¿Cara o cruz?

No necesitaba hacer eso; había tomado una decisión desde la primera vez que la besó. No, había sido antes que eso. Desde el momento en que pensó que iba a besarla había adivinado que aquélla sería para ella una experiencia definitiva y que cualquier persona que conociera después sería un anticlímax. Pero no tenía intención de que hubiera otras personas.

Entonces se dio media vuelta y se dirigió a la comisaría.

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