Capítulo 7

Brodie se reclinó hacia atrás mientras el camarero servía la comida, y aprovechó la oportunidad para recuperarse un poco del beso. ¿A qué diantres estaba jugando aquella chica? ¿Era consciente de lo que estaba haciendo? ¿Es que no se daba cuenta del efecto que tenía sobre él? ¿O lo haría adrede para distraerlo, sabedora de que no estaba en posición de responder a las señales que le enviaba?

A la puerta del hotel lo había besado sin ningún tipo de restricción, y durante unos instantes de aturdimiento se había olvidado de todo excepto de que tenía el cuerpo de Emmy entre sus brazos, de lo bien que se compenetraban, como si fueran las dos mitades de un mismo ser.

Bueno, lo cierto era que él mismo le había rogado que lo hiciera para que fuera convincente, con lo cual merecía todo lo que le pasaba.

Pero lo llega a hacer un poco más convincentemente y le habría resultado difícil recordar el motivo por el que estaban en Francia; también le habría costado dejarla abajo en el vestíbulo del hotel cuando lo único que tenía en ese momento en mente era una gran cama que cada vez se hacía más grande en su imaginación, una enorme cama que le llenaba la cabeza de pensamientos acerca de Emerald Carlisle que nada tenían que ver con el trabajo.

Su deseo por ella, que se había disparado en el mismo instante en que la vio por primera vez, se había cristalizado en una necesidad sorda y permanente, que le daba ganas de quitarse la ropa y tirarse al puerto para calmar ese anhelo.

La situación se le hacía insoportable, así como el pensamiento de lo que podría ocurrir al día siguiente. Porque al tiempo que estaba empeñado en llevar a cabo las órdenes de Gerald Carlisle al pie de la letra, no podía soportar que Emerald sufriera. Sabía que por mucho que hubiera intentado hacer como si el incidente con Oliver Hayward fuera agua pasada, su deslealtad le había dolido profundamente.

– Háblame de tu trabajo, Emmy -dijo bruscamente cuando el camarero se hubo retirado.

Cuando vio que se quedaba callada la miró. Ella lo estaba mirando con una expresión confundida, como azorada. Le hubiera gustado abrazarla, besarla y asegurarle que todo iría bien, pero no podía hacer nada de eso. Lo único que sabía a ciencia cierta era que ella deseaba llegar hasta Kit Fairfax antes que él.

– Por favor -añadió, consciente de que el deseo que le cerraba la garganta había hecho que sus palabras sonaran más como una orden.

– Ya te lo he dicho -dijo tras una larga pausa-. Estoy empleada en Aston's en fase de prácticas. Por el momento estoy trabajando tres meses en cada departamento, pero me gustaría especializarme en juguetes e ingenios mecánicos, es decir, juguetes mecánicos -añadió.

– ¿Cómo esos pajaritos enjaulados que cantan?

Emmy se echó a reír, rompiendo la tensión del momento.

– Algo así, y mucho más. Algunos de ellos son grupos de figuras muy elaborados; hay muy pocos y son muy valiosos. Valen una fortuna, Brodie, incluso cuando se fabricaron ya la valían. Los mejores se hicieron aquí, en Francia.

– ¿De verdad? No tenía ni idea. ¿Los coleccionas?

Lo miró extrañada.

– ¿Crees en serio que Hollingworth me dejaría manejar esas cantidades de dinero?

– No lo sé; no discute los asuntos de los clientes conmigo a no ser que necesite mi opinión como profesional.

– Yo pienso que las mejores piezas deberían de estar en colecciones públicas, para mantenerlas bien conservadas y que todo el mundo pueda disfrutar de ellas. Existen demasiadas maravillas encerradas en casa particulares y nadie les hace el menor caso hasta que alcanzan un valor suficiente para ser subastadas -dijo, claramente apasionada con el tema-. ¡Es una verdadera pena!

Continuaron charlando del tema y Emerald le fue hablando de los ingenios mecánicos que había visto, de los inverosímiles lugares donde se había encontrado algunos de ellos, del increíble precio que alcanzaban en las subastas. Toda aquella charla continuó mientras comían un delicioso postre de tarta de manzana, tomaban café y una copa de coñac.

– Lo siento; en cuanto empiezo a hablar del tema me extiendo y no paro -dijo-. Seguro que te has aburrido como una ostra.

Al recordar el entusiasmo con el que había descrito su trabajo y la clara pasión que sentía por lo que hacía, meneó la cabeza.

– Tú no resultas nunca aburrida, Emmy.

– ¿Lo dices en serio? -preguntó con tal expresión de duda que Brodie se echó a reír.

– Claro. Venga, creo que es hora de que volvamos al hotel. Mañana tienes un día muy ajetreado y me gustaría salir temprano.

– Eres un poco masoquista, Brodie. ¿Es que nunca se te ocurre apagar el despertador y dormir media hora más?

El día anterior le habría dicho que se quedaría media hora más si ella se le unía, pero habían llegado a un punto en el que no podía permitirse coquetear: su deseo por ella era demasiado fuerte.

– Ya veo que nunca has dormido en un sofá -dijo, con cuidado de que su voz no lo delatara.

Emmy lo había hecho, pero en circunstancias que no estaba dispuesta a discutir.

– Te ofrecería la posibilidad de cambiártelo por la cama, pero pensarías que tengo planes de escapar a hurtadillas en cuanto te quedaras dormido.

– Venga, vayamos a mirar los yates un rato -ella lo miró recelosa-. No te preocupes, no voy a echarte nada en la copa.

– ¿Y con qué fin?

– Primero te duermen y luego te meten de incógnito en un barco; cuando despiertas ya estás en alta mar a muchos kilómetros de la costa.

– ¿Y a mí de qué me serviría?

– En tu caso para alejarte del peligro.

– Kit jamás me haría daño -dijo, sus ojos como oro puro en la oscura luz del crepúsculo.

Al sonreír se le dibujó un hoyuelo en la mejilla; y sin saber por qué Brodie sintió unos terribles deseos de besarlo.

En vez de ello la tomó de la mano para cruzar una calle y abrazó sus largos y frágiles dedos con la palma de su mano. ¿Qué tenía aquella chica que le daban ganas de protegerla a cada instante? Le hacía sentirse como un chaval, confuso y atontado, con aquel deseo creciente hacia ella latiéndole en las venas.

Emmy no era la primera mujer que le había hecho perder la cabeza. No había hombre que hubiera llegado a los treinta y uno sin haber tenido sus experiencias. Pero ella era la primera que había deseado amar y cuyos deseos y necesidades siempre antepondría a los suyos propios.

Temía perderla al día siguiente. Pero si Kit Fairfax se mostraba firme, y si él era el hombre que ella deseaba, sabía que haría todo lo que estuviera en su mano para ayudarlos. ¿Sería esa la diferencia entre la lujuria y el amor?

No le soltó la mano mientras caminaban de vuelta al hotel por el borde del puerto, y ella pareció estar tan contenta de que marcharan con las manos entrelazadas.

Aquel era uno de esos momentos perfectos y agridulces que podría almacenar para recordarlo en un futuro de soledad, pensaba al tiempo que notaba el menudo anillo de compromiso de Kit Fairfax que ella llevaba puesto en la mano izquierda. La había visto juguetear con el solitario toda la noche, como queriendo amarrarse a todo lo que representaba. Brodie se torturó pensando en ello pero no le soltó la mano.

– ¿Es ese el barco en el que te gustaría montarte? -le preguntó Emerald, deteniéndose mientras señalaba uno de los yates grandes.

– Sí, ése es -contestó él-. No es exactamente un QE2, pero es una maravilla -añadió, apoyándose en la barandilla y colocándole la mano debajo del brazo.

– Sí, es precioso; quizá si fuera bien acompañada no notaría tanto el bamboleo -se volvió a mirarlo-. Dime, Brodie. Si pudieras embarcarte ahora mismo, ¿adonde irías?

Se quedó en silencio un momento, recordando los días en Marsella llenos de sol cuando aún le quedaba todo por demostrarse a sí mismo y al mundo. Y ya lo había conseguido. Había salido de un pueblo minero y en ese momento estaba del brazo de una rica heredera en el sur de Francia. Pero de pronto se dio cuenta de que a no ser que ella fuera para él, nada tenía importancia. Ella aún lo miraba, esperando una respuesta. ¿Adonde iría?

Brodie le recitó un bello poema que hablaba de las islas griegas y Emmy se dio cuenta que bajo la expresión severa del abogado palpitaba el corazón de un poeta, de un aventurero.

Pero lo cierto era que eso lo supo desde el primer momento en que lo vio, y también cuando él no la traicionó. ¡Dios mío, cómo odiaba todo lo que le estaba haciendo! Un día más… Sólo un día más.

– Te pido un itinerario y tú me sales con Byron -dijo intentando disimular el temblor en su voz-. Ni más ni menos que el Don Juan; no se puede decir que seas aburrido, Brodie -entonces la sorprendió un pequeño bostezo.

– Con que no soy aburrido, ¿eh?

Sonrió; su cara levemente iluminada por las luces de las barcas y el reflejo de aquellas sobre el agua.

– No, Brodie -dijo-. Digas lo que digas, hoy no ha sido un día nada aburrido -se estiró y le besó la mejilla-. Gracias por ser tan bueno con lo del coche.

¿Bueno? Lo dejó mudo. ¿Qué habría esperado que hiciera? ¿Gritarle? Dios mío, la amaba, la amaba. En veinticuatro horas había entrado en su vida y la había vuelto del revés. Sabía sin duda alguna que moriría por ella con gusto.

Sin embargo, al día siguiente tenía que hacer todo lo que estuviera en su mano para persuadir a un hombre del que ella creía estar enamorada para que no se casara con ella. Si tenía éxito en su cometido, ¿pensaría entonces que era bueno?

¿O estaría tratando simplemente de desarmarlo?

Resistió la tentación de volverse y besarla en la boca. En vez de ello le tomó la mano y se la llevó a los labios, besándole la punta de los dedos.

– No lo vuelvas a hacer -dijo con voz engolada, volviéndose hacia el hotel.

– No, no lo haré -caminaron un poco más-. ¿Brodie?

– ¿Sí?

– ¿Mañana me dejarás que hable primero con Kit, sólo unos minutos?

Se volvió a mirarla, pero ella tenía la vista fija frente, para no mirarlo a los ojos.

– No, Emmy -dijo, con el corazón en un puño-. Si él te ama, no tendrás nada que temer.


Emerald, tumbada sola en la enorme cama, no podía dormir de lo preocupada que estaba. Tenía que hablar con Kit antes de que Brodie empezara con él o bien todos sus planes se irían al garete.

Le dio vueltas al solitario que llevaba al dedo; aquel maldito anillo no le quedaba bien y tenía que tener el dedo doblado todo el tiempo para que no se le cayera. Bueno, un día más y podría quitárselo, menos mal, pero primero tenía que hablar con Kit, explicarle la situación antes de que Brodie empezara a presionarlo. Necesitaba trazar un buen plan en vez de intentar escaparse cada vez que se le presentaba la oportunidad. Lo había intentado tres veces ya y no le había llevado a ningún sitio.

Oía a Brodie en la otra habitación. ¿Qué estaría haciendo? ¿Paseándose por la habitación, incapaz de dormir en aquel incómodo sofá? Era la segunda noche que se veía obligado a cederle la cama a Emmy, que era un poco menos alta que él y pesaba bastante menos; lo mínimo que podía hacer era ofrecerle, de corazón, que cambiaran de cama.

Se levantó, caminó a tientas hasta la puerta y la abrió unos centímetros. Brodie se había sentado en una butaca al otro lado de la habitación. Llevaba puesto un pantalón de chándal fino y el pecho desnudo. Detrás de la butaca había una lámpara de pie que sus atléticos hombros de una luz dorada.

Era tan apuesto que el corazón le dio un vuelco y deseó poder abrir la puerta de par en par y correr hacia él, echarle los brazos a las rodillas y rogarle que la llevara en ese fantástico viaje por las islas griegas. Si al menos levantara la vista y pudiera verle los ojos. Entonces vio que tenía el informe abierto sobre las rodillas y que estaba demasiado concentrado en lo que había escrito Mark Reed como para notar su presencia. Estaría estrujándose el cerebro, intentando imaginar el tipo de hombre que era Kit Fairfax y las posibilidades que había de que aceptara el dinero y desapareciera del mapa.

Una mezcla de emociones se agolpó en ella, imperando sobre todas el resentimiento. Se suponía que Brodie era como su caballero valeroso, y lo había sido hasta entonces, pero al día siguiente sería diferente.

Y si al día siguiente se iban a producir los resultados que deseaba, más valía que empezara a pensar y dejara de soñar.

Cerró la puerta y se metió en la cama; necesitaba urdir un plan.

No le llevó mucho pensarlo, ya que no le quedaba mucho donde elegir, ni le sobraba el tiempo. Abandonó la idea de cruzar sigilosamente la pieza durante la noche; el riesgo era demasiado grande y, si la pillaba, ya no tendría otra oportunidad.

No; esperaría a que Brodie se metiera en la ducha a la mañana siguiente. Seguramente le dejaría utilizar el baño antes que él; luego, mientras él se lavaba, podría escapar. No haría más que llevarse el bolso, dejaría su bolsa y las pinturas sobre la mesa para no levantar sospechas inmediatamente.

Aunque casi ni necesitaría el bolso, pues no le hacía falta más que los quinientos francos que se había escondido, un pañuelo, una barra de labios y la libretita donde estaba apuntado el camino a seguir para llegar hasta la granja.

Si al menos pudiera estar segura de que tendría bastante para el taxi… pero no sabía la distancia que había entre Aix y el pueblo, ni lo lejos que quedaba la granja del pueblo. Le había costado mucho trabajo que Kit le proporcionara las direcciones a seguir, y tampoco estaba muy enterado de las distancias.

Deseó haberse fijado un poco mejor en el mapa de Marsella que había en recepción, y haber tomado nota del horario de autobuses y dónde estaban las paradas. Pero la verdad era que no se había fijado en nada ni nadie que no fuera Brodie.

Où est l’arrêt d’autobus pour Aix, s’il vous plaît? -murmuró una docena de veces, hasta que la frase le salió con facilidad.

Satisfecha se acurrucó bajo la colcha y cerró los ojos.

– ¿Emmy? ¿Estás despierta? Son casi las ocho y media -añadió.

Ella contestó con un gruñido; aquel hombre estaba obsesionado con eso de levantarse al despuntar el alba y ni siquiera el olor a café recién hecho podría salvarle en esa ocasión.

Abrió los ojos. ¿Las ocho y media? ¿Le habría entendido bien? Se sentó en la cama, apartándose el pelo de los ojos, y pestañeó adormilada. Se había dormido tan tarde…

– Es imposible que sean las ocho y media -dijo.

– Lo siento. Te he dejado dormir un poco más, pero me gustaría terminar con este asunto lo antes posible y supongo que a ti también.

Volvió a emitir un gruñido. Su pequeño plan de hacer otra escapada se había ido al garete por haberse quedado dormida. Brodie, duchado, afeitado, vestido y listo para marcharse, se sentó en el borde de la cama y le pasó una taza de café.

– Toma, esto te reanimará.

Pero estaba equivocado; nada la ayudaría. Aun así la aceptó y dio un sorbo de café.

– No hay de qué. Hay bollos recién hechos en la habitación de al lado, si quieres.

– Café, bollos… ¿Es el servicio de habitaciones? Creí que íbamos a comerlos al sol, en un café de la calle.

– Quizá mañana -dijo vagamente.

– ¿Mañana?

– Tú con Kit, a lo mejor. Yo en algún café de la calle, en algún lugar, no sé.

– No será por gusto.

– No es lo que preferiría hacer -coincidió-, pero hemos hecho un trato. Si tu pintor resulta ser el tipo de hombre que no se deja sobornar, entonces dejaré el asunto; te doy mi palabra -añadió con una sonrisa triste.

Entonces fue cuando Emerald se dio cuenta de la expresión sombría de su boca y de que tenía las ojeras ligeramente hinchadas. Ella no era la única que no había podido dormir la noche anterior.

– Te creo -dijo ella, tendiéndole la mano impetuosamente; pero él se apartó antes de que pudiera tocarlo.

«Oh, Brodie» pensó con cierta nostalgia «Espera. Sólo espera un poco».

– Lo que no puedo es garantizar la reacción de tu padre -continuó-. Si te quedas en Francia, él tendrá un mes para reorganizarse. No me cabe duda de que llamará a Hollingworth para que vuelva a Londres; incluso podría llamar también a tu tía Louise.

– Quizá te pida que me des un narcótico -dijo, aunque no era el momento adecuado para bromas.

– Eres una adulta, Emmy -dijo un poco exasperado-. Puedes casarte con todos los cazadotes que quieras.

– Claro que tendré que hacerlo de uno en uno -añadió secamente.

– A lo mejor deberías intentar contárselo a tu padre -hizo una breve pausa-. Y de paso podrías preguntarle si tu felicidad es menos importante que conservar tanto dinero en los bancos.

Su preocupación la inundó de calor; pero supo que aquello era algo más que preocupación. Su mirada y su voz estaban cargadas de sentimiento… y de algo más. Algo que sospechó que a él no le gustaría que notara.

Hubiera deseado tanto levantarse, echarle los brazos al cuello y que se sentara a su lado, para olvidarse del resto del mundo. Sólo esperaba que, cuando todo aquello hubiera pasado, él fuera capaz de perdonar su engaño; que sus ojos continuaran mirándola con la misma intensidad.

– Mi padre no es tan malo, Brodie; sólo se preocupa por mí -reconoció-. Tiene miedo de que me vuelva como mi madre.

– Entonces es más tonto de lo que yo pensaba.

Le hubiera gustado añadir que deseaba sinceramente que Kit Fairfax enviara un mensaje a Gerald Carlisle, aclarándole lo que podía hacer con su dinero. Pero no podía tampoco expresar un sentimiento que no era cierto. Deseaba con toda su alma que Kit fuera un malvado y un miserable que agarrase el dinero en cuanto se lo ofreciera, pero desgraciadamente no lo creía probable. No pensaba que Emmy fuera el tipo de chica que cometiera dos veces el mismo error.

– Date toda la prisa que puedas, Emmy -le urgió.


Emmy esperó a que la puerta se cerrara tras de él para saltar de la cama. Inmediatamente empezó a cambiar el plan que Brodie había estropeado.

Se metió apresuradamente en el baño y abrió el grifo de la ducha a tope, dejándola correr mientras sacaba unas cuantas cosas del bolso y las metía en los bolsillos de los vaqueros. Luego se tomó su tiempo para ducharse y se vistió con vaqueros y una camiseta blanca. Tardó muchísimo rato en maquillarse, aunque casi ni se pintó. Brodie estaba impaciente por marcharse y, cuanto más se impacientara, más oportunidades tendría de escapar.

Estaba cerrando la cremallera del bolso cuando Brodie llamó a la puerta.

– ¿Qué tal vas, Emmy?

– Estoy lista -abrió la puerta y le dio su bolsa de viaje-, pero me muero de hambre -tiró su bolso en un sillón y se fue derecha a los bollos-. ¿Hay más café? -preguntó, sentándose en le sofá; Brodie le sirvió una taza y agarró su bolsa de viaje-. ¿Es que no vas a tomar una conmigo?

– No. Yo voy a bajar a pagar la cuenta y a colocar las bolsas en el coche; así ganaremos tiempo.

Sonrió serenamente, como ajena a su prisa.

– Ah, muy bien; buena idea.

En el mismo instante que se cerró la puerta de la habitación, Emmy abandonó el bollón y se dirigió al baño. Abrió el grifo del lavabo y cerró la puerta del baño con cuidado. Dejó la puerta del dormitorio abierta para que al entrar oyera el ruido del agua y creyera que estaba metida en el baño. También dejó su bolso sobre el sillón donde lo había tirado; todos los hombres sabían que no había mujer sobre la faz de la tierra que pudiera pasar sin su bolso.

Entonces salió del dormitorio y se apresuró hacia las escaleras de servicio, asustando a una camarera que pasó a su lado cargaba con un montón de toallas.

Non, non, madame -dijo la chica, señalando las escaleras principales mientras soltaba una parrafada a toda prisa en francés.

Pero Emmy la miró implorándola, al tiempo que se llevaba un dedo a los labios y con la otra mano señalaba a los que estaban abajo en recepción. La chica abrió los ojos como platos, y entonces Emmy vio la comprensión reflejada en su mirada. Señaló hacia la puerta trasera del hotel y una vez más la chica empezó a hablar en un francés incomprensible para ella.

A pesar de no entender nada, Emmy se dio cuenta de que tenía una aliada, y, además, una que sabría llevarla hasta la parada de autobús. Repitió la frase tantas veces ensayada, pero como se temía, la otra le contestó demasiado deprisa y se le acababa el tiempo.

Emmy, habiendo protagonizado infinidad de obras de teatro en el colegio, señaló el reloj de pulsera con dramatismo y miró angustiada hacia la escalera principal. La muchacha, emocionada de poder ser parte de la trama de alguna conspiración romántica, dejó las toallas sobre una cama y la condujo por la parte de atrás, evitando al personal de cocinas y yendo con cuidado para que nadie las viera.

Primero la llevó por una callejuela estrecha y, al llegar al final, doblaron la esquina. Entonces la chica se paró y señaló una parada de autobús al otro lado de la calle. Emmy le metió uno de sus preciados billetes de cien francos a la chica en el bolsillo del delantal; su ayuda merecía todo eso y más.

Diez minutos más tarde estaba montada en un autocar que se dirigía a Aix-en-Provence. Sabía que estaba a unos treinta y cinco kilómetros de distancia y a una media hora en coche. En autocar tardaría más y la verdad era que se arrepentía de haberle dicho a Brodie la dirección que debía tomar.

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