Cathy subió corriendo las escaleras hasta el segundo piso y se apresuró a llegar al despacho de Stone. Él salió al recibidor con una sonrisa.
– ¡Has estado genial!
– Gracias -ambos entraron en el despacho-. Estaba tan asustada porque pudieran pensar que era una impostora, o una idiota, pero no ha sido así.
– Claro que no. Eres inteligente, te expresas muy bien y estás bien informada.
Dejó el bolso y el maletín sobre la silla y ambos se sentaron en el sofá.
– Me halagas -suspiró-, pero me gusta. Puedes seguir si quieres.
Y volvió a sonreír. No había dejado de hacerlo durante el camino de vuelta a casa. Había salido todo perfecto.
– Bueno, ¿y qué te ha parecido? -preguntó al sentarse junto a ella.
– Pues que tienes un buen equipo. Trabajan duro para ti, y al mismo tiempo, les inspiras un temor casi religioso. Aunque supongo que eso te gusta.
– Y no te equivocas.
Los dos se rieron juntos como colegiales. Aunque a Cathy le había gustado tener la oportunidad y había sido divertido salir y enfrentarse a sus temores, se sentía maravillosamente bien estando de nuevo allí. En su casa, en su presencia, aquel era su mundo.
Le fue haciendo preguntas sobre los diferentes asistentes a la reunión, preguntas que ella fue contestando lo mejor que pudo, intentando aunar nombres y rostros. Mientras hablaban, reparaba en su forma de mover las manos, en cómo ladeaba la cabeza intentando inconscientemente ocultar su mejilla herida.
Había llegado a quererlo. El día de su cumpleaños se lo había imaginado y en aquel momento sólo tuvo que confirmarlo. Quería que estuviese orgulloso de ella, y no sólo porque trabajase para él, sino porque era la parte más importante de su vida. No quería imaginarse el mundo sin él, a pesar de saber que era inevitable.
Stone la abrazó brevemente.
– Lo has hecho muy bien, y estoy muy orgulloso de ti.
Cathy tuvo una décima de segundo para tomar la decisión. Sabía que no pasarían de lo meramente físico, al menos en el caso de Stone. Los sentimientos no entrarían en juego, ni sería algo permanente. Stone le ofrecería sólo una aventura, y si a ella le bastaba, aquél era el momento.
En un acto que sería uno de sus más valientes y decididos, dejó las manos apoyadas en sus hombros. La expresión de Stone cambió. El corazón de Cathy aumentó su ritmo y las mariposas volvieron a adueñarse de su estómago. Si él la rechazaba, sobreviviría, superaría el dolor que no era fatal y por una vez en su vida lamentaría haber dado un paso en lugar de haberse limitado a aceptar las cosas con pasividad. Entonces lo besó en la boca.
Esperó el calor abrasador que los había devorado la última vez, pero sólo hubo una dolorosa pausa durante la cual tuvo tiempo de preguntarse si llegaría a responder, o si la apartaría de su lado. El corazón se desató cuando llegó a la convicción de que no iba a besarla. La humillación la sepultó. Se había equivocado. No estaba interesado en ella.
Cathy se separó con las mejillas al rojo vivo.
– Lo siento -dijo-. Debes pensar que soy…
La voz se le apagó. No sabía qué estaría pensarlo, y no quería saberlo. Qué tonta había sido. Quería morirse. Quería huir y no volver a verlo. Y por encima de todo, deseaba poder dar marcha atrás en el tiempo sólo cinco minutos y poder volver a tomar aquella decisión.
Intentó ponerse de pie, pero las piernas le temblaban. Volvió a intentarlo ayudándose con las manos, pero de pronto Stone la sujetó por un brazo.
– ¿Por qué has hecho eso? -preguntó. Su voz resultó baja y áspera. Para él el momento había sido tan repugnante que apenas podía hablar.
– Lo siento -dijo de nuevo.
– ¿Por qué?
Cathy lo miró. Algo oscuro y peligroso palpitaba en la profundidad de sus ojos grises. Un músculo latió en su mejilla.
– Creía que estabas interesado en mí. No me refiero a algo sentimental -añadió rápidamente, ya que no quería ir más allá de lo necesario en su humillación-. Es que anoche, cuando bailamos, yo pensé que…
Se encogió de hombros.
– Yo estaba excitado -dijo él.
Ella asintió.
– Por eso pensé que me deseabas.
Las dos últimas palabras apenas fueran audibles. Una hora antes, estaba en la cima del mundo, llena de confianza en sí misma y en sus posibilidades. Ahora lo único que quería era arrastrarse hasta debajo de una roca y morir.
– No puedo… mi pasado… -intentó decir-. Hay cosas que no puedo explicar.
– Lo sé. No esperaba nada más, Stone. Pensé que sería agradable.
Por primera vez desde que lo había besado, su expresión se suavizó.
– Si fuera sólo agradable, estaríamos haciendo algo más.
Ella no contestó. Al fin y al cabo, no tenía marco de referencia.
– Si quieres que deje de trabajar para ti, no tienes más que decirlo, que yo lo comprenderé. Yo preferiría no tener que dejarlo pero… aunque, si estás dispuesto a darme otra oportunidad, prometo no volver a hacer algo así. Lo siento mucho.
Él soltó su brazo y posó la mano en su mejilla.
– Cathy, no sé si sabes lo que estás diciendo. Es como si creyeras que estoy enfadado o que me has insultado.
– ¿Y no es así?
– Claro que no. Me halagas. No puedo prometerte mucho, pero claro que te deseo. De eso no tengas duda. Pero es que yo sé que esto no es lo que tú quieres de verdad.
Parte de su humillación cedió.
– He sido yo quien te ha besado. ¿Cómo no va a ser lo que yo quiero?
Él la miró durante un momento.
– Estamos hablando de ser amantes.
Gracias a Dios que ya estaba colorada; así no pudo notar el color que volvió a enrojecer sus mejillas. Esa palabra. Ningún hombre se la había dicho antes. Amantes.
– Sí -murmuró.
Stone se levantó sin decir nada, y cuando ella fue a pronunciar su nombre, él puso un dedo sobre sus labios y la tomó de la mano. Salieron del despacho y tomaron un pasillo para detenerse frente a una puerta cerrada.
– ¿Estás segura? -le preguntó-. Porque, una vez hayamos entrado y empiece a acariciarte, no podré parar.
Cathy miró la puerta. Así que aquél era su dormitorio. Sabía que estaba en aquella zona de la casa pero no había querido indagar.
Podría haberle contestado de mil formas distintas. Podría haberle explicado que quería que fuese él quien le desvelase los secretos que hay entre un hombre y una mujer. Podría haber intentado decirle que lo quería y que llegar a la intimidad con él era casi rozar la perfección. Podría haberle contado la cantidad de noches que había pasado despierta en su cama recordando aquel beso y deseando repetirlo.
Pero las palabras se le enredaron en la cabeza, así que se limitó a hacer girar el pomo de la puerta y a entrar.
Tuvo una breve impresión de una cama grande, un ventanal con una vista perfecta del mar y el sol que iluminaba la gruesa moqueta. Entonces Stone la abrazó, y cuando sintió sus manos, todo lo demás pereció. Cuando la besó, pereció su capacidad para pensar.
En cuanto sus labios se rozaron, un temblor le recorrió el cuerpo. Stone era todo calor, humedad, pasión, fuerza; la abrazaba como si no pudiera saciarse de ella. Eso era lo que quería, recapacitó. No sólo la intimidad, sino el deseo. Quería sentir su deseo por ella. Ningún hombre se había sentido así por ella y al sentir su erección, los temblores se transformaron en escalofríos.
No sabía dónde acariciarlo primero. ¿Los brazos? ¿Los hombros? Al final, lo rodeó por la cintura y apoyó la otra mano en su nuca.
Tenía el pelo suave y fresco, un contraste notable con el calor de su cuerpo. Cuando Stone acarició su espalda hasta llegar a apretar sus nalgas, Cathy gimió entre sus labios, e involuntariamente lo empujó con las caderas.
Había demasiado en lo que pensar, se dijo algo asustada. No era capaz de seguirle el rastro a lo que estaba ocurriendo. Las señales de su cuerpo, los lugares en los que él la acariciaba, atascaban su cabeza de información: las caricias de su lengua, su sabor, sus gemidos, el dolor de sus propios pechos, el calor de sus muslos, la humedad de su lugar más secreto.
– Te deseo -le susurró Stone al oído, y aquel aire cálido la estremeció. Acompañó la respiración con un beso que la hizo desear derretirse allí mismo-. Te deseo -repitió-. Quiero tenerte desnuda, en mi cama. Quiero estar dentro de ti. Quiero llenarte y darte tanto placer que no puedas pensar en nada más.
Sus palabras crearon una imagen que al mismo tiempo la excitó y la asustó. Stone era un hombre fuerte, capaz de concentrarse en extremo, y no se había dado cuenta de que, cuando hicieran el amor, toda su atención estaría puesta en ella.
– Cathy -murmuró, y la besó en la boca-. Dulce Cathy.
Stone le quitó la chaqueta del traje y la tiró sobre la silla, y sin separarse de sus labios, le desabrochó el primer botón de la blusa. El ritmo de la respiración de Cathy se aceleró, aunque no toda su reacción se debía a la pasión. Iba a acariciarle los pechos. Lo sabía, y lo deseaba desesperadamente. Quizás así consiguiera suavizar las palpitaciones que sentía allí. Pero ¿y si no le gustaban? ¿O y si le hacía daño? ¿En qué demonios estaba pensando? Todo aquello era un error, y tenía que decírselo. En cuanto dejasen de besarse.
Pero tan concentrada estaba en ese beso que apenas se dio cuenta de cuando terminó de quitarle la blusa y se la sacó de la cinturilla de la falda.
Stone rompió el beso para bajar a su cuello. Cathy hubiera querido protestar, pero es que la piel que iba besando resultaba ser tan sensible como sus labios, así que ya lo haría más tarde. Dentro de un par de segundos.
Avanzó por su hombro y Cathy tuvo la vaga sensación de que bajaba los brazos y que la blusa caía al suelo.
Fue besándola después por el pecho hasta llegar a su seno. La respiración subió aún más, pero ya no sentía ningún temor. Sólo la esperanza de que calmara el dolor, de que supiera darle lo que acababa de saber que necesitaba.
Stone lamió el valle entre sus pechos y ella se estremeció pronunciando su nombre. Pero de pronto, desapareció. Cathy abrió los ojos y le vio cerrando parcialmente las cortinas, de modo que quedase luz pero no tan brillante. No estaba segura de si aquello lo hacía por él o por ella, pero no le importó.
Mientras estaba de espaldas a ella, se quitó los zapatos y las medias. En todos aquellos sueños románticos, jamás había encontrado una forma erótica de quitarse las medias, pero se dejó la falda.
Al acercarse a ella, Stone se sacó la camisa de los vaqueros y sentado en el borde de la cama, se quitó los zapatos y los calcetines. Luego le ofreció su mano, y ella la aceptó para unirse a él en la cama.
– ¿Hasta qué punto estás asustada? -le preguntó él, pasándole una mano por el pelo.
– Entre aterrorizada y petrificada.
Stone sonrió.
– Muy sincera -y la besó en la punta de la nariz-. Llevo mucho tiempo sin hacer el amor, y hasta es posible que haya olvidado cómo hacerlo.
– No esperarás que me lo crea, ¿verdad? -preguntó, pero su confesión le hizo sentirse algo mejor. Quizás así no se diera cuenta de su inexperiencia.
Stone se echó a reír y la besó, y mientras lo hacía Cathy sintió sus manos en el cierre del sujetador en la espalda, y tuvo que contener la necesidad de cruzar los brazos para mantenerlo en su sitio. Aunque aquel no era ni el sitio ni el lugar para la modestia. Al fin y al cabo, había sido ella quien había iniciado todo aquello, así que cuando sintió que él metía un dedo bajo la hombrera, se relajó y dejó que la bajase para deshacerse de la prenda.
El aire era fresco comparado con el calor de sus pechos. Menos mal que tenía los ojos cerrados porque la estaba besando. Stone la invitó a tumbarse sobre la cama. Desgraciadamente eso significaba que tenían que dejar de besarse, pero intentó no pensar en ello.
De pronto, sintió su mano sobre las costillas. «Ha llegado el momento», se dijo, esperando no hacer algo estúpido, que no fuese horrible y que…
Su mano cubrió uno de sus senos con una caricia suave y segura. Con la palma envolvió su pecho mientras con el pulgar y el índice acariciaba su pezón endurecido.
El placer le resultó tan intenso como inesperado, pero no fue nada comparado a cuando cubrió su otro pecho con la boca. Su respiración caliente le advirtió lo que iba a venir, pero aun así se quedó sin aire al sentirlo. Incapaz de contenerse, se agarró a su pelo como si quisiera retenerle allí. Era demasiado perfecto.
– Por favor -susurró, aunque en realidad no supiera qué estaba pidiendo. Pero Stone parecía saberlo.
– Sabía que contigo sería así -dijo, mirándola a los ojos-. Sabía que seríamos perfectos juntos.
«¿Y lo somos?», hubiera querido preguntar, pero no lo hizo. Si él lo decía, sería verdad.
Toda voluntad la había abandonado y no se molestó en protestar cuando le quitó la falda y las braguitas. Tenía la piel ardiendo y donde quiera que él la tocaba, ardía en llamas. Se arquearon el uno contra el otro y mientras él la sujetaba por el pelo, sintió la presión de su sexo en la cadera y se sintió llena de un poder únicamente femenino. Era ella quien le había hecho aquello. Él la deseaba. Nunca nada había sido como aquel momento.
Sintió entonces como una de sus manos se deslizaba entre sus muslos, y sus piernas se abrieron para él.
Fue acariciando el interior de sus muslos hasta que por fin alcanzó su lugar más femenino.
– Estás tan mojada -susurró antes de volver a apoderarse de uno de sus pechos con la boca. Su tono era reverente y su cuerpo estaba tenso, así que debía ser algo bueno.
Stone se movió despacio, descubriéndola, permitiendo que ella descubriera lo que estaba haciendo. Deslizó un dedo dentro de ella y se imaginó cómo sería sentir dentro su sexo. Entonces salió de su interior y empezó a describir círculos a su alrededor, buscando. Hubiera querido ayudarle, pero no sabía qué buscaba. Hasta que lo encontró.
Fue como si alguien la hubiese conectado a una fuente de puro placer. Sus dedos provocaban sensaciones mágicas, sentimientos, calor, deseo… algo que no había creído posible. Hasta la última célula de su cuerpo se concentró en aquel punto.
– No pares -le rogó, aferrándose a su brazo.
Su sonrisa estaba llena de satisfacción.
– No lo haré, te lo prometo.
El mundo empezaba a darle vueltas. Hubiera querido aferrarse a algo, pero no sabía a qué. La tensión era insoportable, y al mismo tiempo no quería que cesara.
Stone la acarició, hablándola, animándola a seguir, y ella siguió su voz, confiando en que él supiera adónde se dirigían.
– Ríndete a ello -susurró-. Déjate llevar.
No sabía qué quería de ella.
– No sé qué…
Y de pronto, lo supo. Su cuerpo entero se cargó de tensión y se sintió subir y subir hasta que no lo quedó otro lugar adónde ir que no fuera el cielo. Se sintió de pronto flotando en la nada, en el placer más exquisito y en una paz que no había sentido en su vida entera.
Después, cuando su cuerpo se relajó y la última de las sacudidas cesó, apoyó la cabeza en su pecho y le pidió que la abrazara un rato.
Stone la acurrucó contra su cuerpo. Aún temblaba.
– Me encantaría atribuirme todo el mérito por lo que ha pasado -dijo-, pero es que eres una mujer muy apasionada.
Después de un instante, se levantó, se quitó el resto de la ropa y, antes de tumbarse junto a ella de nuevo, se tomó un momento para contemplar su cuerpo desnudo.
– Eres preciosa -dijo, acariciando sus pechos redondos como lunas y su vientre plano.
Ella se echó a reír.
– Bien me lo he ganado.
– Ya lo veo. Me gustas ahora, pero ya te deseaba antes -dijo.
– No es posible.
– Sentí la atracción en el hospital -se encogió de hombros-. Quería que supieras que es algo más que tu físico.
Cathy sonrió.
– Lo sé. Llevábamos dos años siendo amigos antes de conocerlos. Debió ser mi brillante personalidad.
– Vaya hombre… yo intentando ser amable, y tú poniéndomelo difícil.
– Ah, lo siento. No me había dado cuenta de que era eso lo que pretendías.
Stone sonrió.
– Me lo vas a pagar.
Pensó en hacerle cosquillas, pero en cuanto rozó su pecho, la pasión ocupó el lugar del juego y su erección se flexionó dolorosamente.
– Te deseo -dijo, antes de reclamar su boca.
Sabía que estaba preparada, así que se colocó entre sus muslos.
– No va a durar demasiado -dijo-. Te prometo hacerlo mejor la próxima vez.
Ella le abrazó.
– No me importa lo que pueda durar. Sólo quiero que me hagas el amor.
Era imposible resistirse a una invitación como aquella, así que la penetró.
– Estás ardiendo y tan tensa que voy a perderme ahora mismo -murmuró.
Empujó con tanta intensidad que apenas sintió la barrera romperse, pero sintió a Cathy contener una exclamación de dolor.
Entonces se dio de bruces con la realidad. Con la realidad y la verdad. Cathy era virgen. Aunque se dijo que debía parar, no pudo. Estaba ya demasiado lejos. Un par de movimiento más y se vació dentro de ella.
La cordura volvió a él poco a poco y se quedó donde estaba, dentro de ella, sobre ella, saboreando la intimidad e intentando no dejarse llevar por el miedo.
– ¿Por qué no me lo dijiste? -le preguntó con toda la gentileza que pudo.
– No importaba -contestó ella.
Menos mal que al menos no fingía desconocer de qué le estaba hablando.
– Pero a mí sí me importaba. Habría hecho las cosas de otra manera.
– ¿Ah, sí? ¿Cómo?
Él se quedó pensativo un instante.
– Eso no importa. La cuestión es que me hubiera gustado saberlo.
– Para haber podido evitarlo. No era una pregunta.
– Pues no. No lo habría evitado.
Desgraciadamente no era tan noble. Stone se tumbó junto a ella.
– Lo siento, Cathy. Tu primera vez no debería haber sido así.
– Claro que sí -replicó ella-. Ha sido exactamente como yo lo deseaba. No olvides quién empezó.
Stone la abrazó y la besó en la boca. No iba a olvidar nada de lo que había ocurrido aquella tarde. Su virginidad había sido una sorpresa para él, aunque sabiendo lo que sabía sobre su pasado, quizás no debería haberle sorprendido tanto.
– No te enfades -susurró Cathy-. No podría soportarlo.
– No estoy enfadado, sino que me siento honrado. Ha sido un honor.
Stone sonrió y le hizo apoyar la cabeza en su hombro. Ella se acurrucó.
– Gracias -murmuró-. Gracias por hacer que mi primera vez haya sido tan maravillosa.
Ella abrazó con fuerza, pero no pudo hablar. ¿Qué podía decir? No podía deshacer lo que acababa de pasar, y excepto por el hecho de que ella era virgen, no querría dar marcha atrás.
Pero la virginidad era algo demasiado importante como para dejarlo a un lado. Una vez más, había vuelto a ser el primer hombre de una mujer. Sabía que había hombres que nunca experimentaban algo así, y él lo había hecho en dos ocasiones. Evelyn primero y Cathy después.
No quería pensar en su mujer, no, teniendo a Cathy entre sus brazos. Pero la línea divisoria entre ambas estaba empezando a desvanecerse, y no es que no pudiera distinguirlas, sino que le costaba trabajo recordar la reglas básicas. No debería estar disfrutando, sino corrigiendo el pasado, y no repitiéndolo. ¿Qué iba a ocurrir ahora? ¿Qué esperaría ella de él?
Cathy inspiró profundamente.
– No sé por qué, pero de pronto tengo un sueño tremendo.
– No pasa nada. Yo no voy a moverme de aquí. Seguiré abrazándote.
– Eso es lo que siempre he deseado -murmuró, y se acurrucó aún más cerca. Hubo un par de minutos de silencio y después susurró-: te quiero.
Stone se obligó a no reaccionar físicamente. Cathy parecía estar ya medio dormida y seguramente ni se había dado cuenta de que había pronunciado aquellas palabras en voz alta.
Pero no por eso dejó de creerlas. Ula había estado en lo cierto. Aunque él había intentando convencerse de lo contrario, su ama de llaves había visto lo evidente. Cathy se había enamorado de él. Le había entregado el corazón a un hombre marcado que había jurado no volver a amar.
¿Y ahora, qué? ¿Debía dejarla marchar, o retenerla a su lado? Si la dejaba marchar, la echaría terriblemente de menos, pero quererla le era imposible. No podía permitírselo, y aun que así fuera, ya no sería capaz de hacerlo.
No sabía qué hacer, así que la abrazó con fuerza y se prometió no herirla del mismo modo que había herido a Evelyn.