Capítulo 8

Cathy releyó la cantidad que aparecía en el visor de la calculadora, pero por mucho que mirase las cifras, la cantidad siempre era la misma. Quedaba muy poco en su cuenta. Vivir con Stone mantenía al mínimo sus gastos, pero aun así tenía que seguir pagando la hipoteca y los gastos de mantenimiento de la casa. Su salario no era muy alto, pero la baja temporal lo era aún menos. Siempre podía utilizar el dinero de sus ahorros, pero ni siquiera estaba segura de que aquella mísera cantidad pudiera cubrir las facturas que le quedaban por pagar.

Dejó la calculadora sobre la superficie de cristal de la mesa y decidió no pensar más en ello. Las facturas seguirían esperándola al día siguiente. Hacía una tarde preciosa, y quería disfrutar de la luz del sol.

Estiró los brazos y se volvió para mirar al mar. El agua resplandecía a la luz del sol.

Pepper había trabajado duro con ella en la sesión de terapia, y los músculos le dolían un poco. Ya no le importaba sudar o agotarse durante los entrenamientos, ya que los resultados eran cada vez más notables. No sólo la rodilla se estaba recuperando, sino también el resto de sus músculos. Afortunadamente su estómago se había acostumbrado también a las raciones de Ula y su cabeza había dejado de pedirle chocolate cada cinco minutos. Sabía que aún le quedaba mucho para alcanzar el peso deseado, pero cada vez se sentía mejor.

– Pareces un gato retozando al sol.

Se volvió y vio a Stone caminando hacia ella. Se movía con una gracia envidiable. Había algo muy masculino en su forma de moverse, en su cuerpo alto y delgado. Los vaqueros viejos que llevaba se ceñían a sus caderas y la camisa blanca que llevaba remangada dejaba al descubierto unos brazos torneados. Era la clase de hombre con que soñaban las mujeres, y ella no era la excepción.

Sacó del bolsillo unas gafas de sol, se las puso y se acomodó en una silla de mimbre frente a ella.

– Te he visto sentada aquí fuera -dijo, sonriendo-, y me ha parecido que estabas tan a gusto que he decidido hacerte compañía.

– No sabía que salieras durante el día -dijo, y de pronto deseó haberse arrancado la lengua de un mordisco-. Lo siento, Stone -añadió rápidamente-. No pretendía que sonase así.

– Lo sé. La verdad es que no salgo mucho, y cuando lo hago prefiero las sombras de la noche, pero como mis cicatrices no parecen importarte…

– Y no me importan. Me gusta estar contigo. Es decir, que lo pasamos bien juntos -corrigió enseguida-. Y la verdad es que ya no me fijo en las cicatrices. Además, no son tan terribles como tú piensas.

Ula apareció en la escalera y les preguntó si querían algo de beber. Stone aceptó por los dos, y Cathy aprovechó el momento para recomponerse. En su presencia se sentía insegura. A veces, cuando hablaban de política o de libros, conseguía olvidarse de los nervios y era ella misma. Pero cuando recordaba sus diferencias, el hecho de que él había ido a la universidad y que tenía un negocio de beneficios multimillonarios, volvía a trabársele la lengua.

Stone se relajó en su silla. Era una satisfacción verlo tan tranquilo con ella. Apenas había pasado una semana desde que viera sus cicatrices por primera vez. Desde entonces, habían ido pasando más y más tiempo juntos. Compartían todas las cenas y la mayoría de las comidas.

Ula apareció con sus bebidas. Cathy tomó un sorbo de su soda baja en calorías y Stone apuró la mitad de su vaso de té helado antes de señalar unos papeles que había sobre la mesa.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó.

Ella arrugó la nariz.

– Pagar facturas. O intentarlo al menos. Estoy de baja hasta que vuelva a trabajar dentro de un par de semanas. Menos mal que la letra de la casa no es alta. Es una casita pequeña y mi madre no hizo más que una hipoteca sobre ella. Menos mal.

Habló con desenfado, no fuera Stone a pensar que le estaba pidiendo dinero.

Stone dejó su vaso sobre la mesa.

– ¿Te ha dicho el médico que puedes volver a trabajar dentro de dos semanas?

Había ido a verlo a principios de semana y asintió.

– De hecho me dijo que podía darme de alta cuando quisiera. Ha sido mi jefe quien me ha dado el tiempo extra. Quiere que esté totalmente recuperada cuando vuelva -sonrió-. Eddie es un poco gruñón, pero tiene un corazón de caramelo.

– ¿Es eso lo que quieres?

– ¿Qué quieres decir?

– Que si quieres volver a trabajar.

No entendía demasiado bien la pregunta, y el corazón se le cayó a los pies. Quizás estaba intentando decirle que había llegado el momento de que se marchase. Al fin y al cabo, había recuperado bastante movilidad y el médico le había dicho que podía reincorporarse al trabajo.

Qué desilusión. Ojalá estuvieran todavía en la oscuridad y no hubiera visto su expresión. Pero era comprensible. Quería volver a estar solo en su casa. Debería habérselo imaginado antes.

– He pensado aceptar esas dos semanas más de descanso -admitió. Volver a su turno nocturno no era una idea precisamente atractiva-, pero no esperaré tanto para dejar de darte la lata. Has sido incluso demasiado amable conmigo, y no quiero abusar de tu hospitalidad. Es más, creo que debería haberme ido antes. Lo siento. Es que he estado tan bien aquí que simplemente no me había dado cuenta.

Se encogió de hombros y carraspeó. Tenía que reprimir las lágrimas hasta que estuviera sola.

– ¡No! -exclamó Stone-. No te he preguntado eso para que tú entendieras que quiero que te marches. Más bien al contrario. Quiero que te quedes conmigo tanto como quieras. Por lo menos, hasta que estés preparada para volver al trabajo. Y no admito discusión al respecto.

– Yo… es que…

La verdad es que quería alargar el tiempo con él lo máximo posible. Su mirada oscura era tan intensa que llegó a la conclusión de que podía creerle. Al fin y al cabo, era un importante hombre de negocios, y no habría llegado a donde estaba si no supiera decirle que no a la gente.

– A no ser que prefieras marcharte -añadió Stone-. No eres mi prisionera.

– No, no -se apresuró a contestar-. Estaré encantada de quedarme. Gracias por pedírmelo. Eres muy amable.

– Hagamos un trato: tú deja de decirme que soy muy amable, y puedes quedarte a vivir aquí permanentemente si quieres.

Estaba de broma, pero por un momento disfrutó de creer que fuese verdad. Que las fantasías que poblaban sus noches eran realidad y que Stone sentía algo más que amistad por ella.

– Eres muy amable -dijo-, pero dejaré de decírtelo.

– Entonces, ¿trato hecho?

Cathy asintió.

– Tengo catorce llamadas que hacer -dijo, y apuró el té-. Gracias por hacerme compañía.

Dio la vuelta a la mesa y antes de que Cathy pudiera imaginarse qué iba a hacer, sintió que la besaba en la frente. Después, desapareció.

Cathy lo vio entrar en la casa. Sabía que tenía la cabeza en otra parte, en sus negocios o a cientos de kilómetros de allí; sabía que el gesto había sido amistoso; incluso cabía la posibilidad de que ni se hubiera dado cuenta de lo que hacía. Pero ella sentía la presión de sus labios en la cabeza y la forma en que había apretado su hombro al pasar. Atesoraría el recuerdo y aquella noche, antes de dormir, se divertiría con su fantasía, imaginando que aquella caricia había significado mucho más.


– Me lo has prometido -dijo Pepper dos semanas más tarde mientras plegaba su mesa.

Cathy sonrió.

– Lo sé, y lo he dicho en serio. Sé que tengo que trabajar al menos cinco veces a la semana. Cuarenta y cinco minutos de ejercicios aeróbicos y el entrenamiento de pesos.

– Tres veces a la semana es la frecuencia ideal para eso -le recordó-. Podrás bajar a dos, pero más adelante, ya que hasta ahora has hecho un trabajo estupendo y no querrás echarlo a perder, ¿verdad?

Cathy negó con la cabeza. Acompañó a la terapeuta hasta la furgoneta y la ayudó a guardar sus cosas. Pepper se volvió y la abrazó.

– Has trabajado mucho y se nota, así que puedes estar orgullosa de ti misma, ¿vale?

– Lo haré.

Cathy esperó a que la furgoneta se perdiera de vista y después subió las escaleras hasta la casa.

Se detuvo en el recibidor. La verdad es que no sabía muy bien qué hacer. Tenía que tomar unas decisiones importantes en su vida, porque llevaba ya seis semanas en casa de Stone y no podía esconderse allí para siempre.

– Ya es hora de actuar como una adulta -se dijo, y se sentó en el último peldaño con las rodillas pegadas al pecho.

Aunque le gustaría mucho quedarse allí y disfrutar de la vida de los ricos, no era posible. El trabajo la estaba esperando.

Cathy arrugó la nariz. No deseaba volver a su antigua vida, tan aburrida. Había avanzado tanto en las últimas seis semanas… comía bien y hacía ejercicio. Se sentía bien consigo misma. Dormía de maravilla, y como guinda, había perdido casi diez kilos y dos tallas. Un par de kilos más, y todo resuelto.

Su mundo había dado un giro hacia mejor, y no quería perder la inspiración. No quería volver a lo que había sido antes. Pero nada de todo aquello contestaba la pregunta: ¿y ahora, qué?

La universidad no era una posibilidad. Quizás unas cuantas clases… si seguía con su turno de noche, podría asistir a clase por la mañana y dormir por la tarde hasta la hora de trabajar. Durante la noche tendría todo el tiempo del mundo para estudiar. Después de las doce, el servicio tenía poco trabajo, y a Eddie nunca le había importado que leyese, así que estudiar sería simplemente utilizar su tiempo de un modo más productivo.

– Está decidido -dijo en voz alta, poniéndose de pie. Pero en lugar de subir las escaleras, suspiró. No quería marcharse. No porque la casa fuese bonita, o porque hubiese alguien que se ocupara de cocinar y limpiar, sino porque no quería separarse de Stone. Le gustaba. Bueno, algo más: seguramente se había enamorado de él. En cuanto se marchase, él la olvidaría, pero ella no podría olvidarlo jamás.

Pero ya no podía quedarse allí por más tiempo. Estaba en condiciones de volver a trabajar y no tenía ni una sola excusa más para quedarse.

– Como he dicho antes -repitió-, es hora de ser adulta. Y mejor que me vaya yo a que tengas que echarme.

Subió la escalera y en el segundo piso, tomó la dirección de su despacho. La puerta estaba entreabierta, llamó y entró.

Stone levantó la mirada del ordenador y sonrió.

– Qué sorpresa. ¿Has terminado ya con Pepper?

– Sí, era nuestra última sesión. Me ha dejado instrucciones para que continúe con el programa de ejercicios y estoy decidida a hacerlo.

– Bien por ti -e hizo un gesto para que se sentara frente a él-. ¿Vienes sólo de visita? -preguntó.

– No. Tengo que anunciarte algo. Ya te he dado bastante la lata. Has sido muy generoso con tu casa y tu tiempo, pero necesito volver donde debo estar. Empiezo a trabajar el lunes.

Stone la miró con tanta intensidad que Cathy hubiera deseado poder mirar si tenía alguna mancha en la cara.

– ¿Ocurre algo? -preguntó.

Él sonrió, pero no fue más que le pálido reflejo de una sonrisa.

– No quiero que te vayas -dijo sin más.

Cathy parpadeó. ¿Habría oído bien?

– Pero es que ya no puedo seguir estorbándote.

– De eso, nada. Me gusta tu compañía -tomó un bolígrafo y lo hizo girar-. A veces esta casa es demasiado tranquila. No salgo mucho por razones obvias.

– No tendría que ser así.

– Esa no es la cuestión -le recordó-. Estamos hablando de tu marcha. ¿Estarías dispuesta a reconsiderarlo?

– Yo…

El corazón le latía desenfrenado en el pecho. ¿Qué le estaba diciendo? ¿Que de verdad iba a echarlo de menos? ¿Que había llegado asentir por ella lo mismo que sentía ella por él? ¿Que eran más que amigos?

– Stone, no sé qué decir -dijo, inclinándose hacia delante.

– Bien, porque todavía no te he hecho la oferta. Sé que tienes trabajo en el servicio de contestador, y eres muy buena en él. ¿Por qué no ibas a serlo? Eres una persona eficiente, incluso brillante, pero ese trabajo no supone ningún desafío para ti. Puede que me esté excediendo, pero creo que podrías ser mucho más.

Stone siguió hablando, pero ella no pudo oírlo. La creía brillante y eficiente. Genial. Una combinación de ordenador y perrito faldero.

Intentó que los sentimientos no se reflejasen en su expresión. ¿Por qué se habría hecho ilusiones? Había sido una estúpida. Stone no era como ella, y tenían muy poco en común. No la venía como una mujer, al menos no como una mujer que pudiera interesarle como pareja.

– Te estoy ofreciendo un trabajo -le oyó decir.

Eso llamó su atención.

– Perdona, ¿qué has dicho?

– He dicho que te ofrezco un trabajo como ayudante personal. Hace mucho tiempo que necesitaba cubrir ese puesto. Quiero que sea alguien que actúe como nexo de unión entre la oficina y yo, que asista a reuniones y algún que otro viaje. Al principio puede que te sientas un poco como pez fuera del agua, pero creo que podrás hacerlo. Es más, estoy convencido de que serás muy buena.

– ¿Un trabajo?

Stone frunció el ceño.

– Me gustaría de verdad que lo consideraras, Cathy, pero sólo si estás convencida de que es una buena oportunidad para ti. No pretendo insultarte, ni decirte lo que tienes que hacer.

– Lo comprendo -la cabeza le daba vueltas. ¿Un trabajo? ¿Con él?-. ¿Y querrías que yo hablase en tu nombre con la gente de tu empresa?

– Sí. Ahora mantenemos conferencias telefónicas, y seguiríamos con ellas, pero me gustaría que estuvieses allí como mi representante personal.

– No tengo estudios universitarios, y carezco por completo de experiencia en tu negocio.

– Ya lo sé. Tendrás que trabajar duro para ponerte al día. Es un reto y me gustaría que lo intentaras. Podríamos establecer un periodo de prueba de seis meses, tras el cual ambos evaluaríamos la situación.

Cathy apretó los dientes sólo para asegurarse de que no se quedaba boquiabierta. Aquello no era la declaración de amor que ella se había imaginado, pero sí un magnífico premio de consolación. ¿Trabajar con Stone? Sería excitante y diferente. Aprendería mucho. El horario iba a ser asfixiante, en eso no podía engañarse. Y ahora que hablaban de trabajo, todo en él había cambiado. Su postura era más rígida y su mirada más directa. Incluso su elección de palabras era más dura. ¿Podría soportarlo?

No estaba segura, pero sabía que no se lo perdonaría si dejaba pasar una oportunidad como aquélla.

– Creo que la idea tiene posibilidades -dijo, intentando un tono profesional.

Stone sonrió.

– Me alegro. Antes de que te decidas, tenemos que hablar de la logística. Preferiría que vivieras en la casa. Así estarías más accesible para mí. Estoy seguro de que podrías alquilar la tuya sin demasiada dificultad. De todas formas, si no te gusta la idea de vivir aquí, me gustaría que vivieras en otro sitio más próximo que North Hollywood.

¿Que quería que se quedara en su casa?

– Mm… no hay problema. Podría quedarme aquí.

– Bien. La empresa tiene un interesante paquete de beneficios sociales. Deberás concertar una cita con la directora de recursos humanos para hablar con ella directamente. Ahora sólo nos queda ponernos de acuerdo en el salario.

Stone le dio una cifra que la mareó. Iba a decirle que era demasiado, pero se tragó las palabras. ¿Qué sabía ella sobre cuál debía ser el salario del asistente personal del presidente de una importante compañía?

– Acepto.

– ¿Es eso un sí?

Ella sonrió.

– Desde luego. Tienes razón en lo de que al principio va a ser una locura, pero quiero aprender y no me da miedo el trabajo duro. Soy honesta y alguien en quien se puede confiar, e intentaré dar un cien por cien todos los días.

Ahora sí que parecía un perro leal, pero ya no le importó. No sólo iba a quedarse con Stone, sino que iba a trabajar para él. Se ganaría su respeto.

– Lo notificaré a recursos humanos -dijo, se levantó y se acercó a ella. Cathy se levantó también y cuando él le tendió la mano, ella reaccionó por impulso y lo abrazó.

Incluso antes de llegar a rozarlo se dijo que no debía hacerlo, pero era ya demasiado tarde. Aun así intentó dar marcha atrás, evitar aquel momento, pero entonces sintió unas manos grandes y fuertes descansar sobre su espalda.

– Me gusta mucho más lo que has pensado tú -murmuró, e inclinó la cabeza hacia ella.

Aquel abrazo había sido algo espontáneo, un gesto de amistad sin preparar, y Cathy no tenía ni idea de lo que significaba para él aquel beso, pero cuando sus labios se rozaron, ya no le importó.

No tenía experiencia para compararlo con otros, pero a ella le pareció maravilloso. Stone no se movió mucho, ni intentó profundizar, pero para ella era suficiente estar en sus brazos, rozando sus labios.

Subió sus manos hasta sus hombros y los apretó, y en respuesta, él ladeó la cabeza y se acercó un poco más a ella. El aroma de su cuerpo la invadió, un olor limpio, masculino y quizás un poco peligroso.

Sus cuerpos apenas se rozaban y Cathy deseó poder sentirlo pegado a ella. En alguna ocasión había leído que el pecho podía doler de deseo y no lo había comprendido, pero en aquel momento lo entendió. Los senos le dolían. Incluso habría jurado que estaban inflamados, deseando sentirse apretados contra él. Una oleada de estremecimientos recorrió su cuerpo de pies a cabeza, alcanzando incluso aquel lugar secreto entre sus muslos. Pensó que…

Stone rozó su labio inferior con la punta de la lengua, e inmediatamente perdió la capacidad de pensar y la de respirar. Pero no le importó. Toda su energía, sus sentidos, estaban concentrados en aquel punto húmedo.

Stone volvió a acariciarla del mismo modo, como urgiéndola a acceder a sus deseos, y antes de que pudiera darse cuenta de lo que hacía, entreabrió los labios y él deslizó su lengua dentro.

Sabía mejor que el chocolate. No la atacó, ni dio la impresión de estar allí para localizar los puntos de interés de su boca, sino que se movió despacio, casi reverentemente, explorando con suavidad.

Seguramente el fuego era inevitable. Entre los estremecimientos, las chispas y Dios sabe qué otras sensaciones más, tenía la sensación de que de un momento a otro saldría ardiendo en llamas, de modo que cuando el calor abrasó su piel, ella simplemente se rindió y se apoyó contra él, obteniendo al fin lo que su pecho tanto deseaba. Pero el alivio fue muy breve porque al contacto con los planos duros de su pecho, sus pezones se endurecieron inmediatamente. Jamás había sentido algo así. No estaba segura de qué estaba ocurriendo ni de lo que significaba. Sólo sabía que no quería que Stone dejase de besarla.

Como si le hubiera leído el pensamiento, la abrazó con fuerza. Se había apoyado en él, pero Stone intentaba acercarla aún más. Era todo tan increíblemente perfecto… Sus cuerpos encajaban a la perfección, exactamente como se describía en algunos libros. Especialmente por la dureza que sentía contra su vientre. ¡Besarla había tenido en él ese efecto!

Debió emitir un sonido de placer, o indicar de alguna manera que algo había cambiado porque Stone se separó. Interrumpió el beso despacio, y tomó su cara entre las manos cuando separaba sus labios de los de ella.

– ¡Guau! -exclamó Cathy sin pensar.

Afortunadamente él sonrió.

– Sí. Guau -y la sonrisa se desvaneció-. Lo siento. No suelo dar así la bienvenida a los empleados.

Sus palabras tuvieron el efecto de una ducha fría y Cathy se esforzó por no perder la sonrisa.

– Me imagino que a algunos chicos no les haría demasiada gracia -e hizo un gesto como quitándole importancia-. No te preocupes, Stone. Somos amigos, ¿no? Ha sido un beso muy agradable.

– Estoy de acuerdo. Y te prometo que no volverá a ocurrir.

Genial. Seguro que era de esa clase de hombres que regalaban batidoras y aspiradoras el día del cumpleaños. En fin… había sido una experiencia maravillosa que le daría mucho que pensar cuando estuviera sola en su habitación aquella noche. Mientras tanto, él nunca debería saber que las rodillas se le habían vuelto de gelatina y que los senos le seguirían doliendo durante días.

Así que aquello era el deseo. Al menos había podido saber qué se sentía, ya que durante un tiempo había llegado a temer no experimentarlo ni una sola vez.

– Gracias por comprenderlo.

– Claro. No hay problema.

Salió de su despacho tras prometerle que cenarían juntos, y una vez en el recibidor, su buen humor desapareció y la confusión ocupó su lugar. ¿Qué había ocurrido exactamente? Si no quería hacerlo, ¿por qué la había besado de aquel modo?

– Menuda adulta estoy hecha -murmuró. Se sentía rara por dentro. Tensa y relajada al mismo tiempo.

Ahora trabajaba para él. Bien. Ya encontraría el modo de dejar a un lado lo ocurrido y trabajar para él. Quería aprovechar la oportunidad, y sería una idiota si la echaba a perder por dejarse atrapar por algo que, evidentemente, significaba cosas diferentes para ambos.

Stone le había dado las gracias por comprenderlo. Genial. El problema era que no lo comprendía. Y seguramente no llegaría a comprenderlo nunca.

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