Capítulo 16

Cathy se sentó en la cama que había ocupado durante los primeros meses de su estancia en casa de Stone. Se llevó las rodillas al pecho y apretó con fuerza, pero sabía que no iba a poder contener los sentimientos que iban a romperla en mil pedazos.

Todo su ser le dolía. Sólo respirar le producía más dolor del que había sentido en toda su vida. No dejaba de repetirse que ella ya sabía que iba a ser así, que ya sospechaba que no sentía nada por ella… al menos no del mismo modo que ella. Pero pensarlo y oírlo eran dos cosas muy distintas.

Ojalá pudiera llorar. Quizás así se sentiría mejor. Quizás así podría empezar a sanar, pero por el momento las lágrimas no acudían a ella. Sólo el dolor y la sensación de que iba a necesitar más de una vida para sobreponerse al dolor de querer a Stone.

Aunque intentaba no pensar en ello, sus palabras reverberaban en su cabeza. Había llegado a ofrecerle dinero, como si fuese una mujer que hubiese comprado. Como si de verdad fuese una puta. Quizás eso era lo que más le dolía. Podía comprender que una persona no se enamorase de otra, pero tener que soportar que la tratase así… eso le quitaba su cualidad de persona ante sus ojos, y era más de lo que podía soportar.

Se tumbó de lado en la cama y volvió a apretarse las rodillas. Un plan. Necesitaba un plan. «Piensa en lo que vas a hacer ahora», se dijo. Quizás consiguiera distraerse.

Primero tenía que salir de allí. En cuanto fuese capaz de respirar, tenía que marcharse. Era más de las doce, así que no se molestaría en llevarse muchas cosas. El bolso, quizás un par de prendas. Ya llamaría a Ula por la mañana. Cathy esperó sentirse humillada, pero no fue así. No sabía qué pensaría Ula sobre lo que había ocurrido, pero en el fondo sabía que su corazón la comprendería.

Después tendría que ocuparse de que algún servicio de esos de mensajería viniese a buscarlo.

Segundo: tenía que tomar unas cuantas decisiones sobre su futuro. Un trabajo y algunas clases en la universidad. Por lo menos el tiempo que había pasado con Stone le había enseñado que le gustaba el mundo de los negocios.

Tendría que empezar a ahorrar porque estaba embarazada de mes y medio y el niño iba a necesitar…

El inesperado sollozo le desgarró la garganta. Un hijo. Dios, iba a tener un hijo. Las lágrimas rodaron por su sien y le humedecieron el pelo. Se llevó una mano a la boca y la otra al vientre donde crecía una vida en ciernes.

No estaba segura de qué significaban aquellas lágrimas. Aunque no tenía pensado quedarse embarazada, siempre había deseado tener una familia. Lo mejor hubiera sido tener un marido a su lado, pero había descubierto hacía poco que era una mujer fuerte, así que a los dos les iría bien solos.

Las lágrimas cedieron. Al final, tendría que decirle a Stone la verdad. Se merecía saber de su hijo, aunque seguramente sería absurdo. No había querido saber nada de ella, así que lo más probable era que tampoco le importase el niño. De todas formas, tenía que decírselo, pero no en aquel momento. Necesitaba unos cuantos días para recuperar fuerzas.

Cuando después de un buen rato se quedó sin excusas, se incorporó y se levantó. Estaba temblorosa y cansada, lo cual no era de extrañar, teniendo en cuenta por lo que había pasado aquel día.

Sacó una pequeña maleta del armario y la llenó con lo que creyó que iba a necesitar hasta que tuviese el resto de sus cosas. No tardó mucho. Entonces, llegó el momento de marcharse.

Caminó hasta las escaleras, pero en vez de bajar, y a pesar de saber que era un error, pasó de largo y se adentró en el pasillo que conducía hacia el despacho de Stone, en el que brillaba aún la luz.

No se había ido a dormir. No era extraño. Apenas dormía. Sabía que no quedaba nada que decir, pero quería verlo por última vez, así que inspiró profundamente y entró en su despacho.

Stone estaba sentado tras su mesa, con la mirada perdida. Tenía las arrugas de alrededor de los ojos y la boca más marcadas, y sus cicatrices parecían especialmente pronunciadas.

Enfocó la mirada al verla entrar y reparó en su maleta.

– Te marchas.

– Sí. Enviaré a alguien por mis cosas.

La miró a la cara, y ella sintió su atención como si fuese un roce, como si le hubiese tocado la mejilla.

– No te vayas -le rogó-. No me dejes. No tiene que ser así, Cathy. Lo que tenemos es muy especial, y no quiero perderlo. Y creo que tú tampoco.

No se había dado cuenta de que aún esperaba lo imposible hasta que sus esperanzas se estrellaron contra el suelo. Le había pedido que se quedase porque compartían algo especial y no quería perderlo. Ya era algo, claro, pero no lo que ella quería. No era amor.

– No puedo -le contestó-. Quiero más que eso. He aprendido que me merezco más. Tengo que ser más que tu proyecto de salvación multiuso.

– Eso no es justo. Aunque tengo que admitir que las razones que me empujaron a ayudarte eran complejas, tú haces que parezca que tu persona no tenía importancia, y eso no es verdad. Yo siento algo por ti.

– Amistad.

– Sí.

– Soy una amiga con la que acostarse.

– Somos amantes.

– Amantes sin amor.

Stone bajó la mirada. Aquello no tenía sentido, se recordó Cathy. No podía cambiar sus sentimientos.

– Te deseo lo mejor, Stone. Espero que puedas conseguirlo. Te quiero lo bastante para desear que seas feliz, pero eso no va a ocurrir hasta que te permitas querer a alguien, y para eso necesitas liberarte de tu pasado. Espero que consigas hacerlo, pero lo dudo. La compasión que sientes por ti mismo lleva acompañándote demasiado tiempo y creo que en el fondo tienes miedo de superarla. Vives esta vida a medias con la esperanza de compensar lo que le ocurrió a Evelyn. Pero la verdad es que el accidente no fue culpa tuya. Pero si admites eso, tendrías también que perdonarte a ti mismo y admitir que no haberla querido no fue algo abominable. Por alguna razón, has decidido que Evelyn era perfecta… y por lo tanto tienes que ser tú el culpable de todo -se encogió de hombros-. Pero, al fin y al cabo, ¿qué sé yo? Buena suerte, Stone, y procura no recluirte en tu preciosa prisión hasta el final de tus días. Hay un mundo ahí fuera que todavía tiene mucho que ofrecerte.

– ¿Volveré a verte?

Hubiera querido decir que no. Sería mucho más fácil para ella cerrarle definitivamente la puerta de su vida, pero era una decisión que no sólo le incumbía a ella. Dentro de unos días, tendría que hablarle del bebé.

– Sospecho que sí -dijo, y se marchó.

Stone la vio alejarse. Cuando la puerta se cerró, se dejó caer en su sillón intentando convencerse de que era lo mejor. Cathy se estaba acercando demasiado, y si permitía que aquella situación continuase, sólo conseguiría herirla más. Mejor que siguiera adelante con su vida ahora que aún podía.

Y en cuanto a él… bueno, se sobrepondría si ignoraba la angustia que sentía por dentro, el agujero negro que ocupaba el lugar de su corazón.

Pero a medida que fue avanzando la noche y el silencio se hizo más profundo, la sensación de que la vida se le estaba escapando se hizo más intensa. No quería volver al vacío en el que había habitado antes de conocer a Cathy. No sólo no iba a volver a verla, sino que además había perdido el derecho a ser su amigo. Ella era su único nexo de unión con el mundo, y ahora no le quedaba nada.

– Cathy -dijo en voz alta, echándola ya de menos más de lo que creía posible.

La había deseado tanto que no se había dado cuenta de que parte de ese deseo era no dejarla marchar de su lado.

¿Y qué quería decir eso? No podía ser que albergase un sentimiento profundo por ella. No podía ser… amor.

Amor. Pronunció mentalmente aquella palabra una y otra vez. No sabía qué significaba querer a una mujer. No lo había experimentado nunca y, además, no le estaba permitido. Después de lo que había hecho, no.

Siempre volvía al pasado. A Evelyn. Al horror de aquella noche.

– Lo siento -le dijo a la oscuridad-. No debería haberme casado contigo. Ahora me doy cuenta. Debería haberte dicho la verdad, y no hacerte concebir esperanzas.

Cathy le había dicho que no había sido una crueldad no querer a Evelyn, y se preguntó si sería cierto. Aunque, qué mas daba… al final, había terminado por traicionarla.

Aquellos pensamientos le llenaban la cabeza. Revisó el pasado una y otra vez, intentando encontrar dónde había fallado, hasta que de pronto se dio cuenta de que la luz no provenía de la lámpara de sobremesa, sino que se derramaba a través del cristal de la ventana. El día. Su primer día sin ella.

Un rato después, oyó pisadas por el pasillo. Ula entró en el despacho, se acercó a su mesa y lo miró fijamente.

– ¿Se ha marchado?

Stone asintió.

– Ya.

Su ama de llaves siempre tan imperturbable, parecía estar teniendo dificultades para contener las lágrimas.

– Lo siento -dijo él-. Quería marcharse, y yo no he podido hacer que se quedara.

– Claro que habría podido -espetó Ula-. Siempre hay otra posibilidad. Lo que pasa es que así era más fácil, ¿verdad?

Stone tuvo la misma sensación que si le hubiese dado una bofetada.

– Cathy se merece algo mejor que yo.

Ula elevó hacia el cielo la mirada.

– Eso lo sabemos todos, pero por alguna razón, es a ti a quien quiere. Te quiere a ti, Stone Ward. Es perfecta para ti, pero eres demasiado testarudo y estás demasiado atrapado en el pasado para verlo.

Stone se rozó la mejilla, reconociendo el patrón familiar de sus cicatrices.

– No tengo nada que ofrecerle. No puede quererme así.

– Entonces, cambia. Yo quería a la señorita Evelyn como si fuese mi hija. Sé que tuvisteis problemas. Tú lo hiciste mal por un lado, pero ella por otro. Olvídalo. Supéralo. Guarda los buenos recuerdos en tu corazón y deja ir al resto. Si sigues viviendo así, hubiera sido mejor que murieras en el accidente.

Su ira y su frustración eran tangibles. Temblaba delante de él.

– No te atrevas a abusar del regalo que te ha sido concedido -le ordenó-. Ya has malgastado bastante tiempo, y es un tiempo que no recuperarás. Puedes ser feliz durante los años que te queden, o puedes ser un miserable. Por una vez en tu vida, no seas un idiota y haz lo que tienes que hacer.

Y tras dar media vuelta, salió.

Stone se levantó como para seguirla, pero volvió a sentarse en su sillón. ¿Tendría razón Ula? ¿Tendría razón Cathy? ¿Habría sido un imbécil, un cobarde que se escondía tras el sentido de culpa? ¿Tendría miedo de correr riesgos sólo porque era un cobarde? ¿Estaría dispuesto a perder a alguien tan maravilloso como Cathy sólo porque tenía que correr un riesgo? No podía ser, ¿o sí? Porque si era cierto que se estaba ocultando sólo por miedo, tendría que planteárselo y realizar algunas modificaciones en su forma de actuar. No podía seguir comportándose como un cobarde.


Cathy aparcó frente a su casa de North Hollywood. Habían pasado ya dos semanas y aquel lugar seguía sin parecerle su hogar. Quizás nunca volvería a serlo.

Recogió la compra y entró. Al volver allí, se había pasado cuatro días limpiando a fondo la casa. Había revisado la mayor parte de las cosas de su madre, una tarea que llevaba años posponiendo. Después había confeccionado unas cortinas nuevas para la cocina, se había comprado un edredón barato para la cama y una jardinera para la ventana del salón. A ella y a su bebé les gustaría ver crecer las flores cada día. Después, había vuelto a su antiguo trabajo.

Entró en la cocina y empezó a colocar la compra. Tenía una sensación extraña, como si se estuviera moviendo dentro del agua. El mundo parecía ser ahora en blanco y negro.

– Tiempo -se recordó mientras guardaba la leche en la nevera-. Necesito un poco más de tiempo para sobreponerme. Después, lo olvidaré, y al final, volveré a sentirme como antes -una pausa y una sonrisa-. Bueno, casi.

No quería volver a su vida de antes. Era demasiado horrible. El destino le había ofrecido una segunda oportunidad y no iba a desperdiciarla. Pero a veces era tan difícil…

Cuando terminó de colocar las cosas, se sentó a la pequeña mesa de la cocina y sacó el catálogo de la universidad. Era demasiado tarde para inscribirse oficialmente en el curso, pero la universidad tenía un programa especial para adultos que querían seguir las clases. Si había suficiente espacio, no tenían más que pagar una pequeña cantidad y podían asistir a las clases. Ya había elegido tres asignaturas a las que quería asistir. Empezaban aquella tarde. Por otro lado, tenía unos ahorrillos, un seguro de enfermedad decente y la casa estaba pagada. Mirándolo bien, era muy afortunada.

Sólo le quedaba una cosa por hacer.

Miró el teléfono. Ya llevaba demasiado tiempo posponiéndolo, y no quería admitir la razón, ni siquiera ante sí misma. No había llamado a Stone para hablarle del bebé porque esperaba que fuese él quien se pusiera en contacto con ella.

– Qué ilusiones más tontas -dijo en voz alta. Pero era un sueño al que se había aferrado con todas sus fuerzas. Cada noche, al llegar a casa esperaba encontrar parpadeando la luz de su contestador. Incluso había llegado a pensar que la llamaría al servicio de contestador, pero habían pasado ya catorce días y Stone no había intentado ponerse en contacto con ella.

Inspiró profundamente.

– No hay momento como el presente -se recordó, y miró el reloj. Apenas eran las diez de la mañana. Podía llamar a Stone y llegar perfectamente a su primera clase. Había cambiado el turno y trabajaba por las tardes, de modo que podía asistir a clase tres días por semana.

Marcó el número intentando ignorar el temblor de las manos y el nudo que sentía en el estómago. No tenía ni idea de qué iba a decirle.

– Residencia Ward.

A pesar del miedo, sonrió.

– Hola, Ula. Soy Cathy.

– Ya era hora. Dijo que se mantendría en contacto y yo la creí.

– También usted podría haberme llamado -protestó.

– Lo sé, pero no quería recordarle esto si estaba intentando dejarlo atrás.

Sabía que «esto» era Stone.

– Te agradezco la preocupación.

– ¿Cómo está?

– Bien -Cathy la puso al día-. Gracias por enviarme mis cosas. No tenía que hacerlo. Yo podría haberme ocupado.

– Quería ayudar, y eso era todo lo que podía hacer.

Charlaron unos minutos más y después Cathy reunió el valor suficiente para preguntar:

– Necesito hablar con Stone, Ula. ¿Podría ponerme con él?

El ama de llaves guardó silencio un instante y Cathy empezó a preguntarse si no le habría dado instrucciones de que no quería hablar con ella.

– No puedo -contestó-. El señor Ward no está.

Cathy se quedó mirando el auricular como si de pronto hubiese oído hablar en una lengua desconocida.

– ¿Qué quieres decir?

– Que se ha ido. Cathy, lo siento. No sé qué decir. Hace cinco días, bajó con dos maletas. Me dijo que iba a marcharse y que cuidase de la casa mientras él estuviera fuera. Yo pensé… -la voz le tembló-, yo pensé que iba a ir a buscarla.

Cathy creyó que no iba a poder soportarlo. Stone no se había molestado en ponerse en contacto con ella y ahora se había marchado.

– ¿No sabe dónde está? -preguntó inútilmente.

– No. No tengo la más remota idea, se lo prometo. Este hombre en un absoluto… -hizo una pausa y suspiró-. No importa. Ojalá pudiera ayudarla. Sé lo que siente, y ha sido maravillosa con él. Podría haberle ayudado a recuperarse si él se lo hubiera permitido. Va a lamentar haberla perdido.

Ojalá estuviera en lo cierto, pero en aquel momento, sus palabras no le sirvieron de consuelo. Los ojos se le llenaron de lágrimas. No le había hablado a Stone del bebé y ahora se había marchado.

– ¿Puedo ayudar en algo? -preguntó Ula. Cathy negó con la cabeza, pero después se dio cuenta de que no podía verla.

– No -balbució-. Yo sólo… tengo algo importante que decirle. Si sabe algo de él, ¿podría decirle que me llame?

– Por supuesto. Lo siento mucho Cathy. Espero que no deje de llamar de vez en cuando.

– Lo intentaré.

No podía ser más sincera, porque en aquel momento dudaba de que fuese capaz de hablar con Ula o con cualquier otra persona.

– Tengo que irme. Cuídese.

Y colgó.

No supo cuánto tiempo estuvo sentada allí. Stone se había marchado. No iba a ir a buscarla. No iba a llamar. Había desaparecido de su vida. Nunca le había importado.

Al final, apoyó los brazos en la mesa, bajó la cabeza y lloró hasta que ya no le quedaron lágrimas.

Cuando por fin se levantó, vio que eran las once y media. Tenía que marcharse si quería llegar a clase. Recogió el bolso y el catálogo, pero se detuvo. ¿Qué sentido tenía ir a clase? ¿A quién quería engañar? ¿La universidad, ella? Era demasiado mayor. Esperaba un niño. Tardaría demasiado.

– Olvídalo -se dijo en voz alta-. Ve a trabajar, vuelve a casa, espera a tu hijo. Eso es suficiente. No necesitas hacer nada más. Fíjate cuánto tiempo sobreviviste antes sin hacerlo.

Sin pensar, se acercó al armario de la cocina, lo abrió y arrugó la nariz. Pan integral, galletas bajas en calorías, sopa. Ni una sola galleta de verdad, ni una tableta de chocolate. Necesitaba chocolate, y lo necesitaba ya.

Tomó el bolso y salió. En la puerta, reparó en que habían traído el correo; sacó los sobres e iba a lanzarlos sobre la mesita del recibidor cuando una caligrafía que le resultaba familiar llamó su atención. Era la letra de Stone.

El corazón le dio un vuelco. Abrió el sobre. ¿Qué sería? ¿Una nota? ¿Un billete? ¿Una explicación?

Dinero. Un montón de billetes de cien dólares. Contó. Cinco mil. Había una cuartilla doblada con una sola frase: «Recibirás la misma cantidad cada mes».

El bastardo ni siquiera se había molestado en firmar con su nombre.

Cathy miró el dinero. Así que esa era su forma de pensar en ella. Bien. Ahorraría el dinero para su hijo. Quizás empezaría a guardar para cuando llegase el momento de ir a la universidad.

Miró a su alrededor como si de repente no recordase adónde iba. Ah, por chocolate. Frunció el ceño. Eso no era lo que quería. No quería comer. Quería tener una vida. Y por Dios que iba a tenerla.


Catorce semanas más tarde, Cathy aparcaba frente a su casa, sonriendo de oreja a oreja. Estaba cansada, pero era más feliz de lo que lo había sido desde hacía meses.

Lo había conseguido. Acababa de hacer el último examen final. Había completado el primer semestre de universidad.

– ¿No estás orgulloso de tu mamá? -le preguntó al bebé, poniéndose una mano en el vientre. Estaba embarazada de cinco meses, y el embarazo ya no era fácil de ocultar. La verdad es que no le importaba. Sus compañeros de clase no la habían discriminado por estar embarazada y ser soltera. Es más, habían sido bastante amables con ella.

La verdad es que la universidad era dura. Le encantaba el mundo de las finanzas y toleraba en la economía, pero ¿a quién podía interesarle ser contable?

Estaba agotada. Entre estudiar, los exámenes e ir a trabajar cuando más cansada estaba…

– Merece la pena -le dijo a su niño-. Tú también la merecerás.

Paró el motor y bajó del coche. Eran casi las nueve de la noche. Se había unido a un grupo de estudiantes para ir a cenar tras los exámenes finales a un restaurante italiano. Había disfrutado mucho con la conversación y las risas. No había tenido mucho de ambas cosas en su vida.

Eddie, su jefe en el servicio de contestador, estaba tan orgulloso porque hubiese conseguido finalizar el primer semestre que le había dado la noche libre, y la verdad es que se lo agradecía enormemente. Se iba a meter en la cama y pensaba dormir doce horas seguidas.

Al acercarse a la casa, una sombra se movió. La sorpresa fue demasiado grande para sentir miedo. La sombra volvió a moverse y se convirtió en un hombre. Entonces, supo.

Stone había vuelto después de tanto tiempo. No sabía qué pensar, ni qué decir. Había seguido enviándole dinero todos los meses, dinero que había ahorrado en su mayoría. Había hablado con Ula en varias ocasiones pero no tenía noticias de él.

Se quedó allí de pie, en el camino de acceso a la casa, sin saber qué sentía en realidad. No estaba furiosa, ni siquiera triste, aunque sentía rodar las lágrimas por las mejillas. A pesar de todo, no había sido capaz de dejar de quererlo, y ese amor se movió en su interior, llenándola con un calor que no había sentido desde hacía mucho tiempo. El mismo amor que había experimentado antes, pero con una diferencia: que los últimos cuatro meses le habían enseñado a ser fuerte. Habría sobrevivido sin él, y continuaría así.

– Hola, Cathy.

Stone se acercó a ella. La noche estaba cuajada de estrellas, pero no había luna, de modo que el momento fue igual que cuando se encontraron por primera vez en su casa.

– Stone… qué sorpresa.

– ¿Estás enfadada?

– Debería estarlo, seguramente, pero no, no lo estoy -dio un paso hacia la casa-. Entremos para que me expliques por qué estás aquí.

– ¿Así, tan tranquilamente?

– ¿Qué esperabas? ¿Una escena?

– No. Supongo que me has olvidado por completo, y no te culpo. No merezco otra cosa.

– Es verdad, no la mereces, pero desgraciadamente no he olvidado. Eso sí, he aprendido a vivir sin ti -una brisa fresca le hizo estremecerse-. Vamos, que hace frío.

Iba a llevarse una buena sorpresa cuando se quitase el abrigo, y esa idea le hizo sonreír. Dijera lo que dijese, sería capaz de enfrentarse a ello, tal y como venía haciendo con todo últimamente.

Abrió la puerta y fue a encender la luz, pero él se lo impidió.

– No, por favor. Todavía no.

– Ya he visto tus cicatrices, ¿recuerdas?

– Lo sé, pero hazme ese favor.

Stone cerró la puerta a su espalda y ambos quedaron en la oscuridad.

– Te pediría que te sentases, pero temo que nos tropecemos con algo.

Inspiró profundamente e intentó encontrar algo ingenioso que decir. Algo que le demostrase lo bien que le había ido sin él. Pero entonces Stone rozó su mejilla, y Cathy se derritió.

– Te he echado de menos -dijo él en voz baja-. Cada día. Cada hora. Fui un imbécil, y tú eres una mujer increíble. Eres todo lo que siempre he deseado, pero me comporté como un estúpido. No sé si fue el orgullo, la culpa o que estaba tremendamente enfadado conmigo mismo. He tardado lo mío, pero al final he conseguido desprenderme del pasado, como tú me dijiste.

Cathy fue a hablar, pero se había quedado muda. ¿Estaba Stone diciendo lo que de verdad ella creía que estaba diciendo? No podía estar segura.

– Tenías razón -continuó-. En todo. Ula también la tenía. Me dijo que era un idiota.

– ¿Ula te dijo que eras un idiota?

– Más de una vez.

Cathy le sintió acercarse; sintió que ponía las manos en sus mejillas.

– Si decides no volverme a mirar, lo comprenderé. Incluso si hay alguien más, también. Pero si no es así, ¿estarías dispuesta a darme una oportunidad? Te quiero, Cathy. Creo que siempre te he querido, pero me daba miedo admitirlo. Lo de arreglar tu vida era sólo una excusa para tenerte cerca de mí sin tener que aceptar la responsabilidad de lo que sentía. Te quiero. Por favor, vuelve a casa conmigo.

No podía creer lo que estaba ocurriendo.

– ¿De verdad estás aquí? ¿De verdad me estás diciendo todas esas cosas?

– Sí. Todas. Te quiero, Cathy.

– Stone…

Cathy se echó en sus brazos y le besó, y sus cuerpos se apretaron en la oscuridad.

– Yo también te quiero -dijo-. No hay nadie más. ¿Cómo podría haberlo? Te di mi corazón, así que no se lo puedo dar a nadie más -se echó a reír-. Esto es increíble.

– Entonces, ¿volverás conmigo?

Cathy dudó.

– Te quiero, y deseo estar contigo, pero no puedo ser la amante de un hombre rico. Te veré cuando quieras, pero me voy a quedar aquí. He empezado en la universidad, y no quiero renunciar ahora.

Stone sonrió.

– Qué mal lo he hecho, ¿eh? No te estaba pidiendo simplemente que te vinieses a vivir conmigo, mi amor, sino que te cases conmigo.

– Ah… -¿con Stone?-. Ah…

– ¿Ah, sí, o ah, no?

Las lágrimas volvieron a rebasar sus ojos, pero esta vez de felicidad.

– Sí -dijo, y se le comió a besos-. Sí, sí, sí.

– Y si estamos casados, viviremos en la misma casa, ¿no?

– Claro.

– Creo que la universidad es una buena idea. Te irá bien.

– Ya me ha ido.

Stone se echó a reír.

Cathy le abrazó y su vientre rozó el de él.

– Stone, tengo algo que decirte.

– Yo también tengo algo que decirte.

– Primero yo.

– No, yo.

Y encendió la luz.

Cathy parpadeó varias veces ante el brillo de la luz y lo miró. Hacerlo la dejó sin respiración. En su mejilla izquierda, unas líneas pálidas ocupaban el lugar de las cicatrices y quemaduras.

– El doctor me ha dicho que terminarán por quitarse -le explicó, rozándolas casi sin darse cuenta-. Siempre me quedará alguna marca, pero nada comparado con lo de antes -se encogió de hombros-. No quería que te casaras sólo con medio hombre. Quiero enseñarte el mundo. Al menos lo que recuerdo de él. El resto, lo descubriremos juntos.

– Eres tan guapo -murmuró-, que no me lo puedo creer. Las mujeres se van a echar a tus pies.

– Pero soy tuyo. Para siempre.

Cathy le rozó la mejilla.

– A mí nunca me han importado las cicatrices.

– Lo sé. Esa es una de las razones por las que estaba dispuesto a quitármelas. La otra…

Se encogió de hombros y Cathy comprendió. Eran su lazo de unión con el pasado y se había desprendido de ellas. Ya era hora.

Ella también tenía que mostrarle su secreto, así que retrocedió.

– Primero, te prometo que no he vuelto a comer chocolate. Sé que debería habértelo dicho antes, pero lo supe el día que me marché y no pude hablarte de ello. Intenté llamarte un par de semanas más tarde, pero no estabas. Espero que no te enfades, pero si aun así no lo quieres, si no quieres casarte conmigo, lo comprenderé.

Qué mentira más grande… no lo comprendería, pero tenía que darle la opción.

Se quitó el abrigo y lo dejó caer al suelo. Stone se quedó boquiabierto.

– Estás embarazada -susurró.

– De cinco meses.

Su expresión se suavizó.

– Un hijo. Vas a darme un hijo. Una nueva vida y una nueva oportunidad -se puso de rodillas y besó su tripa con devoción-. He sido un imbécil. ¿Podrás perdonarme?

– Sí.

Stone la abrazó mientras ella acariciaba su pelo. Sabía que más tarde llegarían las preguntas, pero ya no importaba.

Se levantó y tomó su mano para conducir la al sofá.

– Quiero tenerte en brazos -dijo-. He estado tan vacío sin ti…

Y la paz les llegó abrazados.

Stone puso una mano en su vientre y sonrió.

– Va a ser un chico.

– ¡Vamos Stone! -se rió-. No seas machista.

Él la abrazó.

– Prométeme que no volverás a dejarme.

– Te lo prometo.

– Y yo te prometo que nunca me iré de tu lado. Te quiero. Eres la mejor parte de mí mismo.

Cathy apoyó la cabeza en su pecho y escuchó el rítmico latido de su corazón. Juntos se curarían el uno al otro y encontrarían la paz.

Para siempre… esa sí que era una promesa a la que una podía aferrarse y por la que vivir.

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