Epílogo

EL PARAÍSO. Los rayos del sol bañaban la pequeña iglesia de piedra en la hermosa campiña de Northcumbria, y a Jilly se le antojó encontrarse en el paraíso cuando su hermano menor le dio la mano para ayudarla a bajarse del coche nupcial.


El paraíso. Max llevaba tres días sin ver a Jilly, aunque a él le habían parecido tres años. Y los tres últimos minutos también le habían parecido tres años. Entonces, se oyó un rumor a la puerta de la iglesia, el párroco ocupó su lugar y el órgano empezó a tocar la marcha nupcial.

La vio enmarcada en el umbral de la puerta, con los diamantes de su madre sujetándole el velo en su sitio. Y a Max le pareció que el corazón ya no podría caberle nunca más en el pecho. Entonces, la vio avanzar hacia él por el pasillo y, cuando llegó hasta él, Max le tomó la mano.


– Que una secretaria se case con su jefe es tan típico, ¿no te parece?

Sarah Prescott, mirando a su hija colocarse al lado de Max delante del altar, sonrió a su hermana.

– ¿Verdad que sí?

– Y es mayor que ella.

– Bueno, Jilly siempre ha sido muy madura para su edad.

– ¿Y no te parece que ha sido un poco precipitado? Se conocen desde hace poco.

– ¿Y para qué iban a esperar? Están enamorados y, al contrario que la mayoría de la gente, no tienen que ahorrar para la fianza de un piso.

La sonrisa de la madre de Jilly se agrandó. Llevaba años oyendo a su hermana hablar de vacaciones en lugares exóticos, de los coches de su marido y del último novio de Gemma.

– ¿Te he dicho ya que Max tiene tres?

– ¿Tres qué?

– Tres casas. Bueno, la cuarta es una villa en Tuscany.

Después…

– Tu Gemma es una chica muy mona. Siempre he pensado que sería la primera en casarse. En fin, de todos modos, le sienta muy bien lo de ser dama de honor.

En ese momento, el párroco empezó:

– Queridos hermanos, estamos aquí reunidos para…

El paraíso. Votos, anillos, firmas y testigos. Cuando Jilly salió de la sacristía del brazo del hombre al que amaba, le esperaban amigos, familiares, flores y deseos de toda felicidad. Se sentía absolutamente feliz; sin embargo, durante un momento, mientras recorría el pasillo, se vio presa del pánico: la vida no era así, aquello era demasiado perfecto y ella era demasiado feliz…

Llegaron a la salida de la iglesia y salieron al sol de primavera resplandeciente.

– ¿Jilly? -y ella miró al hombre que estaba a su lado-. Cariño, ¿qué te pasa?

Max le puso una mano en el brazo que descansaba en el suyo, su voz llena de preocupación.

– Dime, cielo, ¿qué te ocurre?

– Nada.

– Dímelo.

– Nada, que soy una tonta. Pero es que… Max, ¿cómo vamos a poder seguir tan felices?

Max vio aquel momento de duda en sus ojos. Sabía lo que Jilly estaba pensando, que él había sido así de feliz una vez en el pasado y que, al final, aquella felicidad se había convertido en tragedia.

– Jilly, mi vida, esto sólo es el principio. Tenemos por delante toda una vida de amor, de hijos y de recuerdos que iremos acumulando con los años. El único límite a nuestra felicidad es nuestra capacidad para imaginar las posibilidades -Max le levantó la mano y se la besó-. Quiero que sepas que nunca he hecho nada tan perfecto como esto.

Max levantó la mirada y vio al fotógrafo esperándolos, y a los familiares y a los amigos deseosos de felicitarles.

– Vamos, señora Fleming, tenemos que empezar los festejos antes de que a nuestros invitados les mate la falta de champán y a mí me mate la espera de tenerte en mis brazos. No olvides que tengo dos billetes para el paraíso en el bolsillo.

– ¿Otra vez Newcastle?

– Lo pasé muy bien en Newcastle.

Jilly se echó a reír.

– Y yo, pero esperaba pasar la luna de miel en algún sitio un poco más romántico.

– En ese caso, no vas a sufrir una desilusión. El paraíso es un destino cambiante, como pronto vas a descubrir, señora Fleming. No se trata de dónde estés, sino de con quién estés.

Y cuando Max bajó el rostro para besarla, el fotógrafo lo tomó como señal para empezar.

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