Capítulo Once

Meri sonrió al tomarla Jack entre sus brazos y llevarla a la cama. La dejó, se inclinó sobre ella y la besó con tanto deseo que ella se olvidó de todo, menos del momento y de cómo aquel hombre la hacía sentirse.

Su boca era firme y su lengua, insistente. La acarició por todos los sitios, quitándole la ropa hasta que estuvo completamente desnuda. Luego continuó deslizando una mano por su piel, excitándola con cada roce.

Era como ser atacada por una bestia sensual, consiguiendo lo que quería con sus furtivos ataques. Meri se retorcía de placer, unas veces riendo y otras gimiendo. Por fin lo hizo detenerse, rodeándolo por la cintura con las piernas y manteniéndolo firme sobre ella.

– Estás jugando conmigo -murmuró ella mirándolo fijamente.

– Dime que no te gusta -respondió Jack curvando sus labios.

– No puedo.

– Meredith.

Jack comenzó a besarla. Meri separó las piernas, dando la bienvenida a su lengua y a la excitación que sus caricias le provocaban. Luego, agarró su camisa y se la hizo quitar.

Lo siguiente fueron los vaqueros y después los calzoncillos. Cuando estuvo tan desnudo como ella, Jack abrió el cajón de la mesilla. Los preservativos estaban debajo del libro que Meri estaba leyendo.

Pero en vez de ponerse uno, se colocó a un lado y acarició su pecho derecho con los labios, a la vez que deslizaba una mano entre sus muslos y acariciaba su parte más sensible.

Meri abrió las piernas y trató de mantener la respiración mientras él exploraba su centro. La besó apasionadamente sin dejar de acariciarla. Con cada roce, su cuerpo se tensaba más y anunciaba un orgasmo que haría que el mundo temblara.

Intentó mantener la respiración, pero sentía una presión en el pecho que le hacía difícil respirar. Cuanto más cerca estaba, su corazón más se encogía, hasta que llegó al punto de no retorno.

Meri se estremeció y su orgasmo la hizo olvidar todo excepto una cosa: su amor por Jack. A través de las oleadas de placer, esa verdad se afianzó y se preguntó cómo había logrado convencerse de lo contrario. Claro que lo amaba. Lo amaba desde el primer momento en que lo había visto y durante los once años que habían pasado separados. Nunca había amado a ningún otro.

Su cuerpo se tranquilizó, pero no su mente. Ni siquiera cuando Jack se puso el preservativo y la penetró. Le hizo el amor a un ritmo constante, provocando una sensación de locura en la que deseó perderse.

Pero el sentir el cuerpo de Jack sobre el suyo no era suficiente para despejar su cabeza, ni las oleadas de placer, ni el calor, ni los gemidos.

Meri se aferró a él, deseando que el tiempo se parara. Si al menos eso fuera posible… Pero no lo era. Conocía lo suficiente acerca del universo como para saber que todo estaba en marcha y que no había nada estático.

Lo que quería decir que, con el tiempo, su dolor desaparecería. Porque lo otro que sabía con toda certeza era que Jack nunca la amaría.


Jack inspiró el aroma corporal de Meri mientras acariciaba su cara. Era muy guapa, siempre lo había sido.

Se quitó de encima de ella para no partirle una costilla y dobló el codo, colocando la cabeza sobre su mano y preguntándose qué debía decir. ¿Qué pasaba ahora?

Ella se incorporó y tomó su ropa.

– ¿Adónde vas? -preguntó-. ¿Tienes una cita?

Sonrió mientras hablaba, pero cuando Meri lo miró, su sonrisa se borró. Algo no iba bien, podía verlo en sus ojos azules.

– ¿Qué? -preguntó él.

– Tengo que irme.

– ¿Adónde?

– Me voy. Ambos sabemos que esto no es lo que quieres. Nunca has sido hombre de compromisos. No sé si es que no quieres o no puedes. Quizá en parte sea por la culpabilidad que sientes hacia Hunter, aunque la verdad es que no tengo ni idea de cuáles son los motivos reales.

Ella parpadeó varias veces y después tragó saliva.

– No puedo quedarme contigo, Jack.

Pero él no quería que se fuera.

Meri empezó a ponerse la ropa.

– Esto es una locura. No sé en qué estaba pensando. Tenía un buen plan. Betina me advirtió, pero no la escuché. Se supone que yo soy la lista.

– ¿De qué estás hablando?

– Tienes que dejarlo -dijo ella poniéndose la camiseta-. No quiero que sigas espiándome. Sé que lo hiciste para cuidarme, pero tienes que dejarlo. Soy una mujer adulta y puedo cuidar de mí misma. Si cometo algún error, ya lo resolveré. Deja de protegerme.

– No quiero hacerlo.

– Esto no tiene nada que ver contigo.

No lo entendía. Acababan de hacer el amor y había sido fantástico. ¿Por qué se iba?

– ¿Así, sin más? -preguntó enfadado.

– Así, sin más -dijo poniéndose las sandalias-. Adiós, Jack.

Y se fue.

Jack se quedó mirando hacia la puerta. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué acababa de ocurrir? No podía irse, no así.

Tomó su ropa y se la puso. ¿Seguiría enfadada por lo de Andrew? ¿O era por el hecho de que la hubiera estado vigilando?

Debería estar agradecida, se dijo mientras subía la escalera a su despacho. La había cuidado, la había mantenido a salvo. Eso tenía su valor, pero Meri era muy testaruda para admitirlo.

Todavía enfadado, encendió el ordenador e hizo todo lo posible por concentrarse en el trabajo. Era lo mejor que podía hacer en aquel momento.


Meri entró en la habitación de Betina sin llamar. Fue después de oír unos ruidos cuando se dio cuenta de que había interrumpido algo.

– Lo siento -dijo y se dio media vuelta.

No había visto nada puesto que las lágrimas la cegaban.

– Espera -dijo Betina-. No te vayas.

– Estoy molestando.

– No.

Su amiga la agarró y la atrajo hacia sí.

– ¿Que ha ocurrido? -preguntó Betina acariciando el pelo de Meri-. ¿Que te ha dicho Jack?

– Nada. No ha hecho falta que lo hiciera. He sido una estúpida. Tenías razón en todo. No buscaba venganza. Le amo. Le he amado durante años. Él es la razón por la que no puedo comprometerme con nadie más. Le quiero. Tenía miedo de admitirlo y vine aquí con la estúpida idea de darle un escarmiento.

Meri se sentó en el suelo y dejó que las lágrimas fluyeran libremente. Sentía mucho dolor. Era como si alguien le hubiera abierto el techo y le hubiera sacado el corazón.

– ¿Cómo puedo ser tan lista y tan estúpida al mismo tiempo?

– Porque eres humana y nadie es lo suficientemente listo en lo que a asuntos del corazón se refiere.

Aquello tenía sentido, se dijo, deseando que hubiera pasado un año para no sentir dolor. Aunque no esperaba que desapareciese. Tenía el presentimiento de que estaría enamorada de Jack de por vida.

– No me quiere -susurró-. Nunca me ha querido. Pensé que era por la diferencia de edad o por mi aspecto, pero ahora no estoy segura. A lo mejor es por mí.

Lo que le causaba aún más dolor. No podía cambiar su forma de ser.

– Es un idiota -dijo Betina.

– No, es tan sólo un hombre que no puede enamorarse de mí -dijo Meri respirando hondo-. Tengo que irme. No puedo quedarme aquí. Tenemos que irnos a otro sitio a trabajar. Quizá al sur, a Pasadena.

– No te preocupes. ¿Quieres que vaya contigo?

Meri se las arregló para sonreír a su amiga.

– No. Quiero que te quedes con Colin y disfrutéis de vuestro amor.


Jack trabajó hasta la noche. Cuando se dio cuenta de que ya no podía ver otra cosa que no fuera la pantalla de su ordenador, se levantó y se estiró. Fue entonces cuando se dio cuenta del silencio que había en la casa.

Un gran desasosiego lo invadió mientras bajaba la escalera hacia la habitación de Meri.

Todo estaba igual a excepción de la cama. Las sábanas habían sido quitadas y las mantas estaban dobladas. El armario estaba vacío y también los cajones. Se había ido.

Corrió al piso de abajo y se encontró a Betina recogiendo las cosas del comedor.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó.

– Nos vamos -dijo sin mirarlo.

– ¿Todos?

– Terminaremos el trabajo en otro sitio.

– ¿Dónde está? No puede irse. Tiene que quedarse todo el mes.

Lo sabía desde el principio. Ella también tenía que permanecer allí, como él. No podían escapar el uno del otro.

Betina lo miró.

– No tiene que quedarse aquí. Eso es sólo algo que se inventó. La donación de Hunter no tiene nada que ver con ella.

– ¿Le había mentido acerca de quedarse? ¿Por qué? ¿Para que él no la obligara a marcharse?

– ¿Dónde está? -preguntó de nuevo.

– No voy a decírtelo. Cuando quiera que lo sepas, ella misma te lo dirá.

No entendía nada. ¿Por qué había ido Meri hasta allí? ¿Por qué irse ahora?

– ¿Es por Andrew? -preguntó Jack-. ¿Está enfadada porque le conté quién era?

– Es un problema de los hombres, ¿verdad? Me refiero a la imposibilidad de comprender los sentimientos. No puedo creer que seas tan estúpido -dijo sacudiendo la cabeza.

– ¿De qué estás hablando?

– De nada -dijo-. Meri vino hasta aquí pensando que cerraría un capítulo de su vida. De alguna manera lo ha hecho. Ha estado enamorada de ti todos estos años. Pero en realidad no era de ti de quien estaba enamorada, sino de la persona que pensó que serías. Meri disfruta de la vida. Ama y la aman. Se preocupa por la gente. Pensó que tú serías así, pero estaba equivocada y ahora se ha ido.

¿Meri le quería? No era posible, no después de lo que había hecho. No después de defraudarla una y otra vez.

– No puede amarme.

– Es lo que no dejo de decirle, pero no me escucha -dijo Betina cerrando una caja-. Ya he acabado aquí. Colin y yo nos iremos dentro de una hora. Entonces, tendrás la casa para ti solo. Te quedan algunas semanas, ¿verdad? Espero que disfrutes del tiempo que te queda.

Betina se dio la vuelta para irse, pero Jack la tomó del brazo.

– No puedes irte así. Tiene que haber algo más.

– ¿Por qué? Tú eres el que no quiere que haya más. Meri no te importa. Es tan sólo la hermana pequeña de Hunter, ¿no? Una molesta responsabilidad. Tu problema es que no sabías lo que tenías hasta que lo has perdido y ahora ella se ha ido para siempre. Adiós, Jack.

La soltó y dejó que se fuera, puesto que no había nada más que decir.

Se quedaría tranquilo aquellos días. Le quedaban tres semanas y luego regresaría a Texas y se concentraría en el trabajo. Se mantendría ocupado y olvidaría. Se le daba bien olvidar.


Tres días más tarde, Jack se sentía al borde de la locura. La casa estaba vacía, demasiado vacía. El silencio le incomodaba. Incluso extrañaba a los amigos de Meri. Echaba de menos los argumentos sobre la teoría de cuerdas y los papeles llenos de ecuaciones.

Echaba de menos la manera en que Meri animaba a todos a salir fuera y disfrutar de la vida, su voz, su risa, su forma de moverse. Extrañaba su sentido del humor, su inteligencia y cómo su sonrisa podía iluminar toda una habitación.

No era la adolescente que había conocido años atrás, la joven que tanto lo había intrigado a la vez que asustado. No sólo porque era la hermana de Hunter, sino porque parecía esperar lo mejor de él y de todos los que formaban parte de su mundo.

Durante un tiempo, llegó a creer que podría cumplir aquellas expectativas, pero entonces Hunter enfermó y supo que no debía detenerla.

La había dejado marchar por un montón de razones que en aquel momento tenían sentido. No lo necesitaba. Tenía que madurar ella sola y era mejor que lo hiciera sin él. Ambos eran demasiado jóvenes y sus sentimientos por Meri habían sido muy confusos. La había cuidado manteniendo la distancia. Había tomado el camino de los cobardes.

Nunca había creído que volverían a verse. Pero se habían vuelto a encontrar. Meri había querido seducirlo y él había tratado de impedir que ocurriese por todo lo que le debía, tanto a ella como a Hunter.

Entró en el salón y se quedó mirando el mobiliario. Deseaba tirar las cosas, romperlas. Porque la vida no era fácil ni cómoda, sino dolorosa.

Justo cuando se daba la vuelta para irse, vio la funda de un DVD en el suelo, junto al sofá. A alguien se le había caído o quizá lo hubieran dejado allí a propósito. ¿Meri? ¿Betina? ¿Hunter?

Lo recogió y se quedó mirando la cubierta. Era negra y había un papel con el nombre de su amigo Hunter.

Alguien se había molestado en pasar a DVD las películas caseras de Hunter, pensó mientras veía los retazos de los primeros días en Harvard. Había imágenes de todos los amigos de Hunter. Y de Meri. Ella siempre aparecía al fondo.

Ella había sido la que les había mostrado las instalaciones, los mejores sitios para comer pizza a las tres de la mañana. Había estado allí desde niña.

Había imágenes de ellos jugando con la nieve y de fiestas junto a fogatas.

Se acomodó en el sofá y disfrutó viendo la película: vacaciones, acampadas… Siete chicos que se habían convertido en grandes amigos y que llevaban años sin verse y sin hablarse.

La escena cambió a unas vacaciones que habían disfrutado en un barco. La cámara mostraba a todos los amigos tumbados al sol después de una larga noche de fiesta. De repente, Meri apareció en cubierta y lo miró. Él estaba con los ojos cerrados y no vio la expresión de su rostro. Una expresión que evidenciaba su amor por él.

Entonces sintió una extraña sensación de dolor que se había hecho familiar. De pronto se dio cuenta de que había perdido algo que era precioso, algo que nunca podría reemplazar.

Sacó su teléfono móvil y llamó a su oficina.

– No tengo nada -dijo Bobbi Sue a modo de saludo-. Si dejaras de llamarme, tendría más posibilidades de dar con ella.

– Tiene que estar en algún sitio.

– ¿Crees que no lo sé? Devolvió el coche de alquiler en el aeropuerto de Los Ángeles, pero no tomó ningún avión. Si está en algún hotel, está usando un nombre falso y pagando en metálico. Estoy comprobando si está usando el nombre de alguna amiga. Me llevará tiempo.

No tenía tiempo. Tenía que encontrarla. Había pasado cada minuto de los tres últimos días pensando que tenía que haber salido tras ella, pero si se iba, eso supondría echar a perder la donación y Meri lo odiaría por eso.

– Sigue buscando -dijo y colgó.

Jack se puso de pie y paseó por el salón. Deseaba poder hacer la búsqueda el mismo, pero estaba atrapado en aquella maldita casa. Atrapado entre los recuerdos, los fantasmas y lo que había descubierto tres días atrás.

La amaba desde hacía mucho tiempo. En la universidad había asumido que ella crecería y acabarían juntos. Aquella idea había estado en su cabeza ya entonces, como si hubiera sabido que estaban hechos el uno para el otro. Entonces, Hunter había muerto y eso lo había cambiado todo.

Su teléfono móvil sonó.

– ¿La has encontrado?

– No la estoy buscando -respondió una voz familiar.

– ¿Colin?

– Sí. ¿Estás buscando a Meri?

– Tengo a todos mis empleados en ello.

– No lo descubrirás. Además, ¿que importa?

– Importa más que nada.

– Me gustaría creerte.

Colin sabía dónde estaba. Meri se lo habría contado a Betina, y esta a Colin.

– Tengo que encontrarla -dijo Jack-. La quiero.

– ¿Y si es demasiado tarde?

– Trataré de convencerla.

Hubo unos tensos segundos de silencio.

– Empiezo a creerte -dijo Colin-. Está bien. Cuando acabe tu mes ahí, te diré dónde está.

– ¡No! Tienes que decírmelo ahora.

– Lo siento. No. Tienes que quedarte. Hay mucho dinero en juego.

– Yo mismo pagaré la diferencia.

– Es cierto, puedes hacerlo. Pero si te vas ahora, estropearas la esencia de lo que Hunter pretendía conseguir. ¿Crees que a Meri le gustaría eso?

– ¿Crees que es feliz pensando que no me preocupo por ella?

– Buen razonamiento, pero no voy a decírtelo. No hasta que acabe el tiempo.

La llamada se cortó. Jack levantó la mesa de café y la lanzó contra la puerta de cristal, que se rompió en mil pedazos.

– ¡Al infierno con todo! -gritó, pero nadie contestó.

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