Capítulo Uno

Once años atrás

Meredith Palmer pasó la tarde de su decimoséptimo cumpleaños acurrucada en su estrecha cama, llorando inconsolablemente. Todo en su vida era un desastre. ¿Y si aquello era lo mejor que le iba a pasar?

Debería tirarse desde la ventana de su dormitorio y acabar con todo. Claro que tan sólo estaba en un cuarto piso e iba a ser difícil que se matara. Lo más probable era que acabara con unas cuantas fracturas.

Se incorporó y se secó la cara.

– Teniendo en cuenta la distancia al suelo y la velocidad en el momento del impacto… -murmuró para sí misma-. Dependiendo de la posición… -dijo tomando un trozo de papel-. Si salto de pie… no, es poco probable, pero podría ocurrir. Entonces, la mayor parte de la carrera estaría en mi…

Comenzó a hacer cálculos. Densidad de huesos frente al aterrizaje sobre el duro cemento. Asumiendo un coeficiente de…

Meri dejó el lápiz y el papel y volvió a tumbarse en la cama.

– Soy un completo desastre. Nunca seré más que un desastre. Debería estar planeando mi muerte y no haciendo números. Con razón no tengo amigos.

Los sollozos volvieron. Lloró y lloró convencida de que lo suyo no tenía cura, de que estaba destinada a convertirse en una persona solitaria.

– Tengo que hacerme con un gato -se dijo-. Pero soy alérgica a los gatos.

La puerta de su habitación se abrió y hundió el rostro en la almohada.

– Vete.

– No voy a hacerlo.

Conocía esa voz. Su dueño era el protagonista de todas las fantasías románticas y sexuales que había tenido. Alto, con el pelo moreno y ojos de un azul intenso.

Meri gruñó.

– Que alguien me mate ahora mismo.

– Nadie va a matarte -dijo Jack sentándose en la cama a su lado y poniendo la mano sobre su espalda-. Venga, es tu cumpleaños. ¿Cuál es el problema?

¿De cuánto tiempo disponía? Podía hacerle una lista e incluso, si le daba cuarenta y cinco segundos, traducirla a un par de idiomas y hacerle un índice.

– Odio mi vida. Es horrible. Soy un desastre. Peor, soy gorda, fea y siempre seré así.

Oyó como Jack inspiraba.

Había muchas razones por las que estaba completamente enamorada de él. Era muy guapo, aunque eso era lo de menos. Lo mejor de Jack era que le dedicaba tiempo. Hablaba con ella como si fuera una persona de verdad. Junto a Hunter, su hermano, quería a Jack más que a nadie en el mundo.

– No eres un desastre -dijo él con voz queda.

Reparó en que no le dijo que no era gorda. Era imposible evitar ignorar los veinte kilos que había ganado en su menuda estructura de apenas un metro y cincuenta y cinco centímetros. Por desgracia tampoco le dijo que no era fea. Jack era amable, pero no era ningún mentiroso.

Entre sus correctores dentales, su nariz y su complexión, podía contar con una oferta de empleo permanente en el circo.

– No soy normal -dijo aún hablando con el rostro hundido en la almohada-. Estaba planeando mi propia muerte y he acabado haciendo ecuaciones matemáticas. La gente normal no hace eso.

– Tienes razón, Meri. No eres normal. Eres mucho mejor que la media. Eres un genio y los demás somos unos idiotas.

Él no era ningún idiota. Era perfecto.

– Llevo en la universidad desde los doce años -murmuró-. Es decir, cinco. Si de veras fuera lista, ya habría acabado.

– Estás estudiando un doctorado, por no mencionar… ¿Cuántas eran? ¿Tres especializaciones?

– Algo así.

Incapaz de estar en la misma habitación que él sin mirarlo, se dio la vuelta sobre su espalda.

Era impresionante, pensó mientras sentía presión en el pecho y un vuelco en el estómago.

– Tengo que encontrar la manera de apagar mi cerebro -dijo cubriéndose el rostro con las manos.

– ¿Por qué? ¿Para ser como el resto de nosotros?

– Sí -dijo dejando caer las manos a los lados-. Quiero ser una chica normal.

– Lo siento. Tendrás que conformarte con ser alguien especial.

Lo quería tanto que sentía dolor. Quería que la viera como algo más que la hermana pequeña de su mejor amigo. Quería que la viera como a una mujer.

– No tengo amigos -dijo esforzándose por ignorar la necesidad que sentía de confesarle que lo amaría siempre-. Soy demasiado joven, especialmente en el curso de doctorado. Todos creen que soy una niña engreída. Están esperando que me hunda y fracase.

– Lo cual no va a ocurrir.

– Lo sé, pero entre mi aislamiento académico y la falta de un modelo femenino de referencia desde la muerte de mi madre, las probabilidades de madurar y convertirme en un miembro de provecho para la sociedad son cada día más escasas. Como he dicho antes, soy un auténtico desastre -dijo mientras unas lágrimas surcaban sus mejillas-. Nunca tendré novio.

– Espera un par de años.

– Eso nunca ocurrirá. Y si algún chico siente lástima de mí y me pide salir, tendrá que estar borracho para querer besarme, por no hablar de sexo. Voy a morir virgen.

Los sollozos comenzaron de nuevo.

Jack tiró de ella hasta hacerla sentarse y la rodeó entre sus brazos.

– Vaya cumpleaños -dijo.

– Ni que lo digas.

Ella se arrimó, disfrutando de lo fuerte y musculoso que era. También de su olor. Si estuviera locamente enamorado de ella, aquel momento sería perfecto.

Pero eso nunca ocurriría. En vez de declararle su amor incondicional y arrancarle la ropa, o al menos besarla, él se apartó.

– Meri, estás en un momento difícil. Aquí no encajas y seguramente tampoco lo hagas con los chicos de tu edad.

Quería decirle que tenía casi su misma edad, solo los separaban cuatro años, y que encajaba con el perfectamente. Pero Jack era de la clase de hombre que tenía docenas de mujeres a su alrededor. Guapas y esbeltas chicas a las que ella odiaba.

– Pero lo superarás y entonces la vida será mucho mejor.

– No lo creo.

Él alargó la mano y acarició su mejilla.

– Tengo grandes esperanzas en ti.

– ¿Y si te equivocas? ¿Y si muero virgen?

Él sonrió.

– No, no será así. Te lo prometo.

– Tonterías.

– Eso se me da bien.

Se inclinó hacia ella y antes de que supiera lo que él iba a hacer, la besó. ¡En la boca!

Apenas sintió el roce de sus labios en los suyos y el beso se acabó.

– ¡No! -exclamó sin pensar y lo agarró por la sudadera-. Jack, no, por favor. Quiero que seas el primero.

Nunca antes había visto a un hombre moverse tan rápido. En un segundo, pasó de estar sentado en su cama a estar de pie junto al umbral de la puerta de su dormitorio.

Se sintió avergonzada. Habría dado cien puntos de su cociente intelectual si hubiera podido retirar aquellas palabras.

Su intención no era que se enterase. Seguramente ya habría adivinado que se sentía atraída por él, pero nunca habría querido confirmárselo.

– Jack, yo…

Él sacudió la cabeza.

– Meri, lo siento. Eres la hermana pequeña de Hunter. Nunca podría… No te veo de esa manera.

Claro que no. ¿Por qué iba a querer a una bestia cuando podía tener tantas bellezas?

– Entiendo. Lo entiendo todo. Vete.

Él comenzó a marcharse, pero se paró y se dio la vuelta.

– Quiero que seamos amigos, Meri -dijo y, con aquellas horribles palabras, se fue.

Meri se sentó al borde de su cama, preguntándose cuándo dejaría de sufrir tanto. ¿Cuándo dejaría de amar a Jack? ¿Cuándo dejaría de desear que la tierra se la tragara cada vez que estaban en la misma habitación?

Instintivamente buscó bajo la cama y sacó una bolsa de plástico llena de golosinas. Después de buscar en ella, sacó una chocolatina y la desenvolvió.

Había tocado fondo. Estaba viviendo el peor momento de su vida. Era el fin de la esperanza.

Dio un bocado a la chocolatina. La vergüenza la hizo masticar deprisa y tragar. Cuando el azúcar y la grasa hicieran su efecto, no se sentiría tan mal. Dejaría de sentir la soledad y el rechazo de Jack Howington III.

¿Por qué no podía amarla? Era una buena persona, pero no era rubia ni delgada como las demás chicas con las que él salía y se acostaba.

– Tengo cabeza -murmuró para sí-, y eso asusta a los chicos.

Pronunció aquellas palabras con decisión, pero sabía que era algo más que su increíble cociente intelectual lo que espantaba a los chicos. Era su aspecto. Para ella, la comida lo era todo, especialmente después de la muerte de su madre. Había rechazado la propuesta torpe de su padre de llevarla a un cirujano plástico para que arreglara su nariz. Le había respondido diciendo que si de verdad la quería, que nunca más volviera a hablar del asunto, a pesar de que en el fondo estaba asustada. Tenía miedo de cambiar, a la vez que temía seguir siendo la misma.

Se puso de pie y se quedó mirando la puerta cerrada de la habitación.

– Te odio, Jack -dijo mientras unas lágrimas rodaban por sus mejillas-. Te odio y voy a hacerte sufrir. Voy a madurar y seré tan guapa que querrás acostarte conmigo. Pero me iré y te romperé el corazón. Y si no, al tiempo.


En la actualidad

Jack Howington III había conducido dos días sin parar para llegar al lago Tahoe. Podía haber volado en su avión y luego haber alquilado un coche durante el mes que iba a tener que pasar en casa de Hunter, pero había preferido aprovechar el tiempo del viaje para aclararse las ideas.

Su secretaria se había vuelto loca, incapaz de dar con él en las partes más recónditas del campo, mientras él disfrutaba del silencio. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de silencio en su vida. Incluso cuando estaba a solas, tenía que vérselas con aquellos malditos fantasmas.

Recorrió un largo camino de entrada en dirección a una gran casa. El lugar estaba rodeado de árboles y al fondo se divisaba un lago. Los escalones y los marcos de las ventanas eran de piedra, igual que el de la doble puerta de madera.

Jack aparcó y salió de su Mercedes. La casa de Hunter había sido construida recientemente, casi diez años después de la muerte de su amigo, pero Jack tenía la sensación de que Hunter había dejado instrucciones detalladas del aspecto que debía tener. El lugar le recordaba a Hunter, lo cual era bueno y malo a la vez.

Era sólo por un mes, se dijo mientras iba al maletero y sacaba la maleta y la bolsa del ordenador. Si se quedaba allí un mes, de acuerdo a la última voluntad de Hunter, la casa se destinaría a enfermos de cáncer. Se darían veinte millones a la ciudad o a una obra de caridad o a algo así. Jack no había prestado atención a los detalles, lo único que sabía era que Hunter le había pedido un último favor. Jack le había fallado tantas veces a su amigo que no podía hacerlo una vez más.

Dio un paso hacia la casa y se detuvo al ver abrirse la puerta. El abogado le había prometido en su carta un lugar tranquilo en el que trabajar y un ama de llaves para atender sus necesidades diarias.

Le había parecido algo sencillo en aquel momento, pero ahora, al ver a aquella menuda y guapa mujer en el porche, no estaba tan seguro. Era la última persona a la que esperaba ver.

– Hola, Jack -dijo ella.

– Meredith.

– ¿Me reconoces?

– Claro, ¿por qué no iba a hacerlo?

– Ha pasado mucho tiempo y los dos hemos cambiado.

– Te reconocería en cualquier sitio.

Lo que no era del todo cierto. A través de los años había vigilado a Meri. Era lo menos que podía hacer después de prometerle a Hunter que cuidaría de su hermana. Jack no había sido capaz de ocuparse de ella en persona, pero en la distancia las cosas habían sido fáciles. Por los informes regulares que recibía, conocía su físico, aunque en persona la veía más femenina. También conocía muchos detalles de su vida laboral. Pero lo que no sabía era que iba a encontrarla allí.

– Me alegro de saberlo.

Sus ojos eran tan azules como los recordaba, del mismo color y forma que los de Hunter. Aparte de eso y de la sonrisa fácil, aquellos hermanos tenían poco en común.

Hacía años que no la veía, desde el funeral de Hunter. Y la vez anterior…

Apartó el recuerdo de aquella sincera declaración y la torpeza con la que había reaccionado. Habían pasado muchos años y ambos habían recorrido un largo camino desde entonces.

Había madurado, observó al verla bajar los escalones y detenerse frente a él. La muchacha regordeta había desaparecido y se había convertido en una guapa y atractiva mujer que derrochaba seguridad.

En otras circunstancias, habría disfrutado de aquellos cambios, pero no con ella. No con las promesas que había hecho.

– Evidentemente has recibido la carta del abogado, ya que, si no, no estarías aquí -dijo ella-. Tienes que quedarte un mes. Al final de ese plazo habrá una emotiva ceremonia de cesión de la casa al Ayuntamiento de la ciudad, con entrega de las llaves y del dinero. Los otros samuráis y tú podréis disfrutar y poneros al día. Después podréis iros -y dirigiendo la mirada hacia la maleta, añadió-. Veo que viajas ligero de equipaje.

– Así es más fácil trasladarse.

– No tendrás muchas alternativas para una fiesta sorpresa de disfraces.

– ¿Es que va a haber una?

– No que yo sepa.

– Entonces está bien.

Ella ladeó ligeramente la cabeza en un gesto que él recordó. Era curioso cómo podía ver a la muchacha en aquella mujer. Siempre le gustó la muchacha y no había tenido en mente conocer a la mujer.

La miró de arriba abajo y frunció el ceño. ¿No llevaba unos pantalones demasiado cortos? No es que no le agradara ver aquellas piernas, pero ella era Meredith, la hermana pequeña de Hunter. Además, el top que llevaba era demasiado… revelador.

– Voy a quedarme aquí también.

Su voz era cálida y sensual. Si hubiera sido otra mujer, le habría agradado.

– ¿Por qué?

– Soy el ama de llaves, la que te prometieron. Estoy aquí para hacer tu vida más fácil.

Aquella declaración parecía esconder un desafío.

– No necesito un ama de llaves.

– No tienes opción. Estoy incluida en la casa.

– Eso es ridículo.

Sabía que trabajaba para un gabinete de expertos en Washington D.C. y que actualmente estaba trabajando en un proyecto de JPL y otras compañías privadas para el desarrollo de un combustible sólido para cohetes.

– Eso es lo que Hunter quería. Ambos estamos aquí por él -dijo sonriendo.

Él frunció el ceño. No se creía aquella historia. ¿Por qué iba a querer Hunter que su hermana estuviera en la casa un mes? Claro que había pedido a todos sus amigos que pasaran ese tiempo allí, así que era posible. Además, probablemente Meri no querría estar en la misma casa con él, sobre todo después de lo que había pasado en su diecisiete cumpleaños.

La había herido. No había sido su intención, pero así había sido y en aquel momento no había sabido encontrar la forma de arreglar las cosas. Luego, Hunter había muerto y todo había cambiado.

Quizá estuviera dando demasiada importancia a aquello. Quizá a Meri le diera igual lo que había pasado entre ellos.

– Entremos -dijo ella, mostrándole el camino.

Recorrieron un amplio vestíbulo de suelos de piedra y una gran escalera. El lugar era acogedor y masculino. No era el tipo de casa que él se construiría, pero al menos no se volvería loco con adornos de flores secas y olorosas.

– Harás ejercicio subiendo las escaleras.

– ¿Te quedas aquí abajo? -preguntó él mirando a su alrededor.

– No, Jack -respondió sonriendo-. Estaré en la segunda planta, frente al dormitorio principal. Tan sólo nos separarán unos metros.

A propósito, Meri abrió los ojos como platos y se inclinó hacia él al hablar. Quería que la insinuación quedara clara. Después de lo que Jack le había hecho pasar once años antes, se merecía que lo hiciera sufrir. Antes de darle la oportunidad de contestar, Meri siguió caminando por el pasillo.

– También hay un despacho -continuó-. Puedes usarlo. Cuenta con acceso a Internet y fax. Yo trabajaré en el comedor. Me gusta dispersar los papeles cuando trabajo. Suelo implicarme mucho.

Enfatizó las últimas palabras y tuvo que hacer un esfuerzo para contener la risa. Lo cierto era que se lo estaba pasando mejor de lo que había imaginado. Tenía que haber castigado a Jack mucho tiempo antes.

Al subir la escalera, se aseguró de menear las caderas y de caminar inclinada ligeramente hacia delante para obligarlo a reparar en sus pantalones cortos. Se los había puesto a propósito, al igual que el top de amplio escote que dejaba muy poco a la imaginación. Le había llevado dos días decidir el atuendo perfecto, pero había merecido la pena ese tiempo.

Los pantalones eran ajustados y lo suficientemente cortos como para dejar ver el final de su trasero. Vulgares, pero efectivos. Sus sandalias tenían unos tacones que las convertían en un arma y que hacían que sus piernas parecieran largas, un buen truco para una mujer tan menuda como ella.

El escote era tan amplio que había tenido que cerrárselo un poco con unas puntadas. Se había puesto maquillaje y unos pendientes largos que casi rozaban sus hombros desnudos.

Si sus compañeros del laboratorio de Ciencias pudieran verla en aquel momento, se habrían caído al suelo de la sorpresa. Con ellos, solía llevar trajes y batas de laboratorio. Durante el mes siguiente, vestiría como una tigresa y disfrutaría de cada minuto.

Al llegar al final del pasillo, aceleró el paso y de pronto se detuvo bruscamente. Jack tropezó con ella y alargó la mano para recuperar el equilibrio. Ella había imaginado que eso sería lo que haría, así que se giró, haciendo que la mano de Jack acabara sobre su pecho izquierdo.

Él se enderezó y se apartó tan rápidamente que estuvo a punto de caerse.

– Lo siento -susurró él.

– Jack. ¿No estarás tratando de insinuarte? Tengo que decir que no has sido demasiado delicado.

– No me estoy insinuando.

– ¿De veras? -preguntó poniendo los brazos en jarras al mirarlo-. ¿Por qué no? ¿Acaso no soy tu tipo?

Él frunció el ceño.

– ¿De qué va todo esto?

– De muchas cosas. No sé por dónde empezar.

– Empieza por el principio. A mí suele funcionarme.

¿El principio? ¿Y cuál era el principio? ¿El momento de la concepción, cuando algún extraño gen de los Palmer había decidido dar vida a una niña con un cociente intelectual excepcional? ¿O más tarde, cuando Meri se había dado cuenta de que nunca se adaptaría en ningún sitio? ¿O quizá el día en que el hombre al que tanto amaba la había rechazado de manera tan cruel?

– Vamos a pasar el mes juntos -dijo ella-. He pensado que podríamos divertirnos más si jugáramos. Sé que te gusta jugar, Jack.

– Tú no eres así, Meri.

– ¿Cómo estás tan seguro? Ha pasado mucho tiempo. He madurado -y girándose lentamente, añadió-: ¿No te gustan los cambios?

– Estás estupenda y lo sabes. Así que, ¿cuál es la cuestión?

La cuestión era que lo deseaba desesperadamente. Lo quería rogándole y suplicándole. Entonces, lo dejaría plantado. Ese era su plan.

– No voy a acostarme contigo. Eres la hermana de Hunter. Le di mi palabra de que cuidaría de ti. Eso quiere decir vigilarte, no acostarme contigo.

Su intención era mantener la calma. Lo había escrito en su lista de cosas para hacer, pero le era imposible.

– ¿Cuidarme? ¿Así llamas tú a desaparecer a los dos segundos del funeral de Hunter? Todos os fuisteis, todos sus amigos. Lo esperaba de los demás, pero no de ti. Hunter me dijo que siempre estarías ahí para mí. Pero no fue así. Te fuiste. Tenía diecisiete años, Jack. Era una persona marginada, sin amigos y tú desapareciste. Claro que eso te resultaba más fácil que afrontar tus responsabilidades.

Él dejó el equipaje en el suelo.

– ¿Por eso estás aquí? ¿Para regañarme?

– Es sólo parte de la diversión.

– ¿Serviría de algo si te pido perdón?

– No.

No, nada cambiaría el hecho de que la había abandonado, como había hecho todo el mundo al que alguna vez había querido.

– Meri, si vamos a pasar un mes aquí, tenemos que encontrar la manera de llevarnos bien.

– ¿Te refieres a ser amigos? -preguntó ella recordando cómo le había dicho que sería su amigo, antes de rechazarla.

– Si quieres.

Ella respiró hondo.

– No, Jack. Nunca seremos amigos. Seremos amantes y nada más.

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