– Tengo buenas noticias -le dijo Meri a Betina esa tarde, después de que acabar de trabajar.
Betina miró por la ventana al resto del grupo, que había salido a dar un paseo fuera.
– ¿Has decidido olvidar esa estúpida idea de acostarte con Jack?
– Eso nunca -dijo Meri-. De hecho, cada día estoy más cerca. Está loco de deseo. Seguro que te has dado cuenta.
– Eres una chiflada.
– Quizá, pero soy una chiflada con noticias fabulosas sobre Colin. Le gustas.
Betina había recorrido el mundo, había salido con un príncipe europeo y un jeque árabe muy rico la había invitado a su harén. Tenía un tatuaje, sabía cómo usar la henna y le había explicado a Meri los secretos del sexo con tanto detalle que su primera vez había sido fácil. Pero en todos los años que llevaban siendo amigas, Meri nunca la había visto sonrojarse tanto.
– No lo creo -respondió Betina sacudiendo la cabeza.
– Que sí. Habló con Jack sobre ti. Piensa que eres estupenda. Tan sólo le falta confianza. Pero tú tienes seguridad suficiente para dos personas, así que hacéis la pareja ideal.
Betina levantó la cabeza. Su amiga caminó hasta la mesa de la cocina y se sentó.
– No estoy segura de querer que las cosas cambien.
Meri se sentó enfrente.
– ¿Cómo? ¿Estás loca? Estamos hablando de Colin.
– Exacto. Es muy especial. Ahora mismo, es mi amigo y sé que puedo contar con él. Si esa relación cambia, no hay vuelta atrás.
– ¿Es eso malo?
– No lo sé y tú tampoco. Meri, todo lo que hacemos tiene consecuencias. ¿Y si lo nuestro no funciona? ¿Y si no es como creo que es? Entonces, perderé su amistad y me quedaré sin nada.
Meri no lo comprendía.
– Pensé que estabas enamorada de él.
– Lo estoy. Eso es lo que lo hace más difícil. Prefiero ser sólo su amiga que perderlo.
– Pero podrías ser más que eso. No te entiendo. Siempre has estado dispuesta a correr riesgos.
– No cuando hay algo tan importante de por medio. En eso, soy una cobarde.
– No lo entiendo -dijo Meri confusa-. Estás enamorada de él. Hay muchas posibilidades de que él esté enamorado de ti. ¿Y no vas a hacer nada? ¿Prefieres quedarte con un trozo del pastel en vez de con todo?
– Es mejor que nada.
– Pero si no lo intentas, siempre te preguntarás cómo habría podido ser. Te arrepentirás y, créeme, eso es lo peor.
– ¿Cómo lo sabes?
Meri sonrió con amargura.
– Fui la reina de los arrepentimientos. Siempre quise hacer muchas cosas, pero tenía miedo. No encajaba y no quería correr el riesgo de ser rechazada, así que nunca lo intentaba. Fui desdichada en la universidad, estaba convencida de que nadie querría ser mi amigo. Mirando atrás. Recuerdo algunas ocasiones en que alguna gente se me acercó, pero los aparté de mi lado. Pagué un alto precio. Como dices, todo tiene sus consecuencias.
– ¿Cuáles son las consecuencias de acostarte con Jack? -preguntó Betina.
– Así que ahora vamos a hablar de mí.
– Me siento más segura hablando de ti -afirmó Betina.
– Conseguiré continuar con mi vida. Él fue mi primer amor y me hizo daño. He crecido y madurado, pero nunca he sido capaz de olvidarlo. Siempre está ahí, al fondo de mi cabeza. Si consigo olvidarlo, podré seguir adelante. Él es el motivo por el que nunca he sido capaz de enamorarme.
– Pensé que estabas enamorada de Andrew.
¿Lo estaba? Meri no sabía cómo era el amor maduro. Disfrutaba de la compañía de Andrew. Le gustaba estar con él. Seis meses atrás, habría contestado que sí, que estaba segura de estar casi enamorada de él. Pero ahora no estaba tan segura.
– Apenas lo he echado de menos. Tan sólo lo he visto una par de veces en los últimos seis meses. ¿No debería estar destrozada sin él?
– Nada de lo tuyo es normal. Andrew parece un buen hombre. Todo se arreglará cuando regreses a Washington D.C. y te darás cuenta de que no estás enamorada de Jack.
– No estoy enamorada de él. Quiero hacerle daño. Quiero hacerle arrastrarse y suplicar y luego me iré.
– Esa es la historia que llevas años contándote -dijo Betina-. ¿Pero es la verdad? Tengo mis dudas. Creo que nunca has olvidado a Jack. Creo que nada de esto es por venganza. No puedes aceptar que todavía lo amas y te cuentas esa historia. Pero ten cuidado. No estás acostumbrada a las relaciones esporádicas. ¿Y si te acuestas con él y luego no te vas? ¿Quieres que te rompa el corazón por segunda vez?
¿Enamorada de Jack?
– Nunca. No puede hacerme daño. No se lo permitiré. Él es el culpable de los problemas que tuve en mi infancia. Una vez demuestre que lo he superado, podré olvidar mi pasado.
– Una buena teoría. Tendrás que explicarte cómo va a funcionarte eso.
A Meri no le gustaron las dudas de su amiga. Betina era su oráculo, su fuente de conocimientos sociales y amorosos. Nunca antes habían estado en desacuerdo por algo importante.
– Tengo que hacer esto -dijo Meri-. He recorrido mucho camino para abandonarlo ahora. Tú deberías hacer lo mismo.
Betina rió.
– Eres una mujer valiente. Más valiente que yo.
– Eso no es cierto.
– Lo es en cuanto a asuntos de corazón se refiere. Estás dispuesta a arriesgarlo todo por lo que quieres y yo no.
Jack entró en su habitación esa noche sintiéndose aturdido por las horas que había pasado frente al ordenador. Se sacó la camisa de los vaqueros y comenzó a desabrochársela cuando de repente oyó algo en el baño.
Se giró y vio la puerta cerrada y luz por debajo.
Sólo había una persona que podía estar en su cuarto de baño: Meri.
Se quedó pensativo mientras trataba de averiguar la mejor manera de manejar la situación. Con su suerte, probablemente estaría desnuda, quizá en la bañera esperándolo. Había estado haciendo todo lo posible para seducirlo y odiaba admitir que no se le había dado mal. No le haría falta mucho más para llevarlo al límite. La pregunta era: ¿quería?
Le debía lealtad a Hunter. Le había dado su palabra y no había hecho demasiado por mantenerla. Entraría en el baño y le diría a Meredith que saliera de allí, que nada iba a ocurrir entre ellos y trataría de contenerse por el tiempo que le quedaba.
Al menos, tenía un plan.
Respiró hondo y entró en el baño.
Estaba como lo había imaginado: velas, pétalos de rosa y Meri desnuda en la bañera.
Llevaba el pelo recogido, mostrando la sensual curva de su cuello. El agua estaba llena de espuma y sus pechos flotaban, como si lo estuvieran llamando.
Al instante, sintió una erección. Estaba listo para tomarla de cualquier manera.
No fue su piel pálida ni la música que sonaba lo que captó su atención. Podía resistir todo aquello, incluidos sus labios tentadores.
Lo que realmente llamó su atención fue que estaba leyendo. Se había preparado para seducirlo y estaba tan concentrada leyendo un libro de fusión nuclear que no lo había oído entrar en el baño. Así era Meri. Un genio atrapado en un cuerpo de infarto.
Meri suspiró al pasar página. ¿Por qué Jerry tenía que enrollarse tanto haciendo que un tema tan interesante resultara aburrido? Se había puesto algo nerviosa cuando le había pedido que leyera su último libro y, ahora que estaba haciéndolo, se daba cuenta de que estaba recelosa por algo. La fusión nuclear era uno de los grandes descubrimientos del siglo XX. ¿No debería ser motivo de celebración? ¿No debería al menos resultar interesante?
El libro desapareció de sus manos. Meri parpadeó sorprendida al ver a Jack de pie junto a la bañera. ¿Cómo había acabado ella dentro de la bañera?
Parpadeó y de repente, recordó. Sí, había decidido seducirlo aquella noche. Miró a su alrededor y vio las velas y los pétalos de rosas. Al menos, le había quedado bonito.
– Hola -dijo sonriendo a Jack-. ¡Sorpresa!
– Desde luego.
Meri esperaba oírle decir por milésima vez que aquello no iba a funcionar. Sin embargo, no esperaba que la agarrara para ponerla de pie y que, una vez fuera de la bañera, la atrajera hacia él.
Estaba sorprendida. Le gustó cómo la miró a los ojos, como si ella fuera un manjar y él un hombre hambriento. Jack le acarició la espalda y el trasero.
Estaba completamente desnuda, un hecho que Jack parecía apreciar.
– Estoy mojada -susurró.
– Espero que sea verdad -dijo antes de inclinar la cabeza y besarla.
Su boca era firme y segura. Su beso parecía reivindicar una respuesta. Ella inclinó la cabeza y abrió los labios para él, deseando que la fiesta diera comienzo.
Jack le acarició la lengua con la suya, moviéndose libidinosamente, como si lo único que tuviera en la cabeza fuera excitarla.
Mientras la besaba una y otra vez, le acarició todo el cuerpo: los hombros, la espalda, las caderas, despertando terminaciones nerviosas allí por donde sus manos pasaban.
Ella lo tomó por los hombros y luego deslizó los dedos por su pelo. Siguió explorándole el rostro, antes de bajar al pecho.
Era fuerte y masculino. Al agarrar su trasero, ella se arqueó y sintió la dureza de su erección. Una oleada de ansiedad la invadió y se estremeció.
– ¿Tienes frío?
– No.
La miró a los ojos y Meri mantuvo su mirada, preguntándose por lo que estaría pensando. Había estado rechazándola, ¿por que había decidido sucumbir? Aunque no iba a preguntarle, puesto que había cosas que era mejor no saber.
No se comportaba como un hombre con remordimientos. Se inclinó, pero en lugar de basarla en los labios, hundió el rostro en su cuello y comenzó a besarla por el escote.
La tenía sujeta por la cintura y, mientras la besaba por el cuello, subió las manos hasta sus pechos.
Antes de la operación, le habían advertido de que podría perder sensibilidad en los pechos, pero había tenido suerte. Podía sentir todo, cada roce, cada beso.
Jack le acarició con los dedos los pezones y ella sintió que se derretía.
Continuó besándola hasta llegar al pecho izquierdo y se metió el pezón en la boca. Ella dejó caer la cabeza hacia atrás mientras Jack dibujaba círculos con su lengua. Oleadas de placer recorrieron su cuerpo, haciendo crecer su excitación.
Luego, él desvió su atención al otro pezón y lo lamió hasta que la respiración de Meri se hizo jadeante y sus piernas comenzaron a temblar.
Sin dejar de lamerle los pechos, Jack deslizó una mano hacia abajo. Ella separó las piernas y se preparó para el impacto de sentir sus caricias. Pero él no la tocó donde esperaba. Continuó bajando por los muslos y jugueteó con sus rizos.
Ella se agitó impaciente, deseosa de que la acariciara en aquella zona.
Pero él ignoró el sitio donde estaba húmeda. Le acarició el trasero, jugueteó con su ombligo, pero no tocó ninguna otra parte. Justo cuando estaba a punto de explotar, él se apartó un poco, se inclinó y la tomó en brazos. Antes de que pudiera recuperar el aliento, la llevó al dormitorio y la dejó sobre la cama. Luego, se arrodilló entre sus piernas.
La combinación de lengua, labios y aliento la hicieron gemir de placer. Jack comenzó a lamerla con la seguridad de un hombre que sabía lo que estaba haciendo y le gustaba. La tensión la invadió.
Un verano, cuando aún estaba en el colegio, consideró la idea de convertirse en medico, así que leyó varios libros de Medicina. Conocía los pasos biológicos que llevaban al orgasmo: la excitación, cómo la sangre calentaba la zona, el mecanismo que producía la hinchazón, la respuesta del sistema nervioso simpático.
Pero ninguna de aquellas palabras podía describir lo que sentía cada vez que Jack acariciaba aquella zona de su cuerpo.
Cada vez estaba más cerca. Jack se movía lentamente, con sabiduría, llevándola al límite y luego deteniéndose.
Una y otra vez estuvo a punto de alcanzar el orgasmo. Entonces, sin avisar, el comenzó a moverse más rápido. Los rápidos movimientos de su lengua la pillaron por sorpresa. No tuvo tiempo de prepararse para la súbita sacudida de placer.
Jack ralentizó sus caricias, pero no se apartó basta que tuvo el último espasmo y fue capaz de recuperar el aliento.
Abrió los ojos y se lo encontró mirándola. En cualquier otra circunstancia, su sonrisa la habría incomodado, pero teniendo en cuenta lo que acababa de hacer, no le importó.
Lo tomó por la camisa y lo atrajo hacia ella. Cuando él fue a hablar, acarició sus labios con un dedo, indicándole que permaneciera callado. Aquel momento era de silencio.
Una vez estuvo tumbado sobre su espalda, Meri le desabrochó la camisa y fue besándolo por el pecho hasta llegar al ombligo. Era cálido y sabía dulce. Luego, se acomodó a su lado para ocuparse de los vaqueros.
Su erección era tan poderosa que le costó trabajo bajarle la cremallera. Jack la ayudó a quitarse los pantalones y los calzoncillos.
Meri se arrodilló entre sus piernas, admirando la belleza de su cuerpo desnudo. Su erección la estaba llamando. Alargó la mano y acarició su longitud.
– No tengo protección -dijo él tomando su mano.
Ella sonrió.
– Venga, Jack. Soy yo. ¿Cuándo no he estado preparada para algo?
Meri abrió el cajón de la mesilla y sacó los preservativos que había puesto allí antes de darse el baño.
Unos segundos más tarde, con el preservativo en su sitio, se colocó sobre él, sintiéndolo en su interior.
– ¿De veras crees que voy a dejarte arriba? -preguntó él.
– Sí.
Él estiró los brazos, tomando sus pechos entre las manos.
– Tienes razón.
Ella rió y se balanceó, ajustándose a él. Al mismo tiempo, Jack comenzó a acariciarle los pezones. Con cada embestida. Meri estaba más cerca de alcanzar otro orgasmo.
Pronto sintió que Jack se tensaba bajo ella. Se agitó más rápido, buscando el objetivo común.
Él soltó sus pechos y la tomó por las caderas, sujetándola para marcar el ritmo. Estaba muy cerca, pensó mientras se concentraba en sentirlo dentro una y otra vez.
Unas sacudidas de placer comenzaron a estallar en ella, mientras él se movía cada vez más rápido hasta que comenzó a estremecerse.
Con sus cuerpos unidos, permanecieron así un rato. Luego, Jack se giró y se apartó.
Se quedaron mirándose fijamente.
– No iba a dejar que lo hicieras -murmuró.
– Lo sé. ¿Enfadado?
– No contigo.
¿Consigo mismo por haber faltado a la promesa de Hunter? Meri se quedó mirándolo para decirle que no importaba, cuando de repente se le ocurrió que quizá sí importaba.
– Jack…
– No digas nada.
Meri abrió la boca para decir algo, pero la cerró. No quería disculparse, pero sentía como si tuviera que decir algo.
– Tengo que irme -murmuró.
Se quedó mirando sus ojos oscuros y supo que, en realidad, quería quedarse. Aunque fuera sólo una noche, quería estar con él.
– Una vez fui a una bruja. Me dijo que un día estaría en la cama con un demonio. Siempre supe que se refería a ti. No es culpa tuya que hayas sucumbido. Es el destino.
Jack sonrió.
– ¿Crees en brujas?
– Creo en muchas cosas. Soy muy interesante.
– Sí, lo eres.
Ella suspiró.
– ¿Vamos a hacer el amor otra vez esta noche?
– Sí.
– Puedes ponerte arriba esta vez.
– No estás al mando.
– Claro que sí. También soy irresistible. Ahora mismo te estás preguntando cómo has podido resistirte durante tanto tiempo.
– Es como si pudieras leerme el pensamiento.
Meri cerró los ojos y aspiró su aroma. Todo le parecía perfecto en aquel momento, como si fuera lo que había estado esperando. Como si…
Un momento. No se suponía que tenía que gustarle el sexo con Jack. Tenía que llevar a cabo su venganza y olvidarse. No se suponía que tenían que conectar.
No, tan sólo debía de ser por el desajuste emocional tras hacer el amor. Era una respuesta biológica. Su cuerpo había reaccionado ante un hombre que era genéticamente deseable. Por la mañana, lo habría superado y estaría lista para olvidarlo. Su plan continuaría tal y como lo tenía programado y podría seguir con su vida.
– Estoy curada -le dijo Meri a Betina a la mañana siguiente mientras se servía leche en los cereales.
Betina la miró.
– Por tu expresión, adivino que Jack y tú estuvisteis juntos anoche.
Meri suspiró alegre.
– Así es. Fue fabuloso. Mejor de lo que imaginaba, lo cual es difícil de creer. Me siento una nueva mujer.
Betina rió.
– Me alegro por ti.
– ¿Algún avance con Colin?
– No. Vimos una película y se pasó la noche en el ordenador. Luego nos fuimos a la cama cada uno por su lado.
– Tienes que hablar con él -dijo Meri.
– No voy a seguir tus consejos.
– ¿Por qué no? Mi plan está funcionando. Jack me ha tenido y ahora quiere más. Pero no va a tener nada más. Me voy.
– ¿De veras?
– Sí.
– ¿No sientes nada?
– Alguna molestia -dijo Meri sonriendo.
Betina sacudió la cabeza lentamente.
– Entonces estaba equivocada. Ya veo que no sientes nada hacia él. Si no estás pensando en volver a estar con él, estás curada.
Su amiga se sirvió un café y salió de la cocina con la taza en la mano. Meri se quedó mirando al vacío.
No sentía nada por Jack. Bueno, era un amigo y, como tal, sentía cariño por él. Le iba a resultar difícil no volver a acostarse con él, pero sólo porque era muy bueno en la cama, no porque hubiera una conexión emocional.
Pero al reparar en aquellas palabras, sintió una punzada en el corazón. Algo parecía no ir bien.
– No siento nada -se dijo-. Nada.
Enamorarse de él echaría a perder su plan de venganza.
Terminó de desayunar y metió el bol en el lavavajillas. Luego se fue al comedor.
Alguien llamó a la puerta principal. Meri frunció el ceño. Era demasiado pronto para que llegara el resto del equipo. ¿Quien demonios…?
Fue a la entrada y abrió la puerta. Su mente se quedó en blanco al ver al hombre que estaba allí parado. Él la tomó entre sus brazos y la abrazó.
– Hola, cariño.
Meri tragó saliva.
– Andrew. ¡Qué sorpresa!