Capítulo Ocho

Meri bajó y encontró a Andrew esperándola en el salón y a su equipo trabajando en el comedor. La elección debería ser sencilla: trabajo o estar con el hombre que había viajado desde tan lejos para verla.

Se decidió por irse a la cocina. Buscó en el listín telefónico e hizo un par de llamadas.

– Vamos a tomarnos la tarde libre -anunció a su equipo al entrar en el comedor.

– Bien -dijo Andrew apareciendo por detrás de ella y tomándola del hombro. Por fin solos.

– No exactamente -dijo sonriendo-. Escuchad, el autobús llegará pronto y os llevará al hotel. Quiero que os pongáis los bañadores. No olvidéis el protector solar.

Donny sonrió.

– ¿Vas a hacernos estar al aire libre otra vez, verdad?

– Así es.

Hubo un montón de quejas, pero todos sabían que no conseguirían nada discutiendo con Meri.

– Acabemos con esto cuanto antes -dijo alguien-. Así podremos volver a trabajar lo antes posible.

– ¿Vas a llevarlos al lago? -preguntó Andrew cuando el grupo se fue-. ¿Estás segura?

– Saben nadar -dijo-. Puede que no se les dé bien, pero pueden hacerlo. No es bueno estar todo el día encerrados en una habitación. Pasar un tiempo al aire libre aclara las ideas. Un poco de actividad física les vendrá bien.

Andrew la atrajo hacia él.

– Tú me vienes bien a mí. ¿No me has echado de menos, Meredith?

– Sí, pero quizá no tanto como debería haberlo hecho -contestó con sinceridad.

– Te he dejado demasiado tiempo. Sabía que no te tenía que haber escuchado cuando dijiste que necesitabas un respiro.

– Tenía algunas cosas que hacer.

Él le acarició la mejilla.

– Creo que voy a tener que reconquistarte.

Aquellas palabras deberían haber derretido su corazón, pero no fue así. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué Andrew no la conmovía? Era una pregunta que necesitaba una respuesta.


* * *

Una hora más tarde, estaban en el lago. Meri los contó para asegurarse de que nadie se había perdido y se sorprendió al ver que Jack los había acompañado.

– Colin me dijo que no debía perdérmelo -dijo al verla acercarse.

– Tiene razón.

Le costaba hablar, lo que probablemente fuera debido a lo bien que estaba Jack en bañador y camiseta. Por lo que recordaba de la noche anterior, prácticamente todo su cuerpo estaba bronceado.

No debía pensar en Jack. Tenía que pensar en Andrew y en lo dulce que era. Aunque al parecer, había decidido no disfrutar de una tarde en el lago.

– ¿Que vamos a hacer? -preguntó Betina, que llevaba unos pantalones cortos y la parte superior de un biquini.

– Eso -dijo Meri señalando las motos acuáticas que se acercaban hacia ellos.

– Empollones en el agua -comentó Colin-. ¿En qué estabas pensando?

– En pasarlo bien.

– El sol me quemará.

Jack se acercó.

– Me gusta -dijo-. ¿Les enseñarán a conducirlas?

– Sí, y haré que todos lleven chaleco salvavidas. Será divertido.

Él arqueó las cejas.

– ¿Siempre les obligas a hacer alguna actividad física?

– Más o menos. Yo tampoco soy una persona atlética, pero lo intento. No podemos estar todo el día encerrados.

– El año pasado nos hizo esquiar -dijo Colin mirando las motos-. Norman se rompió una pierna.

– Es cierto -dijo Betina -. Aún hoy camina con una cojera.

– Pero se lo pasó bien -dijo Meri poniendo los brazos en jarras. Todavía habla de aquel día, ¿no? Vamos a divertirnos y no permito quejas.

A Jack le gustaba la manera en que se imponía a los demás y cómo no les quedaba más remedio que aceptar. Meri era una extraña líder, pero estaba al mando.

– ¿Dónde está Allen? -preguntó Jack.

– Andrew -lo corrigió-. No le gustan los deportes en grupo.

– ¿No le gusta jugar en equipos?

– Juega al tenis.

– Entiendo.

– ¿Que quieres decir? -preguntó ella mirándolo.

– Nada. Estoy seguro de que tiene un buen revés.

– Pertenece a un club de campo. Estuvo a punto de ser jugador profesional.

– ¿Que pasó? ¿Tenía miedo de despeinarse?

– No, quería hacer algo más con su vida.

– No logró entrar en el circuito.

– Estuvo a punto.

– Estoy seguro de que eso lo reconforta.

– Mira, no todos podemos ser físicamente perfectos.

Le gustaba pincharla y sonrió.

– Crees que soy perfecto.

– Eres irritante.

– Lo soy.

Ella se giró dándole la espalda. Jack seguía esperando a que Bobbi Sue le enviara el informe sobre Andrew. Tenía la corazonada de que no iba a recibir buenas noticias. ¿Le creería Meri cuando le contara la verdad?

Se negaba a pensar que Andrew era un hombre decente.

Los monitores acercaron las motos hasta la orilla.

– Estamos buscando a Meri -dijo el más alto y bronceado.

– Estoy aquí -dijo ella saludándolos con la mano-. Este es mi equipo. Son muy inteligentes, pero nada deportistas. Como yo.

Ella sonrió y el hombre le devolvió la sonrisa. La miró de arriba abajo, se colocó las gafas de sol y se dirigió a ella.

Jack se interpuso entre ellos y puso una mano en el hombro del muchacho.

– No tan deprisa.

– Lo siento -dijo el monitor dando un paso atrás.

– Está bien.

Meri arqueó las cejas.

– Me estás defendiendo de un hombre en una moto acuática. ¡Que romántico!

– Estoy impresionada -dijo Betina-. Te podía haber llevado al otro lado del lago. ¿Quién sabe? Quizá no te hubiéramos vuelto a ver.

Jack las miró, sin lograr entender que había querido decir.

– Te has precipitado -continuó Betina entre susurros-. Ella sola podía haber manejado la situación.

– Tan sólo hago mi trabajo.

– Sí, claro -dijo Betina.

Meri suspiró.

– Sigamos con lo que hemos venido a hacer -dijo y, dirigiéndose al monitor, añadió-: Lléveselos y explíqueles bien lo que van a hacer.

– Claro.

Jack tomó a Meri de la mano y la llevó hacia una de las motos acuáticas.

– Ven conmigo.

– ¿Pretendes hacerte el macho y mostrarte al mando? Es inesperado, pero divertido.

Ahora, era ella la que se burlaba de él. Lo cual era justo, pensó Jack mientras se ponía el chaleco salvavidas y empujaba la moto al agua.

– Está fría -dijo Meri al contacto con el agua.

– Es agua de deshielo y el lago es profundo. ¿Qué esperabas?

– Me congelaré.

– Estarás bien. Agárrate.

Se sentó tras él, puso los pies en la plataforma y lo rodeó con sus brazos por la cintura. Cuando estuvo colocada. Jack encendió el motor y puso la moto en funcionamiento.

Meri se inclinó hacia él, rozándole con sus muslos. Jack la imaginó desnuda y ansiosa. Por una vez, no apartó aquel pensamiento de su cabeza y deseó hacer realidad la fantasía.

Luego, volvió a la playa, donde les estaban enseñando a los demás cómo manejar las motos.

Había una nueva incorporación al equipo. Había un pequeño bote en la playa y Andrew estaba a un lado, mirando a Meri.

– ¿Qué tal algo más potente? -preguntó, señalando hacia el barco de veinticinco pies que estaba anclado en aguas profundas.

Meri se bajó de la moto y se quitó el chaleco salvavidas.

– Tengo que quedarme aquí -le dijo Meri-. Esto es idea mía.

Andrew miró a su alrededor.

– La brigada de empollones estará bien -dijo tomándola de la mano-. Venga, será divertido.

Jack quería interponerse entre ellos del mismo modo en que lo había hecho con el monitor. Pero esa vez era diferente. Aquel era el hombre con el que Meri quería casarse. Y hasta que lograra demostrar que Andrew sólo estaba interesado en su dinero, no podía hacer nada para detenerla.

– Ve -dijo Jack-. Me ocuparé de los demás.

– No necesitamos que nadie nos cuide -protestó Colin, aunque al momento se encogió de hombros-. Bueno, quizá sí.

Meri miró a Jack.

– ¿Estás seguro?

– Ve, estaremos bien.

Ella asintió y ayudó a Andrew a empujar el pequeño bote al agua. Luego se subió a él. Andrew encendió el motor y al momento se fueron.

Colin se quedó mirándolos.

– Odio cuando se la lleva. No es lo mismo sin ella.

Jack odiaba tener que admitir que estaba de acuerdo.


Meri dejó los platos en la encimera junto al fregadero. Se había quedado llena después de acabar con la comida mexicana que habían comprado para la cena y ligeramente mareada por la margarita que había tomado. Su equipo había tomado alcohol dos veces en la misma semana. Si no tenía cuidado, iban a descontrolarse.

Sonrió ante aquella idea y contuvo el aliento al sentir que alguien llegaba por detrás y la tomaba por la cintura. Al principio pensó que sería Jack, que prácticamente la había ignorado durante toda la tarde. Pero al percibir su aroma y sentir la presión del cuerpo que tenía detrás de ella, supo que no era él.

– Andrew -dijo soltándose de su abrazo-. ¿Has venido a ayudarme a recoger la mesa?

– No, no tienes que hacer eso. Deja que otro lo limpie.

– No me importa. He estado fuera toda la tarde.

– Lo dices como si fuera algo malo. ¿No lo has pasado bien conmigo?

– Sí, claro.

Se habían ido con el barco hasta el centro del lago, habían echado el ancla y habían disfrutado de una comida ligera bajo el sol. Luego se habían estado bronceando. ¿Qué había en todo ello que no fuera agradable?

No había dejado de estar atenta a la costa para ver lo que pasaba allí y asegurarse de que sus amigos estaban bien.

– Vayamos a divertirnos un rato más -dijo Andrew tomándola de la mano-. Vayamos a mi hotel.

– Tengo que quedarme aquí -dijo ella haciéndose a un lado.

– ¿Por qué?

– He estado fuera toda la tarde.

– Han sobrevivido. Meredith, no eres su animadora.

– Lo sé, pero soy responsable de ellos.

– ¿Por qué? Son adultos.

Cierto, pero eran su equipo.

– Mira, quiero quedarme aquí.

Él la miró a los ojos.

– ¿Cómo voy a reconquistarte si te niegas a estar a solas conmigo?

Interesante cuestión. ¿Acaso quería que la reconquistara?

Claro que sí, se dijo. Se trataba de Andrew, del hombre con el que pensaba casarse. Se había acostado con Jack y estaba preparada para continuar con su vida. Ahora ya podía comprometerse. ¿Por que no hacerlo con Andrew?

– Tengo una suite maravillosa con vistas -dijo el-. Si no quieres que vayamos a mi habitación, podemos ir al casino y jugar un poco. Si no recuerdo mal, te encanta jugar al blackjack.

Era cierto. No llevaba la cuenta de las cartas, pero tenía una gran memoria.

Jack entró en la cocina y sonrió al ver a Andrew.

– ¿Sigues aquí?

Andrew se acercó a ella.

– ¿Estás tratando de librarte de mí?

– Dejaré que sea Meri la que lo haga -dijo y, girándose hacia ella, añadió-: Estamos a punto de jugar al juego de las verdades. Sé que es tu favorito. ¿Te vienes?

– Vamos a jugar al casino -replicó Andrew.

Meri miró a los dos hombres. Ambos eran maravillosos a su manera, pero muy diferentes.

– Estoy cansada -le dijo Meri a Andrew-. Preferiría quedarme esta noche.

– Me voy al casino sin ti.

Ella lo tomó del brazo.

– Puedes quedarte si quieres.

Andrew miró hacia el comedor, donde Colin discutía de sus teorías.

– No, gracias -dijo Andrew, y se dirigió a la puerta.

– Es culpa tuya -dijo Meri girándose hacia Jack.

– ¿Que he hecho?

Meri soltó un soplido y corrió tras Andrew.

– No seas así -le dijo en el porche.

– ¿Cómo? Hace semanas que no te veo y quiero pasar un rato a solas contigo. La última vez que hablamos por teléfono me dijiste que todo iba bien. Pero ahora me doy cuenta de que no es así. ¿Nos dimos un respiro o pretendías romper conmigo? Si eso es lo que quieres, tan sólo tienes que decírmelo.

Meri abrió la boca para decir algo, pero la cerró. Andrew era perfecto para ella en muchos aspectos. Él era el hombre que estaba buscando. Además, le había hecho investigar y no había nada en su pasado que indicara que iba tras su herencia. Hombres como él eran difíciles de encontrar.

Seis meses atrás había estado casi segura. Así que, ¿cuál era la diferencia ahora?

Era una pregunta estúpida, pensó. Jack era diferente. Se suponía que después de estar con él, todo estaría más claro, pero no había sido así.

– No estoy intentando romper contigo -le dijo-. Me alegro de que estés aquí. Sólo necesito un tiempo para acostumbrarme a la idea de que somos pareja.

– Difícil de hacer cuando estamos separados.

– Entonces, quédate.

– Ven al hotel conmigo, Meredith.

– No puedo. Andrew…

Él se fue hacia su coche.

– Volveré, Meredith. Creo que merece la pena luchar por ti. Lo que tienes que pensar es si de verdad quieres que siga haciéndolo.

Se quedó viendo cómo se iba y de repente la puerta se abrió y apareció Betina.

– ¿Problemas con los hombres?

– ¿Cuándo se calmará mi vida amorosa?

– Prácticamente nunca. ¿Por qué se ha enfadado?

Meri la miró.

– Nunca te ha gustado, ¿verdad?

– No me gusta. Creo que es muy arrogante. Pero es bueno contigo y ha pasado tu rigurosa inspección, así que lo demás no importa.

– Pero no te gusta.

– ¿Tiene que gustarme? -preguntó Betina.

– ¿Te gusta Jack?

– ¿Estás haciendo una comparativa?

– No, es sólo curiosidad.

– Sí, me gusta Jack -contestó Betina después de pensarlo unos segundos.

– A mí también -dijo Meri y, levantando la mano, añadió-: No empieces con que ya sabías que iba a gustarme. No es eso. Esta vez es diferente.

– ¿Qué vas a hacer?

– Nada. Jack y yo somos amigos. La pregunta es: ¿qué quiero de Andrew?

Siguió a Betina al interior, donde el resto las esperaba sentados en los sofás. Había dos fuentes llenas de trozos de papel en mitad de la mesa de café. Eran parte del juego de las verdades.

Puesto que era la primera vez que Jack jugaba a aquel juego, le dejaron ser el primero.

Sacó un papel.

– ¿Has ido alguna vez a una convención disfrazado? -leyó y, girándose a Meri, añadió-: ¿Es esto lo más fuerte que se os ocurre?

Ella rió.

– Para ti no es importante, pero en esta habitación hay gente que se sabe todos los secretos de Star Trek.

Jack dejó el papel.

– No.

– Esa pregunta no era para ti -protestó Colin.

– Lo cual quiere decir que debe de haber otra pregunta sobre hacerlo con unas gemelas.

Meri estiró el brazo y sacó un papel.

– ¿Te han dejado alguna vez plantada?

Todos se quedaron callados mientras Meri recordaba algo que le había pasado con dieciocho años. Aquel día se había puesto su vestido más bonito, aunque de una talla demasiado grande para su corta estatura. Se había arreglado el pelo, se había puesto maquillaje y había acudido al restaurante donde había quedado con un compañero de su clase de Física, que tras dos horas de espera, no había aparecido. Al día siguiente, él se comportó como si nada hubiera pasado y ella nunca tuvo el coraje de preguntarle si se le había olvidado o si lo había hecho a propósito.

Jack se inclinó hacia delante y le quitó el papel.

– No va a contestar esta pregunta. Éste es un juego estúpido.

– No me importa.

– A mí sí. Les contaré lo de las gemelas.

Todos los chicos se inclinaron hacia delante.

– ¿De verdad? ¿Con gemelas? -preguntó Robert.

– Está bien, Jack.

– No, lo que ocurrió es privado.

¿Cómo sabía lo que había pasado? En aquella temporada, él no estaba cerca. De hecho, tras aquel plantón, se había decidido a cambiar y al día siguiente se había apuntado a un gimnasio.

Empezó a contarlo, pero de pronto no pudo hablar. Su garganta se cerró como si tuviera un catarro o estuviera a punto de llorar. ¿Qué le estaba pasando?

– Disculpad -dijo, y salió de la habitación en dirección a la cocina para tomar un vaso de agua.

Era el estrés, se dijo. Estaban pasando demasiadas cosas.

Oyó pasos y, al girarse, vio que Colin entraba en la estancia.

– ¿Estás bien? -preguntó él-. Siento la pregunta. No era para ti. Esperaba que fuera para Betina.

Algo dentro de Meri estalló.

– Ya me he cansado de ti. Mira, eres un hombre adulto interesado en una mujer que piensa que eres fantástico. Por el amor del cielo, haz algo.

Él abrió la boca y luego la cerró.

– No puedo.

– Entonces, no te la mereces.

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