Capítulo Dos

A la mañana siguiente, Meri se despertó sintiéndose mucho mejor. Después de dejar comida hecha para Jack, volvió a su habitación, donde se dio un buen baño y lloró cuanto quiso. Algunas lágrimas fueron por su hermano, pero la mayoría por ella misma, por lo cretina que había sido y por las pérdidas que había sufrido.

Después de que Hunter muriera, su padre había perdido la cabeza. No la había ayudado en nada. En menos de un año, había empezado a salir con muchachas de diecinueve años y en los nueve años que habían transcurrido, todas sus novias habían sido muy jóvenes.

Se las había arreglado sola y había sobrevivido. Había conseguido la ayuda que había necesitado y había salido adelante ¿No era eso lo que importaba?

Encendió la radio y se puso a mover las caderas al ritmo de la música disco. En la pista de baile era muy torpe, pero lo que le faltaba en gracia y estilo lo suplía con entusiasmo.

Después de cepillarse el pelo, se hizo una trenza, se puso una camiseta de tirantes y otro par de pantalones cortos. Por último unos calcetines y unas zapatillas de correr completaron su atuendo.

Canturreando, salió de la habitación, lista para llevar a cabo la siguiente fase de su plan de ataque.

Encontró a Jack en la cocina y se acercó a él sonriendo.

– Buenos días -dijo rodeándolo para tomar la cafetera-. ¿Cómo has dormido?

– Bien -dijo y sus ojos oscuros brillaron, a pesar de que su expresión no varió.

– Estupendo. Yo también.

Meri se sirvió una taza de café, dio un sorbo y lo miró por encima de la taza.

– Así que todo un mes… -dijo ella-. Eso es mucho tiempo. ¿Qué haremos mientras?

– No lo que tienes planeado.

– Recuerdo que eso ya lo habías dicho antes -dijo sonriendo-. ¿Siempre te repites tanto? Te recuerdo mucho más reposado. Claro que por aquel entonces yo era joven y uno suele mirar a sus mayores con cierto idealismo.

– ¿Mayores? -repitió él a punto de atragantarse con el café.

– El tiempo ha pasado, Jack. ¿Qué tienes, casi cuarenta años?

– Tengo treinta y dos y lo sabes.

– Ah, cierto. El tiempo supone un desafío para ti, ¿verdad?

Disfrutaba provocándolo, pensó, consciente de que estaba siendo malvada. Lo cierto era que Jack estaba muy atractivo. Estaba en forma, era sexy… Era un hombre en su mejor momento. Lo bueno era que acostarse con él no iba a ser ningún sacrificio.

– ¿No vas a darte por vencida en eso de seducirme? -preguntó él.

– En absoluto. Me resulta muy divertido.

– No voy a acostarme contigo.

Ella miró a su alrededor y luego volvió a detener la mirada en él.

– Lo siento, ¿has dicho algo? No te estaba escuchando. Venga, ve a cambiarte. Te llevaré a un gimnasio que hay cerca de aquí. Puedes matricularte por un mes. Haremos ejercicio juntos.

– ¿Aquí no hay máquinas?

Ella sonrió.

– Creo que Hunter no estaba en todo. Menos mal que estoy yo aquí.

Él se quedó mirándola.

– ¿Acaso crees que estás al mando?

– Sí.

Jack dejó la taza, se acercó a ella y se quedó mirándola a los ojos.

– Ten cuidado, Meri. Estás jugando a un juego que no conoces. Yo estoy fuera de tu liga y ambos lo sabemos.

¿Un desafío? ¿Estaba loco? Ella siempre ganaba y esa vez también lo haría. Aunque había algo en el modo en que la miraba que la hizo estremecerse, algo que le decía que no era un hombre con el que andar jugando.

Pero era tan sólo un hombre, se dijo. Cuanto antes se lo llevara a la cama, antes podría continuar con su vida.


Jack entró detrás de Meri al enorme gimnasio con vistas al lago. Las instalaciones eran limpias y luminosas y había poca gente haciendo ejercicio. Seguramente se debiera a que era mediodía, pensó mientras se subía a una máquina.

En Dallas solía hacer ejercicio en su propio gimnasio, pero de momento aquél le serviría.

– Podemos hacer el circuito de entrenamiento juntos -dijo, acercándose a él y mostrando una sonrisa burlona-. Se me da muy bien observar.

Estaba tratando de provocarlo. Dijera lo que dijera e hiciese lo que hiciese, Jack estaba decidido a no reaccionar. Meri estaba jugando a un juego que podía resultar peligroso para ella. Quizá no la hubiera cuidado del modo en que debía haberlo hecho, pero la había vigilado. Eso no iba a dejar de hacerlo sólo porque ella estuviera decidida a demostrar algo.

– ¿Quieres que calentemos haciendo un poco de cardio? -preguntó ella-. Podemos correr. Incluso estoy dispuesta a darte ventaja.

– No voy a necesitarla -dijo Jack dirigiéndose a las cintas de correr, sin molestarse en comprobar si ella lo seguía.

– Eso es lo que tú te crees.

Meri se colocó en la cinta junto a la de él y la programó. Él hizo lo mismo.

– No solías hacer ejercicio -dijo él unos minutos más tarde, mientras corrían.

Meri apretó unos botones de su cinta y se puso a su ritmo.

– Lo sé. Lo único que me preocupaba era comer. La comida era mi único amigo.

– Éramos amigos -dijo antes de poder evitarlo.

Meri le caía bien. Era la hermana pequeña de Hunter. La consideraba una más de su familia.

– La comida era el único amigo en quien podía confiar -dijo ajustando de nuevo el ritmo de su carrera-. Al menos no desaparecía cuando más la necesitaba.

No tenía sentido defenderse, puesto que tenía razón. Se había marchado justo después del funeral de Hunter. Estaba demasiado abatido por la pérdida y la culpa como para quedarse. Unos meses más tarde, había decidido asegurarse de que Meri estaba bien, así que había contratado a un investigador privado para que le informara mensualmente. Aquellos informes le permitían conocer aspectos básicos de su vida, pero nada en concreto. Más tarde, al crear su propia compañía, había hecho que sus empleados se ocuparan de vigilarla y había aprendido más de ella. Se había enterado de que había madurado para convertirse en toda una mujer. Evidentemente, no le había hecho ninguna falta tenerlo cerca ocupándose de las cosas.

– Lo malo de la comida -continuó ella-, es que tiene efectos secundarios. Pero aun así, no podía parar de comer. Entonces, un día, hice nuevos amigos y dejé de necesitar la comida -dijo y, sonriendo, añadió-: Y todo gracias a los amigos y a un poco de terapia.

– ¿Estuviste en terapia?

Los informes no habían recogido nada de eso.

– Sí, durante un par de años. Soy demasiado lista y rara para llegar a ser normal, pero he aprendido a no darle importancia.

– No eres rara -dijo él.

– Sabes que sí. Pero me gusta cómo soy ahora. Acepto mis cosas buenas y mis cosas malas.

Había muchas buenas, pensó él evitando mirar su cuerpo. Tenía muchas curvas y todas ellas en el sitio perfecto.

Continuaron corriendo uno junto al otro. Después de cinco minutos más, Meri incrementó la velocidad de nuevo. Jack incrementó no sólo la velocidad, sino también la resistencia.

– Crees que eres muy fuerte, ¿eh? -murmuró ella, con voz entrecortada.

– Nunca ganarás esta batalla -dijo él-. Mis piernas son más largas y tengo más masa muscular.

– Eso sólo supone más peso.

Meri corrió un par de minutos más, luego apretó el botón de parada y se bajó. Después de secarse la cara y beber agua, volvió a subirse a la cinta, esa vez a un ritmo más suave. Él corrió unos minutos más.

– Estás en forma -dijo él mientras se dirigían a la sala de pesas.

– Lo sé -sonrió-. Soy una mujer salvaje con las pesas. Aquí es donde deberías presumir, mostrando mayor fuerza en la parte superior del cuerpo. Pero kilo a kilo, seguro que levanto tanto peso como tú. ¿Quieres que haga un gráfico?

Él sonrió.

– No, gracias. Puedo ver tus excusas sin ayudas visuales.

– La realidad no es nunca una excusa -dijo ella mientras tomaba varias pesas y se dirigía a un banco-. Tengo que secarme bien las manos de sudor para evitar que estén resbaladizas. Si no, puede ser peligroso. Hace cosa de un año, casi se me cayó una pesa en la cara.

– Tienes que tener cuidado.

– ¿Eso crees? Pagué mucho dinero por mi nueva nariz. No me has dicho nada de ella. ¿Te gusta?

Se había enterado de la operación. Se la había hecho a los veinte años. Quizá aquella nariz más pequeña la hiciera más guapa, pero tampoco había notado una gran diferencia.

– Está bien -dijo él.

Ella rió.

– No es necesario que me halagues -bromeó-. Mi nariz era enorme y ahora es normal.

– Te preocupas mucho por ser como los demás. Ser como la media no debería ser un objetivo.

Lo miró.

– No he tomado el café necesario como para andar filosofando contigo. Además, tú no sabes nada de lo que es normal. Naciste rico y lo sigues siendo.

– Tú no eres diferente.

– Cierto, pero no estamos hablando de mí. Como hombre, te riges por distintos parámetros. Si tienes dinero, aunque seas un completo perdedor, cualquier mujer se irá contigo. Pero para mí es diferente. Por eso me hice las operaciones.

– ¿Te has hecho más de una? -preguntó el frunciendo el ceño.

Sólo sabía de su nariz.

Meri se sentó y se inclinó hacia Jack.

– El pecho -dijo en un susurro-. Llevo implantes en el pecho.

Su mirada bajó involuntariamente hacia el escote. Luego giró la cabeza hacia la derecha, fijándose en el banco que tenía al lado.

– ¿Por qué? -preguntó, decidido a no pensar en su cuerpo y menos aún en sus pechos, que de repente le resultaban interesantes.

– Después de perder peso, descubrí que tenía el pecho de un chico de doce años. Era totalmente plana. Era deprimente. Así que me puse implantes.

Meri se puso de pie y se miró al espejo girándose a un lado y a otro.

– No sé. A veces pienso que debería haberme puesto una talla más. ¿Qué te parece?

Jack trató de no mirar, pero no pudo evitarlo. En contra de su voluntad, giró la cabeza y detuvo la mirada en el pecho de Meri. Ella se levantó la camiseta, mostrando el sujetador deportivo que llevaba.

– ¿Te gustan, Jack?

– Son estupendos, cariño -dijo un hombre que pasaba por su lado.

– Gracias -dijo ella bajándose la camiseta rápidamente.

Jack miró al hombre y al instante deseó retorcerle el cuello hasta hacerlo caer al suelo.

– Me encanta ser mujer.

– Te estás quedando conmigo. Voy a ignorarte.

– No estoy segura de que puedas hacerlo, pero puedes intentarlo -dijo ella-. Cambiemos de tema y hablemos de ti. A los hombres os gusta hablar de vosotros.

Jack tomó un par de pesas y se sentó en un banco.

– También podemos concentrarnos en hacer ejercicio.

– No es necesario -dijo ella tumbándose y haciendo ejercicios pectorales-. ¿Qué has estado haciendo estos últimos diez años? Sé que estuviste en el ejército, en las Fuerzas Especiales.

– Así es.

– También he oído que lo dejaste y creaste tu propia compañía dedicada a ayudar a otras empresas a expandirse en lugares peligrosos del mundo. Estoy impresionada. Has convertido esa compañía en todo un éxito.

Al parecer, no era sólo él quien había estado haciendo averiguaciones.

– Me va bien.

Había facturado quinientos millones el año pasado. Sus contables le recomendaban que sacara la compañía a Bolsa. Le decían que haría una fortuna. Pero ya tenía más de lo que necesitaba y salir a Bolsa suponía perder el control de la compañía.

– ¿Estás casado? -preguntó ella.

Jack la miró. Ella cambió de posición y comenzó a hacer ejercicios de bíceps. Su piel dorada brillaba por el sudor, su rostro estaba sonrojado y su expresión era intensa. Estaba totalmente concentrada en lo que estaba haciendo.

¿Sería igual en la cama? ¿Se entregaría al cien por cien?

Aquel pensamiento surgió de la nada y rápidamente lo apartó de su mente. Meri nunca sería más que la hermana pequeña de Hunter. Aunque bailara desnuda a su alrededor y le rogara para que la hiciera suya, nunca llegarían tan lejos.

– ¿Jack? ¿Vas a contestarme?

¿Que le había preguntado? ¡Ah, sí!

– No, no estoy casado.

– No serás gay, ¿no?

La ignoró. Si no le seguía la corriente, Meri se cansaría de aquel juego y se dedicaría a otra cosa.

– Está bien, es broma -dijo ella-. No tienes esposa, pero ¿hay alguien especial?

– No.

– ¿Nunca ha habido nadie?

– Ha habido muchas.

– Ya sabes a lo que me refiero -dijo ella mirándolo-, a una relación en la que intercambies algo más que fluidos corporales. ¿Has estado alguna vez enamorado?

– No.

Lo cierto era que las mujeres intentaban acercársele, pero no las dejaba.

– Yo tampoco -dijo ella dejando escapar un suspiro-. Lo que es una tragedia. Quiero estar enamorada y creí que lo estaba, pero ahora no estoy tan segura. Tengo problemas para asumir compromisos. Todo se debe al hecho de perder a mi madre siendo niña y después a Hunter. ¿No es curioso que aunque sepas cuál es el problema no puedas hacer nada para solucionarlo?

No sabía que responder a eso. En el mundo en el que se movía, la gente no hablaba de sus sentimientos.

– Perdiste a tu hermano cuando eras joven -dijo-. Eso debió de afectarte -y poniéndose de pie, añadió-: He acabado, voy a ducharme.

Ella se levantó y se acercó a él.

– ¿Quieres que nos duchemos juntos?

Por un segundo se la imaginó desnuda, con el agua cayéndole por el cuerpo.

No iba a dejar que fuera ella la que ganase. Había llegado el momento de dejar de mostrarse amable.

Jack se acercó, abalanzándose sobre ella. Ella reculó hasta que se chocó con un banco de pesas y se quedó sentada sobre él. Jack se inclinó sobre ella.

– No juegues a este juego conmigo -dijo en voz queda-. No soy uno de tus amigos cerebritos. He visto cosas que no podrías ni imaginar, he sobrevivido a situaciones que no podrías creer. Puede que seas inteligente, pero esto no tiene nada que ver con tu cerebro. Puedes burlarte de mí todo lo que quieras, pero al final habrá consecuencias. ¿Estás preparada para ello, pequeña?

– No soy ninguna niña.

Jack alargó la mano tras ella y tiró suavemente de su coleta, lo suficiente para hacerle inclinar la cabeza hacia atrás. Luego, con la otra mano, la tomó por el cuello.

Meri abrió los ojos completamente. Jack pudo sentir su miedo y algo más. Algo sexual.

Lo supo porque él también lo sintió. Algo había surgido entre ellos. De repente sintió deseos de hacer algo más que enseñarle una lección.

Ella sonrió.

– ¿Sientes algo por mí, verdad?

Él la soltó.

– Ni en sueños.


De vuelta a casa, Meri subió a su habitación para cambiarse de ropa. Después de lo ocurrido en el gimnasio, necesitaba tiempo para recuperarse.

Había habido un momento, al tocarla Jack, que había centrado su atención en él y lo había visto como a un hombre fuerte y ligeramente peligroso.

– No me impresiona -se repitió en voz alta mientras se cepillaba el pelo y se ponía un vestido veraniego que dejaba al descubierto sus brazos-. Yo también soy fuerte.

Jack tenía razón. Había pasado por cosas que ella ni siquiera imaginaba. Aunque ambos habían cambiado en los últimos once años, Meri se preguntó quién habría cambiado más. ¿Era aquel hombre como el muchacho al que había amado tanto como odiado?

Antes de poder decidirse, oyó el rugido del motor de un camión. Una rápida mirada a su reloj le confirmó que el servicio de entrega llegaba puntual.

– ¡Está aquí! ¡Está aquí! -gritó saliendo a la carrera de su habitación y bajando las escaleras a toda velocidad-. Jack, tienes que venir a verlo.

Salió de la casa y corrió hacia el camión.

– ¿Has tenido cuidado, verdad? Es muy caro y delicado. Estoy deseando que lo montes. ¿Vas a calibrarlo, verdad? ¿Sabes hacerlo? ¿Te han enseñado?

El repartidor la miró y sacudió la cabeza.

– ¿Usted es científica, verdad?

– Sí, ¿cómo lo sabe?

– Nadie se emociona tanto por un telescopio -dijo y señaló al coche que estaba detrás del camión-. Él lo calibrará. Yo sólo hago la entrega.

Jack salió fuera y se unió a ella.

– ¿Un telescopio?

– Lo sé, es demasiado excitante para expresarlo con palabras. Es muy caro, pero es el mejor. No creerás lo que podremos ver con él. ¿Cuánto queda para que se ponga el sol?

Miró al cielo. Quedaba un buen rato, pero merecería la pena la espera.

– ¿Has comprado un telescopio para la casa?

– Así es.

– Ya hay uno.

– Es un juguete -dijo ella arrugando la nariz-. Esto es un instrumento.

– Pero estarás aquí sólo un mes.

Menos si su plan funcionaba bien.

– Lo sé, pero quiero ver las estrellas. Todo sabe mejor cuando hay estrellas a las que mirar.

– Le vas a buscar un sitio, ¿verdad?

– Sí, voy a dejarlo aquí, en la casa, para los que la habiten después -dijo Meri, mientras miraba ansiosa al camión-. Les dejaré algunas instrucciones escritas, aunque está computarizado. Lo único que tendrán que hacer será escribir aquello que quieran ver y luego disfrutar. A nosotros no nos hará falta el programa, ya que no me hace falta para encontrar lo que quiero ver.

– No tengo ninguna duda.

– ¿Qué? -dijo mirándolo.

– Nada, tú sola te vales.

¿Qué significaba aquello? Aunque, si se lo preguntaba, seguro que no le respondía.

– A Hunter le habría encantado -afirmó Meri ausente, consciente de que su hermano se habría reído de ella, pero habría acabado pasando la noche disfrutando del cielo.

Le agradaba pensar en su hermano, a la vez que la entristecía. A pesar de los buenos recuerdos que tenía de él, sentía dolor en el corazón por su pérdida.

– Me acuerdo de él cada día -dijo ella-. Me gustaría que estuviera aquí. ¿Piensas en él?

Jack cambió de expresión y se dio la vuelta.

– No, no pienso en él en absoluto.

Sabía que no podía estar diciendo la verdad, Hunter y él habían sido amigos íntimos durante mucho tiempo. Habían sido como hermanos y era imposible que Jack lo hubiera olvidado.

– La mayoría de la gente mejora con la edad -dijo Meri-. Es una pena que tú no. No sólo no cumples tu palabra, sino que además eres un mentiroso.

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