Capítulo Siete

Tras vestirse después de la ducha, Jack dudó entre bajar a desayunar o subir al ático a trabajar en lo que estaba siendo su despacho aquellos días.

Se decidió por el café, ya que no había dormido demasiado. Compartir la cama con Meri no le había permitido descansar.

Salió de su habitación y se detuvo en el descansillo a mirar la fotografía que había ignorado desde que llegó a la casa. Allí estaba él con sus amigos de la universidad, cuando todo parecía sencillo y se hacían llamar «los siete samuráis».

Hunter sonreía a la cámara. Siempre dio la impresión de disfrutar todo lo que hacía. Luke y Matt, unos gemelos que no podían ser más diferentes, cargaban con Ryan a hombros mientras Devlin y él salpicaban con cerveza al resto del grupo. A un lado de la foto había una joven sentada en una manta con la cabeza hundida en un libro. Era Meri.

Hunter había estado muy preocupado por ella, sobre todo después de que supiera que iba a morir. Fue entonces cuando le pidió que la cuidara.

– Vaya un encargo -murmuró Jack, dando la espalda a la foto.

Meri se había convertido en toda una mujer capaz de tomar sus propias decisiones. Esa era su excusa para lo que había pasado la noche anterior. ¿Cuál era la suya?

La había deseado. ¿Quién no lo haría? Era inteligente, divertida y guapa. Lo había desafiado como nadie antes lo había hecho. Era sexy e irreverente y estaba llena de vida y de ideas. Hunter habría estado muy orgulloso de ella.

¿Ahora qué? Meri le había dicho que quería seducirlo y seguramente pensaba que lo había logrado. ¿Continuaría cada uno con su vida ahora? ¿Pretenderían que nada había pasado? Porque no debería haber pasado, por muy bien que hubiera estado. Si pudiera dar marcha atrás…

Jack sacudió la cabeza. No tenía sentido engañarse a sí mismo. Si pudiera dar marcha atrás en el tiempo, volvería a hacerlo. Lo que lo convertía en un bastardo y en un mal amigo.

Volvió a mirar la foto. ¿Ahora qué?

Oyó pasos en la escalera, pero en vez de encontrarse con una rubia menuda, vio a Betina subiendo hacia él.

– Buenos días -la saludó.

Ella llegó al rellano y lo miró. Había algo en sus ojos que le hicieron adivinar que no estaba contenta por algo.

– ¿Qué? -preguntó él.

– Eso debería preguntártelo yo. Mira, no es asunto mío…

Estupendo, iba a ponerse protectora.

– Tienes razón, no es asunto tuyo.

– Meredith es mi amiga y me preocupo mucho por ella -dijo mirándolo-. No quiero que sufra.

– ¿Que te hace pensar que eso va a ocurrir?

– Está en tu forma de ser. Eres la clase de hombre que está acostumbrado a conseguir lo que quiere y luego irse.

Era cierto, pensó, pero no sabía que tenía que ver eso con todo aquello.

– Meri no está buscando una relación duradera.

– Eso es lo que no deja de decirme, pero no estoy tan segura. Creo que está en una posición en la que puede salir herida.

– No por mí.

Betina hizo una mueca.

– ¿Son todos los hombres unos estúpidos en lo que a mujeres se refiere o son sólo los que están en esta casa?

– ¿Esperas que responda a eso?

– No. Lo que espero es que respetes a alguien que debería preocuparte. Hace mucho tiempo que conoces a Meri. Ella no es como nosotros. No tuvo la posibilidad de ser como nosotros y crecer en un entorno normal, pero se las arregló para salir adelante.

– Según me han contado, has tenido algo que ver en que así fuera.

Betina se encogió de hombros.

– Le indiqué el camino y ella hizo el trabajo. Pero no es tan fuerte como crees. Lo que tenía planeado hacerte era una locura y se lo dije, pero no me escuchó.

– Típico.

– Lo sé. A lo que voy es que no quiero que le ocurra nada malo. Si le haces daño, te haré pagar por ello.

– ¿Vas a contratar a alguien para que me dé una paliza? -dijo él esbozando una media sonrisa.

– No, Jack. Voy a decirte exactamente cuánto está sufriendo. Voy a recordarte que eras el mejor amigo de su hermano y que tan sólo te pidió una cosa que parece que no has podido cumplir. Ni antes ni ahora. Voy a ser la voz de tu conciencia y no voy a dejarte descansar.

Sus miradas se encontraron.

– Eres buena.

– Me preocupo por ella. Es parte de mi familia. Se merece a alguien que la quiera. ¿Eres tú ese hombre?

No tenía por qué pensar en eso.

– No.

Nunca había amado a nadie. Se negaba a ello. El precio era demasiado alto.

– Entonces, déjala en paz. Deja que tenga una oportunidad con otro.

– ¿Alguien como Andrew?

Jack tenía un mal presentimiento sobre él. Haría que le enviaran el informe sobre ese hombre cuanto antes y luego pensaría qué hacer.

– Es curioso que lo menciones -dijo Betina, sorprendida-. Creo que no lo sabes.

– ¿El qué?

– Está aquí.


Meri dio un paso atrás, se quedó junto a la puerta y se preguntó si se le notaría la culpabilidad que sentía. A pesar de que Andrew y ella habían acordado darse un respiro en su relación, el verlo allí apenas cuatro horas después de hacer el amor con Jack por tercera vez era algo desconcertante.

– Has venido -dijo ella, sintiéndose estúpida y muy culpable.

– Te echaba de menos -respondió Andrew mostrando su encantadora sonrisa-. ¿Me has echado tú de menos?

Había pasado cinco meses ideando cómo seducir a Jack Howington III y una semana llevando a cabo el plan. En el tiempo que le había quedado libre, había preparado informes para dos empresas y había estado trabajando en su proyecto del combustible sólido para cohetes. ¿Quién tenía tiempo de echar a nadie de menos?

– Claro -dijo, evitando cruzarse de brazos.

– Bien -dijo él rodeándola con su brazo y entrando en la casa-. Así que es aquí donde has estado.

– He viajado mucho a Los Ángeles. ¿Recuerdas lo de la consultaría?

– Sí, claro. ¿Está tu equipo aquí?

– Llegarán en una hora más o menos.

– Qué bien. Así tendremos tiempo de ponernos al día.

No podía ponerse al día con Andrew después de haber seducido a Jack. Estaba mal en muchos aspectos.

Se apartó y lo miró. Andrew era alto como Jack, pero no tan fuerte y musculoso. Llevaba su pelo moreno más largo y sus ojos eran de un azul más claro. Jack era una versión atractiva del demonio en carne y hueso. Jugaba fuerte y no se encogía ante nada. Andrew era abierto y afable y daba por sentado que le gustaba a todo el mundo, lo que la mayoría de las veces era verdad.

Lo que no importaba, se dijo Meri. No tenía por qué compararlos. Tenía una relación con Andrew y nada con Jack. Hubo un tiempo en que habían sido amigos, pero ahora tenía que seguir con su vida. Debería alegrarse de que Andrew estuviera allí. Él era parte de su nueva vida, ¿no?

– ¿Que ocurre, Meredith? ¿No te alegras de verme? Hace semanas desde que nos vimos en aquella conferencia en Chicago. Te he echado de menos. Dijiste que querías que nos diéramos un tiempo para asegurarnos de nuestros sentimientos. Yo estoy seguro de los míos, ¿y tú?

La vida era una cuestión de tiempo, pensó Meredith al ver a Colin entrando en la habitación.

– Oh, estás aquí -dijo Colin al ver a Andrew.

No le caía bien. No era culpa de nadie, se dijo Meri. Andrew era atlético y Colin no. Ella tampoco, pero trataba de mantenerse en forma y siempre obligaba a su equipo a que probara un par de cosas nuevas en el deporte cada año. Hacía caso omiso a sus quejas y les recordaba que era bueno para ellos.

– ¡Colin! -exclamó Andrew con alegría, obviando la evidente molestia que su presencia le producía-. Hacía mucho tiempo que no te veía. ¿Que tal va todo?

Colin miró a Andrew con el mismo entusiasmo que si estuviera viendo una cucaracha en su ensalada.

– Va bien.

Colin se sirvió un café y se fue.

– Creo que empiezo a caerle bien -dijo Andrew en tono burlón-. Empieza a haber comunicación entre nosotros.

A pesar de todo. Meri se rió.

– Eres muy optimista.

– Mira, a ti te gusta Colin y a mí me gustas tú. Así que me tiene que gustar Colin. ¿No es una teoría matemática?

Le gustaba que Andrew nunca estuviera tenso o enfadado. Disfrutaba de su humor, de su espontaneidad y de cómo parecía disfrutar de una vida atractiva. Según las revistas femeninas, Andrew era perfecto para ella.

Pero, ¿cómo había sido capaz de verlo apenas unos días en los últimos seis meses y no darle mayor importancia?

Antes de dar con la respuesta, oyó unos pasos en la escalera. Se dio la vuelta esperando ver a Betina, pero fue Jack el que apareció en la cocina.

La estancia se quedó tan silenciosa que Meri pudo escuchar los latidos de su corazón. Sintió cómo se sonrojaba al tratar de pensar que decir.

Andrew se acercó, extendiendo la mano y sonriendo.

– Soy Andrew Layman, el novio de Meredith.

Jack lo miró.

– Jack Howington tercero, amigo de la familia.

Los dos hombres se estrecharon la mano.

– Así que, ¿conoció al padre de Meredith? -preguntó Andrew-. Ha dicho que es amigo de la familia, pero ella nunca me había hablado de usted.

– Conocía a su hermano. Meri y yo éramos amigos en la universidad.

– Interesante. Nunca ha venido a vernos a Washington D.C. -dijo Andrew-. Conozco a todos los amigos que tiene Meredith allí.

– Parece que la vigila muy de cerca.

– Me preocupo por ella.

– Aparentemente no lo suficiente como para importarle una ausencia de seis meses -dijo Jack-. No conoce todavía a los amigos que están aquí.

– Los conozco.

– A mí no.

– Usted es el pasado.

La mirada de Jack era firme.

– No tanto como piensa. Meri y yo tenemos una historia común.

Meri puso los ojos en blanco. Era como si fueran dos perros y ella fuera el árbol al que querían arrimarse. A pesar de que estaba segura de que Jack ganaría el combate, estaba sorprendida de que se molestara en participar. ¿Desde cuándo era tan competitivo?

– Hay demasiada testosterona aquí para mí -dijo ella dando unos pasos atrás-. Que lo paséis bien.


Meri se dirigió a la habitación de Betina y se encontró a su amiga escribiendo en el ordenador.

– Tengo una emergencia femenina -dijo cerrando la puerta tras ella-. ¿Cómo es que ha venido?

– ¿Andrew?

– No tenía ni idea. Hemos estado en contacto por correo electrónico y hablamos de vez en cuando por teléfono, pero no me lo esperaba. Ha aparecido así, de pronto. ¿Cómo ha podido hacerlo?

– Tomó un avión y vino. Es muy romántico. ¿No te parece romántico?

– No lo sé -admitió Meri, sin saber que pensar-. Hacía semanas que no lo veía. Pensé que iba a proponerme matrimonio y pensé que le diría que sí. ¿No debería alegrarme porque esté aquí? ¿No debería estar loca de alegría? Estoy muy confundida -añadió conteniendo las lágrimas.

– Te has acostado con Jack. Eso hará que las cosas cambien.

– Se supone que iba a ayudar a aclararlas. Que me iba a curar.

– Quizá el problema sea que nunca estuviste herida.

Meri asintió lentamente. Quizá ese fuera el problema. Siempre había pensado que había habido algo en ella por culpa del doloroso rechazo de Jack. Pero, ¿y si era debido al proceso normal de madurar y por su torpeza no se había dado cuenta?

– ¿Crees que tengo algo de qué vengarme? ¿Me ayudará en algo esa venganza?

Betina suspiró.

– No creo que algo tan negativo como la venganza pueda ser bueno. Te has sentido emocionalmente perdida e incapaz de comprometerte. ¿Tiene eso algo que ver con lo que Jack hizo o es que simplemente necesitas más tiempo para congraciar quien eres con quién querrías ser? Ser una devoradora de libros no te ayuda a desarrollarte más ni mejor.

– De eso ya me di cuenta hace tiempo -dijo Meri y respiró hondo-. Estaba segura de que la venganza funcionaría. Pensé que si le hacía desearme y luego le dejaba plantado, sería feliz para siempre.

– Quizá todavía sea así.

Meri no estaba segura.

– Como has dicho, quizá no sea bueno ser tan negativa.

– Pero ya está hecho -le recordó Betina-. Ocúpate únicamente de lo que tienes ahora y continúa tu relación con Andrew, si eso es lo que quieres.

Una idea interesante, aunque Meri no estaba tan segura de tener nada claro.

– Necesito despejarme la cabeza. Me voy a correr. ¿Puedes hacer que empiece a trabajar el grupo sin mí?

Betina sonrió.

– Me encanta cuando me dejas al mando.


Más tarde esa misma mañana. Jack fue en busca de Meri. No estaba en el comedor con su equipo y Betina le dijo que andaba por algún sitio de la casa. Miró en el baño, pero no encontró ninguna bonita y desnuda mujer esperándolo. Luego, vio algo moverse en el balcón y salió, encontrándola sentada en una silla contemplando el paisaje.

– Iba a usar el telescopio, pero es difícil ver las estrellas a plena luz del día.

Jack miró hacia el brillante cielo azul.

– Es un problema.

– Pensé en espiar a los vecinos, ya sabes, a ver si veo a alguien bañándose desnudo. Pero no me apetece.

Su mirada transmitía preocupación. Parecía triste e incómoda.

– ¿Quieres que hablemos?

Ella se encogió de hombros.

– Estoy confusa. Y antes de que me lo preguntes, te diré que no voy a decirte por qué.

– Me resultará difícil ayudarte si no sé qué te pasa.

– Quizá seas tú el problema.

– ¿Lo soy?

Ella suspiró.

– No, quizá un poco, pero el problema soy yo.

Jack se sentó en una silla junto a ella y se quedó mirando el lago.

– ¿Sabías que el lago Tahoe tiene una profundidad de más de un kilómetro?

– Alguien ha estado leyendo el folleto de la cámara de comercio -dijo ella sonriendo.

– Me aburría.

Meri lo miró.

– ¿Por qué no te has casado?

– Nadie me lo ha pedido -contestó él encogiéndose de hombros.

– ¿Acaso es que estás deseando que lo hagan?

– Probablemente no, no soy de los que se casan.

Meri sonrió.

– Claro que sí. Eres rico y soltero. ¿Qué dijo Jane Austen? Algo como que cualquier hombre soltero con una gran fortuna debería buscar una esposa. Ése eres tú. ¿No quieres casarte?

– Nunca he pensado demasiado en ello. El trabajo me mantiene ocupado.

– Lo que quiere decir que, si encuentras tiempo para pensar, buscas trabajo en el que refugiarte.

– A veces.

Le gustaba estar ocupado con sus negocios. Tenía algunos amigos con los que salía de vez, en cuando.

– ¿No dejas que nadie se te acerque? -preguntó ella.

– No.

– ¿Por lo que le pasó a Hunter?

Jack estiró las piernas frente a él.

– Sólo porque dormimos juntos no quiere decir que tenga que contarte todo lo que pienso.

– De acuerdo. ¿Es por culpa de Hunter?

– Eres insistente -dijo mirándola.

– Eso dicen. ¿Tengo que preguntártelo otra vez?

– Debería contratarte para hacer interrogatorios. Y sí, en parte es por Hunter.

– La gente muere, Jack.

– Lo sé. Perdí a mi hermano cuando era un niño. Eso lo cambió todo. Lo mismo pasó con Hunter. Se puso enfermo y murió.

No pretendía decirle la verdad. Pero ahora que lo había hecho, no le importaba que lo supiera.

La diferencia era que con su hermano, no había evitado que fuera al médico. Al descubrir Hunter la mancha oscura de su hombro, Jack había bromeado con él llamándolo quejica por querer hacérselo revisar. Así que Hunter esperó. ¿Qué habría pasado si el melanoma hubiera sido extirpado antes de que se propagara?

– Tú no mataste a Hunter -dijo Meri-. No es culpa tuya.

Jack se puso de pie.

– He acabado aquí.

Ella reaccionó rápidamente y le bloqueó la puerta. Era lo suficientemente menuda como para que él la apartara, pero por alguna razón no lo hizo.

– No murió por tu culpa -repitió-. Sé que es eso lo que piensas. ¿Estás anclado en el pasado? ¿Estás preocupado de enamorarte de alguien porque temes perder a otra persona querida? ¿Acaso piensas que estás maldito o algo así?

No quería amar ni ser amado. Era el precio que tenía que pagar por lo que había hecho. O mejor dicho, por lo que no había hecho.

– No quiero mantener esta conversación -dijo él-. Apártate.

Ella levantó la barbilla. Parecía un gato haciendo frente a un lobo.

– Apártame tú.

– No me das miedo -dijo él.

– Pero seguramente estás deseando besarme, ¿verdad?

Tenía razón. Quería besarla, quería hacerle muchas cosas. Pero, en vez de actuar, decidió cambiar de conversación.

– Andrew parece agradable.

– Venga, por favor. Lo odias.

– Para odiarlo tendría que pensar en él. Y no lo hago.

– ¿Y eso de mostrarte como si tú me conocieras mejor?

– No sé de qué estás hablando -dijo, aunque no era cierto.

El mostrarse dominante desde el primer momento era la mejor manera de ganar.

– Y dicen que las mujeres somos complicadas… -murmuró Meri.

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