Jack pasó un par de horas en el despacho trabajando.
– Están construyendo más carreteras en Afganistán -dijo Bobbi Sue, su secretaria de Dallas-. Están pensando en un contrato por dieciocho meses, pero todos sabemos que esas cosas llevan más tiempo. Ah, y la hermana Helena llamó. Quieren llevar otro cargamento de medicinas.
Su compañía daba protección en los lugares más peligrosos del mundo. Sus equipos permitían que las empresas constructoras llevaran a cabo sus trabajos. La misión era peligrosa, una pesadilla logística extremadamente cara. Sus clientes pagaban bien por los servicios que obtenían.
Los beneficios de la compañía eran destinados a los que prestaban su ayuda en sitios muchas veces olvidados. Se había criado a la sombra de la Fundación Howington, un fondo filantrópico que ayudaba a los pobres. Jack odiaba ser heredero de una gran estirpe y se había prometido labrarse su propio destino.
Y lo había conseguido. Había levantado su empresa de la nada, aunque no podía evitar aquella sensación de deber que le obligaba a usar sus beneficios para algo más que llevar una vida ostentosa.
Sus críticos decían que podía permitirse ser generoso; tenía un fondo de casi un billón de dólares. Lo que no sabían era que nunca lo había tocado. Otra promesa que se había hecho a sí mismo. La pregunta era si podría reunir lo suficiente para que aquella sensación de tener que demostrar algo desapareciera.
– Pásale a Ron el contrato -le dijo Jack a su secretaria-. Que recoja las cláusulas habituales. Dile a la hermana Helena que nos diga por correo electrónico cuáles son las mejores fechas para llevar el cargamento e intentaremos cumplirlas.
– Va a querer irse antes de que vuelvas de tus vacaciones en Tahoe.
– No estoy de vacaciones.
– Ya, ¿un mes en una casa estupenda sin tener que hacer nada? Para mí, eso son vacaciones.
– Estoy trabajando.
– Bla, bla, bla.
Bobbi Sue tenía carácter, pero Jack lo soportaba porque era la mejor en su trabajo. Podía ser su madre, un hecho que solía mencionar, especialmente cuando insistía en que tenía que sentar la cabeza.
– Alguien tendrá que llevar a la hermana Helena y a su equipo -dijo él-. Mira a ver si Wade está disponible.
Wade era uno de sus mejores hombres.
– Lo haré. ¿Algo más?
– Nada por mi parte.
– ¿Sabes? He estado buscando en Internet Hunter's Landing y parece que estás cerca de los casinos.
– Ya lo sé.
– Pues deberías ir. Apuesta, habla con la gente. Pasas mucho tiempo a solas.
Pensó en Meri, que dormía en la habitación de enfrente.
– Ya no.
– ¿Quiere eso decir que estás saliendo con alguien?
– No.
– Tienes que casarte.
– Y tú que dejarme.
– Está bien -dijo Bobbi Sue-, pero sólo de momento.
Jack colgó. Miró a su ordenador, pero por una vez no deseaba trabajar. Caminó lentamente por la amplia habitación, sin prestar atención a la chimenea, a las maravillosas vistas o a la televisión. Luego bajó para encontrarse con la mujer que parecía decidida a pensar lo peor de él.
No es que le importara lo que pensaba de era Meri y se suponía que tenía que cuidarla. Lo que significaba no empeorar una mala situación.
Quizá debería hacer una pequeña concesión.
– No quiero pensar en Hunter -admitió-. Me obligo a no hacerlo. Pero ahí está todo el tiempo.
– ¿Por qué debería creerte? -preguntó Meri mirándolo.
– No me importa si no lo haces.
Lo sorprendió sonriendo.
– Está bien. Me gusta esa respuesta. Si estuvieras intentando convencerme, me habría dado cuenta de que estabas intentando aplacarme. Pero tu actitud estirada es honesta.
Él frunció el ceño. ¿Había sido siempre tan irritante?
– ¿Estás trabajando mucho? -preguntó Meri mirando su reloj-. Yo no. Están pasando tantas cosas que necesito centrarme, pero es difícil. Estar aquí y seducirte requiere mucho esfuerzo.
Jack se cruzó de brazos.
– Tienes que olvidarte de eso.
– ¿La parte de la seducción? Creo que no. Voy mejorando. Te estás poniendo a la defensiva. Lo que ocurrió en el gimnasio era una muestra de quién estaba al mando. Así que eso quiere decir que estás sintiendo algo hacia mí -y, ofreciéndole el recipiente de helado, añadió-: ¿Quieres un poco?
Se estaba burlando de él. Se estaba mostrando decidida e irreverente. Eran buenas aptitudes, pero no en aquella situación. Meri tenía razón, él quería tener el control y sólo se le ocurría una manera de conseguirlo.
Se acercó y le quitó el helado. Después de dejarlo en la encimera, tomó su rostro entre las manos y la besó. Se abalanzó sobre ella, pretendiendo demostrarle que no había pensado bien su plan.
Ella se enderezó y gimió sorprendida. Jack se aprovechó del momento y metió la lengua en su boca.
Estaba fría por el helado y sabía a chocolate y a algo más que a su propia esencia erótica. Ignoró la suavidad de su piel, el roce sensual de su boca y el calor que le invadía.
Meri se apartó ligeramente y lo miró a los ojos.
– ¿No sabes hacerlo mejor? -dijo rodeándole el cuello con los brazos y atrayéndolo hacia ella.
Le devolvió el beso con tanta intensidad que se quedó sorprendido. Separó los labios y sus lenguas se encontraron.
Meri separó las piernas y él se colocó entre sus muslos. Aunque ella era bastante más pequeña, al estar sentada en la encimera él se acomodó en su entrepierna.
Enseguida sintió la erección. El deseo lo consumía. Deseo por una mujer a la que no podía tener.
Entonces se recordó que su reacción se debía a que estaba besando a una atractiva mujer. No era por Meri. Tal y como su secretaria había dicho, llevaba mucho tiempo solo. Ni siquiera los breves encuentros sexuales parecían interesarle ya. Se había perdido en un mundo de trabajo y nada más.
Tenía necesidades. Eso era todo.
– Interesante -dijo él apartándose.
Ella levantó las cejas.
– Ha sido mucho más que interesante y lo sabes.
– Si es importante para ti creer eso, pues adelante.
– No me importa que no estés poniendo las cosas fáciles. Así la victoria será más dulce -dijo Meri tomando el recipiente del helado y cerrándolo-. He acabado.
– ¿Ya has saciado tus necesidades de azúcar y grasa?
– Ya no necesito sentirme bien. Mi mal humor ha desaparecido.
– ¿Porque te he besado?
Ella sonrió y saltó al suelo. Luego se acercó a la nevera.
– Porque te ha gustado.
No estaba dispuesto a discutir ese punto. Cerró la puerta del congelador con la cadera y lo miró.
– Háblame de las mujeres de tu vida.
– No hay mucho que contar.
– Es duro, ¿verdad? -dijo inclinándose sobre la encimera que había frente a él-. Siendo quiénes somos y tratando de involucrarnos. Me refiero a lo del dinero.
Ambos eran millonarios. Habían crecido con la idea de que tenían que tener cuidado y asegurarse de que no se enamoraban de la persona equivocada que tan sólo fuera tras su dinero.
Sin quererlo, Jack recordó una dolorosa conversación que había presenciado de Hunter y Meredith. Él había tratado de escapar varias veces, pero su amigo había querido que se quedara para asegurarse de que Meri lo escuchara.
– Los hombres van a saber quién eres -le había dicho Hunter-. Tienes que ser lista y escuchar no sólo a tu corazón.
Meri tenía dieciséis años. Se había removido en su asiento y luego se había levantado para mirarlo.
– ¿Por qué otra cosa iban a quererme? No soy guapa y nunca lo seré. Soy tan sólo un cerebro con correctores en los dientes y una gran nariz. Voy a tener que pagar a todos mis novios.
Hunter había dirigido a Jack una mirada de súplica, pero tampoco él había sabido en aquel momento que decir. Eran demasiado jóvenes para dirigir la vida de Meri. ¿Qué experiencias tenían para transmitirle?
– Lo tengo más fácil que tú -dijo él obligándose a volver al presente, para no tener que pensar en cómo les había fallado a Hunter y a Meri-. Las mujeres con las que salgo no saben quién soy.
– Interesante. Yo procuro no hablar de mi familia, pero todo se sabe. Ha llegado un punto en que tengo que hacer que investiguen a los hombres antes de salir con ellos. Y eso no es nada divertido.
– Estás haciendo lo correcto -afirmó él con seriedad.
No era la única que comprobaba la identidad de las personas con las que salía. Si era una primera cita, tan sólo pedía unos datos preliminares. Pero si pensaba que podía convertirse en algo más serio, pedía un informe más completo.
Meri volvió a mirar su reloj.
– ¿Has quedado con alguien? -preguntó Jack. Ella sonrió.
– Tengo una sorpresa.
– ¿Otra?
– Sí. ¿Así que no hay ninguna mujer esperándote?
– Ya te lo he dicho. No soy hombre de compromisos.
– Claro. Eres la clase de hombre que disfruta con los retos. Como yo.
Así que besarla no parecía haberla calmado. Necesitaba tomar otra dirección. No quería pasarse las siguientes tres semanas y media esquivando a Meri. Necesitaba un plan. Nunca antes había fracasado y no pensaba hacerlo ahora.
– Pero quiero algo diferente de los hombres -continuó ella-. Quizá mis gustos hayan madurado porque estoy buscando alguien inteligente y divertido, no un cerebrito. Nunca podría casarme con otro genio. Tendríamos un hijo irritante, eso seguro.
Él sonrió.
– ¿Tu propia versión de ingeniería genética?
– Algo así. He hecho una lista de características que son importantes para mí. Tenía todo un programa diseñado, pero me parecía demasiado calculado. Una lista es algo más normal.
– No si la escribes en código binario.
Ella hizo una mueca.
– Oh, por favor, yo nunca haría eso. Además, no necesito ningún programa informático para saber que Andrew es un hombre estupendo.
Jack se quedó mirándola.
– ¿Andrew?
– El hombre con el que llevo un tiempo saliendo. Y parece que las cosas van en serio.
Jack no recordaba haber leído nada acerca de un tal Andrew. ¿Por qué no había sido informado?
– ¿Cómo de «en serio»? -preguntó él, escuchando el sonido de un autobús acercándose a la casa.
– Probablemente me case con él -dijo Meri saliendo de la cocina-. ¿Oyes eso? Ya están aquí.
¿Casarse con él?
Antes de que pudiera reaccionar, se encontró siguiéndola hasta la entrada de la casa. Una furgoneta se detuvo frente al porche y la puerta se abrió.
– ¿Quién está aquí? -preguntó, pero Meri no lo escuchaba.
Ella saltó y luego se lanzó a los brazos de la primera persona que se bajó del autobús. Era delgado, bajo y llevaba unas gafas de gruesos cristales. Nada en él resultaba atractivo y al instante Jack deseó matarlo.
– ¡Has llegado! -dijo Meri abrazándolo otra vez-. Te he echado mucho de menos.
El hombre se zafó de su abrazo.
– Ha pasado sólo una semana, Meri. Necesitas salir más.
Ella rió y luego se giró hacia la siguiente persona y le dio la bienvenida con el mismo entusiasmo. Al parecer, ninguno de aquellos era Andrew.
Meri dio la bienvenida a los ocho visitantes con el mismo entusiasmo, antes de regresar junto a Jack.
– Él es Jack. Jack, ellos son mi equipo.
– ¿Equipo para qué?
– ¿Me creerías si te dijera de polo?
A juzgar por sus pálidos rostros y sus penetrantes miradas, podía adivinar que ninguno de ellos había visto un caballo más que en películas.
– No.
– Claro que no. Éste es mi equipo de combustible sólido. Estamos estudiando la forma de que resulte menos contaminante y más eficaz. Hay una explicación más técnica, pero no quiero marearte.
– Te lo agradezco. ¿Que están haciendo aquí?
– No temas. No todos se quedarán en la casa, tan sólo Colin y Betina. Los demás se quedarán en hoteles cercanos.
A Jack no le gustaba la idea de tener más gente a su alrededor. Necesitaba concentrarse en el trabajo. Claro que si Meri se distraía con sus amigos, no sería un problema para él.
– ¿A qué han venido?
– A trabajar. No puedo salir de aquí, así que han venido -dijo y, acercándose a él, añadió en voz baja-: Sé que te resultará difícil de creer, pero es un grupo muy divertido.
– Me lo imagino.
Meri se acercó a la mujer más madura del grupo, la rodeó con su brazo y la acompañó.
– Jack, ella es mi amiga Betina. Técnicamente, ella es el enlace entre el equipo y el mundo real. Es mi mejor amiga y la razón por la que soy tan normal.
Jack miró a la mujer y se preguntó cuántos secretos de Meri conocería.
– Encantada de conocerte -dijo él estrechando la mano de Betina.
Betina sonrió.
– Encantada de conocerlo por fin.
¿Por fin?
Meri sonrió.
– ¿No te lo dije? -dijo Meri dirigiéndose a Betina.
¿Decirle el qué? Pero antes de que Jack pudiera preguntar, el grupo entró en la casa. Él se quedó en el porche, preguntándose cómo demonios su vida estaba fuera de control.
Meri se sentó con las piernas cruzadas en mitad de la cama, mientras su amiga deshacía la maleta.
– Es muy guapo, admítelo.
Betina sonrió.
– Lo es, si te gustan altos, morenos y fuertes. No le ha gustado mucho nuestra llegada.
– Sí, lo sé. No le avisé de que veníais. Ha sido fabuloso. Me habría gustado que vieras su cara cuando le dije por qué estabais aquí. Fue justo después de que le dijera que iba a casarme con Andrew, así que el momento era divertido por dos motivos.
Betina sacó sus cosméticos y los llevó al cuarto de baño.
– Sabes que no vas a casarte con Andrew. Estás atormentando a Jack.
– Es divertido y necesito entretenerme -dijo Meri dándose la vuelta sobre la cama-. ¿Por qué no iba a atormentarlo? Se lo merece. Se portó mal conmigo.
– Estaba en la universidad. A esa edad los hombres no tienen sensibilidad emocional. De hecho, creo que no la tienen a ninguna edad. Pero la cuestión es que le abriste tu alma y tu corazón, pero él no reaccionó bien. Estoy de acuerdo en que se merece un castigo, pero estas yendo muy lejos. Esto es un error, Meri.
Meri quería a Betina como a una hermana, a veces como a una madre. Sólo las separaban doce años, pero en cuanto a experiencias de la vida, años luz.
Betina había sido la asistente del director del primer proyecto en el que Meri había trabajado.
– ¿No tienes sentido del humor? -le había preguntado Betina a la segunda semana de empezar a trabajar en aquel laboratorio-. No me importa lo brillante que seas, es necesario tener sentido del humor para cualquier relación profesional.
Meri no había sabido qué responder en aquel momento. Tenía dieciocho años y estaba aterrorizada de vivir sola en una ciudad extraña. El dinero no había sido ningún problema. El laboratorio la había contratado con un sueldo más alto del que nunca había pensado en ganar. Además, tenía el fondo familiar. Pero había pasado el último tercio de su vida en la universidad. ¿Que sabía de amueblar un apartamento, comprar un coche y pagar facturas?
– No sé si se me puede considerar divertida -había contestado Meri con sinceridad-. ¿Y el sarcasmo no cuenta?
Betina sonrió.
– Querida, el sarcasmo es lo mejor.
Desde entonces, surgió la amistad.
Por aquel entonces. Betina tenía treinta años, ya llevaba una década viviendo sola y le había insistido en comprar un apartamento en una buena zona de Washington D.C.
Había cuidado de Meri después de sus dos operaciones, le había ofrecido sus consejos en moda, en asuntos de amor y le había conseguido un entrenador personal para ayudarla a estar en forma.
– ¿Por qué es un error vengarme? -preguntó Meri mientras su amiga acababa de deshacer las maletas-. Se lo ha ganado.
– Porque no lo has pensado bien. Vas a meterte en problemas y no quiero que eso te pase. Tu relación con Jack no es lo que piensas.
Meri frunció el ceño.
– ¿Que quieres decir? Soy consciente de mis sentimientos hacia Jack. Perdí la cabeza por él y él me hirió, y por eso he sido incapaz de olvidarlo. Si me acuesto con él, me daré cuenta de que no es tan especial después de todo. Lo bueno es que se quedará deseando tener más.
Betina se sentó a su lado y le acarició su corto cabello.
– Odio viajar. Me quedo hinchada -dijo, y respiró hondo antes de continuar-. No perdiste la cabeza por Jack. Estabas enamorada y todavía lo estás. Tienes una conexión emocional con él, aunque te cueste admitirlo. Acostarte con él tan solo te hará sentirte más confusa. El problema de tu plan es que la persona que acabará deseando más, serás tú.
Meri se sentó y tomó las manos de Betina.
– Te quiero y te admiro, pero estás equivocada.
– Eso espero, por tu bien.
Su amiga parecía preocupada. Meri le agradecía su apoyo, pero nunca estarían de acuerdo en aquel asunto. Era mejor cambiar de tema.
Soltó las manos de Betina y sonrió.
– Así que Colin está en la habitación de al lado.
Betina se sonrojó.
– Baja la voz. Te va a oír.
– Venga, por favor. No se enteraría ni de una explosión nuclear si está concentrado en algo. Al pasar por su puerta, estaba conectando el ordenador. Estamos a salvo. ¿Has visto cómo os he ubicado en la casa mientras todos los demás se quedan en hoteles?
– Sé que algo pasará antes o después. Es un verdadero encanto. Ya sabes lo mucho que me gusta, pero no estoy segura de que yo sea su tipo.
– No tiene tipo, es un empollón. ¿Crees que tiene muchas citas?
– Debería. Es adorable, tan listo y divertido…
Su amiga estaba locamente enamorada, pensó Meri. Y estaba convencida de que Colin también estaba interesado en Betina.
– Tiene miedo de ser rechazado -dijo Meri-. Esa sensación la conozco muy bien.
– Yo no lo rechazaría -dijo Betina-. Pero nunca funcionará. Soy demasiado vieja y gorda para él.
– Tienes seis años más que él, lo que no es nada. Y no estás gorda. Tienes tus curvas y a los hombres les gusta eso.
Meri había pasado la última década viendo cómo su amiga conocía, salía y se acostaba con hombres, y luego los dejaba.
– Pero no a Colin. Apenas me habla.
– Lo que es curioso, porque habla con todos los demás.
Era cierto. Colin parecía quedarse en blanco cuando Betina estaba presente.
Al principio, cuando su amiga le confesó su interés por Colin. Meri se había mostrado protectora con su compañero. Quizá Colin disfrutara con Betina, pero una vez ésta lo dejara, se quedaría con el corazón roto. Pero Betina había admitido que sus sentimientos por él eran profundos.
Después de asimilar la idea de que su amiga se hubiera enamorado, Meri se había mostrado dispuesta a ayudar. De momento, no se le había ocurrido ninguna manera de acercar a la pareja, pero la casa de Hunter le había ofrecido la oportunidad perfecta.
– Tendrás tiempo -dijo Meri-. Jack y yo nunca venimos aquí, así que tenéis toda esta planta a vuestra disposición. Podréis hablar relajadamente, los dos solos, sin tensiones. Será estupendo.
Betina sonrió.
– Hey, yo soy la optimista.
– Lo sé. Me gusta ejercer de mayor. No se me presenta la ocasión muy a menudo.
– Cada vez pasa más.
Meri se inclinó y abrazó a su amiga.
– Eres la mejor.
– Tú también.
Jack levantó la cabeza al oír pasos en la escalera. Unos segundos más tarde, Meri apareció en la oficina.
Se había puesto una falda estrecha y un top ajustado, se había recogido el pelo y se había maquillado.
Mirando en Internet había descubierto que el hombre que había mencionado no era uno de sus científicos. Trabajaba en Washington D.C. y estaba a varios kilómetros de distancia. No es que a Jack le importara, tan sólo tenía que ampliar los informes. Si las cosas se estaban poniendo serias, era su deber asegurarse del bienestar de Meri.
No sabía por qué se preocupaba de que se casara con un cualquiera, pero por algún motivo así era.
– Vamos a salir a cenar -anunció deteniéndose frente a la mesa-. Puede que no lo creas, pero somos un grupo muy divertido. Eres bienvenido si quieres acompañarnos.
– Gracias, pero no.
– ¿Quieres que te traiga algo? La nevera está llena, pero puedo parar a comprarte alas de pollo.
– Estaré bien, no te preocupes.
Meri se giró para irse, pero se detuvo al oírle hablar.
– Deberías haberme dicho que estabas comprometida.
Ella se dio la vuelta.
– ¿Por qué? Estás decidido a no acostarte conmigo. ¿Qué importa que esté comprometida?
– Claro que importa. No te habría besado.
– Entonces me alegro de que no lo supieras -dijo con mirada divertida-. ¿Acaso el hecho de que esté con otra persona me hace más interesante? ¿Será el placer de lo prohibido?
A propósito, Jack evitó sonreír. Siempre había sido muy exagerada.
– No -respondió él-. Lo siento.
– No lo sientes. Además, el compromiso no es oficial. No estaría tratando de acostarme contigo si hubiera dicho que sí.
Una sensación de alivio lo invadió.
– ¿Has dicho que no?
– No he dicho nada. Lo cierto era que Andrew no me ha propuesto nada. Encontré el anillo. No supe qué pensar. Nunca había pensado en casarme. Me di cuenta de que tenía asuntos sin acabar y por eso estoy aquí, seduciéndote.
Él ignoró su comentario.
– Te estás acostando con él -afirmó.
Entendía que estaba claro y que no tenía por qué preguntar.
Ella se inclinó hacia delante y suspiró.
– Te molesta imaginarme en la cama con otro hombre, ¿verdad?
Jack se quedó inexpresivo, pero con sus palabras, Meri había conseguido lo que pretendía.
Tenía que reconocer que había conseguido molestarlo, pero no se daría por vencido.
– ¿Así que no vienes a cenar?
– Tengo trabajo.
– Está bien. ¿Quieres un beso de despedida antes de que me vaya?
Se odió por desearlo. Quería sentir su boca junto a la suya, su piel sobre la suya, acariciarla de tal manera que le hiciera perder el control.
– No, gracias -respondió fríamente.
Ella lo miró durante unos instantes y sonrió.
– Ambos sabemos que eso no es verdad -dijo antes de irse.