Capítulo 9

Lisa observó cómo el alba se insinuaba en el dormitorio, con sus gratos matices coralinos, iluminando los dos cuerpos sobre las sábanas, ella boca abajo, Sam de espaldas. Los ojos de Lisa siguieron los movimientos del gato pardo y blanco que entró silencioso en la habitación, se detuvo al lado de la ventana, y alzó el hocico para olfatear el fresco aire de la mañana que agitaba suavemente las cortinas, y movía la campanilla de plástico del extremo del cordón. Con la cabeza levantada, el gato permaneció inmóvil largos minutos, y después saltó sobre la cama, aterrizando en un lugar muy delicado.

Sam pegó un brinco parecido al de un muñeco con resorte, y lanzó un áspero grito de sorpresa y una maldición. El gato salió volando por el aire como un misil, mientras Lisa levantaba el cuerpo apoyándose con las dos manos, y observaba a Sam que se frotaba con suavidad las partes doloridas.

Ella se acostó de nuevo de espaldas, y sonrió a la almohada.

– ¿Qué pasa? ¿Anoche te obligué a esforzarte demasiado?

– ¿Qué demonios fue eso?

– Mi gato, Ewing.

– Oh -gimió Sam-. Pensé que alguien había puesto una trampa en la cama.

Ella rió en silencio, apoyó la mejilla sobre la almohada, y miró a Sam.

– ¿Puedo ayudarte?

Él movió la cabeza, los cabellos negros en desorden y, en sus labios, una leve sonrisa.

– Tu condenado gato… acaba de golpearme, mujer, ¿y tú te estás riendo? -Parecía que el dolor ya había pasado. Unió los brazos tras la cabeza y cerró los ojos-. No me hables, estoy sufriendo. -Pero las comisuras de los labios insinuaban una sonrisa.

Lisa lo estudió a conciencia, y observó que su barba había crecido durante la noche, que su pecho ancho y oscuro, y que sus tetillas tenían el color de los capullos de rosa. Una oleada de placer le recorrió el cuerpo al despertar y ver aun hombre así en su cama. Era tan apuesto como entretenido, y ella permitió que sus ojos recorrieran los labios, la frente y las pestañas de Sam. Extendió la mano y, con el borde de una uña, le acarició la nariz.

– ¿Sí, Brown? -canturreó ella con un gesto seductor, ascendiendo y descendiendo la escala musical.

Él frunció el ceño, pero mantuvo cerrados los ojos.

– Oh, Brown… -canturreó de nuevo, acariciando el borde de la nariz. Él hizo una mueca antes de cruzar los brazos detrás de la cabeza, como había hecho antes, con los ojos siempre cerrados. Ella se inclinó y apoyó coquetamente los senos desnudos sobre el pecho del hombre, y descansó la barbilla sobre sus muñecas cruzadas.

– Eh, Brown, tenías razón, en esta cama hay una trampa. ¿Quieres verla?

Él se movió en silencio, pero permaneció acostado como antes.

– ¿Eh? -repitió ella.

– No.

Lisa se echó a reír, pues ya no podía mantener el gesto de seriedad en su cara. Él abrió un ojo y miró a Lisa.

– Pero aquí tengo algo que quizá te interese presenciar -dijo.

– ¿Qué es?

– Un auténtico alzamiento indio.

Los dos rieron como locos, incluso mientras los brazos musculosos de Sam se cerraron sobre ella y la tumbaron. Compartieron un hermoso beso matutino, pero, antes de que el abrazo terminara, la risa se había desvanecido. Lisa sostuvo la cara de Sam con las dos manos y dijo con voz ronca:

– Oh, Brown, me gustas muchísimo.

Los ojos negros de Sam exploraron la cara de Lisa, observaron los labios, la nariz y los cabellos en desorden, antes de posarse en los ojos.

– Lisa -pidió él con voz discreta-. Me agradaría que me llamaras por mi nombre de pila… aunque sea una sola vez.

Ella acarició suavemente las mejillas de Sam, y después examinó cada uno de los rasgos de su cara. Era un rostro fuerte y dominante, que exhibía el color del sol y su propia herencia cobriza. Los dedos de Lisa se detuvieron al lado de los ojos de pestañas negras, tan espléndidos con esa expresión ahora grave, como siempre cuando reía. Tenía los pómulos pronunciados, la nariz recta. Lisa descansó los pulgares sobre los labios gruesos de Sam, y rozó apenas su piel suave.

Con su voz más tierna, ella pronunció el nombre.

– Sam… Sam… Sam… Sam, quiero tenerte otra vez conmigo. Me siento tan bien cuando soy tuya.

Se acercó a la cara de Sam, y su boca se abrió para recibir un beso cuando él se aproximó, uniendo sus caderas a las de Lisa, su firmeza a la blandura de la mujer. Los ojos de Lisa se cerraron cuando la penetró… caricias largas y ardientes que la llevaron a ese nivel de éxtasis que ellos ya habían compartido más de una vez la noche anterior.

– Abre los ojos, Lisa.

Ella los abrió y se hundió en la mirada inquisitiva de Sam, que parecía suspendida sobre ella mientras los cuerpos de los dos se unían rítmicamente. Cada uno veía reflejado en la cara del otro lo que sucedía en su fuero interno, mientras se acercaban cada vez más al cenit y disfrutaban no solo con lo que recibían sino con lo que daban.

Cuando Lisa percibió la sucesión de sentimientos que se reflejaban en la cara de Sam, descubrió que el acto tenía un sentido distinto y supo con absoluta certeza que él no estaba actuando a la ligera.

Cuando todo terminó y las manos de Lisa recorrieron la espalda de Sam, lo apretó con más fuerza contra su cuerpo y se preguntó si él comprendería que lo que ella acababa de experimentar era la unión de los espíritus tanto como la de los cuerpos. Al abrazarlo con fuerza, Lisa le murmuró junto al cuello:

– Oh, nos conjuntamos bien, ¿no es verdad, Sam?

– Así es, cheroqui. Te lo dije anoche. -Apoyó los codos, uno a cada lado de Lisa, y sus pulgares acariciaron la raya de sus cabellos, y de nuevo los dos se miraron, pero ahora con más detenimiento que antes.

– Me alegro que no lo haya sentido solo yo -comenzó a decir Lisa-. Es decir… necesitaba mucho esta experiencia, y pensé que quizá por eso me parecía… excepcional.

Él sonrió y besó la nariz de Lisa.

– No, no has sido solo tú. También a mí me ha parecido excepcional.

Lisa sintió que su corazón se elevaba.

– ¿De veras? ¿No lo dices solo para halagarme?

– ¿Es necesario que también te ofrezca pruebas?

– Oh, sí, Su Señoría, por favor.

Y fue lo que hizo. Pasaron juntos el fin de semana, riendo y amándose y conociéndose mejor el uno al otro. Ella comprendió entonces que Sam Brown era un hombre de muchas facetas.

Aquella mañana insistió en que Lisa lo acompañase a correr, y sacó del maletero de su coche una bolsa con algunas prendas de gimnasia, las mismas que ella había visto en otra ocasión. Cuando Lisa argumentó que era sábado, y que tenía que limpiar la casa, él dijo que la ayudaría cuando regresaran. Después, Lisa le aclaró que no estaba en forma, y él afirmó que la práctica de la carrera se la devolvería. Cuando Lisa afirmó.que hacía calor, Sam le respondió que la refrescaría.

Se pusieron la ropa apropiada y salieron. Después de correr unos cuatrocientos metros. Lisa comenzó a retrasarse y a jadear. Después de superar los ochocientos, sentía que le ardían los músculos. Luego, intentó no hacer caso del sufrimiento y comprendió que se necesitaba mucha autodisciplina para entrenarse así todos los días. Le colgaba la cabeza y sentía las piernas como cámaras desinfladas. Corría a ciegas detrás de Sam, arrastrándose obstinadamente y observando el golpeteo de sus pies sobre el pavimento.

Él la condujo por entre los aspersores del Golf Club Turner.

Lisa gritó y se llevó las manos a la cabeza cuando el agua helada la obligó a detener la carrera.

– ¡Brown, estás loco!

Siempre corriendo, se volvió para mirarla por encima del hombro.

– Te he dicho que te ibas a refrescar -gritó, y después prosiguió sin inmutarse, atravesando la línea de aspersores.

Lisa no podía hacer otra cosa que reírse y seguirlo.

Cuando regresaron a la casa, él se mostró muy solícito, la colocó boca abajo en la sala, y después le masajeó los músculos fatigados con sus manos expertas y unos movimientos afectuosos. Con los ojos cerrados y la mejilla descansando sobre sus manos cruzadas, Lisa gimió:

– Oh, Brown, ¿cómo has podido hacerme esto?

– Quiero evitar que te conviertas en una mujer obesa y decadente -replicó animosamente Sam, y después completó la fricción, pero se negó a permitirle que continuara tendida sobre el suelo. Descargó un fuerte golpe en el trasero de Lisa y le ordenó:

– Tienes que continuar moviéndote, de lo contrario esos músculos se entumecerán.

Gimiendo, ella se incorporó, pero entonces Sam la empujó hasta la ducha. Y, sin el más mínimo atisbo de vergüenza se reunió con ella. Aunque Lisa insistió en que no soportaría la situación un minuto más, terminó con el cuerpo enjabonado, apretado contra los fríos azulejos, y con una rodilla enganchada sobre el brazo de Sam Brown.

Después, él preparó el desayuno; era un potaje absurdo que según dijo se trataba de una tortilla china. En definitiva, era deliciosa, y también era la primera vez que un hombre preparaba una comida para ella. Mientras permanecían frente a la mesa y las tazas de té, Sam se mantenía en equilibrio sobre las dos patas de la silla. Luego extendió el brazo hacia el teléfono que estaba detrás sobre la repisa y llamó a su madre, sin dejar de mirar a Lisa.

– No debes preocuparte -fue el sentido de su mensaje. -Después de cortar la comunicación, explicó con absoluta naturalidad:

– Ninguno interfiere en la vida del otro, pero compartimos la misma casa. Ella haría lo mismo por mí si desapareciera un fin de semana entero.

Lisa miró de nuevo a Sam bajo una luz diferente.

Siguieron las sorpresas. Él cumplió rigurosamente su palabra y la ayudó a limpiar la casa, dando muestras de una falta sorprendente de machismo mientras usaba la aspiradora y vaciaba los cubos de basura. Joel consideraba que aquel era trabajo de mujeres, y jamás había ayudado a Lisa en las tareas domésticas. Sin embargo, aquellas actividades desempeñadas por Sam Brown parecían acentuar y no menoscabar su masculinidad. Ella le prometió una recompensa por la ayuda, y cumplió su palabra en el largo sofá dispuesto en la sala que acababan de limpiar.

Por la tarde, ella recordó que había concertado una cita en el taller, para cambiar el aceite del Pinto:

– ¿Por qué no usas el taller de la compañía, y te ahorras el dinero?

– ¿Quién, yo? -preguntó ella sorprendida.

– ¿Por qué no? El taller tiene una cabria y todas las herramientas necesarias. La mayoría de los empleados lo aprovechan. Yo no tengo inconveniente.

– Pero…

Él se inclinó sobre la mesa, cruzó los brazos y enarcó las cejas.

– No me digas que pensabas decirme «Pero yo soy mujer». Sobre todo después de que acabo de pasar la aspiradora.

Él la tenía arrinconada. Lisa se mordió la lengua.

– Te mostraré cómo se hace, si lo deseas. No es difícil-propuso Sam.

Y así, Lisa experimentó con Sam Brown lo último que había pensado hacer en el mundo. Aprendió a comprar el filtro del tamaño adecuado, y el aceite del grado correspondiente; consiguió abrir un tapón, aplicar una llave para asegurar el filtro de aceite, reemplazarlo, después taparlo, y por último poner el aceite y ahorrarse una suma considerable. Y todo por sugerencia de un hombre a quien ella había calificado cierta vez de rico y decadente.

Pero sobre todo, ella se había ganado el respeto de Sam, pues cuando volvieron a casa, comprendió que él se sentía complacido por la destreza que había demostrado en su primer intento de participar en el mantenimiento del coche.

Se estaba lavando las manos en el cuarto de baño cuando levantó los ojos y descubrió que él la miraba con un gesto de aprobación. Esta vez era él quien prometía una recompensa por la habilidad que Lisa había demostrado, aunque pensó, divertida, que sería la primera vez que Sam le haría el amor a un mecánico.

Mientras él salía a comprar una pizza, el «mecánico›, preparó una bienvenida en la casa.

Sam regresó y vio algo que lo detuvo en seco cuando entró por la puerta. Lisa estaba al fondo del corredor, envuelta en una especie de halo dorado que iluminaba todo a su alrededor. Estaba descalza. Tenía sueltos los cabellos. Se había adornado las orejas con plumas, y tenía una banda blanca alrededor de la cabeza. Apoyaba las manos en las paredes, sobre la cabeza, mientras cargaba el peso en una cadera, y tenía la otra pierna adelantada. Llevaba puesta una malla de gimnasia. Varios mechones de cabello sobresalían bajo la banda.

– Cheroqui… -balbuceó Sam.

– Es para que no pienses que me vas a encontrar siempre engrasada, con una llave inglesa en la mano.

– Ven aquí, cheroqui -dijo él con voz ronca.

Cuando por fin se comieron la pizza, ya estaba fría.

A las tres de la mañana Lisa despertó con un calambre en la pierna, y saltó impulsada por el dolor. Sam enseguida se puso a los pies de la cama, le sostuvo la pantorrilla con las manos y le masajeó el talón, para aliviar los músculos acalambrados, hasta que los espasmos pasaron.

– ¿Ahora te sientes mejor, querida?

Ella suspiró y se relajó.

– Hum. -Las manos de Sam parecían tener un poder mágico, y conseguían aliviar el dolor.

Él la había llamado «querida». Lisa se recostó, más relajada, y dejó que él la acariciara hasta que desapareció por completo el calambre; entretanto, ella pensaba que Sam Brown era un estudio de contrastes. Como para ratificar la idea, pocos minutos después él se acostó de nuevo al lado de Lisa y la acercó hacia su cuerpo, hasta que se acoplaron como dos cucharas guardadas en un cajón. Hablando consigo mismo, él murmuró:

– Bien, bien… ¿qué sucede ahora? Creo que hemos descubierto una antigua costumbre india.

Lisa se echó a reír y palmeó a su compañero.

– Sam Brown, ¡eres terrible!

– Hum… me parece que exploraré la situación.

– Esto ya lo has explorado hoy varias veces.

– ¿Qué? ¿Ya no queda nada más que descubrir?

Él ya estaba buscando algo que podía haberse olvidado. Ella sabía que, cuando Sam encontrara una excusa compartirían un momento de placer, de modo que se burló.

– Bien, es posible que por allí haya quedado una vieja punta de lanza.

Al cabo de pocos minutos, Lisa se olvidó por completo del dolor en la pierna.

A la mañana siguiente volvieron a correr, y Lisa preparó el desayuno mientras Sam resolvía un crucigrama. Después, ella se sentó en el patio y comenzó a cepillarse el cabello, mientras, Sam la sorprendía de nuevo arrodillándose por detrás, quitándole de las manos el cepillo y acariciando suavemente los rizos enmarañados. Mientras él peinaba los mechones oscuros, hablaron de sus respectivas familias y del pasado de cada una.

Pero había un tema del que Lisa jamás hablaba… sus hijos. Mantenía cerrada la puerta del dormitorio contiguo, con la esperanza de que Sam no hiciera preguntas. Y él no decía una palabra, hasta aquella tarde de domingo, cuando de nuevo yacían desnudos sobre el suelo de la sala.

Ella se había dormido, y al despertar encontró a Sam tendido al lado, observándola, con la barbilla apoyada en una mano.

– Hola -la saludó Sam.

– Hola -sonrió Lisa-. ¿Qué haces?

– Espero.

– ¿Esperaste mucho tiempo?

– No mucho. Ha sido una espera grata.

Ella se preguntó cuánto tiempo había permanecido estudiándola, y resistió el ansia de esconder su vientre bajo los brazos. Incluso antes de que él se moviera, adivinó qué era lo que le llamaba la atención.

Siempre tendido de lado, bajó los ojos y lentamente apartó la mano bronceada de su cadera. La movió hacia el vientre de Lisa, y después con un solo dedo recorrió una arruga tenue que descendía desde el ombligo.

– ¿Qué es esto? -preguntó Sam con la voz muy suave, uniendo su mirada a la de Lisa.

Ella tragó saliva y sintió una punzada de miedo; quería ser sincera con él, al mismo tiempo que buscaba una mentira apropiada. Como no encontró ninguna, solo pudo contestar:

– Es la señal de un parto.

– ¿Quieres contármelo? -La mirada seria de Sam permaneció clavada en la de Lisa.

Las palabras se atascaron en su garganta, aunque ella comprendió que Sam merecía una respuesta… y una respuesta sincera. Había visto muchas veces aquellas marcas los dos últimos días, pero había evitado hacer preguntas hasta que se vio claro que ella no daría explicaciones si no la apremiaban. Lisa tragó saliva, y sintió que la angustia le cerraba la garganta.

– Proviene… de un hijo que tuve hace tiempo.

Pasó un momento prolongado, cargado de preguntas implícitas. Después, sin una palabra más, Sam se inclinó hacia ella y apoyó los labios sobre la línea delatora. Parecía que el corazón de Lisa estallaba traspasando los límites de su cuerpo, cuando los labios cálidos de Sam prolongaron la caricia. De pronto, los ojos se le llenaron de lágrimas al ver cómo él se apartaba de la cadera, imperceptiblemente, mientras respiraba contra la piel.

Cuando al fin Sam alzó la cabeza, lo hizo para examinar con detenimiento los ojos de Lisa, mientras preguntaba:

– ¿Cuándo?

– Hace mucho tiempo.

Él acercó el pulgar a la huella húmeda de una lágrima.

– Cheroqui, ¿de nuevo lágrimas, como aquel día en la granja?

La compasión de Sam siempre la trastornaba; era todo diferente de lo que al principio había esperado de él. Volvió la cabeza hacia un lado y miró por la ventana, porque ya no podía soportar más tiempo la inquietud que veía en la mirada de Sam. Pero él se tendió de nuevo al lado de Lisa, la rodeó con sus brazos fuertes, y la obligó a mirarlo.

– Cheroqui, ¿el niño murió?

Una conjetura natural. Lisa sabía que debía aclararle las cosas allí mismo, en ese momento, pero era tan difícil… tan difícil. Cerró los ojos, conteniendo otras lágrimas que deseaban brotar, rechazando la visión de ese Sam Brown afectuoso y considerado, a quien estaba engañando al permitir que perdurara una interpretación equivocada.

– No puedo hablar de eso… no puedo, Sam.

Para sorpresa de Lisa, él asintió.

– Está bien, ahora no hablaremos de eso. -Con la palma de la mano apartó los cabellos negros de la sien de Lisa, y después le besó la coronilla-. Además, creo que es hora de que me marche.

Guardaron silencio mientras subieron a la primera planta en busca de las ropas de Sam; las mismas que había usado la noche del viernes. También, una bata para ella. Lo acompañó hasta la puerta, pero la alegría que habían compartido todo el fin de semana ya no existía. Permanecieron de pie sin hablar un largo rato, Lisa clavando los ojos en los pies de Sam, y este mirando las llaves que tenía en la mano. Por último, él suspiró y la abrazó.

– Escucha, mañana tengo que viajar a Chicago en avión. Estaré fuera unos días.

La sorprendió el hecho de que la noticia le provocase un sentimiento de soledad. Habían compartido dos días… nada más. ¿Cómo era posible que sintiera su ausencia aun antes de que se produjera?

Los brazos de Lisa rodearon los hombros de Sam, y ella se puso de puntillas; pero, después de un breve gesto de reciprocidad, él se apartó y sonrió a la joven.

– ¿Me prometes que correrás todos los días aunque yo no esté?

Él la besó apenas.

– Volveré el martes, o poco después. -De nuevo guardaron silencio. Él respiró hondo y pareció que estaba tomando una decisión que no le agradaba-. Quizá convenga que nos separemos un tiempo, ¿no es cierto?

– Sin duda -dijo ella con la misma falsa alegría, mientras sentía que se le destrozaba el corazón.

Él le dirigió una última sonrisa.

– Duerme un poco. Pareces agotada.

Después, se volvió hacia la puerta, y ella descubrió que estaba agarrada al borde con las dos manos, mientras decía a Sam:

– ¿Me llamarás cuando regreses?

– Por supuesto.

Pero durante los días que siguieron ella se preguntó si en realidad la llamaría. ¿Cómo se había iniciado aquella última conversación? ¿Y por qué? Cada vez que ella evocaba la escena, sentía el corazón en un puño. Estaba segura de que él había adivinado la verdad. Había sacado sus propias conjeturas, y deseaba que ella le revelara la situación; pero, cuando Lisa lo esquivó, Sam decidió que era hora de plantearse las cosas. Esto es lo que haría durante el viaje a Chicago… tratar de evaluar su relación con ella a cierta distancia.

Lisa vivió con el temor de que Sam regresara, después de haber tomado la decisión de no dedicar más tiempo a una mujer que no podía mostrarse sincera con él. De modo que se prometió que cuando él, a su regreso, la llamara, le diría enseguida la verdad.

En tan poco tiempo, Sam se había convertido en parte esencial de la vida de Lisa. Ocupaba casi todos los rincones de su existencia. En la oficina, a menudo volvía los ojos hacia la puerta abierta de su despacho, para preguntarse cómo se desarrollarían sus actividades en Chicago o con quién estaba, y si él también la extrañaba. En la casa, donde habían reído, dormido y hecho el amor, dejando recuerdos en casi todas las habitaciones; o en el coche, que le recordaba todas las cosas divertidas que él le había enseñado. Incluso su entrenamiento en las cálidas tardes de agosto recordó a Lisa que él la había alentado a cambiar su estilo de vida. Ella había cumplido la promesa que le hizo y, después del trabajo fue a correr todos los días, mejorando el control de su respiración, tal como le había enseñado, en lugar de acompasarla al ritmo de la carrera.

A veces se preguntaba si esa súbita obsesión por Sam Brown tenía un carácter exclusivamente sexual. ¿Ella era solo una lamentable divorciada que había caído en brazos del primer hombre que le había prestado atención? La idea la asustó, pues desde el día mismo de su divorcio había temido eso. ¿Pertenecía a esa clase de mujeres? Sin duda, había sufrido un período demasiado largo de soledad, que al final había compensado gracias a Sam Brown. Sin embargo, lo que habían vivido aquel fin de semana había provocado que los sentimientos que él le inspiraba superaran en mucho el ámbito de la sexualidad.

Él había demostrado ser una persona considerada, disciplinada, divertida y servicial, compasiva y sincera.

Qué sorpresa descubrir la existencia de tantas cualidades admirables escondidas bajo aquella apariencia que le había inspirado tanta desconfianza al principio.

Al recordar las cualidades de Sam, lo empezó a echar de menos de un modo en verdad inquietante, y deseó llamarlo. Pero no lo hizo, aunque preguntó por él todos los días a Raquel. En cierto modo, Lisa se sentía herida porque él no la había llamado, pero, en todo caso, Sam ya le había dicho que sería conveniente separarse; y, al parecer, estaba dispuesto a cumplirlo a rajatabla.

Lisa descubrió que pensaba en él con excesiva frecuencia, y comprendió que las cosas habían evolucionado muy rápido entre ellos. Todo había ido demasiado aprisa como la primera vez con Joel, cuando ninguno de los dos se había detenido a pensar en las circunstancias reales. ¿Ella no había aprendido aún la lección? Sin embargo, allí estaba, con un sentimiento terrible de soledad por culpa de Sam, después de una relación de solo dos días.

Una relación. Consideró la palabra. «Sí -pensó. Ella y Sam Brown se habían relacionado en muchos sentidos.» Por eso la última conversación entre los dos había llegado a tener tanto significado, y también por eso la actitud que él había mostrado al partir le provocaba una angustia tan profunda. De nuevo Lisa se dijo que apenas la telefoneara le diría la verdad.

El jueves, cada vez que el teléfono sonaba en la oficina, los ojos de Lisa se volvían hacia el botón iluminado, y se preguntaba si se trataba de Sam. Cada vez que la sombra de una persona aparecía en el umbral, ella sentía el corazón en la boca. Pero él no había regresado a eso de las cinco de la tarde, y ella se fue en coche hasta su casa tratando de decidir si saldría o no acorrer. ¿Y si él la llamaba mientras estaba fuera?

En definitiva, cumplió su promesa y corrió el tramo más largo que había emprendido hasta aquel momento, esforzándose hasta que acabó con todos los músculos adoloridos. De regreso a casa, se duchó y se puso unos vaqueros descoloridos y una camiseta con un anuncio de la empresa Water Products en el pecho. Si él no la llamaba, si no venía, por lo menos no se encontraría al atardecer vestida con prendas que descubrieran que había estado esperándolo. En cambio, se pintó las uñas, trenzó sus cabellos y se puso una nueva marca de perfume que había elegido por su aroma ligero y diáfano. Abrió la nevera quizá una docena de veces, pero no encontró nada que la tentase. Ensayó lo que le diría a Sam, pero cada vez que repetía las palabras se le humedecían las manos.

Cuando el teléfono sonó, a eso de las 19.45, le pareció que se le hacía un nudo en la garganta, y sintió una punzada en el vientre. El timbre volvió a sonar. Lisa se acercó y descolgó el auricular.

– ¿Hola?

La voz de barítono de Sam tenía un inesperado acento burlón cuando dijo:

– Esta es una llamada telefónica obscena a cobro revertido del Honorable Sam Brown a cheroqui Walker. ¿Está dispuesta a pagarla?

Lisa sintió que la alegría la dominaba, y originaba cierta debilidad en sus rodillas. Sonrió mirando al techo y contestó:

– Sí, acepto la llamada.

– ¿Y habla cheroqui Walker?

– La misma.

– ¿La que lleva trenzas indias para limpiar y tiene un lunar al lado izquierdo de su trasero?

– Sí. -La risa escapó de sus labios.

– ¿Y la que tiene los senos bien formados y muy sensuales, casi del tamaño de la palma de mi mano?

– La misma. -Era evidente que no se trataba de una ocasión para hablar con seriedad.

– ¿La que hace el amor sobre el suelo de la sala y contra la pared del cuarto de baño?

– Sam, ¿dónde estás?

– En casa, pero llegaré a la tuya exactamente… -Hubo una pausa, como si él estuviese consultando el reloj-. En trece minutos y medio.

El corazón de Lisa le golpeaba el pecho. Ella sonreía feliz. Se sentía tan aliviada que se olvidó de hablar.

– Cheroqui, ¿todavía estás ahí?

– Sí… sí, todavía estoy aquí.

El silencio reinó un momento, y después se oyó la voz de Sam, grave y un poco ronca.

– Te he extrañado muchísimo, querida.

Lisa sintió una intensa presión sobre el pecho, mientras sostenía el auricular con ambas manos y contestaba en un murmullo.

– Yo también te he extrañado. Date prisa, Sam.

¿Cuándo había sido la última vez que ella se sintió aturdida y al mismo tiempo impaciente? Ahora tenía de nuevo quince años, y esperaba a que llegara ese muchacho tan agradable para ir juntos a la clase de inglés. Después tenía dieciséis, y ensayaba una pose sensual para atraer la atención de cierto joven. Más tarde se veía, con diecisiete años intentando parecer indiferente, cuando todos los músculos y los nervios de su cuerpo estaban tensos a causa de la expectativa. Evocó la imagen de Sam Brown, y la vio impecable y maravillosa. Se dijo que solo su irrefrenable ansiedad lograba que en su recuerdo pareciera perfecto. Sin embargo, cuando la realidad pasó por la puerta, el recuerdo palideció comparado con ella.

Entró sin llamar. Lisa estaba de pie cerca de la cocina, a un extremo del corredor, donde esperaba la llamada de Sam, después de escuchar el ruido de la puerta del automóvil al cerrarse. Ante su entrada inesperada, ella respiró hondo y después permaneció inmóvil, mirando atentamente a Sam, mientras él tonteaba con la mano sobre la puerta; la piel cobriza, los cabellos castaños, los pantalones marrón canela, la camisa color marfil con el cuello abierto, y, en los ojos oscuros, una expresión que decía que los últimos cuatro días habían sido tan largos para él como para ella.

– Cheroqui…

– Sam…

Ella experimentó una sensación de intensa alegría, avanzó con paso vacilante. Un instante después cada uno se arrojaba en los brazos del otro; él la estrechó con fuerza y Lisa se colgó de su cuello, mientras él la alzaba del suelo y giraba alegremente con ella sosteniéndola por la cintura. La nariz de la joven estaba presionada sobre el cuello del hombre, donde el aroma se desprendía tal como ella lo recordaba. Él la soltó, incluso antes de que los pies de Lisa tocaran el suelo ya estaban besándose, sus corazones se agitaron al fundirse uno contra el otro, con tanta fuerza que parecieron formar un solo cuerpo. Sus lenguas expresaban no solo impaciencia, no solo ansiedad, sino también ese mensaje más entrañable…: «eres tal como yo te recordaba… incluso mejor». Ella sostuvo la cabeza de Sam con dos manos codiciosas, sintió que él movía la boca en un gesto apremiante sobre la de Lisa y que sus brazos fuertes le rodeaban el cuerpo, mientras las yemas de sus dedos tocaban el dulce promontorio de los senos femeninos. Después, sus palmas se deslizaron a lo largo de la espalda de Lisa, acariciándola desde el cuello hasta la cintura, en un gesto que era extrañamente asexuado, nada más que una confirmación de la presencia de ella en sus brazos, la celebración del retorno al lugar esperado.

Más o menos del mismo modo, ella deslizó sus dedos por el cuello de Sam, buscando la piel tibia, masajeando sus tendones duros, como para ratificar la presencia del hombre.

Cuando el primer impulso desordenado de la acogida pasó, él levantó la cabeza y le tembló la voz al decir:

– Dios mío, cómo te he echado de menos.

Las palabras de Sam provocaron estremecimientos de alivio en la columna vertebral de Lisa. Las manos del hombre se deslizaron bajo su camiseta, dobló los codos en el centro de su espalda y sus manos grandes se elevaron a través del cuello de la camiseta para sujetarle la cabeza. Ella se apoyó en esas manos, mirando siempre a Sam, impregnándose de su presencia.

– Yo también te he echado de menos… y cómo. -Las palabras parecían inadecuadas para describir cuánto había pensado en él. Lo tocó, en un esfuerzo por decirle de otro modo lo que habían sido esos días sin su presencia. Le acarició las mejillas, las cejas, los labios;… Y, al hacerlo, los dedos de Sam acariciaban la cabeza de Lisa a cada lado de la espesa trenza. Él cerró los ojos y volvió los labios entreabiertos hacia las yemas de los dedos de Lisa, que los rozaron.

– El viaje a Chicago fue casi inútil. No podía concentrar la mente en los negocios -confesó Sam, siempre con los ojos cerrados, todavía con los labios vueltos hacia los dedos de Lisa.

– La oficina no era lo mismo sin ti.

Él abrió de nuevo los ojos. En ellos podía verse la expresión del hombre que ha regresado al hogar.

– ¿Es cierto?

Ella lo confirmó con un gesto de la cabeza.

– Casi detestaba encontrarme allí.

Él sonrió.

– Me alegro. El sufrimiento busca la compañía.

– Cada vez que sabía que Raquel había hablado contigo, me sentía muy mal.

– Excelente, porque a mí me sucedía lo mismo. Ahora los ojos de Sam se volvieron hacia la raya del cabello de Lisa, y sus manos se deslizaron bajo la camisa de la joven, para aferrar las caderas y encajarlas agradablemente con las suyas.

– ¿Has salido a correr como prometiste?

Ella unió los dedos sobre la nuca de Sam, doblándose por la cintura.

– Corría como una loca, tratando de arrancarte de mi mente.

– ¿Lo has consegido? -Ahora en su cara se repetía la conocida sonrisa.

– No. -Ella pellizcó apenas el cuello de Sam-. Solo he conseguido empeorar las cosas. Pero te sentirás orgulloso de mí. Creo que hoy he recorrido alrededor de cinco kilómetros.

– ¡Cinco kilómetros! Caramba, eso está muy bien.

Al escuchar la aprobación de Sam, de pronto ella se sintió muy contenta por haber perseverado con el ejercicio y experimentó un notable orgullo.

– Oh, y además fui de compras y conseguí unas zapatillas decentes.

Él retrocedió y miró los pies de Lisa.

– Veamos… oh, bonitas. ¿No ha habido calambres? -Él la apartó un poco, y deslizó las manos sobre la curva de la columna vertebral.

– No, cada vez me siento más fuerte. -De nuevo se sintió impresionada ante la mueca aprobadora de Sam.

Después, él dijo:

– Has comprado alguna otra cosa mientras yo no.estaba, ¿verdad?

– ¿Qué?

Él inclinó un instante la cabeza hasta el cuello de Lisa, mientras sus manos acariciaban distraídamente las nalgas de la joven.

– Creo que es un perfume nuevo.

– ¿Te agrada?

– Ahá. -Los labios de Sam confirmaron la respuesta, porque depositaron un beso suave sobre la piel, detrás de una oreja.

– ¿Y este perfume no te provoca estornudos?

– Parece que no.

Ella se balanceó contra el cuerpo de Sam, sonriendo misteriosamente mientras sus dedos permanecían unidos sobre la nuca del hombre.

– Magnífico, porque después de comprar el calzado no puedo darme el lujo de probar con otra marca.

Él se echó a reír, irguiendo la cabeza, mientras sus dientes relucían, y después preguntó:

– ¿Todavía no has comido?

– No, y ahora que has regresado siento un apetito tremendo.

– Lo mismo digo. Vamos a cenar algo, y tú puedes informarme de todo lo que ha sucedido en la oficina mientras yo no he estado.

– No estoy muy bien vestida. -Lisa retrocedió, tirando del borde de la camiseta, y mirándola en actitud crítica.

– Me pareces sensacional. -Sam volvió a Lisa hacia la puerta, le pasó un brazo sobre los hombros y le dio un pellizco-. Ahora, vamos a comer cuanto antes, para que yo pueda traerte de regreso a casa para decirte cuánto te he echado de menos.

Solo más tarde Lisa advirtió el cambio sutil que había experimentado su relación con el regreso de Sam. Cuando se dio cuenta, el significado del cambio fue abrumador. Se habían tomado el tiempo necesario para contarse las novedades, hablar de negocios, cenar juntos… todo eso antes de hacer el amor. Y cada uno de esos instantes había sido igualmente satisfactorio.

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