Capítulo 1

Mientras la primera maleta se acercaba por la cinta transportadora del Aeropuerto Internacional Stapleton, de Denver, Lisa Walker verificó impaciente su reloj, tamborileó con cuatro dedos de uñas pintadas sobre el bolso que le colgaba del hombro, y frunció el ceño. Se movía inquieta, adelante y atrás. Consultó por segunda vez su reloj…¡faltaba apenas una hora y diez minutos para la subasta! Si la condenada maleta no aparecía pronto, tendría que acudir al municipio con esos descoloridos vaqueros azules.

Lisa miró hostil el comienzo de la cinta transportadora, hasta que al fin apareció su equipaje. Respiró hondo y extendió un brazo para retirar la maleta.

La cogió de la cinta y corrió… Los cabellos negros sueltos sobre su piel oscura y los parches gastados de sus vaqueros, situados justo sobre las nalgas, atrajeron la atención de varios hombres, a los que esquivó con agilidad. Las plumas que adornaban sus cabellos se erguían con cada uno de los largos pasos sobre el suelo de la terminal, hasta que al fin llegó, jadeante y sin aliento por el clima de Denver, a la oficina de la compañía de alquiler de automóviles.

Veinte minutos después, la misma maleta caía sobre la cama de la habitación 110 del Cherry Creek Motel. Lisa se apresuró a sacar de sus vaqueros los faldones de la blusa, al mismo tiempo que soltaba el cierre de la maleta y la abría. Su mano se detuvo. Miró atónita.

– Oh, Dios mío -murmuró.

Los dedos inertes olvidaron por completo los botones de su blusa. Contempló desconcertada el extraño contenido de la maleta, mientras se cubría los labios con una mano, y con la otra se presionaba el vientre, atacada repentinamente por una sensación de náuseas.

– Dios mío… -Sus ojos vieron lo que había allí adentro, pero su mente se negó a aceptarlo-. No… ¡no puede ser!

Pero lo que no veía era el sobre color mostaza donde había guardado la propuesta que debía realizar para una planta de tratamiento de aguas residuales, el asunto en el que había trabajado las dos últimas semanas. En cambio, una rubia semidesnuda le mostraba un par de pechos enormes y sonreía con un gesto sugestivo desde la portada del ejemplar de la revista Thrust.

Durante un momento Lisa permaneció inmóvil, dominada por la incredulidad. ¿Thrust? Se inclinó horrorizada, y se sintió aturdida. Después, revisó frenética la maleta, retirado un objeto tras otro… un traje gris, dos pantalones, productos para afeitarse, dos camisas cuidadosamente dobladas, unos shorts azules, un par de calcetines negros. Además, desodorante, un par de zapatillas gastadas con los cordones sucios, un secador de cabello, y un cepillo con algunos cabellos muy oscuros atrapados entre las cerdas blancas.

Pasó un pulgar sobre el cepillo, después lo dejó caer con desagrado, y abandonó la revisión del contenido, para leer la identificación que colgaba del asa de la maleta.


SAM BROWN

WARD PARK 8990

KANSAS CITY, MISSOURI 64110


Con un gemido, Lisa se dejó caer en la cama, se inclinó hacia delante y se llevó las dos manos a la frente. «¡Maldita sea, sí que la he hecho buena! ¡EI viejo Thorpe disfrutará con esto durante meses!» Al pensar en Thorpe y en su cerebro estrecho y racista, el pánico la dominó, sintió que le dolían las sienes y que la sangre le hervía en las venas mientras se incorporaba de un salto. Consultó su reloj. Los pensamientos se sucedieron frenéticos en su cabeza, y permaneció de pie, indecisa, desviando los ojos del teléfono a la maleta y a las llaves del automóvil sobre la cama.

El cerebro de Lisa contempló innumerables e ingratas posibilidades, mientras se preguntaba a quién llamar primero. ¿Podría recuperar su propia maleta y presentar la propuesta antes de las dos de la tarde?

Perdió cinco minutos telefoneando a la oficina de información de la compañía aérea, que le recomendó que llamara a la sección de objetos perdidos; allí le informaron que volverían a comunicarse con ella en media hora. Frustrada e irritada consigo misma y con la compañía que no tenía un empleado encargado de verificar la identificación de los equipajes, Lisa regresó al aeropuerto. Cuando la búsqueda en el departamento de objetos perdidos resultó inútil, consideró que había poco que hacer, excepto llamar a la oficina central de Kansas City y reconocer su error.

Lisa sintió que le dolía el estómago mientras marcaba el número. Imaginó el vientre redondo y los ojitos porcinos de Floyd Thorpe, el presidente y propietario de la compañía, que nunca desaprovechaba la oportunidad de recordarle por qué la había contratado. Oh, cómo esperaba Thorpe esa ocasión. Era un reaccionario pagado de sí mismo, y, en efecto, había esperado mucho tiempo su oportunidad. Ella sabía muy bien que Thorpe rechinaba los dientes cada vez que se cruzaban en las oficinas. Sin duda tenía que visitar a su psicoterapeuta todos los días de pago, después de entregarle su cheque.

«Bien, ¿deseabas competir en un mundo masculino y ganar el sueldo de un hombre…? ¡Pues ya lo tienes!»

En los tres años que Lisa llevaba trabajando en la industria de la construcción, nunca le había costado tanto ganar el sueldo.

La voz de Floyd Thorpe se quebró a causa de la cólera. Emitió un verdadero rosario de malas palabras, y concluyó ordenando a Lisa:

– Lleva tu trasero femenino liberado al lugar de la licitación, y descubre quién demonios es el contratista que ofrece la cifra más baja; cuando lo sepas vuelve de inmediato a casa, porque Dios sabe que no me propongo hacerme cargo de la estancia de ninguna condenada mujer en un hotel de Colorado, comiéndose el dinero de mi cuenta de gastos, cuando ni siquiera sabe distinguir entre su trasero y una palangana; y cualquier burócrata del gobierno que diga que es fácil encontrar miembros de las minorías que valgan la pena, puede ir con su discurso a…

Lisa cortó la comunicación.

«¡Machista, canalla reaccionario!» De nuevo constató la total inutilidad de aspirar a un cambio en las estrechas opiniones de hombres como Floyd A. Thorpe.

Lisa no se hacía ilusiones acerca de los motivos por los cuales la habían empleado. No sólo era mujer, sino que tenía un cuarto de sangre india, circunstancias que hacían que su jefe fuera considerado por el gobierno federal un empleador de miembros de minorías; el gobierno federal había decretado que el diez por ciento de los recursos federales destinados a trabajos públicos serían asignados a empresarios que tuvieran a miembros de las minorías en su nómina.

Ante las considerables ventajas de que disfrutaban estos contratistas, Floyd A. Thorpe habría pagado lo que fuera por ser él mismo una india… si hubiera podido serlo sin convertirse en piel roja ni ser mujer. Pero Floyd Thorpe no sólo era varón; también era tan blanco como el propio presidente, y nunca permitía que Lisa lo olvidara. Siempre que ella estaba cerca, escupía la saliva oscurecida por el pedazo de tabaco que mascaba sin descanso. Ceñía su prominente barriga con un cinturón apretado. Contaba chistes obscenos y hablaba con el lenguaje más sucio que podía concebirse. La situación iba a peor, mientras Lisa continuaba rechazando las invitaciones de Floyd Thorpe para ocupar el cargo de vicepresidente de Construcciones Thorpe. Y si a Lisa Walker eso no le agradaba, la actitud prepotente de Thorpe, sugería que podía volver a su casa y dedicarse a masticar cueros, plantar maíz y criar algunos niños.

Entonces, Lisa se apartó del teléfono y cruzó la terminal del aeropuerto, mientras apretaba los dientes. Sí, quería recibir la misma paga que un hombre, de modo que una vez más tenía que humillarse ante el jefe y salir a ganarse el pan.

Llegó cinco minutos tarde a la licitación. Como de costumbre, era la única mujer de la sala. El ingeniero que representaba al municipio estaba abriendo un sobre sellado cuando Lisa fue a ocupar una silla plegable en el fondo de la sala. Extrajo de su bolso un bloc y una pluma, después miró con disimulo al hombre que estaba sentado al lado, mientras este anotaba el importe de la oferta que acababan de leer.

Lisa escribió deprisa en su bloc, y después se inclinó para preguntar:

– ¿Cuántas ofertas han abierto?

Él contó con la punta de su bolígrafo.

– Hasta ahora, solo seis.

– ¿Tiene inconveniente en que las copie?

– De ningún modo.

El hombre desvió la libreta para que ella la mirara con más comodidad, y Lisa anotó los seis nombres y los importes. Al pasear los ojos por la sala, descubrió un número muy elevado de representantes de contratistas. El decaimiento de la economía nacional, unida al nivel relativamente reducido de construcción de viviendas, determinaba que los contratistas viajaran más y negociaran con mayor dureza para conseguir trabajo.

La urbanización de Aurora en Denver había atraído mucha atención, pues era una de las ciudades norteamericanas de medianas proporciones que crecían con más dinamismo. Aurora había resuelto su problema más grave; la escasez de agua, trayéndola desde Leadville a unos ciento sesenta kilómetros de distancia. Pero ese agua necesitaba ser depurada y sometida a tratamiento químico antes de usarla; y después el agua residual requería tratamiento de depuración. Todos los contratistas que estaban en la sala sabían que era muy ventajoso sumarse al dinamismo de la ciudad. Ganar ese concurso era como arrancar la primera ciruela madura en un huerto muy abundante.

De pronto, a Lisa se le endurecieron los músculos, cuando oyó la voz del ingeniero municipal que resonaba en la sala, y leía el nombre escrito en el siguiente sobre.

– Compañía Constructora Thorpe, de Kansas City.

Lisa sintió que el corazón le latía aceleradamente. ¡Sin duda se trataba de un error! Exploró la sala con la mirada buscando a otro empleado de la empresa, pero ella era la única. ¿Cómo había llegado allí aquel sobre? Apenas tuvo tiempo de formularse la pregunta, cuando un abrecartas de bronce abrió el grueso sobre con un sonoro rasguido y, mientras Lisa continuaba sumida en su sorpresa, oyó la oferta:

– Cuatro millones doscientos.cuarenta y nueve mil dólares.

El corazón le latió como un tambor y se apretó el pecho con la mano. «¡Dios mío! ¡Hasta ahora mi oferta es la más baja!» Paseó la mirada sobre las caras de los que habían quedado excluidos con esta oferta, que entonces suspiraban decepcionados.

Lisa no conocía nada que igualara a la alegría de estos momentos. El dulce sabor de la venganza ya estaba consiguiendo que se le hiciera la boca agua ante la idea de regresar a Kansas City y exponer la noticia ante los ojillos de cerdo de Floyd A. Thorpe.

Leyeron otra oferta: cuatro millones seiscientos. ¡La suya continuaba siendo la más baja!

Necesitó realizar un gran esfuerzo para sentarse tranquilamente en su silla y esperar. Cuántas veces había participado en reuniones de esta clase y había conocido ese sentimiento de alegría, hasta que en el último momento alguien la superaba. Solo podía haber un ganador, y cuanto más elevado el número de ofertas, más grande la gloria; cuanto más grande la tarea, mayores las posibles ganancias. Y este proyecto era importante…

Lisa se mordió el labio inferior tratando de contener su entusiasmo cada vez más intenso, cuando se abrieron y leyeron tres ofertas más; ninguna de ellas fue inferior a la suya.

Por fin, el ingeniero del municipio sonrió y anunció la última oferta:

– Brown & Brown, Inc., Kansas City, Missouri -dijo, mientras levantaba el voluminoso sobre y lo abría. En la habitación reinaba el silencio más absoluto. Incluso antes de leer en voz alta la cifra, se amplió la sonrisa del ingeniero, y Lisa experimentó una premonición de desastre.

– ¡Cuatro millones doscientos cuarenta y cinco mil dólares!

Lisa sintió que el alma le caía a los pies. Se encogió, apoyándose en el respaldo de la silla, y trató de evitar que se advirtiera su desilusión. Tragó saliva, cerró los ojos y respiró hondo, mientras el ruido de pasos y los golpes metálicos de las sillas colmaban la habitación. Sintió el cuerpo pesado como plomo, pero con mucho esfuerzo consiguió ponerse de pie. Perder era duro. Pero ocupar el segundo lugar resultaba más difícil. Y ocupar el segundo lugar solo por cuatro mil dólares, en un trabajo que valía más de cuatro millones, representaba un auténtico sufrimiento.

Cuatro mil dólares… Lisa contuvo un gesto irónico. Lo mismo podrían haber sido cuatro centavos. ¿Podía haber algo más difícil que felicitar al ganador en un momento así? El hombre que estaba al lado de Lisa se acercó al núcleo de gente que, según supuso, se agrupaba alrededor del vencedor. Alcanzó a entrever los cabellos negros de un hombre, los hombros anchos. Y de inmediato se incorporó.

«Cortesía», pensó desalentada, y sintió deseos de prescindir de las felicitaciones.

Era evidente que el hombre se sentía muy complacido. Su ancha sonrisa se volvió hacia un competidor que lo criticó con buen humor:

– ¡Lo conseguiste otra vez, Sam, maldito seas! ¿Por qué no dejas algo para los demás?

La sonrisa se convirtió en risa franca cuando la mano bronceada estrechó la de su interlocutor, mucho más clara.

– La próxima vez, Marv, ¿eh? Mi suerte no puede ser eterna. -Otros le estrecharon la mano y formularon breves comentarios, mientras Lisa esperaba su oportunidad de acercarse. La mano grande del hombre estaba estrechando la de otro participante, cuando sus ojos se encontraron con los de Lisa.

Esos ojos estaban hundidos en una cara de piel bronceada. Las arrugas en las comisuras de los ojos sugerían que había pasado muchas horas al sol y al aire libre. Tenía la nariz angosta, con un perfil nórdico; los labios sonreían ampliamente, complacidos con la situación. El cuello era grueso, y mantenía el cuerpo más erguido que cualquier otro hombre de los que estaban en la sala. Lisa alcanzó a ver una cruz de plata y turquesas que descansaba en el hueco del cuello abierto de su camisa, mientras los hombros se volvían hacia ella. La mano del individuo se desprendió de la del interlocutor que todavía le hablaba, como si el ganador hubiera olvidado al otro en medio de una frase.

– Felicidades… Usted es Sam, ¿verdad? -Lisa le ofreció la mano. El apretón que recibió fue impresionante.

– Así es. Sam Brown. Y gracias. Esta vez me faltó poco para perder la licitación.

Lisa entreabrió los labios y sus ojos se agrandaron. ¿Sam Brown? La coincidencia era demasiado grande para creerla. ¿Sam Brown? ¿El mismo Sam Brown que leía revistas audaces? Por cierto, ese hombre no parecía el tipo de individuo que necesitaba esa clase de lectura.

Lisa contuvo el absurdo deseo de preguntarle si usaba desodorante de la marca que ella había encontrado en la maleta, y en cambio levantó los ojos hacia sus cabellos, para saber a qué atenerse… en efecto, tenía cabello castaño oscuro, lacio, y estaba pulcramente peinado. En una evocación en realidad absurda, ella recordó los calzoncillos azules, e imaginó que veía al hombre con esa prenda, y ahora comenzó a sentir que el sonrojo le subía desde el ombligo.

– No necesita decirme que por poco pierde la licitación -contestó Lisa-. Yo soy la persona que salió segunda. -La mano de Sam Brown era fuerte y cálida, y retuvo demasiado tiempo la de Lisa-. Soy Lisa Walker, de Construcciones Thorpe.

Él frunció el ceño sorprendido, y Lisa al fin consiguió desprender la mano.

– ¿Lisa Walker? ¿De Kansas City?

– Sí.

En los grandes labios se insinuó el comienzo de una sonrisa, y los ojos oscuros del hombre recorrieron la camisa arrugada, los vaqueros descoloridos y los mocasines sucios. Al levantar de nuevo la mirada, los ojos mostraron un matiz evidente de humor.

– Creo que tengo algo suyo -dijo, inclinándose un poco más, con voz grave y confidencial.

Lisa imaginó una serie de artículos personales de su maleta… sostenes, bragas, compresas, su diario. La voz insinuante de Sam Brown le recordó que ella estaba vestida como una adolescente que hubiera salido a pasear, y no como debía estarlo para asistir a una actividad empresarial que exigía profesionalidad tanto en la conducta como en el vestir. Al mismo tiempo él (a pesar de que también había perdido la maleta) exhibía un par de mocasines brillantes, los pantalones limpios y planchados, una camisa color melocotón con el cuello abierto, y una chaqueta deportiva de verano.

La diferencia logró que Lisa se sintiera en posición de desventaja. El rubor le alcanzó la cara, y llegó acompañado por un atisbo de suspicacia y cólera, Sí, él, en verdad tenía algo que le pertenecía… ¡Una obra que valía más de cuatro millones de dólares! Pero ese no era el lugar apropiado para acusarlo. Había otras personas que podían oír lo que hablaban, de modo que se vio obligada a contestar mostrando apenas la irritación que sentía.

– Entonces, usted es quien ha presentado mi oferta.

– Yo fui.

– ¿Y supongo que debo agradecérselo?

– La sonrisa de Brown profundizó los surcos a cada lado de sus labios.

– ¿Nadie le ha recomendado que lleve encima todo lo importante cuando viaje en avión?

Afectada por el hecho de que sin duda él tenía razón, Lisa solo pudo mirarlo enojada y exclamar:

– Quizá usted debería contemplar la posibilidad de enseñar a los miembros de un seminario lo que debe hacerse y lo que no al preparar ofertas para una licitación pública. Estoy segura de que los alumnos de la clase podrían aprender de usted muchísimas técnicas.

Él tuvo la elegancia de retroceder un paso y atenuar un poco la intensidad de su sonrisa.

– ¿Cómo se atreve a presentar la oferta de otra persona? -dijo ella con acento desafiante.

– Dadas las circunstancias, me ha parecido que era lo único honorable.

– ¡Honorable! -Lisa casi gritó, y después trató de atenuar la voz-. Pero usted primero ha leído honorablemente la oferta, ¿no es verdad?

La media sonrisa de Brown se convirtió en un gesto hostil.

– Usted es la persona que retiró la maleta equivocada. Yo recogí…

– Si no tiene inconveniente, no deseo discutir aquí el asunto -dijo ella en un murmullo irritado, y al mirar alrededor vio que muchos escuchaban con curiosidad-¡Pero sí, quiero hablar del asunto! -Los ojos de Lisa ardieron, pero se impuso moderación, a pesar de que deseaba disparar toda su artillería sobre aquel hombre.-¿Dónde está?

Contrariado, él introdujo la mano en el bolsillo del pantalón y cargó su peso sobre uno de los pies.

– ¿Dónde está qué cosa?

– Mi maleta -respondió ella masticando la palabra, como si estuviera explicando el asunto a un tonto.

– Ah, la maleta. -Desvió la mirada, sin manifestar interés-. Está en mi coche.

Ella esperó con un gesto paciente, pero él se abstuvo de proponerle la devolución.

– ¿Hacemos el cambio? -sugirió Lisa con voz dulzona.

– ¿Cambio? -Brown de nuevo clavó en ella la mirada sombría.

– Creo que yo tengo la suya.

Ahora, él concentró toda su atención en Lisa. Se inclinó más hacia ella.

– ¿Usted tiene mi maleta?

– No precisamente, pero sé dónde está.

– ¿Dónde?

– La devolví al aeropuerto.

Él frunció el ceño y consultó su reloj. Pero en aquel momento un hombre corpulento de cara rojiza descargó una gran mano sobre el hombro de Sam Brown y lo obligó a girarse.

– Sam, si queremos hablar de esa subcontrata será mejor que empecemos cuanto antes. -Consultó su propio reloj-. Tengo a lo sumo una hora y media.

Brown asintió.

– Enseguida estoy con usted, John. Deme un minuto. -Se volvió rápidamente hacia Lisa-. Lamento tener que marcharme. ¿Dónde se aloja? Le llevaré la maleta a más tardar a eso de las seis de la tarde. -Comenzó a caminar en dirección a la puerta.

– Eh, un momento, yo…

– Lo siento, pero tengo un compromiso anterior. ¿En qué hotel se aloja?.

John estaba en la puerta y esperaba impaciente.

– ¡Debo coger un avión! ¡No se atreva a dejarme!

Sam Brown había llegado a la puerta.

– ¿En qué hotel está? -insistió.

– ¡Maldito sea! -murmuró ella, con las manos en la cintura. Casi le dio una patada al suelo a causa de la frustración.

– Estoy en el Cherry Creek Motel, pero no puedo esperar…

– El Cherry Creek Motel -repitió él, y levantó el dedo índice-. Le llevaré la maleta.

Dicho esto, desapareció.

Lisa permaneció durante las tres horas siguientes como un conejo enjaulado en la habitación 110 del Cherry Creek Motel, mientras su irritación aumentaba a medida que pasaban los minutos. A eso de las seis se sentía como una bomba de relojería. Estaba acalorada y sucia. En julio, Denver parecía un infierno, y Lisa deseaba sobre todo un baño que la refrescara. Pero no podía tomarlo sin su maleta.

El viejo Thorpe mostraría un carácter tan irascible como un caníbal frustrado cuando descubriera que ella no había regresado a Kansas City a pesar de sus órdenes. La consulta de los horarios de vuelo le confirmó que ya había perdido el vuelo de la hora de la cena, y el siguiente no partía hasta las 22:10. No estaba dispuesta a permanecer despierta la mitad de la noche sólo para llegar a la oficina a tiempo y soportar la cólera de Thorpe. Después de todo, lo que había sucedido no era culpa suya. Y Lisa había soportado un día difícil. Y todavía tenía que resolver sus diferencias con el «honorable» Sam Brown.

Cada vez que pensaba en él aumentaba su temperatura. Obligarla a esperar y desaparecer sin devolverle sus cosas ya era bastante desagradable; pero mucho peor era la maniobra sucia y baja que había realizado en el concurso. Ella no veía el momento de atacarlo y decirle que era la más baja de las criaturas.

A las 18:15 se acercó furiosa al televisor y descargó una palmada sobre el botón con intención de apagarlo. No le importaba en absoluto cómo sería el tiempo al día siguiente en Denver. ¡Lo único que deseaba era salir de esa ciudad miserable!

Cuando oyó por fin que llamaban a la puerta, Lisa irguió la cabeza, y suspendió un momento sus paseos de un extremo al otro de la habitación. Después avanzó decidida y abrió con fuerza.

Sam Brown estaba de pie en el umbral, con dos maletas idénticas en las manos.

– ¡Llega tarde! -exclamó ella, mirándolo con ojos sombríos e irritados.

– Lamento haber llegado un poco tarde. Pero he venido en cuanto he podido.

– Bien, eso no basta. ¡Ya he perdido mi vuelo, y mi jefe estará furioso!

– Dije que lo sentía, pero usted es la persona que ha provocado todo este embrollo al llevarse la maleta equivocada del aeropuerto.

– ¡Yo! ¡Y usted! ¿Cómo se ha atrevido a escapar con mi maleta?

– Como he dicho antes, usted se fue con la mía.

Ella rechinó los dientes, y experimentó una frustración tan abrumadora que todo lo vio rojo.

– No me refiero al aeropuerto. Hablo del concurso. Usted me dejó aquí sentada, esperando, sin tener siquiera un cepillo para pasármelo por el cabello, sin ropa limpia para tomar un baño o… -Disgustada, le arrancó la maleta de la mano y la depositó sobre la cama. De nuevo se volvió hacia él y ordenó:

– Usted tiene que darme algunas explicaciones. Le ruego comience.

Él entró en la habitación, cerró la puerta, dejó la otra maleta en el suelo, miró alrededor y preguntó:

– ¿Me permite?

Después, imperturbable, verificó con cuidado la raya impecable de los pantalones, antes de acomodarse en una de las dos sillas puestas junto a una mesita redonda.

Con las manos en las caderas, Lisa escupió:

– ¡No… usted… no puede!

Pero en lugar de ponerse de pie, él abrió las piernas, apoyó los codos en las rodillas y dejó que las manos le colgaran flojamente entre ellas.

– Escuche, señorita Walker, ha sido un día infernal además…

– Señora Walker -lo interrumpió ella.

Él enarcó una ceja, hizo una breve pausa, y después repitió con paciencia:

– Señora Walker. -Flexionó los músculos del hombro, se masajeó la nuca y continuó-: Ha sido un día muy largo, y yo desearía cambiarme de ropa.

– Usted ha abierto mi maleta -afirmó ella con un gesto hostil, casi incapaz de mantener controlado su temperamento.

– ¿Yo qué?

Ella se inclinó hacia delante e intentó perforar a su interlocutor con sus ojos negros.

– ¡Usted ha abierto mi maleta!

– Caramba, sí, la he abierto. Pensé que era la mía.

– Pero ha hecho algo más que abrirla. ¡La ha revisado!

– ¿De veras?

– ¿Lo niega?

– Bien, ¿y usted? ¿Quiere decir que no ha abierto la mía?

– ¡No cambie de tema!

– Según creo, el tema trata de las maletas y las mujeres que no saben comportarse.

– ¡Que no saben comportarse! -Se acercó un poco más, inclinándose sobre él-. ¡Usted es un delincuente tramposo, un mentiroso! -gritó ella.

– ¿Adónde quiere ir a parar, señora Walker?

– Usted ha abierto mi maleta, ha encontrado mi oferta con el sobre abierto, ha visto que ya tenía todas las firmas necesarias, ha estudiado la propuesta, y ha presentado una oferta mejor que la mía, rebajando solo cuatro mil asquerosos dólares. Después, ha representado el papel del buen samaritano entregando mi sobre en el concurso.

Con un movimiento rápido, Sam Brown abandonó su silla, obligó a Lisa a volverse, y clavó dos gruesos dedos en el centro del pecho de la joven. La presión de los dos dedos la arrojó sobre la cama.

– ¡Amiga, esa es una afirmación muy grave!

– ¡Amigo, lo que usted ha presentado significa un margen muy estrecho! -se burló ella, apoyándose en las manos mientras el hombre se acercaba con la cabeza inclinada y una de sus rodillas presionaba con fuerza la de Lisa. La cara de Brown tenía una expresión siniestra, que era tanto más impresionante a causa de la piel bronceada de su cara. De pronto retrocedió con los brazos en jarras, mientras dirigía una mirada despectiva al cuerpo de Lisa.

– Oh, una de tantas -dijo con aire de conocedor.

Ella saltó de la cama, apoyó una mano sobre el pecho del. hombre, lo obligó a retroceder unos centímetros, y por último lo miró a los ojos.

– Sí, una de esas. ¡Estoy harta de los hombres que creen que una mujer no puede competir en esta inmunda industria de las cloacas y el agua!

– No es eso lo que he querido decir cuando he hecho la observación, de modo que no le atribuya a mis palabras significados que no tienen.

– Oh, ¿de veras? Entonces, ¿por qué hace una distinción? ¿No es porque usted comprobó que la maleta pertenecía a una mujer, y por lo tanto supo que la oferta tenía que haber sido preparada por ella y usted no podía soportar la perspectiva de perder la licitación compitiendo con ella?

Él apuntó un dedo largo y bronceado a la nariz de Lisa, se inclinó doblando el cuerpo en un ángulo peligroso.

– Amiga… -comenzó a decir, pero se interrumpió y comenzó de nuevo-. Señora Walker, ¡usted es una feminista obstinada y egocéntrica! ¿Por qué cree que en el mundo no hay nadie que pueda preparar una oferta mejor que usted? -Comenzó a pasearse por el reducido espacio que había entre la mesa y las sillas-. Dios mío, observe la situación económica, y la cantidad de contratistas que se declaran en quiebra todos los meses. Cuente el número de los que aparecieron en el concurso de hoy. ¡Este proyecto mantendrá a la gente trabajando toda la temporada! Todos deseaban ganar. ¡Era inevitable que el margen fuera reducido!

– Cuatro mil dólares en cuatro millones es un margen demasiado bajo para ser accidental, sobre todo si lo presenta un hombre que tuvo en su poder mi maleta la primera mitad del día.

Una expresión de auténtico disgusto convirtió en granito los rasgos de Sam Brown. Permaneció de pie frente a ella, inmóvil, las mandíbulas apretadas. Durante unos instantes su expresión pareció paralizarse. Pero después se le ablandaron los labios. Sus ojos recorrieron lentamente la blusa de Lisa, sin llegar siquiera a sus caderas antes de volver a ascender. Su voz se convirtió en un ronroneo de disgusto mientras retrocedía un paso y murmuraba con tensa tolerancia masculina:

– Por lo que he visto en su maleta, cabía suponer que se mostraría muy irritable en estos días del mes, de modo que atribuiré todo el incidente a los problemas femeninos, y no insistiré más en su…

– ¡Crack!

Ella descargó la mano abierta sobre el costado de la boca de Sam Brown. El golpe lo desconcertó por un momento, y retrocedió sorprendido y aturdido.

– Usted… degenerado -chilló Lisa-. ¡Podría haber esperado algo parecido de un… pervertido, que lleva revistas pornográficas en su maleta durante un viaje de negocios!

A la izquierda de los labios de Brown aparecieron cuatro rayas rojas. Él cerró los puños. Se le marcaron los músculos del cuello. Los ojos relucieron como pedazos de resina, y sus labios formaron una línea fina y tensa.

El temor se apoderó de Lisa ante su propia temeridad. ¿Qué había hecho? Estaba sola en una habitación de hotel con un completo desconocido, cuya deshonestidad lo llevaba a trampear en los negocios, y ella lo había agredido de una forma salvaje. ¡Quizá él decidiera golpearla después de sufrir ese ataque!

Lisa se llevó una mano temblorosa a los labios, pero se limitó a enderezar los hombros, un músculo tras otro, y consiguió controlar su cólera, mientras se relajaba muy despacio. Sin decir una palabra más, él recuperó su maleta, abrió la puerta y se detuvo, y sus ojos no se apartaron de la cara de Lisa.

– ¿Quién ha revisado la maleta de quién? -rezongó, y agregó sarcásticamente-: ¿…señora?

Hizo una pausa lo bastante prolongada para dar tiempo a que ella se sonrojara. Después se alejó de la puerta con aspecto satisfecho.

Lisa cerró con un golpe tan fuerte que el espejo de la pared amenazó con caer al suelo.

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