Claire se despertó a la mañana siguiente y se encontró completamente vestida en una cama extraña. Después de un segundo de desconcierto, recordó los humillantes sucesos de la noche anterior. Ojalá Wyatt estuviera lo suficientemente borracho como para no recordar nada. Por supuesto, al verse en lo que seguramente era la habitación de invitados de su casa, Claire pensó que él se había despertado y se había encontrado desnudo, en el suelo del salón, con ella acurrucada en el sofá. Tenía la impresión de que él querría hacerle unas cuantas preguntas.
Fue al baño contiguo y encontró un cepillo de dientes nuevo y pasta dentífrica en el armario. Después de lavarse la cara y los dientes, siguió el olor del café hasta la cocina, donde Wyatt, que sólo llevaba puestos unos vaqueros, estaba apoyado contra la encimera.
Se miraron el uno al otro, sin decir nada. Claire no sabía si debía disculparse o no.
– No me imaginaba que estuvieras aquí -dijo él por fin-. Me lo estaba preguntando.
– Estaba aquí.
– ¿Quieres decirme por qué?
– Nicole me contó lo de tu noche de alcohol y recriminación. Vine a aprovecharme de la situación.
– ¿Para conseguir que me sintiera peor hacia mí mismo?
– No, para seducirte.
Él arqueó una ceja.
– ¿Y crees que tienes que esperar a que esté borracho para conseguir que me acueste contigo?
– No, exactamente. Sólo pensé que sería de ayuda.
– ¿Y por qué necesitabas ayuda?
– En nuestra primera cita dijiste que querías acostarte conmigo, pero después no has hecho nada al respecto. Pensé que a lo mejor habías cambiado de opinión.
– Así que decidiste jugar con ventaja, por decirlo de algún modo.
– Supongo que sí. ¿Estás enfadado?
– ¿Porque hayas venido aquí a intentar seducirme? No.
Claire exhaló un suspiro. Ya era algo.
– Que conste que estaba esperando -continuó él-. Sabía que estás pasando por muchas cosas con Nicole y con Jesse, y con todo lo demás. No quería presionarte. Estaba esperando a que me dieras una pista cuando estuvieras lista -añadió, y sonrió ligeramente-. Cuando das una pista, la das a base de bien.
¿Él la había estado esperando? ¿No era aquello algo típico de su vida? Porque no sólo no se había dado cuenta, sino que no tenía ni idea de cómo dar aquel tipo de pista.
– Oh -susurró-. De acuerdo. Gracias por decirme eso.
– De nada -respondió Wyatt, y se acercó a ella-. Aunque recuerdo perfectamente algunos besos apasionados y un sujetador rosa, no recuerdo que pasáramos de los preliminares.
Ella se ruborizó.
– Nos… eh… atascamos.
– Demasiado whisky mata un buen rato.
– Eso parece.
Él le acarició la mejilla con los dedos.
– ¿Quieres darme otra oportunidad?
A ella se le tensaron los músculos del estómago.
– Sí. ¿Cuándo?
– Ahora.
¿Ahora? ¿Por la mañana? ¿La gente hacía aquellas cosas por la mañana?
Las preguntas se amontonaron, pero entonces Wyatt la besó y a ella dejó de importarle el momento del día.
Él sabía a menta y a café, y la besó lenta, minuciosamente, como si llevara semanas pensando hacerlo. Movió la boca contra la de ella, explorándola, jugando, consiguiendo que se acercara más y más a él.
Claire nunca había sido una persona muy madrugadora; no sabía si era por una cuestión biológica o por el hecho de que se había estado acostando tarde desde que tenía seis años. Sin embargo, pese a lo temprano de la hora, su cuerpo sintió el fuego con bastante facilidad. Recordó cómo era el contacto de sus manos en la piel, aquel lugar que Wyatt le había acariciado la noche anterior, hasta que se había desmayado, y quiso sentirlo otra vez.
Sin embargo, primero estaba aquel beso, pensó Claire mientras él se echaba hacia atrás ligeramente y le besaba la barbilla. Se deslizó por la línea de su mentón hasta el punto sensible que había bajo su oreja. Allí se detuvo, le mordisqueó la piel, lo cual le provocó un jadeo, y siguió hacia abajo por su cuello.
Ella notó que todo su cuerpo reaccionaba. Se le hincharon los senos y le provocaron una sensación de peso. Alzó las manos hasta los hombros de Wyatt para sentir su fuerza y aferrarse a él, porque sus besos iban más y más hacia abajo, hasta que llegó al borde del cuello de su camiseta.
Él tiró de la prenda hacia arriba y se la sacó por la cabeza. Entonces observó el sujetador rosa que llevaba Claire.
– De esto -murmuró- sí me acuerdo.
La abrazó y la ciñó contra sí. Ella fue dócil. Estaba deseosa de sentir su cuerpo. Su piel era cálida y sus músculos fuertes. Mientras la acariciaba, Wyatt la besó.
Ella separó los labios y él se hundió en su boca y la exploró, moviendo la lengua de una manera erótica. La agarró por las nalgas y la presionó contra sí; Claire se arqueó contra él y sintió su dureza, y sintió una presión en el estómago.
De repente, su sujetador se soltó. Él lo arrojó a un lado, y después la apretó contra sí para sentir sus pechos.
Ella se movió para acercarse más y más, pero en aquel momento, él dio un paso atrás, y Claire estuvo a punto de gritar. ¿Acaso iba a parar otra vez?
En vez de desmayarse como la noche anterior, Wyatt la tomó de la mano y comenzó a subir la escalera.
Se detuvieron en el rellano para besarse. Él deslizó las manos por su cuerpo y le tomó ambos pechos. Con los pulgares y los índices, le rozó los pezones una y otra vez, hasta que ella comenzó a jadear. De nuevo se concentró en su boca y la besó profundamente mientras la guiaba hacia su habitación.
Cuando estuvieron junto a la cama, le desabrochó el botón de la cintura y tiró de su pantalón hacia abajo, junto con las braguitas. En cuestión de segundos la tuvo desnuda ante sí.
Ella estaba excitada y nerviosa al mismo tiempo. Quería que Wyatt siguiera acariciándola, así todo era más fácil.
Él la tendió sobre la cama y se arrodilló entre sus piernas.
– Eres tan bella… -murmuró mientras se inclinaba y atrapaba uno de sus pezones entre los labios.
Claire quiso agradecerle el cumplido, pero lo que le estaba haciendo era demasiado placentero. La forma en que succionaba y lamía su cuerpo enviaba descargas a aquel lugar entre sus muslos. Se movió con inquietud, deseando más de aquella magia.
Sin embargo, no parecía que Wyatt tuviera mucha prisa. Se dedicó al otro pecho, lamiendo y mordisqueando hasta que a ella le resultó difícil respirar. Todo era maravilloso. Se dijo que debía tener paciencia, pero en realidad, quería más.
Cuando él comenzó a bajar por su estómago, regándole la piel de besos, ella se sintió desconcertada. Y cuando él se arrodilló entre sus muslos y la separó, tuvo una vaga idea de lo que iba a hacer, aunque no supiera con seguridad cómo se sentía al respecto. Y cuando él le dio un beso, con los labios abiertos, en la parte más sensible y erótica de su cuerpo, ella supo que iba a morirse allí mismo, pero que valía la pena.
Sus terminaciones nerviosas gritaron de placer, y después estallaron. El calor se adueñó de ella, quemándola hasta las plantas de los pies. Nunca, en toda su vida, había creído que pudiera sentirse así.
Él la exploró, haciéndola gemir mientras rozaba aquel lugar especial. Dibujó círculos, la recorrió, se apartó y volvió a rozarla, lentamente, como si estuviera averiguando qué era lo que le gustaba, o las mil maneras de volverla loca. Entonces se estiró sobre la cama y la lamió con la punta de la lengua.
Era mejor de lo que nunca hubiera pensado. Se abandonó a las sensaciones, porque todo estaba más allá de su alcance. No podía evitar responder, no podía contener los suspiros ni los jadeos.
Se aferró a las sábanas. La tensión se adueñó de ella y la empujó hacia un objetivo que desconocía. Quería rogar y no parar, quería gritar, quería… algo.
Él siguió acariciándola, una y otra vez. Claire notaba que los músculos se le contraían a cada roce de su lengua. Se arqueó hacia atrás, con la respiración entrecortada, perdida en la sensación de…
Algo cambió. La presión se arremolinó en su cuerpo. Sintió algo inevitable que crecía y que la hizo gritar. Se estremeció y…
Hubo un momento en la nada, casi como en caída libre. Entonces su cuerpo experimentó la sensación más deliciosa, caliente y líquida de su vida. Era un placer puro que la recorrió, que la llenó más y más, hasta que comenzó a fluir. Era la perfección. Mejor que el chocolate. Mejor que la música.
Unos minutos después salió de su estupor y abrió los ojos. Wyatt la sonrió.
– ¿Qué? -preguntó, azorada de repente. ¿Había hecho algo mal?
– Eres asombrosa.
Bien. Eso era agradable.
– Eh… ¿por qué?
– Eres muy receptiva. Sabía exactamente lo que te gustaba, y no he tenido dudas. Gracias por eso. No hay nada peor que hacer las cosas en silencio.
Ella no sabía de qué estaba hablando.
– Me ha gustado mucho.
– Bien. A mí también -dijo él, y se arrodilló-. Acariciarte así y oírte me ha vuelto loco. Creía que iba a perder el control -añadió, y se tendió sobre ella-. Todavía cabe la posibilidad.
¿Por qué? Claire detestaba sentirse como una idiota.
Notó que la presionaba, pero la expectativa no la asustó. Quería sentirlo dentro de ella, enseñándoselo todo.
Tímidamente, le puso las manos sobre los hombros.
– Haz lo que necesites para sentirte bien.
Aquélla no era precisamente una invitación para mantener el control, pensó Wyatt, intentando distraerse. Normalmente no tenía problemas de aquel tipo, pero proporcionarle placer a Claire había sido algo especial, algo que le había afectado mucho.
Era aquella maldita química. No podía pensar con claridad cuando ella estaba vestida, así que después de verla desnuda y de acariciarla, estaba perdido.
Entró en ella lentamente, dándole tiempo para que su cuerpo se adaptara. Ella estaba húmeda e hinchada, y todavía trémula por el orgasmo. Tuvo que hacer un esfuerzo para dominarse, pero estaba decidido a compensarla por su pobre actuación de la noche anterior. Además, quería que durara.
Retrocedió, y después la llenó de nuevo, esperando a que ella se moviera. Sin embargo, no lo hizo. Él la miró. Quería averiguar si algo marchaba mal.
Sus ojos estaban cerrados.
– ¿Claire? ¿Estás bien?
Ella abrió los ojos.
– Sí. Estoy bien.
– ¿Tienes alguna preferencia?
Ella sonrió y lo rodeó con los brazos.
– Esto -susurró-. Quiero esto.
Era el ánimo que había estado esperando. La llenó una y otra vez, cada vez más deprisa, pero conteniéndose, con la esperanza de que ella se tensara con él, que gritara de placer. No ocurrió así, lo cual fue irritante, pero antes de poder remediarlo, sintió que la presión crecía hasta que no pudo soportarlo, y entró en su cuerpo por última vez.
Después se quedó tendido boca arriba, y ella se acurrucó junto a su costado.
– Ha sido maravilloso -le dijo con felicidad-. Perfecto. Gracias.
– De nada.
Aunque agradecía el cumplido, había algo que le inquietaba. Algo que no entendía.
¿Acaso Claire no tenía tanta experiencia como él hubiera pensado?
– Quería que disfrutaras mucho -le dijo con inseguridad.
Ella se echó a reír.
– Disfrutar no es la palabra que lo describe. Nunca había sentido nada así. En toda mi vida.
– Eh… ¿qué quieres decir?
– Que yo… eh… bueno -dijo ella, y tragó saliva-. No tengo mucha experiencia con el sexo.
Él notó que se le formaba un nudo frío en el estómago.
– ¿De cuánta experiencia estamos hablando?
Ella se tapó la cara con la sábana.
– Era virgen.
Claire siguió hablando, pero él no oyó nada de lo que decía. ¿Virgen? ¿Era virgen?
Sin pensarlo, se levantó de la cama de un salto y se puso los pantalones. Aquello no podía estar sucediéndole a él. No podía ser cierto. ¿Una virgen de veintiocho años?
– ¿Cómo?
Ella suspiró.
– ¿Que cómo sucedió? ¿Que cómo es posible? No lo sé. No conozco a muchos hombres, y no estaba dispuesta a acostarme con cualquiera. Hay muchas razones, pero no importan -respondió, y lo miró-. ¿Estás enfadado?
Él no quería hacerle daño. En teoría, debía estar satisfecho por haber sido su primer compañero sexual, pero en la práctica, lo que deseaba era salir corriendo y liberarse de aquello.
– Estás enfadado -dijo Claire.
– No. Estoy desconcertado. ¿Por qué yo?
Ella se encogió de hombros.
– Me gusta cómo besas.
¿Tan fácil? ¿Una virgen?
Wyatt vio que le temblaba la barbilla, y se dio cuenta de que las lágrimas no estaban muy lejos.
– Claire -dijo, y se sentó al borde de la cama-. No pasa nada. De veras. Me has sorprendido, eso es todo. No me lo imaginaba.
– ¿De veras?
Él asintió.
– Habría ido más despacio si lo hubiera sabido.
– No era necesario. He disfrutado de todo. Sobre todo de… ya sabes.
Del orgasmo. ¿Era el primero? ¿De verdad quería saberlo?
No sabía qué demonios estaba pensando, pero quería arreglar las cosas entre ellos. Se inclinó hacia ella y le acarició la mejilla.
– ¿Estás bien?
Claire asintió, y él la besó. Ella lo besó también. Wyatt sintió deseo, pero lo reprimió. No iba a repetirlo. No, hasta que hubiera pensado bien en ello y lo hubiera entendido.
Claire lo besó de nuevo, y se levantó.
– Tengo que irme a casa. Nicole está allí con Amy, y tú querrás ir a buscar a tu hija -dijo. Se vistió rápidamente y le sonrió-. Yo estoy bien si tú estás bien.
– Yo estoy muy bien.
– Estupendo -dijo ella. Se puso de puntillas y le dio otro beso-. Gracias. Por todo.
– Cuando quieras -respondió Wyatt, antes de poder contenerse.
Después de que Claire se marchara, él se paseó de un lado a otro por la casa, preguntándose cómo era posible que hubiera perdido el control de la situación. Si ella era virgen, no podía comprender lo que él había querido explicarle al decirle que no quería tener una relación profunda. Ella podía decir que sí lo entendía, y podía creerlo, incluso, pero él era su primer amante. ¿Y aquello no tenía importancia?
De repente, pensó algo que lo dejó paralizado. Allí mismo, en el vestíbulo, se dio cuenta de que no había usado preservativo.
El posible desastre era tan grande que quiso dar un puñetazo en la pared. Sólo se abstuvo porque sabía que romperse los huesos no iba a servir de nada. Cada problema a su tiempo.
La posibilidad de que ella se quedara embarazada era muy pequeña. Lo mejor que podía hacer era meditar sobre lo que iba a ocurrir entre ellos a partir de aquel momento, y también en cómo podía evitar que Nicole lo despellejara vivo por haberse acostado con su hermana virgen.
Claire entró prácticamente flotando a casa. Estaba un poco dolorida, relajada y mejor de lo que se había sentido en años. Debería haber mantenido relaciones sexuales mucho tiempo antes. Claro que estar con Wyatt había sido bastante espectacular. Dudaba que otro hubiera podido estar a la altura.
También estaba impresionada por cómo había asimilado él la noticia de que ella era virgen. No se había disgustado.
Aparcó detrás de la casa y entró por la cocina. Amy no estaba allí, pero Nicole se hallaba sentada a la mesa.
Claire sonrió, preparada para contarle lo que había sucedido, cuando Nicole alzó la cabeza. Estaba pálida de furia.
– ¿Cómo has podido? -le preguntó.
Claire estaba asombrada. Ya habían hablado sobre Wyatt. ¿Por qué estaba su hermana tan…?
– ¿Cómo has podido sacar a Jesse de la cárcel a mis espaldas? Por una vez, quería que sufriera las consecuencias de sus actos. Nunca te lo perdonaré. ¡Nunca!