Claire estaba junto al horno, prácticamente bailando de impaciencia mientras el reloj marcaba los últimos segundos. Cuando dio la señal de aviso, abrió la puerta y sacó la bandeja.
A primera vista, todo parecía bien. El pollo estaba dorado y no se había quemado. El romero que había puesto en el interior olía muy bien.
Dejó la fuente sobre los salvamanteles que había colocado previamente en la encimera y, con un cuchillo, rompió la piel junto a uno de los muslos y observó los jugos que fluían. Estaban claros. Al menos, a ella le parecía que estaban claros, pero era su primer pollo, así que no estaba segura.
La última comprobación, y la más importante, era cortar el pollo. Claire se preparó para llevarse una decepción; apartó la piel y cortó la pechuga.
Estaba hecha, pero jugosa. Claire comió un pedacito. ¡Perfecto!
– Lo he conseguido -canturreó-. Lo he conseguido. Bien por mí.
El primer pollo asado de su vida. Había conseguido comprarlo, limpiarlo y cocinarlo. Asombroso.
Después abrió la cacerola de las patatas y otra que contenía judías verdes.
Cuando todo estuvo listo, sacó un plato para Nicole. Sin embargo, antes de poder llenarlo, oyó un ruido en el pasillo. Entonces vio a su hermana caminando lentamente hacia la cocina.
– Me he cansado de vivir en una habitación -dijo Nicole, mientras se sujetaba suavemente el abdomen con la mano y se encaminaba hacia la mesa-. Voy a comer aquí, si no hay inconveniente.
– Claro que no. ¿Qué tal las escaleras?
– Un poco difícil. Voy a tardar en subirlas. La cena huele muy bien.
Claire estaba orgullosa y nerviosa.
– He hecho pollo asado.
– Impresionante.
Claire la miró, sin saber si el comentario era realmente un cumplido u otra cosa. Nicole sonrió.
– Lo digo en serio. Dijiste que no sabías cocinar, y ahora estás haciendo la cena todas las noches. No tenías por qué hacerlo, así que gracias.
– De nada.
Puso la mesa y sirvió la comida.
Nicole se sentó en una de las sillas, pero sin retirar la mano del estómago.
– ¿Quieres un analgésico? -ofreció Claire.
– No, voy a dejarlos ya. No te preocupes, me pondré bien en un minuto.
Claire sirvió dos platos y se sentó.
Se había acostumbrado a llevarle la cena a Nicole a su habitación; a veces cenaba con ella, a veces no. Sin embargo, aquello era distinto. Estaban en la cocina, como la gente normal, y no sabía qué decir.
– He traído una tarta de chocolate de la panadería -la informó-. Todavía no sé hacerlas.
– La ventaja de tener un obrador -dijo Nicole- es que nunca tienes que preocuparte del postre.
Claire asintió y cortó un pedacito de pollo de su plato. El silencio se hizo entre ellas, y buscó con ansia algún tema de conversación.
– Es agradable estar en un solo lugar -dijo-. Me gusta mucho Seattle. ¿Te gusta vivir aquí?
Nicole la miró durante un segundo.
– Es mi casa. Nunca he vivido en otro sitio. No puedo comparar.
– Ah. Claro. Supongo que mi casa está en Nueva York, aunque no paso allí mucho tiempo. Tengo un apartamento. Me resultó difícil encontrar uno en el que cupiera el piano y hubiera sitio para moverse. El día de la mudanza fue una pesadilla. El piano no cabía en el ascensor, así que tardaron horas en subirlo. No creo que me mude nunca. Sería un trauma.
Nicole atravesó dos judías verdes con el tenedor.
– Yo estuve en Nueva York hace unos años. Fui con Drew. Vimos un par de obras de teatro y fuimos de compras. No sé si querría vivir en una ciudad tan grande.
Claire siguió masticando porque hubiera sido de mala educación escupir el pollo, pero el sabor se había disipado y, cuando por fin pudo tragar, tenía miedo de que se le quedara atascado en la garganta y la ahogara.
Nicole había ido a Nueva York y no la había llamado. Se suponía que no debería haberse sorprendido, pero así era. Estaba sorprendida, dolida, y más sola que nunca.
– ¿Fue… eh… antes o después de casaros?
– Antes. Una especie de viaje previo a la boda.
– Parece agradable.
– Fue antes de que averiguara lo desgraciado que es, así que lo pasamos bien. Todos los hombres son idiotas.
Claire asintió por solidaridad. La verdad era que no tenía suficiente experiencia con los hombres como para hacer un juicio así. Wyatt no le parecía idiota. Además, todavía estaba dolida por el hecho de que su hermana hubiera ido a Nueva York y no se hubiera puesto en contacto con ella. Claro que tampoco la había invitado a su boda.
– Muchos intérpretes se acuestan con diferentes mujeres cuando van de gira -dijo-. Siempre encuentran una amante en cada puerto. Yo tuve suerte. Crecí en ese ambiente, así que lo he conocido mientras era demasiado joven como para que se interesaran por mí. De mayor, ya tenía aprendida la lección. Claro que las mujeres también tienen miles de aventuras. Hay mucho sexo en las orquestas.
Para ella no, pensó con tristeza. Parecía que ella evitaba el sexo, o más bien, que el sexo la evitaba a ella. Nunca había sabido cuál de las dos cosas era cierta.
– Qué suerte la tuya -murmuró Nicole.
– La mayoría de la gente piensa que los músicos de una orquesta son bobos o aburridos, pero no es cierto. Les encantan las fiestas.
– ¿Y para ti también es así la vida? ¿Dormir de día y estar de fiesta todas las noches?
– No. Yo tengo clases y práctica, reuniones y entrevistas. Nunca he entrado en el circuito de las fiestas. Lo que sí he hecho es ir a algunos eventos en los que había famosos. Conocí a George Clooney. Es simpático. Y a Richard Gere, que sabe tocar el piano de verdad. Tocamos juntos una noche.
– Qué emocionante -dijo Nicole, con una mirada asesina-. Quizá te sorprenda, pero no necesito que me recuerdes que tu vida es mucho más interesante que la mía. Lo tengo muy claro.
– ¿Qué? No es eso…
– ¿No? Es evidente que aprovechas todas las oportunidades para hablar de lo maravillosa que es tu vida. Un apartamento en Nueva York, tan grande como para poder tener el piano. Salir por ahí con George Clooney y Richard Gere. Eres fabulosa.
Claire no sabía qué decir. Sólo estaba intentando llenar el silencio con una conversación trivial.
– Parece que te gusta pensar siempre lo peor de mí -murmuró por fin-. Estaba intentando hablar de algo contigo. De algo por lo que no discutiéramos. Supongo que me equivoqué al elegir.
– Pues sí. ¿Es que te crees que esto funciona? ¿Que puedes fingir que eres una persona de verdad? No.
Claire dejó su tenedor en el plato.
– Soy una persona de verdad.
– Ni siquiera sabes poner la lavadora.
– ¿Y ésa es la definición de una persona de verdad?
No se molestó en decirle que, gracias a Amy y al folleto de las instrucciones, ya podía lavar la ropa como cualquiera.
Aquello era muy injusto. Se sentía atrapada. No podía responder a su hermana como se merecía. Bueno, sí podía, pero decirle a Nicole que ella no podía poner en pie a todo un auditorio y hacer que el público aplaudiera con entusiasmo no iba a mejorar su relación.
– Tenemos vidas diferentes -dijo-. Eso no tiene por qué ser malo.
– Eso lo dice la que tiene una vida perfecta.
Claire pensó en todo el tiempo que había pasado sola. Todas las noches que se había acostado tan sola que le dolía el alma.
– No era perfecta.
– Oh, pobre niña rica. ¿Es que la fama es demasiado para ti? Al menos, tú no te quedaste aquí atrapada, teniendo que criar a una hermana pequeña y con unos padres que sólo querían hablar de su hija la famosa. Te odié por llevarte a mamá, pero la odié más a ella, porque quiso irse.
Nicole hizo una pausa y tragó saliva antes de continuar.
– Cuando la abuela volvió a casa, diciendo que era demasiado trabajo y que ya no podía viajar contigo, mamá aprovechó la oportunidad sin pensarlo dos veces y ocupó su lugar. Quería irse y ver todas esas ciudades. Quería estar contigo.
Claire no sabía qué decir. Ella se había sentido muy agradecida por poder tener a su madre. Un poco de su hogar siempre era bienvenido. Nunca había pensado en la familia que había quedado atrás.
– No lo sabía.
– No te molestaste en saberlo. Mientras tú estabas por ahí, codeándote con los ricos y famosos, yo estaba aquí metida. Empecé a cuidar de Jesse el día en que nació. Cuando mamá se marchó, la niña se convirtió en mi primera responsabilidad. La abuela estaba en la residencia, y papá nunca supo qué hacer con nosotras. Cuando crecí, tuve que trabajar también en la panadería. Nunca tenía tiempo para hacer lo que quería porque siempre tenía que ocuparme de Jesse, o hacer mi turno en el obrador. A los catorce años ya era una adulta. Tú me robaste todo lo que quería.
Claire había oído más que suficiente. Empujó la silla hacia atrás y se puso en pie.
– Pobre Nicole, atrapada en casa con su familia. Mientras tú ibas al colegio y tenías amigos, yo estaba sola. Sola con un tutor, sola en mi sala de prácticas, sola en una habitación de hotel. Nunca conocí a nadie de mi edad. Vivía con las maletas hechas siempre. Nunca vi las ciudades que visitábamos. O estaba estudiando, o practicando, o preparándome para un dar un concierto, o durmiendo. Eso fue mi vida.
– Por lo menos, tenías a mamá contigo. Hasta que la mataste.
– Deja de decir eso -gritó Claire-. Yo también la perdí. Era mi único vínculo con mi familia. Me quedé atrapada en el coche con ella, y no pude hacer nada mientras moría. ¿Sabes lo que es eso? Tú tenías a papá y a Jesse, y yo no tenía a nadie. Murió, y el hospital me envió de vuelta al hotel. ¿Sabes lo que dijo mi representante? Que tenía que tocar de todos modos, porque las entradas estaban vendidas y la gente quedaría decepcionada. ¿Qué sabía yo? Toqué. La noche en que murió mi madre tuve que salir a tocar porque no había nadie que dijera que podía llorar su muerte.
Metió la silla bajo la mesa y continuó:
– Después, parece que nuestro padre tuvo una larga conversación con mi representante, y entre los dos decidieron que yo era lo suficientemente madura como para continuar sola, sin acompañante ni tutor. Tenía dieciséis años, acababa de perder a mi madre y me dejaron sola. Mi trabajo era cumplir las normas, y las cumplí, porque eran lo único que tenía. No creo que vayas a entender nada de esto. Que Dios te libre de comprender a otro que no seas tú misma. El hecho de ser famosa, cosa que por cierto, no soy, es mucho menos interesante de lo que piensas. Supongo que ser víctima profesional también acaba volviéndose algo muy aburrido.
Y con eso, se dio la vuelta y salió de la cocina. Se alegró de poder llegar a su habitación antes de estallar en sollozos y caer al suelo en un charco de dolor y pena. Se acurrucó con las rodillas pegadas al pecho e intentó consolarse, como siempre. Volver a casa no había servido de nada. Seguía estando sola.
Su ataque de llanto duró unos diez minutos más. Después se puso en pie y fue al baño a lavarse la cara.
– Sabías que esto no iba a ser fácil -dijo a su imagen en el espejo-. ¿Vas a rendirte?
Ella nunca había sido de las que se rendían, y le habían sucedido cosas peores que pelearse con su hermana. ¿Y qué si había tenido la fantasía de que al volver a Seattle se encontraría a su familia emocionada por su vuelta? Tendría que trabajar un poco más. Eso era todo. A ella se le daba bien trabajar duro.
Se acercó a la cómoda donde tenía la ropa y abrió el primer cajón. Bajo la ropa interior había un fino diario. No escribía un diario, pero sí tenía una lista de objetivos que leía todos los días. Eso la ayudaba a mantenerse centrada. Su lista de aquellos días incluía tomar contacto con la familia, comenzar a tener citas, tener relaciones sexuales, enamorarse, ser normal.
La última de aquellas cosas iba a ser la más difícil. O quizá todas lo fueran. ¿Tener relaciones sexuales? ¿A quién quería tomar el pelo? Se había pasado veintiocho años sin encontrar un hombre que tuviera interés en verla desnuda.
Se dejó caer sobre la cama. No era que ella no quisiera tener relaciones sexuales, sí quería. Había tenido novios, pero el tiempo y la distancia siempre habían sido un problema. Nunca había permanecido lo suficiente en el mismo sitio como para forjar un vínculo estrecho. Y sabía bien que no debía tener una aventura con nadie de una orquesta. O estaban casados, o eran poco recomendables u homosexuales. Siempre había querido que su primera vez fuera con alguien especial. Sin embargo, si hubiera sabido lo mucho que iba a tardar en encontrar a esa persona especial, quizá habría sido menos maniática.
Cuando cerró el diario, pensó en Wyatt. Él parecía una buena elección. A ella le caía bien, le gustaba cómo se preocupaba por la gente. Era increíble con su hija y muy buen amigo de Nicole. Sin embargo, no creía que ella le cayera bien a él. Eso podía ser un problema. Sin embargo, Wyatt estaba dejando que cuidara de Amy, así que ¿quizá sí le caía un poco bien?
Demasiadas preguntas y pocas respuestas.
Claire comenzó a pasearse por la habitación, lo cual no era muy satisfactorio. Después de un par de segundos, salió por la puerta y bajó las escaleras. No le prestó atención a Nicole, que todavía seguía en la cocina, bajó al sótano y se encerró allí.
El estudio estaba como siempre, con el piano en el centro de la habitación. Había hecho que lo afinaran, quizá porque sabía que iba a ser así. Se le había despertado la necesidad de tocar, y aunque había conseguido reprimir aquella necesidad durante un tiempo, tocar para Amy lo había cambiado todo. Era como si se hubiera roto la presa y todo se hubiera desbordado.
La vida era un enredo, pero la música era calma, seguridad y belleza.
Se sentó ante el piano y tocó ligeramente las teclas. El sonido era bueno. Harían falta unas cuantas afinaciones más para perfeccionarlo, pero no podía permitirse ser quisquillosa.
Cerró los ojos y dejó que aquella necesidad creciera dentro de ella. No tuvo que preguntarse qué quería tocar, eso llegaría solo. Puso las manos en el teclado y comenzó.
Wyatt tocó la puerta trasera de Nicole y entró en la casa. Iba preparado para encontrarse con Claire, pero se encontró a su amiga junto a la encimera.
– ¡Vaya! -exclamó-. Has bajado las escaleras tú sola.
– Estoy casi preparada para correr un maratón. ¿Qué tal estás tú?
– Quería pasar a verte.
– Estoy bien.
No lo miró. Mientras hablaba, echó a la basura el contenido de su plato.
– ¿No tienes hambre?
– Estaba… -Nicole suspiró-. Claire y yo nos hemos peleado. No hay nada como la discordia familiar para acabar con mi apetito. Durante los dos últimos años que Jesse fue al instituto, perdí cinco kilos porque mi vida personal era un horror y me afectaba mucho al estómago. Si escribiera un libro sobre esa dieta, ganaría millones -lo miró y le preguntó-: ¿Cómo es posible que todo se haya estropeado tan rápidamente? No era lo que yo quería. Bajé a cenar sólo para poder charlar con Claire, y hemos terminado discutiendo. No lo entiendo.
Wyatt no dijo nada. Quería a Nicole como si fuera su hermana, pero sabía que podía ser muy difícil. Por lo que él había visto, Claire era mucho más templada. Aunque no iba a admitirlo ni aunque lo torturaran.
– Lleva fuera mucho tiempo. Estás enfrentándote a muchas cosas a la vez -trató de tranquilizarla-, tómatelo con clama.
– Supongo que sí -se volvió hacia él, dejó que la abrazara y apoyó la cabeza en su hombro-. ¿Crees que soy una buena persona?
– ¡Por supuesto que sí! ¿Por qué lo preguntas? -exclamó él, acariciándole la espalda.
– Es posible que sea la peor bruja del planeta.
– No es cierto.
– Tú no estabas aquí.
– No es necesario. Te conozco. No eres una bruja. Eres difícil y cabezota, pero no mala.
– Vaya, gracias.
– De nada.
Él la abrazó y ella cerró los ojos. Después de unos instantes, Nicole se retiró y se sentó en una silla.
– Mi vida es un desastre -dijo-. Y acabo de empeorarla.
Él se sentó frente a ella.
– Lo dudo.
– Deja de defenderme, no me lo merezco. He sido mala con Claire.
Wyatt no dijo nada. Había aprendido, hacía mucho tiempo, que cuando una mujer quería hablar, era mejor mantenerse callado y escuchar.
– Ella hizo la cena -continuó Nicole-. Hizo pollo asado, estaba muy rico. Estábamos bien, pero de repente, empezó a hablar de George Clooney. Lo ha conocido, ha conocido a gente famosa y, cuando me lo contó, me enfadé. Detesto que su vida haya sido tan estupenda. Se pasa todo el tiempo de ciudad en ciudad, tocando el piano. Oh, eso sí que es un trabajo duro. Me habló de los tipos de la orquesta, que se pasan de fiesta todas las noches. Por supuesto, dijo que ella no lo hacía. Su vida es muy dura. Supongo que encontrar hueco en el horario para darse un masaje es un verdadero problema. Y contar su dinero. Eso tiene que llevarle días y días.
Nicole se quedó callada y miró a Wyatt.
– ¿Quieres cambiar de opinión acerca de mí ahora?
– No. Pero quiero saber por qué te saca de quicio.
Nicole titubeó.
– Me pone furiosa. Lo tiene todo. Mis padres hablaban de ella todo el tiempo, estaban tan orgullosos… Ella era la estrella, y yo estaba aquí metida en casa, ocupándome de todo. La odio.
– No, no la odias.
Nicole lo miró con los ojos entrecerrados.
– No me gusta que seas razonable. ¿Te lo había dicho ya?
– Una o dos veces. Tú no odias a tu hermana. No la conoces lo suficiente como para sentir demasiado de nada. Detestas lo que te ocurrió, y es más fácil decir que la odias que culpar a tus padres, o a las circunstancias.
– ¿Has estado viendo Oprah?
– ¿Y tú estás diciendo que un tío no puede ser perspicaz?
– Más o menos.
– Te conozco desde hace bastante. Es mucho más fácil ver lo que está sucediendo en tu vida para mí que para ti.
– Supongo que sí, pero me gusta más cuando yo soy la profunda de nuestra relación. Es sólo que… -Nicole se encogió de hombros-. Me siento culpable, y lo odio. Sé que ella está bien -dijo, y miró a Wyatt-. Dime que está bien.
– ¿Quieres que vaya a comprobarlo?
– Por favor. Está abajo.
– ¿En el sótano?
– En el estudio.
Wyatt se levantó y fue hacia las escaleras del sótano. Se le había olvidado aquella habitación insonorizada que habían construido para que Claire pudiera practicar. Ella se había ido cuando tenía seis o siete años, así que no había usado mucho el estudio. Cuando entró en el sótano, frunció el ceño al darse cuenta de que Claire tenía un par de años menos que Amy cuando se había ido con su abuela. Debía de haber echado mucho de menos a su familia.
Sobre todo a Nicole, pensó. Eran mellizas.
Sabía que Nicole había tenido muchos problemas, y no la culpaba de ninguno de ellos. Había sido muy difícil cuidar a Jesse y trabajar en la panadería. Ella había sido la responsable. Sin embargo, ¿qué había tenido que ser Claire?
Abrió la puerta del estudio e, inmediatamente, se vio atrapado por la belleza de la música. No sabía nada de música clásica, ni de conciertos, ni de lo que ella estuviera tocando, sólo que aquella pieza era increíblemente bella y casi… triste.
El piano estaba situado de tal forma que Claire se encontraba de espaldas a la puerta. Se mecía mientras tocaba; su pelo largo, rubio, se movía con ella y reflejaba la luz. O no había oído la puerta, o no le importaba en absoluto que él estuviera allí. Wyatt supuso que se trataba de lo primero.
Parecía en trance, como si la música la hubiera transformado.
Salió por donde había entrado y volvió a la cocina.
– ¿Cómo está? -le preguntó Nicole.
– Bien. Está tocando el piano -se acercó a la nevera, sacó una cerveza y se sentó junto a ella-. ¿Por qué no está de gira? ¿No es ése su trabajo?
– No lo sé. Supongo que sí. A lo mejor está de vacaciones.
– ¿Y sus vacaciones eran justo cuando tú tenías que operarte?
Nicole frunció el ceño.
– No hagas que me sienta culpable porque haya venido.
– No es eso.
– Estás diciendo que quizá tuviera planes, pero que los dejó para venir conmigo.
– No lo sé. Por eso te lo he preguntado.
– Me imagino que firmará contratos con mucha antelación, y tendrá compromisos de semanas enteras. ¿No hay una temporada de conciertos? -preguntó Nicole-. ¿Una temporada más adecuada para escuchar a Mozart?
– Le estás preguntando a la persona equivocada.
– Lo sé. Es que no había pensado lo que me has dicho, lo de que puede que esté aquí cuando tiene otras cosas que hacer -dijo Nicole. No se sentía muy contenta.
– ¿Y eso cambia las cosas?
– Quizá. Aunque estoy segura de que está de vacaciones -añadió con firmeza.
– Si tú lo dices…
– ¿Tú no estás de acuerdo?
– No vas a oír la respuesta que quieres oír de ninguna de las dos maneras. O ha cancelado compromisos… o ha sacrificado sus vacaciones para venir a cuidarte. Es difícil convertirla en la mala de la película en esto.
– Dame tiempo -murmuró Nicole-. Además, no es que la odie. Tenías razón en eso.
Él tomó un sorbo de cerveza.
– No la odio. Es que no me cae bien -suspiró Nicole-. Di algo.
– Tú eres la que lo estás diciendo todo.
– ¿Te había dicho ya que eres muy molesto?
– Más de una vez.
– ¿Y qué piensas de ella? -quiso saber Nicole.
La pregunta lo tomó por sorpresa. Antes de poder contenerse, recordó la última vez que la había tocado. Lo intenso que había sido el ardor. Después, se apartó de la cabeza cualquier imagen erótica y se encogió de hombros.
– No lo sé.
Nicole lo atravesó con la mirada.
– Estás mintiendo. Te gusta.
– No la conozco.
Nicole entornó los ojos.
– Te parece atractiva. Oh, Dios mío. Te sientes atraído por ella.
– Sólo es química. No significa nada.
– ¿Quieres acostarte con ella? Eso es injusto. Conmigo no quieres acostarte.
– Ya hemos hablado de eso.
– Pero Claire es insoportable, Wyatt. No puede ser que te guste más que yo -dijo. Después se tapó la cara con las manos-. Estoy lloriqueando. ¿Puede ser más horrible?
– Tienes derecho a sentir lo que sientes.
Nicole bajó las manos.
– No te atrevas a ser comprensivo y sensible en esto. Además, es mi hermana, lo cual me pone en la extraña situación de tener que decirte que te mantengas alejado de ella.
Él la miró por encima del cuello de la botella.
– ¿Porque Claire te importa?
– No, quizá… No lo sé. Pero no hagas nada apresurado.
Wyatt no iba a hacer nada en absoluto. Desear y hacer eran dos mundos aparte, y él no tenía intención de convertir aquella situación en más difícil de lo que ya era.