Cinco

Claire calentó la comida preparada que había llevado Wyatt. Mientras esperaba a que terminara el microondas, posó las manos en la encimera y cerró los ojos. Sin querer, sus dedos se movieron por el granito frío. Mentalmente, tocó y oyó la música. El sonido la llenó, hasta que tuvo la sensación de que se elevaba y flotaba.

El microondas la avisó con un timbre de que había terminado, y la devolvió a la realidad, en la que no había piano, no daba clases ni encajaba.

Echaba de menos tocar. Una locura, teniendo en cuenta que no podía mirar el instrumento sin sufrir un ataque de pánico. Quizá no fuera el piano lo que echaba de menos, sino la sensación de abandonarse a la música, de perderse en la riqueza del sonido. Además, la práctica y la interpretación eran su vida.

Miró hacia las escaleras que bajaban al sótano. Aunque no quería, sabía que debía ocuparse del piano. Sus problemas mentales no eran culpa del instrumento.

Después de ocuparse de la cena de Nicole, llamó a tres afinadores cuyo número encontró en la guía telefónica, hasta que dio con uno que iría aquella misma semana. Después, puso el plato en una bandeja, junto a una infusión y un poco de pan, y subió las escaleras.

La puerta de la habitación de Nicole estaba abierta. Claire entró y sonrió a su hermana.

– He pensado que tendrías hambre, así que te he traído un poco más que anoche. ¿Cómo te encuentras?

Nicole estaba tumbada sobre la colcha. Se había cambiado de pantalones y de camiseta, y llevaba unos calcetines. Tenía un buen color en la cara.

– Estoy bien -dijo.

– Me alegro.

Claire dejó la bandeja en la mesilla.

– Es lo último que queda de comida preparada. Mañana te traeré otra cosa.

– ¿Vas a cocinar? -preguntó Nicole.

– Eh… no. Estaba pensando en comida china.

Nicole no dijo nada, lo cual hizo que Claire se sintiera como si hubiera vuelto a fallar. No sabía cocinar. ¿Cuándo iba a encontrar el tiempo necesario para aprender?

Se dijo que no tenía por qué disculparse ante nadie por cómo era su vida, pero no pudo deshacerse de la sensación de que otra vez la estaban juzgando, y la estaban suspendiendo.

Nicole se puso la bandeja en el regazo y miró hacia arriba.

– Gracias por ayudar en la panadería esta mañana. Estaban desbordados.

Claire se adelantó ansiosamente.

– No podía creer que hubiera tanta gente. Había una multitud, y todo iba muy rápido. Fue un poco difícil aprender a usar la caja registradora, pero al final de la mañana, ya sabía más o menos lo que estaba haciendo.

Había conseguido superarlo, y eso era lo importante. Cada desafío la fortalecía más y más.

– Me han dicho que te dio una especie de ataque -dijo Nicole, con más curiosidad que preocupación-. ¿Estás tomando alguna medicación?

Claire se ruborizó.

– No. Tuve un ataque de pánico, pero lo controlé.

– No esperes un premio por ayudar -murmuró Nicole.

El azoramiento de Claire se convirtió en enfado.

– ¿Es que he pedido un premio? ¿Te he pedido algo? Lo que recuerdo es que Jesse me llamó para pedirme que viniera a casa porque necesitabas ayuda. Lo dejé todo y vine al día siguiente, e hice exactamente eso, cuidar de ti. Te he traído la comida, te he ayudado a ir al baño, te he conseguido todo lo que me has pedido, he ayudado en la panadería y, a cambio, tú sólo has sido mala y sarcástica. ¿Qué te pasa?

Nicole dejó el tenedor en la bandeja.

– ¿A mí? Tú eres la que lo echaste todo a perder. ¿Crees que debería estar agradecida porque la princesa se haya rebajado por fin a venir al mundo de los campesinos durante unos días? ¿Es que crees que con eso puedes compensar algo?

– Todo eso son etiquetas tuyas, no mías -replicó Claire-. Y en cuanto a lo de venir aquí por fin, llevo años intentando ponerme en contacto contigo. He mandado cartas y correos electrónicos. He dejado mensajes de teléfono. Tú nunca me contestaste. Nunca. Te pedí que me acompañaras en una gira, te pedí que me invitaras a casa. La respuesta fue siempre la misma. No. O, más bien, vete al infierno.

– ¿Y por qué iba a querer estar contigo? Tú eres una princesa egoísta y mataste a nuestra madre.

«Y te odio».

Nicole no lo dijo, pero no era necesario.

Claire miró a su hermana durante unos largos segundos, sin saber de qué acusación debía defenderse primero.

– Tú no me conoces. No has estado conmigo en veinte años.

– ¿Y de quién es la culpa?

– Mía no -dijo Claire, y tomó aire-. Yo no la maté. Íbamos las dos en el coche. Era tarde y llovía y, de repente, un coche salió de la nada. Nos golpeó por su lado y quedamos atrapadas; ella estaba agonizando y yo no pude hacer nada.

Claire cerró los ojos para protegerse de la pesadilla de aquellos recuerdos. El frío de aquella noche, las gotas de lluvia golpeando el coche y los gemidos de dolor de su madre mientras moría.

– Yo también la perdí -dijo Claire, mirando a Nicole-. Era todo lo que tenía, y la perdí.

– ¿Y te crees que me importa? -gritó Nicole-. ¡Pues no! Ella se fue por tu culpa, y también era todo lo que yo tenía. Se marchó, y yo tuve que ocuparme de todo. Tenía doce años cuando supe que mi madre prefería estar contigo que conmigo, con Jesse o con papá. Ella se fue y yo tuve que hacerlo todo. Cuidar de Jesse y de la casa, y ocuparme de la panadería. Y luego se murió. ¿Sabes cómo fueron las cosas después? ¿Lo sabes?

Claire recordó el funeral. Había tenido que quedarse junto a Lisa en vez de ir con su familia, porque eran unos extraños para ella. Quería llorar, pero ya no tenía más lágrimas.

Recordó que quería estar con Nicole, su hermana. Cómo había deseado que su padre dijera que era el momento de que volviera a casa, de que se quedara en casa. En vez de eso, Lisa le había explicado el programa de Claire y le había dado las fechas de sus conciertos, y le había dicho que la chica era lo suficientemente madura como para llevar su vida sin un tutor ni una acompañante a su lado. Su padre estuvo de acuerdo.

Jesse, que tenía diez años, era una extraña para ella, y Nicole estaba enfadada, distante. Y así seguía.

– Vuelve a tu vida maravillosa -le dijo su hermana en aquel momento-. Vuelve a tocar el piano, vuelve a tus hoteles. Vuelve a ese sitio donde no tienes que ganarte todo lo que posees. No quiero que estés aquí, nunca he querido. ¿Sabes por qué?

Claire se mantuvo en su sitio, con el presentimiento de que su hermana tenía que decirlo, y de que ella tenía que soportarlo.

A Nicole le brillaban los ojos de rabia.

– Porque todas las noches después de que mamá muriera, rezaba para que Dios diera marcha atrás en el tiempo y te llevara a ti en vez de a ella. Todavía lo deseo.


Claire se sentó en la cama de la habitación de invitados y dejó que fluyeran las lágrimas. Le caían por las mejillas, una tras otra, brotando de la enorme herida que tenía por dentro.

Sabía que Nicole estaba furiosa y resentida, pero nunca hubiera pensado que quería verla muerta. Había vuelto a casa para nada. Nadie la quería, y no tenía otro sitio adonde ir.

Se tapó la cara con las manos y lloró durante un rato más. Después se dio cuenta de que no podía compadecerse a sí misma para siempre. Sin embargo, quizá el resto de la noche sí fuera aceptable.

Se puso en pie y fue al baño. Se lavó la cara, se puso una camiseta y se metió en la cama. Sabía que no iba a dormir, pero, al menos, acurrucada podía lloriquear mejor.

Encendió la pequeña televisión que había sobre la cómoda y cambió los canales. Mientras las imágenes se sucedían ante ella, se preguntó si Nicole y ella conseguirían hacer las paces y dejar atrás el pasado, o si estaban destinadas a ser unas extrañas para el resto de su vida. Ella no iba a rendirse, pero sólo era la mitad de la ecuación.

¿Y Jesse? Claire pensó en la conversación que habían mantenido aquella mañana. ¿Cómo podía su hermana pequeña haber traicionado así la confianza de Nicole? ¿Se había acostado de verdad con Drew?, ¿no cabía la posibilidad de que todo hubiera sido un malentendido? De lo contrario, reconciliar a sus dos hermanas iba a ser casi imposible. Aunque ella tampoco estaba haciendo grandes progresos, en realidad.

Claire cerró los ojos. Notó que se estaba quedando dormida, y se alegró. Sin embargo, unos segundos después, o quizá dos horas después, oyó un crujido en la escalera. Se despertó y volvió a oírlo.

Eran pasos. Rodó por la cama y se sentó. Nicole no podía bajar las escaleras, y Jesse era demasiado delgada como para hacer tanto ruido. Se le cruzó por la cabeza la posibilidad de que fuera Wyatt, pero los pasos eran demasiado sigilosos…, como si la persona que estaba subiendo intentara no hacer ruido.

Claire se levantó de la cama y se acercó de puntillas a la puerta. Abrió una rendija y miró hacia fuera. Había un hombre en el descansillo, mirando hacia la puerta de Nicole.

Era sólo unos centímetros más alto que ella, y no muy corpulento. Instintivamente, miró a su alrededor en busca de un arma. Lo único que vio fue un par de zapatos de tacón. Tomó uno y salió en silencio al pasillo.

El hombre se acercó a la habitación de Nicole y abrió la puerta. Claire no se paró a pensar. Se lanzó a la carga, saltó a su espalda y lo golpeó con el tacón del zapato. El tipo chilló y cayó de bruces en la habitación de Nicole, gritando que lo soltara.

– Llama a la policía -gritó Claire mientras el tipo y ella caían al suelo.

Se preparó para el impacto. Por fortuna, él fue quien se golpeó contra el suelo, y ella aterrizó sobre su espalda. Mientras él todavía estaba intentando recuperar la respiración, ella tiró el zapato, le agarró la muñeca derecha con ambas manos y le retorció el brazo, colocándoselo entre los omóplatos. Él gritó de dolor. Al mismo tiempo, ella le plantó el pie en la nuca y apretó todo lo que pudo.

El hombre soltó un juramento.

– Estoy sangrando. Por Dios, Nicole, ¿qué demonios está pasando aquí?

– Llama a la policía -repitió Claire-. No voy a poder sujetarlo mucho más.

Nicole se incorporó y se quedó mirándolos fijamente.

– Claire, tengo que decir que me has impresionado. ¿Cuándo has aprendido a hacer eso?

Ella sintió que se le agotaban las fuerzas.

– Tomé clases de artes marciales durante dos años, cuando no estaba en temporada de conciertos. Además, he visto trabajar a mis guardaespaldas.

– ¿Tienes guardaespaldas?

– No todo el tiempo. En Nueva York no, pero a veces, en Europa sí. Los admiradores pueden llegar a ser agresivos.

– ¡Nicole!

El grito provenía del tipo. Claire lo miró, y después miró a su hermana.

– ¿Te conoce?

– Parece que sí. Puedes soltarlo. Es Drew, mi marido.

Su…

– ¿Qué? -Claire le soltó la muñeca al tipo y le quitó el pie de la nuca-. ¿Drew? ¿El desgraciado que se acostó con la hermana de su esposa?

El hombre en cuestión se levantó lentamente y la fulminó con la mirada.

– ¿Y quién demonios eres tú?

Era bastante guapo, pensó Claire distraídamente, si no se tomaba en cuenta el corte profundo y sangrante que tenía en la mejilla. Recogió su zapato del suelo.

– Me voy a mi habitación. Si me necesitas, avísame.

– Gracias -dijo Nicole.

– De nada.

Claire dejó abierta la puerta del dormitorio de su hermana y se retiró a la habitación de invitados. Mientras se acostaba, oyó la pregunta de Drew otra vez.

– ¿Quién demonios es?

Sin embargo, no pudo oír la respuesta de su hermana.

Se sentía orgullosa de sí misma, poderosa. Sonrió. Lo había hecho bien. Quizá debiera comenzar a hacer pesas, y fortalecerse. Quizá debiera comenzar a tomar clases de artes marciales otra vez. Podía convertirse en una peligrosa máquina de matar. Se miró las uñas, largas y astilladas, pertenecientes a las manos de monstruo que debía proteger a toda costa. Quizá no.

Volvió a fijarse en la televisión, cuando lo que de verdad quería era escuchar a través de la puerta. Sin embargo, sería una grosería. Hizo lo posible por interesarse en un programa, pero a los pocos minutos, Drew comenzó a gritar.

– ¡Te equivocas!

– ¿Cómo que me equivoco? -preguntó Nicole, en voz tan alta como Drew-. ¿Me estás diciendo que os caísteis en la alfombra y terminasteis haciéndolo? Es mi hermana, desgraciado. Mi hermana pequeña. Si tenías que hacer algo así, podías haber elegido otra que no fuera de la familia.

– Mira, sé que tiene mal aspecto, pero no es lo que tú piensas.

– No te va a servir decirme que no significa nada.

– No voy a decir eso. Es sólo que quiero que sepas lo mucho que siento que esto te esté haciendo tanto daño.

Claire le quitó el volumen a la televisión y se acercó de puntillas a la puerta. Como no oía nada, la abrió un poco.

– No quería hacerte daño -dijo Drew.

Claire frunció el ceño. No sabía mucho de hombres y mujeres, y de las complicaciones de una relación, pero le parecía que Drew se estaba disculpando por algo equivocado. El problema no era que le hubiera hecho daño a Nicole, el problema era que se había acostado con su hermana pequeña.

Parecía que Nicole pensaba lo mismo que ella. Se oyó un ruido fuerte, y después gritó:

– ¡Vete de aquí, desgraciado! ¡Lárgate!

Claire abrió la puerta. Si era necesario, estaba dispuesta a escoltar a Drew a la calle. Se preguntó cómo habría entrado, si todavía tenía una llave. Tendría que hablar con Nicole para cambiar la cerradura. Antes de que pudiera decidir si intervenía, oyó más pasos en la escalera. ¿Quién era?

Wyatt no podía creer que Drew hubiera sido tan tonto como para presentarse allí. Había algunas relaciones que no podían arreglarse, y su matrimonio con Nicole era una de ellas. No había arreglo posible para el hecho de haberse acostado con Jesse. No sabía si Drew era demasiado optimista o demasiado tonto como para darse cuenta por sí mismo.

Subió la escalera. Una vez arriba, se detuvo en seco al ver a Claire. Estaba hablando. Al menos, eso le pareció a él. Movía los labios, y seguramente emitía sonidos, pero Wyatt no podía oírlos. Todas las células de su cuerpo estaban concentradas en mirarla, vestida tan sólo con una camiseta y, Wyatt juró y rezó al mismo tiempo, nada más.

No llevaba maquillaje y tenía el pelo suelto por la espalda, largo y liso. La camiseta apenas le llegaba a la parte superior de los muslos, y él estaba dispuesto a apostar todo el dinero que tenía a que no llevaba sujetador.

– Apareció de repente. Yo no sabía quién era, así que salté sobre él. No creo que el corte sea muy profundo. No me importa mucho él, pero alguien debería mirarlo, por si acaso. Las heridas pueden infectarse.

Wyatt no tenía ni idea de a qué se refería.

Ella dio un paso hacia él. Efectivamente, no llevaba sujetador. Y peor todavía, Wyatt veía perfectamente el contorno de sus pezones bajo el suave algodón.

Braguitas, pensó, tenía que llevar braguitas. Eso ya era algo, ¿no?

No lo suficiente, porque se la imaginó vestida con tan sólo seda y encaje, y nada más. Se frotó el hueso de la nariz. ¿Por qué ella?, era todo lo que quería saber. Ya había aceptado que tenía un gusto lamentable en cuanto a mujeres se refería, pero ¿por qué ella, por qué no alguien razonablemente inteligente y considerado? O una persona normal, no la princesa de hielo.

La rodeó y entró en la habitación de Nicole. Sin mirar siquiera a su hermanastro, preguntó:

– ¿Estás bien?

Nicole negó con la cabeza.

– Sácalo de aquí.

– Claro -dijo Wyatt, y miró a Drew-. No deberías haber venido. Tú… -entonces se dio cuenta de que su hermanastro tenía una herida en la mejilla-. ¿Qué ha pasado?

– Claire lo ha atacado -dijo Nicole, y entre un sollozo y una carcajada, continuó-: Ha sido impresionante, la verdad. Se abalanzó sobre él por la espalda y comenzó a golpearlo con un zapato. Los dos cayeron al suelo, y entonces ella le hizo una especie de llave y lo inmovilizó poniéndole el pie en la nuca. Me parece que dan unas clases muy interesantes en el conservatorio.

¿Claire había atacado a Drew para proteger a su hermana? Quién lo hubiera pensado.

– Me pilló por sorpresa -dijo Drew para defenderse-. He tomado unas copas, no tengo los reflejos muy rápidos en este momento.

Wyatt no pudo reprimir la sonrisa.

– ¿Te has dejado tumbar por una chica?

– Cállate.

– No. Dudo que Claire pese más de sesenta kilos. Vaya, Drew, eso sí que es vergonzoso -dijo Wyatt, y tomó a su hermano del brazo-. Vamos, te llevo a casa. Así dormirás la mona.

Drew se zafó.

– No me voy a marchar, ésta es mi casa, con Nicole. La quiero.

– Pues tienes una manera muy rara de demostrarlo -murmuró Wyatt-. Vamos, no me obligues a pedirle a Claire que te pegue otra vez.

– Déjame en paz. Por lo menos, yo estaba dispuesto a luchar por mi mujer.

Wyatt hizo caso omiso del ataque. No merecía la pena haber luchado por Shanna.

– Si no hubieras sido infiel, para empezar, no habrías tenido que luchar.

Drew lo fulminó con la mirada y después salió al pasillo. Wyatt lo observó para asegurarse de que no iba hacia la habitación de Claire, y después se volvió hacia Nicole.

– ¿Estás bien? Uno de sus amigos me contó que ha bebido mucho hoy, y que le estuvo diciendo que te echa mucho de menos. Pensé que sólo era parloteo de borracho, pero cuando fui a casa de Drew para comprobar si había llegado sano y salvo, no estaba allí. Pasé por aquí y vi su camioneta aparcada delante de la casa.

Nicole se hundió contra la almohada.

– Estoy bien. Es idiota, y ni siquiera se ha disculpado por lo que hizo. Lamenta que lo pillara con las manos en la masa, pero no creo que le importe haberse acostado con Jesse -dijo con los ojos llenos de lágrimas-. No puedo creerme que haya sucedido.

Wyatt se sentó a su lado.

– Lo sé. Drew es un idiota de verdad.

Ella asintió.

– Ya no lo quiero, no puedo… Pero me hace daño de todos modos -dijo, y se secó la cara con un pañuelo de papel-. Gracias por acercarte.

– Parece que la situación estaba bajo control.

Nicole sonrió.

– Claire me ha dejado impresionada.

– Drew va a sentirse humillado durante varios días. Eso merece la pena.

– Sí.

Wyatt le dio un golpecito en el brazo, y después se levantó.

– Voy a llevarlo a casa.

– De acuerdo.

– Nos vemos mañana.

Se preparó para ver de nuevo a Claire. Estaba en el pasillo, vacilante, completamente sexy y prácticamente desnuda. Seguramente, era una de esas mujeres que decían que no sabían lo que podían hacerle a un hombre paseándose medio desnudas.

Wyatt odiaba sentir tanto deseo por ella. No era la mujer adecuada, aunque él tampoco fuera el hombre perfecto.

Claire miró a Wyatt y después a su hermana, desde el pasillo. Ojalá Nicole y ella se hablaran, para poder consolarla y quizá mejorar un poco aquella situación.

– Necesito hablar contigo -dijo él. Parecía como si estuviera enfadado.

Claire irguió los hombros.

– No lamento haber herido a Drew.

– Yo tampoco lo lamento.

– Ah, de acuerdo. Creía que estabas enfadado conmigo o algo así.

– No.

Wyatt tenía la mirada fija en un punto por encima de su cabeza. Claire giró la cabeza hacia atrás, pero no vio lo que había captado su atención.

– Se trata de Amy -dijo él-, mi hija.

Ella se cruzó de brazos.

– Sé quién es Amy.

– Nicole la cuida un par de veces a la semana, después del colegio, hasta que yo salgo de trabajar. Pero ahora Nicole está convaleciente y no puede. Trabajo en la construcción, así que Amy no siempre puede estar conmigo. Las obras no son lugares seguros.

Claire no sabía de qué le estaba hablando. Quizá quería que ella llevara a Amy con su nueva niñera en coche.

– Tú le caes bien -dijo, bastante molesto por aquello-. ¿Estarías dispuesta a cuidarla? No será mucho tiempo. Una semana, nada más. Te pagaré.

Claire pestañeó. ¿Ella le caía bien a Amy? Sintió una calidez muy agradable.

– ¿De veras? ¿Amy ha dicho que quiere que yo sea su niñera?

– Imagínate -gruñó él.

¡Le caía bien a Amy! Claire tuvo ganas de ponerse a bailar. Por fin a alguien le gustaba su compañía.

– Ella también me cae muy bien a mí -dijo a Wyatt-. Por supuesto que la cuidaré. Encantada. Dime cuándo y dónde, y allí estaré. Y no tienes que pagarme. Me alegro de poder ayudar.

– No le des más importancia de la que tiene.

– No.

– Estás sonriendo. Es raro.

– Es porque estoy contenta. Así podré aprender el lenguaje de los signos.

– No hay nada por lo que estar contenta. Es una niña, tú la cuidas. Fin de la historia.

Quizá, pero para ella era la primera cosa positiva que le ocurría desde que había llegado a Seattle.

– ¿Empiezo mañana? -preguntó.

Él suspiró.

– Voy a lamentarlo, ¿verdad?

– Claro que no. Gracias, Wyatt.

Él gruñó algo y se marchó. Claire volvió a su dormitorio y se tendió en la cama.

Aquello era una buena señal. Las cosas iban a cambiar, todo iba a salir bien.

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