Siete

Wyatt entró en la casa. Era más tarde de lo que esperaba; había pasado las dos últimas horas explicando por qué no se podía añadir una ventana nueva a una casa en aquella fase de la construcción, y estaba cansado y enfadado. Lo último que quería era ver a Claire. Aunque le agradecía mucho la ayuda que le estaba prestando con Amy, verla significaba desearla.

No entendía por qué se sentía tan atraído por ella, pero ahí estaba: la molesta necesidad de seducirla cuando estaban juntos y el hecho de pasar demasiado tiempo fantaseando con ella desnuda, húmeda y suplicante cuando no lo estaban. Era peor que ser adolescente de nuevo. En aquellos tiempos, su deseo era vago, debido a la falta de experiencia. En cambio, ahora que era adulto, era más específico en lo que deseaba, y podía imaginárselo con detalles muy precisos.

Entró al salón y vio a Claire sentada con Amy en el sofá. Claire le hizo un signo y Amy se echó a reír, y después negó con la cabeza. Claire le gesticuló la palabra «mutante». Amy se rió de nuevo. Después levantó la cabeza y lo vio.

Se puso en pie de un salto y corrió hacia él. Él la tomó en brazos y la levantó por el aire.

– Hey, nena -dijo-. ¿Cómo está la mejor parte de mi día?

Se abrazaron. Después la puso en el suelo y ella comenzó a hacerle signos frenéticamente. Él la observó con atención para seguir la conversación.

– ¿Que te han puesto un sobresaliente en el examen de matemáticas? Bien hecho. Sí. Me parece bien comer tacos. ¿Al centro comercial? -Wyatt miró a Claire, y después a su hija de nuevo-. Sí, ya hablaremos sobre los vaqueros nuevos.

Él le hacía gestos mientras hablaba, observando el brillo de los ojos de Amy, satisfecho y agradecido por que fuera tan normal, tan feliz. Al principio había sentido terror por ser padre soltero, estaba seguro de que lo iba a estropear todo. Sin embargo, quizá no.

Siguió mirando a Amy mientras ésta le hablaba de una carne asada y de unos libros de cocina, y de que Nicole se había levantado y estaba ya sentada, y después, Amy se marchó corriendo a decirle a Nicole que Wyatt había llegado. Así pues, él se quedó a solas con Claire, y tuvo que hablarle.

– Gracias por cuidarla -dijo.

Claire sonrió.

– Es estupenda. Lo hemos pasado muy bien. Es muy divertido estar con ella, porque es dulce y tiene muy buen carácter. Y mucha paciencia con mis espantosos signos.

Claire movía la cabeza mientras hablaba. Tenía el pelo, largo y rubio, suelto por los hombros, y la luz se reflejaba en él. Wyatt tuvo ganas de hundir las manos entre aquel pelo, de sentir los mechones sedosos contra la piel mientras ella se inclinaba hacia él y lo recibía en la boca… Juró en silencio y apartó aquella imagen erótica de su cabeza.

– Estás mejorando mucho con el lenguaje de signos -dijo, con la esperanza de que ella no notara su repentina erección. Dio un par de pasos a la izquierda para esconderse parcialmente detrás del respaldo de una silla-. ¿Qué es mutante?

– Oh -dijo ella. Miró al suelo, y luego a él-. Estábamos hablando de mis manos. Son muy grandes, y tengo los dedos muy largos. Son unas manos insólitas, en realidad. Sin embargo, son buenas para tocar el piano. Tengo un gran alcance. Hace años, algunos pianistas famosos llegaban a cortarse los tendones que hay entre los dedos para tener más alcance.

– No hay nada que merezca eso.

– Te asombraría lo que están dispuestas a hacer algunas personas para ser los mejores. Éste es un negocio muy serio, con muchas cosas en juego.

Era sólo tocar el piano, pensó Wyatt. ¿Hasta qué punto podía ser serio?

– He comprado un libro de cocina -dijo Claire, cambiando de tema-. Mi primera carne asada está en el horno. No sé cocinar, así que es un gran día para mí. Me resultó un poco difícil entender el horno.

– Cocinar no es tan difícil. Aprenderás.

– ¿Tú cocinas? ¿Usas el horno?

La excitación de Wyatt había disminuido, así que rodeó la silla y se sentó en ella.

– Hago unos brownies muy malos. Las galletas me salen mejor, porque la receta está en la bolsa de los ingredientes. Y sé hacer algún bizcocho, aunque normalmente se los encargo a la panadería a Nicole. Nunca he intentado hacer una tarta.

– Impresionante -dijo ella-. Un hombre del Renacimiento.

– Padre soltero. Shanna se marchó cuando Amy tenía sólo tres meses.

– ¿Cómo pudo hacer eso tu mujer? -preguntó Claire con expresión de desconcierto-. ¿Cómo pudo dejar a su hija? Un bebé es un milagro, y Amy es maravillosa.

– Fue Shanna la que decidió marcharse -dijo él, sin intentar disimular su ira. Él nunca la había echado de menos, pero Amy necesitaba a su madre-. No viene nunca de visita. Amy lo tolera bien -añadió, porque no le quedaba otro remedio.

– Lo siento -dijo Claire-. Ella es la que sale perdiendo. Amy es estupenda. No puedo creer lo bien que habla.

– Va a una escuela especial para niños sordos. Además del lenguaje de signos, les enseñan a hablar y a leer los labios. Al principio fue difícil para ella, pero se está acostumbrando. Sin embargo, hay controversia en la comunidad de sordos sobre esa práctica.

– ¿Sobre la lectura de los labios?

– Y sobre el habla. Gran parte de la comunidad cree que tienen una cultura viable que debería ser respetada. Que no son discapacitados, sino sólo distintos, y que no tienen por qué aprender a comunicarse como la gente que oye. Pero a mí me preocupa cómo será la vida de Amy cuando crezca. Toda su familia puede oír, así que tendrá que encajar en ella de algún modo. Quiero facilitárselo todo lo posible. Por eso quiero que aprenda a hablar, para que la gente que no es sorda pueda entenderla.

Wyatt se quedó callado.

– Lo siento. Me he dejado llevar.

– No te disculpes. Es tu hija. Es normal que te importe tanto, y a mí me resulta muy interesante. Gracias por confiármela.

– Yo soy el que tiene que darte las gracias.

Se quedaron mirándose el uno al otro, y la habitación se llenó de tensión. El deseo volvió y con él, el malhumor de Wyatt. En vez de exponerse a otra erección, o a darle una mala contestación a alguien que no se lo merecía, se puso en pie.

– Voy por Amy para llevarla a casa.

– Yo la avisaré.

Él vio cómo Claire salía de la habitación.

Se movía con pasos ligeros y elegantes, pensó, y después tuvo ganas de darse un bofetón. Le había dado fuerte. Muy fuerte. Y tenía que encontrar el modo de superarlo, de olvidarse de ella. Quizá no fuera tan espantosa como había pensado al principio, pero no había ninguna posibilidad de que tuviera una relación con ella. Era una complicación que no podía permitirse, aunque deseara desesperadamente a Claire.


Nicole se movió en la silla. Sentarse era el paso siguiente en el proceso de su recuperación. Hasta el momento estaba haciendo progresos; cada vez tenía menos dolores y sentía menos cansancio, y el médico le había quitado los puntos el día anterior. Debería estar contenta.

Y sin embargo, se sentía inquieta. No le gustaba que la panadería marchara tan bien. Lógicamente, su negocio podía sobrevivir un par de semanas sin ella, pero emocionalmente, detestaba que no se hubiera venido abajo.

El teléfono sonó y ella respondió la llamada.

– ¿Sí?

– Soy yo.

Nicole reconoció la voz de Jesse y colgó. El teléfono sonó de nuevo. Nicole descolgó.

– Vete al infierno -dijo.

– Espera. Tienes que hablar conmigo.

– No.

Jesse se echó a llorar.

– Quiero saber cómo estás.

A Nicole no le conmovieron sus lágrimas. Jesse era capaz de llorar como un grifo cuando le convenía.

– Me estoy recuperando de la operación, si es lo que me estás preguntando. Claro que superar que mi marido y mi hermana me destrozaran el corazón va a ser más difícil, así que no puedo darte novedades al respecto.

Jesse se estremeció.

– Todavía estás enfadada.

– Eh, sí. Todavía no he superado el hecho de que, después de haberte cuidado y apoyado, después de haber hecho todo lo posible por que tu vida fuera mejor, tú todavía quisieras apuñalarme por la espalda. Te concedo que has hecho un buen trabajo.

– Me odias -sollozó Jesse.

– Con todo mi corazón -respondió Nicole, y colgó.

El corazón le retumbaba en el pecho, y tenía dolor por todo el cuerpo.

Odiaba aquella situación. Odiaba lo que le habían hecho Jesse y Drew, odiaba su cuerpo por haber fallado, y se odiaba a sí misma por seguir sintiendo algo por su hermana pequeña.

Nicole volvió a mirar su libro. No estaba leyendo, en realidad, pero estaba decidida a fingir que lo hacía. Era mejor que afrontar el desastre emocional de su vida.

La casa estaba en silencio, y ella estaba sola. Aquella soledad la abrumó, le cortó el aliento. Cerró los ojos para protegerse del dolor, pero no pudo impedir que las lágrimas se derramaran por sus mejillas.


Claire aparcó frente a casa de Wyatt. Al ver el edificio de dos plantas, con grandes ventanas y un porche que recorría todo el perímetro, intentó convencerse de que estaba impaciente por pasar un rato con Amy, y nada más. Que las sensaciones extrañas que experimentaba no tenían relación con el hecho de ver a Wyatt.

Éste la había llamado una hora antes y le había preguntado si podía cuidar de Amy mientras él acudía a una reunión imprevista. Ella le había dicho que sí, y después, con sorpresa, se había dado cuenta de que estaba deseando verlo.

Mientras cerraba el coche y caminaba hacia la casa, no estaba segura de lo que tenía en la cabeza. Sí, era guapo y viril, y a ella le gustaba cómo se portaba con su hija y cómo había superado los prejuicios hacia su persona, basados en todo lo que Nicole le había contado. Sin embargo, había algo más. Algo que…

La puerta de la casa se abrió y Wyatt se apartó para cederle el paso.

– Has sido muy rápida -le dijo-. Muchas gracias por venir. Habría llevado a Amy a casa de Nicole, pero es la hora de dormir y no quería alterar sus hábitos en día de colegio. Tengo un cliente que me está volviendo loco. Le diría que me olvidara, pero acepté el trabajo, así que tengo que hacerlo bien. La maldita ética, me causa problemas a menudo.

Mientras hablaba, sonreía. Había una chispa de buen humor en sus ojos castaños. Ella se quedó mirándolos como si pudiera… ¿qué? ¿Perderse en ellos? ¿No era raro?

– Ya ha cenado y ha terminado los deberes, así que deja que vea un poco la televisión, unos treinta minutos más. Después, que se prepare para acostarse. Ella misma se pondrá el pijama y se lavará los dientes. Quizá pudieras leer un cuento con ella, si no es demasiada molestia.

– Encantada -dijo Claire con sinceridad. Estar con Amy era muy fácil. Ella siempre había querido tener hijos, y estar con la hija de Wyatt la ayudaba a llenar aquella parte vacía de sí misma.

– Estupendo. Gracias. Estoy en deuda contigo.

Él sonreía de nuevo. ¿Siempre había sido tan alto? Era mucho más alto que ella, y tenía muchos más músculos que la mayoría de hombres a los que ella conocía. También vestía de una manera distinta; llevaba pantalones vaqueros y una camisa de algodón, en vez de traje y corbata de seda.

– ¿Claire?

– ¿Mmm?

– ¿Estás bien?

Ella pestañeó y apartó la mirada.

– Lo siento, estaba pensando en otra cosa. Estoy bien. Ve a la reunión, yo me ocuparé de Amy.

– Gracias.

Él le tocó el brazo. No fue nada, sólo un roce de los dedos. Sin embargo, ella sintió una descarga desde el punto de contacto hasta los dedos de los pies. Tuvo ganas de apoyarse en él y… y…

Wyatt ya se había marchado, antes de que ella pudiera averiguar lo que quería. ¿Un beso? ¿Cómo sería besarse con él? Seguramente, era de los hombres a los que les gustaba llevar las riendas, lo cual estaba muy bien. Ella no tenía una amplia experiencia, precisamente, y alguien tenía que saber lo que estaban haciendo. Mejor él que ella.

Oyó pasos y se dio la vuelta hacia el vestíbulo. Vio a Amy corriendo hacia ella.

– ¡Hola! -dijo, y se preparó para el impacto mientras Amy se arrojaba a sus brazos.

– Has venido -dijo Amy, mirándola con una sonrisa-. Me alegro.

– Yo también. Tu padre ha dejado instrucciones.

Amy arrugó la nariz.

Claire se rió.

– Eh, no están tan mal. Puedes ver la televisión hasta que llegue la hora de acostarte. Y luego podemos leer un cuento juntas. A mí me parece divertido.

Amy respondió:

– De acuerdo. ¿Quieres ver mi habitación?

– Claro.

La niña la tomó de la mano y la llevó por la casa.

Claire tuvo una primera impresión de unas estancias grandes, llenas de luz. El suelo era de madera. Vio un comedor, un despacho, una cocina enorme, un aseo de visitas y una habitación de lectura y cine con más equipos electrónicos de los que ella hubiera visto en un teatro.

Había una escalera curva que subía al segundo piso. La habitación de Amy era la primera a la izquierda. Era un dormitorio abierto, espacioso, con un asiento en el alféizar de la ventana y una cama cubierta de almohadones y muñecos de peluche, un escritorio tamaño infantil y una gran estantería.

Las paredes eran de color violeta, y la colcha tenía un estampado de flores en varios tonos de morado. Había una gran alfombra morada a los pies de la cama.

Claire giró lentamente.

– Mmm. Me pregunto cuál es tu color favorito.

Amy se echó a reír; la tomó de la mano y la llevó hasta la ventana.

Allí, le enseñó sus muñecos favoritos, sus osos de peluche, varios juegos de mesa y una docena de libros. Después, Amy abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó una fotografía enmarcada.

– Mi madre -dijo, y se la tendió a Claire.

Claire no tenía muchas ganas de ver a la ex señora Knight, pero no sabía cómo decírselo amablemente a la niña. Así pues, tomó la foto y se preparó para ver a alguien extraordinario.

Shanna Knight era muy bella. Una rubia despampanante, con el pelo corto y una sonrisa que podría anunciar pasta dentífrica. Tenía unos rasgos muy bonitos, una boca perfecta y un brillo pícaro en los ojos. No era de extrañar que Wyatt se hubiera enamorado de ella. Pero ¿por qué la había dejado escapar?

– Es muy guapa -dijo Claire.

Amy tomó la fotografía.

– Está en Tailandia.

– ¿Y qué hace allí?

Amy se encogió de hombros.

– No lo sé. Se marchó cuando yo era un bebé. Papá dice que no es porque yo sea sorda, pero a lo mejor sí.

Amy hablaba y hacía signos a la vez, así que Claire no estaba segura de haber entendido todo lo que le había dicho la niña, aunque sí la mayoría. ¿Qué podía decir? ¿Que no pasaba nada? No era cierto. Ella no entendía cómo alguien podía abandonar a su marido y a su hija recién nacida, pero eso era lo que había sucedido. Aunque Shanna y Wyatt hubieran llegado a odiarse, ¿no quería ella seguir estando cerca de su hija?

Era una situación triste. Las familias no deberían separarse. Claire lo sabía por experiencia.

– Nicole me contó que su madre murió -dijo Amy-. ¿Era tu madre también?

Claire asintió.

– Nicole y yo somos mellizas.

– Yo también quiero tener una hermana melliza -dijo Amy con una sonrisa. Sin embargo, después se puso seria-. O tener un hermano o una hermana.

Claire se preguntó si Wyatt estaba saliendo con alguien. Al pensar en otra mujer, se irritó instantáneamente.

– Puede que tu padre vuelva a casarse.

Amy frunció el ceño.

– No creo. Papá no tiene novias. Aunque tú podrías salir con él.

Claire abrió la boca, pero volvió a cerrarla.

– ¿Te cae bien mi padre?

– Eh… sí… es muy simpático.

Se sintió aliviada porque, aparentemente, había dado la respuesta correcta. Amy metió la fotografía de la bella Shanna de nuevo en el cajón de la mesilla y después tomó a Claire de la mano.

– Ven -le dijo por signos.

Claire la siguió al piso de abajo, a un enorme salón lleno de ventanales. Sin embargo, lo que captó su atención no fue la vista ni la bonita decoración de la sala. Lo que le aceleró el corazón fue el piano negro que había en la esquina.

Amy hizo un signo con el que posiblemente le estaba pidiendo que tocara. Claire no respondió. Se acercó al piano, mirándolo con miedo y anhelo a la vez.

Llevaba sin tocar casi cuatro semanas. No había vuelto a hacerlo desde aquella actuación desastrosa, al final de la cual había sufrido un ataque de pánico. El mundo había quedado reducido al miedo, y a cierta sospecha de que había perdido para siempre el talento que pudiera tener.

Acarició la suave superficie de la tapa. Incluso sin tocar el teclado podía imaginarse la música. El sonido llenaría la habitación y se extendería por el resto de la casa. Crecería, flotaría y lo rodearía todo hasta que estuviera dentro de ella, haciendo que la sangre le corriera con fuerza en las venas. Ansiaba oír los sonidos, respirar la música.

Amy le dio un empujoncito hacia el banco, y después puso ambas manos sobre el piano.

– Toca -le pidió.

Claire dio otro paso hacia el instrumento. Inmediatamente, tuvo dificultad para respirar. Tenía tal presión en el pecho que pensaba que iba a sufrir un ataque al corazón. Iba a morir allí, en el salón de Wyatt, e iba a dejar traumatizada de por vida a su hija. No podía hacer eso. Debería marcharse.

En vez de hacerlo, se obligó a sentarse, abrir la tapa y mirar las teclas.

Tenía la respiración entrecortada y, por mucho que inspirara, no podía llenarse los pulmones. Estaba temblando. Sin querer, recordó las miradas de horror y decepción del público aquel día. Habían emitido un comunicado diciendo que se había desmayado por exceso de trabajo. No que tenía miedo, no que se había vuelto loca.

Porque ella sabía que el pánico estaba en su cabeza, que ella misma se lo estaba provocando. Si no podía arreglar aquello, ¿se había vuelto loca de verdad?

– Toca -le pidió Amy de nuevo.

Claire asintió lentamente. Ignoró el miedo y la presión del pecho, ignoró el temblor de sus manos y puso los dedos en el teclado.

«Algo fácil», pensó. «Algo de niños».

Comenzó a tocar una canción de cuna de Bach. La melodía fluyó de sus manos con una facilidad que la dejó asombrada. Recordaba todas las notas, y no titubeó. La música llenó la habitación. Amy se quedó con los ojos cerrados, apretando las manos con fuerza contra el piano.

A Claire se le llenaron los ojos de lágrimas. Lo había echado de menos. Había echado de menos tocar. Aunque lo odiara más que a ninguna otra cosa, el piano era parte de ella.

Tocó y tocó, perdiéndose en el sonido, segura, con un único espectador: una niña que sólo podía sentir la música y que no podía oír ni una sola nota.

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