Estuvieron más serios durante el resto del día. Tanto que casi se evitaban el uno al otro. Hamish se dedicó a catalogar algunos muebles, pero no tenía mucho sentido catalogar candelabros de plástico. Susie se dedicó a guardar cosas en las maletas, pero no ponía el corazón en ello.
Se encontraron para cenar.
– Sopa de tomate y tostadas -le informó ella.
Y Hamish no discutió. Tomó la sopa con tostadas y después, cuando Susie se fue a la cama, tomó más tostadas. Al día siguiente iría al pueblo para comprar provisiones o acabaría muerto de hambre. Entonces recordó que al día siguiente era el día de la feria. Angustiado, decidió que no tenía más apetito. De modo que volvió a su habitación y se quedó mirando al techo.
Jodie le había dicho que aquéllas serían unas vacaciones, pero ¿no se suponía que uno descansaba durante las vacaciones? ¿Que se olvidaba de todo? El sonido de las olas le llegaba por la ventana, pero el resto del mundo parecía en silencio. Acostumbrado al ruido incesante de Manhattan, aquello parecía otro planeta.
Hamish decidió que echaba de menos Manhattan. Su dúplex, su austero cuarto de baño sin reyes ni reinas que mirasen, el ruido del tráfico… ¿Y a Marcia? Sí, claro que echaba de menos a Marcia.
No, no era cierto. Y no echaba de menos Manhattan tampoco. No sabía qué le pasaba. Por fin, consiguió conciliar el sueño y Marcia, Jodie y Susie parecían competir por aparecer en él. Marcia aparecía en silencio, mirándolo todo con expresión despreciativa. Jodie estaba en jarras, retándolo a ser diferente. Y Susie se estaba riendo.
Pero de repente la risa de Susie se convirtió en lágrimas y Hamish despertó con el cuerpo cubierto de sudor.
Y Susie ya no estaba en sus sueños. Estaba en la puerta de su habitación y ni lloraba ni reía. Tenía una falda de cuadros en la mano.
– Buenos días.
– Buenos días -murmuró él, sorprendido.
– Su kilt y los demás complementos esperan, lord Douglas.
Hamish se sentó en la cama de un salto. Pero enseguida recordó que no llevaba pijama, de modo que agarró la sabana y parpadeó ante la aparición que había en la puerta.
Susie llevaba un pantalón azul pirata y un top con los mismos cuadros que la falda que tenía en la mano. Porque se llamase «kilt» o no aquel era una falda, pensó, irritado.
– ¿Qué estás mirando?
– Esa blusa que llevas.
– Puede que tú seas el jefe del clan, pero yo también soy una Douglas.
Aquella mujer era pariente suya, pensó Hamish.
Y la familia era algo aterrador.
– No pienso ponerme eso.
– Me lo prometiste -le recordó Susie-. Ahora no puedes echarte atrás, barón. Además, ya he prometido que iríamos.
– ¿A quién se lo has prometido?
– A los organizadores de la feria. ¿Quieres que te ayude a vestirte?
– ¡No!
– Bueno, es que había pensado que podrías tener problemas con el «sporran».
– ¿Qué?
– La escarcela que se lleva encima de la falda.
– Ah, ya. No, me la pondré yo solito, gracias.
– Estupendo -sonrió Susie, tirando sobre la cama la falda de cuadros, una especie de bolsita de piel y un gorro con una pluma.
– ¿Tengo que ponerme todo eso?
– Todo. Vamos, date prisa. Voy a hacer el desayuno.
– Tostadas, por favor.
– ¿No quieres gachas? Es lo típico.
– Tostadas. Como líder del clan, exijo tostadas.
– Ah, me encantan los hombres duros… que llevan falda.
– Susie…
– Ya me voy, ya me voy.
Cuando terminó de vestirse, Hamish se miró al espejo.
– Ojala pudiera verme Jodie.
A su secretaria le habría encantado. ¿Y Marcia? A Marcia le impresionaría todo aquello, seguro. Pero era en Jodie en quien pensaba. En Jodie lanzando un silbido de admiración.
Su secretaria se reía tanto como Susie. Susie y Jodie…
Dos mujeres extrañas en su vida. Pero Jodie ya no era parte de su vida. Ahora estaba reconstruyendo coros o algo así en Nueva Inglaterra… con Nick. Ridículo. ¿Cómo iba a ganar dinero haciendo eso?
Y Susie. En unas semanas, Susie no sería más que un recuerdo. Y él estaría de nuevo con Marcia. En Nueva York.
Que era lo que quería.
– ¡Gachas! -oyó un grito desde el piso de abajo-. En la mesa. Ahora mismo.
– ¡Tostadas! -gritó él, abriendo la puerta-. ¡He dicho que quería tostadas!
– ¡La tradición te obliga a comer gachas por lo menos hoy!
Hamish bajó a la cocina y entró en ella como una tromba.
– ¡Quiero tostadas!
– ¡Hamish! Se volverán locas por ti -exclamo Susie.
– ¿Quién?
– Las señoras de Dolphin Bay -contestó ella-. Estás guapísimo. ¿Llevas todo en el sitio adecuado?
– Eso creo -contestó él, tragando saliva.
– ¿Y llevas el atuendo apropiado… debajo?
– Mejor no hablamos de eso.
– Da igual. Nunca había visto un héroe escocés más impresionante. Y eso que he visto Braveheart.
– Imagino que a Braveheart se le daría mejor que a mí usar una espada. En fin, ¿dónde están mis tostadas?
– Pues verás… he quemado dos. Estaba distraída pensando en Angus… y en Priscilla.
– ¿Priscilla?
– La calabaza de Angus. Hoy va a ganar el concurso, seguro. Es la calabaza más grande. He traído un grupo de hombres del pueblo para que la suban a la furgoneta. Venga, cómete las gachas.
Fue una experiencia extracorpórea.
Primero, la feria en sí misma, situada entre dos colinas con el pueblo a un lado y el mar al otro. Y luego la gente mirándolo…
– Cuidado con Priscilla, Cameron -le advirtió Susie a uno de los hombres-. Si la arañas, te mato. Tiene que estar impoluta para ganar el concurso.
– No te preocupes, Susie, la trataremos como si fuera de cristal.
– Eso espero. Venga, Hamish, vamos al escenario.
– ¿De verdad tengo que hacerlo?
– Pues claro que sí -contestó ella, irritada-. Todo el mundo hace su papel aquí. Y tu papel es ser el lord de la comunidad. Hamish Douglas, te guste o no, tienes que hacerlo.
El discurso fue asombroso. Bueno, lo primero que fue asombroso fue que no se quedara sordo con el sonido de las gaitas. Pero si Angus había hecho aquello durante cuarenta años, también podía hacerlo él, se dijo.
Un discurso. Tenía que soltar un discurso. No el que usaría para celebrar la fusión de dos empresas sino algo, que Dios lo ayudase, que tuviera cierta emoción.
Sólo una vez.
Hamish tragó saliva pero, por fin, se le ocurrieron unas palabras:
– Sé que no puedo ocupar el sitio de mi tío Angus -empezó a decir cuando la multitud quedó en silencio-. Pero la familia Douglas ha tenido una conexión especial con este pueblo durante cuarenta años y puedo aseguraros que esa conexión no morirá nunca. Mientras el castillo de Loganaich permanezca en pie, recordaremos el lazo que existe entre el pueblo y el castillo. Recordaremos la amistad, el cariño, los buenos y los malos tiempos. La muerte de lord Angus fue muy triste, pero vivió una vida plena con su querida Deirdre, los dos rodeados del cariño de Dolphin Bay. Angus diría que la vida tiene que continuar y, por lo tanto, que todo el mundo disfrute de la feria anual. Yo, Hamish Douglas, barón de Loganaich, declaro inaugurada la feria anual de la cosecha de Dolphin Bay. Y espero que prueben la maravillosa calabaza Priscilla… para que no tenga que comer pastel de calabaza durante el resto de mi vida.
El público aplaudió, encantado. Y también él estaba contento. Era completamente absurdo. Como si aquello lo estuviera haciendo alguien que no fuese él, Hamish Douglas, el serio financiero de Nueva York.
Pero le resultaba increíblemente divertido.
– Hamish, has estado estupendo -lo felicitó Susie, con lágrimas en los ojos.
– Gracias, pero no hay necesidad de llorar.
La sonrisa había desaparecido de sus labios.
Las lágrimas de Susie lo habían devuelto a la realidad. Llorar en una situación así era algo ridículo. Además, Susie le estaba contagiando esa absurda emoción.
¡No!
– ¡Empieza el concurso de calabazas! -gritó alguien.
– Oh, Priscilla -dijo Susie. Sus lágrimas desaparecieron al instante-. Harriet, ¿puedes quedarte con Rose un momento?
– Sí, claro -contestó la encargada de la oficina de correos.
– Vamos, Hamish. Tenemos una cita con el destino -sonrió Susie.
Su calabaza ganó el concurso. Era inevitable.
Era la calabaza más grande que nadie hubiera visto jamás. Y le dieron un trofeo y un certificado para que fuese oficial. El segundo premio se lo llevó un anciano que no parecía muy disgustado por haber perdido.
O quizá sí. Porque cuando le dieron el trofeo a Susie, el hombre volvió la cara y Hamish pudo ver una lágrima rodando por su rostro.
¡Más lágrimas!
– Su tío era un gran hombre, pero sabía que este año iba a ganarme. Sabía que era el ganador. Espero que esté en el infierno, pero lo echo de menos -le confesó el anciano.
Más emociones. ¿Qué le pasaba a la gente de Dolphin Bay?
– ¡Tía Susie, tía Susie! -oyó unos gritos entonces. Eran dos niñas con coletas que corrían alegremente hacia ellos. Dos niñas de unos cinco años, las dos con la cara manchada de chocolate.
– ¡Tía Susie, mamá tiene un bebé para ti!
– ¿Un bebé? -el rostro de Susie se iluminó -¡Lo sabía, lo sabía!
– ¿Qué ocurre? -preguntó Hamish.
– Está embarazada. Mi hermana está embarazada.
– ¡Susie!
Susie se abrazó a una mujer que era exactamente igual que ella. Pero esa mujer no estaba llorando. Afortunadamente.
– Hola, supongo que tú eres Kirsty.
– Sí -sonrió ella-. Y tú eres Hamish Douglas, claro. Éste es mi marido, Jake.
– Encantado.
– ¡Has ganado, Susie! -exclamó Kirsty después de las presentaciones, volviéndose hacia su hermana.
– Desde luego que sí. Angus sabía que este año íbamos a ganar. Ya te conté que había entrado en el huerto de Ben por la noche. Yo creo que Angus murió muy tranquilo y ahora nos estará viendo desde donde esté…
Hamish levantó los ojos al cielo.
– No llores, Susie -dijo su hermana.
– No quiero llorar, pero es que estoy tan feliz.
– No me extraña. ¡La calabaza es gigantesca!
Susie recordó entonces que le habían dicho las niñas.
– ¡Kirsty, estás embarazada!
– ¿Qué?
– Las niñas me han dicho que tenías un bebé.
– ¡Un cachorrito! -exclamó su hermana-. Tengo un cachorrito para ti. No estoy embarazada.
– ¿Un cachorro?
– Éste -dijo Kirsty, señalando tras ellos-. Queremos que nos devuelvas a Boris, pero necesitas un perro.
Un niño apareció entonces con una bola de pelo entre las manos.
Un cachorro marrón y blanco con largas orejas y una cola larguisíma. Era el cachorro más raro que Hamish había visto en toda su vida.
– ¿Qué es esto? -exclamó Susie.
– Es un regalo. Para que Rose no sea hija única. Susie, te presento a Adam y al cachorro de Adam. Nos lo ha regalado, así que ahora es tuyo.
– Oh, Kirsty…
– Susie, que no tengo pañuelo -le advirtió Jake, su marido.
– Pues con Susie te hace falta una caja entera -rió su hermana.
– ¡Susie! -la llamó entonces Harriet-. Que alguien me haga una foto con lord Douglas. Quiero ponerla en la oficina de correos.
– Pero…
– Ah, es verdad, no debería ser conmigo -dijo la mujer entonces, con expresión conspirador-. Venga, voy a haceros una fotografía juntos. Tú con el nuevo lord de Loganaich. Dos Douglas encontrando su sitio en la vida por fin. ¡Es un milagro!
Susie miró a Hamish un poco asustada de su reacción. Y él tragó saliva.
– Me temo que debo… aclarar la situación para que no dé lugar a engaños. No hay nada entre Susie y yo. Estoy prometido con una mujer, Marcia Vinel. Llegará aquí pasado mañana.