Capítulo 8

Hacer mermelada no era tan fácil como parecía. Hacía falta azúcar; fresas, tarros, una receta, concentración…

Tenían todo lo que necesitaban… salvo la concentración. Susie no era capaz de concentrarse en que estaba haciendo porque no dejaba de mirar a Hamish de reojo. Rose y Taffy estaban durmiendo, Marcia en su habitación usando el ordenador… Dos personas que trabajaban juntas deberían hablar, ¿no?

Hamish era tan alto, tan masculino. Y limpiaba cada fresa con la misma atención que pondría mientras negociaba un contrato por millones de dólares.

Era tan… tan…


Susie era tan…

¿Tan qué? No lo sabía. Estaba cortando fresas en silencio, concentrada en la tarea. Concentrada en hacer mermelada.

¿Y por qué hacer mermelada de fresas con ella le parecía algo tan… tan normal? ¿Tan encantador?

– ¿Cuántas necesitamos? -le preguntó Susie entonces.

– ¿Eh?

– ¿Cuántas fresas más necesitamos?

– Yo creo que tenemos suficientes. Sólo hay que mezclar las fresas con el azúcar y poner todo a cocer.

– ¿Nada más? Pues podría haberlo hecho yo sola.

– ¿Te habría gustado más hacerlo sola?

Susie vaciló.

– No -dijo por fin-. No sabría qué hacer después de que todo estuviera cocido.

– Aquí dice lo que hay que hacer -sonrió Hamish, señalando la receta.

– Genial. Tú lo vas leyendo y yo remuevo. ¿De acuerdo?

– De acuerdo.

Pero cuando fueron a meter la mezcla en el primer tarro de cristal, estalló. Los dos sé miraron, sorprendidos. Quizá la mermelada estaba demasiado caliente…

– Será mejor que la dejemos enfriar un poco -sugirió Susie.

– No, yo creo que si la metemos cinco minutos en la nevera…

– Hamish, quiero llevarme algo de mermelada a casa. Será mejor que la dejemos enfriar o acabará toda en el suelo. ¿Te has cortado?

– No, estoy bien.

Susie tomó su mano.

– Déjame ver. Te has quemado los dedos…

– No, en serio…

– Pon la mano bajo el grifo -le ordenó ella.

– No es nada, de verdad.

– Pon la mano bajo el grifo, no seas cabezota.

Estaban tan cerca. Ella sujetaba su mano mientras la ponía bajo el chorro de agua fría. Y era tan…

– Susie, de verdad siento mucho lo de los naranjos.

– No tienes por qué.

– Pero Marcia tiene razón. Con una piscina, esta propiedad valdría mucho más dinero.

– Sí, claro. Lo sé -murmuró Susie, apartando la cara.

– ¿Estás llorando?

– No.

Claro que estaba llorando. Había lágrimas rodando por sus mejillas.

– Muy bien, no los cortaremos -dijo Hamish entonces.

– ¿Qué?

– Que no cortaremos los naranjos. No haremos una piscina.

– ¿Sólo porque me he puesto a llorar?

– No puedo soportar verte…

– No puedes soportar verme llorar, así que harás lo que yo quiera.

Susie lo pensó un momento y entonces volvió a llorar. Las lágrimas no dejaban de rodar por sus mejillas.

– Susie…

– Quiero que me prometas que te pondrás la falda escocesa cada primer lunes de mes durante el resto de tu vida.

– Pero eso es ridículo -protestó Hamish.

Susie se secó las lágrimas con el antebrazo y dejó de llorar inmediatamente. Había un brillo de burla en sus ojos.

– No soy yo la que está siendo ridícula.

– Pero… ¿eres capaz de llorar cuando te da la gana?

– Sí. Un truco estupendo, ¿verdad?

– ¿Para, conseguir lo que quieres?

– Nunca lloro para conseguir lo que quiero.

– Pero si acabas de hacerlo.

– Lo creas o no, no lo he hecho. Si de verdad crees que quiero que te pongas esa falda escocesa una vez al mes…

– ¿Entonces?

– Te estaba tomando el pelo, Hamish Douglas. ¿Nunca te han gastado una broma?

– Pero estabas llorando…

– ¿Quieres dejar en paz el asunto de las lágrimas? Me estás aburriendo.

Aquello era absurdo. Un segundo antes estaba llorando con lágrimas de verdad…

– No me gusta verte llorar.

– No estoy llorando.

– Susie…

– ¿Qué?

– Estás loca.

– Sí, seguramente.

– Me gustaría…

– ¿Qué te gustaría, Hamish Douglas?

¿Qué le gustaría?

La pregunta quedó colgada en el aire. La miró, con su camiseta manchada de mermelada, despeinada, con los ojos brillantes y, de repente…

De repente fue como si la niebla se abriera.

Sentía millones de emociones cruzando por su cabeza, por su corazón, pero lo único que tenía claro era algo absurdo, una locura. Pero no podía dejar de pensar.

– Quiero besarte.

Susie lo miró, en silencio.

– Muy bien. ¿Y por qué no lo haces?


¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué quería besar a Susie?

¿Estaba loco? Marcia, su prometida, estaba a unos metros de allí. Podría entrar en la cocina en cualquier momento. Aunque no era posesiva, encontrar a su prometido besando a otra mujer sería pasarse un poco, ¿no?

Pero no podía controlarse. Porque Susie estaba delante de él. Su querida, llorona y dolorida Susie.

¿Querida? ¿De dónde había salido esa palabra?

Pero estaba ahí. Como Susie. Delante de él, esperando que la besara.


¿Estaba loca? ¿Había perdido la cabeza por completo? Besar a Hamish… dejar que la besara con su prometida en la habitación de arriba.

Pero lo había retado a besarla. Y él iba a hacerlo. O, al menos, esperaba que lo hiciera.

Había puesto las manos en su cintura. Estaba tomándose su tiempo, mirándola a los ojos mientras la atraía hacia él.

Quizá estaban cometiendo un terrible error, pero Susie no quería admitirlo. Ahora no, cuando estaba tan cerca. Tan cerca.

Hamish estaba inclinando la cabeza para buscar sus labios. Y la miraba con… ¿con amor?

No, eso no podía ser. Hamish no podía amarla.

Él amaba a Marcia.

¿Y a quién amaba ella?, se preguntó entonces.

A Hamish.

Esa respuesta apareció en su cerebro de inmediato. Como si siempre lo hubiera sabido. Como si no fuera un secreto.

Amaba a Hamish.

Que estaba comprometido con otra mujer. Susie intentó recordárselo a sí misma, pero no valía de nada. Aquello no era importante. Lo único importante era que Hamish iba a besarla.

No podía pensar en Marcia, ni en Rory. No había sitio en su corazón en aquel momento para nadie más que para Hamish.

Y su beso.


¿Qué estaba haciendo? ¿Besar a una mujer que no era Marcia?

Estaba haciendo lo que tenía que hacer, decidió. Lo que era necesario que hiciera.

Estaba haciendo lo que había deseado hacer desde que vio a Susie en el jardín del castillo.

Qué ternura había en sus labios, pensó ella.

No era un hombre reclamando lo que era suyo, no. Era un hombre inseguro. Tan inseguro como ella, tan sorprendido por lo que estaba pasando como ella. Y, sin embargo, el beso era increíblemente erótico.

Hamish.

Los latidos de su corazón parecían repetir ese nombre. Hamish. Cuando Rory murió pensó que no podría amar a otro hombre en toda su vida.

Seguía queriendo a su marido lo querría para siempre, pero Hamish era un hombre diferente, un amor diferente. Su nuevo, su maravilloso amor.

Hamish.

Quizá había pronunciado su nombre sin darse cuenta siquiera. Pero él seguía besándola. En los labios, en el cuello, en los párpados… mientras ella le echaba los brazos al cuello.

Estaba en los brazos de su amor. En los brazos del hombre del que, sin querer, se había enamorado.

Se derritió entre sus brazos, apretándose contra su torso, abandonándose a la promesa de su cuerpo. A la sensación de que entre sus brazos todo era posible. Nunca más estaría sola. Con Hamish a su lado, podía con el mundo entero.

– Susie… Susie, no podemos.

– ¿No podemos?

– No podemos hacer el amor.

Ella se apartó. Y, en ese momento, volvió a la realidad.

Marcia.

– ¿Quieres decir que no podemos hacer el amor aquí, en la cocina?

– Sí, bueno, sería un poco pringoso.

– Sí, es verdad -murmuró Susie, confusa y un poco mareada-. Pero tampoco hay que asustarse.

– No estoy asustado -dijo Hamish-. Yo no quería…

– ¿No querías besarme?

– No, Susie, yo…

– Estás comprometido con Marcia, ya lo sé. Mira, es tarde y los dos estamos cansados… sólo ha sido un beso de buenas noches. O un beso de despedida.

«Mentirosa», pensó. Pero él estaba asintiendo con la cabeza.

– No podemos… Marcia y yo vamos a casarnos.

– Sí, claro. Además, tú y yo… sería imposible. Yo soy tan sentimental.

– Sí, es verdad. Lloras por todo.

– Sí, por todo. Y a ti no te gusta ver llorar a nadie -suspiró ella.

– No.

– Marcia está arriba, Hamish. Es tu prometida, tu futuro. Y yo tengo que ir a ver cómo están Rose y Taffy. Ellos son el mío. Y besándote sólo estoy interfiriendo con la realidad, con lo que tiene que ser a partir de ahora.

Y antes de que Hamish pudiera decir una palabra, Susie salió de la cocina. Al jardín. ¿Al invernadero? ¿A la playa?

Había lágrimas en sus ojos, pero Hamish no podía seguirla.

¿Debía ir con Marcia?

No. Se iría a la cama. Solo.

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