Kyle terminó de enroscar la arandela, rezó en silencio, abrió el grifo y esperó a que el agua comenzara a llenar el abrevadero sin gotear por las cañerías.
– ¡Aleluya, lo he conseguido!
Los caballos, yeguas en su mayoría, lo observaron sin demasiado interés. Poco a poco, habían ido acostumbrándose a él y apenas alzaban las orejas mientras pastaban y dejaban que Kyle se ocupara de sus asuntos.
Aquel día, Kyle se había empeñado en arreglar las cañerías del abrevadero. Por la mañana, había estado trabajando con la empacadora y pintando parte del exterior de la casa. Los trabajos de mantenimiento del rancho eran interminables, pero estaba empezando a disfrutar de la vida en las profundidades de Wyoming. El trabajo físico lo mantenía ocupado y lo ayudaba a controlar su carácter.
Tres noches atrás le había pedido a Sm que se casara con él y desde entonces prácticamente no la había visto. Sam llegaba al rancho y se ocupaba del caballo, pero no se molestaba en dirigirle una sola sonrisa. Caitlyn había ido con ella y Kyle estaba seguro de que no le había pasado inadvertida la tensión que había entre sus padres.
Desde aquella noche, Sam había procurado no quedarse nunca a solas con él y evitaba hasta rozarlo. Diablos, parecía estar castigándolo por haberle hecho aquella propuesta. Kyle reconocía que no había sido una sugerencia muy romántica, ¿pero qué esperaba Sam?
Cuando el abrevadero se llenó, Kyle cerró el grifo, advirtiendo con orgullo que la cañería no había filtrado una sola gota. La mayoría de aquellas labores eran muy sencillas, pero le producían una sensación de éxito que jamás había experimentado trabajando para la empresa de la familia.
Sí, aquella tierra salvaje le sentaba bien. Por Caitlyn, por Sam. Pero no pertenecía a aquel lugar.
Agarró la camisa que había dejado colgada en un poste, se metió las herramientas en el cinturón y se dirigió hacia la casa.
Oyó la camioneta de Sam antes de verla y no pudo evitar que el corazón le diera un vuelco. Diablos, en lo que a aquella mujer concernía, era completamente ridículo. Se cubrió los ojos con la mano para protegerse del sol y observó la vieja camioneta dejando una nube de polvo tras ella hasta que Sam pisó los frenos y se detuvo precipitadamente. Kyle sintió que una sonrisa asomaba a la comisura de sus labios. Aquella mujer conducía como una loca.
Caminó hacia el aparcamiento mientras ella bajaba de la camioneta y lanzaba toda la furia de su mirada sobre él.
– ¡Aquí estás! -se acercó hasta él y clavó un dedo en su pecho desnudo-. No tenías derecho -dijo lanzando fuego por los ojos-. ¡No tenías ningún derecho a acusar a Jennifer Peterkin!
– Eh…
– Y no te molestes en negarlo porque acabo de encontrarme con Shawna en el almacén y me ha advertido de que, como vuelvas a poner un pie en su casa, nos denunciará por difamación, allanamiento de morada, acoso sexual y cincuenta cargos más.
– Me gustaría que lo intentara.
– Esa no es la cuestión, Kyle. El problema es que fuiste a su casa a mis espaldas y ni siquiera me lo dijiste.
– Imaginé que te enfadarías o intentarías impedírmelo»
– ¡Bingo! Estoy enfadada. ¡De hecho, estoy enfada, irritada, disgustada y furiosa!
– Caitlyn también es mi hija.
– Pero eso no te da derecho a…
– Claro que sí -Kyle le agarró la mano con fuerza-.Ya no van a volver a molestarla. Vi a Jenny asomándose detrás de su madre y te aseguro que esa niña es tan culpable como el pecado.
– Probablemente, pero no tienes pruebas.
– ¿Habéis vuelto a recibir llamadas?
– No, pero…
Kyle esbozó una sonrisa de satisfacción.
– Entonces podrías darme las gracias, en vez de venir aquí a cantarme las cuarenta. Además, mientras esté yo aquí, nadie va a hacerle ningún daño a mi hija, ¡nadie!
– ¿Y durante cuánto tiempo piensas quedarte? -le preguntó Sam, intentando no fijarse en las gotas de sudor que se deslizaban por su torso bronceado.
– Eso depende de ti, Sam. Me quedaré aquí durante todo el tiempo que me permitas.
– ¿Aunque piensas vender el rancho dentro de cinco meses? -lo fulminó con la mirada-. No te importa hacerle daño a Caitlyn, ¿verdad? Porque cuando te vayas, serás tú el que la haga sufrir.
– Te he ofrecido casarme contigo. Y la oferta sigue en pie, Sam.
Ojalá fuera tan fácil contestar. O el dolor de las cicatrices del pasado no fuera tan intenso. A veces, Sam se sentía como si tuviera diecisiete años otra vez, como si fuera una joven ingenua y desesperadamente enamorada. Pero aquellas ilusiones se hacían añicos cuando recordaba los aspectos más sombríos de su propia vida. Era madre soltera. El padre de su hija era un rico mujeriego que la había abandonado para casarse con otra mujer. Y aunque estaba enamorándose de él otra vez, tenía la absoluta certeza de que Kyle volvería a marcharse.
– Vamos a casa, te invito a una copa -le ofreció Kyle y miró hacia la camioneta-. ¿Dónde está Caitlyn?
– Ha ido a pasar la tarde a casa de Sarah.
– Así que estamos solos -un brillo travieso iluminó su mirada y Sam comprendió al instante que iba a tener serios problemas. Jamás había sido capaz de resistirse a sus encantos. Amar a Kyle Fortune era su maldición particular.
Al verla vacilar, Kyle posó la mano en su hombro y acercó su frente a la de Sam.
– No muerdo.
– Yo sí.
– Ya lo he notado.
– ¿Y no tienes miedo?
– Estoy temblando.
Sam no pudo evitar una carcajada. Por enfadada que estuviera segundos antes, en aquel momento le apetecía relajarse, reír con él, disfrutar a su lado.
– ¿Sabes, Fortune? Si no eres de esos que muerde, no me interesas.
Con un gemido, Kyle la estrechó en el fuerte círculo de sus brazos y se apoderó de sus labios con un beso tan posesivo que la dejó sin aliento.
– Kyle, por favor.
– Dime lo que quieres.
– Me gustaría saberlo.
– Haz el amor conmigo, Samantha -le pidió con voz ronca y seductora.
– No es una buena idea.
– Es una idea magnífica -la levantó en brazos y la llevó hasta el interior de la casa.
– Esto es un error.
– Solo uno más.
Kyle olía a sudor, a jabón, a cuero y a aquella particular fragancia que era inconfundible. Sus brazos eran fuertes, su respiración cálida. Con un suspiro de satisfacción, Sam se entregó completamente a él. Se quitó las botas y la ropa mientras él la dejaba con delicadeza sobre un cobertor de piel de cordero que Kyle había doblado cuidadosamente sobre la cama.
A los pocos segundos, el cinturón de las herramientas de Kyle caía al suelo con un ruido metálico.
Las manos y los labios de Kyle eran mágicos. Acariciaban aquellos rincones que antes cubría la ropa y rozaba el cuerpo de Samantha con una familiaridad que despertaba un burbujeante deseo en su interior. Sam se movía contra él, ansiosa, palpitante, deseando que Kyle la llenara, que se hundiera completamente en ella para alejar el demonio de la lujuria con sus habilidosas atenciones. Se preguntaba vagamente si no sería esclava de su maestría, pero sabía que él también perdía el control con sus caricias.
– Oh, cariño -gritó Kyle, penetrándola y apartando así cualquier pensamiento coherente de su mente.
Sam era suya y nada más importaba en aquel momento. Mientras la luz se filtraba por las ventanas del techo abuhardillado y las cortinas de gasa se mecían bajo la suave brisa del verano, Samantha amaba a Kyle con un abandono salvaje y se negaba a pensar en el futuro, en el día en el que su naturaleza inquieta lo obligara a regresar a Minneapolis.
Kyle oyó el teléfono, abrió los ojos y se dio cuenta de que se había quedado dormido. Samantha, todavía desnuda, se acurrucaba contra él y el teléfono, maldita fuera, estaba en el piso de abajo.
Sam abrió los ojos un segundo después.
– El teléfono -musitó mientras se estiraba con la gracia de un felino.
– Déjalo sonar.
– No, podría ser Caitlyn -se había levantado ya de la cama y estaba recogiendo su ropa-. Bienvenido a la paternidad.
Rezongando, Kyle se puso los vaqueros, salió de la habitación y descolgó el teléfono a los tres timbrazos.
– ¿Diga?
– ¿Dónde diablos te has metido? ¡Llevo días llamándote!
– ¿Caroline?
– Vaya, todavía te acuerdas de mí -contestó su prima riendo-. Desde que te fuiste a Wyoming no hemos tenido noticias tuyas.
– Me dedico a trabajar duramente y a llevar una vida ordenada.
– Sí, tan ordenada como la del mismísimo Satán.
– ¿Es Caitlyn? -le preguntó Sam, con el ceño fruncido. Kyle negó con la cabeza, le agarró la mano y la estrechó contra él, oliendo el perfume de su pelo.
– No me cuentes historias, Kyle, te conozco y sé que si has estado ocupado es porque hay alguna mujer en tu vida.
– Cuidado, Caro, estás enseñando las uñas -Kyle imaginó a su prima, recientemente casada con el químico de Fortune Cosmetics, jugueteando con el cordón del teléfono de su despacho.
Sam se apartó de su abrazo y se acercó a la cafetera. Mientras Kyle hablaba, buscó en los armarios, sacó un par de tazas y las llenó de café.
– Te he llamado para recordarte la reunión del viernes -le dijo Caro.
– ¿Es ya este viernes?
– Aja. El hecho de que te despidiera no significa que no sigas formando parte del negocio. Y a esa reunión tiene que asistir toda la familia.
– ¿Por qué?
– Porque tenemos que discutir un montón de cosas. La nueva campaña, el valor de las acciones ahora que se ha reorganizado la empresa… Y también tenemos que hablar de la fórmula del secreto de la juventud. Desde la muerte de Kate, todo ha estado paralizado. Y hay algo más. Nick no puede avanzar en la consecución de la fórmula hasta que no encontremos el ingrediente clave.
– Lo sé, lo sé -la interrumpió Kyle, sintiendo que comenzaba a dolerle la cabeza.
Era el mismo dolor que lo asaltaba cada vez que le hacían prestar atención a cualquiera de los problemas de las empresas de la familia. Mientras que a Caroline siempre la había fascinado todo lo relacionado con la compañía, a Kyle jamás le habían interesado lo más mínimo los negocios.
Sonó el timbre del microondas y Sam lo abrió. Hasta Kyle llegó el aroma del café. Sam le tendió una taza.
– Hay otra razón por la que quiero que vengas, Kyle. Es Rebecca.
– No me cuentes más. Me llamó para decirme que cree que Kate puede haber sido asesinada.
– ¿Te contó también que ha contratado a un investigador privado, un tal Gabriel Devereaux, para que intente averiguar lo que ocurrió?
– Me dijo que pensaba hacerlo.
– Bueno, yo no estoy en contra de que contrate a nadie, pero la teoría de Rebecca puede suponer para Fortune Cosmetics precisamente el tipo de publicidad que menos necesita. El incendio del laboratorio ya despertó el interés de la prensa y puso nerviosos a algunos accionistas. No sé, quizá lo que me pone más nerviosa es que Rebecca insista en que la abuela fue asesinada.
– Eh, Caro, tranquilízate. Lo de Rebecca es solo una teoría.
– Pero la prensa…
– Esa es la menor de nuestras preocupaciones.
– ¿Entiendes ahora por qué necesito que vengas?
– Desde luego. ¿A qué hora es la reunión?
– A las nueve en punto.
– Allí estaré -dijo, miró a Sam a los ojos-.Además, yo también tengo que darte una noticia.
Sam alzó la cabeza al instante.
– ¡No, Kyle, no! -le pidió Sam.
– Bueno, ¿y cuál es esa noticia? -preguntó Caro.
– Pensaba llamar antes a papá para decírselo, pero puesto que has llamado, vas a ser la primera en saber que tengo familia.
– ¿Qué?
Sam lo miró como si de pronto el mundo se hubiera derrumbado.
– Tengo una hija, Caro, de nueve años.
– Perdona Kyle, no te he oído bien, ¿que tienes qué?
– Una hija, se llama Caitlyn.
– ¡No, Kyle, para! -Sam estaba frenética, miraba al teléfono como si fuera un aparato diabólico.
– ¿Te acuerdas de Samantha Rawlings?
– Sí.
– Ella y yo estuvimos saliendo hace mucho tiempo… Oh, es muy complicado, pero intentaré explicártelo todo en Minneapolis.
– Dios mío -la voz de Caroline era apenas un susurro.
– Te veré el viernes.
Kyle colgó el teléfono. Sam, con el rostro sonrojado por la furia, permanecía temblorosa ante él, con los puños cerrados con gesto de frustración.
– ¿Cómo te has atrevido?
– Tenían que saberlo.
– Pero no así.
– ¿Entonces cómo?
– No sé, pero estoy segura de que había otra forma mejor.
– Dímela.
– Dios mío, Kyle, ¡no se pueden soltar este tipo de cosas de buenas a primeras!
– Podemos decírselo juntos.
Al imaginarse a sí misma delante de la adinerada familia de Kyle, a Sam se le heló la sangre en las venas.
– Te pedí que te casaras conmigo -le recordó Kyle.
– ¿Para hacer las cosas como es debido?
– Para hacer las cosas más fáciles.
– No siempre lo más fácil es lo mejor.
Kyle alargó la mano hacia ella, pero Sam se apartó. Estaba demasiado cansada para dejar que la tocara.
– Podemos casarnos y después puedes ir a conocer a mi familia -le sugirió Kyle.
– Tengo que encargarme de mi rancho.
– Contrataremos a alguien para que se haga cargo de él mientras estés fuera.
– No estoy preparada para esto, Kyle. Y no quiero que te cases conmigo solo porque tenemos una hija, para darle a Caitlyn tu apellido, para hacer algo noble que borre tu sentimiento de culpa. Soy suficientemente adulta como para mantenerme a mí misma y no necesito ninguna propuesta matrimonial para sentirme mejor conmigo misma.
– ¿Qué se supone que significa eso?
– Significa que no vas a poder utilizarme para acercarte a mi… a nuestra hija. No voy a dejar que juegues ni con sus sentimientos ni con los míos. El matrimonio es mucho más que un papel firmado delante de un juez -extendió las manos y sacudió la cabeza-.Toda esta conversación es una locura. Además, casada o no, no puedo irme de aquí de un día para otro.
– La familia estará esperándote.
– Por mí, tu familia puede estar esperando durante todo el tiempo que haga falta. Tengo que pensar en Caitlyn y no pienso llevarla a un lugar extraño lleno de parientes boquiabiertos y periodistas ansiosos. ¿Has pensado siquiera en cómo la presentarías?
– La presentaría como mi hija.
– ¿Como una hija ilegítima a la que concebiste meses antes de casarte con otra mujer?
– Antes o después tendré que explicárselo a mi familia.
– Pues prefiero que sea después.
– ¿Cuándo?
– ¡No lo sé!
Kyle tensó involuntariamente los músculos del pecho y apretó los dientes.
– ¿Qué quieres de mí, Sam?
– Tiempo y espacio para poder pensar en todo esto.
– ¿Diez años en una de las zonas menos pobladas del país no son suficientes?
– No bromees conmigo.
– No era ninguna broma.
Kyle entrecerró los ojos con expresión recelosa y se frotó la barbilla.
– Una vez me acusaste de ser un cobarde, Sam, pero creo que tú eres la única que tienes miedo. ¿Qué es lo que te asusta de mí?
Lo que en realidad la asustaba era que no la amara; que pudiera hacerle daño otra vez. Que pudiera hacer sufrir a aquella niña que ya estaba empezando a adorarlo.
– Yo… no quiero volver a cometer un error.
– ¿Sabes, Sam? Una vez te dije que eras una pésima mentirosa, y en eso no has cambiado. Estás evitando decirme la verdad. Nunca has sido una persona capaz de rechazar un desafío.
Sam le dirigió una sonrisa fría como el hielo.
– Creo que me confundes con la joven a la que conociste hace tiempo. Una chica confiada, que no tenía una hija que dependiera de ella, una chica despreocupada y…
– ¡De ningún modo! Estoy hablando de una chica que se hacía cargo una y otra vez de los problemas de su padre. Una chica capaz de enfrentarse a todo lo que le deparaba la vida. Una chica que confiaba y amaba. Estoy hablando de ti, Sam, y no me digas que has cambiado tanto. Vamos, Samantha, admítelo. No quieres casarte conmigo porque crees que al hacerlo tendrás que renunciar al reto de criar sola a tu hija.
– ¡Tu ego te ciega! -exclamó Samantha y caminó hacia la puerta, dispuesta a irse a trabajar con Joker.
Pero la voz de Kyle la siguió hasta el porche.
– Si piensas que vas a ganar esta batalla, Sam, estás muy equivocada -Sam giró sobre sus talones y vio a Kyle al otro lado de la mosquitera-. No sé a qué estás jugando, pero será mejor que te enfrentes al hecho de que formo parte de la vida de Caitlyn y pienso seguir haciéndolo.
– ¿Ah, sí?
– Absolutamente.
– Y dime Kyle, ¿tienes que esforzarte para ser tan canalla, o es algo que te sale de forma natural?
– Tenemos un problema. Kyle va a volver a Minneapolis -el forastero se inclinó contra el cristal de la cabina telefónica y se secó la frente. Estaba cansado de toda aquella intriga. Él ya no era ningún joven y los viajes de Minneapolis a Clear Springs le resultaban agotadores.
– Pero después regresará al rancho.
– ¿Seguro que volverá?
– Claro que sí. Ya sabe que es padre, ¿no?
– Creo que sí. Por lo menos pasa mucho tiempo con Samantha y con la niña.
– Perfecto. Sabía que funcionaría.
– Humm -no estaba muy convencido, pero no iba a discutir-. En cualquier caso, eso no es lo peor. Nuestra principal preocupación son las sospechas de Rebecca. Ha contratado a un detective privado para que investigue el accidente. Está convencida de que hay algo extraño en la muerte de su abuela.
– Interesante.
– ¿Eso es todo lo que tienes que decir? Si Rebecca comienza a encontrar información, las cosas se nos pueden ir de las manos. Podrían surgir problemas y se descubriría nuestro plan.
– Sí, podría ser peligroso.
– Eso es exactamente lo que pienso.
– Para todo el mundo. Pero bueno, todavía no se ha probado nada. De momento todo el mundo cree que Kate Fortune sufrió un desgraciado accidente. En cualquier caso, Rebecca no descubrirá nada. Al menos por ahora. En cuanto a Kyle, no te preocupes por él. Volverá a Wyoming y así habremos cumplido con la primera parte del plan.
– Cruzaré los dedos.
– Siempre tan escéptico. Hay que aguantar hasta el final, ese es mi lema.
– Lo sé -pero cuanto antes acabara todo aquello, mejor.
– ¿Te vas? -Caitlyn observó a Kyle guardar su bolsa de viaje en la camioneta de Sam.
– Solo unos días -Kyle la ayudó a montarse en la cabina de la camioneta y se sentó a su lado-. El martes por la mañana regresaré.
Kyle cerró la puerta y se enfrentó a la mirada preocupada de su hija. Bueno, habría que ir acostumbrándose a todos los aspectos de la paternidad.
– ¿Por qué tienes que irte? -preguntó Caitlyn, mientras Sam ponía el motor en marcha.
– Tengo una reunión de trabajo.
– Yo pensaba que trabajabas en el rancho.
– Sí, y trabajo en el rancho, pero también soy copropietario de una compañía -se interrumpió y le acarició el pelo a su hija-. Mira, cariño, no te preocupes tanto, dentro de unos días estaré de vuelta aquí.
– ¿Y si se estrella tu avión?
– No se estrellará.
– La señora Kate era piloto y su avión se estrelló y murió -a Caitlyn le tembló el labio.
A Sam se le desgarró el corazón mientras Kyle abrazaba con fuerza a su hija. Estaban ya en la autopista que se dirigía a Jackson.
– No me va a pasar nada, te lo prometo. Estaré de vuelta antes de que puedas decir Minneapolis y Minnesota.
– Lo puedo decir muy rápido -dijo Caitlyn, sorbiendo las lágrimas.
– Mira, esto te servirá para demostrarte que ni siquiera vas a echarme de menos -miró a Sam de reojo-.Tu madre, sin embargo, me echará muchísimo de menos.
– ¿Cómo lo sabes? -preguntó la niña.
– Oh, estoy seguro.
Sam pisó los frenos cuando entraron en los límites de Jackson. Sentía los ojos de Kyle sobre ella, mirándola tan intencionadamente que casi le ardía la piel.
– Tu papá piensa que sabe todo sobre mí. Pero todavía le quedan muchas cosas por aprender.
– ¿Ah sí? Pues creo que voy a disfrutar mucho aprendiéndolas.
– Vas a volver, ¿verdad? -insistió Caitlyn.
– ¡Cuanta con ello! -le guiñó el ojo a la niña antes de mirar de nuevo a Sam-. ¿Sabes, cariño? No podrías deshacerte de mí aunque lo intentaras.