Sam salió de la ducha tarareando una vieja balada de Bruce Springsteen que sonaba por la radio. Había pasado la mayor parte del día trabajando y todos sus músculos se lo recordaban. Pero necesitaba mantenerse ocupada para no pensar en Kyle y olvidarse de lo lejos que estaba.
En cualquier caso, ¿qué más daba? Kyle nunca volvería. Ella no habría perdido realmente nada y Caitlyn se acostumbraría a la idea con el tiempo. Tanto ella como su hija volverían a su vida de siempre, a una vida sin Kyle. Sin sus risas, sin sus caricias…
– ¡Ya basta! -gruñó en voz alta, cansada de la vocecilla interior que sugería que todavía estaba enamorada de aquel millonario que ya la había abandonado en otro momento de su vida-. Caitlyn -llamó a su hija-, ¿qué te parece si salimos a cenar esta noche? Podemos ir a tomar una pizza.
No obtuvo respuesta. Seguramente Caitlyn estaba fuera de casa. De modo que se puso unos vaqueros, una camiseta y unas sandalias y salió a la puerta de la cocina.
– ¡Caitlyn! -volvió a llamar.
La casa estaba en completo silencio. No se oía nada, aparte del tic-tac del reloj y el zumbido del refrigerador. Fang dormitaba en el porche, pero no había señales de Caitlyn por ninguna parte.
– ¿Caitlyn? Me gustaría que fuéramos al pueblo a ver a la abuela y después cenáramos una pizza o algo parecido.
No se oyeron gritos de alegría.
– ¿Cariño? -regresó al interior de la casa y buscó en el piso de arriba, pero la casa continuaba en silencio.
Intentando contener la ansiedad, regresó al porche, donde Fang alzó la cabeza y movió cansadamente la cola.
– ¿Dónde está Caitlyn? -le preguntó Sam, pero el perro dio media vuelta, esperando que le frotara la barriga.
Tenía que mantener la calma, se dijo Sam. Seguro que Caitlyn estaba cerca. Tenía que estarlo.
Se puso la mano sobre los ojos para protegerse del sol y miró hacia los campos. A veces Caitlyn se iba a buscar mariposas o saltamontes. Recorrió todos y cada uno de los rincones favoritos de su hija, pero la niña no aparecía por ninguna parte. El pánico le revolvía el estómago, pero se obligó a mantener la calma. Sabía que su hija no podía haber ido muy lejos, que no podía haberle ocurrido nada.
Con la frente empapada en un frío sudor, regresó a la casa y se acercó al teléfono. Kyle. Tenía que llamar a Kyle. Observó el dial y recordó entonces que tanto él como Grant estaban en Minneapolis. Golpeó nerviosa el mostrador. No tenía ningún motivo para llamar a su madre. Si Caitlyn se hubiera ido al pueblo en bicicleta, su madre la habría llamado en cuanto la hubiera visto aparecer.
Forzándose a controlar el miedo, Sam estudió el horizonte. Su mirada se posó en las tierras del rancho Fortune. Últimamente, Caitlyn iba con mucha frecuencia a casa de Kyle para visitar a su padre o para intentar convencer a alguien de que le dejara montar a Joker, su obsesión…
Sam sintió que el mundo se abría bajo sus pies. Con el corazón en la garganta, se montó en la camioneta y condujo hasta el rancho a una velocidad de vértigo. Sin entretenerse siquiera en apagar el motor, bajó de la camioneta y vio a su hija montada sobre aquel maldito semental. Joker corría de un extremo a otro del corral y Caitlyn se aferraba a él como si fuera una garrapata.
– Sujétate -susurró, decidida a disimular su pánico mientras corría hacia el corral. El caballo no podía sentir su preocupación.
– ¡Mamá! -gritó Caitlyn con el semblante blanco.
– ¡Agárrate bien!
Joker, con el lomo empapado en sudor, se encabritó justo en aquel momento.
– ¡No! -gritó Caitlyn aterrada. El caballo volvió a tomar tierra y salió disparado hacia el otro extremo del corral.
– ¡Mamá! ¡Mamá!
Sam abrió entonces la puerta del corral y se deslizó en su interior. El caballo había perdido completamente el control, tenía los ojos ribeteados de rojo y todos sus músculos temblaban.
– Tranquilo, muchacho. Todo va a salir bien -dijo con voz dulce, pero la verdad era que no sabía si estaba hablando consigo misma, con el caballo o con su hija.
Joker relinchó y pateó repetidamente el suelo.
– Caitlyn, si pudieras bajar poco a poco…
Pero el caballo comenzó a correr otra vez y Sam se paró en seco.
– Mamá…
El animal pasó por delante de Sam como una bala.
– ¡Caitlyn! -gritó Sam-. ¡Agárrate, yo te bajaré! ¡Sujétate fuerte, cariño! -insistió, corriendo hacia delante para intentar tranquilizar al caballo.
Joker miró entonces en su dirección.
– Tranquilo, tranquilo muchacho -dijo Sam, esperando poder agarrar al animal de las riendas.
Pero con un fuerte bufido, Joker caracoleó en el aire, salió como un rayo y se detuvo en seco. Caitlyn perdió el control de las riendas y salió disparada hacia adelante.
– Dios mío, Caitlyn -Sam salió corriendo hacia su hija, rezando para que no estuviera herida. Por el rabillo del ojo, vio que Joker escapaba por la puerta, pero no le importó. En aquel momento, lo único que importaba era Caitlyn, nada más.
Kyle estuvo de un humor pésimo durante toda la reunión. La sala de reuniones le resultaba claustrofóbica a pesar de los enormes ventanales y de la espectacular vista de la ciudad. ¿Cómo habría podido vivir allí durante tanto tiempo? Jamás se había sentido tan sofocado. Era cierto que siempre había sido nervioso, pero en aquel momento estaba furioso. Ya había votado varias veces y ofrecido su opinión en un par de ocasiones. Mientras su padre, sus tíos, sus hermanos y sus primos discutían sobre los márgenes de beneficio de una máscara de ojos, Kyle intentaba prestar atención, pero, si por él fuera, la compañía podía hundirse ese mismo día.
Si algo había aprendido durante el mes anterior, era que la vida no podía medirse en beneficios económicos, ni siquiera en acres de tierra. No, toda su existencia había cambiado y el centro de su vida eran Sam y Caitlyn. Que Sam no quisiera casarse con él le provocaba un regusto amargo. Sabía que a Sam le importaba, que incluso era posible que lo amara. Lo sentía, pero, aun así, ella no había aceptado lo que tan voluntariosamente le había ofrecido.
Quizá porque había actuado como si en realidad le estuviera haciendo a ella un favor…
Miró el reloj. La discusión había vuelto a centrarse en la fórmula del secreto de la juventud. Ninguno había olvidado que Kate había perdido la vida buscando su último ingrediente. Y todos estaban de acuerdo en que el éxito de aquella condenada fórmula era esencial para la empresa.
Lo único bueno de todo aquello era que de momento no habían tenido ocasión de hablar de nada personal.
En la cabecera de la mesa, Jake, el tío de Kyle, estaba explicando los beneficios y las pérdidas sufridas por la empresa y cómo aquel nuevo producto podía detener la tendencia a la baja.
A Kyle le importaba un comino todo aquello y suponía que su postura reflejaba su desinterés. Notó que Rocky estaba haciendo garabatos en su libreta y que Grant miraba el reloj cada dos o tres minutos.
– Pensaba que ibas a traer a Sam -le susurró Grant a Kyle.
– Yo también.
– Es cabezota, ¿eh?
– Sí, creo que encajaría perfectamente en la familia.
– ¿En la familia? ¿Vais a casaros?
Kyle frunció el ceño mientras se repetía a sí mismo esa pregunta. En lo más profundo de su corazón, dudaba que Sam quisiera casarse con él. Ya la había abandonado en una ocasión, y aunque ella continuaba queriéndolo, su orgullo le impedía aceptar el matrimonio de conveniencia que él había sugerido.
Por primera vez en su vida, Kyle se encontraba con algo que estaba fuera de su alcance.
Con los pensamientos cada vez más sombríos, miró hacia el frente, y se encontró con la mirada de Caroline. Su prima había cambiado desde que se había casado con Nick, parecía haberse suavizado. Kyle jamás habría imaginado que en el matrimonio de su prima, arreglado con el único propósito de que el químico ruso pudiera permanecer en el país, podía surgir el amor. Pero a juzgar por la forma en la que Nick tomaba la mano de su esposa y por la sonrisa que bailaba en los labios de Caro, las cosas habían cambiado.
Después de varios descansos, Jake le cedió la palabra a Sterling Foster, que había sido el abogado y confidente de Kate. Parecía menos tenso y triste que el día de la lectura del testamento, pero había algo extraño en él. A pesar de todas sus habilidades como orador, ni una sola vez durante todo el tiempo que permaneció hablando miró hacia Kyle. Evitaba todo contacto visual con él.
¿Pero por qué?
Kyle se inclinó hacia delante, interesado por vez primera en el desarrollo de la reunión. ¿Qué le ocurría a Foster? El abogado estaba muy cambiado, no parecía el mismo al que había visto el día de la lectura del testamento. Entonces, Sterling, al igual que el resto de la familia, estaba desolado. Pero, durante el mes anterior, parecía haberse recuperado por completo.
– Sé que este es un momento muy difícil para todos vosotros, pero también que Kate habría querido que superarais la tristeza y continuarais adelante con vuestras vidas. Ahora, me gustaría que habláramos de las circunstancias de la muerte de Kate. Sé que es difícil, pero tenemos que acostumbrarnos al hecho de que ya no está con nosotros. El accidente fue inquietante, lo sé, pero no creo que fuera provocado. He leído los informes de la policía brasileña y los tengo a vuestra disposición -se aclaró la garganta-.Yo creo que no es sensato gastar tiempo, energía y dinero intentando encontrar una extraña conspiración detrás de este accidente. Kate no habría querido…
– ¡Espera un minuto! -Rebecca se levantó de un salto-. Quiero respuestas, Nate. Tú eres abogado, así que tienes que comprenderlo. Hay muchas preguntas para las que no tenemos respuesta.
– ¿Qué quieres decir?
– Que quizá haya sido asesinada. Nate dejó caer su bolígrafo.
– ¿Asesinada? Oh, por el amor de Dios, no me digas que estás empezando a creerte tus novelas.
– Esto no tiene nada que ver con mi trabajo.
Kyle se recostó en la silla, interesado por vez primera en la discusión.
– ¿Y qué daño puede hacernos contratar a un detective?
Sterling intentó hacerse cargo de la situación.
– ¿Creéis que a Kate le habría gustado toda esta discusión?
– Sí -contestó Kyle antes de que nadie pudiera contestar-.A Kate le encantaban las discusiones, y cuanto más acaloradas mejor. Jamás habría eludido una discusión, y tampoco habría querido que quedara suelto un asesino.
– Si es que hay un asesino -le recordó Jake. Kyle se inclinó hacia delante y miró a su tío a los ojos.
– Estoy seguro de que Kate habría querido que Rebecca hiciera lo que considerara mejor.
– Eso es cierto -confirmó Jane con calor-. La abuela siempre nos enseñó a seguir los dictados de nuestro corazón.
– ¿Estamos hablando de la misma mujer? -replicó Michael, dirigiéndole a su hermana una mirada que podría haber fundido el acero-. La abuela era una mujer razonable y pragmática. A ella jamás se le habría ocurrido dedicarse a perseguir -miró entonces a Rebecca-, fantasmas. Por el amor de Dios, seamos realistas.
– Yo estoy con Kyle -intervino Kristina, sorprendiendo a los dos hermanos. Normalmente, Kris no participaba en las peleas de la familia-. ¿Qué tiene de malo? La abuela habría querido que exploráramos todas las posibilidades. Ella no habría tenido miedo ni se habría preocupado de lo que pudieran pensar los demás. Así que dejemos que Rebecca contrate a un detective. Es lo menos que podemos hacer por Kate.
Kyle sonrió a su hermana. Jamás había pensado que pudiera ser tan apasionada.
Continuaron discutiendo, pero, al final, se aceptó que Rebecca contratara a Gabriel Devereaux para investigar el caso.
Kyle abandonó la reunión sintiéndose morir por dentro. Toda aquella conversación sobre beneficios, fórmulas secretas y los motivos de la muerte de Kate lo había deprimido. Quería estar con Sam. Solo ella podía ofrecerle la compañía y el consuelo que necesitaba.
Cerró los ojos un segundo e imaginó su rostro fresco y sonriente. En sus ojos brillaba el sol del verano y curvaba los labios en una sonrisa cálida y seductora.
Dios, cómo la amaba.
Aquel pensamiento le golpeó con fuerza en las entrañas.
La amaba. ¿Cómo era posible que no hubiera reconocido aquel sentimiento hasta ese momento?
El corazón comenzó a latirle con violencia y un sudor frío cubrió su rostro al darse cuenta de que la había amado durante mucho, mucho tiempo. Pero había sido demasiado arrogante para enfrentarse a la verdad.
¿Cómo había podido estar tan ciego?, se preguntó mientras se dirigía a los ascensores. Las oficinas estaban vacías. La mayor parte de la familia se había ido a casa después de la reunión. Kyle llamó al ascensor, repentinamente ansioso por estar de vuelta en su apartamento, llamar a Sam y pedirle que se casara con él. En aquella ocasión no le propondría matrimonio impulsado por el sentido del deber, sino porque la amaba.
¿Y si le decía que no?
En ese caso se pondría duro con ella, la amenazaría con quitarle a Caitlyn para obligarla a capitular. Aquella idea le dejó un sabor agrio en la boca. No, jamás apartaría a Caitlyn de su madre. No, tenía que convencerla de que la amaba, de que ella también lo amaba y de que entre los dos podrían darle a su hija el amor que necesitaba.
Un timbre anunció la llegada del ascensor.
– ¡Que no se cierre! -gritó Rocky, alcanzándolo cuando las puertas estaban a punto de cerrarse.
– Creía que te habías ido -le dijo Kyle sorprendido.
– Y me había ido, pero me había dejado el paraguas. Odio estos trastos, normalmente prefiero un anorak con capucha, pero, ya sabes, cuando estés en Roma…
– Sí, ya sé.
– ¿Por qué no vamos a tomar una copa? -sugirió Rocky cuando llegaron al primer piso.
– ¿Tengo aspecto de necesitarla?
– De necesitar una doble.
– ¿Invitas tú?
– ¿Yo? De ningún modo, al fin y al cabo, tú eres el vaquero millonario.
– Me temo que esta noche no estoy de humor para ser buen acompañante.
– ¿Y cuándo lo has estado? -le preguntó ella mientras salían al vestíbulo.
Cruzaron las puertas de cristal que conducían a la calle, todavía rebosante de actividad, y se dirigieron caminando a un acogedor pub inglés que había a solo dos pasos de allí.
– He oído decir que tienes una hija -comentó Rocky, en cuanto se sentaron.
– Parece que las noticias vuelan rápido.
– Sí, por lo menos en esta familia -Rocky tomó un puñado de cacahuetes y se lo llevó a la boca-.Venga, Kyle, háblame de ella.
– Parece que no me va a quedar otra opción.
– Absolutamente ninguna.
– De acuerdo. Bueno, tiene nueve años. Y se llama Caitlyn. Caitlyn Rawlings, hasta que se haga el cambio de apellidos.
– ¿Y Sam está de acuerdo con eso? -le preguntó Rocky dubitativa. Por su reacción, era obvio que sabía lo que estaba preguntando. Seguramente Grant la había puesto al corriente de la situación.
– Estoy trabajando en ello.
– Buena suerte.
– ¿Conoces a mi hija? -preguntó Kyle, cayendo de pronto en la cuenta de que Rachel podía haber coincidido en el rancho con Sam y con Caitlyn.
– No, aunque me he dejado caer de vez en cuando por Clear Springs, no he coincidido con Samantha. La recuerdo de cuando éramos niños, y dudo que sea una mujer a la que le guste que le digan lo que tiene que hacer. Se pasó años trabajando duramente e intentando que su padre se mantuviera sobrio.
– ¿Lo sabías?
– Sí, y creo que Kate también, y probablemente Ben. Pero aquel hombre era un buen trabajador y tenía una mujer y una hija a las que mantener. Yo nunca dije una palabra a nadie. En cualquier caso, sospecho que Sam, que tuvo que crecer más rápido que todos nosotros, es una mujer acostumbrada a hacer las cosas a mi manera.
– Desde luego -se removió incómodo en el asiento, como si quisiera apartarse de los perspicaces ojos de Rocky-.Te enseñaría una foto de Caitlyn, pero no tengo ninguna.
– Entonces háblame de ella -sugirió Rachel mientras el camarero les dejaba sendas jarras de cerveza en la mesa.
– No sé qué decir. Es tan ágil como lo era su madre, y tan cabezota y… -fijó la mirada en la cerveza y frunció el ceño-. Oh, diablos. La verdad es que quiero casarme con Sam, reconocer a Caitlyn y empezar desde el principio.
– ¿Y lo crees posible?
– Todavía no. Ya he perdido nueve años, diez si cuento el embarazo de Sam. Pero ella quiere tomarse las cosas con calma. No quiere cometer errores.
– Parece una mujer inteligente.
– Y terca como una mula.
Rocky tuvo el valor de soltar una carcajada.
– Además -continuó Kyle-, tengo la sensación de que el tiempo corre muy deprisa. Y ellas están viviendo solas, en medio de ninguna parte.
– Ah, y quieres ser el caballero andante que las salve de, ¿de qué? ¿Del peligro de un coyote? -rió de tal manera que varias cabezas se volvieron en su dirección.
– Wyoming está en el fin del mundo. Allí también hay indeseables. Caitlyn tuvo problemas con una niña de su clase y me contó que tenía la sensación de que alguien la seguía y…
– ¿Tú crees que alguien la sigue?
– No lo sé, pero me preocupa -bebió un largo sorbo de cerveza. Rocky sonrió.
– Kyle, jamás lo habría creído si no lo hubiera visto con mis propios ojos, pero estás enamorado de Samantha, ¿verdad? No es solo que tengas una hija, quieres casarte con ella porque la amas.
Kyle apretó los dientes.
– No es un crimen, ¿sabes? ¿Le has dicho a Sam lo que sientes por ella?
Kyle giró la cerveza vacilante.
– Dios mío, Kyle, ¿no le has dicho que la amas?
– Ella lo sabe.
– ¿Lo sabe, o cree que estás haciendo todo esto por tu hija? Ya la abandonaste una vez, ¿sabes?
– Sí, lo sé -contestó, cada vez más ansioso por hablar con Sam-. He intentado explicárselo a ella.
– Sí, me lo imagino, Kyle Fortune, el gran comunicador. ¿No crees que es posible que sospeche que tu propuesta de matrimonio tiene que ver con un acto de cumplimiento del deber?
Kyle no respondió.
– ¿Debo presumir que sabe lo de Donna?
– Sí.
– Así que sabe que la abandonaste para casarte con otra mujer.
– No sabía que estaba embarazada…
– Eso no importa. No me sorprendería que nunca quisiera perdonarte.
– Eso es lo que me gusta de ti, Rocky -replicó Kyle haciendo una mueca-. Realmente sabes cómo levantarle el ánimo a uno.
– No sirve de nada que continúes lamentándote, Kyle. Lo que tienes que hacer es decirle que la amas, que el sol sale para ella, que…
– No se me da bien decir ese tipo de cosas.
– Lo sé, pero creo que ya es hora de que empieces a practicar. Ahora mismo Sam tiene todas las cartas en su mano y supongo que no está dispuesta a arriesgar su corazón y el de su hija por un hombre que tiene todo un récord en seducción y abandonos.
Cuando Kyle llegó aquella noche al apartamento que en otro tiempo había considerado su hogar, no encontró ningún alivio. Se sirvió una copa y observó su reflejo en el espejo del salón. Se sentía como un extraño en su propia casa. Porque ya no pertenecía a aquel lugar. El traje lo hacía sentirse incómodo. Los muebles se le antojaban fríos y la vista no lo admiraba.
Advirtió que la luz de contestador parpadeaba y, sin mucho interés, rebobinó la cinta.
Lo bombardearon decenas de mensajes que escuchó sin prestar apenas atención. Hasta que volvió a sonar un pitido y la voz de Samantha inundó la habitación.
– Kyle, ¿estás ahí? Si estás en casa, llama, por favor -la desesperación y el miedo tensaban su voz-. Es… es Caitlyn. Ha tenido un accidente. Joker la ha tirado y parece que tendrán que operarla. Creen que necesitará un especialista para la espalda… si ha sufrido algún daño. Pero todavía no lo saben. Están hablando de llevarla a Salt Lake City, pero solo si tiene algún problema en la espalda. No sé qué va a pasar, no sé. Intentaré llamarte otra vez.
Y colgó.
La cinta se detuvo y en el apartamento se hizo un silencio mortal.