Samantha permanecía sentada en la sala de espera del hospital de Jackson, hojeando revistas antiguas. Una taza de café reposaba en la mesa de al lado del único sofá de vinilo, pero Sam no la había probado.
No podía comer, ni beber, ni pensar en otra cosa que en Caitlyn. Un médico al que no había visto nunca, y supuestamente el mejor de Jackson, estaba controlando todo el proceso. El doctor Renfro confiaba en que no se hubiera visto afectada la columna vertebral y, al parecer, el resto de sus heridas sanarían.
Entonces, ¿por que tenía tanto miedo de que el médico se equivocara, de que su hija no sobreviviera a aquella operación? Era una tontería, pero el sentido común no le servía para ahuyentar el miedo.
Sam se levantó de su asiento y paseó por la sala de espera con aire ausente, anhelando la recuperación de su hija.
– ¿Sam? -la voz de Kyle llegó hasta ella en medio de los ruidos y los susurros del hospital.
Se volvió y lo vio caminando a grandes zancadas hacia ella. Tenía la preocupación grabada en cada línea de su rostro y una sombra de ansiedad en la mirada.
– Oh, Dios mío, Kyle -voló corriendo hacia él.
Kyle la estrechó en sus brazos y las lágrimas que Sam había contenido durante todo el día fluyeron repentinamente.
– ¿Caitlyn está bien? -le preguntó Kyle.
– No lo sé. Pero, gracias a Dios, estás aquí.
– ¿Dónde está ella?
– En el quirófano.
– ¿Quién es el médico? -Kyle cerró los ojos un instante, intentando encontrar alguna fortaleza interior-. ¿Es ese maldito especialista del que me hablaste?
– El doctor Renfro es un buen hombre, el mejor médico de Jackson.
– Yo puedo pagar al mejor doctor del país, al mejor del mundo…
– No es una cuestión de dinero, Kyle -replicó ella, enfadada porque, como siempre, Kyle pensaba que todo podía arreglarse con dinero.
– De acuerdo, de acuerdo. Pero cuéntame lo que ha pasado.
Permanecían frente a las ventanas, mirando al aparcamiento. Samantha, intentando no derrumbarse, le contó el accidente, el viaje en ambulancia… Pero no le dijo que había estado a punto de desmayarse, que no había estado más asustada en toda su vida, que se sentía incapaz de dominar el miedo.
– Tendrán que insertarle un clavo, dos quizá, en el hombro, y en la clavícula. Pero me han dicho que se recuperará, que la columna vertebral la tiene bien.
– Gracias a Dios -susurró Kyle. Pestañeó rápidamente, paralizado de miedo y preocupación.
– Dios mío, espero que no me hayan mentido, que no encuentren nada más…
– Ten fe -le dio un rápido beso en la sien-. Lo superaremos, los tres juntos lo superaremos.
Sam se sentía al borde del desmayo. Se aferró a Kyle e intentó no ceder a las lágrimas. ¿Qué ocurriría si Caitlyn había sufrido algún daño irreversible? Hasta el mejor de los médicos podía equivocarse. ¿Sería posible que su hija no pudiera volver a caminar o a montar a caballo?
Si ella hubiera tenido más cuidado, si se hubiera dado cuenta de que Caitlyn se había marchado… Si no hubiera tenido la radio tan alta… Pero había tardado en reaccionar y, para cuando lo había hecho, ya era demasiado tarde.
– Me gustaría haberla encontrado antes de que se subiera al caballo.
– No te culpes por lo ocurrido. No eres culpable de nada.
– Pero…
– Pero nada. Tú eres la mejor madre que podría imaginar para ella. Vamos -le pasó el brazo por los hombros-. Será mejor que te sientes.
Se sentaron en silencio, ignorando las revistas y la taza de café. Sam lo miró y comprendió que Kyle quería con devoción a su hija.
Los minutos pasaban lentamente. Sam pensaba que iba a enloquecer. Sin la presencia de Kyle, habría perdido la razón.
– No te preocupes -le repetía Kyle una y otra vez, cuando veía la sombra de miedo de sus ojos.
– Joker se escapó.
– Randy lo encontrará. Además, el caballo ahora es lo de menos.
– Pero es un caballo muy valioso. Es propiedad de Grant y…
– Me gustaría matar a ese caballo -Kyle apretó los puños con frustración.
– No puedes culpar a un caballo del accidente de Caitlyn.
– ¿Por qué no?
– Porque es culpa mía. Debería haber tenido más cuidado. No debería haberla dejado marchar, pero con la puerta del baño cerrada y la radio puesta, ni siquiera me di cuenta de que estaba intentando decirme algo. Me enteré cuando llegamos al hospital. Abrió los ojos y me lo dijo. Oh, Dios, si al menos…
– Chss. Deja de castigarte. Yo debería haber estado cerca de ella. Si no hubiera estado en Minneapolis… Pero no volverá a ocurrir otra vez -le prometió.
– ¿Y cómo vas a impedirlo?
– No os perderé nunca de vista. Y estoy hablando también de ti. He pensado mucho estando en Minneapolis. He estado analizando nuestra situación y creo que lo mejor que podemos hacer es casarnos. Y no para que el nuestro sea un condenado matrimonio de conveniencia.
– ¿Qué? -Sam alzó la mirada.
– Ya me has oído. Te quiero y quiero que te cases conmigo.
– Kyle…
– ¿Me has oído?
– Sí, pero…
La desilusión ensombreció el semblante de Kyle.
– Te amo, maldita sea, ¡y quiero casarme contigo!
– Oh, Dios mío, yo también te quiero -admitió Samantha. La felicidad inundaba su corazón mientras rodeaba a Kyle con los brazos y lo besaba hasta que la promesa de un futuro en común borró sus dudas y sus miedos.
– Escucha, Sam, hay algo más. Quiero darle a Caitlyn mi apellido. Y que vengáis a vivir conmigo.
– ¿Contigo? -el corazón se le cayó a los pies-. No sé si Caitlyn se acostumbrará a Minneapolis…
– Oh, estoy seguro que lo odiaría. Pero estoy hablando de que las dos vengáis a vivir al rancho.
A Caitlyn le costaba creerse lo que estaba oyendo.
– ¿A tu rancho? ¿En Wyoming?
– ¿Tan difícil es de comprender?
– Pero tú pensabas vender el rancho y marcharte a…
– ¡Jamás! Por fin he descubierto que este es mi verdadero hogar. Quiero quedarme aquí, contigo y con nuestra hija. Nunca venderé este lugar.
– Quizá cambies de opinión. Aquí los inviernos son muy duros. La temperatura baja muchísimo, la nieve…
– Creo que podré soportarlo, Sam. Así que, ¿qué me dices? ¿Te casarás conmigo?
– Claro que sí -le rodeó el cuello con los brazos. Kyle rió y giró con ella, justo en el momento en el que el doctor Renfro se acercaba a ellos.
– ¿Señora Rawlings?
– ¿Cómo está Caitlyn? -le preguntó Sam, con el corazón en la garganta.
– Se pondrá bien. Su hija ha superado perfectamente la operación. Ha sufrido lesiones en el hombro, el brazo y las costillas. La operación más difícil ha sido la del brazo. Hemos tenido que ponerle un clavo en el radio y el cubito.
– ¿Y la espalda?
El doctor sonrió pacientemente.
– Ya le dije que no era nada serio. Se pondrá bien, aunque pasará algún tiempo dolorida. Creo que su principal problema va a ser impedirle que se levante.
Escucharon las instrucciones del doctor y Sam, relajándose por vez primera, se derrumbó. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y, si no hubiera sido por los fuertes brazos de Kyle, habría terminado desmayada en el suelo.
– Estás aquí -Caitlyn abrió los ojos y alzó la mirada hacia Kyle-. Creía que te habías ido.
– Solo me había ido unos días.
– Por mi culpa -dijo la niña, todavía somnolienta.
– ¿Por tu culpa?
– No me quieres. Jenny Peterkin me dijo que mi padre no me quería. Que habías dejado a mamá por mi culpa.
Kyle sintió que se le desgarraba el corazón.
– Cometí un error al marcharme. Pero no sabía nada de ti, cariño. Te descubrí hace solo unas semanas. Pero pronto vamos a solucionarlo. Tu madre y yo vamos a casarnos.
– ¿Qué? -Caitlyn abrió los ojos como platos.
– ¿Qué…?
– Es cierto, cariño -dijo Sam-. Kyle y yo vamos a pedirle al reverendo Pease que nos case en cuanto salgas del hospital.
– No estarás diciendo esto porque estoy aquí, ¿verdad? -preguntó la niña, buscando la mirada de su padre.
– No, llevo mucho tiempo intentando convencer a tu madre de que se case conmigo.
– ¿Y tú no querías casarte, mamá?
– Solo quería estar segura.
– ¡Y a mí nadie me ha preguntado nada!
Kyle contuvo la respiración.
– Bueno, ¿te gustaría que fuéramos una familia? – le preguntó Sam.
– ¿Una familia de verdad?
– Sí, cariño, si tú quieres.
– ¿Y podré tener un caballo?
– Todos los que quieras -respondió Kyle.
– Siempre que sea razonable -añadió Sam.
– ¿Y me llamaré Caitlyn Fortune?
– Caitlyn Rawlings Fortune -contestó Sam, pestañeando para contener las lágrimas.
– Pero ahora tienes que ponerte bien, ¿de acuerdo? -le pidió Kyle.
– De acuerdo -cerró los ojos con una sonrisa en los labios-. De acuerdo, papá.
– Me gustaría presentarles al señor y a la señora Kyle Fortune -dijo el predicador.
Kyle y Samantha se volvieron hacia la congregación. Sam estaba radiante y Kyle jamás se había sentido tan feliz. Caitlyn, resplandeciente, permanecía en los primeros bancos, al lado de su abuela. La iglesia estaba rebosante de familiares y amigos y Kyle sonrió al ver los rostros sonrientes de su padre y su madrastra y las lágrimas que humedecían las mejillas de sus hermanas.
Conocía a la mayoría de los invitados, pero su mirada se encontró de pronto con la de un anciano muy delgado, sentado en uno de los bancos más alejados. Por un instante, tuvo la sensación de reconocerlo, pero inmediatamente se dio cuenta de que no conocía a aquel tipo de enorme mostacho, gafas de sol y traje de lino.
En cuanto salieron de la iglesia, toda la familia de Kyle los rodeó para felicitar a Kyle por haber conseguido una mujer tan guapa como Sam. Sus hermanas estaban emocionadas. Jane le guiño el ojo a Sam.
– Bienvenida a la familia -le dijo con una sonrisa-. Y no dejes que Kyle te mangonee.
– Que ni lo sueñe -contestó ella.
– Estupendo -exclamó Kristina, mientras le daba un beso a su hermano-, porque cuando quiere puede llegar a ser muy cabezota.
– ¿Ah sí? Jamás me lo habría imaginado -respondió ella sonriente.
– Por favor, dadme un descanso -musitó Kyle.
– Así que por fin has hecho algo inteligente -terció Mike.
– Por fin, sí -admitió Kyle.
– ¿Y no dice la tradición que hay que besar a la novia? -sin esperar respuesta, Grant se inclinó sobre Sam y le dio un beso en los labios.
Samantha rió, pero Kyle sintió que le ardía la sangre.
– Deberías haberte quedado conmigo -le dijo Grant a Samantha-. Has elegido mal. Pero si este tipo te causa problemas, siempre puedes llamarme.
Grant se acercó a Caitlyn y la levantó en brazos.
– ¿Todavía tienes que llevar ese maldito artefacto? -le palmeó el brazo.
– Sí -asintió Caitlyn.
– Pero ya solo le quedan unas cuantas semanas – intervino Sam.
– Una eternidad -gruñó Caitlyn.
– Oh, el tiempo pasa muy rápido. Además, tengo una sorpresa para ti. Bueno, en realidad es una sorpresa para ti y para tu madre -le dijo Grant.
– ¿Y qué es? -Caitlyn aplaudió de puro deleite.
– ¿Te acuerdas de que Joker se escapó el día de tu accidente? -le preguntó Kyle a la niña.
Caitlyn asintió sombría y bajó la mirada hacia el suelo. Kyle se agachó para estar a la altura de la mirada de su hija.
– ¿Y sabes que lo encontramos un par de días después con un grupo de yeguas salvajes?
– ¿Y? -preguntó Caitlyn, levantando el rostro con los ojos repentinamente iluminados.
Grant le palmeó la espalda a su hermanastro.
– Pues bien, es muy posible que alguna de esas yeguas tenga un potrillo de Joker para la próxima primavera, y tu padre y yo hemos pensado que quizá te apetezca tener uno.
– ¿Me dejas, mamá? -preguntó Caitlyn esperanzada.
– No creo que pueda hacer nada para evitarlo.
Caitlyn soltó un grito de puro júbilo y Sam chasqueó la lengua mirando a Kyle.
– Tú y Grant, terminaréis mimándola demasiado.
– Exactamente, ese es el plan.
– Vaya, vaya -Allison, vestida con un modelo de seda negra, miró de reojo a su primo-. ¿Quién lo iba a decir? Sé que debería decir algo así como que no he perdido un primo, sino que he ganado una amiga, pero tengo la sensación de que Kyle no va a volver por Minneapolis muy a menudo. Creo que lo hemos perdido definitivamente.
– Oh, no seas tonta. Kyle volverá -repuso Bárbara, su madrastra. Siempre con los pies en la tierra, Bárbara había aceptado a los hijos del primer matrimonio de Nathaniel como si fueran suyos y quería a Kyle más que su propia madre.
Sheila, la madre de Kyle, había declinado la invitación a la boda. A pesar de que habían pasado veinte años desde su divorcio, todavía se resentía por la pérdida de dinero y estatus social que había supuesto.
– Esperamos que venga por lo menos a pasar las vacaciones -insistió Bárbara.
– Yo había pensado que podríais venir aquí toda la familia, para pasar unas navidades blancas rodeados de pinos -replicó Kyle.
– Y con temperaturas a bajo cero -Allie fingió estremecerse-. Gracias, pero no. Lo siento, Sam.
Al advertir el brillo travieso de los ojos de Allie, Sam disimuló una sonrisa. Iba a ser maravilloso tener una familia tan extensa. Ella había sido hija única y Caitlyn… Bueno, de momento no tenía hermanos, de modo que había recibido a la familia de Kyle con los brazos abiertos, incluyendo a la majestuosa Allie, que a menudo parecía tan distante.
Sam sospechaba que bajo su deslumbrante belleza, la prima de Kyle escondía un enorme corazón. Con una fuerza de voluntad tan férrea como la de su abuela, lo supiera o no, Allie solo estaba esperando a que se cruzara el hombre adecuado en su camino.
Sam estrechó infinidad de manos, aceptó toda clase de buenos deseos, musitó palabras de gratitud y, mientras se dirigían de nuevo hacia el rancho, fue consciente de que todo el mundo parecía deseoso de aceptarla como parte de la familia.
– En realidad no somos tan malos -le comentó Rebecca más tarde, después de que hubieran compartido la tarta. El champán fluía de una fuente de plata que habían colocado cerca de las escaleras y las notas del piano llegaban hasta ellas.
– ¿Sabes? -continuó diciéndole-. Mi abuela adoraba este lugar. Me alegro de que lo haya heredado Kyle, pero siento mucho que ella no esté aquí, formando parte de la ceremonia.
– Yo también -dijo Sam.
Suspirando, Rebecca alzó su copa de champán.
– Por Kate -dijo.
Sam acercó su copa a la de Rebecca justo en el momento en el que Kyle se unía a ellas.
– ¿Sabéis? -admitió Kyle un poco avergonzado-. Sé que vais a pensar que estoy loco, pero, hoy en la iglesia, tenía la sensación de que Kate estaba allí. Cuando hemos bajado las escaleras de la iglesia, habría jurado que estaba entre los invitados -se sonrojó ligeramente-. Caramba, Rebecca, estoy empezando a hablar como tú.
– Yo también lo he sentido -admitió Sam. Rebecca elevó los ojos al cielo.
– Dios mío, y después yo soy la chiflada de la familia.
– La chiflada no, solo la excéntrica. Y en todas las familias hay alguna -comentó Caroline riendo, mientras se unía al grupo. Miró a Kyle con una sonrisa-. Creo que todo el mundo está esperando a que saques a la novia a bailar.
El pianista renunció a su puesto y la banda comenzó a tocar mientras Kyle sacaba, no solo a Sam, sino también a Caitlyn, a bailar a la improvisada pista de baile. El olor de la artemisa se mezclaba con el perfume de Sam y el viento silbaba suavemente en las montañas. Kyle tenía la sensación de que por fin había llegado a casa. El camino había sido largo, lleno de curvas peligrosas y callejones sin salida, pero por fin había llegado a lugar al que pertenecía.
«Gracias, Kate», pensó. Porque había sido su abuela, tras su muerte, la que le había dado lo que realmente necesitaba: una familia y un rancho en los salvajes campos de Wyoming. Un par de parejas se unió al baile y Grant se acercó para apartar a Caitlyn de los brazos de Kyle.
– Solo un baile con la señorita.
Sam rió y aquel sonido llegó hasta el corazón de Kyle. Abrazó a Sam con fuerza y le dio un beso en la mejilla.
– Me temo que después de hoy ya no vas a poder deshacerte de mí.
– ¿Quieres decir que esto es para siempre? Oh, maldita sea.
– Está jugando con fuego, señora.
– ¿De verdad?
– Y podrías terminar quemándote.
– Eso es exactamente lo que pretendo -lo besó en el cuello-.Y el fuego será tan intenso, querido marido, que tendrás problemas para apagarlo.
Kyle soltó un gemido.
– Si no paras de decirme ese tipo de cosas, te llevaré al dormitorio delante de mi familia, tu madre, nuestra hija…
– Promesas, promesas -replicó Sam.
Con un rápido movimiento, Kyle la levantó en brazos y comenzó a subir las escaleras. Sam soltó una carcajada, pero se retorció para liberarse.
– Lo primero es lo primero, vaquero -le advirtió, y en cuanto estuvo de pie, agarró el ramo de novia y lo tiró por encima del hombro.
Las flores describieron una parábola en el aire y aterrizaron en las manos abiertas de Allie.
– ¿Qué demonios es esto? -preguntó Allie, estupefacta…
Kyle soltó una carcajada.
– No podía haber aterrizado en un lugar mejor – dijo, divertido ante la sorpresa que reflejaba el rostro de su prima. Después, incapaz de esperar un segundo, volvió a levantar en brazos a la novia y la llevó al dormitorio.
– ¿Y ahora qué tenemos que hacer? -preguntó, tras haber cerrado la puerta.
– Utiliza tu imaginación -sugirió Sam. Justo en ese momento llamaron a la puerta.
– ¿Mamá? ¿Papá? ¿Estáis ahí?
Samantha arqueó la ceja, miró a su marido y se dispuso a abrir la puerta.
– Bienvenido a la paternidad, Kyle Fortune. Creo que tu hija te necesita.