Capítulo 7

– ¿Diga? -Samantha contestó el teléfono mientras Caitlyn, sentada en una de las sillas de la cocina, saboreaba un pedazo de tarta.

No hubo respuesta. Y no se oía el tono de la línea.

– ¿Diga? -el corazón le latía violentamente mientras esperaba-. ¿Hay alguien ahí?

Clic.

Quienquiera que fuera, había colgado. Sam se aferró con fuerza al teléfono. Seguramente, si alguien se hubiera equivocado, se habría identificado. Aquello tenía que tratarse de una broma, ¿pero quién podía ser?

– ¿No han contestado? -preguntó Caitlyn con la boca llena.

– Supongo que se habrán equivocado de número.

– Ya ha pasado otras veces.

– ¿Sí? ¿Cuándo? -Sam se dejó caer en una silla, sintiendo cómo le daba vueltas el estómago.

– Hace unos días.

– ¿Y has vuelto a tener la sensación de que alguien te estaba mirando? -preguntó Sam, sacando un tema que la aterraba mientras tomaba un vaso de té helado. Probablemente aquella sensación solo fuera producto de la imaginación de su hija, pero no podía ignorarla.

Caitlyn se metió otro pedazo de pastel en la boca y sacudió la cabeza.

– Eso hace mucho tiempo que no me pasa.

– ¿Cuándo te ocurrió por última vez?

– Humm.

En silencio, Sam dejó escapar un suspiro de alivio. Estaba tan preocupada por lo que le había dicho su hija que había estado a punto de llamar al sheriff. Pero el ayudante del sheriff no iba a correr a su rancho solo porque Caitlyn pensara que la estaban siguiendo. Además, Sam tenía problemas más importantes a los que enfrentarse. De alguna manera, tenía que confesarle a su hija que le había mentido en lo que a su padre concernía. Tendría que explicarle que el nuevo vecino del rancho Fortune era su padre. ¿Pero cómo hacerlo? Llevaba dos días intentando encontrar el momento oportuno, pero ninguno se lo parecía lo suficiente. Y Kyle no podía estar esperando eternamente.

– Límpiate con la servilleta -le recordó a su hija mientras Caitlyn, con el pijama ya puesto, se dirigió hacia el salón.

Caitlyn retrocedió, se limpió rápidamente la boca con una servilleta de papel y volvió a encaminarse hacia la puerta. Fang levantó la cabeza y trotó lentamente tras ella. Cuando Caitlyn nació, Fang era solo un cachorro que, intrigado por el rostro sonrojado y los llantos del bebé no quitaba ojo a la recién llegada. Habían crecido juntos y entre ellos se había creado un vínculo muy especial.

Sintiéndose todavía inquieta, Sam llevó el plato de su hija al fregadero. Aquel era un buen momento, se dijo. Le pediría a Caitlyn que apagara la televisión, se sentaría con ella en el sofá y le explicaría que Kyle Fortune era su padre. Así de simple. Después habría montones de preguntas, con Caitlyn era imposible que no las hubiera, pero Sam se enfrentaría a ellas y le diría toda la verdad.

Lavó el plato, se secó las manos con un trapo y oyó el sonido de un motor. El corazón le dio un vuelco al reconocer la camioneta de Kyle.

– Genial -se dijo a sí misma. Fang soltó un par de ladridos mientras Kyle se acercaba al porche. Sam salió a recibirlo a la puerta.

– ¿Y bien? -preguntó Kyle, sin molestarse en sonreír..

– Todavía no se lo he dicho.

– Oh, Dios -Kyle miró hacia el interior de la casa y la agarró del brazo-. ¿Y por qué no?

Estaban tan cerca que Sam podía sentir el enfado que Kyle irradiaba.

– No… no he encontrado el momento.

– ¡De la misma forma que no has sido capaz de encontrarlo durante nueve años!

– Kyle, intenta comprenderlo.

– Lo único que comprendo es que Caitlyn es sangre de mi sangre. A no ser que estés mintiendo, tengo una hija a la que hasta ahora no he conocido. Tengo derecho a estar con mi hija, Sam, derecho a conocerla, a hacer planes con ella. Y a que ella sepa que existo.

– ¿Planes? ¿Qué clase de planes? -el futuro se extendía ante ella como un negro vacío.

– Lo primero es lo primero -la soltó, empujó la puerta y entró en la cocina.

– Oh, Dios mío.

A Sam le latía violentamente la cabeza. Kyle no podía, simplemente no podía… Salió corriendo tras él, pero ya era demasiado tarde. Había entrado en el cuarto de estar donde, Caitlyn, sentada en el suelo, estaba viendo la televisión al tiempo que ojeaba una revista de caballos.

– Creo que deberíamos hablar -anunció Kyle y Samantha, que estaba ya en el marco de la puerta, se paró en seco.

– ¿Sobre qué?

– Sobre tu papá -Kyle entró en el cuarto de estar y se quedó en frente de la chimenea.

Sam se mordió la lengua.

Toda oídos, Caitlyn se sentó en el sofá y le dirigió a su madre una mirada triunfal. Por fin, parecía estar diciéndole, alguien iba a contarle la verdad.

– ¿Lo conoces? -le preguntó Caitlyn.

– Sí, mucho.

– Espera, creo que soy yo la que debería hacer esto -reuniendo valor, Sam entró en la habitación y se sentó en el borde del sofá. El corazón le latía violentamente y tenía las palmas de las manos empapadas en sudor-.Yo, eh… debería habértelo dicho hace mucho tiempo -aunque por dentro estaba temblando, su voz sonaba firme. Caitlyn la miraba con los ojos abiertos como platos-.Tu padre es el señor Fortune.

– ¿Quién? ¿Él? -Caitlyn se volvió para mirar al hombre que estaba apoyado en la chimenea-. ¿Tú?

– Sí -aunque se estaba muriendo por dentro, Sam también tenía la sensación de que acababan de quitarle un gran peso de encima. Sintió el ardor de las lágrimas en los ojos-. Kyle y yo nos conocimos hace mucho tiempo.

– Pero él vive muy lejos.

– Pasé un verano aquí, en el rancho -le explicó él-. Conocí a tu madre y pasamos mucho tiempo juntos. Nos gustamos e intimamos mucho -se agachó hasta quedar a la altura de Caitlyn-. +Yo tuve que marcharme antes de que tu madre hubiera podido decirme que ibas a venir al mundo. Las cosas se complicaron y tu madre y yo perdimos el contacto.

Caitlyn frunció el ceño.

– Entonces os enamorasteis, pero no os casasteis.

– Exacto -contestó Kyle sin pestañear.

Sam lo miró fijamente, fulminándolo con la mirada.

– No exactamente. Nosotros… bueno, pensábamos que estábamos enamorados, cariño, pero éramos demasiado jóvenes para saber exactamente lo que era el amor -si realmente pretendían ser honestos, tendrían que contarle toda la verdad.

Caitlyn se cruzó de brazos y miró a su madre con enfado.

– Así que sabías cómo se llamaba.

– Sí, pero como él te ha explicado, Kyle no sabía que existías.

– ¿Y por qué no?

– No era fácil decírselo.

– Podías habérselo contado a la señora Kate y ella lo habría encontrado.

– Sí, pero yo era muy joven, estaba confundida. Pensaba… Creía que estaba haciendo lo mejor para ti.

– O para ti -repuso Caitlyn con el ceño fruncido. En aquel momento, parecía tener mucho más que nueve años.

Kyle se aclaró la garganta.

– La culpa no fue de tu madre. Yo me casé con otra mujer -la miró a los ojos y le ofreció una sonrisa-. En aquella época cometí muchos errores, y ahora estoy intentando rectificar los que pueda.

– ¿Eso qué significa? -preguntó Sam, tan tensa que apenas podía respirar.

– Que necesito dar algunos pasos, pasos legales, para asumir la responsabilidad sobre Caitlyn.

Las cosas se le estaban yendo muy rápidamente de las manos.

– No tienes por qué hacer nada parecido.

– Quiero hacerlo.

– A mí no me importa -repuso Caitlyn, mordiéndose el labio nerviosa-. ¿Y eso va a cambiar algo? ¿Todavía podré vivir aquí?

– Por supuesto que sí -le aseguró Sam, abrazándola-. Somos una familia.

– ¿Y él?

– Tendremos que ir haciéndolo todo poco a poco. Y no va a cambiar nada, créeme -respondió Sam, advirtiéndole a Kyle con la mirada que no la contradijera.

Kyle consiguió esbozar una sonrisa.

– Lo único que va a cambiar es que ahora vamos a vernos mucho, tenemos que conocernos el uno al otro y recuperar el tiempo perdido.

– ¿Y mamá?

– Oh, si ella quiere, podrá venir con nosotros.

– ¿Seremos una familia? -preguntó Caitlyn, y la habitación se quedó de pronto en completo silencio.

Al cabo de unos tensos segundos, Kyle le guiñó el ojo a su hija.

– Claro que seremos una familia.

– ¿Y viviremos juntos?

– Oh, no, cariño -Sam besó a Caitlyn en la frente, luchando contra las lágrimas al darse cuenta de lo mucho que su hija deseaba ser como los otros niños.

– ¿Por qué no?

– Porque tu padre y yo no estamos casados.

– ¿Y no podéis casaros?

– No, cariño, eso es imposible.

– ¿Por qué?

– Porque Kyle y yo… ya no estamos enamorados.

– Pero tú me explicaste que el amor es para siempre.

– ¡El verdadero amor, Caitlyn! -respondió Sam, consciente del peso de la mirada de Kate sobre ella-. El verdadero amor dura para siempre, pero es muy difícil de encontrar.

Caitlyn sacudió la cabeza.

– No, solo hay que esforzarse en encontrarlo.

– Quizá tenga razón -terció Kyle-.A lo mejor no nos esforzamos lo suficiente.

Sam tragó saliva y se metió las manos en los bolsillos.

– Eso fue hace mucho tiempo.

– Lo sé, pero…

– No funcionó y fin de la historia -su voz sonaba firme, como si quisiera cerrar cualquier discusión-. Y por hoy creo que ya es suficiente, ¿no os parece?

Kyle miró el reloj y frunció el ceño.

– Creo que tu madre vuelve a tener razón -le palmeó a Caitlyn la rodilla-. Ahora tengo que marcharme porque estoy esperando una llamada, pero volveré y pronto empezaremos a conocernos el uno al otro, ¿de acuerdo?

Caitlyn asintió y se quedó mirándolo con los ojos abiertos como platos.

– ¿Hay algo que quieras preguntarme? -quiso saber Kyle.

– ¿Puedo montar a Joker?

Kyle soltó una carcajada.

– Como ya te dije en otra ocasión, eres una mujer de ideas fijas.

– En eso estamos completamente de acuerdo -comentó Sam.

– Hablaré con Grant -le prometió Kyle-, y veremos lo que dice tu madre. Buenas noches -afortunadamente, no intentó besar a su hija ni nada parecido. Salió por la puerta de la cocina y Sam dejó escapar un suspiro de alivio mientras la camioneta desaparecía en la noche.

Caitlyn se retorció entonces en sus brazos.

– No me lo dijiste -le reprochó-, ¿por qué?

– Porque pensaba que era lo mejor. Pero es evidente que cometí un error.

– Insisto, Kyle, hay algo que no encaja -la voz de Rebecca le retumbaba en los oídos. En aquel momento era incapaz de enfrentarse a sus rocambolescas teorías sobre si su abuela estaba o no muerta-. Mi madre era una magnífica piloto.

– Pero el aparato tuvo un fallo.

– ¿Por qué? Mi madre revisaba todos los aparatos mecánicos antes de cada vuelo. Yo hablé con el encargado del mantenimiento del avión y me dijo que estaba en perfecto estado el día que ella voló.

– Era un avión, Rebecca. Y los aviones a veces se estrellan.

– No sin una razón determinada.

Kyle casi podía oír el movimiento de los engranajes de su cerebro. En su opinión, Rebecca estaba un poco descentrada y, siendo escritora de novelas de misterio, a veces tenía dificultades para distinguir la realidad de la ficción.

– ¿Entonces estás insinuando que el avión no tuvo ningún fallo?

– No, todavía no sé lo que estoy diciendo, salvo que hay algo que me huele a chamusquina. Mi madre era demasiado prudente para tener un accidente de ese tipo.

– ¿Kate prudente? ¿Estamos hablando de la misma persona? La abuela se tomaba los desafíos como si fueran un vaso de agua helada.

– Pero no era imprudente -insistió Rebecca-. Mira, quiero contratar a un detective privado para que investigue los restos del avión.

– Sí, ya me he enterado. Pero no entiendo por qué. Eso no nos va a devolver a Kate.

– Simplemente lo tengo que hacer, ¿de acuerdo? Y he pensado que toda la familia debería saberlo.

– Me cuesta creer que estés haciendo una cosa así.

– Pues créelo, Kyle, y confía en mí. Algo ocurrió en la selva amazónica y pretendo averiguar lo que fue.

Kyle colgó el teléfono desesperado. Diablos, no tenía tiempo de ocuparse del último misterio de Rebecca, aunque en ese misterio estuviera implicada Kate. No, él ya tenía demasiados problemas a los que enfrentarse, el menor de los cuales era aprender a dirigir aquel rancho.

Después de haberle confesado a Caitlyn que era su padre, no sabía qué hacer con ella. Por supuesto, tenía que empezar a conocerla mejor, ¿pero qué haría después, cuando vendiera aquel pedazo de tierra y regresara a Minneapolis, o a donde quisiera que terminase? ¿Qué ocurriría entonces? ¿O debería quedarse?

Salió fuera y miró hacia el horizonte. Los pastos y los arbustos de artemisa se extendían hasta las montañas. A partir de allí, los pinos y los abetos trepaban hasta las cotas más altas.

Kyle agarró con la mano una de las vigas del porche y soltó una maldición. Si quería ser fiel a la verdad, tenía que reconocer que Caitlyn solo era parte del problema. El resto de su problema era Sam.

– ¡Pero tú siempre dices que no está bien mentir! -exclamó Caitlyn mientras trabajaba con su madre en el jardín.

– Y está mal, lo sé. Pero yo era joven y, oh, Caitlyn -miró hacia el cielo, donde las nubes surcaban el cielo empujadas por la brisa-. Cometí un error, ¿qué puedo decirte? Lo siento.

– ¿De verdad lo sientes?

– ¡Sí, lo siento! ¿Por qué no me crees?

– Porque eres una mentirosa -Caitlyn, que estaba de un humor pésimo desde que se había levantado aquella mañana, dejó caer la manguera con la que estaba regando y se cruzó de brazos-. Podría haberlo conocido, haberle hablado a otros niños de él y no me habrían llamado todas esas cosas si me lo hubieras dicho.

– Ya te he dicho que lo siento.

– ¿Y ahora pasaré los fines de semana con él, como Nora Petrelli con su padre?

– ¡No! Oh, sinceramente, no sé lo que va a pasar. Tendremos que ir viendo poco a poco lo que pasa.

– Voy a llamar a Tommy, y a Sarah y a…

– Todavía no, ¿de acuerdo, cariño? No hasta que se lo contemos a la familia. Hoy iremos a ver a la abuela y dejaremos que Kyle se lo cuente a sus hermanos -no se atrevía a imaginar siquiera lo que diría el resto de los Fortune.

– ¿Tengo primos? -Caitlyn recuperó la manguera y continuó regando.

– Probablemente decenas.

– ¡Genial! ¿Y cuándo voy a conocerlos? -estaba encantada de saber que formaba parte de una familia tan grande.

– En cuanto Kyle se lo diga a todo el mundo -a Sam se le encogió el corazón al pensar que, desde aquel día, no podría tomar ninguna decisión concerniente al futuro de su hija sin consultar antes con Kyle.

El sol se ocultaba en el horizonte mientras Kyle se limpiaba la grasa de las manos. Después de haber revisado los postes por la mañana, había dedicado la tarde a hacer una especie de inventario, revisando la maquinaria, los cobertizos e intentando averiguar lo que debería vender, lo que había que reparar y el dinero que tendría que invertir en aquel lugar antes de poder venderlo a un precio que mereciera la pena.

Como si alguien fuera a comprar aquel remoto lugar. Kate podría haber dejado estipulado que tendría que vivir seis meses en el rancho antes de venderlo, pero, siendo realista, probablemente tendría que quedarse cerca de un año para sacarle algún provecho.

Durante la semana anterior, había conocido a los tres trabajadores del rancho. Randy Herdstrom con dos hijos y una pequeña casa de su propiedad, parecía más que capaz de encargarse del ganado, controlar el equipo y tratar con posibles compradores. Los otros dos, Carson y Russ, eran más jóvenes y fuertes, capaces de pasarse el día haciendo zanjas, marcando y castrando el caballo y pasar las noches nadando en cerveza y jugando con las mujeres de la taberna de Lona Elder. En realidad, a Kyle no le importaba lo que hicieran los trabajadores durante su tiempo libre. Lo único que él quería era que desempeñaran bien su labor.

Mientras continuaba limpiándose la grasa, fijó la mirada en las cabezas de ganado. Parecían satisfechas, tranquilas. Sentimientos que Kyle no había experimentado prácticamente jamás.

Él siempre había sido una persona inquieta, pero si tenía que ser fiel a la verdad, tenía que reconocer que sus días más plácidos los había pasado en aquel rancho, recorriendo aquellas vastas hectáreas de tierra, montando a caballo o haciendo el amor con Sam. Siempre Sam. La madre de su hija.

Se había obligado a no acercarse a su casa porque imaginaba que madre e hija necesitaban tiempo para acostumbrarse a la nueva situación.

Y porque todavía no había sido capaz de olvidar la sencilla pregunta de su hija: «¿por qué no podéis casaros?». Tanto Sam como él habían esquivado la pregunta, pero había una parte de él, probablemente la que se sentía más culpable, que consideraba la sugerencia de Caitlyn con interés. Sam y él no estaban enamorados, ¿pero y qué? La mayoría de la gente se casaba por razones que tenían muy poco que ver con el amor. Ni siquiera tendrían que vivir juntos. Él podría ayudarlas económicamente, quedarse con ellas cuando estuviera en Wyoming… No, no funcionaría. Él quería estar cerca de su hija y no podía imaginarse a Sam yéndose a vivir a Minneapolis.

Contempló el paisaje del anochecer, la sombra de las montañas elevándose sobre los campos. ¿Podría vivir siempre allí, con Sam? Una sonrisa asomó a sus labios al imaginarse durmiendo en su cama, haciendo el amor con ella en la madrugada y despertándose con ella acurrucada entre sus brazos. Imaginaba su esencia impregnándolo durante todo el día y su sonrisa seduciéndolo mientras él la desnudaba lentamente. La luz de la luna se filtraría por las ventanas mientras él le quitaba cada pieza de ropa y las dejaba caer al suelo, mientras exploraba y adoraba cada centímetro de su cuerpo. Acariciaría sus rincones más íntimos, sentiría el calor, saborearía su humedad y, cuando estuviera lista, se hundiría en ella con toda la fuerza de su pasión.

– Chico, estás francamente mal -se regañó.

Estaba empezando a excitarse con solo imaginarse la cálida piel de Sam contra la suya. Tenía el cuerpo empapado en sudor y la boca tan seca que le habría resultado imposible escupir. Y la idea de pasar el resto de sus noches con Sam en sus brazos se le antojaba una dulce, dulce tortura.

¿Pero sería capaz de recorrer aquel camino por segunda vez? ¿Jurar fidelidad durante el resto de su vida delante de Dios y de su familia? Ya había fracasado una vez. Pero había fracasado por culpa de Sam. Las cosas serían diferentes en esa ocasión. Se quedaría con ella para siempre.

Pero aquel absurdo pensamiento desapareció con la misma rapidez con la que había aparecido. Sam se merecía algo mejor que un matrimonio de conveniencia. Ella quería y necesitaba un amor de verdad y Kyle sabía que él era incapaz de amar.

Frunció el ceño. La idea de casarse con Sam para darle a Caitlyn su apellido no se le borraba de la cabeza. Él renunciaría a las otras mujeres, en eso no habría ningún problema. Tendría que olvidarse también de la vida que había llevado en Minneapolis y dejar de ser tan egoísta. Eso quizá fuera la parte más difícil, al menos si se creía lo que sus hermanas decían de él.

Pero, por encima de todo, tendría que convencer a la tozuda de Samantha de que era lo mejor para los tres. En realidad, no creía que ella aceptara una propuesta de matrimonio y tampoco él estaba seguro de que fuera precisamente un matrimonio lo que él quería. Se acordaba demasiado bien de lo ahogado que se había sentido durante el tiempo que había estado casado con Donna. Pero con Sam… Dios, estaría dispuesto a cortarse la pierna derecha para poder acostarse con ella.

– Oh, diablos -gruñó, pateando un poste con frustración.

Ya no tenía ninguna oportunidad con Samantha. Ella se había encargado de dejarlo completamente claro. Aunque compartieran una hija.

Al pensar en Caitlyn sonrió. Sam había hecho un gran trabajo con ella, pero había llegado el momento de que también él hiciera algo.

El matrimonio era algo que no podía ni plantearse. Lo sabía. Sam también y Caitlyn llegaría a comprenderlo con el tiempo.

Sintió que le sonaba el estómago y se acordó entonces de que no había comido nada desde el desayuno. Quizá debería llamar a Sam y ofrecerse a comprar cena para los tres. Volvió a la casa, dispuesto a llamar por teléfono y vio que se acercaba la camioneta de Grant.

A los pocos minutos, Grant estaba bajando de la cabina…

– He estado intentando llamarte, pero no contestabas -le dijo Grant.

– He estado fuera, ¿qué te pasa? -le preguntó al verlo enfadado.

– Es una larga historia que tiene que ver con el toro del idiota de mi vecino -dijo Grant, con una expresión tan dura como el granito-. Hoy no he tenido un buen día.

Kyle soltó una carcajada.

– Pasa, déjame invitarte a una copa -le palmeó el hombro a su hermanastro mientras lo conducía al interior de la casa-. Ahora háblame de los hombres que trabajan en el rancho.

Se encaminaron hacia el porche de atrás.

– Randy es un hombre inteligente y trabajador, que entiende mucho del negocio. Russ y Carson… son jóvenes y piensan constantemente en las mujeres. Ya sabes cómo son las cosas a esa edad. Pero son honestos y se esfuerzan en el trabajo -colgó el sombrero en el perchero de la puerta y se sentó mientras Kyle buscaba la botella.

Kyle sirvió un par de copas y le tendió una a Grant.

– Así es la vida en el rancho, el mejor y el peor trabajo del planeta -Grant acercó su copa a la de Kyle, bebió un largo sorbo y echó la cabeza hacia atrás.

– Todavía no conozco la mejor parte, pero puedes estar seguro de que ya he conocido la peor -Kyle bebió un trago. El líquido se deslizó por su garganta y, como si fuera una bola de fuego, cayó en medio de su estómago. Teniendo en cuenta que no había comido, probablemente lo de la copa no había sido una buena idea.

– Todavía no lo has comprendido, ¿verdad?

– ¿No he comprendido qué?

– Que Kate te dejó este rancho con la intención de que descubrieras lo que es verdaderamente importante en esta vida y echaras raíces en algún lugar.

Oh, sí, lo había comprendido todo perfectamente. Pero no por Kate o por el rancho, sino por Sam. Así que ya era hora de cambiar de tema.

– ¿Te apetece cenar?

– ¿Vas a cocinar tú?

– No. He pensado que podríamos acercarnos al pueblo y buscar un lugar en el que nos sirvan unos buenos filetes.

– ¿Invitas tú?

– Claro que sí. Ahora que soy ranchero, me siento verdaderamente rico.

Se terminaron las copas y fueron al pueblo en la camioneta de Kyle. Durante el trayecto, este le explicó a su hermanastro su relación con Samantha y con Caitlyn.

– Cómo he podido ser tan estúpido-musitó Grant. Se frotó la barbilla y añadió-. Jamás me lo habría imaginado. Todo el mundo pensó que la niña era de Tadd Richter, pero ahora que lo mencionas… Diablos, ¿quién podía habérselo imaginado?

Aparcaron cerca de un restaurante de la calle principal.

– ¿Y qué piensas hacer ahora?

– No lo sé. Me temo que decida lo que decida, Samantha se va a poner en contra.

Grant agarró a Kyle del brazo cuando se disponía a abrir la puerta de la camioneta.

– Este no es el momento de pensar en lo que tú quieres, Kyle. Tienes que pensar en Sam y en su hija. Han vivido sin ti durante nueve años, de modo que no puedes entrar ahora en sus vidas, arrasando como una apisonadora.

– Es mi hija, Grant, tengo algún derecho sobre ella.

– Sí, siempre y cuando no le hagas ningún daño – le soltó el brazo-. Aunque solo sea por una vez en tu vida, intenta utilizar la cabeza y no des ningún paso hasta que Sam y Caitlyn se hayan acostumbrado a la idea de tenerte por aquí.

– Oh, ¿ahora vas empezar a darme consejos?

– No, pero todo esto me preocupa.

– Vaya, vaya, esa es precisamente la cuestión, ¿no? -Kyle bajó de la camioneta para adentrarse en el calor de aquella noche de verano. De las ventanas y la puerta del restaurante escapaban el humo de los cigarrillos y los compases de la música country-. ¿Y quién te preocupa exactamente, Sam o yo?

– Ninguno de vosotros. Vosotros sois adultos. Es Caitlyn la que me preocupa. Es demasiado fácil romperle el corazón.

– Yo no pienso hacer eso. De hecho, quería preguntarte si le dejas montar a Joker. Desde el día que la conocí, ha estado preguntándomelo.

– Siempre y cuando su madre esté de acuerdo y haya alguien vigilándola. Ese caballo es salvaje.

– Yo estaré delante.

– De acuerdo. Pero no te olvides de tener mucho cuidado con ella. Si piensas ser un padre con el que ella pueda contar, adelante. Pero si estás pensando en ser padre a tiempo parcial, yo diría que no eres suficientemente bueno.

– Gracias por el voto de confianza -cerró de un portazo la camioneta y caminó hacia la puerta del restaurante.

Grant caminaba a grandes zancadas tras él.

– Enfréntate a ello, Kyle. En lo que a las mujeres y a la capacidad de compromiso se refiere, tienes un auténtico récord.

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