Capítulo 3

– Magnífico, sencillamente magnífico.

Sam pateó el suelo con las botas; estaba en el porche trasero de su casa, donde una polilla chocaba una y otra vez contra la luz exterior. Miró de reojo hacia la alambrada que se extendía en el límite de los dos ranchos y se preguntó si Kyle también estaría despierto.

Había estado luchando durante todo el día contra un dolor de cabeza insoportable que había comenzado en cuanto había vuelto a poner los ojos sobre Kyle Fortune, tras diez largos años de separación. Mientras se encargaba de las tareas del rancho, había estado pensando en él, deseando no tener que volver a verlo jamás, pero sabiendo en lo más profundo de su estúpido corazón que no le quedaría otro remedio.

¿Por qué Kate, una mujer de la que Sam admiraba su valor y su visión de futuro, habría dejado el rancho a Kyle cuando tenía más de doce descendientes entre los que elegir? Kyle era el menos indicado para dirigir el rancho, el peor candidato para adaptarse a Wyoming. ¿Por qué no a Grant, que nunca había abandonado Clear Springs? ¿O a Rachel, de la que mucha gente decía que era igual que su abuela? Rocky, la prima de Kyle, era una mujer intrépida y valiente y siempre había adorado Clear Springs. Pero no, Kate había elegido a Kyle y además lo había atado a aquel lugar durante seis largos meses.

Entró en la cocina sin hacer ruido, se acercó al fregadero y se lavó la cara con agua fría, dejando que las gotas cayeran sobre la pechera de la blusa.

Bebió un largo sorbo de agua del grifo. Si tuviera un mínimo de sensatez o valor, llamaría a Kyle, le diría que necesitaba hablar con él y después, cuando volviera a estar frente a ese rostro maravilloso otra vez, le confesaría que era padre de una hija, de una niña preciosa.

– Muy bien, ¿y después qué? -se preguntó en voz alta…

Kyle daría media vuelta y saldría corriendo, en el caso de que la historia decidiera repetirse, o le pediría las pruebas de paternidad y después, en cuanto se hubiera demostrado científicamente su paternidad, reclamaría la custodia parcial de su hija.

– Maldito sea… -se interrumpió bruscamente al ver el reflejo de Caitlyn en la ventana del fregadero-. ¿Qué haces levantada?

– ¿Y tú qué haces maldiciendo?

Sam suspiró, esbozó la sonrisa especial que reservaba para su hija y se encogió de hombros.

– De acuerdo, me has pillado -admitió-. Supongo que estoy enfadada.

– ¿Por culpa de tu amigo? -Caitlyn la miraba de forma extraña; con el ceño fruncido por la preocupación y aquellos ojos azules idénticos a los de su padre señalándola con expresión acusadora.

– Sí, por culpa de él.

– Pero tú siempre me dices que no debo dejar que otras personas me afecten tanto.

– Un buen consejo, supongo que yo también debería seguirlo. Y ahora, ¿por qué no me explicas qué haces levantada tan tarde? Creía que te habías ido a la cama hace una hora.

– No puedo dormir.

– ¿Por qué?

– Hace mucho calor.

– ¿Y…?

Sam se acercó a su hija, la hizo volverse con delicadeza y la condujo hacia el dormitorio.

– Y… -Caitlyn se mordió el labio preocupada.

– ¿Qué te pasa, Caitlyn?

– Es Jenny Peterkin -admitió la niña por fin.

– ¿Qué ha pasado con Jenny? -a Samantha no le gustaba aquel tema de conversación. Jenny era una niña de diez años, absolutamente mimada que se había convertido en una pesadilla para Caitlyn durante el segundo grado.

– Creo que me ha llamado.

– ¿Crees?

– Sí, cuando estabas en el establo, alguien ha llamado por teléfono, ha preguntado por mí y ha dicho que era Tommy Wilkins, pero su voz no era la suya y se ha empezado a reír -tragó saliva y miró hacia el suelo.

– ¿Y qué te ha dicho Tommy, o Jenny, o quienquiera que fuera?

– Que… que soy una bastarda.

«Oh, Dios mío, dame fuerzas», rezó Sam antes de contestar.

– Tú ya sabes cómo son esas cosas, Caitie. Y que lo mejor que se puede decir de las personas que te han llamado es que son tontainas sin sentimientos -dijo Sam, dolida por el sufrimiento de su hija-. Ellos no saben nada de ti.

Se inclinó para abrazar a Caitlyn. Aquella no era la única vez que la falta de padre había convertido a su hija en blanco de bromas, y probablemente tampoco sería la última, pero cada vez le dolía más.

– ¿Es verdad?

– ¿El qué?

– He buscado esa palabra en el diccionario. Y., y yo soy bastarda porque no tengo papá.

– Es verdad que yo no me casé con tu padre, pero claro que tienes padre, cariño. Todo el mundo lo tiene.

– ¿Pero dónde está el mío? ¿Y quién es? -a Caitlyn le temblaba ligeramente el labio y los ojos se le llenaron de lágrimas.

– Es un hombre que vive muy lejos de aquí, ya te lo expliqué.

– Pero también me dijiste que algún día lo conocería.

– Y lo harás.

– ¿Cuándo?

– Me temo que antes de lo que yo querría -contestó Sam con una triste sonrisa.

– ¿Y me gustará?

– Creo que sí. A la mayoría de la gente le gusta.

– Pero a ti no.

– Es más complicado que eso, ya lo entenderás. Y ahora, ¿quieres un poco dé chocolate antes de irte a la cama?

Caitlyn entrecerró los ojos, como si supiera que estaba siendo manipulada.

– Pero mamá…

– La próxima vez que Jenny, Tommy o quien quiera que esté haciendo esas llamadas te diga algo parecido, dile que te deje en paz. No, mejor todavía, no le digas nada, pásame a mí el teléfono. Yo me encargaré de ellos. ¿Estás mejor ahora?

– Sí, supongo que sí.

Habían desaparecido las lágrimas de sus ojos, y, de momento al menos, también su disgusto. Suspirando, Caitlyn se asomó a la ventana y miró hacia el establo.

– Estaba pensando… -miró a su madre de reojo.

– ¿En qué estabas pensando, cariño?

– Me prometiste que me regalarías un caballo el día de mi cumpleaños.

– Sí, es cierto, pero tu cumpleaños no será hasta que llegue la primavera.

– Sí, lo sé, pero antes llegará Navidad.

– Todavía faltan seis meses para entonces -seis meses, la misma cantidad de tiempo que Kyle tenía que pasar en Wyoming.

Madre e hija subieron por la escalera de madera que conducía al dormitorio de Caitlyn, a la misma habitación en la que Sam había pasado sus años de infancia.

Abrió la ventana. Una ligera brisa meció las cortinas, llevando con ella la fragancia del heno y de las rosas del jardín. Los grillos cantaban y su dulce coro solo era interrumpido por los ocasionales gemidos de algún ternero perdido o por los tristes aullidos de los coyotes.

Caitlyn se dejó caer en la cama e intentó disimular un bostezo.

– Te quiero, mamá -musitó contra la almohada. En aquel momento se parecía tanto a Kyle que a Sam le dolió el corazón.

– Yo también -la besó y se levantó, pero antes de que hubiera abandonado la habitación, Caitlyn le pidió:

– Deja la luz encendida.

– ¿Por qué?

– No sé.

– Claro que lo sabes, duermes a oscuras desde que tenías dos años, ¿te ocurre algo? ¿Hay algo que te preocupe, además de las llamadas de Jenny Peterkin?

Caitlyn se mordió el labio, señal inequívoca de que algo la inquietaba. Sam volvió a sentarse en la cama.

– Vamos, cariño, dime lo que te pasa.

– No lo sé -admitió Caitlyn, a punto de hacer un pueblero-. Solo es una sensación.

A Sam se le secó la garganta.

– ¿Una sensación? ¿De qué tipo?

– Como… como de que alguien me está observando.

– ¿Alguien? ¿Quién?

– ¡No lo sé! -respondió Caitlyn, tapándose con la sábana hasta el cuello, como si de pronto hubiera bajado la temperatura en la habitación.

– ¿Has visto a alguien? -oh, Dios, ¿habría alguien acechando a su hija?

– No he visto a nadie, pero… no sé, es como, como cuando sientes que alguien te está mirando fijamente. A veces Zach Bellows me mira de una manera extraña, y aunque está sentado detrás de mí y no puedo verlo, sé que me está mirando. Me da mucho miedo.

– Claro que sí -a Sam le latía el corazón de forma salvaje-. Pero si no has visto a nadie… ¿cuándo has tenido esa sensación?

– Un par de veces en el colegio y otras cuando estaba en una tienda.

– ¿Y había alguien contigo cuando ha ocurrido? ¿Estabas con alguna amiga o con alguna profesora que pueda haberse dado cuenta de quién te estaba mirando? -preguntó Sam, intentando no dejarse llevar por el pánico.

Caitlyn negó con la cabeza.

– Entonces, ¿por qué estás asustada esta noche?

Caitlyn se mordió el labio.

– Es solo que… todo es muy raro.

– Bueno, pues ya está -Sam esbozó una sonrisa, aunque por dentro estaba destrozada-.Vas a dormir conmigo. Y no te preocupes por si alguien está o no vigilándote. Tenemos el mejor perro guardián del mundo y…

– ¿Fang? -Caitlyn soltó una carcajada y la preocupación desapareció de sus ojos.

– Sí, y por la noche siempre cierro las puertas y las ventanas con cerrojo. Además, seguro que todo es cosa de tu imaginación. Vamos.

Llevando la sábana con ella, Caitlyn corrió hacia el dormitorio de su madre, saltó a la cama y se acurrucó bajo las sábanas.

– ¿Podemos ver la televisión?

– Creía que estabas cansada.

– Por favor…

Preguntándose si estaría siendo engatusada por la más joven actriz del planeta, Sam le dio permiso para ver la televisión. Comprobó que las puertas estaban bien cerradas, se aseguró de que Fang estaba en su lugar favorito, al pie de las escaleras, y dirigió una última mirada hacia el rancho de los Fortune. La noche, iluminada por la luna creciente, era serena, en absoluto siniestra. Él único problema que le deparaba el futuro inmediato era Kyle Fortune. Sam subió las escaleras, atenta como siempre al crujido del tercer escalón, pero consciente de que su vida ya nunca volvería a ser la misma.

Kyle sacudió las moscas con la carpeta mientras caminaba por el establo, observando los toneles de grano, las herramientas, los productos veterinarios y las balas de heno. Aunque todavía no eran las nueve de la mañana, ya había estado en el establo, en los tres cobertizos y en el taller. Pretendía comparar las notas y las cifras que había encontrado en los libros de contabilidad del estudio para a continuación pasarlas al ordenador que había encargado por teléfono. Un portátil con módem e impresora. El rancho Fortune por fin iba a abandonar el pasado.

En los establos comenzaba a hacer calor. El olor penetrante de los caballos y el cuero conformaban la esencia que Kyle siempre había asociado con aquel lugar.

Oyó relinchar a Joker en el corral y deseó que Grant se lo llevara cuanto antes. Porque él siempre lo asociaría a su reencuentro con Sam.

Aquel inoportuno pensamiento se apoderó de su cerebro. Sacó las gafas de sol del bolsillo de la camisa y se las puso para salir al exterior.

El caballo volvió a relinchar.

– Tranquilo, tranquilo -lo consoló una voz infantil.

Kyle se paró en seco. Haciendo equilibrios sobre la cerca, había una niña de entre ocho y doce años. Un mechón de pelo rubio escapaba de la cola de caballo en la que llevaba recogido el pelo. El polvo y el barro salpicaban su atuendo, una sencilla camiseta amarilla y unos vaqueros cortados. No podía verle la cara, porque estaba de espaldas a él, concentrada en el caballo.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó Kyle. La niña se sobresaltó de tal manera que estuvo a punto de caerse.

– ¿Quién eres tú? -preguntó Caitlyn, con sus ojos azules brillando de indignación.

– Creo que eso me toca preguntarlo a mí -caminó hasta ella, mirándola con atención, y al instante comprendió que era la hija de Samantha. Tenía la misma inclinación orgullosa de barbilla, los mismos labios llenos y una nariz idéntica.

– Soy Caitlyn -contestó desafiante-. Caitlyn Rawlings.

– Me alegro de conocerte. Yo soy Kyle Fortune -la niña le sostuvo la mirada sin pestañear-. Conozco a tu madre, ¿ella también ha venido?

– No -la niña pareció ligeramente temerosa, como si no confiara en él, o como si supiera que no debería estar allí.

– ¿No? -Kyle se inclinó contra la cerca, observando a aquella niña traviesa tan parecida a su madre-. ¿Pero ella sabe que estás aquí?

Caitlyn se mordió el labio, como si estuviera contemplando la posibilidad de decir una mentira.

– A lo mejor…

– Bueno, ¿lo sabe o no lo sabe?

La niña desvió la mirada.

– Cree que he ido a casa de Tommy. Vive ahí… -señaló hacia el oeste-. Pero he atajado por los campos y…

– Has terminado hablando con Joker.

– Sí. Será mejor que me dé prisa -respondió, como si de pronto se hubiera dado cuenta de que podría tener problemas. Saltó al suelo, se sacudió el polvo de las manos y preguntó vacilante-: ¿Te apellidas Fortune? ¿Como la señora Kate?

– Era mi abuela, sí.

– Tienes suerte -contestó la niña con una sonrisa.

– Me dejó en herencia este rancho.

– ¿Entonces ahora vives aquí? -sus ojos brillaron como el lago bajo el sol del verano-.Vaya, pues sí que tienes suerte.

– ¿Tú crees? -Kyle miró a su alrededor-. Sí, supongo que sí. En cualquier caso, solo estaré aquí hasta Navidad.

– ¿Y después qué?

– Probablemente venda el rancho.

– Si yo fuera la dueña de este rancho, nunca lo vendería. Mi madre dice que es el mejor rancho del valle.

– ¿De verdad? -una niña interesante, aquella Caitlyn Rawlings. Precoz, inteligente, y sospechaba que también astuta.

– Tengo que largarme. Si no la llamo pronto, mi madre llamará a casa de Tommy -giró sobre los talones y se alejó de allí mientras Kyle la observaba marcharse.

Instintivamente, supo que era una niña que jugaba a cazar saltamontes, a tirar piedras al arroyo y a construir fuertes con balas de heno. Sí, pensó mientras la veía deslizarse entre las alambradas y empezar a correr por los campos. Definitivamente, era la hija de Sam.

– Vaya, vaya, lo que hay que ver -dijo Grant mientras cruzaba la mosquitera y miraba a su hermano, media hora después de que Kyle y Caitlyn se hubieran conocido-. Si no te conociera, pensaría que eres un auténtico vaquero.

– Estupendo -contestó Kyle con inmenso sarcasmo.

– ¿Tienes café?

– Instantáneo.

Grant sonrió de oreja a oreja.

– ¿Qué? ¿No tienes un capuchino, o un café exprés, o cualquiera de esas endiabladas cosas que se beben en la ciudad?

Kyle bufó. No podía discutir con su hermanastro. Él comenzaba la jornada en Minneapolis con cualquiera de las dos bebidas que había mencionado, aunque no iba a admitirlo. Lo que sí tenía que reconocer era que las botas le apretaban un poco y que los vaqueros, recién salidos de una tienda de la localidad, todavía le quedaban un poco ajustados.

– Mira, insúltame si quieres. Solo pienso quedarme aquí hasta que pueda venderlo. Y ya solo me quedan ciento ochenta días para poder hacerlo.

– Muy noble por tu parte -observó Grant.

– ¿Y quién ha dicho nunca que yo sea noble?

– Nadie, créeme.

– Me lo imaginaba -él nunca se había dedicado a perseguir causas nobles, pero tampoco creía que a nadie tuviera que importarle. Por supuesto, admiraba a aquellos que luchaban por algo en lo que creían, pero por su parte, mientras no violara la ley o hiciera demasiado daño a alguien, lo demás no le importaba demasiado. De lo único que se arrepentía, y más profundamente de lo que estaba dispuesto a admitir, era de cómo se había portado con Sam. Al volver a verla, se había dado cuenta de lo cerca que había estado de ella. Pero eso había sido mucho tiempo atrás. Cuando eran niños.

Grant colgó su sombrero detrás de la puerta y se sentó en una silla, frente a la mesa de madera de arce, mientras Kyle servía dos tazas de aquello a lo que en el rancho llamaban café.

– Así que has vuelto a ver a Sam -comentó Grant mientras Kyle le tendía la taza.

– La vi ayer. Estaba trabajando con ese diablo que has heredado.

– Ella es la única capaz de dominarlo.

– ¿Ah sí?

– Sí, Sam se ha convertido en una espléndida amazona.

¿Había una nota de admiración en la voz de su hermanastro? Por alguna razón incomprensible, Kyle sintió el aguijón de los celos.

– Puedo imaginármelo.

Grant bebió un trago de café y arrugó la nariz.

– Parece que nadie se ha tomado la molestia de enseñarte a cocinar.

– Háblame de Sam -se sentó en un banco de madera, apoyando la pierna en una silla cercana.

– Ha sido una auténtica bendición. Cuando Jim enfermó, se ocupó de todo. Trabaja como antes lo hacía su padre. Él le enseñó todo lo que ella sabe sobre los ranchos y, cuando murió, Sam fue capaz de dirigir tanto su rancho como este -hizo girar el café en la taza y frunció el ceño-. Kate confiaba completamente en Sam cuando no estaba por aquí, aunque contrató a un tipo, Red Spencer, como capataz. No era tan duro como Jim, y Sam lo ayudaba en lo que podía. Red se marchó y cayó todo el peso del rancho sobre los hombros de Sam. Kate intentó encontrar a alguien que pudiera sustituirla, pero no había nadie tan honesto y franco como Samantha Rawlings. Después, bueno, Kate murió y Sam se hizo cargo de todo.

– Hablas de ella como si fuera capaz de hacer milagros -en aquella ocasión, Kyle tenía la certeza de que su hermano hablaba de Sam en un tono casi reverencial-. No estarás enamorado de Sam, ¿verdad?

Grant sonrió y se pasó la mano por el pelo.

– ¿Yo? En absoluto, y compadezco al pobre tonto que lo haga. Es cabezota como una mula. A mí me gustan las mujeres con menos carácter.

– Sí, claro -Kyle no estaba del todo convencido y no se molestó en disimularlo. Grant, aunque soltero, no era inmune a las mujeres, y menos a las que eran atractivas e inteligentes, como Sam-. Hoy he conocido a su hija.

– ¿A Caitlyn?

– Mmm. Ha estado aquí hace una media hora. Se parece mucho a su madre.

– Sí. Y tiene el mismo carácter. Esa niña es capaz de ganarse el corazón de cualquiera.

– ¿Igual que Sam?

Grant sonrió divertido.

– ¿Por qué debería importarte?

– No lo sé.

– Vaya, vaya, hablando del rey de Roma… -dijo Grant, al oír el sonido de una camioneta. Una nube de polvo seguía a la vieja Dodge que se detuvo cerca de la casa-. Creo que será mejor que vaya a ver los progresos que está haciendo con Joker.

– ¿Ese caballo endiablado? Si la exhibición de ayer sirve de indicación, me temo que las cosas no van demasiado bien.

– ¿Quieres echarnos una mano con él?

– Diablos, no. Cuanto más lejos esté de esa bestia, mejor. Si Kate no te lo hubiera dejado en herencia, probablemente se lo habría vendido a una fábrica de pegamento -respondió Kyle; pero asomaba una sonrisa a la comisura de sus labios.

– Claro -Grant se terminó el café sin apartar en ningún momento los ojos de la ventana.

– Mira, tengo que vivir aquí durante los próximos seis meses, pero no creo que tenga que arriesgar la vida intentando enseñarle a un semental engreído a seguir una cuerda.

– Presumo que estás hablando del caballo, y no de mí -Grant continuaba mirando por la ventana.

Kyle permitió que su mirada siguiera el mismo rumbo que la de Grant y observó a Samantha bajar de un salto de la camioneta y apartarse el pelo de la cara.

– Puedes tomártelo como quieras -contestó Kyle.

– ¿Sabes, Kyle? Creo que esa mujer está que echa fuego por la boca. Creo que iré a comprobar cómo está mi caballo.

– Gallina.

Grant tomó su sombrero.

– Puedes estar seguro. Hace años me prometí a mí mismo que jamás permitiría que una mujer me regañara antes de las diez de la mañana. Eso es como comenzar el día con el pie izquierdo -lo miró con los ojos entrecerrados-. ¿Sabes? Puede que solo sean imaginaciones mías, pero tengo la sensación de que Sam se ha tomado esto como un auténtico desafío.

Samantha cerró la puerta de la camioneta. Llevaba unos vaqueros ajustados de color negro y una camisa vaquera remangada hasta los codos, como si estuviera preparada para la pelea. Apretaba los labios con firmeza y determinación. Antes de que Grant hubiera tenido oportunidad de abrir la puerta, entró en la casa como un huracán.

Kyle sintió que una sonrisa cruzaba su rostro, aunque deseó poder disimular su diversión, porque si las miradas pudieran matar, él habría muerto en el mismo segundo en el que Sam desvió sus furiosos ojos verdes en su dirección.

– Buenos días, Sam -la saludó Grant.

– Buenos días -respondió ella.

– Estaba a punto de marcharme.

– Espera, tengo que hablar contigo -le dijo, posando una mano en su brazo con un gesto tan íntimo y amistoso que Kyle apretó los dientes-. ¿Qué piensas hacer con Joker ahora que ha venido Kyle?

– Pensaba llevármelo la semana que viene o así. No tengo prisa. Supongo que para entonces ya se habrá amansado lo suficiente como para subirse a un remolque.

Sam no pudo evitar sonreír y Kyle se sintió como si acabaran de pegarle una patada en el estómago. ¿Cuántas veces le había dedicado Sam esas sonrisas a él?

– Supongo que eso tendrá que decidirlo Kyle. Ahora es él el que está a cargo del rancho -su sonrisa había desaparecido para ser sustituida por su expresión inicial. Un profundo ceño oscurecía una mirada furiosa que volvía a tener a Kyle como destinatario-. Solo he venido aquí para recoger mis cosas. Ahora que ha venido Kyle, no tiene sentido que siga ocupándome del rancho.

Pasó por delante de Grant.

– ¿Samantha? Espera un momento. ¿No irás a renunciar a ocuparte de Joker, verdad?

– A lo mejor puede domarlo Kyle.

– Ni en sueños -respondió Grant.

– De ningún modo -Kyle levantó las manos-. Yo no quiero tener nada que ver con esa bestia.

Sam musitó algo en silencio que tenía que ver con los niños mimados y las cucharillas de plata.

– Hicimos un trato -le recordó Grant.

– Que quedó cancelado cuando Kate le dejó el rancho a tu hermano.

– Eh, yo no tengo nada que ver con eso -proclamó Kyle y Sam lo taladró con una mirada con la que lo estaba llamando al mismo tiempo estúpido urbanita, inútil y cobarde.

– Por el amor de… -Samantha se apartó el pelo de la cara, pero algunos mechones volvieron a ocultar sus ojos-. De acuerdo, de acuerdo-le dijo a Grant-. Yo me ocuparé de Joker. Dentro de un par de días retomaré el trabajo.

– ¿Pero esto qué es? -Grant miró alternativamente a Kyle y a Sam-. ¿Una discusión amorosa?

Sam palideció notablemente.

– Tengo mucho trabajo en mi rancho.

– Está bien -aunque Grant no parecía haberse tragado esa historia, tampoco quería continuar presionando-. Siempre y cuando pueda venir a llevarme a Joker antes de que la yegua de Clem James se ponga en celo.

– Lo único que puedo prometerte es que lo haré lo mejor que pueda.

– No te pido nada más -Grant se puso el sombrero-. Tengo que ir al pueblo a comprar una pieza para el tractor. Os veré más tarde -abrió la puerta, pero antes de salir vaciló un instante y se volvió-. Oh, por cierto, Kyle, mamá ha llamado esta mañana. Al parecer Rebecca ha estado hablando de contratar a un detective privado para que investigue las causas del accidente en el que murió Kate.

– Yo pensaba que había sido un accidente, un fallo del motor o algo parecido.

– Sí, eso fue lo que todo el mundo pensó, pero ya conoces a tu tía. Ella no es de las que piensan que lo mejor es no remover el asunto.

Kyle tuvo una sensación muy parecida al miedo. Rebecca era la hija pequeña de Ben y de Kate y, aunque fuera su tía, solo tenía unos años más que él. Como escritora de novelas de misterio, Rebecca se había ganado la fama de tener en ocasiones una imaginación desbocada.

– ¿Y ella que cree que ha pasado?

– ¿Quién puede saberlo? Si quieres saber mi opinión, creo que Rebecca debería intentar olvidarse de todo y tranquilizarse.

– Oh, ¿igual que tú?

Grant le dirigió una mirada inescrutable.

– No me sorprendería que Rebecca te llamara. Adiós, Kyle, Sam.

Samantha lo observó marcharse y se sintió repentinamente insegura. Estaba a solas con Kyle. Otra vez. Se suponía que era eso lo que quería. ¿O no? Mientras Grant se alejaba en su camioneta, fue de pronto consciente de que el aire de la casa parecía haberse espesado, llenándose de una silenciosa emoción. Y empezó a tener problemas para respirar. Y sentir eso estando cerca del hombre que había sido capaz de romperle el corazón era completamente estúpido.

– Creo que jamás en mi vida entenderé por qué te ha dejado Kate este rancho en herencia. Grant, Rocky…

– Lo sé, lo sé. Ya me comentaste que cualquier otro miembro de mi familia habría sido una opción mejor.

– Pues sí, eso es lo que creo.

– ¿Incluso Allison?

Samantha apretó los labios al oírle mencionar a la sofisticada y hermosísima melliza de Rocky.

– Incluso Kristina.

– ¡No, Kris no, por Dios! -bromeó Kyle.

– ¡Claro que sí! Tu hermana puede ser una chica mimada, pero por lo menos sabe lo que quiere en esta vida -Sam nunca se había caracterizado por guardarse sus opiniones, especialmente con Kyle-. Creo que tu abuela estaba fuera de sus cabales cuando decidió dejarte el rancho.

– No me digas.

– ¿Y sabes lo que pienso?

– Tengo la sensación de que me lo vas a decir tanto si quiero como si no, así que, adelante.

Esbozó una sonrisa que despertó en Sam la imperiosa necesidad de darle una bofetada.

– Lo que pienso es que no vas a aguantar seis meses, Kyle. No creo que seas capaz de soportar un invierno en este lugar. A veces nos quedamos sin luz, y si no consigues hacer funcionar el generador, hasta tienes que encender el fuego para entrar en calor. Hay que abrir caminos en la nieve para poder llegar a los establos, derretir el agua para el ganado y alimentarse a base de copos de avena, latas de judías, patatas y manzanas. No hay televisión, ni radio. Estás tú solo con tu ingenio, intentando sobrevivir contra la naturaleza. Y en tu caso, creo que ella te ganaría hasta con las manos atadas.

– ¿Cuánto?

– ¿Cuánto qué?

– ¿Cuánto estás dispuesta a apostar? -preguntó, con una mirada repentinamente peligrosa.

Cruzó la escasa distancia que los separaba y la fulminó con una expresión tan sombría como una nube de tormenta.

– No necesito apostarme nada porque tienes perdida la apuesta de antemano. Porque tú, Kyle Fortune, nunca has aguantado en un mismo lugar el tiempo suficiente para saber si realmente te gusta. Esa es la razón por la que Kate ha intentado poner una condición para poder atarte a tu herencia, y casi hay que alegrarse de que haya muerto porque así se ahorrará la desilusión de verte marcharte de aquí -lo fulminó con la mirada, desafiándolo.

Pero Kyle advirtió entonces la sombra que cruzaba los ojos de Samantha y el temblor que tensaba las comisuras de sus labios mientras ella intentaba esconder desesperadamente sus sentimientos.

– ¿Es eso lo que has venido a decirme?

– Solo he venido a buscar mis cosas -se encaminó hacia el estudio, pero Kyle la agarró del brazo, sosteniéndola por el codo.

– No me lo creo.

– Suéltame, Kyle.

– Hay algo más, Sam, algo que te inquieta.

Samantha lo miró de reojo y le dirigió una sonrisa sarcástica.

– Caramba, Kyle, qué perceptivo te has vuelto. ¿Y no crees que podría ser quizá el hecho de que te fuiste de aquí hace diez años sin decirme adiós siquiera y que después ni me llamaste ni me escribiste y te limitaste a enviarnos a mí y a mis padres una invitación para tu boda?

Kyle dejó escapar un suave silbido.

– Dios mío, Sam.

– Has sido tú el que ha preguntado -se apartó de él y salió como un torbellino de la cocina.

Kyle la atrapó cuando se estaba marchando con una chaqueta bajo el brazo, una agenda y una taza de café en la mano.

– Creo que deberíamos hablar.

– Ya es demasiado tarde -pero la sombra volvió a cruzar su mirada y sus pasos parecieron repentinamente vacilantes.

– Nunca es demasiado tarde.

– Oh, Kyle… si tú supieras.

– ¿Si supiera qué?

Sam giró hacia él y la taza se cayó al suelo, haciéndose añicos.

– Oh, por el amor de…

– Olvídate de eso -Kyle volvió a agarrarla del brazo.

– ¿Qué?

– Que ya barreré yo eso más tarde -por un instante, en una suerte de premonición, se sintió como si estuviera al borde de un abismo y la tierra se estuviera abriendo lentamente bajo sus pies-. Estabas a punto de confiarme algo.

Sam tragó saliva.

– Este… este no es el momento adecuado. Hay muchas cosas de las que tenemos que hablar. La mayor parte de ellas no significan nada, pero… bueno, algunas son importantes.

– ¿Qué cosas?

Oh, Dios, ¿sería capaz de decírselo? ¿De explicarle que era el padre de su hija? Aquel era el momento más adecuado para hacerlo, pero estaba comportándose como una auténtica cobarde.

– Sé que me fui muy bruscamente -admitió Kyle. Sam hizo un sonido sarcástico.

– Probablemente pensaste que teníamos algún futuro -continuó Kyle-, y podríamos haberlo tenido, pero…

– ¡No! -Sam se alejó nuevamente de él y se dirigió hacia la puerta.

– Sam.

– En otro momento será, ¿de acuerdo? Ya tendremos ocasión de recrearnos en el pasado, ahora mismo no tengo tiempo. Tengo que ir a buscar a Caitlyn, y más tarde volveré por aquí a trabajar con el caballo.

– He conocido a Caitlyn esta mañana.

– ¿Que tú qué? -giró sobre sus talones y sintió que el color abandonaba su rostro.

– Ha parado un momento en el rancho cuando iba de camino hacia…

– ¿Hacia casa de Tommy Wilkins?

– Sí, eso es. Me ha parecido una niña encantadora. Has hecho un gran trabajo con ella.

– Eh… gracias -apenas podía hablar. Se humedeció los labios y se llamó cobarde en silencio. Pero no encontraba valor para decirle la verdad-. Mira, tengo que marcharme -se dirigió de nuevo hacia la puerta.

– ¿Sabes, Samantha? Nunca quise hacerte daño.

Aquellas palabras le dolieron en lo más hondo de su alma. Samantha detuvo un instante sus pasos y sintió un nudo en la garganta.

– No te preocupes por eso -le dijo, mirándolo por encima del hombro-. No me hiciste daño.

Oyó los pasos de Kyle tras ella, abrió la puerta de la calle y salió, pero no había dado dos pasos cuando sintió una mano en el hombro.

– Samantha. Me gustaría que me echaras una mano con el rancho -le pidió Kyle.

– No puedo.

– Estás huyendo de mí.

– Supongo que aprendí bien la lección. Tuve un buen profesor.

Kyle se detuvo frente a ella, ocultando el sol con su cuerpo.

– ¿Qué te pasa, Sam?

– Lo único que me pasa es que creo que es una pena que una mujer tan inteligente como Kate le dejara este rancho a un mujeriego urbanita que no sabe distinguir la cabeza de la cola de un caballo.

– Eres una pésima mentirosa.

– ¡Y tú un pésimo amante!

Kyle se quedó boquiabierto y Samantha se mordió la lengua. No era eso lo que pretendía decir, pero ya no podía retractarse. Su breve aventura había sido salvajemente apasionada. Entonces ella era virgen y Kyle solo tenía dieciocho años. Tragó saliva, intentando luchar contra los recuerdos.

– Déjame en paz, Kyle.

– No pienso hacerlo, Samantha.

– Estoy hablando en serio. Ya no soy esa ingenua de diecisiete años que adoraba hasta la tierra que pisabas.

Kyle tensó la barbilla.

– ¿Quieres saber la verdad? ¡Pues te la voy a decir! -diez años de furia contenida se apoderaron entonces de Samantha-. Creía que te amaba, Kyle, pero yo a ti no te importaba absolutamente nada. Supongo que me encontrabas divertida, era una buena opción para pasar un buen rato en el pajar o en el arroyo, pero, desde luego, no una mujer con la que pudieras casarte o a la que pudieras llegar a querer.

– Dios mío -susurró Kyle.

– Seguramente no me habría importado, Kyle. Seguramente habría podido olvidarlo, pero a los tres meses te casaste con otra mujer. Y ni siquiera tuviste el valor de contármelo personalmente. Supongo que yo no significaba nada para ti. Solo era una estúpida chica de pueblo, suficientemente buena para acostarse con ella, pero no para, para…

– ¿Para qué? ¿Para casarme contigo? -se volvió hacia ella-. ¿Era eso lo que querías?

Lo único que Sam quería entonces era que la amara.

– Sí, supongo que eso era lo que quería. Yo creía en el compromiso. La verdad es que fue una suerte para mí que fueras tan voluble, porque podría haber cometido el error más grande de mi vida.

– Si de verdad te importa tanto el compromiso, ¿entonces dónde está el padre de Caitlyn?

– No te atrevas a preguntármelo otra vez -le advirtió-.Y creo que sería mejor mantener a mi hija fuera de esta conversación -sin esperar respuesta, rodeó a Kyle y subió a la cabina de su camioneta.

Con las mejillas encendidas y el pulso latiéndole erráticamente miró a Kyle a través del espejo retrovisor. No se había movido de donde estaba. Permanecía rígido, con las piernas entreabiertas y dejando que el viento azotara su pelo mientras clavaba en ella su mirada.

Sam sentía un intenso dolor en el corazón. Las lágrimas amenazaban con aparecer, pero fue capaz de contenerlas. Apretó las manos sobre el volante mientras maldecía en silencio el día que había conocido a Kyle Fortune y se había dejado seducir por su atractiva sonrisa.

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