Capítulo 4

– Mujeres -gruñó Kyle, sacudiéndose el polvo de las manos, como si al hacerlo pudiera deshacerse también de Sam.

Pero era inútil. De alguna manera, en menos de veinticuatro horas, Samantha había conseguido invadir su cerebro, metérsele bajo la piel. Y tenía la desagradable sensación de que no iba a poder olvidarse fácilmente de ella. Miró al semental, que a su vez lo estaba observando a él como si fuera una atracción de feria.

– Las mujeres son los seres más fascinantes de la creación, pero también los más irritantes. Sobre todo una que yo conozco -Kyle miró por encima del hombro, pero lo único que vio fue la nube de polvo dejada por la camioneta de Sam.

Samantha se había marchado. Suponía que debería alegrarse, pero le resultaba imposible. Las pullas que le había lanzado le habían dolido.

Se había comportado como un canalla. A los dieciocho años, era un auténtico engreído, un niño rico, un canalla. En Minneapolis, se dedicaba a salir con cuantas jóvenes podía; todas ellas hijas de millonarios. Eran chicas que estudiaban en universidades privadas, conducían Porsches y BMWs, pasaban los veranos en Europa y las vacaciones de invierno en las Bahamas. Chicas de sonrisa perfecta, nariz operada y figura esbelta. Muchas de ellas eran inteligentes, algunas divertidas, e incluso las había que se rebelaban contra su familia. Pero ninguna de ellas era como Sam. Sam había sido como una ráfaga de aire fresco en medio del desierto.

Sam no se parecía a ninguna de las mujeres que Kyle había conocido. Kyle se había fijado en ella por primera vez durante aquel verano, y el hecho de que ella prácticamente lo hubiera ignorado había azuzado su inicial interés por ella.

Así que había intentado lucirse delante de Sam. Con la más atractiva de sus sonrisas, la había observado caminar desde los establos hasta el cobertizo en el que guardaban las herramientas, fijándose en el movimiento de su trasero bajo los vaqueros, que, por cierto, dejaban muy poco a su hiperactivada imaginación.

Sam había agarrado la herramienta que estaba buscando, unas tenazas para el alambre o algo parecido, y mientras regresaba a los establos, había dicho en voz suficientemente alta como para que él pudiera oírla:

– ¿Por qué no haces una fotografía? Eso te durará más.

Aunque había sido un duro golpe para su ego, Kyle había hecho exactamente eso. Había ido a buscar la cámara de Jane y había gastado un carrete tras otro en Samantha Rawlings, una chica que no se dejaba impresionar ni por su Corvette, ni por sus trofeos de tenis, ni por el hecho de que lo hubieran aceptado en la universidad de Cornell ni por absolutamente nada que tuviera que ver con él. Sus ojos, tan verdes como el bosque en la mañana, permanecían fríos; sus labios jamás se curvaban en una sonrisa cuando él hacía algunas de sus bromas. Y cuando se atrevía a tocarla, arqueaba las cejas con altivo desdén. Se negaba a montarse en su coche, fingía no notar que a menudo se quedaba mirándola, y no parecía importarle que saliera con otras chicas del pueblo. Cuanto más lo ignoraba, más intrigado estaba Kyle por ella. Y solo había empezado a comprenderla el día que se había enfrentado con ella en los establos, en donde Sam estaba comprobando si los caballos tenían suficiente agua y comida.

– No te gusto mucho, ¿verdad? -le preguntó.

– La verdad es que no he pensado mucho en ello -estaba de espaldas a él, mientras medía la cantidad de grano que había en uno de los comederos y lo rellenaba con una antigua lata de café.

– Claro que sí.

– Vaya, tienes una gran opinión de ti mismo, ¿verdad? -le dirigió una mirada silenciosa con la que le estaba diciendo que madurara. El establo estaba en sombras, vencidas solamente por los rayos de sol que conseguían atravesar las polvorientas ventanas. Lo único que se oía era el movimiento de los caballos y el rechinar de sus dientes mientras mascaban el grano.

– Solo me gustaría conocerte mejor -¿de verdad le estaban sudando las manos?

– Claro.

– ¿Por qué no me crees?

Sam se volvió hacia él y sacudió la cabeza.

– Porque lo que tú quieres es conocerme a mí y a todas las chicas que viven en Clear Springs -palmeó el hocico de una yegua y abandonó su pesebre. Se acercó a los toneles de grano, llenó la lata y entró en el siguiente pesebre, donde un ansioso alazán dejó escapar un relincho de alegría.

– Simplemente tanteo el terreno.

– Pues yo ni siquiera participo en el juego -cerró la puerta del pesebre y comenzó a hablarle al caballo con dulzura. Mientras servía el grano, acariciaba el lomo del animal.

A Kyle le sublevaba que Samantha Rawlings les prestara más atención a los caballos que a él.

Durante una temporada, nada cambió en ese aspecto. Pero si alguna cualidad tenía Kyle, era la de ser un hombre persistente.

Durante las primeras semanas que había pasado en el rancho, Samantha no quiso darle ni la hora. Su abuela, que pasaba parte del verano en Wyoming, al descubrirlo un día empapado en sudor y bebiendo un refresco de cola mientras miraba a Samantha con los ojos entrecerrados decidió darle un consejo.

– Sam no es como la mayoría de las chicas que conoces, ¿todavía no te has dado cuenta?

Kyle estaba tan concentrado en Samantha que estuvo a punto de morirse del susto y el refresco terminó empapándole la camisa.

– ¿Qué quieres decir? -le preguntó a su abuela, incapaz de detener el rubor que subía por su cuello.

– Que hace falta algo más que un coche reluciente y una sonrisa radiante para llamar su atención. Estuvo saliendo con Tadd Richter, ¿sabes?, un chico que no tiene absolutamente nada. Así que no esperes impresionarla con tu dinero. Para ella lo que cuenta es lo que tienes dentro.

Kyle no la quería creer. ¿Qué podía saber su abuela? Ella era una anciana, y además viuda.

Sin embargo, sus trucos habituales, aquellos con los que solía despertar el interés de otras chicas, no habían conseguido atravesar la coraza que rodeaba el corazón de Samantha.

– Podrías intentar ser tú mismo -le sugirió Kate, con los ojos centelleando como si estuviera descubriendo su más profundo secreto. Le palmeó cariñosamente el hombro, como había hecho desde que Kyle podía recordar.

– ¿Yo mismo? Yo siempre soy yo.

– ¿Estás seguro? -arqueó las cejas con incredulidad-. Piensa en ello, Kyle -le aconsejó, y añadió-: Y no dejes aquí esa botella de refresco porque atraerá a las abejas. Llévala a donde tiene que estar.

Kyle había apretado los dientes, reprimiendo la necesidad de decirle que dejara de meterse en su vida. Pero incluso a los dieciocho años, Kyle sabía que su abuela quería lo mejor para él. Además, su abuela estaba intentando superar la muerte de Den, fallecido de un ataque al corazón. Aquel viaje a Wyoming era el primero que hacía desde que sus hijos, Jake, y el padre de Kyle, Nathaniel, habían ocupado el lugar de su padre en el imperio Fortune. Kate, por supuesto, había estado en todo momento al mando de la compañía supervisando la transición, pero al final había decidido tomarse unas semanas libres. Tiempo suficiente para meterse en su vida, pensaba Kyle.

Ignorando las sugerencias de su abuela, pasó las dos semanas siguientes intentando llamar la atención de Samantha. Pero Samantha continuaba inmune a sus encantos, y cuanto más lo ignoraba, más se obsesionaba con ella.

Por las noches, pasaba horas despierto en la cama, mirando hacia las estrellas y conjurando imágenes de Samantha. Imágenes que siempre lo torturaban. Se preguntaba qué habría bajo aquellos vaqueros viejos, debajo de sus camisetas. Sus pechos no eran demasiado grandes, probablemente serían como la palma de su mano, pero, aun así, él habría dado todo lo que tenía por verlos. ¿Tendría los pezones grandes y oscuros, o pequeños y rosados? En su mente, había visualizado su cuerpo empapado después de un baño en el arroyo, o cubierto en sudor por el calor del deseo, y siempre cálido y acogedor en su interior. Pensaba en abrazarla y besarla, en acariciar sus costillas y alcanzar sus senos, en bajarle la cremallera del pantalón y hundir la mano en el interior de sus bragas para tocar su húmedo calor.

¿Habría hecho todo aquello algún otro chico? Al pensar en ello cerraba los puños con frustración. ¿Lo habría hecho Tadd Richter, ese chico del que se decía que era un matón de mala vida, que vivía en una caravana a las afueras del pueblo? ¿La habría besado él quizá?

Kyle gimió y consideró la posibilidad de acercarse al pueblo para ir a buscar a Shawna Davies. Había salido con ella en un par de ocasiones y sabía que lo único que tenía que hacer era besarla y decirle unas cuantas palabras amables para hacer con ella todo lo que quisiera. El problema era que Shawna no le interesaba. Desde que había puesto los ojos en Samantha Rawlings, ninguna otra mujer le llamaba la atención.

– Soy idiota -dijo, en voz tan alta que su hermano lo oyó.

– Tú lo has dicho -respondió Mike desde la litera de abajo.

– Duérmete.

– Lo estoy intentando.

Diablos, qué desastre. Por primera vez en su vida, solo deseaba a una mujer. Solo había una mujer que lo interesaba. Una mujer a la que no podía tener.

– Menuda forma de babear -bromeó Mike a la tarde siguiente.

Iban cabalgando por Murdock Ridge, contemplando el ganado que pastaba en los campos que rodeaban el rancho. Las vacas espantaban las moscas con el rabo y los terneros retozaban cerca de sus madres.

Pero no era el ganado lo que despertaba la atención de Kyle, al menos desde que había visto a Samantha ayudando a su padre a poner en marcha un viejo tractor. Samantha, sin saber que estaba siendo observada, se inclinaba por debajo del motor, con los vaqueros ciñéndose como una segunda piel a sus piernas.

– No estoy babeando -musitó Kyle, sin apartar la mirada de ella.

– Lo que tú digas -Mike, un año mayor que él y con años luz de experiencia sobre su hermano en cuestión de mujeres, tiró de las riendas-, pero creo que estas enamorado.

– Yo no estoy enamorado…

– Y un infierno. Estás loco por Sam y ella no te hace ningún caso, ¿verdad? -sonrió y lo miró de reojo-. Jamás habría sospechado que vería el día en el que una chica, y sobre todo una chica tan… bueno, tan sencilla y con una lengua tan afilada, pudiera enamorarte. Pero me gusta. Me gusta mucho.

– No es ninguna chica sencilla.

– ¿Comparada con Connie Benton, Beverly Marsh y Donna Smythe? -Mike se echó a reír al mencionar a las tres chicas con las que Kyle había salido durante el año anterior-. Sam es una chica sencilla, no es en absoluto tu tipo.

– ¿Mi tipo?

– Sí, chicas guapas, millonarias y esnobs.

– Tú no entiendes nada.

– ¿Ah, no? -miró a Sam y la sonrisa desapareció de su rostro-. Mira, creo que deberías dejarla en paz. Esa chica no necesita la clase de problemas que tú puedes causarle.

– ¿Sabes, Mike? Eres un auténtico dolor de cabeza.

– Y tú una causa perdida, Kyle -riendo, tiró de las riendas y encabritó al caballo, haciendo que Sam se volviera. Después, azuzó al animal y se alejó galopando.

Con la advertencia de su hermano reseñándole todavía en los oídos, Kyle trotó hasta la cerca, desmontó y atravesó la alambrada. No pudo evitar darse cuenta de que Sam tensaba la boca mientras él se aproximaba. Parecía furiosa, pero Kyle no estaba dispuesto a permitir que la ira de una mujer lo detuviera.

– ¿Necesitáis ayuda?

– No, gracias -le dirigió una tensa y fría sonrisa.

– Sam, ¿dónde has dejado tus buenos modales? Pues sí, la verdad es que es posible que necesitemos ayuda.

Jim, el padre de Samantha, posó la mano en el asiento de plástico del tractor mientras con la otra sacaba un pañuelo para secarse el sudor de la cara.

– Maldito alternador. Este ha sido un gran tractor. Tu abuelo lo utilizó durante años sin que le diera ningún problema, pero supongo que está empezando a cansarse.

Jim Rawlings era un hombre bajo, de pelo canoso y una perpetua sombra de barba plateada.

– Acabamos de cargar el heno de este campo. Jack y Matt se han llevado la última carga al establo, pero de pronto el tractor ha empezado a causarnos problemas.

– Déjeme echarle un vistazo.

– ¡No! Podemos arreglárnoslas solos -Samantha fue categórica.

– ¿Sabes algo de tractores? -le preguntó su padre, y, por primera vez, Kyle advirtió que hablaba con dificultad y que su aliento desprendía un fuerte olor a whisky.

– Un poco.

Sam intentó interponerse entre su padre y Kyle.

– Escucha, no te molestes. Estamos bien, de verdad -pronunciaba cada palabra con énfasis, como si quisiera que su padre entendiera el mensaje. Como este no respondió, se volvió hacia Kyle y fingió una sonrisa-. Jack y Matt no tardarán en volver -escrutó el horizonte, como si con su sola fuerza de voluntad pudiera hacer que aparecieran los dos hombres-. No te molestes.

– No es ninguna molestia -Kyle la miró a los ojos y advirtió que estaba nerviosa.

– Pero este es nuestro trabajo. Podemos arreglárnoslas solos.

– Yo sé arreglar coches.

– Pero no es lo mismo…

– Claro que sí -Kyle no pensaba dejarse convencer, pero advirtió el pánico creciente que reflejaban sus ojos. Era obvio que la preocupaba que descubriera que Jim estaba bebido.

– Escucha -dijo Jim. Intentó sentarse en el tractor, pero el pie se le resbaló al subir y cayó de nuevo al suelo-. Diablos -gruñó, antes de agarrarse al borde del asiento para volver a intentarlo. Estaba sonrojado y rezongaba mientras se encendía un cigarrillo y giraba la llave del encendido.

El motor se puso en marcha, pero casi al instante volvió a quedarse en completo silencio.

– Hijo de…

– ¡Papá!

– Maldita…

– Por favor, papá -insistió Sam, apretando los dientes.

– No pasa nada, a Kyle no le importará que maldiga un poco. Este condenado…

– Papá, no -Samantha tenía las mejillas sonrojadas y el pulso le latía con fuerza-. Déjanos solos -le pidió a Kyle-. Nosotros nos encargaremos de llevar el tractor al edificio. Matt ya sabe que tenemos problemas y no tardará en venir a buscarnos.

Jim saltó al suelo, estuvo a punto de caerse y se torció el tobillo antes de poder recuperar el equilibrio. La ceniza del cigarrillo caía sobre la pechera de su camisa.

– Jim no está en condiciones de trabajar con un tractor.

– Oh, Dios mío… -susurró-. Pero si solo está un poco…

– ¿Un poco? Por favor, Sam, está borracho como una cuba. Podría hacerse daño, o herir a alguien o…

– No, no va a hacerle daño a nadie -respondió ella con decisión, cuadró los hombros y le dirigió una mirada desafiante.

– ¿Qué estáis diciendo? -farfulló Jim.

– Nada, papá -contestó Samantha, suplicándole en silencio a Kyle con la mirada.

Por primera vez, Kyle pudo ver el lado más vulnerable de su personalidad.

Se oyó entonces el ruido de un motor y el alivio relajó todas las facciones de Sam al ver que se acercaba una de las camionetas del rancho.

– Ya vuelve Matt, papá -dijo Sam, aunque continuaba con la mirada fija en Kyle-.Ahora ya puedes irte, Matt se ocupará de todo.

– No se lo contaste a tu abuela.

Kyle se sobresaltó al oír la voz de Samantha. Al volver la cabeza, descubrió que estaba a menos de tres metros de él. Kyle estaba solo en el arroyo, apoyado contra un tronco, fumando un cigarrillo que realmente no le apetecía y considerando el largo verano que tenía ante él mientras comenzaba a anochecer.

– No vi ninguna razón para hacerlo -el pulso se le aceleró al verla.

Samantha llevaba el pelo suelto, dejando que los rizos enmarcaran su rostro, y había cambiado sus viejos vaqueros por unos pantalones cortos de color blanco y una blusa de gasa que se había atado por debajo de los senos.

– A Kate no le habría hecho mucha gracia que le contara que su capataz estaba borracho.

– No estaba… -comenzó a decir Samantha, pero se interrumpió-. Bueno, normalmente está completamente sobrio, pero de pronto pierde la cabeza y comienza a beber. Aunque dejará de hacerlo.

– ¿Estás segura?

Sam vaciló un instante.

– Sí.

– ¿Y si no lo deja?

– Lo hará.

Por primera vez, Kyle la compadeció. Sam debía pasarse la vida protegiendo a su padre.

– ¿Cómo puedes estar segura de que va a dejar de beber?

Sam suspiró.

– Mi madre lo amenazará con divorciarse si no lo hace.

– ¿Y eso funcionará?

– Hasta ahora ha funcionado.

Se sentó al lado de Kyle. Hasta él llegó una fresca fragancia de flores silvestres. Samantha tomó una brizna de hierba y comenzó a partirla en trocitos.

– No puedes estar cubriéndolo siempre.

– Lo sé.

Hechizado por el mohín de sus labios, Kyle tenía serios problemas para concentrarse en la conversación.

– Kate lo averiguará.

– Ya te he dicho que lo sé.

– ¿Y entonces qué ocurrirá?

– Mira, nosotros nos encargaremos de todo. Mi padre tiene un problema. Él lo sabe, y también lo sabemos mi madre y yo, pero estamos dando pasos para solucionarlo. El otro día cometió un error y está preocupado porque lo viste… fuera de control. Estoy segura de que no volverá a ocurrir.

– Tienes mucha fe en tu padre.

– Lo conozco. Él adora este trabajo. Le encantaba trabajar para el abuelo y adora a Kate, así que no te preocupes por eso. Yo solo he venido para darte las gracias por no haberlo delatado.

Se dispuso a marcharse, pero Kyle la agarró por la muñeca.

– Esa no es la única razón por la que has venido a buscarme.

– ¿Ah, no? Por el amor de Dios, Fortune, no te hagas ilusiones.

– ¿Estás segura de que no debería hacerlo?

Sam le dirigió una mirada larga y dura y Kyle sintió cómo comenzaba a calentarse su piel bajo sus dedos. Sam apretó los labios y Kyle se imaginó besándola con tanta pasión que ninguno de ellos pudiera pensar.

– ¿Sabes? Creo que me tienes miedo -le dijo a Sam.

– ¿Miedo? ¿De ti? ¿Por qué? ¿Porque eres el nieto de la jefa? ¿Porque vienes de la gran ciudad? Créeme, no te tengo ningún miedo, lo único que me da miedo es tu ego. Realmente, te crees alguien -alzó la barbilla un instante y le preguntó-: ¿Qué es lo que quieres de mí, Kyle?

– Quizá solo la oportunidad de conocerte mejor.

– Ya te dije que no me interesa.

– ¿Por qué no? -la miró a los ojos-. ¿Es por Tadd?

– ¿Tadd?

– Tengo entendido que sales con él.

– Tadd es… -sacudió la cabeza y suspiró-. Tadd solo es un amigo. Todo el mundo piensa que es un mal tipo, pero no es cierto. Solo está un poco confundido.

– Por lo visto se mete en muchos problemas.

– Y tú también, quizá de otro tipo, pero problemas al fin y al cabo.

Kyle tensó la mano sobre su muñeca.

– Si no es por Tadd o por cualquier otro tipo…

– No hay nadie más.

– ¿Entonces por qué me evitas?

Samantha vaciló un instante. Entre los árboles, se oyó el conmovedor ulular de un búho.

– ¿Quieres razones? Muy bien, tengo muchas -lo apuntó con un dedo-. La primera es que no me cito con los hombres para los que trabajo.

– Tú no…

– La segunda… -mostró dos dedos-, ni siquiera vives por aquí -sumó un tercer dedo a los otros dos-. La tercera es que eres un niño mimado y la cuarta que conduces demasiado rápido -se encogió de hombros-. Pero no he venido a discutir contigo. Mira, gracias por haber mantenido la boca cerrada y no haber dicho nada de mi padre. Te lo agradecemos y te prometo que mi padre no volverá a trabajar bebido -se levantó y se alejó de él-. Será mejor que me vaya.

– ¡Espera! ¡Sam! -la llamó. Corrió tras ella y la atrapó cuando Sam estaba llamando con un silbido a una yegua que pastaba alrededor de unas rocas cercanas-. No huyas.

– No estoy huyendo.

– Claro que sí.

– Ah, sí, claro, porque estoy asustada.

Kyle miró fijamente su boca mientras ella tragaba saliva nerviosa, como si se le hubiera secado repentinamente la garganta.

– Sí, igual que yo -susurró Kyle.

– Oh, no… -musitó Sam.

Kyle la besó entonces hasta hacer que le diera vueltas la cabeza. Sam pareció derretirse como mantequilla entre sus brazos. Repentinamente cálida y flexible, se inclinó contra él. El corazón de Kyle latía con furia y el retumbar de sus latidos se repetía en su cerebro, impidiéndole oír el chapoteo del agua.

Cuando levantó la cabeza, Sam lo miró con los ojos entrecerrados durante un instante e, inmediatamente, lo empujó para desasirse de su abrazo.

– ¡Oh, no! ¡No! -enfadada consigo misma, se llevó la mano a la boca, como si quisiera asegurarse de que todavía tenía los labios en su lugar-. Esto ha sido un error.

– ¿Por qué?

– Porque, porque… -movió la mano nerviosa, antes de obligarse a meterla en el bolsillo del pantalón-. Porque solo eres un niño rico y mimado.

Kyle se encogió de hombros, sintiéndose incapaz de rebatirla.

– Y estás acostumbrado a conseguir siempre lo que quieres.

– La mayor parte de las veces -admitió Kyle, esbozando una confiada sonrisa.

– Pero esta vez no, Fortune. ¡No vas a tenerme nunca! -le temblaba la voz mientras tomaba las riendas del caballo y volvía a montarse.

Tiró de las riendas y desapareció en la luz del crepúsculo, dejando una nube de polvo tras ella.

– Oh, Sam, claro que sí. Lo sabes tan bien como yo – estaba seguro de que hacer el amor con Samantha Rawlings sería solo cuestión de tiempo-. Paciencia -musitó casi para sí-.Tenemos todo el verano por delante.

Pedirse paciencia era un ejercicio inútil. En realidad, el verano estaba a punto de acabarse y muy pronto estaría de vuelta en Minneapolis con el resto de su familia. Incluso su abuela estaba comenzando a inquietarse. Ella había dicho que había ido a Wyoming para poner en orden su vida y tomar un descanso antes de volver a hacerse cargo de la compañía, pero todo el mundo sabía que estaba utilizando aquellas vacaciones para intentar superar su tristeza. Aunque su matrimonio con el abuelo de Kyle no había sido perfecto, habían sido capaces de continuar juntos durante todos aquellos años. Kyle no conocía muchos detalles, tanto su padre como su abuela eran herméticos en lo que a cuestiones personales concernía, pero Kyle había deducido algunas cosas a través de su madre, Sheila, la primera esposa de Nathaniel, que desde que se había divorciado de él aprovechaba cualquier oportunidad para arrojar su veneno sobre la familia Fortune.

En otro tiempo, cuando Sheila y Nate se habían divorciado, Kyle pensaba igual que ella, pero con los años, tanto él como Michael y Jane habían cambiado de opinión. Habían ido descubriendo que su madre cambiaba en muchas ocasiones la historia y ocultaba la verdad, cuando no mentía abiertamente, para dejar a los Fortune en mal lugar. Sheila Fortune era una mujer amargada que se quejaba continuamente de que los abogados de los Fortune le habían quitado lo que debería haberle correspondido tras el divorcio.

Pero Sheila no había trabajado un solo día de su vida, vivía en uno de los barrios más ricos de la ciudad, en un edificio del que era propietaria gracias al dinero de los Fortune. A medida que pasaba el tiempo, la opinión de Kyle sobre su madre había ido cambiando y cuando la comparaba con Sam y con su familia, sentía un sabor amargo en la boca.

Sam lo evitó durante casi una semana, pero Kyle no estaba dispuesto a marcharse habiendo conseguido un solo beso. La perseguía con la determinación de un lobo hambriento siguiendo a una gacela. Iba a buscarla a los establos cuando estaba dando de comer al ganado, a su casa cuando estaba ayudando a su madre a preparar jamón. E incluso un día había salido a su encuentro en el pueblo, cuando ella se estaba pidiendo un batido de frambuesa. La hamburguesería parecía estar en las últimas. Los asientos naranjas de los taburetes estaban resquebrajados, un solitario aparato de aire acondicionado zumbaba trabajosamente y el suelo y el mostrador competían en número de quemaduras.

– ¿No estás cansado de seguirme por todas partes? -le preguntó Sam mientras pagaba el batido y se volvía hacia la puerta.

La vieja camioneta de su padre estaba aparcada al lado del deportivo de Kyle.

– No te estoy siguiendo.

– No, claro -lo llamó mentiroso con la mirada y salió.

Kyle dejó su refresco de cola sin terminar en el mostrador y la atrapó en el exterior.

– De acuerdo, quizá sea que me gusta andar detrás de ti.

– Eso es porque estás aburrido.

– Contigo es imposible.

Sam bebió a través de la pajita y estudió a Kyle con tanta intensidad que Kyle comenzó a sentir vergüenza.

– Déjalo ya, Fortune. Yo no soy tu tipo. Y no te creas que por apellidarte…

Kyle dio un paso hacia ella y la agarró de la muñeca. Involuntariamente, le tiró parte del batido sobre la blusa.

– Lo único que quiero es conocerte mejor.

– ¡Mira cómo me has puesto la blusa! -exclamó bruscamente y Kyle posó al instante la mirada en la blusa.

Por un instante, Kyle se imaginó a sí mismo lamiendo el líquido rosado de sus senos, acariciando los orgullosos pezones con la lengua.

– ¡Bueno, déjalo ya!

– No puedo.

Entonces la abrazó y buscó sus labios. Oyó que el recipiente del batido caía al suelo. Por primera vez, Sam le devolvió el beso y entreabrió los labios para permitirle el acceso al interior de su boca.

Kyle sintió un escalofrío al tiempo que su sangre se transformaba en un río de lava y profundizó el beso, olvidándose de que estaban en una de las calles principales del pueblo.

Como si acabaran de echarle encima un jarro de agua fría, Sam fue la primera en separarse.

– Aquí no -le dijo, desviando la mirada hacia las ventanas de la hamburguesería.

– Entonces dime dónde.

– Mira, no quiero salir contigo. Ni contigo ni con nadie.

– Samantha, dame una oportunidad.

Samantha sacudió la cabeza y se obligó a mirarlo a los ojos.

– Pero Sam…

– Déjame en paz.

– No puedo.

– Entonces hazme un favor, ¿quieres? Vete al infierno, Kyle Fortune, pero no me lleves contigo.

Pero lo hizo. Fue durante una calurosa tarde de verano; las abejas revoloteaban sobre los campos de algodón y Kyle, que llevaba todo el día recorriendo el perímetro del rancho, por fin la encontró. Sola. Bañándose en un recodo del río en el que el agua se volvía oscura y profunda.

Había dejado la ropa en la orilla y su cuerpo era visible a través del agua. Las piernas y los brazos bronceados, el abdomen y los senos más claros, y los pezones oscuros que apuntaban hacia el cielo mientras ella flotaba en el agua.

Debería marcharse. Fingir que no había cruzado la alambrada con la esperanza de encontrarla. Actuar como si jamás hubiera visto el triángulo de rizos rubios que cubría su sexo.

El deseo, tan ardiente que apenas le dejaba respirar, se habría paso a través de sus entrañas.

El sol centelleaba sobre el agua y las sombras no alcanzaban aquel cuerpo ágil y flexible, aquel cuerpo perfecto. Kyle habría dado cualquier cosa por acariciarlo, por presionar sus labios ardientes sobre su piel húmeda y tocarla como jamás la tocaría nadie. Estaba seguro de que era virgen y a Kyle le encantaría convertirla en una auténtica mujer, mostrarle las delicias del sexo, oírla gemir de placer antes de fundirse con ella.

El corazón le latía violentamente mientras ella nadaba como una ninfa, completamente ajena a su mirada. Con la garganta seca como el algodón, Kyle se colocó al lado de una enorme piedra, apoyó contra ella la cadera y se aclaró la garganta lo suficientemente alto como para sobresaltarla.

– ¿Qué…? -Sam miró hacia la orilla y se apartó el pelo de la cara-. Por el amor de Dios, Kyle, ¿qué estás haciendo aquí?

– Mirarte.

– No piensas darte por vencido, ¿verdad?

– Nunca lo hago cuando quiero algo.

– Pero esto es una propiedad privada, Kyle, así que márchate.

– Todavía no.

– Te denunciaré.

– Sí, claro.

– Y después mi padre irá a buscarte con una escopeta.

– No me lo creo -contestó Kyle con una carcajada. Samantha estaba empezando a enfadarse de verdad. Kyle podía verlo en el brillo de sus ojos.

– Me estás haciendo pasar vergüenza.

– Con un cuerpo como el tuyo, no tienes nada de lo que avergonzarte.

– El que debería avergonzarse eres tú por decir tantas tonterías.

Kyle soltó una carcajada y se agachó al lado de la ropa de Samantha. Esta dejó escapar un grito estrangulado.

– No te atrevas.

– ¿Qué? -Kyle levantó los pantalones, la blusa, el sujetador y las bragas y se enderezó.

– Si me dejas sin ropa, Kyle Fortune, te juro que iré una noche a tu casa y te arrancaré tu asqueroso corazón, o cualquier otro miembro de tu anatomía al que le tengas un especial cariño.

– ¿De verdad? -no se le había ocurrido robarle la ropa, pero la idea comenzaba a parecerle atractiva-. Me encantaría verlo.

– Eres un niño mimado, creído, hijo…

– Que además tiene tu ropa. ¿Sabes, Sam? -se cruzó de brazos-. Si yo estuviera en tu lugar, no me dedicaría a lanzar insultos.

Pero Samantha ya no lo estaba oyendo. Decidió que no tenía nada que perder y salió del agua. Temblando de indignación y apretando los dientes con determinación, se acercó hasta él.

– Eres repugnante.

– No, no lo dices en serio -le sostuvo la mirada mientras le tendía la ropa-. No pensaba llevármela.

– Estúpido -sacudió los vaqueros y comenzó a ponérselos, inclinándose de manera que sus senos se mecieron ligeramente.

Con un siseo de la cremallera, desapareció bajo los vaqueros la silueta de sus caderas y los rizos que cubrían su sexo. Segundos después, se había puesto la camiseta. A continuación, se metió el sujetador y la braga en los bolsillos traseros y fulminó a Kyle con la mirada.

– ¿Por qué insistes en humillarme?

– Porque no me haces caso.

– ¿Así que el problema es que he herido tu ego? – se agachó para alcanzar sus botas-. Hay cientos de chicas que se mueren por ti, así que vete a jugar con ellas.

– Esas chicas no me gustan.

– No digas tonterías. Estoy segura de que te encantan.

Por vez primera, Kyle sintió que le golpeaba la verdad con todas sus fuerzas.

– Solo me gustas tú.

Visiblemente sorprendida, Samantha estuvo a punto de dejar, caer una bota.

– Qué tontería.

– Es cierto. Y, créeme, si pudiera cambiar la situación, lo haría.

– No, Kyle, no… -le suplicó cuando reclamó sus labios-. Por favor…

– ¿Por favor, qué? -le preguntó.

Pero Samantha ya no dijo una sola palabra.

Abrió la boca en respuesta a su beso y cedió a la debilidad de sus rodillas hasta que quedaron los dos tumbados en el suelo. Aquel día, Kyle descubrió lo que significaba hacer el amor. Con dedos ansiosos, todo el cuerpo en tensión y una nueva conciencia de su alma, hizo que Samantha perdiera la virginidad al tiempo que él dejaba en aquel paraje un pedazo de su corazón.

Diez años después, continuaba recordando a Samantha debajo él, en aquella primera gloriosa vez. El pelo húmedo enmarcaba su rostro moreno y abría los ojos asombrada ante aquella experiencia mientras él se deslizaba en su interior y encontraba un nuevo paraíso.

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