CAPÍTULO 10

– AMANDA, estás muy guapa – sonrió Pamela Warburton, mientras la acompañaba al salón de profesores-. ¿Cuándo darás a luz?

– A mediados de junio.

– Espero que sea una niña. Tu cuñada no parece tener ninguna prisa en apuntar a su hija como futura alumna del internado.

– Me parece que a Jilly no le hace gracia que su hija vaya a un internado – dijo Amanda, poniéndose la mano protectoramente sobre el vientre. Sus padres no habían tenido otra alternativa porque pasaban mucho tiempo en el extranjero y, aunque ella no había sido infeliz, comprendía perfectamente a Jilly-. Y no creo que pudieras aceptar al mío. Es un niño.

– Oh, vaya, Amanda. Yo creí que eras la chica más organizada que había conocido. ¿Cómo has permitido que eso ocurra?

Por un momento, Amanda pensó que lo decía en serio, pero entonces vio un brillo de burla en los ojos de su antigua directora.

– He sido un poco descuidada, supongo.


– ¿Es que no puedes ir más deprisa, papá? Vamos a llegar tarde.

– ¿Y de quién es la culpa? Has sido tú la que ha vaciado el armario entero para vestirse. Y te has puesto más pintura que Jerónimo.

– ¿Quién es Jerónimo?

Daniel no estaba seguro de si su hija le estaba tomando el pelo.

– Da igual. Seguro que la señora Warburton se lleva una sorpresa cuando te vea.

– ¿Por qué? Si tienes cinco sobresalientes, consigues un diploma. Es automático.

– ¿Y con seis qué ganas, un muñeco de peluche?

– Estás muy gracioso, papá.

Daniel estaba bromeando. Sabía bien por qué su hija había insistido en acudir a la ceremonia de entrega de diplomas. No tenía nada que ver con la ceremonia y sí con que sus amigas la vieran con una minifalda peligrosamente cercana a la ilegalidad, botas altas y maquillaje suficiente como para parar el tráfico.

En realidad, estaba guapísima y, con casi un metro ochenta de estatura, no podía pasar desapercibida.

Quizá debería haber intentado convencerla de que se pusiera algo menos provocativo, pero Sadie había sacado cinco sobresalientes y no podía negarle nada. Tenía que permitirle disfrutar de su éxito. Pamela Warburton levantaría una de sus aristocráticas cejas, pero aquel iba a ser el último año en el internado Dower para Sadie.

– ¿Quién entrega los diplomas este año? – preguntó, mientras aparcaba el Jaguar frente al edificio Victoriano.

– No lo sé. Una vieja alumna – contestó Sadie, buscando la invitación en su bolso-. Amanda Garland – leyó. A Daniel se le cayeron las llaves del coche al suelo-. No sé quién es.

– Tiene una famosa agencia de secretarias. Dicen que son las más cualificadas del país.

– ¿Y cómo es?

– No tengo ni idea. Esperemos que no sea una pesada.

Había muchas niñas esperando a los invitados para conducirlos al salón de actos y la señora Warburton saludaba a todo el mundo con su consabido: «hola, cómo está, las niñas están estupendamente y necesitamos fondos para ordenadores».

Sadie se marchó con el resto de sus compañeras y, sentado en la última fila, Daniel observaba a las personas que había en el escenario del salón de actos. No le interesaban en absoluto. Solo intentaba adivinar cuál de aquellas mujeres sería Amanda Garland.

Enseguida empezó a recordar la mañana en la que había bromeado con Mandy sobre aquella vieja insoportable. Era su voz lo que lo había hechizado, su risa… Daniel se pasó una mano por la cara, como si quisiera borrar su imagen, pero no podía hacerlo. Incluso cuando la gente empezó a aplaudir la aparición de la mujer que entregaría los diplomas, le parecía verla en el escenario…

Era Mandy. Era Mandy Fleming, frente a un atril.

– Como pueden ver, yo no debería estar aquí – empezó a decir ella. Los invitados rieron débilmente, inseguros-. Mi misión, me han dicho, es inspirar a las chicas del colegio Dower para que consigan todo lo que quieren en la vida. Bueno, chicas. Estoy aquí para deciros que yo lo tengo todo. Me duele la espalda, me duelen las piernas, el estómago… – las risas se incrementaron. Mandy. Daniel no entendía nada. Era Mandy-. Si pudiera quedarme en casa, con las piernas sobre un almohadón, no tendría importancia. Pero tenerlo todo significa que, aunque te duela la espalda, aunque te pesen las piernas, aunque no duermas por las noches, tienes que levantarte a las siete de la mañana para ir a trabajar. Por supuesto, yo no querría que fuera de otra forma. Dirigir la agencia Garland es toda mi vida… – siguió diciendo ella, poniéndose la mano sobre el vientre. Estaba embarazada. ¿Embarazada? Daniel empezó a levantarse-. Pero mi vida está a punto de complicarse mucho. De modo que, ¿el sueño es posible? Voy a pediros hoy que penséis qué significa para una mujer tenerlo todo…

Amanda levantó la mirada. Y deseó no haberlo hecho. Estaba embarazada de seis meses y el padre de su hijo estaba en la última fila, mirándola como si fuera una aparición. Y si Daniel estaba allí, Sadie también estaría.

– ¿Te encuentras bien, Amanda? – susurró la señora Warburton.

¿Que si se encontraba bien? No, desde luego que no se encontraba bien, pero tomó un sorbo de agua y siguió hablando, intentando no mirar a Daniel. Era lo único que podía hacer. También podría haberse desmayado, pero no estaba acostumbrada a hacerlo.

Daniel había vuelto a sentarse, atónito. Mandy Fleming. Amanda Garland. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido?

¿Y por qué no se lo había dicho? ¿Por qué, cuando él le decía que Amanda Garland era una vieja insoportable, no le había dicho que era ella?

Porque estaba tonteando y a ella le había hecho gracia. Y, antes de que ninguno de los dos se diera cuenta de qué estaba pasando, las cosas se les habían ido de las manos.

Amanda Garland. Su verdad. Eso era lo que ella había estado a punto de decirle cuando Sadie apareció en la casa.

Y estaba embarazada. Estaba embarazada de su hijo y se lo había ocultado. Incluso cuando la había visto en el teatro…

¿Por qué no se había dado cuenta entonces? ¿Y quién demonios era el hombre que iba con ella? Los celos empezaron a morderle el corazón…

¿Se habría dado cuenta Sadie?, se preguntaba. ¿Sería esa la razón por la que había clavado los dedos en su mano, para que no diera un paso hacia ella?… Sadie. Daniel saltó de su asiento como impulsado por un resorte y salió al pasillo.

– ¿Perdone, necesita algo?

Una de las niñas del internado, peinada y arreglada para la ocasión, se acercó con una sonrisa.

– Tengo que hablar con mi hija. Es urgente – dijo. La niña no parecía entenderlo-. Sadie Redford.

– ¿Sadie Redford?

El sonido de los aplausos en el salón de actos señalaba el final del discurso de Mandy. No llegaría a tiempo. Sadie estaría a punto de subir al escenario y encontrarse frente a frente con Mandy. Con Amanda.

– ¿Dónde está?

– Supongo que en el vestuario, poniéndose la banda de… – empezó a decir la niña, señalando una puerta-. ¡Oiga, no puede entrar ahí!

Amanda se sentía mareada, pero no quería sentarse. Solo le quedaba entregar los diplomas y Pamela lo había arreglado todo para que la ceremonia no fuera interrumpida por aplausos. Los orgullosos padres tendrían que esperar hasta el final para felicitar a sus hijas.

Nombre, certificado, apretón de manos. Nombre, certificado, apretón de manos… después de un rato, Amanda lo hacía sin darse cuenta.

Daniel golpeó la puerta.

– ¡Sadie! – llamó. Pero no hubo respuesta. Cuando abrió la puerta, vio que el vestuario estaba vacío. No podía advertir a Sadie. Era justo lo que necesitaba. Pero no tenía que pensar en eso. Tenía que pensar en que estaba a punto de convertirse en padre. Tenía que decidir qué iba a hacer, tenía que imaginar una forma de convencer a la mujer que amaba de que no era un canalla.

Llegó al salón de actos a tiempo para escuchar el nombre de su hija, pronunciado por la directora del colegio.

– Sadie Redford.

Como un hombre a punto de contemplar un accidente e incapaz de evitarlo, Daniel observó a su hija subir los escalones hasta el escenario.

Amanda sabía que iba a pasar. Acababa de descubrirlo al echar un vistazo a la lista de premiadas. Lo que no sabía era si Sadie la había visto, si estaba preparada. Las chicas estaban sentadas en el pasillo durante el discurso, pero ella misma había pasado por eso y sabía que nadie prestaba atención al discurso aburrido de una ex alumna. Y estaba claro en el momento que Sadie la miró que para ella era una completa sorpresa.

– Tú no eres Amanda Garland, eres Mandy Fleming, la «reina de los pendientes» – dijo en voz alta. Los invitados se quedaron sorprendidos-. Oh, Dios mío, estás embarazada.

Amanda tenía como regla no desmayarse, pero toda regla tenía su excepción. Y aquella era una de esas ocasiones. Sería mejor desmayarse antes de que Sadie informase a todos los invitados de quién era el padre de su hijo. En realidad, deslizarse hasta el suelo con gracia fue mucho más fácil de lo que había pensado. Y el hecho de que Daniel Redford se acercase al escenario con expresión furiosa la ayudó mucho.

Daniel tardó dos segundos en subir al escenario y las mujeres que se habían inclinado para ayudar a Amanda se apartaron al verlo.

– Llamen a una ambulancia – dijo, inclinándose para tomarle el pulso-. Mandy, cariño, por favor… – ella abrió los ojos un poco y, en ese momento, Daniel se dio cuenta de que estaba fingiendo. Se sentía tan aliviado que no sabía qué decir primero: «perdóname, gracias a Dios o no vuelvas a asustarme de esa forma mientras vivas»-. Te quiero, Mandy. Te he echado tanto de menos…

Amanda tenía ganas de echarse a llorar. Pero romper una regla al día era suficiente.

– No seas tonto – susurró-. Me pondré bien. Ve con Sadie. Ella te necesita.

– ¿Y tú no?

– Ve con Sadie – insistió, aunque su corazón se estaba rompiendo.

– ¿Sadie? – llamó Daniel, mirando alrededor. Pero su hija se había aprovechado de la confusión para salir huyendo.

– Ve a buscarla, Daniel.

– Yo cuidaré de Amanda – dijo Pamela Warburton-. Vaya a buscar a Sadie antes de que haga alguna estupidez.

– Ya es un poco tarde para eso – dijo él, incorporándose-. Volveré enseguida – susurró, mirando a Mandy-. Y quiero respuestas.

Si su querida hija pensaba que esconderse en el vestuario femenino la salvaría de su ira o de la de la señora Warburton estaba muy equivocada.

Sadie estaba apoyada en la pared y las lágrimas rodaban por sus mejillas.

– Lo ha hecho – dijo, cuando vio entrar a su padre-. Yo intenté evitarlo, pero ahora tendrás que casarte con ella.

– ¿Cómo que intentaste evitarlo?

– Yo solo quería…

– Sé muy bien lo que querías – la interrumpió él-. ¿Qué es lo que hiciste, Sadie? – insistió. Sadie murmuró algo, pero Daniel no lo escuchó con claridad-. ¿Jurar? ¿Que le hiciste jurar qué?

Ella levantó la cara y lo miró a los ojos.

– Le prometí que volvería al colegio si ella juraba no volver a verte nunca.

¿Mandy no le había contado nada porque se lo había jurado a su hija? ¿Tan sencillo era?

– Después de cómo la traté aquel día, ¿tú crees que hubiera querido volver a verme? – preguntó Daniel.

– ¿Por qué no? Tú eres lo que ella quería…

– Pero, ¿es que no te has dado cuenta todavía, Sadie? No me necesita para nada. Es Amanda Garland, una de las empresarias más importantes de Londres.

– Entonces, ¿por qué…?

– ¿Por qué había contratado un detective para que investigara sobre mí? Porque yo la hice creer que era un simple chófer para que me quisiera por mí mismo, no por mi cuenta corriente. Ella solo estaba protegiéndose a sí misma de la posibilidad de que yo fuera un cazafortunas.

– Pero… es que… es que se cree tan guapa – dijo Sadie, como una niña. Como lo que era, en realidad. Después, pareció pensárselo mejor-. Es que tú la miras como si fuera lo más importante del mundo para ti. Sigues llevando su pendiente en el bolsillo y me da miedo de que me dejes como mamá – empezó a sollozar Sadie-. Lo siento mucho, papá. Lo siento. Estás enamorado de ella y yo lo he estropeado todo.

– Me parece que lo hemos estropeado entre los dos – murmuró él, abrazándola-. Es posible que aún podamos salvar algo. Pero voy a necesitar tu ayuda.

– ¿De verdad?

– Sí – contestó Daniel, llevándola con él hacia la puerta-. Vamos, tenemos que hacer frente a nuestras responsabilidades. Me parece, Sadie, que a partir de hoy sí que vas a ser famosa en el colegio… – la sirena de la ambulancia lo interrumpió.

Sadie lo miró entonces, horrorizada.

– ¡El niño! – exclamó, con los ojos llenos de lágrimas-. ¿Qué he hecho?

Amanda estaba sentada en el despacho de la señora Warburton mientras un enfermero le tomaba la tensión.

– Es mejor asegurarse – había dicho. Cuando estaba tomándole el pulso, Sadie entró en el despacho como un tromba.

– ¡El niño! ¿Está bien el niño?

– ¡Sadie!

La exclamación de la señora Warburton la dejó fría.

– Mandy… señorita Fleming… señorita Garland, no sabe cómo lo siento. He sido una estúpida – se disculpó-. Por favor, no culpe a mi padre por esto. Ha sido todo culpa mía. Me daba tanto miedo de que fuera a quitármelo… – siguió. Amanda vio a Daniel tras ella-. Dile que la quieres, papá. Cuéntale que llevas el pendiente en el bolsillo. No ha dejado de llevarlo ni un solo día, señorita Fleming… Garland.

– ¿Le importa a alguien explicarme qué está pasando? – escucharon una voz masculina.

– ¡Max! – exclamó Amanda, al ver a su hermano.

– ¿Quién demonios es usted? – preguntó Daniel.

– Max Fleming. ¿No nos vimos en el teatro, hace un par de meses?

– ¿Fleming? – Daniel miraba al recién llegado y después a Amanda.

– Soy el hermano de Mandy.

– Daniel Redford – se presentó él, estrechando su mano-. Y voy a casarme con su hermana.

– ¿Ah, sí? – sonrió Max-. ¿Cómo no me lo habías dicho, Mandy?

– Porque no me lo había pedido – contestó ella-. De hecho, me parece que sigue sin pedírmelo.

– Pues te lo pido ahora. ¿Quieres casarte conmigo, Mandy?

La habitación estaba llena de gente y todos esperaban la respuesta. ¿Cómo podía hacerle eso? ¿Cómo la sensata y organizada Amanda Garland podía haber dejado que su vida se convirtiera en aquel torbellino? Amanda levantó la cara y lo miró directamente a los ojos, aquellos ojos azules…

– No seas tonto, Daniel. Lo último que necesito es un marido.

– ¿Quién ha dicho que el romanticismo ha muerto? – bromeó Max.

– Tú le pediste a Jilly que se casara contigo en la cola del teatro – le recordó su hermana-. Eso tampoco fue muy romántico.

– Pero ella dijo que sí – replicó su hermano, mirando a Daniel-. Perdone. Siga.

– Esto no tiene nada que ver con que estés esperando un hijo mío – dijo Daniel-. He pasado los peores seis meses de mi vida sin ti.

– Existe la posibilidad de que hubieran sido peores conmigo.

– Bueno, bueno…

– Vete, Max. Que se vaya todo el mundo. Esto no le está haciendo ningún bien a mi presión sanguínea.

– Su presión sanguínea está estupendamente, señorita – intervino el enfermero.

– Por favor, escúchele – dijo Sadie. A pesar de las protestas, Daniel sabía que todo iría bien porque Mandy lo estaba mirando y en sus ojos veía la respuesta-. Dentro de un año me iré a la universidad y mi padre necesitará que alguien… bueno, ya sabe. Y, además, está el niño o la niña…

– Es un niño.

– ¿Un niño? – sonrió Sadie.

– Sí. He visto las ecografías. Dame la mano – dijo Amanda, poniendo la mano de Sadie sobre su vientre-. ¿Lo notas?

– Pero… es asombroso. Papá, mira, el niño se mueve – murmuró, volviéndose hacia su padre. Daniel no se acercó, lo único que podía hacer era mirar a Mandy-. Por favor, ven. ¿A qué estás esperando? – insistió. Su padre y Amanda se estaban mirando, sin decir nada y Sadie se dio cuenta de lo que ocurría-. Claro que se va a casar contigo, papá. Pero estoy segura de que prefeririría darte una respuesta… sin público.

Por un momento, después de que se cerrara la puerta y se quedaran solos, hubo un silencio.

– ¿Me hubieras dicho lo del niño? – preguntó él por fin.

– Quería decírtelo, Daniel. Pero le había hecho una promesa a Sadie…

– Lo sé. Me lo ha contado.

– Estaba asustada. No pensaba volver al colegio porque tenía miedo de que tú también la abandonases. Así que le prometí que no volvería a verte. Era lo menos que podía hacer.

– Sigues sin responder a mi pregunta. ¿Me hubieras contado lo del niño?

Amanda no había contestado porque no sabía la respuesta.

– Yo se lo había prometido a Sadie, pero Beth no había hecho promesa alguna – contestó por fin-. Imagino que se habría puesto en contacto contigo para darte la enhorabuena. Ella es así.

– ¿Es tu amiga, la del apartamento?

– Mi mejor amiga y mi socia. Fue Beth quien contrató un detective. Quería protegerme – le explicó. Después le contó todo el plan. Sabía que tendría que hacerlo en algún momento.

– Entonces, ¿tú querías tener un hijo, no me querías a mí?

– Durante unos treinta segundos. Después me di cuenta de que me había enamorado – dijo Amanda-. Yo nunca leí el informe. De hecho, creo que debería preguntarte qué puedes ofrecerme antes de darte una respuesta. Eso, si sigue en pie la oferta de matrimonio.

– Entonces, ¿lo vas a pensar? – sonrió él.

– ¿De verdad sigues llevando mi pendiente?

Daniel metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó un papelito de seda. Dentro, estaba el pendiente de jade.

– No he podido deshacerme de él – murmuró, poniendo la mano sobre su vientre-. Mandy, tú querías tener un hijo conmigo y… – Daniel abrió los ojos desmesuradamente cuando notó movimiento en el interior-. ¡Ha dado una patada!

– No está dando patadas, está diciendo hola – susurró ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas y tuvo que hacer un esfuerzo para deshacer el nudo que tenía en la garganta-. Está diciendo: hola, papá.

Daniel tomó su mano.

– Entonces yo diría que puedo ofrecértelo todo.

– No tienes que casarte conmigo por el niño, Daniel.

– Cariño, esto no tiene nada que ver con el niño. Durante estos seis meses me he dado cuenta de que la vida sin ti es un infierno – dijo él-. Bueno, ¿vas a casarte conmigo o no? Hay media docena de personas esperando detrás de esa puerta.

– Pueden esperar un poco más – la sonrisa de Amanda estaba llena de amor-. Ahora mismo, Daniel Redford, lo único que quiero es que dejes de hablar y me beses.

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