Capítulo diez

– Es demasiado peligroso – le dijo Daphne.

– Ahí está la gracia – contestó Benny.

Daphne se pierde


Pocas horas después, Molly dio un paso atrás para admirar el rincón hogareño que había creado para sí misma en el porche cubierto de la casita guardería. Había colocado los cojines a rayas azules y amarillas en el columpio y los que estaban forrados con una tela de cretona, en las sillas de sauce. La pequeña mesa plegable decapada en blanco de la cocina estaba ahora a un lado del porche, junto a dos sillas rústicas desparejadas. Al día siguiente saldría a buscar algunas flores para adornar la regadera que había colocado encima de la mesa.

Con algunos de los productos básicos que se había traído de la casa de huéspedes, se preparó una tostada con huevos revueltos. Mientras Roo echaba una cabezadita, Molly contempló la puesta de sol tras el brazo de lago que se distinguía entre los árboles. Todo olía a pino y al húmedo y lejano aroma del agua. Molly oyó el sonido definitivamente humano de unos pies pisando hojas. En casa se habría alarmado. Aquí, se reclinó en la silla y esperó a ver quién aparecía. Por desgracia, era Kevin.

No había echado el pestillo de la puerta de red metálica, y no se sorprendió cuando él entró sin ser invitado.

– En el folleto pone que el desayuno es de siete a nueve. ¿Qué clase de gente puede querer desayunar tan temprano cuando está de vacaciones? -Kevin dejó un reloj despertador sobre la mesa y luego se fijó en los restos del huevo revuelto-. Podrías haberme acompañado al pueblo y comerte una hamburguesa -dijo de mala gana.

– Gracias, pero no me van las hamburguesas.

– ¿Así que eres vegetariana como tu hermana?

– No soy tan estricta. Ella no come nada que tenga cara. Yo no como nada que tenga una cara mona.

– Eso aún no lo había oído nunca.

– De hecho, es un sistema muy bueno para comer sano.

– Veo que consideras que las vacas son monas -dijo Kevin con escepticismo.

– Me gustan mucho las vacas. Son monas, sin duda.

– ¿Y qué me dices de los cerdos?

– ¿Te suena la película Babe, el cerdito valiente?

– Pues casi que no pregunto por las ovejas.

– Te agradecería que no lo hicieras. Ni por los conejos -dijo con un escalofrío-. No me atraen ni los pollos ni los pavos, así que ocasionalmente hago una excepción. También como pescado, puesto que puedo evitar a mi favorito.

– El delfín, me imagino -dijo él acomodándose frente a Molly en la vieja silla de madera y mirando a Roo, que se había despertado lo justo para soltar un gruñido-. A mí hay algunos animales que me parecen auténticamente repulsivos.

Molly le devolvió su sonrisa más sedosa.

– Es bien sabido que los hombres a los que no les gustan los caniches son los mismos que trocean cadáveres humanos en los vertederos de basura.

– Sólo cuando me aburro.

Molly se rió, pero se contuvo al darse cuenta de que Kevin estaba desplegando su encanto para ella, y ella había estado a punto de dejarse atrapar. ¿Se suponía que era ésa su recompensa por haber aceptado a ayudarle?

– No entiendo por qué te desagrada tanto este lugar. El lago es precioso. Se puede nadar, ir en barca, pasear. ¿Qué tiene eso de malo?

– Cuando eres el único niño y tienes que atender a un servicio religioso cada día, pierde su encanto. Además, el tamaño de los motores para las barcas está limitado, así que adiós al esquí acuático.

– Y a las motos acuáticas.

– ¿Cómo?

– Nada. ¿No había nunca más niños por aquí?

– A veces aparecía el nieto de alguien y se pasaba aquí algunos días. Era el momento culminante de mi verano. -Kevin hizo una mueca y añadió-: Claro que la mitad de las veces el nieto era una niña.

– Qué dura es la vida.

Kevin dejó caer todo su peso en el respaldo de la silla hasta que ésta se apoyó únicamente sobre dos patas. Molly deseó que se cayera, pero su coordinación era demasiado buena para que eso pudiera ocurrir.

– ¿De verdad sabes cocinar, o sólo alardeabas ante los huéspedes?

– Sólo alardeaba -respondió ella con la esperanza de ponerle nervioso. Su cocina cotidiana tal vez dejaba algo que desear, pero le encantaba cocinar al horno, sobre todo para sus sobrinos. Su especialidad eran las galletas de azúcar con orejas de conejito.

– Genial. -Las patas de la silla golpearon el suelo-. Dios mío, qué aburrido es este lugar. Vamos a pasear junto al lago antes de que anochezca.

– Estoy muy cansada.

– Hoy todavía no has hecho lo suficiente para estar cansada. -Al no tener adónde ir, la desbordante energía de Kevin casi lo ahogaba, así que Molly no debería haberse sobresaltado cuando la tomó por la muñeca y la levantó de su asiento-. Vamos, hace dos días que no puedo ejercitarme. Me va a entrar un telele.

Molly se desasió.

– Pues ve a ejercitarte ahora. Nadie te lo impide.

– Pronto tendré que reunirme con mi club de fans en el porche de entrada. Y tú tienes que hacer ejercicio, así que no seas tan testaruda. Tú quédate aquí, «Godzilla».

Kevin abrió la puerta de red metálica y empujó suavemente a Molly, luego la cerró de golpe ante los agudos ladridos de Roo.

Molly no ofreció una auténtica resistencia, aunque estaba agotada y sabía que no era una buena idea estar a solas con él.

– No estoy de humor, y quiero a mi perro.

– Si yo dijera que la hierba es verde, me llevarías la contraria -dijo arrastrándola por el camino.

– Me niego a ser simpática con mi secuestrador.

– Para ser una secuestrada, no te esfuerzas demasiado en escaparte.

– Me gusta este lugar.

Kevin se volvió para echarle un vistazo al confortable rincón que Molly se había creado en el porche.

– Lo próximo que harás será contratar a un decorador.

– A las chicas ricas nos gustan. las comodidades, aunque sea sólo por unos días.

– Eso imagino.

El camino se hacía más ancho al llegar al lago, luego serpenteaba a lo largo de la orilla y finalmente volvía a estrecharse y se inclinaba notablemente hacia lo alto de un pequeño acantilado rocoso que dominaba el lago. Kevin señaló en dirección contraria.

– Hacia allí hay tierras pantanosas, y detrás del campamento hay un prado con un arroyo.

– El prado de Bobolink.

– ¿Qué?

– Es un… Nada.

Era el nombre de un prado que lindaba con el Bosque del Ruiseñor.

– Desde lo alto del acantilado se disfruta de una bonita vista del pueblo.

Molly observó aquel camino escarpado.

– No tengo suficiente energía para la escalada.

– Pues entonces no llegaremos hasta arriba.

Molly sabía que Kevin mentía. Aun así, sus piernas no estaban tan débiles como el día anterior, así que se puso a andar a su lado.

– ¿De qué vive la gente del pueblo?

– Básicamente del turismo. El lago tiene buena pesca, pero está tan aislado que no se ha sobreexplotado como ha ocurrido en otros lugares. Hay un campo de golf decente, y algunos de los mejores senderos de trekking del estado se encuentran justamente en esta región.

– Me alegro de que nadie lo haya estropeado convirtiéndolo en un centro de veraneo.

El camino empezaba a empinarse hacia arriba, y Molly necesitó todo su aliento para escalarlo. No se sorprendió al ver que Kevin la dejaba atrás, pero sí al descubrir que era capaz de seguir adelante.

Kevin la llamó desde lo alto del acantilado.

– No estás como para hacer un anuncio de un gimnasio, ¿eh?

– Sólo me he saltado -dijo jadeando- unas pocas clases de Tae-Bo.

– ¿Quieres que busque una bombona de oxígeno?

Molly resoplaba demasiado como para contestar. Cuando llegó a la cima y vio las vistas, se alegró de haber hecho el esfuerzo. Todavía había luz suficiente para ver el pueblo en el extremo opuesto del lago. Tenía un aspecto pintoresco y rústico. Las barcas se balanceaban en el puerto y el campanario de la iglesia asomaba entre los árboles y se recortaba sobre el cielo irisado.

Kevin señaló un grupo de casas de lujo más cercanas al acantilado.

– Esas de ahí son segundas residencias. La última vez que estuve aquí, todo eso eran bosques, aunque todo lo demás no parece haber cambiado demasiado.

– Es tan bonito -dijo Molly disfrutando de la vista.

– Supongo -dijo Kevin avanzando hacia el borde del acantilado, desde donde miró las aguas-. Solía lanzarme en picado desde aquí, de pequeño.

– Un poco peligroso para un niño solo, ¿no?

– Ahí estaba la gracia.

– Tus padres debían de ser unos santos. No me imagino cuántos apuros les… -Molly se interrumpió al darse cuenta de que Kevin, en lugar de escucharla, se estaba quitando los zapatos.

El instinto la empujó a dar un paso adelante, pero llegó demasiado tarde. Se había lanzado al vacío, con ropa y todo.

Molly dio un grito sofocado y corrió hacia el borde justo a tiempo para ver la silueta de su cuerpo entrando limpiamente en el agua, sin apenas salpicar.

Molly esperó, pero Kevin no salía. Se llevó la mano a la boca. Inspeccionó las aguas sin poder verle.

– ¡Kevin!

Entonces la superficie se rizó y su cabeza emergió. Molly resopló y volvió a tomar aire mientras él se volvía para contemplar el cielo del atardecer. El agua se deslizaba entre sus cabellos, y había en su mirada un brillo triunfal.

Molly cerró el puño y le gritó:

– ¡Idiota! ¿Estás totalmente chiflado?

Kevin miró hacia arriba desde el agua y le mostró sus dientes relucientes.

– ¿Te vas a chivar a tu hermana mayor?

Molly estaba tan furiosa que pateó el suelo con fuerza.

– ¡No tenías ni idea de la profundidad que había para saltar de cabeza!

– Era lo bastante profundo la última vez que me tiré.

– ¿Y cuánto tiempo hace de eso?

– Unos diecisiete años -dijo nadando de espaldas-. Pero ha llovido mucho.

– ¡Eres un cretino! Después de tantos golpes ya casi no te deben de quedar neuronas sanas!

– Estoy vivo, ¿verdad? -Kevin exhibió una sonrisa diabólica-. Atrévete, conejita. El agua está muy buena.

– ¿Te has vuelto loco? ¡No pienso saltar desde este acantilado!

Kevin se volvió hacia un lado y dio unas brazadas.

– ¿No sabes saltar de cabeza?

– Por supuesto que sí. ¡Fui a campamentos de verano durante nueve años!

La voz de Kevin la lamió con una mofa lenta y perezosa.

– Seguro que saltas de pena.

– ¡No es verdad!

– ¿Acaso eres una gallina, entonces?

Cielo santo. Fue como si se disparara una alarma de incendios en su interior, y ni siquiera se quitó las sandalias. Simplemente se puso de puntillas sobre el borde de la roca y saltó al vacío, siguiendo a Kevin a la locura.

Durante toda la caída intentó chillar.

Cayó al agua con menos gracia que Kevin y salpicando mucho más. Cuando salió a la superficie, el agua resbalaba sobre la expresión de asombro de su cara.

– Joder-dijo Kevin en un suave suspiro más propio de un rezo que de una palabrota. Y a continuación gritó-: ¿Se puede saber qué diablos has hecho?

El agua estaba tan fría que a Molly se le había cortado la respiración. Hasta los huesos le temblaban.

– ¡Está helada! ¡Eres un mentiroso!

– ¡Si vuelves a hacer algo así…!

– ¡Tú me has provocado!

– Y si te provocara a tomar veneno, ¿también serías tan estúpida de hacerlo?

Molly no sabía si estaba más enfadada con él por haberla incitado a ser tan temeraria o consigo misma por haber mordido el anzuelo. Dio un manotazo en el agua, salpicando por doquier.

– ¡Mírame! ¡Yo me comporto como una persona normal cuando estoy con la demás gente!

– ¿Normal? -preguntó Kevin pestañeando para librarse del agua que le había salpicado los ojos-. ¿Por eso te encontré escondida en tu apartamento con aspecto de perrita apaleada?

– ¡Al menos allí estaba a salvo, no como aquí, donde acabaré pillando una pulmonía! -Los dientes de Molly castañeteaban, y su ropa, helada y empapada, tiraba de ella-. ¿O acaso hacerme saltar desde un acantilado es tu idea de terapia?

– ¡No creía que fueras a hacerlo!

– Estoy muy colgada, ¿recuerdas?

– Molly…

– ¡Molly la loca!

– Yo no he dicho…

– Eso es lo que piensas. ¡Molly la chiflada! ¡Molly la lunática! ¡Loca de atar! ¡Certificable! ¡Al más mínimo aborto, pierde la chaveta!

Molly se atragantó. No había querido decir eso, nunca había pretendido volver a sacar el tema. Pero la misma fuerza que la había hecho saltar del risco había hecho brotar las palabras.

Se hizo un silencio denso y pesado entre ambos. Cuando Kevin lo rompió finalmente, Molly percibió su compasión.

– Volvamos para que puedas calentarte -dijo, y empezó a nadar hacia la orilla.

Molly se había echado a llorar, así que se quedó donde estaba.

Kevin llegó a la orilla, pero en lugar de salir, volvió la cabeza y se quedó mirando a Molly. El agua le llegaba a la cintura, y, con un murmullo suave, le dijo:

– Tendrías que salir. Pronto anochecerá.

Molly tenía las manos entumecidas por el frío, pero no el corazón. La pena la dominaba. Quería hundirse bajo el agua y no volver a emerger jamás. Engulló aire y susurró unas palabras que jamás había querido decir.

– A ti no te importa, ¿verdad?

– Ahora no es momento de discutir -dijo Kevin con ternura-. Vamos, te castañetean los dientes.

Las palabras se deslizaron a través de la tirantez de su garganta.

– Sé que no te importa. E incluso lo entiendo.

– Molly, no te hagas esto.

– Tuvimos una niña -susurró ella-. Pedí que lo miraran y me lo dijeran.

El agua lamía la orilla. Las palabras calladas de Kevin flotaron sobre la superficie lisa.

– No lo sabía.

– La llamé Sarah.

– Estás cansada. No es el mejor momento.

Molly sacudió la cabeza. Miró hacia el cielo. Le contaba la verdad, no para condenarle, sino para hacerle notar porqué nunca comprendería cómo se sentía ella.

– Perderla no significó nada para ti.

– No he pensado en eso. El bebé no era para mí algo tan real como lo era para ti.

– ¡Ella! ¡No el bebé, ella!

– Perdona.

La injusticia de haberle atacado la dejó sin habla. No era justo condenarle por no compartir su sufrimiento. Era normal que el bebé no hubiera sido real para Kevin. Él no había invitado a Molly a su cama, no había querido un hijo, no había llevado a la criatura en su vientre.

– No, perdóname tú. No pretendía gritarte. Las emociones todavía me superan. -La mano le tembló mientras se apartaba un mechón de cabellos de delante de los ojos-. No volveré a sacar el tema. Te lo prometo.

– Salgamos del agua -dijo Kevin con tranquilidad.

Molly sintió las extremidades torpes por el frío y la ropa que le pesaba mientras nadaba hacia la orilla. Cuando llegó allí, él se había encaramado a una roca plana y baja.

Kevin se agachó para ayudarla a subir a su lado. Molly cayó de rodillas: se sentía como un despojo frío, chorreante y miserable. Kevin intentó alegrar los ánimos.

– Al menos yo me he quitado los zapatos antes de lanzarme. Tus sandalias deben de haberte caído al hundirte en el agua. Habría ido a por ellas, pero estaba demasiado perplejo.

La roca todavía conservaba parte del calor del día, y Molly lo percibió ligeramente a través de la tela empapada de su pantalón corto.

– No importa. Eran mis sandalias más viejas.

Su último par de sandalias Manolo Blahnik. Dado el estado actual de su economía, tendría que sustituirlas por chancletas de goma para ducha.

– Puedes comprarte otras mañana, en el pueblo -dijo Kevin levantándose-. Será mejor que volvamos antes de que te pongas enferma. ¿Por qué no empiezas a caminar? Te alcanzaré en cuanto haya recuperado mis zapatos.

Kevin volvió a subir el camino. Molly se abrazó para protegerse del frío del atardecer y puso un pie delante del otro, intentando no pensar. No había andado demasiado cuando Kevin la alcanzó, con la camiseta y el pantalón corto pegados al cuerpo. Anduvieron en silencio durante un rato.

– El caso es…

Kevin se calló y Molly le miró.

– ¿Qué?

– No importa -dijo con cara de preocupación.

El bosque a su alrededor crepitaba con los sonidos del anochecer.

– Está bien -dijo Kevin cogiendo los zapatos con la otra mano-. Cuando hubo pasado todo… pues yo… no quise pensar más en ella.

Molly lo comprendía, pero eso sólo la hacía sentirse aún más sola.

Kevin dudó. Molly no estaba acostumbrada a aquello. Parecía siempre tan seguro.

– ¿Cómo crees que…?-Kevin se aclaró la voz-. ¿Cómo crees que habría sido Sarah?

A Molly se le encogió el corazón. Una nueva oleada de dolor recorrió todo su cuerpo, pero esta vez era un dolor distinto. Más bien escocía, como el antiséptico sobre una herida.

Sus pulmones se expandieron, se encogieron, volvieron a expandirse. Se sorprendió al darse cuenta de que todavía respiraba, que sus piernas todavía se movían. Oyó a los grillos que empezaban con su serenata nocturna. Una ardilla saltó entre las ramas.

– Pues… -Molly temblaba, y no estuvo muy segura de si el sonido que brotó de su garganta fue una risa sofocada o un sollozo postrero-. Guapísima, si hubiera salido a ti. -A Molly le dolía el pecho, pero en vez de combatir el dolor, lo abrazó, lo absorbió, dejó que formase parte de ella-. Y exageradamente inteligente, si hubiera salido a mí.

– Y temeraria. Creo que esto de hoy lo demuestra. Así que guapísima, ¿eh? Gracias por el cumplido.

– Como si no lo supieras.

Molly sintió más ligero su corazón. Todavía le goteaba la nariz, y se la limpió con el revés de la mano.

– ¿Y cómo es que te consideras tan inteligente?

– Summa cum laude. En Northwestern. ¿Qué tal tú?

– Me gradué.

Molly sonrió, pero no quería dejar de hablar de Sarah.

– Yo jamás la habría enviado a un campamento de verano -confesó.

– Yo jamás la habría obligado a ir a la iglesia todos los días durante el verano -asintió Kevin.

– Eso es mucha iglesia.

– Nueve años son mucho campamento de verano.

– También podría haber salido torpe y mala estudiante.

– Sarah no.

Una pequeña cápsula de calidez envolvió el corazón de Molly.

Kevin aminoró el paso. Alzó la vista hacia los árboles y se metió una mano en el bolsillo.

– Supongo que simplemente todavía no le tocaba nacer-dijo en un suspiro.

Molly tomó aire y susurró:

– Supongo que no.

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