Es verdad. Los chicos no piensan igual que las chicas, y eso puede comportar problemas.
«Cuando los chicos no quieren escuchar»
Para Chik
Ay, ay, ay… Molly se entretuvo todo el tiempo que pudo: se cepilló los dientes, se lavó la cara, se alisó el top de ganchillo y volvió a atar el cordel de su pijama. Casi esperaba que Kevin tirase la puerta abajo, pero al parecer no debió de ver la necesidad: la ventana estaba atascada por la pintura y la otra salida la tenía vigilada él.
Un baño ya habría sido demasiado. Además, ya iba siendo hora de afrontar las consecuencias de su última diablura. Molly abrió la puerta y le vio apoyado en la pared opuesta, listo para abalanzarse sobre ella.
– ¿Qué me estabas diciendo?
Kevin esculpió las palabras con los dientes.
– ¿Te importaría explicarme por qué, cuando he bajado a la playa tras el desayuno, me he encontrado un atún muerto flotando en el lago?
– ¿Por un cambio en las pautas migratorias de los peces?
Kevin la asió del brazo, llevándola a la sala de estar. Mala señal. En el dormitorio quizás habría sido diferente.
Dudo mucho que las pautas migratorias puedan cambiar tanto como para que un pez de agua salada acabe sus días un lago de agua dulce! -gritó empujándola hacia el sofá.
Debería haber regresado al lago la noche anterior para sacar los peces, pero dio por sentado que acabarían hundiéndose. Y probablemente lo habrían hecho de no haber sido por la tormenta.
Bueno, se acabó de esquivar el bulto. Era el momento de la justa indignación.
– De verdad, Kevin, que sea más lista que tú no significa tenga que saberlo todo sobre los peces.
Indudablemente no había sido la mejor estrategia, porque por palabras de Kevin levantaron astillas.
– ¿Puedes mirarme a los ojos y decirme que no sabes nada de cómo ha llegado un atún al lago?
– Pues…
– ¿ O que no sabes por qué ha venido a verme Eddie Dillar esta mañana para decirme que al final no compraba el campamento?
– ¿Eso ha hecho?
– ¿Y qué es lo último que crees que me ha dicho antes de marcharse?
– Pues no sé… ¿«Kev, machote»?
Kevin levantó las cejas y su voz se tornó tan sigilosa como los pasos de un asesino.
– No, Molly, no ha dicho eso. Lo que me ha dicho es: ¡ Que te vea un loquero, tío!»
Molly se atemorizó.
– ¿Y a qué crees que se refería? -preguntó Kevin.
– ¿Qué dices que te ha dicho?
– ¿Qué le dijiste exactamente?
Molly recurrió a la técnica de los niños Calebow.
– ¿Por qué iba yo a decirle algo? Hay mucha gente en el campamento que le puede haber dicho algo: Troy, Amy, Charlotte Long… No es justo, Kevin. Siempre que ocurre algo por aquí, me culpas a mí.
– ¿Y por qué crees que puede ser?
– No tengo ni idea.
Kevin se inclinó hacia delante, apoyó ambas manos en las rodillas de Molly y acercó la cara a pocos centímetros de la de ella.
– Pues porque ya te tengo calada.
Molly se humedeció los labios y estudió el lóbulo de la oreja de Kevin, perfecto como el resto de su cuerpo, excepto por la pequeña marca roja de un mordisco que estaba casi segura de haber dejado allí.
– ¿Quién ha preparado el desayuno esta mañana?
– Yo -dijo suavemente, aunque sin disminuir en absoluto la presión que ejercía sobre sus rodillas. Era evidente que no iba a soltarla-. Luego ha venido Amy y me ha ayudado. ¿Has acabado de escurrir el bulto?
– No… Sí… ¡No lo sé! -Molly intentó mover las piernas, pero no lo consiguió-. No quería que vendieras el campamento, ¿vale?
– Dime algo que no sepa.
– Eddie Dillard fue mi herramienta.
– Eso también lo sé -dijo levantándose, aunque sin retroceder-. ¿Qué más tenemos?
Molly intentó ponerse en pie, pero el cuerpo de Kevin se lo impedía. Se sintió tan agitada que quiso gritar.
– Si lo sabes, ¿cómo pudiste hacer eso, para empezar? ¿Cómo pudiste quedarte cruzado de brazos mientras él hablaba de pintar las casitas de marrón? ¿Y de derribar esta casita, la casita donde estamos ahora? ¿O de convertir la casa de huéspedes en una tienda de cebos?
– Sólo podría haberlo hecho si le hubiera vendido el campamento.
– Si le… -Molly liberó sus piernas del cuerpo de Kevin y se levantó de un salto-. ¿Qué estás diciendo? Dios mío, Kevin, ¿a qué te refieres?
– Antes, cuéntame lo del atún.
Molly tragó saliva. En el momento de concebir el plan ya sabía que tendría que contarle la verdad. Pero hubiera deseado que no fuera tan pronto.
– De acuerdo -dijo retrocediendo algunos pasos-. Ayer compré pescado en el mercado, y anoche lo tiré al lago, luego desperté a Eddie y le llevé a verlo.
Una pausa.
– ¿Y qué le dijiste, exactamente?
Molly concentró la mirada en un codo de Kevin y habló tan rápido como pudo.
– Que un vertido subterráneo de productos químicos se estaba filtrando en el lago y mataba a todos los peces. -
– ¿Un vertido subterráneo de productos químicos?
– Ajá.
– ¡Un vertido subterráneo de productos químicos!
Molly retrocedió un paso más y musitó: -¿No podríamos hablar de otra cosa?
Dios, al oírla los ojos de Kevin brillaron con catorce topos diferentes de locura.
– ¿Y Eddie no se dio cuenta de que algunos de esos peces no deberían estar en un lago de agua dulce?
– Era de noche, y tampoco dejé que se fijase bien.
Molly dio otro paso rápido hacia atrás. Contrarrestado por un paso rápido hacia delante de Kevin.
– ¿Y cómo le explicaste que yo estuviera intentando venderle un campamento de pesca junto a un lago contaminado? Los nervios la estaban consumiendo.
– ¡Deja de mirarme así! -gritó.
– ¿Como si estuviera a punto de rodearte el cuello con las manos y estrangularte?
– Pero no puedes, porque mi hermana es tu jefa.
– Lo que implica únicamente que tengo que encontrar la manera de no dejar huellas.
– ¡Sexo! Hay parejas que creen que practicar el sexo cuando están muy enfadadas es muy excitante.
– ¿Y tú eso cómo lo sabes? No importa, te tomo la palabra -dijo alargando la mano y agarrándola del top.
– Mmm… Kev… -Molly se humedeció los labios y alzó la mirada hacia aquellos ojos verdes centelleantes.
Kevin extendió la mano sobre su trasero.
– Te recomiendo muy seriamente que no me llames así. Y te recomiendo muy seriamente que no intentes evitar también esto, porque tengo muchas, muchas ganas de hacerte algo físico -dijo arrimándose a ella-. Y todas las demás posibilidades que se me ocurren me llevarían a la cárcel.
– Vale, vale. Es justo.
En cuanto estuviera desnuda, le contaría todo lo que le había dicho a Eddie a propósito de él.
Pero entonces la boca de Kevin se aplastó contra la suya, y Molly simplemente dejó de pensar.
Kevin no tuvo la paciencia de quitarse la ropa, aunque la desnudó a ella, luego cerró de un portazo la puerta del dormitorio y echó el pestillo por si a alguno de los pequeños Calebow se le ocurría pasar a visitar a su tía M.
– A la cama. Y sin rechistar.
«Sí, sí, tan rápido como pueda.»
– Abre las piernas.
«Sí, señor.»
– Más.
Molly le concedió algunos centímetros.
– Que no tenga que volver a repetirlo.
Molly levantó las rodillas. Ya jamás volvería a ser igual.
Jamás se volvería a sentir tan absolutamente segura con un hombre peligroso.
Oyó el sonido de su bragueta. Un gruñido áspero.
– ¿Cómo lo quieres?
– Cállate ya -dijo abriendo los brazos hacia él-. Cállate y ven aquí.
Segundos más tarde sintió su peso posarse sobre ella. Kevin seguía furioso, lo sabía muy bien, pero eso no impedía que la tocara en todos los lugares donde a ella le gustaba ser tocada.
Su voz era grave y ronca, y su respiración tan profunda que apartó con ella un mechón de cabellos cerca de la oreja de Molly.
– Me estás volviendo loco. ¿Lo sabes, verdad? Molly apretó la mejilla contra su dura mandíbula.
– Lo sé. Y lo siento.
La voz de Kevin se volvió más suave y severa.
– Esto no puede… No podemos seguir…
Molly se mordió el labio y le abrazó con fuerza.
– Eso también lo sé.
Kevin tal vez no comprendía que aquélla iba a ser la última vez, pero Molly sí. Él la penetró en profundidad y hacia el fondo, como sabía que le gustaba a ella. El cuerpo de Molly se arqueó. Molly encontró su ritmo y se entregó totalmente a él. Sólo una vez más. Sólo esta última vez.
Normalmente, cuando habían terminado, Kevin la abrazaba, se mimaban y hablaban. ¿Quién había estado mejor, ella o él? ¿Quién había hecho más ruido? ¿Por qué la revista Glamour era superior a Sports Illustrated? Pero aquella mañana no juguetearon. Kevin se volvió y Molly se metió en el baño para asearse y vestirse.
El aire seguía siendo húmedo por la tormenta, así que Molly se puso una sudadera por encima del top y el pantalón corto. Kevin esperaba en el porche principal, con Roo a sus pies. El humo que desprendía su taza de café subía en espiral mientras él contemplaba el bosque. Molly se acurrucó dentro de la calidez de su sudadera.
– ¿Estás listo para oír el resto de la historia?
– Supongo que más me vale estarlo.
Molly hizo que la mirara.
– Le dije a Eddie que aunque te vendieras el campamento, todavía estabas emocionalmente ligado a él, y que no podías soportar la idea de que le estuviera ocurriendo algo al lago. Por ese motivo, te hallabas bajo un estado de negación permanente de la contaminación. Le dije que no le engañabas deliberadamente, que no podías evitarlo.
– ¿Y Eddie se lo tragó?
– Es más tonto que un haba, y yo estuve bastante convincente. -Molly narró con todo detalle el resto de la historia-. Entonces le dije que tenías un problema mental, y por eso sí que te pido perdón, y le prometí que me aseguraría de que recibieras ayuda psiquiátrica.
– ¿Un problema mental?
– Fue lo único que se me ocurrió.
– ¿Y no se te ocurrió no entrometerte en mis negocios?
Kevin dejó de un golpe su taza de café y salpicó toda la mesa.
– No podía hacerlo.
– ¿Por qué no? ¿Quién te ha dado permiso para organizarme la vida?
– Nadie. Pero…
El mal genio de Kevin tenía una mecha larga, pero por fin estalló.
– ¿Qué pasa contigo y este lugar?
– ¡No soy yo, Kevin, eres tú! Has perdido a tus dos padres, y estás decidido a mantener a Lilly a una distancia prudencial. No tienes ningún hermano, ningún tipo de parentela en absoluto. ¡Es importante que no pierdas el contacto con tu pasado, y este campamento es lo único que te queda!
– ¡A mí no me importa mi pasado! ¡Y créeme, tengo mucho más que este campamento!
– Lo que intento decirte es…
– Tengo millones de dólares y no he sido tan estúpido como para desprenderme de ellos, ¡empecemos por ahí! Tengo coches, una casa lujosa, una cartera de acciones que me mantendrán sonriente durante mucho tiempo. ¿Y sabes qué más tengo? Tengo una carrera y no permitiría que un ejército de entrometidos interesados me la arrebatara.
Molly entrelazó sus manos.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Explícame una cosa. Explícame cómo se justifica que pases tanto tiempo metiéndote en mis asuntos en vez de preocuparte de los tuyos.
– Sí que me preocupo de mis asuntos.
– ¿Cuándo? Llevas dos semanas urdiendo y maquinando acerca del campamento en vez de dedicar tus energías a lo que deberías. Tu carrera se está yendo al garete. ¿Cuándo vas a empezar a presentar batalla por tu conejita en vez de tumbarte y hacerte la muerta?
– ¡Yo no he hecho eso! No sabes de qué estás hablando.
– ¿Sabes qué pienso? Creo que tu obsesión por mi vida y este campamento es sólo una forma de no pensar en lo que deberías estar haciendo con tu propia vida.
¿Cómo se las había apañado para darle la vuelta a la conversación?
– Tú no entiendes nada. Daphne se cae de bruces es el primer libro de un nuevo contrato. No van a aceptarme nada nuevo hasta que lo revise.
– No tienes agallas.
– ¡Eso no es verdad! Hice todo lo posible para convencer a mi editora de que estaba equivocada, pero Birdcage no cedió.
– Hannah me habló de Daphne se cae de bruces. Me dijo que es tu mejor libro. Lástima que vaya a ser la única niña que lo leerá. -Kevin señaló con un gesto la libreta que Molly había dejado sobre el sofá-. Y luego está el nuevo en el que estás trabajando, Daphne va a un campamento de verano.
– ¿Y tú cómo sabes…?
– No eres la única que actúa a hurtadillas. He leído el borrador. Aparte de alguna injusticia flagrante con el tejón, diría que tienes otro éxito. Pero nadie puede publicarlo a menos que obedezcas las órdenes. ¿Y lo estás haciendo? No. ¿Estás siquiera forzando el asunto? Tampoco. En vez de eso, vives sin rumbo en una especie de país de nunca jamás donde ninguno de tus problemas es auténtico, sólo los míos.
– ¡No lo entiendes!
– En eso te doy la razón. Nunca he comprendido a los cobardes.
– ¡Eso no es justo! Yo no puedo ganar. Si hago esas revisiones, me habré vendido y me odiaré. Si no las hago, los libros de Daphne desaparecerán. El editor jamás reeditará los antiguos, y seguro que no publicará ninguno nuevo. Haga lo que haga, perderé, y perder nunca es una buena opción.
– Perder no es tan malo como dejar de luchar.
– Sí que lo es. Las mujeres de mi familia nunca pierden. Kevin se la quedó mirando un buen rato.
– A menos que se me escape algo, sólo hay otra mujer en tu familia.
– ¡Y mira lo que hizo! -La agitación la obligaba a moverse-. Phoebe siguió al frente de los Stars cuando nadie en el mundo apostaba por ella. Derrotó a todos sus enemigos…
– Se casó con uno de ellos.
– … y les ganó con sus propias reglas. Todos aquello hombres pensaban que era una rubia boba y la despreciaron. Nunca debería haber acabado al frente de los Stars, pero lo hizo.
– Todos en el mundo del fútbol la admiran por ello. Pero ¿qué tiene que ver eso contigo?
Molly se volvió y se alejó unos pasos. Él ya lo sabía y no la iba a obligar a decírselo.
– ¡Vamos, Molly! Quiero oír salir de tu boca esas palabras para poder llorar a moco tendido.
– ¡Vete al cuerno!
– Vale, ya lo diré yo por ti. No quieres pelear por tus hombros porque podrías fracasar, y eres tan competitiva con tu hermana que no puedes arriesgarte a eso.
– Yo no soy competitiva con Phoebe. ¡La quiero mucho!
– Eso no lo dudo. Pero tu hermana es una de las mujeres más poderosas en el deporte profesional, y tú eres una fracasada.
– ¡No lo soy!
– Pues deja de comportarte como tal.
– No lo entiendes.
– Estoy empezando a entender muchas cosas -dijo rodeando con la mano el respaldo de una de las sillas-. En realidad, creo que por fin lo he entendido todo.
– ¿Entendido el qué? No importa, no quiero saberlo.
Molly se dirigió a la cocina, pero Kevin le cerró el paso antes de que pudiera llegar allí.
– Eso de la alarma de incendios. Dan habla de la niña tranquila y seria que eras. Las buenas notas que sacabas, todos los premios recibidos. Te has pasado toda la vida intentando ser perfecta, ¿verdad? Siendo la primera en la lista de honor, coleccionando medallas por buena conducta del mismo modo que otros niños coleccionan cromos de béisbol. Pero entonces algo ocurre. Sientes una presión salida de la nada y pierdes la chaveta. ¡Tiras de una alarma de incendios, te desprendes de todo tu dinero, asaltas la cama de un perfecto desconocido! -Kevin sacudió la cabeza-. No entiendo cómo no me di cuenta enseguida. No entiendo cómo nadie más se da cuenta.
– ¿Cuenta de qué?
– De quién eres realmente.
– Como si tú lo supieras.
– Tanta perfección. No es tu naturaleza.
– ¿De qué estás hablando?
– Estoy hablando de la persona que habrías sido si hubieses crecido en una familia normal.
Molly no sabía qué iba a decir Kevin, pero sabía que se lo creía y de repente sintió ganas de huir.
Kevin se interpuso entre ella y la puerta de escape.
– ¿No lo ves? Tu naturaleza era ser la payasa de la clase, la chica que hacía novillos para fumar marihuana con su novio y hacérselo en el asiento de atrás de su coche.
– ¿Qué?
– La chica con más probabilidades de pasar de la facultad y Largarse a Las Vegas a desfilar en tanga.
– ¡En tanga! ¡Es lo más…!
– Tú no eres la hija de Bert Somerville -se rió burlón-. ¡Diablos! Eres la hija de tu madre. Y todos han estado demasiado ciegos para darse cuenta.
Molly se dejó caer en el columpio. Aquello era una bobada. Las divagaciones mentales de alguien que ha pasado demasiado tiempo en una máquina de resonancia magnética. Kevin estaba poniendo patas arriba todo lo que Molly creía saber sobre sí misma.
– No tienes ni idea de lo que… De pronto, se quedó sin aire.
– Lo que estás…
Molly intentó acabar la frase, pero no pudo porque en lo más profundo de su ser algo encajó finalmente en su lugar.
«La payasa de la clase… La chica que hacía novillos…»
– No sólo es que tengas miedo de arriesgarte porque estás compitiendo con Phoebe. Tienes miedo de arriesgarte porque sigues viviendo con la ilusión de que tienes que ser perfecta. Y Molly, créeme, ser perfecta no forma parte de tu naturaleza.
Molly necesitaba pensar, pero no podía hacerlo bajo la mirada de aquellos vigilantes ojos verdes.
– Yo no… Ni siquiera me reconozco en la persona de la que hablas.
– Dedícale unos segundos, y seguro que te reconocerás. Eso ya era demasiado. El tonto era él, no ella.
– Intentas distraerme para que no siga con todo lo que va mal contigo.
– A mí nada me va mal. O, al menos, nada me iba mal hasta que te conocí.
– ¿Eso crees? -Molly se dijo a sí misma que era mejor callar, aquél no era el momento, pero todo lo que había estado pensando y había intentado no decir salió a la superficie-. ¿Y qué me dices del miedo que le tienes a cualquier tipo de conexión emocional?
– Si te refieres a Lilly…
– No, no. Eso sería demasiado fácil. Incluso alguien tan obtuso como tú sería capaz de imaginarse eso. ¿Por qué no nos fijamos en algo más complicado?
– ¿Por qué no?
– ¿No es un poco raro? Tienes treinta y tres años, eres rico, moderadamente inteligente, pareces un dios griego y eres a todas luces heterosexual. Pero ¿qué falla en el retrato? Ah, sí, ya me acuerdo… Nunca has tenido una sola relación duradera con una mujer.
– Ah, por el…
– ¿Qué me dices de eso?
– ¿Y tú cómo sabes si eso es cierto?
– Cotilleos sobre el equipo, los periódicos, el artículo que hablaba de nosotros en People. Si alguna vez has tenido alguna relación duradera, debió de ser en el instituto. Por tu vida pasan montones de mujeres, pero ninguna consigue quedarse mucho tiempo.
– ¡Hay una que ya se está quedando demasiado!
– Y fíjate en el tipo de mujeres que eliges -dijo Molly poniendo las manos sobre la mesa-. ¿Eliges a mujeres inteligentes que pudieran tener alguna posibilidad de mantener tu interés? ¿O mujeres respetables que compartan al menos algunos, y ni se te ocurra discutirme sobre esto, de tus valores de lo más conservadores? Pues sorpresa, sorpresa. Nada de eso.
– Ya volvemos a lo de las mujeres extranjeras. Te juro que estás obsesionada.
– Vale, pues dejémoslas a un lado y fijémonos en las mujeres americanas con las que sale el H.P. Chicas asiduas a las fiestas que llevan demasiado maquillaje y demasiada poca ropa. ¡Chicas que babean en tus camisas y no han visto el interior de un aula desde que suspendieron matemáticas básicas!
– Estás exagerando.
– ¿No lo ves, Kevin? Eliges deliberadamente a mujeres con las que estás predestinado a no poder tener una auténtica relación.
– ¿Y qué? Quiero concentrarme en mi carrera, y no pasar por el aro para hacer feliz a una mujer. Además, sólo tengo treinta y tres años. No estoy listo para sentar la cabeza.
– Para lo que no estás listo es para crecer.
– ¿Yo?
– Y luego está Lilly.
– Tenía que salir…
– Es extraordinaria. Aunque hayas hecho todo lo posible para mantenerla a distancia, sigue por aquí, esperando a que entres en razón. Tienes muchísimo que ganar y nada que perder con ella, pero ni siquiera quieres concederle un rinconcito en tu vida. En vez de eso, te comportas como un adolescente malhumorado. ¿No lo ves? A tu manera, estás tan afectado por la educación que recibiste como yo.
– No, de eso nada.
– Mis cicatrices son más fáciles de comprender. No tuve madre y tuve un padre tiránico, mientras que tú tuviste un padre y una madre que te amaron. Pero eran tan distintos a ti que nunca te sentiste realmente vinculado a ellos, y eso todavía te hace sentir culpable. La mayoría de la gente podría dejarlo a un lado y seguir adelante, pero la mayoría de la gente no es tan sensible como tú.
Kevin saltó de la silla.
– ¡Eso es una bobada! Soy tan duro como el que más, señorita, no lo olvides.
– Sí, eres duro por fuera, pero por dentro eres tan blando como el algodón, y tienes tanto miedo a mandar tu vida al garete como yo.
– ¡Tú no sabes nada!
– Sé que no hay otro hombre entre mil que se hubiera sentido obligado por honor a casarse con la loca que le había asaltado mientras dormía, aunque estuviera emparentada con su jefa. Dan y Phoebe podían haberte encañonado con una escopeta, pero lo único que tenías que hacer era darle la culpa a quien la tenía. No sólo no lo hiciste, sino que me obligaste a jurar que tampoco lo haría yo. -Molly tenía las manos frías y se las metió dentro de las mangas de la sudadera-. Luego está la forma como te comportaste cuando sufrí el aborto.
– Cualquiera en mi lugar habría…
– No, nadie lo habría hecho, pero tú quieres creerlo porque te da miedo cualquier tipo de emoción que no encaje entre los dos postes de una portería.
– ¡Eso es una estupidez!
– Fuera del campo, sabes que hay algo que te falta, pero te da miedo buscarlo porque, a tu manera típicamente neurótica e insegura, crees que hay algo que no funciona en tu interior y que impedirá que lo encuentres. No pudiste conectar con tus padres, por tanto, ¿cómo podrías establecer una relación duradera con cualquier otra persona? Es más sencillo concentrarse en ganar partidos de fútbol.
– ¿Relación duradera? ¡Para el carro! ¿De qué estamos hablando realmente?
– Hablamos de que ya va siendo hora de que madures y tomes algún riesgo de verdad.
– No lo creo. Creo que hay alguna agenda oculta detrás toda esta farsa.
Hasta ese momento, Molly no había intentado que así fyera, pero a veces Kevin veía las cosas antes que ella. Se dio ruta de que él tenía razón, pero ya era demasiado tarde Molly se enfureció consigo misma.
– Creo que de lo que estamos hablando es de una relación duradera entre nosotros -dijo él.
– ¡Ja!
– ¿Es eso lo que quieres, Molly? ¿Pretendes convertir nuestro matrimonio en un auténtico matrimonio?
– ¿Con alguien que emocionalmente tiene doce años? Un hombre que apenas puede ser educado con su única parienta consanguínea? No soy tan autodestructiva.
– ¿No?
– ¿Qué quieres que te diga? ¿Que me he enamorado de ti?
Molly había intentado ser mordaz, pero vio por su expresión de asombro que Kevin había reconocido la verdad. Sintió que se le aflojaban las piernas, se sentó al borde del columpio e intentó encontrarle una salida a aquel atolladero, pero se sentía emocionalmente demasiado apaleada. Y además, ¿qué sentido tendría si Kevin podía ver más allá de sus palabras? Molly levantó la cabeza y admitió:
– ¿Y qué? Reconozco un callejón sin salida en cuanto entro en él, y no soy tan estúpida como para seguir en la dirección equivocada.
A Molly no le gustó la perplejidad que expresaba el rostro de Kevin.
– Estás enamorada de mí.
Molly sintió la boca seca. Roo se frotó contra sus tobillos y gimió. Quiso decir que no era más que una derivación del encaprichamiento, pero no pudo.
– Qué gran cosa -logró decir-. Si crees que me voy a poner a llorar en tu pecho porque tú no sientes lo mismo, te equivocas. Yo no suplico por el amor de nadie.
– Molly…
A Molly no le gustó en absoluto la compasión de su voz. Otra vez más, Molly no había estado a la altura. No había sido lo bastante inteligente ni lo bastante guapa ni lo bastante especial para que un hombre la amara.
¡Basta!
Molly se sintió poseída por una ira terrible, y esta vez no iba dirigida hacia él. Estaba harta de sus propias inseguridades. Le había acusado de tener que crecer, pero Kevin no era el único. A ella no le pasaba nada malo, y no podía seguir viviendo su vida como si así fuera. Si su amor no era correspondido, eso se perdía Kevin.
– Me marcharé hoy con Phoebe y Dan -dijo levantándose del columpio de un salto -. Mi corazón roto y yo procuraremos volver a Chicago sin ser vistos, y ¿sabes qué? Ambos sobreviviremos sin problemas.
– Molly, no puedes…
– Para, antes de que le dé un calambre a tu conciencia. Tú no eres responsable de mis sentimientos, ¿de acuerdo? Esto no es culpa tuya, y no tienes que arreglarlo. Es simplemente una de esas cosas que pasan.
– Pero… Lo siento, yo…
– Cállate.
Lo dijo suavemente, porque no quería marcharse con rencor. Molly avanzó hacia él y, sin proponérselo, levantó la mano y le acarició la mejilla. Le encantaba el tacto de su piel, y lo amaba a pesar de sus flaquezas demasiado humanas.
– Eres un buen hombre, Charlie Brown, y te deseo lo mejor.
– Molly, yo no…
– Eh, no me supliques que me quede, ¿vale? -Molly logró esbozar una sonrisa y comenzó a alejarse-. Todo lo bueno se acaba, y aquí es donde estamos -dijo al llegar a la puerta-. Vamos, Roo. Iremos a buscar a Phoebe.