Caitlyn se convulsionó como si hubiera sentido el impacto de una bala sobre su propia carne.
– No, espere, por favor… -susurró. No tuvo que fingir los violentos temblores que le atenazaban el cuerpo.
Vasily agitó una mano. Caitlyn notó que el pistolero se relajaba inmediatamente.
– ¿Sí, Caitlyn? -ronroneó Vasily-. ¿Acaso has cambiado de opinión? ¿Hay algo que desees contarme?
– Yo… Hay una casa segura -musitó, casi sin poder hablar. El corazón le latía en el pecho como si fuera una estampida, lo que le dificultaba la respiración-. Probablemente la hayan llevado allí. Con todo el mundo buscándola, es el lugar más cercano… No está lejos de aquí, cerca del parque forestal de Blue Ridge, pero no sé si podré encontrarla. Sólo he estado allí en una ocasión…
– Por el bien de tu amigo el camionero, espero que la encuentres. Dominic, si haces el favor…
Completamente enferma, Caitlyn cerró los ojos y reclinó la cabeza sobre el asiento. No podía mirar a C.J., pero mentalmente, trataba de transmitirle su angustia. «Oh, C.J., siento tanto haberte metido en esto… Por favor, perdóname. Te amo… Lo siento tanto… Perdóname…».
El coche avanzaba con facilidad por la carretera, trazando sin problemas las curvas. Faltaban quince, tal vez veinte kilómetros para llegar. El FBI estaría allí, esperando. Arrestarían a Vasily y todo habría terminado. «Todo va a salir bien», se decía constantemente.
Sólo había un contratiempo en aquel razonamiento. Los agentes que estaban esperando en la casa sólo esperaban a un rehén, al que Vasily tenía buenas razones para no hacer daño. No contaban con C.J.
«C.J., lo siento… Te amo».
– Gira aquí.
La voz resonó como un latigazo en el interior del coche. Caitlyn se incorporó de repente y vio que el coche empezaba a girar hacia la derecha en un cruce de carreteras.
– ¿Por qué giramos aquí? -preguntó, atónita-. El parque…
– Es una trampa, por supuesto -dijo Vasily con voz gélida. Se dio la vuelta en el asiento y observó a Caitlyn como si fuera un insecto-. ¿No es así, Caitlyn? ¿De verdad creíste que iba a tragarme una mentira tan evidente? No he llegado adonde estoy por ser un estúpido. Ahora, volvamos al principio e intentémoslo de nuevo. Sean, dame tu pistola.
Caitlyn se quedó boquiabierta. Las palabras se le helaron en la garganta al ver que el pistolero que había sentado a su lado le entregaba la pistola a Vasily. Horrorizada, vio cómo él empezaba a apuntar a C.J.
– Muy bien, Caitlyn, una vez más. ¿Dónde está mi hija?
– ¡No lo sé! -sollozó Caitlyn-. Ésa es la verdad. No lo…
La explosión que resonó en tan reducido espacio fue ensordecedora. El grito de Caitlyn se fundió en horrible armonía con la exclamación agónica que profirió C.J. mientras se doblaba sobre sí mismo y se aferraba con fuerza el muslo. Caitlyn intentó llegar hasta él por encima del regazo de Sean, pero una mano la agarró por el pelo y tiró de ella con fuerza y sin miramiento alguno.
– Te aseguro que la próxima bala le dará en un lugar mucho más importante -dijo Vasily tranquilamente-. Te lo pregunto una vez más. ¿Dónde tienes a mi hija?
– Se lo diré, lo prometo -dijo Caitlyn, con voz ronca-, pero va a tener que dar la vuelta. Va por en dirección equivocada.
A excepción de la preocupación que sentía por C.J., ya no sentía miedo alguno. La rabia se había apoderado de ella. Tenía que hacerle creer a Vasily que lo llevaba al lugar en el que se escondía Emma. Lo único que necesitaba era darles el tiempo suficiente a los agentes que seguían la señal que emitía con el dispositivo de búsqueda que llevaba instalado en la hebilla del cinturón para que se dieran cuenta, de que como iban en la dirección contraria, el plan había salido mal. Así, ellos podrían entrar en acción.
Sí. Sólo necesitaba tiempo, pero ¿cuánto tiempo le quedaba a C.J.? Vasily no dudaría en matarlo. Incluso sin otra bala, su vida corría peligro dado que sangraba abundantemente. Se agarraba con fuerza la herida y tenía el rostro tan pálido como las nubes que adornaban el cielo. Después de mirarlo una vez, Caitlyn no pudo volver a hacerlo.
El coche dio la vuelta y aceleró, avanzando por la carretera a velocidad aterradora.
– Voy a vomitar -anunció Caitlyn, con voz tensa.
No estaba bromeando, pero al mismo tiempo, se le estaba empezando a formar un plan desesperado en la cabeza.
– ¡Lo digo en serio! -añadió-. Voy a vomitar. ¡Paren el coche! ¡Paren el coche!
La autenticidad de su súplica era inconfundible. Vasily realizó un pequeño gesto y el coche se detuvo. Caitlyn golpeó la puerta con las manos hasta que escuchó que abrían el seguro. Entonces, agarró con fuerza la manilla que abría la puerta y se lanzó justo a tiempo al aire libre.
Se sentía muy débil, pero al mismo tiempo, más fuerte en cuerpo y alma de lo que había estado nunca. Como si fuera otra persona, se oyó decir.
– Estaré bien si puedo caminar un poco. ¿Puedo salir un momento?
Vasily miró a Sean inmediatamente.
– Ve con ella -le dijo, lleno de asco.
Caitlyn se vio de pie al lado del coche. Estaba de espaldas al vehículo mientras respiraba profundamente. A sus espaldas, Sean estaba saliendo del coche. Volvía a tener la pistola en la mano.
Con la misma distancia que antes, Caitlyn notó que se daba la vuelta y que la pistola salía por los aires. No sintió el impacto del pie contra la cabeza de Sean, pero lo oyó. Fue un golpe seco y desagradable.
Mientras se lanzaba sobre la pistola, la distancia pareció disminuir. Sintió como si volviera a meterse en su cuerpo y entonces, atónita, escuchó unos confusos y alarmantes sonidos que procedían del coche.
– ¡Calvin!-gritó.
Se lanzó hacia la puerta abierta y vio que él salía de cabeza, medio arrastrándose, medio cayéndose. Por detrás de él, vio que la cabeza de Dominic había caído sobre el volante. En aquel momento, comprendió que los alarmantes sonidos que había escuchado estaban producidos por el claxon del coche.
– Sal, Vasily -gritó, mientras agarraba la pistola con fuerza y apuntaba hacia el cristal tintado-. Todo ha terminado. El FBI viene de camino.
En aquel momento, contempló boquiabierta cómo la puerta del conductor se abría de repente. El cuerpo de Dominic salió rodando y desapareció. El coche empezó a deslizarse hacia delante y las puertas se cerraron por causa del movimiento. Entonces, el vehículo empezó a bajar la carretera, dejando a Caitlyn de pie en medio de tres cuerpos inertes. Entre sollozos, se arrodilló al lado de uno de ellos.
– C.J… Eres un idiota -susurró, mientras se colocaba la cabeza de él sobre el regazo-. ¿Por qué has tenido que hacer eso? ¿Por qué siempre estás tratando de ayudarme? Si te desangras y te mueres, ¿qué voy a hacer yo? Respóndeme a eso… ¿Qué voy a hacer sin ti?
C.J. levantó la mirada en medio de un mar de sombras y vio que unos ojos plateados lo observaban. Unos ojos plateados que relucían con las lágrimas.
– ¡Oh, Dios…! Si estás llorando debo de estar muriéndome -dijo-. Eso o estás enamorada de mí.
– ¡No te vas a morir! -gritó Caitlyn.
C.J. esbozó la famosa sonrisa de los Starr, completando el efecto con sus hoyuelos y cerró los ojos. En la distancia, se empezó a escuchar el rugido de las sirenas.
Prologo
Mediados de noviembre, Grand Central Station.
Nueva York.
– Son casi las dos -dijo C.J. Tenía la voz tensa por los nervios que sentía-. El correo electrónico decía a las dos en punto. No la veo. ¿No crees que…?
– Ya llegará -le aseguró Caitlyn-. ¿Te encuentras bien? Tal vez deberías sentarte…
– Estoy bien -replicó él, con cierta irritación.
No había recibido el alta del hospital hacía tanto tiempo, pero estaba más que cansado de que la gente no hiciera más que preocuparse por él. Se pondría muy contento cuando pudiera tirar aquel maldito bastón. Lo meneó para demostrar que sólo lo utilizaba para agradarle a ella, pero la verdad era que aún tenía que apoyarse en él más de lo que le hubiera gustado.
– Este lugar es enorme -musitó, tras mirar por encima del hombro a las dos mujeres que lo seguían a discreta distancia, Charly y la señora Gibson, de los Servicios Sociales de Florida.
Aquel momento le parecía muy especial, un milagro, pero a pesar de todo, no podía deshacerse del miedo que le inundaba el corazón. Habían ocurrido tantas cosas que tendría que pasar mucho tiempo para que volviera a considerar que los que amaba estaban a salvo. Vasily estaba en la cárcel sin fianza. Su imperio estaba siendo desmantelado trozo a trozo, pero a pesar de todo…
– Ahí está -dijo Caitlyn, muy suavemente. Apretó con fuerza la mano de C.J. y empezó a avanzar hacia la niña que estaba sentada sola en una larga fila de asientos.
Al principio, C.J. no la reconoció. No lo hizo hasta que la pequeña levantó la cabeza para ver quién se detenía para hablar con ella y la llamaba por un nombre ya medio olvidado. Tenía el cabello castaño y no negro, muy largo y sujeto con una horquilla de plástico. Sin embargo, los ojos eran inconfundibles, unos ojos llenos de miedo, oscuros como la noche. Ojos de refugiado. Él sintió una extraña sensación en el corazón.
– Hola, Emma -susurró Caitlyn, tras sentarse al lado de la niña-. Soy Caitlyn, ¿te acuerdas de mí?
La niña asintió. Con algo de miedo, observó a C.J. y a continuación, con un hilo de voz, preguntó:
– ¿Dónde está Myrna? Ella me dijo que esperara aquí. Me dijo que íbamos a ir a Disneyworld.
– Así es. C.J. y yo vamos a llevarte a Disneyworld, pero Myrna no puede venir, cielo. Lo siento.
– ¿Por qué no? -quiso saber la pequeña, con los ojos llenos de lágrimas.
– Es que tiene que marcharse, Emma -respondió Caitlyn, muy suavemente-. Ella ya no puede estar contigo.
– ¿Como mi mamá?
Caitlyn dudó y a continuación, asintió.
– Sí, más o menos.
Emma sorbió por la nariz. Una vez más, levantó unos ojos completamente atónitos.
– Entonces, ¿quién me va a cuidar?
– Nosotros -contestó Caitlyn-. C.J. y yo -añadió, tomándolo a él de la mano-. Te acuerdas de C.J., ¿verdad?
Emma lo contempló en silencio. Él le devolvió la mirada, lleno de un nerviosismo y de un miedo que jamás había sentido antes. Se cambió el bastón de mano para poder abrir la bolsa de plástico que llevaba en la mano. Sacó un objeto, la pequeña figura de una niñita con superpoderes y oyó que Emma contenía el aliento.
– No sé cómo se llama ésta -dijo él-. Supongo que me lo tendrás que decir tú.
Emma extendió la mano. Tenía los ojos muy abiertos. Volvió a mirar a C.J. Él asintió y la pequeña le quito el juguete de la mano para estrecharlo contra su pecho. Se levantó de la silla y al mismo tiempo, extendió la mano para tomar la de C.J.
Al sentir la manita de la niña en la suya, él sintió que el corazón le temblaba.
– ¿Te has hecho daño? -le preguntó Emma. Estaba mirándole el bastón.
– Sí, un poco -respondió él, tras aclararse la garganta.
– ¿Te vas a poner bien?
– Oh, sí -contestó C.J., mirando a los ojos de Caitlyn-. Claro que me voy a poner bien.
– Entonces, supongo que no importará -comentó Emma. Lo miró y por primera vez, él la vio sonreír-. En Disneyworld hay que andar mucho, ¿sabes?
C.J. no se consideraba un machote, pero no lo volvía loco la idea de llorar en público. Presa del pánico, miró a Caitlyn y vio que ella le estaba sonriendo y que sus ojos plateados rebosaban todo el amor que un hombre podría desear nunca.
– En ese caso, es mejor que nos marchemos -anunció Caitlyn-. El camino a Disneyworld es muy largo.
– Y después, ¿adonde iremos? -quiso saber Emma. Una vez más, se mostraba insegura.
Habría merecido la pena esperarla diez años…
– A casa -afirmó C.J. Aún seguía mirando a Caitlyn. Estaba pensando en su deseo, en su sueño imposible y en el milagro que se le había concedido. ¿O acaso habría sido la Providencia?
Los ojos de Caitlyn se suavizaron y lo mismo le ocurrió a su sonrisa.
– Sí, a casa -dijo-. Tienes que estudiar para tu examen de abogado y además, tenemos que preparar nuestra boda.