Capítulo 3

«¿ Qué otra cosa podría haber hecho?»

C.J. se había pasado las últimas veinticuatro horas haciéndose aquella pregunta y no había logrado encontrar la respuesta. Mientras avanzaba por la autopista, su mente no hacía más que repetirle aquellas palabras una y otra vez, como si fueran la estrofa de una canción al ritmo de los dieciocho neumáticos de su camión. Estaba presente en sus pensamientos mientras descargaba sus mercancías en Jersey y se dirigía después a Wilmington. En aquellos momentos, cuando tenía que esperar una noche hasta que su nuevo cargamento estuviera preparado, estaba en la habitación de un motel, acompañado únicamente por sus pensamientos. Nunca se había sentido en peor compañía.

«¿Qué diablos se suponía que tenía que hacer? No me quedó elección». Tumbado sobre la cama en calzoncillos y camiseta, no hacía más que mirar al techo y discutir con su conciencia. «¿Qué te hubiera costado dejarlas en el aeropuerto? Allí, al menos podrían haber alquilado un coche. Lo más probable habría sido que nadie hubiera sabido nunca que tú estabas implicado en el asunto».

«Lo más probable…». C.J. no sabía cómo se sentía cómo con eso de «lo más probable».

El programa de televisión que había estado mirando sin ver había terminado. Estaban a punto de empezar las noticias de las once. Sin mirar la pantalla, agarró el mando a distancia para cambiar de canal. Estaba a punto de hacerlo cuando la voz del locutor se lo impidió.

– La sobrina del ex presidente Rhett Brown está en la cárcel en Carolina del Sur acusada de desacato a la autoridad después de negarse a cumplir la orden de un juez para que revelara lo que sabe sobre el paradero de la hija desaparecida de un millonario de Florida. Para obtener más información al respecto, nos vamos a…

C.J. se dio la vuelta, pero llegó demasiado tarde. Sólo consiguió ver muy brevemente la fotografía de una mujer joven antes de que la imagen cambiara para mostrar a una corresponsal frente a los escalones del juzgado.

– Así es, Tim. Todo está muy tranquilo aquí ahora, pero ésta era la escena a primera hora de la tarde, cuando Caitlyn Brown, sobrina del ex presidente Rhett Brown, fue sacada esposada de este juzgado de Carolina del Sur…

La imagen mostraba cientos de periodistas y de policías arremolinándose en torno a la esbelta figura de una mujer, que iba ataviada con una sudadera y que se había colocado la capucha de la misma para ocultar su rostro.

– Se ha decretado que la señorita Brown pase la noche en la cárcel después de que se haya negado a obedecer al juez Wesley Calhoun para que revelara el paradero de Emma Vasily de cinco años, que es la hija del multimillonario de Florida Ari Vasily. La niña lleva desaparecida desde el martes y es objeto de búsqueda por todo el país…

La pantalla de televisión mostraba en aquellos momentos la imagen de la mujer en el asiento trasero de un coche de policía. Entonces, giró la cabeza y miró directamente a la cámara. Durante un instante, unos ojos plateados brillaron con ira frente a los focos.

– Presuntamente, la madre de la pequeña, Mary Kelly Vasily se llevó a su hija de la escuela de Miami Beach sólo horas después de que un juez de Florida le hubiera concedido la custodia de la niña al señor Vasily. El juez también ratificó la petición del señor Vasily de que a la madre se le negara el derecho de visita. En este momento no se conocen muchos detalles más, pero según fuentes policiales, sobre las nueve de la noche de ayer, la señora Vasily acompañada por la señorita Brown, entró en la comisaría y se entregó. En aquel momento, la niña estaba con las dos mujeres, pero queda aún por confirmar lo que ocurrió a continuación. Según nos han informado, aparentemente la niña abandonó la comisaría con una mujer que se identificó como representante de los servicios sociales, pero ahora parece que esa mujer pudo haber sido una impostora.

«Esto es todo lo que sabemos hasta el momento. Más de veinticuatro horas después, ni la policía ni los servicios sociales tienen pista alguna sobre el paradero de la pequeña. Emma Vasily parece haberse esfumado sin dejar rastro. Igualmente, sigue sin aclararse la implicación de la señorita Brown en el caso, pero la policía tiene razones muy poderosas para creer que la sobrina del ex presidente conoce de algún modo el paradero de Emma porque esta mañana le pidió al juez que ordenara a la señorita Brown que confesara lo que sabe. Ella dispone del tiempo que falta hasta que se cierren los juzgados esta tarde para cumplir con esa orden. Si se niega, el juez Calhoun la enviará a la cárcel».

«Por otra parte, el señor Vasily que llegó esta misma mañana de Miami con la esperanza de reunirse con su hija, no ha realizado por el momento comentario alguno sobre la situación, aunque en una rueda de prensa justo antes de mediodía, el jefe de policía, visiblemente enojado, prometió una investigación a fondo en el departamento que se ocupa del caso y prometió que se había implicado personalmente en la búsqueda de la pequeña para devolvérsela a su padre. Devolvemos la conexión al estudio, Tim».

C.J. sintió que se le cortaba la respiración. Consiguió recuperarla al lanzar una maldición y apagar la televisión con un certero golpe sobre el mando a distancia. Se sentó en la cama y tomó su teléfono móvil. Mientras escogía un número de la agenda, sintió que el corazón le latía con fuerza contra el pecho.

– Hola, hermanito -le dijo a la somnolienta voz que respondió-. ¿Te he despertado?

– ¿Cómo? ¿Quién es? ¿C.J.? No, no me has despertado. Simplemente me había quedado un poco traspuesto viendo las noticias. ¿Qué ocurre? -preguntó, entre bostezos-. ¿Dónde estás? ¿Va todo bien?

– Estoy muy bien -respondió C.J.-. ¿Está ahí Charly?

– Aquí mismo. No estarás en la cárcel, ¿verdad?

C.J. decidió no prestar atención a aquel comentario, que reflejaba la pobre impresión que sus hermanos tenían de su carácter. En lo que a ellos se refería, había aceptado que iba a llevarle algún tiempo hacerles olvidar ciertas correrías de una juventud mal utilizada.

– Déjame hablar con ella, ¿de acuerdo?

Se produjo una pausa y a los pocos segundos, se escuchó el fuerte acento de Alabama de Charly.

– Hola, tesoro. ¿Cómo estás? ¿Qué es lo que ocurre?

– ¿Has visto las noticias de esta noche, Charly?

– Las estoy viendo en estos momentos. ¿A qué parte en particular te refieres?

– A la noticia de la sobrina del ex presidente, que ha sido encarcelada por desacato.

– Sí, claro que la he visto. ¿Y qué?

– Bueno, yo… Creo que estoy más o menos implicado en el asunto… o que podría estarlo.

– ¿Cómo dices? ¡Por el amor de Dios! ¿Cómo?

C.J. le contó toda la historia y luego esperó un instante, mientras Charly pensaba.

– Has hecho lo que debías, si es eso lo que me estás preguntando. No creo que tengas nada de lo que preocuparte. Probablemente la policía querrá hacerte algunas preguntas. Es de esperar. Si quieres que yo…

– No es… No estoy preocupado por mí mismo. Lo que me preguntaba… Estaba pensando que tal vez, podrías ir allí a ver si ella necesita algo -sugirió, mientras se frotaba las sienes con la mano que le quedaba libre.

– ¿Ella? ¿Te refieres a la madre? ¿Cómo se llama? ¿A Mary Kelly? Cielo, probablemente esa mujer se enfrenta a los cargos de secu…

– Bueno, a verla a ella y a Caitlyn.

– ¿A Caitlyn?

– A la señorita Brown, a la sobrina del ex presidente. Como tú quieras llamarla. No he visto indicación alguna en ese reportaje de que tenga abogado. Siempre están presentes, tratando de proteger a sus clientes de los periodistas. Yo le ofrecí… Bueno, le ofrecí conseguirle un abogado. Es decir… Cuando las entregué a la policía, me pareció lo menos que podía hacer -comentó, mientras se frotaba la frente.

– No tienes que culparte de nada -le recordó Charly-. Esas mujeres son adultas y han tomado sus decisiones, una de las cuales fue implicarte a ti en este asunto. No es culpa tuya que te eligieran a ti para escapar de aquel aparcamiento.

– Sí, bueno, ya lo sé, pero me sentiría mejor si supiera que tiene a alguien de su lado, eso es todo -insistió C.J.-. Sé que ella realizó al menos una llamada después de que le dijera que las iba a llevar a la policía y di por sentado… Ahora se me está ocurriendo que debió de ser entonces cuando lo organizó todo para que alguien fuera a llevarse a la niña. Si lo hizo, tal vez…

– C.J., es la sobrina del ex presidente, por el amor de Dios. ¿No crees que tendrá los mejores abogados que el dinero pueda comprar? -replicó Charly. C.J. guardó silencio, por lo que después de un momento, ella lanzó un suspiro de exasperación-. Muy bien, quieres que vaya a ver de qué me puedo enterar, ¿no es eso?

– Si no te importa -respondió C.J., muy aliviado-. Iría yo, pero tengo que quedarme aquí en Wilmington para esperar la carga. Lo más pronto que puedo llegar allí es…

– Es mejor que tú te mantengas al margen -le advirtió Charly-. Si ella te identifica como la persona que las llevó en el camión y la policía viene a buscarte para interrogarte, eso es otra cosa. Si no, te aconsejo como tu abogado, la esposa de tu hermano y por lo tanto, pariente tuya, que no te metas en esto. Las razones son muy variadas, empezando por el hecho de que si ese Ari Vasily es tan peligroso como afirman esas mujeres, no creo que te apetezca vértelas con él. Como te he dicho, no es que esa mujer no tenga recursos. Es la sobrina de un ex presidente.

– Sí -comentó él, con un cierto tono de amargura-. Se le olvidó darme ese detalle.

– ¿Y qué esperabas que hiciera? ¿Que te diera los buenos días, te informara de que iba a secuestrarte y que de paso, te dijera quién era?

– Más tarde tuvo todo el tiempo del mundo para hacerlo. No me dijo nada sobre sí misma, ni siquiera su nombre. Supe que se llamaba Caitlyn porque la otra mujer la llamó así.

– Probablemente sólo estaba tratando de mantenerte al margen del asunto todo lo que pudiera. Dudo que se sintiera muy contenta de tener que hacer lo que hizo.

– Has hablado como buena abogada de la defensa.

– Eso es precisamente lo que soy y la razón por la que me has llamado, cielo. Por cierto, si estás tan enojado con esa mujer, ¿por qué estás tratando de ayudarla?

Ojalá lo supiera. C.J. cerró los ojos, pensando lo mucho que le gustaría tener una cerveza, o incluso algo más fuerte, entre las manos en aquellos instantes. No era típico de él. Se había pasado sus años adolescentes viendo cómo su hermano Roy se enfrentaba al alcohol y eso había dejado huella en él.

– Mira a ver qué puedes hacer -suspiró-. Probablemente yo llegaré a casa mañana por la tarde a última hora, pero puedes llamarme al móvil.

– Realizaré algunas llamadas, pero no te prometo nada.

– Está bien, Charly… Gracias.

C.J. cortó la comunicación, pero permaneció sentado donde estaba durante mucho tiempo. Se sentía muy nervioso Había hecho lo correcto al entregarlas. Estaba seguro de ello. No era asunto suyo. Charly tenía razón. Lo mejor era que no se metiera más. Entonces, ¿por qué no podía sacársela de la cabeza? A ella. A las tres. A pesar de todo, no eran los ojos castaños de Mary Kelly los que veía cuando cerraba los ojos. Ni siquiera los de la pequeña Emma. No. El que lo perseguía era el rostro de ella, pálido y asustado entre las sombras del asiento trasero de un coche patrulla. Le parecía que aquellos ojos de color plata lo miraban a él, llegándole hasta la misma alma para lanzar un desesperado y mudo grito de socorro.


Estaba en algún lugar al sur de Richmond cuando el teléfono móvil empezó a sonar. Extendió la mano hacia el accesorio de manos libres y apretó el botón de recepción.

– ¿Sí? -gritó, por encima del ruido del motor.

– ¿C.J. eres tú? -preguntó la voz de Charly tenue y distante.

El corazón le dio un vuelco. Subió el volumen y volvió a gritar:

– Sí, Charly. ¿Qué has descubierto?

– Un par de cosas. En primer lugar, ella sigue sin hablar. La madre tampoco, por lo que las dos están de vuelta en la cárcel y parece que van a permanecer allí algún tiempo. El juez Calhoun parece decidido a mantenerlas en la trena hasta que digan dónde está la niña.

– ¿Y?

– Esa mujer no necesita ayuda, C.J., al menos tuya.

– ¿Te ha dicho ella eso? ¿Te lo ha dicho ella personalmente y no otro abogado? ¿Has hablado con ella?

– En una palabra, sí. Lo que ella me dijo exactamente fue que ya habías hecho más que suficiente. Y tiene razón, ¿sabes? Déjalo estar, cielo. Esto no es problema tuyo. Tienes otras cosas de las que preocuparte, lo que me recuerda otra cosa. ¿Cómo te va con los estudios? ¿Cuándo piensas establecerte aquí con Troy y conmigo?

– ¿Y por qué iba a querer yo hacer eso? -replicó, con una sonrisa-. Tendría que vivir en Atlanta. No me apetece demasiado.

– Espera a que apruebes el último examen y entonces ya veremos. Atlanta es donde se cuece el pastel, tesoro.

– Sí, sí, ya lo sé, pero no me estéis esperando -repuso, antes de desconectar la llamada.

La sonrisa que tenía en los labios le duró justo hasta aquel instante. Entonces, tomó aire y resopló antes de agitar los hombros como alguien al que han aliviado de un enorme peso. Charly tenía razón. Aquello no era asunto suyo. Debía entregar su carga, aprobar el examen y terminar el semestre. Tenía que conseguir su título de Derecho. Seguir con su vida.

En cuanto a una secuestradora con rostro de ángel y ojos inolvidables… Encontraría el modo de olvidarla.


Durante los siguientes cinco meses aproximadamente, C.J. se concentró con todas sus fuerzas en conseguirlo, lo que al menos tuvo un efecto beneficioso en sus hábitos de estudio. Consiguió aprobar sus exámenes en junio y se pasó el verano preparándose para el examen que lo convertiría en abogado y que estaba decidido a aprobar al primer intento. Aún tenía mucho que demostrar, principalmente a sí mismo.

Una de las cosas que aprendió durante aquel largo y cálido verano fue que una cosa era tratar de olvidar a alguien y otra muy distinta conseguirlo. El hecho de que casi no pasara ni un solo día sin escuchar el nombre de Caitlyn Brown o ver su rostro en las noticias no lo ayudó en absoluto. Parecía que aquella era una de las historias en las que la prensa había decidido hincar el diente. ¿Por qué no? Lo tenía todo. Un misterioso multimillonario, una esposa que había sido bailarina de striptease, una mujer joven vinculada a una de las familias más famosas del país y por supuesto, una niña desaparecida.

Todos los que tenían alguna relación con el caso, por pequeña que ésta fuera, habían sido entrevistados una y otra vez en programas de televisión y artículos de las principales revistas. Noche tras noche los periodistas posaban delante de fotografías de archivo del juzgado de Carolina del Sur y relataban una y otra vez la misma historia. La historia era más popular que la lotería.

C.J. había conseguido evitar los televisores hasta entonces. Sin embargo, aquella tarde en particular, estaba en una parada de camiones en Virginia almorzando. Por mucho que se esforzaba y mirara donde mirara, había una televisión en la pared del establecimiento. Allí estaba el reportero de siempre, delante del mismo juzgado y sin duda, diciendo más de lo mismo. Al menos, habían desconectado el sonido y no tenía que leer los titulares si no quería. Apartó los ojos de la pantalla y examinó el comedor.

Los ojos de todos los presentes estaban mirando fijamente lo que ocurría en las pantallas de televisión. Sin poder evitarlo, volvió a mirar una de las televisiones, temiendo lo que estaba a punto de ver.

Las letras en blanco y negro de los titulares desfilaban por debajo de la imagen:

La escena a primera hora de la mañana. Caitlyn Brown y Mary Kelly Vasily abandonaron los juzgados para regresar a sus celdas bajo una fuerte protección policial. Era la misma escena que se ha repetido una y otra vez durante los últimos meses, pero en esta ocasión, algo salió mal. Mientras las dos mujeres, flanqueadas por oficiales de policía, bajaban por los escalones del juzgado, resonaron unos disparos.

Las palabras siguieron apareciendo en la pantalla, pero C.J. ya no las leía. Tenía la mirada fija en las imágenes, que mostraban una escena de inesperada violencia. Imágenes de gente empujándose, cayendo al suelo, de rostros atenazados por el horror, de brazos agitándose, dedos señalando y de bocas profiriendo silenciosos gritos. El escalofrío que le recorrió la espalda le heló hasta los mismos huesos.

La escena de la pantalla dejó paso de nuevo al rostro del reportero. C.J. volvió a concentrarse en las palabras que aparecían al pie de la pantalla.

«…Del número exacto ni del estado de los heridos. Tenemos información de que, al menos, cuatro personas han sido trasladadas al hospital, pero este dato no se ha confirmado oficialmente. Tanto la policía como el personal del hospital se han negado a realizar comentario alguno sobre los testimonios de los testigos. Reiteramos que estos datos están sin confirmar, al igual que el hecho de que al menos una de las detenidas ha resultado muerta en este brutal ataque».

– ¿Sabe algo la policía sobre quién puede ser responsable de este ataque, Vicky?

– Como te puedes imaginar, todo sigue resultando bastante caótico aquí, Tim. Lo que sí parece confirmarse es que los disparos se produjeron desde el campanario de la iglesia que hay enfrente del juzgado y que a su vez, está a poca distancia de la comisaría. Sin embargo, por lo que nosotros sabemos, no se tiene ningún dato sobre el pistolero ni se ha encontrado el arma.

– ¿Se sabe algo sobre quién era el objetivo de este ataque?

– No, Tim y la policía se niegan a especular…

– Perdona, guapo, ¿quieres la cuenta?

– ¿Cómo?

C.J. miró a la camarera muy confuso. No sabía cuándo ni cómo se había puesto de pie. Parpadeó y miró lo que le quedaba de su bocadillo y musitó:

– Sí, gracias.

Sentía la piel fría y húmeda. Casi sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, se sacó unos billetes del bolsillo del pantalón y se los dio a la camarera al tiempo que le decía que se quedara con el cambio. Inmediatamente, salió al exterior para sufrir las altas temperaturas de aquel día de septiembre. A pesar de todo, no consiguió entrar en calor. Le parecía que jamás lograría sacudirse el frío que lo embargaba.

Llegó a su camión, se sentó en la cabina. Se pasó los siguientes cinco minutos tratando de controlarse. Lanzó maldiciones una y otra vez. Cuando se quedó sin palabras, se pasó la mano por el rostro y agarró el teléfono móvil.

– ¿Charly? -preguntó, cuando su cuñada respondió la llamada-. Soy yo, C.J. ¿Te has enterado?

– Sí, hace un rato. Me ha llamado Troy.

– En la televisión han dicho que alguien ha resultado muerto y que hay varios heridos, pero no han dicho los nombres. ¿No sabrás tú…?

– No, yo no sé mucho más. He estado en los tribunales toda la mañana. Acabo de regresar a mi despacho. Se supone que va a haber una rueda de prensa en el hospital dentro de unos minutos. C.J., cielo, no tienes que culparte por lo ocurrido…

«No lo culpo a usted, señor Starr».

– No la creí -musitó él, temblando incontrolablemente-. Me dijo que él lo haría y yo no… Pensé que sólo estaba…

– ¿Ella? ¿Quién? ¿Qué fue lo que te dijo?

– Ella me contó que él iba a matar a su esposa, pero yo pensé que… Ya sabes.

– ¿Te refieres a Vasily? ¿Crees que él es el responsable? ¡Dios mío, C.J.!

– ¿Y quién si no iba a haber sido? -replicó.

– Mira, C.J., sé que el marido es siempre el primer sospechoso, pero eso asumiendo que el objetivo fuera la señora Vasily y aunque lo fuera… ¡Dios mío, C.J., ese hombre es multimillonario!. Amigo del gobernador. Ha cenado en varias ocasiones en la Casa Blanca. Es…

– No me importa quién sea -la interrumpió C.J.-. Estoy seguro de que él lo ha preparado todo. Puedes estar segura de ello.

– Aunque lo fuera, no hay modo de demostrar que…

– Lo sé… Mira, Charly tengo que dejarte. Hazme un favor, ¿quieres? Voy a tratar de sintonizar alguna emisora en la radio, pero si descubres algo, ¿te importaría llamarme para decírmelo? Llámame al móvil.

– ¿Qué vas a hacer? No estarás pensando en ir allí, ¿verdad?

– Tengo que hacerlo, Charly. Necesito saber qué es lo que está pasando.

– C.J., vas a seguir culpándote por lo ocurrido, ¿verdad?

C.J. no respondió. Cortó la comunicación y llamó a la operadora de la empresa para decirle que tenía que encontrar otro camionero que se hiciera cargo de las mercancías. A continuación, estuvo buscando una emisora en la radio. Encontró una de música en la que sabía que daban avances cada hora y arrancó el camión para regresar a la autopista.


Una hora más tarde, el teléfono móvil empezó a sonar, interrumpiendo así sus tumultuosos e inútiles pensamientos. Apretó el botón y rugió:

– ¡Sí!

– C.J., pensé que te gustaría saberlo. Están dando la rueda de prensa en el hospital. Ahora están realizando la ronda de preguntas, pero han dado la cifra oficial de muertos y heridos. Hay tres heridos, dos en estado crítico y un muerto.

– ¿Y? -preguntó, sin dejar de mirar la carretera. Agarró con fuerza el volante, para prepararse, como si aquello fuera posible.

– La señora Vasily ha resultado muerta.

Una oleada de fríos sentimientos lo atravesó por completo, como si fuera una brisa que ventilara una casa. Recordó el rostro de Mary Kelly con su típica belleza sureña, su cabello rojizo… «No lo culpo a usted, señor Starr».

A pesar de todo, sabía muy bien lo que significaba la fresca brisa que le ventilaba el alma y lo avergonzaba tanto que trató de negar lo que sentía. ¿Cómo podía sentirse aliviado de que una buena mujer hubiera sido asesinada? Así era. Se sentía aliviado de que no fuera Caitlyn Brown quien hubiera muerto.

– C.J., ¿sigues ahí?

– Sí.

– Lo siento… Sé cómo debes de estar sintiéndote. Yo me siento tan mal por esa niña…

– ¿Y los otros? -quiso saber él, tratando de no mostrar emoción alguna-. Dijiste que dos de los heridos se encontraban en estado crítico.

– Uno de los policías recibió un disparo en el brazo. No está grave. Otro recibió un tiro en el pecho y aún está en el quirófano.

– ¿Caitlyn? -susurró.

– Sólo dijeron que está en estado crítico. No han dado detalles. C.J., no hay razón alguna para que vayas allí. No hay nada que puedas hacer aparte de meterte en líos.

– Sólo quiero hablar con ella.

– Pero ¿qué dices? No van a permitirte verla. Eso ya lo sabes, ¿verdad? ¿Cómo van a permitir que un desconocido entre a verla después de que le han disparado? Y mucho menos tratándose de la sobrina de un ex presidente. No me extrañaría que estuviera ya metido en el asunto el Servicio Secreto, el FBI…

Ella se interrumpió y estuvo en silencio tanto tiempo que C.J. volvió a tomar la palabra.

– ¿Charly? -preguntó él, mientras apretaba botones temiendo que se hubiera desconectado la comunicación.

– C.J., voy a tener que dejarte -respondió ella. Parecía distraída-. No… no hagas nada hasta que yo me vuelva a poner en contacto contigo, ¿me lo prometes? Te hablo ahora como abogado.

– Sí -gruñó él-. Te lo prometo.

Desconectó la llamada y se reclinó contra el asiento, tratando de concentrarse en la carretera para no pensar en qué significaría exactamente aquello de «estado crítico». Tratando de no pensar en aquel rostro de cuento de hadas ni en aquellos ojos plateados, tan hermosos como una caricia. Lo que no tuvo que esforzarse mucho para evitar fueron los pensamientos sobre aquel hermoso rostro y esbelto cuerpo cubiertos de sangre, arruinados por la violencia. Su mente se protegió contra aquellas imágenes, igual que los ojos se esfuerzan por evitar el sol.

Aunque le pareció más tiempo, poco más de media hora después el teléfono volvió a sonar otra vez.

– C.J., soy yo -susurró Charly. Parecía tener prisa-. Voy a reunirme allí contigo, ¿de acuerdo? Si llegas allí…

– ¿Reunirte allí conmigo?

– En el hospital. Si llegas antes que yo, espérame, ¿de acuerdo? No hagas nada hasta que no tengas noticias mías. ¿Me has oído?

– Charly ¿qué estás planeando? No creo que vaya a necesitar un abogado para esto.

– Tal vez sí, tal vez no, pero conozco a alguien que puede conseguir que veas a Caitlyn Brown.


La mujer que había sobre la cama del hospital se movió. Sus dedos asieron la sábana como si deseara colocársela de nuevo sobre el pecho.

– La tormenta… -murmuró Caitlyn. Cerró los ojos. Después de un momento, volvió a hablar con voz abotargada y lenta-. ¿Qué es lo que quiere? ¿Absolución? Ya la tiene, ¿de acuerdo? Se lo dije. No debe culparse por nada. De hecho, supongo que tenía que ocurrir… algún día. Cuando uno se opone a personas violentas… Yo sólo…

La voz se le quebró y los labios empezaron a temblarle. Apartó el rostro.

– No esperaba que ocurriera así -añadió.

C.J. se aclaró la garganta y se inclino hacia delante. Había tantas cosas que deseaba preguntarle… tantas cosas que deseaba decir… No sabía por dónde empezar, por lo que murmuró:

– ¿Cómo creyó que iba a ocurrir?

Los ojos lo examinaron. Ya no eran plateados, sino que tenían un aspecto líquido y perdido. Entonces, presa de una incongruente reacción, ella se echó a reír.

– Bueno, en primer lugar, nunca esperaba quedarme ciega.

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