En cuanto Cash metió a Sammy en la cama, fue a colocar un poco el salón. Puso la NBC, colocó el Wall Street Journal sobre la mesa, encendió el ordenador y dejó un móvil a mano. Después, se apoyó en el respaldo del sillón, comprobando que había sacado todo el arsenal.
Cuando escuchó el golpecito en la puerta, se levantó de un salto, diciéndose a sí mismo que estaba preparado y… riéndose después por las mentiras que se contaba.
Nunca estaba preparado para Lexie.
Por supuesto, ella había vuelto a cambiarse de ropa. Su atuendo consistía en una blusa de seda y pantalones de un tono entre coral, salmón y melocotón. Y unas sandalias a juego. Además de unos pendientes con brillantes diminutos.
Pero había descubierto que la ropa era para ella una forma de defensa. Estaba claro que le gustaba vestir bien, pero había notado que cuando más se arreglaba era cuando estaba preocupada por algo.
Cash veía la ropa… pero en lo que realmente se fijaba era en la curva de su trasero y en que se había colocado el pelo detrás de las orejas aquella noche. En su mente, la veía sobre la camilla de masaje, con el trasero destacándose bajo la toalla. Tenía aceite en la espalda. Un aceite suave, fragante, que lo hacía imaginar cuál sería su aspecto cuando estuviera en la cama… con él. Porque Cash quería sudar, específicamente con ella.
Aquella pequeña reunión no -iba a funcionar, pensó.
– ¿Sammy está dormido?
– Afortunadamente. No suele quedarse dormido tan pronto, pero hoy he tenido suerte -dijo él-. ¿Te apetece una copa de vino? Di que sí.
– ¿Por qué? -sonrió ella.
– Porque Keegan me ha dicho que te ofrezca vino en lugar de cerveza y no quiero hacer el ridículo.
– En ese caso, quiero una copa de vino.
– Gracias a Dios -murmuró Cash, abriendo la pequeña nevera. Cuando terminó de quitar el corcho y servir las copas, esperaba encontrarla al borde del orgasmo frente al índice Dow Jones, pero ella ni siquiera estaba mirando la televisión. Seguía de pie, esperándolo.
Lexie parpadeó al ver la cantidad de vino que le había servido y después señaló alrededor.
– ¿Esta es vuestra zona privada?
– ¿Te gusta?
– Mucho -sonrió ella, observando un calcetín que asomaba por debajo del sofá.
– Estamos intentando ser civilizados -dijo Cash-. Siéntate.
– Lo que me sorprende es que me hayas dejado entrar en tu sancta sanctorum, Y que tengas encendida la televisión.
– La he encendido para ti. Quería que echaras un vistazo a ese índice Dow Jones que tanto te preocupa. El ataque de esta mañana me ha asustado, Lexie. Esto no es un campamento del ejército. Se supone que no debes seguir trabajando mientras estás aquí, pero si eso va a ser un problema, puedes entrar cuando quieras.
– ¿Por eso querías hablar conmigo?
– Sí. Por eso y porque hay un pequeño cambio en el programa. Nadie se va de esta montaña sin encontrarse mejor. Eso es muy importante para mí.
– Es una cuestión de orgullo -murmuró ella.
– Eso es -asintió Cash. Le parecía que aquello iba bien. Lexie no parecía darse cuenta de que él no quería hablar de sexo. Ni de besos. Ni de ellos-. Mi orgullo está directamente conectado con este negocio. De ello depende mi reputación. No es tanto por mí como por el futuro de Sammy. Y eso significa que no puedes volver a tener un ataque de ansiedad. Quiero que lo pases bien y he pensado que mañana podríamos ir a navegar.
Lexie levantó una ceja.
– Me parece que entiendo. Si no soy feliz, pongo en peligro el futuro de tu hijo, ¿ese es el mensaje?
– Sí.
– Vale. Pues ya soy feliz. Y mañana será aún más feliz. No vamos a poner el futuro de Sammy en peligro por una tontería. Lo que no entiendo es lo de navegar. Eso ya estaba en el programa, ¿no?
– Sí. Hay un lago al sur de aquí, un sitio muy bonito. Pero el asunto es que mañana vamos a navegar, pero yo haré todo el trabajo. Tú solo tendrás que relajarte y…
– Cash -lo interrumpió ella, muy seria.
– ¿Qué?
– ¿Crees que me falta un tornillo o algo así?
– No. Todo el mundo tiene algún problema. Y tú sufriste una experiencia muy traumática de pequeña.
– Ya -murmuró ella. Cash estaba nervioso y no podía disimularlo-. ¿Crees que te abracé esta mañana porque estaba sufriendo un ataque? ¿Crees que no pensaba con claridad?
Cash había planeado aquella conversación específicamente para no hablar de eso.
– Si la NBC no es tu canal favorito, podemos buscar otro. Tómate el vino, pon los pies en la mesa… mira, aquí hay noticias económicas.
– ¿Te interesan las noticias económicas, Cash?
– No demasiado -contestó él.
Lexie apagó el televisor.
– Sabía muy bien lo que estaba haciendo cuando te besé, Cash. No quiero que pienses que se me había ido la cabeza o algo así. Me encantó besarte.
– Ah, muy bien. De acuerdo -dijo Cash, aclarándose la garganta-. ¿Ahora quieres ver la tele?
– No -contestó ella, tomando su mano. Cash se puso rígido-. No sé por qué nos está pasando esto, pero sé que no tengo sitio en tu vida. Y también sé que a tu hijo le rompería el corazón que otra mujer lo abandonase. Así que deja de preocuparte. Pase lo que pase entre tú y yo, habrá que tomárselo con sentido del humor. Y ahora, ¿por qué no me hablas de la madre de Sammy?
– ¿Quieres que te hable de Hannah? -preguntó Cash, sorprendido por su sinceridad. Y también molesto por esa seguridad suya de que allí no había sitio para ella. Aunque debería sentirse aliviado, porque tenía razón.
– Sí, quiero que me hables de Hannah.
– Muy bien -murmuró Cash, intentando concentrarse. No le gustaba hablar de su hermana.
– Deja de mirar hacia la puerta. Yo te diré si Sammy asoma la cabeza. Solo quiero que me digas cuál es la situación, porque es posible que pueda ayudarlo. Me encanta ese crío.
– No me importa que lo sepas -empezó a decir él-. Pero es que no sé qué decir. Nunca sé qué decir cuando me preguntan por mi hermana. Mi madre la crió como si fuera una princesa y creo que ella sigue buscando a su Príncipe Azul. Cree que cuando un hombre se enamora de una mujer la cuida día y noche como si fuera de cristal.
– ¿Y por qué piensa eso?
– Pues… quizá por culpa de los hombres de la familia. A nosotros nos educaron bajo un antiguo código de honor. Los hombres protegen a las mujeres, las mujeres necesitan que las mimen, ese tipo de cosas. Cuando era niño, pensé que mi padre quería de verdad a las mujeres, pero después me di cuenta de que era un hombre autoritario. Mi madre y mi hermana no trabajaron nunca y él las llenaba de regalos, pero nunca pudieron expresar su opinión sobre nada.
– ¿Y eso es lo que tu hermana está buscando?
– Es más complicado -suspiró Cash-. Si la conocieras, te encantaría. Es divertida, graciosa y muy dulce. Pero cuando se quedó embarazada… no sé qué le pasó, perdió la cabeza. Su novio la abandonó y después de tener a Sammy, se dio cuenta de que no podía con la responsabilidad. Sencillamente, desapareció.
– ¿Dejó a Sammy cuando era un recién nacido? -preguntó Lexie. Cash asintió con la cabeza-. Pero ha pasado mucho tiempo desde entonces. ¿Por qué no ha vuelto?
– No lo sé. Creo que, al principio, se sentía avergonzada y después, no sabía cómo hacerlo -suspiró Cash, pasándose la mano por el pelo-. Yo le eché un par de broncas y eso no ayudó nada, por supuesto. Pero, ¿qué iba a hacer? ¿No decirle nada? Sammy ha crecido muy bien, pero cualquier podría darse cuenta que tiene algunos problemas que vienen de…
– Me dijo que se hacía pipí en la cama. Cash la miró, sorprendido.
– ¿Lo dices en serio? Nunca se lo ha contado a nadie. En fin, Sammy cree que hay algo malo en él. No lo dice, pero piensa que si su madre se marchó es porque había algo en él que la impedía quererlo.
– Oh, Cash. Lo sé.
– No lo sabes… Bueno, quizá sí.
– Hay algo en común en todos los niños huérfanos. Se sienten desplazados, como una pieza que no encaja en un rompecabezas. No tienen la misma seguridad que un niño que vive con sus padres -empezó a decir ella-. Nada funcionaba bien en mi vida hasta que empecé a ganar dinero. Ya sé que te lo he contado antes, pero no es el dinero, es saber que tienes talento para algo. La razón por la que vuelvo a mencionarlo es para que sepas que Sammy y yo hablamos de esas cosas. De lo que a él le gusta hacer. De las cosas que hacen que se sienta bien. He estado intentando ayudarlo para que se sienta seguro, para que sepa que ser feliz consiste en mirar hacia dentro. ¿Entiendes?
– Claro -dijo Cash. Su compasión por Sammy hacía que se sintiera afectado. Y él no era un hombre que se dejase afectar por muchas cosas. Pero era mirarla lo que le hacía perder la cabeza. Había tantas cosas hermosas en ella.
– ¿Sabes cuál es tu toque de oro, McKay? Tienes un toque de oro con la gente.
– ¿Yo? No puedo sujetar el dinero en mi cartera a menos que lo pegue con pegamento.
– No estoy hablando de dinero. Estoy hablando de corazón. A este refugio vienen un montón de extraños, con un montón de problemas que a ti te son ajenos y, sin embargo, tú sabes encontrar la forma de hacerles entender que hay otra forma de ver la vida. El ejercicio de la venda esta mañana, por ejemplo. La gente que viene aquí son ejecutivos con problemas de confianza en los demás, gente que no puede delegar y por eso acaban muriendo de un infarto antes de los cincuenta. Pero tú les enseñas a confiar, a dejarse llevar…
– No funcionó contigo -la interrumpió Cash.
– No, pero porque yo tengo una vieja pesadilla -sonrió ella-. Bueno, será mejor que me vaya a dormir. Al jefe le gusta que nos levantemos muy temprano.
– Muy bien.
– Hasta mañana, entonces -dijo Lexie, levantándose. Sin querer, golpeó la copa con la rodilla y, al intentar colocarla, se le cayó el vino sobre unas revistas. Cash ni siquiera se molestó en limpiarlo. Lo haría más tarde. Ella hizo una mueca de disculpa-. No seguirás preocupado por los besos de esta mañana, ¿verdad?
– Pues, yo… -Cash no había esperado que volviera a sacar la conversación y se sentía como un tonto.
– Por eso me invitaste a charlar contigo esta noche. Para estar seguro de que no iba a ponerme muy pesada, creyendo que un par de besos significan una relación.
Cash buscó una respuesta. Pero no la tenía.
– ¿Creías que estaba preocupado?
– Sería comprensible. Supongo que por aquí vienen algunas mujeres muy ricas y… muy caprichosas. Sería normal que alguna se quedase prendada de ti y quisiera no solo disfrutar de este refugio, sino del dueño del refugio. Pero no tienes que preocuparte por mí. No pienso hacer nada que pueda herir a Sammy. Sé que dentro de un par de semanas estaré de vuelta en Chicago.
Cuando se dio la vuelta, Cash la siguió prácticamente corriendo. Para darle las buenas noches. O para librarse de ella. Cuanto más hablaba Lexie con aquel tono pausado, más nervioso se ponía él.
No tenía ni idea de por qué quería darle un puñetazo a la pared, ni por qué su presión sanguínea estaba por las nubes. Lexie era un sueño de mujer. No le pedía explicaciones y no se portaba como una víctima.
Pero cuando abrió la puerta, accidentalmente la cerró. Y, accidentalmente, la miró como un ogro. Y solo accidentalmente, la besó.
Y aquella maldita mujer a la que había puesto contra la pared y que estaba sonriendo, en lugar de darle una bofetada que era lo que debería hacer, enredó los brazos alrededor de su cuello.
El beso se volvió «brumoso». Maníaco.
A Cash se le doblaban las rodillas y le faltaba el aire. Cuando debería ser al revés, cuando debería ser ella la que estuviera sorprendida por su sabiduría erótica.
Pero Lexie sabía besar. Lexie podría hacerle creer a un hombre que era lo más caliente que había salido de un cromosoma Y el único nombre en el universo. El único hombre que necesitaba. El único hombre…
Fuera lo que fuera lo que ella hacía, era mejor de lo que Cash nunca había experimentado. Si Lexie era una droga, él quería hacerse adicto.
Los diminutos pechos se apretaban contra su torso, su pelvis se rozaba de forma sugerente contra él, encendiéndolo. El deseo llevaba su nombre, su aroma, su forma. La quería desnuda, debajo de él. En aquel mismo instante. Estaba perdiendo la cabeza por ella. Y ni siquiera le había quitado la blusa.
En aquel preciso instante, Cash tuvo que apartarse para buscar aire. Aunque era un incordio, sus pulmones parecían pensar que el oxígeno era una necesidad. Pero no quería soltarla. Cuando la miró, ella tenía los ojos abiertos. Unos ojos enormes, vulnerables. Y los labios húmedos e hinchados.
– No seguirás enfadado conmigo, ¿verdad?
– Nunca he estado enfadado contigo.
– Ya -sonrió ella, con una de esas sonrisas-. Pero la próxima vez que te enfades, avísame. ¿De acuerdo?
– No estaba enfadado.
– Vale -volvió a sonreír Lexie-. Buenas noches, cielo.
¿Cielo? ¿Él? Ninguna mujer lo había llamado «cielo». Cuando desapareció, Cash dejó escapar un suspiro. No estaba enamorado de ella. Aunque quisiera estarlo, no podría enamorarse de una mujer que iba a marcharse un par de semanas después. Por Sammy. Sencillamente.
Pero no había nada malo en tener una aventura. Nada malo en que dos adultos disfrutaran el uno del otro. Pero Cash sabía que nada sería tan sencillo con Lexie Woolf.
Ella no besaba de forma sencilla. Besaba para siempre.
Y Cash no sabía qué hacer. Pero para el día siguiente, cuando fueran a navegar, tendría que haber encontrado una solución.