La rutina le resultaba tan familiar que Cash podría haberla hecho dormido. Metió a Sammy en la ducha, quitó las sábanas mojadas y puso sábanas nuevas. Después, volvió al cuarto de baño y le dio una toalla al pequeño.
– No tenías que esperarme despierto, Cash. Puedo ducharme yo solo.
– Ya lo sé, renacuajo. Solo quería esperarte para que nos fuéramos a la cama a la vez -dijo Cash. El niño tenía el pelo mojado, la piel mojada, los ojos… húmedos. Sammy tomó la toalla y empezó a secar su delgado cuerpecillo, Cash le puso otra toalla sobre la cabeza.
– No pasa nada.
– Yo no he dicho que pasara -replicó el niño, a la defensiva.
– Pero te molesta.
– Creí que no iba a pasarme más.
– Ya lo sé.
– Lexie me ha dicho que ella también se hacía pis en la cama de pequeña.
Cash friccionó al niño con fuerza, sin abrazarlo. Sabía que no era el momento, porque se sentiría herido en su orgullo. Aunque hubiera deseado hacerlo con todas sus fuerzas.
– Si Lexie te ha contado eso… ya sabes que hay otra gente con el mismo problema, ¿no? No eres el único.
– Sí -suspiró Sammy-. Es muy maja.
– Y seguro que te ha dicho que no es un problema de la edad. Como te he dicho yo.
– Sí, ya lo sé.
Quizá Sammy lo había oído antes, pero Cash tenía que intentarlo de nuevo.
– Hay muchas causas que pueden provocarlo, pero no tiene nada que ver con ser un crío.
– Ya -dijo el mocoso, dejando la toalla y dirigiéndose a su habitación en cueros-. Al menos, no lo sabe nadie -murmuró, con la cabeza baja.
– ¿Qué?
– Que nadie lo sabe más que tú y yo. Nosotros no tenemos mujeres. Y si no hay mujeres, da menos vergüenza, ¿no?
Por fin, Cash consiguió meter al niño en la cama, pero cuando se tumbó en la suya estaba completamente despierto. No dejaba de pensar en Lexie.
Cerró los ojos, intentando dormir, pero era imposible descansar con el pulso acelerado. Sammy mojaba la cama cada vez con menor frecuencia, pero quizá la llamada de Hannah había sido un aviso, para recordarle lo frágil que era el crío.
Daba igual lo atraído que se sintiera por Lexie. Sammy era su responsabilidad y encariñarse con una mujer que no iba a quedarse con ellos era un error. Quizá debería olvidarse de Lexie completamente. Dejar de pensar en ella, de preocuparse por ella. Dejar de disfrutar de sus torpezas y de aquellos enormes ojos de huérfana… y de su pecho plano y su boca… y de la cara que había puesto cuando se cayó al agua…
Cash no pudo evitar una sonrisa. Y después, una mueca. Ese era exactamente el problema. Lexie lo emocionaba. Tanto que estaba seguro de que no se aburriría con ella aunque vivieran cien años juntos. Y tenía que reconocer que lo que sentía por Lexie no lo había sentido por ninguna otra mujer.
Pero las palabras de Sammy sobre la «vergüenza» volvieron a su cabeza. Era cierto. Un hombre no se arriesgaba a sentirse avergonzado si evitaba la intimidad con una mujer. Sammy no se arriesgaría a ser amado. Y él, tampoco.
Los dos salían corriendo despavoridos cada vez que veían a una mujer.
Pero, en su caso, no era cualquier mujer. Era Lexie.
Estaba pensando en ello cuando oyó que alguien llamaba a la puerta del salón.
Cash miró el despertador. Eran las 3:30. Nadie llamaría a su puerta a aquella hora a menos que fuera una emergencia.
Se puso unos vaqueros a toda prisa y, cuando abrió la puerta, estaba preparado para cualquier cosa excepto para encontrarse con Lexie. Vestida para volverlo loco.
Llevaba un pijama de seda y tenía el pelo revuelto. Por un segundo, se la imaginó dando vueltas en la cama. Y al segundo siguiente, se imaginó lo que podían estar haciendo los dos en aquella cama.
– ¿Puedo hablar con Sammy?
– ¿Sammy? -repitió Cash, perplejo. ¿No estaba buscándolo a él? Aunque, por supuesto, eso no hería sus sentimientos. En absoluto-. Lexie, ¿no estarás teniendo un ataque de ansiedad? ¿Tú sabes qué hora es?
– Casi las cuatro -contestó ella-. Pero es que Martha se ha metido en mi habitación y cuando he querido darme cuenta ha empezado a tener a los cachorros. Y he pensado que a Sammy le encantaría…
Cash no la dejó terminar.
– Voy a despertarlo.
Una hora más tarde, Cash se sentía como un gato callejero bajo una tormenta. Todo el mundo parecía estar pasándolo estupendamente, menos él.
La debacle de los cachorros iba a costarle un colchón nuevo; un objeto que no era precisamente fácil de llevar a las montañas de Idaho. Y, como todo el mundo parecía tan entusiasmado y no quería salir de la habitación, le tocaba a él ir a la cocina por agua, por un vaso de leche, un saco de dormir, etc…
La verdad era que nada de eso lo molestaba. Era el arreglo de dormitorios lo que lo estaba volviendo loco.
Él quería dormir con Lexie. Tenía que admitirlo. Había soñado con ello a menudo. En estéreo y con sonido digital. Sueños eróticos y exóticos. Pero ni en sus peores pesadillas habría podido imaginar que la noche que durmiera en su habitación, sería el mocoso de Sammy quien se acurrucara a su lado mientras él tenía que conformarse con un sillón.
– ¿Crees que tendrá más? -susurró el niño.
Los dos estaban metidos dentro de un saco de dormir, frente a la cama donde la reina de Saba estaba teniendo cachorro tras cachorro.
– No lo sé -contestó Lexie-. Yo creo que cuatro es una buena carnada.
– Yo no quiero que tenga más. Pero no quiero dormirme, por si acaso tiene otro -murmuró el niño, medio dormido.
Cash la observó acariciar su pelo y subirle el saco hasta el cuello y sintió una presión en el estómago. Y no era deseo, sino un sentimiento tonto y absurdo de ternura.
Lexie y Sammy habían disfrutado de los cachorros como si fueran lo más importante del mundo para ellos. Y todo sería estupendo si aquellos dos no lo estuvieran pasando tan bien sin él.
– A Martha no parece haberle dolido nada. Es como si hubiera sabido lo que tenía que hacer.
– Sí. Yo creí que iba a ponerse a llorar o que se moriría. O que cuando viera al primer cachorro, se marcharía.
Cash contuvo el aliento.
– Martha se ha portado muy bien, ¿verdad? Yo creo que quiere a sus cachorros. Los ha limpiado con la lengua y no creo que quiera abandonarlos por nada -dijo Lexie, con voz suave.
– Es que aún no le han dado problemas. Si se los dan, nosotras la ayudaremos, ¿verdad, Lexie? Para que no se queden solos.
– Claro. Y si Martha necesita algo, también la ayudaremos -dijo ella-. ¿Sabes una cosa, Sammy? No sabía si llamarte. No quería que sufrieras si Martha lo pasaba muy mal.
– Te habría matado si no hubieras ido a buscarme -dijo el niño, muy serio-. Además, es mi perra y ella quería que yo estuviera a su lado.
– Claro -murmuró ella, bostezando-. ¿Te queda algún caramelo?
– ¡Eh! -intervino Cash. -Ay, es verdad. ¿En qué estaría yo pensando? Caramelos a las cinco de la mañana, ¡qué asco! -exclamó Lexie, escondiendo la cara en el cuello del niño. Los dos rieron. Y después, los vio masticando. Y después, los dos se volvieron con la boca llena de caramelos hacia él.
– Si existe alguna posibilidad, por pequeña que sea, de que dejéis de hacer el tonto, os sugeriría que durmierais un poco.
– Tu padre tiene razón -dijo Lexie-. Es hora de dormir un poco.
– No pienso abandonar a Martha -protestó Sammy.
– No tienes que hacerlo. Puedes quedarte en el saco. Y seguro que a Cash le apetece dormir contigo. Yo me llevaré algunas mantas y dormiré en el sofá del salón.
– Pero entonces no verás si Martha tiene otro cachorro.
– Si empieza a tener otro, Cash irá a buscarme.
– De eso nada -dijo él.
– ¿No?
– No. Ya que estáis ahí los dos tan calentitos, no tenéis que moveros.
– Pero debes estar quedándote helado en ese sillón. Es tu turno de dormir aquí. Yo no soy parte…
– Sí eres parte -la interrumpió Cash-. Eres parte de todo este lío, así que dormiremos los tres juntos.
– Tengo insomnio, lo siento. No podría dormir en un saco…
– Ya.
En cuanto Cash se tumbó a su lado, Lexie y Sammy se quedaron dormidos como dos benditos. Él suspiró, colocando una manta sobre ellos y una almohada bajo su cara. Estaban como sardinas en lata; el brazo de Lexie sobre la cintura del niño, el suyo sobre la cintura de Lexie.
Pero Cash no podía dormir. Tenía que obligarse a sí mismo a mantener los ojos bien abiertos.
Alguien tenía que vigilar.
Martha, en la cama, sostuvo su mirada. Hasta entonces, no le había prestado demasiada atención. Parecía mucho más a gusto con el ser humano pequeño y el ser humano más pequeño aún. A él, ni caso.
Pero en la oscuridad de la habitación, los ojos de Martha se clavaron en los suyos, como advirtiéndolo de que ni se le ocurriera dormir cuando ella tenía lo que tenía encima. Los cachorros, Cash tenía que admitir, eran una preciosidad.
Casi tan preciosos como lo que él tenía al lado. Cash sentía una extraña emoción dentro de él. Quizá la misma emoción que sentía Martha. O algo peor. Amor. Amor por Lexie. Por cómo era con Sammy, con él, por lo que estaba representando en sus vidas.
Por primera vez, Cash admitió que quizá se estaba escondiendo detrás del niño.
Durante todos aquellos años, había sido fácil ser un cobarde y evitar ser herido usando a Sammy como escudo contra las mujeres. Al niño se le rompería el corazón, si se acercaba mucho a Lexie y ella desaparecía. Pero le dolería aún más, si no tuviera la oportunidad de acercarse.
El frío de la madrugada lo helaba hasta los huesos, pero Cash no quería moverse para no despertar a sus «cachorros». Cuando empezó a amanecer, se encontró a sí mismo mirando el rostro de Lexie como si estuviera hipnotizado.
No importaba que se hubieran conocido un par de semanas atrás. No importaban los riesgos.
Cash tenía la terrible impresión de que se había enamorado de ella. Y Sammy también.
No podía imaginar que Lexie quisiera quedarse, pero aquello había ido demasiado lejos. No tenía prisa en usar esa vieja palabra, «amor», pero un hombre no podía ganar a una mujer sin cortejarla.
O se arriesgaba a hacerlo o la perdería.
Lexie abrió los ojos de golpe, con el corazón acelerado, como si presintiera un peligro.
Naturalmente, no había ninguno. La lluvia de la noche se había convertido en un sol radiante y los pájaros cantaban como si fueran una banda de rock.
Entonces, recordó que estaba durmiendo con dos hombres. Uno grande, y el otro pequeño. Como todo el mundo parecía estar vestido, tampoco era como para echarse las manos a la cabeza. El problema era que solo veía por un ojo. El izquierdo. El derecho estaba aplastado bajo la cara de Cash. Y su pierna parecía estar enterrada entre las del hombre. Además, el culete de Sammy estaba pegado a su espalda.
Sobre ellos, la cabeza de Martha, que parecía vigilarlos. Fuera, escuchó risas. Todo el mundo estaba despierto, menos ellos.
Respirando profundamente, Lexie intentó incorporarse, pero Cash la sujetó con fuerza. Ella esperó, con el pulso acelerado, y volvió a intentarlo, pero Cash no la permitía moverse un centímetro.
– Buenos días, amor.
Lexie se quedó helada. «¿Amor?». Cuando Cash abrió aquellos ojos azul cielo y la miró como se mira a una amante, su corazón estuvo a punto de pararse.
– Buenos días -susurró ella, intentando levantarse de nuevo.
– Menuda noche, ¿eh? -sonrió Cash-. Daría a luz contigo en cualquier momento.
Martha empezó a mover la cola, como si estuviera dirigiéndose a ella. Y Lexie no tenía ni idea de qué estaba hablando.
– Gracias. Supongo.
– La mejor experiencia que Sammy ha tenido nunca.
Lexie se relajó un poco. Y se relajaría aún más si él la soltara. No le gustaba mucho lo de estar entre dos hombres, particularmente cuando uno de ellos era menor de edad.
Pero su corazón seguía latiendo a toda velocidad. Aunque sus hormonas llamaban a Cash, también sentía un abrumador instinto maternal por el crío que estaba a su lado. Después de todo, había dormido con sus dos chicos favoritos.
– Voy a levantarme -dijo con firmeza. Pero no se movió. Cash no dijo nada. Ni hizo nada. Simplemente, se quedó mirándola. Nadie la había mirado así. Nunca. Como si fuera más preciosa que un diamante. Como si la estuviera reclamando. En cuerpo y alma-. Cash, tengo que levantarme.
– Vale.
– Tú nunca llegas tarde. Todo el mundo estará preocupado.
– Probablemente -asintió él, sin moverse.
– ¿Qué te pasa, McKay?
– Nada, cariño.
«¿Amor, cariño?»
– ¿No te encuentras bien?
– No recuerdo haberme sentido mejor -sonrió Cash-. Aunque la próxima vez que me despierte a tu lado, espero que estemos rodeados de menos gente.
Como un rayo, Lexie se levantó y corrió hacia el cuarto de baño. No sabía qué le estaba pasando a aquel hombre, pero esperaba que pronto recuperase la cabeza y se portara de forma normal.