Capítulo 10

El martes por la mañana, Brandon cruzó la terraza camino de la oficina sonriente y animoso. Kelly estaría allí, y estaba deseando volver a verla.

Cuando llegó no estaba en su escritorio y sintió una punzada de miedo, que desechó de inmediato. Era temprano. Llegaría de un momento a otro.

Entró en su despacho, se quitó la chaqueta y la colgó en el perchero. Se sentó y estudió la agenda. Reuniones, conferencias y organización de la mudanza de vuelta a Dunsmuir Bay. La visita a casa durante el fin de semana le había recordado cuánto echaba de menos a su familia y las ventajas de vivir en la costa californiana.

Diez minutos después, oyó a Kelly entrar.

– Buenos días, Kelly -llamó-. Ven cuando tengas un momento.

– De acuerdo.

Unos minutos después, tras encender el ordenador y poner la cafetera, entró al despacho.

Brandon alzó la cabeza sonriente y se quedó boquiabierto. Llevaba puesto un viejo y aburrido traje pantalón color gris y un jersey negro de cuello vuelto. Tenía el pelo recogido en una coleta y llevaba las feas gafas de montura de pasta.

– ¿Qué te ha pasado? -preguntó él, sin pararse a pensar-. Esto… ¿has perdido las lentillas?

– No, las gafas son más fáciles -explicó ella-. Ahora que Roger se ha ido, he pensado volver a ponerme algunos de mis conjuntos más cómodos. Este está bien, ¿no?

– Sí, claro -aceptó él, aturdido por su decisión.

– Bien -tras un leve titubeo se sentó frente a él-. Tenemos que hablar, Brandon.

– De acuerdo, hablemos -dijo él, observando cómo se quitaba las gafas y jugueteaba con ellas.

Se dio cuenta de que estaba más guapa que nunca, sin maquillaje. Los pantalones eran muy anchos y el color no la favorecía, pero Brandon sabía que bajo toda esa tela había un par de piernas increíbles. La súbita imagen de sus muslos desnudos hizo que se le tensara la entrepierna. Acercó la silla a la mesa para ocultar su problema.

– No te enfades, pero tengo que darte las gracias -empezó ella por fin, tras tomar aire.

– Habíamos quedado en que no lo harías.

– Lo siento, pero no puedo evitarlo -dijo-. Déjame que acabe, ¿vale?

– De acuerdo. Adelante.

– Primero, tengo que agradecerte que me ayudaras a prepararme para la visita de Roger, ya me entiendes. Segundo, gracias por ir a su suite. Llegaste justo a tiempo, y me gustó saber que me cubrías mientras forcejeaba con Roger.

– De nada -Brandon sonrió.

– Me alegra decir que he mantenido mi parte del trato y no me he enamorado de ti. Ahora estoy lista para volver a mi vida tal y como era antes de que el nombre de mi exnovio se mencionara aquí.

– ¿Qué significa eso exactamente, Kelly?

– Significa que ya no vamos a dormir juntos -desvió la mirada y juntó las manos sobre el regazo.

– Dormir juntos.

– Ya me entiendes -esbozó una sonrisa temblorosa-. No es que no disfrutara de cada momento, ya lo sabes. Pero… lo siento, Brandon, es hora de poner punto final a eso. Fue maravilloso pero… lo siento -se levantó de la silla y salió del despacho, cerrando la puerta a su espalda.

Él analizó sus palabras. Una parte de él estaba disgustado con su decisión de poner fin a sus relaciones sexuales. De hecho, todo él estaba disgustado. La deseaba en ese mismo momento. Incluso con ese feo traje, era más sexy que cualquier otra mujer.

Apoyó los codos sobre la mesa, planeando su próxima jugada. Dejaría pasar unas horas y después la invitaría a cenar. Una buena comida, un buen vino y sin duda acabarían en la cama.

Las palabras de su madre resonaron en su cerebro. Eso era lo malo de tener conciencia. Sabía que Sally tenía razón. Kelly era dulce y sensible y se merecía encontrar el amor. Si Brandon se salía con la suya y la aventura continuaba, corría el riesgo de romperle el corazón Kelly.

Se recostó en la silla y se frotó el pecho, pensativo. Debía de haber hecho algún mal movimiento, porque sentía una punzada dolorosa.

Brandon la invitó a cenar esa noche y ella, muy cortés, lo rechazó. Al día siguiente, le pidió que almorzara con él y ella dijo que tenía otros planes.

Por último, le preguntó si quería ir a su habitación por la tarde, después del trabajo.

– Sabes que no puedo hacer eso, Brandon -dijo ella, intentando sonreír.

– Valía la pena intentarlo.

– Lo siento -dijo ella-. Toda esta situación es culpa mía.

– ¿Por qué lo dices?

– Fue una falta de profesionalidad mezclarte en mis problemas. Ahora solo anhelo que todo vuelva a ser como antes. Espero que puedas ayudarme.

– Ya. Claro. Seguro -asintió y volvió a su despacho. Kelly tuvo que contener las lágrimas.

No sabía si iba a poder seguir trabajando con él a diario. Pero la alternativa era no volver a verlo, y esa idea le parecía insoportable.

Tenía que dejar de pensar en besarlo y tocarlo, en cómo la había acariciado y hecho reír. ¡Tenía que dejar de pensar! Y lo haría.

Aunque tardase treinta o cuarenta años, estaba segura de que lo superaría.


– Tu madre en la línea dos -anunció Kelly por el intercomunicador.

– Gracias, Kelly -pulsó el botón-. Hola, mamá.

– Hola, cariño. No he sabido nada de ti en toda la semana, así que llamo para ver si estás bien.

– Estoy perfectamente. ¿Cómo te va?

– De maravilla. El bebé es una preciosidad -habló durante cinco minutos de Tyler-. ¿Cómo está Kelly? -preguntó después.

– Bien. ¿Por qué lo preguntas?

– Suenas algo irritado. ¿Va todo bien?

– Claro, ¿por qué no iba a ir bien? -le espetó-. Kelly parece haber olvidado que alguna vez practicamos el sexo juntos, así que todo perfecto -le asombró haber dicho eso en voz alta.

– Ah -dijo ella.

– Disculpa, mamá, estoy bastante ocupado.

– Brandon, ¿estás enamorado de Kelly? -Sally, hizo caso omiso de su indirecta.

– ¿Qué? -gritó él.

– No hace falta que grites -lo calmó-. Cielo, ¿por qué si no iba a molestarte que no quiera acostarse contigo?

– ¿Quién ha dicho que me molesta?

Ella se echó a reír, lo que lo irritó aún más.

– Mira, mamá, de verdad no tengo tiempo de…

– Escúchame, Brandon Duke. Está claro como el agua que estás enamorado de esa chica, y espero que te cases con ella. Puedes negarlo cuanto quieras, pero te conozco mejor que tú mismo.

– Tengo que dejarte. Te quiero, mamá.

– Yo también te quiero, hijo. Llámame después y dime cómo ha ido la cosa. Adiós.

Él colgó y se frotó la nuca. Entre las ridículas suposiciones de su madre y la actitud estrictamente profesional de Kelly, se volvería loco.

Durante los últimos tres días había tenido que soportar que Kelly fuera la ayudante perfecta que contestaba llamadas, hacía café y tecleaba sus cartas, siempre cortés y profesional.

Brandon le había dejado claro que estaba más que dispuesto a seguir con su relación sexual, pero Kelly lo había rechazado. Y él había insistido tres o cuatro veces más.

De repente, se había revuelto contra él, acusándolo de sentirse atraído por ella solo por su cambio de imagen. Él había intentado negarlo, sin éxito. A él se le había injusto, dado que llevaba días excitado a todas horas. La ironía del asunto era que, aunque Kelly había vuelto a la aburrida ropa de antes, él se excitaba en cuanto la veía. Por fin podía decirle con toda seguridad que el cambio de imagen no tenía que ver con la atracción que sentía, pero Kelly se negaba a escucharlo.

– Volveré en un rato -le dijo, saliendo de la oficina. Fue a su suite y decidió salir a correr. Le iría bien para librarse de su locura. Podía deberse a algún tipo de toxina, y el ejercicio era la respuesta.

Mientras corría, evaluó la situación con objetividad. Tenía que admitir que romper con Kelly había sido lo mejor para ambos. Era su empleada y nunca tendría que haberse acostado con ella. Ni por hacerle un favor.

Sonrió, admitiendo que el favor había sido mutuo. Lo terrible era que la echaba de menos, y no solo en la cama. Tenía una mente muy despierta y le gustaba charlar con ella. Además, Kelly le hacía reír. Pocas mujeres lo habían conseguido.

Pero todo eso daba igual, porque su madre tenía razón en una cosa. Kelly tenía «hogar tradicional» prácticamente tatuado en la frente. Se merecía a un hombre bueno que la amara y le diera un par de niños, un perro, hámsteres y una pecera.

Prefirió no pensar en cuánto odiaba imaginársela en la cama con otro hombre.

Llevaba unos ocho kilómetros cuando, jadeante y sudoroso, encontró la solución a su problema. Era sencilla: necesitaba acostarse con alguien.

Esa noche haría algunas llamadas, concertaría una o dos citas para el fin de semana y se entregaría al sexo. Tal vez así pondría fin al deseo descontrolado que sentía por Kelly.


Kelly se ajustó las gafas y continuó tecleando la carta que Brandon le había dictado. Odiaba las viejas gafas, pero sabía que era mejor ponérselas y estar fea para mantener a Brandon a distancia.

Ese día llevaba un viejo traje pantalón con zapatos planos de color marrón y el pelo recogido, parecía la tía soltera de alguien. Pero eso la ayudaba por la mañana, cuando se miraba en el espejo antes de salir y se convencía de que era una insensatez enamorarse de su guapo jefe. «Es el típico cliché», se repetía.

Aun así, cada vez que lo veía, tenía que luchar para ignorar sus sentimientos. Era obvio que él no iba a pedirle matrimonio y que no quería formar una familia. Una mujer tendría que ser idiota para pensar que lo haría, y Kelly nunca lo había sido. Al menos en el pasado.

La puerta se abrió y una mujer impresionante entró en la oficina. Era alta y delgada, con largo pelo rubio y los ojos más azules que Kelly había visto nunca. Era perfecta, etérea y real.

Kelly movió la cabeza, derrotada. Era Bianca Stephens, la bella bruja malvada de sus pesadillas. En persona. La mujer más espectacular que había visto en su vida.

– Supongo que tú eres Karen -dijo con altivez-. Vengo a ver a Brandon. Me está esperando.

Kelly no tenía ni fuerzas ni interés en volver a corregirla con respecto a su nombre.

– Entre directamente -dijo, señalando la puerta cerrada del despacho de Brandon.

– Eso hago -Bianca cerró la puerta a su espalda.

Kelly sintió que le faltaba el aire y apoyó la cabeza en el escritorio. Esa había sido la última gota. No aguantaba más.

Al notar que estaba llorando supo que tenía que actuar de inmediato. Estaba enamorada y ya no podía ver sus juegos con otras mujeres.

Dejaría de reservar cenas románticas para él y su pareja de la semana. Dejaría de comprar pulseras de diamantes para sus civilizadas despedidas. Lo dejaría todo.

Hizo acopio de energía, se limpió las lágrimas, escribió una carta de renuncia y se la envió por correo electrónico. Sacó su bolso del cajón inferior del escritorio, se levantó y salió de la oficina.


– Hola, Brandon -saludó Bianca.

– ¡Bianca! -no pudo ocultar su sorpresa.

– ¿No te alegras de verme?

– Oh, sí, claro -dijo, levantándose para saludarla-. Pero, ¿qué haces aquí?

– Me gustó mucho saber de ti la otra noche -le besó la mejilla y se pasó el dedo por los labios. Era un gesto supuestamente seductor, que él le había visto hacer docenas de veces-. No me apetecía esperar hasta el fin de semana, así que le he pedido a Gregory que me trajera. Y aquí estoy. ¿Te alegras de verme? -abrió los brazos.

– ¿Alegrarme? Sí -miró la puerta cerrada-. ¿Has visto a mi ayudante afuera?

– Sí. La verdad, Brandon, no sé cómo permites que esa mujer tan grosera trabaje para ti.

– ¿Grosera? ¿Kelly?

– No me gusta criticar -dijo, inspeccionando sus uñas-, pero el otro día fue muy desagradable conmigo por teléfono.

– ¿Kelly? -Brandon, distraído, miró el teléfono. No había ninguna luz roja que indicara que estaba hablando. ¿Por qué no le había avisado de la llegada de Bianca?-. Hoy estoy bastante ocupado.

– ¿Demasiado ocupado para mí? -hizo un mohín.

– No, claro que no -dijo él, pensando que había sido un poco brusco-. Es agradable verte.

– Eso espero. Esto está bastante lejos.

– Sí. Es toda una sorpresa -la miró un instante. Había olvidado lo bella y lo egocéntrica que era-. Necesito solucionar un par de cosas…

– ¿Vas a seguir trabajando?

– Solo un minuto -dijo, cerrando las carpetas que había sobre su mesa-. Supongo que después podemos ir a tomar algo.

– Suena bien -se sentó en una silla y sacó su teléfono-. Entretanto, revisaré mis mensajes.

– Muy bien.

Él oyó un pitido y fue a comprobar el correo electrónico. Era un mensaje de Kelly. Tal vez para explicarle cómo diablos había conseguido entrar Bianca. Abrió el mensaje y se quedó atónito.

Dos semanas de preaviso… Renuncia… Gracias por la oportunidad…

– ¿Qué? -se puso en pie-. No, no, no.

– ¿No? -dijo Bianca.

Él la miró, preguntándose por qué estaba allí. Pero sabía el porqué. Él la había llamado para decirle que quería verla. ¿Qué diablos le pasaba?

– Soy un idiota -masculló, enojado.

– ¿Brandon? ¿Estás enfermo?

– Perdona, Bianca -dijo, ayudándola a levantarse y guiándola a la puerta-. Tendrás que decirle a Gregory que te lleve de vuelta a la ciudad. Ha surgido algo.

Salió del despacho corriendo.


Kelly acababa de sacar la maleta del armario cuando llamaron a la puerta. Suspirando, fue a abrir. Era Brandon, guapo, alto y muy preocupado.

– No puedes marcharte sin más.

– No voy a hacerlo -le dijo, dejándole entrar-. Te he dado dos semanas de preaviso.

– ¿Por qué? ¿Ha dicho Bianca algo que te haya molestado? ¿Es por eso?

– No, claro que no -abrió un cajón, sacó un montón de blusas y las metió en la maleta.

– Sí te ha dicho algo. Lo sabía -paseó por la habitación-. Le he dicho que se fuera. No puedes renunciar.

– Sí que puedo. Y no es por Bianca -Kelly movió la cabeza, aún la horrorizaba que Brandon disfrutara con alguien tan desagradable. Pero no era asunto suyo. Ya no.

– Entonces, ¿por qué te vas? Trabajamos muy bien juntos.

– Sí. Lo hacíamos -sonrió con tristeza, y guardó unos vaqueros-. Pero entonces rompí las normas.

– ¿Qué normas? -preguntó él, sin dejar de pasear de un lado a otro-. ¿De qué estás hablando?

– Las normas básicas, ¿recuerdas? -inspiró profundamente y lo miró-. Me enamoré de ti.

Él se quedó mudo de sorpresa.

– Ya lo sé -dijo ella, dejando la lencería sobre la cama-. Para mí también fue un shock.

– ¿Qué? -la agarró y la puso de cara a él-. No. No hiciste eso. Soy un idiota, como un niño grande cuando estoy enfermo. Soy supersticioso. Tendrías que estar loca para enamorarte de mí ¿recuerdas? Eso dijiste. Y prometiste que no…

– Sé lo que prometí -lo cortó-. Y lo siento mucho, pero no he podido cumplir mi palabra.

– No me lo creo.

– Es verdad. Lo siento.

– Tiene que haber sido culpa de Bianca. Cuando llegó, te enfadaste y te fuiste.

– No estoy enfadada -insistió ella.

– ¿Por qué te fuiste entonces? Ella se ha ido. No quiero estar con ella. Me di cuenta al verla. ¿Fue grosera contigo? Puede ser muy hiriente.

– Oh, Brandon -Kelly sonrió con tristeza-. ¿No lo entiendes? Si no es Bianca, será otra. Siempre habrá otras mujeres en tu vida.

– Pero te quiero a ti en mi vida.

– Yo también a ti, pero no de la misma manera. Mira, sé que no estás enamorado de mí. No eres de esos hombres que se conforman con una mujer, siempre lo he sabido. Esto no es culpa tuya. Soy yo quien ha roto las normas.

– Te perdono.

– Gracias -se rio-. Pero hoy me he dado cuenta de que ya no puedo estar ante tu despacho viendo un desfile de mujeres. Llámame debilucha, pero ya no puedo ir a comprar regalos a las mujeres con las que te acuestas. Lo siento.

– Todo esto es culpa mía -le agarró las manos.

– ¿Por qué lo dices? -se obligó a mirarle a los ojos.

– Nos iba demasiado bien juntos. Pero eso no es amor, Kelly -explicó-. Es solo buen sexo.

Ella se rio de nuevo, después se dio cuenta de que también lloraba. Se limpió las lágrimas.

– Sí, el sexo era bueno, mucho. Pero conozco mi corazón, Brandon. Sé que siento amor por ti, y sé que tú no sientes lo mismo. Está bien.

– A mí no me lo parece.

– Lo siento. Pero tienes que entender que no puedo seguir trabajando para ti.

– Maldición, Kelly -se mesó el cabello con frustración-. No sé cómo arreglar esto.

– No puedes hacer nada para arreglarlo. Me quedaré dos semanas y contrataré a mi sustituta. Luego me iré.


Las dos semanas pasaron demasiado rápido. Antes de que Brandon pudiera hacerse a la idea, Kelly se había ido. Su sustituta era Sarah, una mujer más mayor y tan bien organizada que asustaba a Brandon. Kelly la había adiestrado tan bien que hacía casi todo igual que su predecesora.

Pero no era Kelly.

Sarah organizó el traslado de vuelta a Dunsmuir Bay, y no hubo ni una sola incidencia.

Pero no era Kelly.

Brandon sabía que se le pasaría la tontería un día de esos. Al fin y al cabo, no era como si estuviera enamorado de Kelly. No estaba enamorado de nadie. Él no hacía eso. Pero la echaba de menos. Era lógico, porque habían trabajado juntos más de cuatro años. Habían llegado a conocerse muy bien y se le hacía raro que no estuviera allí. Nada más.

Como siempre, sabía lo que necesitaba para borrarla de su mente. Haría algunas llamadas. Tenía que encontrar a una mujer que ocupara su lugar. No Bianca, desde luego. Se preguntaba por qué había pasado tiempo con esa mujer tan vacua y vanidosa. Había muchas mujeres donde elegir.

Lo cierto era que no se imaginaba manteniendo una conversación romántica con otra mujer. Ni cenando, compartiendo una botella de vino, hablando y pasando una velada completa con ella. Intentó recordar cómo eran sus citas de antes, pero esa época parecía haberse disipado en la niebla. Solo recordaba los buenos momentos con Kelly, charlando, riendo y compartiendo secretos durante horas. La idea de pasar tiempo con otra persona lo aburría mortalmente.

Así que se entregó al trabajo, seguro de que se le pasaría cualquier de esos días.


El sábado siguiente Adam y Trish invitaron a todos a ver al bebé. Brandon aparcó ante la enorme casa y, con las manos en el volante, se planteó si entrar o no. Esa mañana le había costado salir de la cama y se preguntaba si tendría algún virus. No quería estar cerca del bebé si estaba enfermo.

Pero tenía la cabeza y la nariz despejadas, y no tenía tos. Tampoco molestias de estómago, aunque últimamente no le apetecía salir a cenar. Se sentía desanimado, pero lo achacaba al regreso a casa. Hizo un esfuerzo y salió del coche.

– Eh, ¿te has olvidado de la cerveza? -le preguntó Cameron desde el porche.

– No, la tengo aquí -replicó él, corriendo hacia el maletero. Sacudió la cabeza y sacó la caja de cervezas.

Cuando su madre o hermanos le preguntaban algo, a mitad de la respuesta se daba cuenta de que había perdido el hilo y se había ido por la tangente.

Estaban reunidos alrededor de la ancha encimera que separaba la cocina de la sala cuando su madre le puso la mano en la frente.

– ¿Te encuentras bien, cariño?

– Sí, estoy bien -dijo él-. Solo distraído.

– Espero que no sea un virus.

– No, es el exceso de trabajo. Puede que necesite unas vacaciones.

– Hablando de vacaciones, ayer me encontré con Kelly -dijo Julia-. Ha estado visitando a su familia. Tiene muy buen aspecto.

– ¿Ha estado en el este? -preguntó Brandon.

– Sí. Ya sabes que su familia vive en Vermont.

– Cierto -estudió su botella de cerveza.

– Roger vive en su ciudad natal, ¿no? -Julia tomó un sorbo de limonada.

– ¿Roger? -Brandon sintió el amargor de la bilis en la boca-. ¿Vio a Roger cuando fue a casa?

– Bueno, estaban en la misma ciudad -justificó Trish, cerrando la puerta del frigorífico.

Kelly no podía haber vuelto al este para ver a Roger. Brandon estaba seguro de eso. Pero si eran de la misma ciudad, tal vez Roger conocía a su familia. O el padre de Kelly conocía al de Roger. ¿Había querido su familia que se casara con él? Maldijo para sí, conociendo la importancia que tenía la presión familiar.

– Cariño, estás algo pálido -Sally le agarró del brazo.

Brandon dio el último trago a su cerveza.

– Solo necesito unas malditas vacaciones.


Decidió pasar unos días en el hotel de Napa, pero no fue en calidad de jefe. Se llevó sus botas más viejas, vaqueros desgastados y unas cuantas camisas raídas, y se puso a trabajar en los viñedos.

En su etapa adolescente, Brandon y sus hermanos habían pasados algunos veranos trabajando en la construcción, así que sabía lo que era el trabajo duro. Era básico y real. El sudor y el trabajo ayudaban a un hombre a pensar en su vida, en qué importaba y qué no. Al final de un largo día, podía mirar a su alrededor y ver lo que había conseguido.

Mientras Brandon cruzaba los campos, dejando atrás las hileras de vides libres de malas hierbas, a la luz del ocaso otoñal, miraba a su alrededor veía lo que había conseguido.

Y sabía exactamente lo que le faltaba.


Kelly había vuelto de Vermont hacía más de una semana y sabía que tenía que empezar a organizar su vida social. Ya había pospuesto la tarea demasiado tiempo. Tenía un objetivo. Era hora de lanzarse a salir, o se haría vieja.

Llamaron a la puerta y se le aceleró el corazón.

– Basta ya -se recriminó, mirando el reloj de pared. Tenía que ser el cartero. ¡Brandon ni siquiera sabía dónde vivía! Y no tenía razones para ir a verla. Tenía que dejar de ponerse nerviosa cada vez que sonaba el timbre o el teléfono. Guardó el último plato y fue a abrir.

Y se le olvidó cómo respirar.

– ¿B-Brandon? -tartamudeó.

– Hola, Kelly -dijo él-. Oye, necesito ayuda.

Ella parpadeó, sin creer lo que veía. Estaba apoyado en el umbral, aún más guapo de lo que ella recordaba, que no era poco.

– ¿Vas a dejarme entrar? -preguntó.

– Oh, sí -abrió más la puerta-. ¿Ha dejado el trabajo Sarah?

– No -entró en la casa, llenándola con su presencia-. Sarah va bien. Trabaja de maravilla.

– Ah. Vale -cerró la puerta y lo miró. Hacía cuatro largas semanas que no lo veía, y había hecho lo posible por mantenerse ocupada, no pensar en él y seguir adelante con su vida. Había pasado una semana en el este, visitando a su padre, sus hermanas y su familia. Había sido una visita muy agradable, pero el viaje le había confirmado que Dunsmuir Bay era su auténtico hogar. Solo tenía que recomponer su vida. Había empezado su lista de posibilidades para establecer contactos personales e iniciar relaciones. Había pasado el día anterior ante el ordenador, revisando páginas de agencias de empleo. Tenía una lista de opciones prometedoras, y pensaba enviar currículos al día siguiente.

Pero al ver a Brandon olvidó todo eso.

– Bonito sitio -dijo él, mirando a su alrededor. Fue hacia la ventana-. Una vista fantástica.

– Gracias -Kelly pensó que parecía más alto de lo que recordaba. Tal vez fuera porque nunca había estado en su casa antes. Se lamió los labios, nerviosa-. Has dicho que necesitabas mi ayuda.

– Sí -la miró pensativo un momento. Después se acercó y tomó su mano. Kelly intentó no pensar en lo bien que encajaban una en la otra.

– Verás, es un poco embarazoso. Me pregunto si podríamos sentarnos y hablar unos minutos.

– Vale -lo condujo al cómodo sofá. Él se sentó demasiado cerca-. ¿De qué se trata, Brandon?

– Necesito ayuda con mi forma de besar, Kelly. No estoy seguro de seguir haciéndolo bien.

– Estás de broma, ¿verdad? -Kelly intentó tragar saliva, tenía la garganta seca.

– No. Estoy desesperado.

– Brandon, eres el último hombre del mundo que necesita ayuda con su forma de besar.

– Ves, en eso te equivocas -dijo él apretándole la mano con más fuerza.

– Vale. Pero podrías conseguir ayuda de cualquier mujer del mundo. ¿Por qué estás aquí?

– De eso se trata -le tocó la mejilla y le pasó los dedos por el pelo-. He descubierto que solo funciona cuando beso a la persona a la que quiero.

– Oh, Brandon -suspiró ella.

– Estoy enamorado de ti, Kelly.

– No -musitó.

– No te culpo por cuestionarlo, porque he sido un idiota. Me convencí a mí mismo de que era imposible que pudieras amarme de verdad.

– Pero eso es…

– Déjame decirlo -puso un dedo en su labios para silenciarla-, porque no me resulta fácil admitir alguna cosas.

– De acuerdo -asintió con la cabeza.

– Mis padres eran muy mala gente. Aprendí lecciones muy duras cuando era muy pequeño. Preferiría no entrar en detalles, pero uno de los días más afortunados de mi vida fue cuando Sally me acogió. Pero, aunque es una madre fantástica y se lo debo todo, los feos recuerdos no se borraron.

Ella puso la mano sobre su rodilla para confortarlo, pero no dijo nada.

– Por culpa de esos recuerdos decidí hace mucho tiempo que nunca le importaría a nadie de verdad. Así que decidí no enamorarme nunca. Así, nadie podría acercarse a mí lo suficiente como para hacerme daño.

– Oh, Brandon.

– Hizo falta que me dejaras para darme cuenta de cuánto quería importarte -dijo él-. Me quedé atónito cuando me dijiste que estabas enamorada de mí. Al principio, no pude creerlo. Era demasiado… importante, ¿entiendes?

– Sí, entiendo.

– La verdad es que me asusté muchísimo -puso su mano sobre la de ella-. Pero quiero ser importante para ti, Kelly. Quiero que me ames, porque estoy enamorado de ti. Mi corazón está vacío cuando no estás. No puedo vivir sin ti.

Ella derramó una lagrimita y Brandon pasó el pulgar por su mejilla para capturarla.

– Por favor, Kelly. Por favor, líbrame de esta tortura y dime que aún me quieres.

– Claro que te quiero aún, Brandon -dijo ella-. Te quiero con todo mi corazón.

– ¿Te casarás conmigo? -preguntó, tomando su rostro entre las manos-. Quiero pasar el resto de mi vida mostrándote cuánto te quiero.

– Sí, me casaré contigo.

– Te quiero muchísimo.

– Entonces, ¿puedes besarme, por favor?

– No estoy seguro de recordar cómo se hace. Será mejor que me lo demuestres -dijo él.

Ella se rio y le echó los brazos al cuello.

– La práctica lleva a la perfección -se rio y le rodeó el cuello con los brazos.

– Entonces, será mejor que empecemos ya -dijo él, uniéndose a su risa.

La invadió el júbilo cuando él la rodeó con los brazos y la besó con todo el amor que desbordaba su corazón. Y fue perfecto.

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