Capítulo 3

«No voy a besarte de nuevo».

Cada vez que Kelly rememoraba las palabras, la vergüenza le encendía las mejillas. Y como no podía dejar de revivir la escena, no la extrañaría que su cabeza entrara en combustión espontánea en cualquier momento.

– Deja de pensar en eso -se exigió, mientras metía un plato preparado en el microondas. Tenía cuatro minutos para esperar, pensar y recordar. Echó un vistazo a la cómoda minisuite, pensando en ordenarla, pero todo estaba en su sitio. La habitación estaba impoluta, como siempre.

El Mansion tenía un servicio de limpieza de primer orden y, aunque Kelly formaba parte de la plantilla, los encargados insistían en ir a diario para limpiar y comprobar que todo estaba en orden y a su gusto. Así que tenía tiempo de sobra para dar vueltas a sus pensamientos.

– No te bastó con prácticamente suplicarle a tu jefe que te besara -se reconvino-, en la oficina y a plena luz del día. No, encima tuviste que agitar tus bragas ante su cara. Eso sí es clase. ¿Por qué le enseñaste esa lista de candidatos para besar?

Dejó escapar un suspiro y se sentó en el taburete que había junto a la encimera. Abrió una botella de agua mineral con gas y se sirvió un vaso. Tenía que decidir su próximo movimiento.

Había distintas formas de remediar la situación. Una era pedirle disculpas a Brandon la mañana siguiente. Podía explicarle, y sería verdad, que diez días a dieta en el complejo termal le habían dejado el cerebro nublado e incapaz de pensar.

Probablemente no la creería; toda la empresa sabía que la mente de Kelly era puro acero. No iba a creerse que, de repente, había perdido la capacidad de pensar a derechas. La otra solución era marcharse a algún lugar remoto, como Duluth, sin dejar dirección. Estaba bastante segura de que el desafortunado incidente de las braguitas desaparecería de la memoria de Brandon en unos meses, un año a lo sumo.

– Ay, Dios -apoyó los codos en la encimera y enterró el rostro entre las manos. El hecho de que Brandon hubiera recomendado el tanga negro no era una gran ayuda en ese momento.

El microondas pitó y sacó su ligera cena. Estaba orgullosa de seguir tomando raciones pequeñas, pero presentía que no tardaría en darse un atracón de helado.

Por culpa del beso.

Había hecho voto de no pensar en eso, y cambiaba el curso de su pensamiento cada vez que rondaba el recuerdo del tacto de Brandon, del sabor de su boca. Pero decidió dejarse llevar y pensar a gusto un momento.

Nunca había experimentado nada igual. Solo había sido un beso, pero había sentido más pasión y excitación en esos segundos que en los dos años y siete meses que había pasado con Roger.

Cerró los ojos y se rindió a la tentación, reviviendo la exquisita presión de las manos de Brandon, la cálida suavidad de su boca…

Un momento después, abrió los ojos y miró la cena, que empezaba a enfriarse. Había perdido el apetito, al menos de comida.

– Tienes que dejarlo, ya -se amonestó. Brandon Duke era su jefe. Su trabajo era importante para ella. No podía permitirse soñar despierta con el hombre que pagaba su sueldo.

En otros tiempos, Kelly había imaginado un romance de cuento de hadas con final feliz para Roger y ella. Él había sido su príncipe encantador y ella la chica más afortunada del mundo. Pero el príncipe se había convertido en un sapo nada encantador. Había hecho promesas que no pretendía cumplir y había reventado sus sueños de amor y matrimonio. La ruptura no había sido bonita, y Kelly no la había sobrellevado nada bien.

Antes de conocer a Roger había estado abierta a todo. Sabía que era lista y atractiva, que quería enamorarse, casarse y tener hijos algún día. Pero después de que Roger la dejara de forma tan cruel, se había sentido rota, cínica, incómoda e insegura, sobre todo con los hombres. Había perdido la confianza en sí misma y había tardado mucho en volver a pensar en salir con alguien.

Irónicamente, trabajar con Brandon había sido el mejor antídoto para sus miedos e inseguridades. Él le había dejado claro que la consideraba un miembro indispensable de su equipo. Confiaba en su inteligencia y sus dotes organizativas para que lo ayudara a dirigir sus proyectos.

Su confianza creció y floreció hasta que decidió que estaba lista para volver a salir con alguien. Quería enamorarse, casarse y formar una familia. Para cumplir ese objetivo tenía que encontrar al hombre adecuado.

Tan organizada como siempre, empezó por llamar a amigos y compañeros de trabajo. Luego preparó una lista de agencias de contactos por Internet, así como de grupos y actividades locales que incrementarían sus posibilidades de conocer a alguien interesante.

Se había creído preparada para volver a la escena romántica hasta que vio el nombre de Roger en la lista de reservas del hotel. Sintió un nudo en la garganta y se le cerró el estómago. La antigua inseguridad volvió con saña. Entonces había comprendido que no podría amar a otro hombre hasta librarse de Roger y del daño que le había permitido infligir en su vida.

Si eso exigía una confrontación, la habría. El único problema de enfrentarse a Roger era que su ego era tan enorme que podría defenderse atacando. No estaba segura de poder soportar otra desagradable batalla de palabras e insultos. Eso llevó a Kelly a idear su plan salvavidas.

Si conseguía reconquistar a Roger, para luego rechazarlo, recuperaría parte de su antiguo optimismo y alegría de vivir. Sería libre para avanzar y volver a amar. Recuperaría el poder.

Además, sabía que a Roger no le dolería su rechazo; Kelly nunca le haría daño a propósito, por mal que la hubiera tratado. Roger tenía un ego demasiado alto como para permitir que una mujer lo hiriera. Olvidaría la afrenta tan fácilmente como si quitara una pelusa de un traje.

Lo importante era que ella estaría curada y lista para volver a vivir, para abrir el corazón a la posibilidad de encontrar el amor y la felicidad.

El cambio de imagen la ayudaría. Las lecciones de cómo besar no harían ningún mal, sobre todo si provenían de un maestro en ese arte.

– Brandon -movió el tenedor por el plato.

Su problema era que no estaba segura de tener experiencia suficiente para atraer a Roger después de un único beso con Brandon, aunque había sido muy potente. Por eso, por una parte, deseaba poder seguir aprendiendo los secretos del beso con Brandon. Por otra, rechazaba la idea: ¡era su jefe! Y peor aún, si es que había algo peor que eso, Brandon podía estropear sus planes para vengarse de Roger. Si Brandon seguía ayudándola, eso podría conducir a más. Era lo que tenían los besos.

Era inútil negar que corría peligro. Solo tenía que pensar en unas horas antes, cuando Brandon la había besado. Si él hubiera querido más, habría aceptado con gusto. El beso había sido fantástico.

– Vale, sí, el hombre sabe besar -dejó el tenedor en el plato y se puso en pie, no podía comer.

Incluso si volvía a besarla y eso llevaba a algo más, no sería tan estúpida como para enamorarse de Brandon Duke. Inquieta, colgó la chaqueta en el pequeño armario y eligió la ropa que se pondría el día siguiente.

Aunque se había reído de sus normas básicas, después de besarlo no le quedaba más remedio que preguntarse si podría resistirse a sus encantos.

– Sí -afirmó, cerrando la puerta del armario. No era tonta. Conocía la reputación de Brandon con las mujeres, conocía su costumbre de salir con una unos días para luego pasar a la siguiente. Sería una locura que una mujer esperase que Brandon Duke correspondiera sus sentimientos. Así que Kelly no podía enamorarse de él, y no lo haría.

Brandon no era de los que «sentaban cabeza y se casaban», y Kelly quería conocer a uno de esos y enamorarse. Él no encajaba en su plan de vida.

Como no se enamoraría de él, Brandon Duke era el hombre perfecto para enseñarla a besar.

Tenía que convencerlo de que siguiera ayudándola. Había aprendido muchísimo en unos instantes.

– Ay -suspiró, obligándose a comer un bocado.

¿Cómo podía convencer a su jefe de que la dejara practicar un poco más? Tenía que dejarle claro que solo necesitaba unas lecciones de romance y seducción. Cuanto más aprendiera, más posibilidades tendría de poner a Roger en su sitio.

Brandon tenía que entenderlo.

No pudo evitar pensar que si un mero beso había cambiado su perspectiva respecto a sus problemas con Roger, practicar el sexo con Brandon podría ser toda una revelación.

– ¿Qué? -Se levantó de golpe y se rodeó el cuerpo con los brazos-. Deja de pensar en eso ahora mismo -llevó el plato y el vaso al fregadero-. Solo harías el ridículo.

Sin embargo, ya no pudo sacarse la imagen de la cabeza. Se preguntó qué ocurriría si Brandon y ella practicaban el sexo.

Si lo hacían y descubría que realmente era muy mala en eso, no podría volver a mirarlo a la cara. Tendría que dimitir.

Pero si resultaba ser muy buena, tal vez él pensaría que había mentido sobre su falta de experiencia y que se había acostado con la mitad de los hombres de la ciudad. Ella no podría volver a mirarlo a la cara. Tendría que dimitir.

Gimió y tomó un sorbo de agua.

– Vale, ya está -tamborileó con los dedos en la encimera-. Olvida todo el asunto.

Tenía que encontrar otra forma de solucionar lo de Roger. Al día siguiente le explicaría a Brandon que había estado equivocada, y él la perdonaría. Estaba segura. Al fin y al cabo, nunca le había causado a su jefe ningún problema hasta ese día. Después de las explicaciones, todo volvería a la normalidad. Le aseguraría a Brandon que no volvería a portarse de forma inapropiada.

En menos de un año, al mirar atrás, se reiría de esa leve mancha en su impoluto expediente.

Sonó el timbre y ella dio un bote. Miró su reloj y se preguntó si sería el servicio de habitaciones. Les había pedido que no llamaran a su puerta con los deliciosos bombones de buenas noches. Pero esa noche aceptaría uno, necesitaba algo que la distrajera de sus pensamientos. Corrió a abrir la puerta y su mente se quedó en blanco.

– Brandon -susurró.

– Tenemos que hablar.


Brandon miró a Kelly y ya no pudo recordar por qué le había parecido buena idea ir a verla.

Tras pasar un buen rato corriendo por el recinto de hotel, mantener otra breve conferencia con sus hermanos para finalizar los detalles de la llegada de la familia a la inauguración del complejo, y una rápida degustación de las creaciones del chef para el menú de la fiesta de la vendimia, Brandon se había retirado a su suite para ver un partido de fútbol en televisión. Pero, por primera vez, no había podido concentrarse en el juego.

Culpó de ello a Kelly.

El hecho era que no podía sacársela de la cabeza. No en el sentido sexual, desde luego, a pesar de recordaba vívidamente su cálida boca, la dulzura de su lengua y lo que le gustaría hacer con… Pero eso no iba a ocurrir. Ni en broma. No con Kelly. No en esa vida.

En primer lugar, trabajaba para él. Sería un tremendo imbécil si pusiera en peligro su relación profesional con la mejor ayudante que había tenido en su vida. Y, además, Kelly no era su tipo. No era sofisticada y mundana como las mujeres con las que solía salir. No era el tipo de mujer a la que Brandon llamaría de repente para una noche de diversión en la ciudad, seguida de una buena dosis de sexo y ningún compromiso de volver a llamar.

No, Kelly era más del tipo vecina de al lado, la que encontraría un buen hombre y se casaría. Para Brandon, eso era como si llevara una banderola con la inscripción «No tocar». Lo más sensato sería obedecer esa advertencia invisible.

En su infancia, antes de que Sally Duke lo adoptara, había visto todas las formas en que la gente podía hacerse daño en nombre del amor y el matrimonio, y no iba a seguir ese camino. Con eso en mente, había decidido no volver a tocar a Kelly.

Sin embargo, la había visto muy meditabunda e insegura esa tarde. Acostumbrado a verla siempre segura al cien por cien de sí misma y de sus capacidades, el cambio lo preocupaba. Y encima estaba ese beso, en el que se negaba a pensar.

Entonces, ¿qué hacía en su puerta con una botella de vino en la mano?

– Tenemos que hablar -repitió. Había utilizado la misma frase también en la oficina. Esa vez le sonó aún más vana, aunque fuera verdad. Ella se hizo a un lado y él entró-. Espero no estar interrumpiendo tu cena.

– No, he acabado -dijo ella.

– ¿Tomarás un vaso si la abro? -le enseñó la botella de vino.

– Claro -miró la botella y luego a él-. Buscaré un sacacorchos.

Mientras rebuscaba en un cajón de la cocina, él notó que estaba nerviosa. Con razón. No todos los días una mujer besaba a su jefe. Ni todas las noches su jefe aparecía en la puerta con una botella de vino. Esperaba que no llegara a conclusiones erróneas. Él solo pretendía aclarar la situación para que su relación profesional volviera a ser tan buena como antes del beso. No tardaría en explicarse, pero tenía que admitir que una copa de vino les ayudaría a relajarse.

– Aquí tienes -dijo ella dándole el sacacorchos.

– ¿Copas?

– Ah -tragó saliva, nerviosa-. De acuerdo.

Mientras descorchaba la botella, estudió a su ayudante, preguntándose cómo había pensado que podría relajarse en su habitación de hotel.

Llevaba pantalones cortos y camiseta, un conjunto que cualquiera consideraría apropiado para pasar una cálida noche en su habitación. Pero cuando estiró los brazos para agarrar las copas del segundo estante del armario, la camiseta se subió y dejó a la vista su estómago firme y bronceado.

– Aquí tienes -dijo. Puso las copas en la encimera.

– Gracias -Brandon soltó el aire que había estado conteniendo sin saberlo. Se tomó su tiempo sirviendo las copas y le dio una-. Kelly, yo…

– Mira, Brandon… -habló a la vez que él.

– Disculpa. ¿Qué ibas a decir?

– No, tú primero -se apresuró a decir.

– Vale. He pensado…

– Vale, empezaré yo -Kelly miró al techo como si estuviera buscando ayuda de los cielos.

Brandon observó su pecho subir y bajar con la respiración. Estaba tensa, sin duda. Ella tomó un trago de vino, dio unos pasos por la diminuta cocina y luego lo miró con expresión arrepentida.

– Quiero pedirte perdón por mi comportamiento de hoy. No sé qué me ocurrió. Me he estado volviendo loca desde que supe que Roger venía y creo que… perdí la cabeza. Estoy avergonzada. Espero que aceptes mis disculpas, nunca volverá a ocurrir -cuando concluyó parecía agotada por el esfuerzo. Él sintió pena de ella.

– ¿Por qué no nos sentamos? -la condujo al estrecho sofá de la zona de estar de la minisuite y se sentaron. Aunque debería sentirse aliviado, a Brandon no había acabado de gustarle la disculpa-. Dime, ¿qué es lo que no volverá a ocurrir nunca?

Ella abrió la boca y volvió a cerrarla. Dejó la copa de vino sobe la mesa y lo miró ceñuda.

– Sabes a qué me refiero.

– Dímelo.

– Bien -soltó el aire y Brandon volvió a quedar hipnotizado por el movimiento de sus senos-. Te arrinconé -agitó los brazos y gruñó con disgusto-. Casi me lancé sobre ti. Metafóricamente hablando, claro -lo miró de reojo.

– Claro -aceptó él con cautela.

– No te dejé más opción que besarme, Brandon. Fue horrible por mi parte -agarró la copa-. No me malinterpretes, agradezco lo que hiciste. Fue maravilloso, la verdad, y me ayudó a confirmar algunas cosas que me tenían confundida. Pero no debí pedírtelo y lo siento. Me aproveché de ti.

– ¿Eso hiciste? -contuvo una sonrisa. ¿En serio creía que una mujer podía aprovecharse de él?

– Sí -puso los dedos sobre los párpados, como si tuviera dolor de cabeza-. Prácticamente te supliqué que me besaras.

– Bueno, no suplicaste -Brandon sonrió. Estaba empezando a disfrutar-. Pero sigue.

– Lo entenderé si no puedes perdonarme, pero espero que lo hagas. Solo puedo prometerte que no volverá a ocurrir nunca.

– ¿Nunca?

– Nunca, lo juro. De hecho, si pudieras borrar la escena de tu mente, mejor que mejor.

– Estás pidiéndome que olvide lo ocurrido.

– ¡Exacto! Te lo agradecería mucho. Sabes que nunca he sido una empleada problemática, así que si olvidas este día, te prometo que no se repetirá.

– Siempre has sido buena empleada -se frotó la mandíbula, pensativo.

– Eso creo. Lo de hoy ha sido una aberración momentánea -lo miró con alivio-. Podemos achacárselo a locura postvacacional, o algo.

– O algo -murmuró él.

– Has sido muy comprensivo. Gracias -le dijo, sonriente. Tomó un sorbo de vino-. Me alegro de haber hablado. Me siento mucho mejor.

– Para eso estoy aquí.

– Temía que hubieras venido a despedirme.

– Nunca te despediría por lo ocurrido. He venido a hablar contigo y a asegurarte que todo iba bien. Sabía que serías muy dura contigo misma.

– Bueno, lo cierto es que me comporté de forma inapropiada y me arrepiento de ello.

– Ya, lo he entendido -era justo lo que él había esperado oírle decir, pero algo seguía irritándolo-. Me preocupa una cosa, Kelly.

– ¿El qué?

– ¿Por qué diablos quieres recuperar a ese payaso de Roger?

– Es algo que debo hacer. Y lo haré. Pero no lo pienses ni un segundo más, Brandon. No debería haberte involucrado en mis asuntos personales.

– Kelly, deja de disculparte. Yo insistí en que me dijeras qué te preocupaba. Si quieres saber la verdad, me alegro de que me lo contaras.

– ¿Te alegras? ¿Por qué?

– Porque demuestra tu confianza, y te lo agradezco. Eres muy importante para mí.

– Gracias, Brandon -sus ojos se agrandaron-. Significa mucho para mí oírte decir eso.

– Supongo que no lo digo lo bastante a menudo -frunció el ceño-. Por eso me molesta que quieras recuperar a ese tipo. Te hizo daño.

– Pero no volverá a hacérmelo nunca.

– Me alegra oírlo -dijo Brandon, pero no lo creía. Kelly era demasiado ingenua para entender cómo funcionaban los tipos como Roger. Temía que el hombre supiera exactamente cómo volver a herirla. Tomó un sorbo de vino, considerando su siguiente paso-. ¿Cuándo llega Roger?

– El lunes que viene.

– Entonces, estará aquí durante la semana de inauguración -Brandon hizo una mueca. De alguna manera, la idea de ver a Kelly intentando reconquistar al tipo durante una semana, lo ponía de mal humor. Para distraerse, estudió el color del vino-. ¿Quieres que hable con él?

– ¡No! -Se enderezó de un salto-. Gracias, pero no. ¿Serías capaz?

– Sí -aseveró él-. Si pensara que podía ayudarte, lo haría. Como es obvio que prefieres que no lo haga, me abstendré. Pero, te aviso, si el tipo da un paso en falso…

– No lo dará -levantó una mano para silenciarlo-. No se lo permitiré.

– Me alegro -Brandon volvió a fijar la mirada en el vino-. ¿Sigues planeando besarlo?

– Ejem… -Kelly se quedó muda.

– No pretendo entrometerme, Kelly, pero tenemos la agenda completa durante la semana de la inauguración y necesito toda tu atención. Si piensas andar besando al tipo o, ya sabes, liándote con él, podría ser un problema.

– Brandon, lo que haga con Roger no influirá en mi atención al trabajo.

– No estoy seguro de querer arriesgarme.

– Estamos hablando de un beso o dos -se removió, inquieta-. No es gran cosa.

– Sí es gran cosa si se hace bien.

– Oh -se mordisqueó el labio-. Claro. Pero Roger no lo… en fin.

– Roger no lo hará bien. ¿Ibas a decir eso?

– Sí, pero quería decir que… -nerviosa, se levantó del sofá y cruzó los brazos sobre el pecho-. Todo saldrá bien.

– ¿Eso crees?

– Sí. Seguro -sonrió apretando los dientes-. Ahora ya sé lo que estoy haciendo.

– Ya -farfulló él-. Ahora que te he besado, crees que podrás enseñarle a Roger cómo se hace.

– Puede -tensó la mandíbula, desafiante.

– Tardará casi una semana en llegar -dijo Brandon-. ¿Seguro que recordarás cómo hacerlo?

– Desde luego -se lamió los labios con nerviosismo y Brandon se alegró de estar sentado.

De pronto, se preguntó qué demonios hacía allí sentado mientras ella estaba al otro lado de la habitación, más bonita que ninguna mujer.

La deseaba, aunque fuera una estupidez. Sabía lo que quería, y él siempre iba tras lo que quería. Rindiéndose a lo inevitable, se puso en pie y fue hacia ella.

– ¿No estarías pensando en practicar con alguien más, verdad?

– Claro que no -dejó caer los hombros como si hubiera estado planeando hacer eso mismo.

– Bien -Brandon se acercó lentamente, mirándola a los ojos-. Porque no me gustaría oír rumores de besuqueos desatados entre el personal.

– No los oirás, te lo prometo -musitó ella, retrocediendo un paso-. Al menos, no desatados -añadió, conteniendo una sonrisa.

– ¿Te parece gracioso? -Se acercó aún más-. Besarse de forma desatada no tiene gracia.

– Seguro que tienes razón -asintió ella.

– Créeme, la tengo -estaba tan cerca que veía las pecas de sus mejillas y su nariz.

– ¿Brandon? -se mordisqueó el labio inferior-. ¿Qué estás…?

– Shh -la silenció, observando su deliciosa boca. Cuando se curvó con una sonrisa, ya no pudo resistirse a la tentación. Hizo lo que habría hecho cualquier hombre en su situación. La besó.

Y le pareció el más dulce de los festines. Sabía aún mejor de lo que recordaba. Ladeó la cabeza y profundizó el beso, sintiendo el deseo urgente de tocarla, de hundirse en ella. La rodeó con los brazos e inhaló su delicioso aroma, mientras depositaba suaves besos en su cuello.

– Brandon sé que no querías…

– Shh -apartó el cuello de la camiseta para besarle la piel del hombro-. Quiero.

– ¿Seguro? -susurró ella.

– Eso me toca preguntarlo a mí -replicó él.

– Oh -lo miró con ojos brillantes-. Pues yo sí. Estoy muy, muy segura.

– Es cuanto necesitaba oír -deslizó la mano por su costado, subiendo hasta la curva del pecho. Tal y como había deseado todo el día, acarició su pezón con el pulgar hasta que se endureció.

– Por favor, no pares -gimió ella.

– Ni en sueños -agachó la cabeza y capturó sus labios. Fue un placer instantáneo e intenso. Ella, deseosa, abrió la boca, acogiéndolo en su calidez y rodeando su cuello con los brazos-. Quiero tocarte, Kelly -masculló.

– Mmm, eso me gustaría.

Él no necesitó más. La levantó en brazos y fue hacia la cama. Ella cubrió su cuello y su hombro de besos. Cuando llegaron a la cama, la depositó encima y se puso a horcajadas sobre ella. Agarró el bajo de la camiseta y se la sacó de un tirón. Con los brazos estirados encima de la cabeza y el cabello desparramado sobre la almohada, parecía salida de un sueño de Brandon. Haciendo un esfuerzo para ir despacio, deslizó la mano bajo su espalda y le desabrochó el sujetador.

– Eres impresionante -musitó, reverente.

Kelly sonrió y le acarició la mejilla, casi como si le costara creer que era real. Brandon no creía haberse sentido nunca tan vivo como en ese momento. Inclinó la cabeza sobre sus senos y succionó primero un pezón y luego el otro. Ella se arqueó hacia él con un gemido.

Las manos de él siguieron acariciando sus senos mientras su boca iniciaba una sensual exploración desplazándose estómago abajo y deteniéndose aquí y allá para saborear su piel suave. Cuando llegó al centro ardiente de su feminidad, ella se estremeció con anticipación y él se apresuró a satisfacerla. Perdió la noción del tiempo, consciente solo de sus suaves gemidos de deleite y del placer que sentía al provocarlos. Hasta que oyó su nombre.

– Por favor, Brandon. Te necesito, ahora.

Al oír eso, Brandon se levantó, se quitó la ropa y la tiró sobre una silla. Sacó un preservativo de un bolsillo y se lo puso. Cuando volvía a su lado, Kelly se lamió los labios y a Brandon casi le fallaron las rodillas. En ese momento la deseaba más que a ninguna mujer.

La colocó sobre él, agarrando sus nalgas con ambas manos mientras la guiaba hacia su erección. Al tiempo que devoraba su boca, se hundió en su calor, llenándola por completo.

Sus cuerpos se movieron en un ritmo perfecto, como si hubieran sido creados para eso. La pasión era explosiva. Brandon nunca se había sentido más poderoso, más arrebatado por una necesidad: llevarla al placer infinito.

El cuerpo de ella pugnaba por acercarse más, tanto que los latidos de su corazón le resonaban en el pecho. Sus labios encontraron los suyos y moldearon su boca con tanta dulzura que él perdió el control. Con una desesperación jamás sentida, se hundió en ella una y otra vez. Ella gritó su nombre, estremeciéndose. La abrazó con más fuerza y siguió hasta contestar con su propio grito y lanzarse tras ella al delicioso abismo.

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