Él se atragantó con el café.
Kelly corrió a su lado y le palmeó la espalda.
– ¿Estás bien?
– Sí -consiguió decir él-. Estoy bien.
Estaría aún mejor cuando ella se apartara y dejara de clavarle los senos en el brazo. Era humano, su resistencia tenía un límite.
Aunque había sido atacado por algunos de los defensas más grandes de la historia del fútbol americano, ninguno había conseguido que se sintiera como en ese momento.
No le había bastado con cambiar las reglas del juego con su nuevo aspecto, encima le enseñaba sus braguitas. ¿No sabía que esos trocitos de seda quedarían impresos para siempre en su frágil psique masculina? Lo había condenado a pasar el milenio siguiente imaginándosela con ese tanga negro. No podía ser tan ingenua.
– No pretendía asustarte -dijo ella-. Pero te ofreciste a ayudarme.
– No me has asustado -dijo él, con voz ronca-. El café se fue por mal sitio. Dame… un minuto.
Ella volvió a su lado y guardó las prendas de seda y encaje en la bolsa.
– Irán muy bien -dijo él, con voz queda.
– ¿En serio? -sus ojos brillaron esperanzados.
– Créeme -asintió él-. Cualquier hombre normal agradecería verte con ellas.
– ¿De verdad? -sonrió-. Gracias, Brandon. Eh, perdona por habértelas enseñado así, sin avisar.
– No es problema.
– Para que esto funcione, necesito saber qué les parece sexy a los hombres -arrugó la frente-. Roger nunca pensó que yo lo fuera.
– ¿Roger tiene alguna discapacidad cognoscitiva o algo así? -preguntó Brandon.
Kelly se echó a reír.
– Gracias. Iré a pedir la comida.
– Buena idea -dijo él-. Y, ¿Kelly?
– ¿Sí? -preguntó ella desde la puerta.
– Mejor el tanga negro.
Horas después, Brandon colgó el teléfono tras mantener una videoconferencia de dos horas con sus hermanos y el abogado.
– Ese tipo nunca calla -dijo, moviendo la cabeza al pensar en la verborrea del abogado.
– He llegado a pensar que le pagas por palabra -Kelly flexionó los dedos. Había estado tomando notas durante la reunión, así que se levantó y estiró los brazos. El movimiento hizo que el tejido de punto se tensara sobre sus senos redondos y perfectos. Brandon tuvo que desviar la mirada para controlar un nuevo principio de erección.
– Voy a por café -dijo ella-. ¿Quieres uno?
– No, gracias. ¿Tendrás tiempo de redactar tus notas y el análisis esta tarde?
– Desde luego. Empezaré ahora mismo.
– Te lo agradezco.
Salió y cerró la puerta. Brandon apretó los dientes. Necesitaba que Kelly reconsiderara su vestuario. Hasta sus tobillos le causaban palpitaciones. Los zapatos de tacón que llevaba hacían cosas increíbles con cada centímetro de sus piernas.
Una hora después, cuando el resto del equipo se había ido a casa, salió a buscar un informe a la zona que ocupaba Kelly. Ella fruncía los labios y hacía mohines mirándose en el espejo de su polvera. Al verlo, parpadeó, cerró la cajita y la echó al cajón.
– Sé que me arrepentiré de preguntarlo pero ¿qué estabas haciendo? -preguntó él.
– Nada. ¿Qué necesitas? ¿Un informe? ¿Cuál? -se levantó y abrió el primer cajón del archivador.
– Me estás picando la curiosidad, así que será mejor que me lo digas -insistió él.
– Vale -Kelly apretó los dientes con rabia-. Roger se quejaba de mi forma de besar, así que estaba practicando en el espejo. Ya. ¿Contento?
– Roger es un auténtico idiota -movió la cabeza-. ¿Por qué te importa lo que piensa?
– Ya te lo dije, quiero recuperarlo.
– Eso es lo incomprensible -fue al archivador y empezó a pasar las carpetas-. ¿Dónde está el nuevo informe de Montclair Pavilion?
– Lo tengo aquí -le dio una fina carpeta. Parecía tan abatida, que Brandon sintió lástima de ella.
– Mira, seguro que besas como una diosa -le dijo-. Así que olvídate de lo que piensa Roger.
– Desearía poder practicar con algo más que un espejo -rezongó ella.
– Ya -asintió él, hojeando la carpeta-. Suele funcionar mejor si te devuelven el beso.
– Supongo que no estarías dispuesto a ayudarme con eso -le lanzó una mirada esperanzada.
– Por favor, Kelly, seriedad -hizo una mueca.
– ¿Qué quieres decir? -Ella lo comprendió de repente-. ¡Oh! ¡No, no! No pretendía que tú me besaras… De ningún modo querría que tú… Bueno, lo diga como lo diga, no va a sonar bien.
– Pues dilo, sin más.
– Vale. No me refería a que me besaras tú -se sentó al borde del escritorio-. El caso es que tengo una lista de posibles…, eh, participantes. Pensaba que podías revisarla conmigo y hacer sugerencias.
– ¿Tienes una lista? -no tendría que sorprenderse tanto. Kelly hacía listas para todo-. A ver si lo he entendido. Has hecho una lista de hombres a los que te planteas pedir ayuda con… ¿la asignatura de besar?
– Eso es -ella pasó una página y la estudió.
– ¿Y yo no estoy en la lista? -inquirió.
– ¿Qué? No, para nada -movió la cabeza y alzó la mano-. Por supuesto que no. Eres mi jefe.
– Bien. Mejor que eso esté claro.
Brandon tendría que sentir alivio, sin embargo, su irritación se disparaba. Por lo visto, servía para juzgar sus malditas bragas, pero no para besarla.
Se reconvino por pensar cosas ridículas; la situación se le estaba yendo de las manos. Soltó el aire lentamente, desechó su reacción personal e intentó centrarse en la extraña misión de Kelly.
– ¿Quién está en la lista? -preguntó, casi temiendo oír la respuesta.
– ¿Qué opinas de Jean Pierre? -ella lo miró.
– ¿El chef del hotel? -se extrañó, incrédulo.
– Es francés -explicó-. Inventaron el beso, ¿no?
– Ni lo sueñes. Jean Pierre no. Sería el principio de un incidente internacional. De ninguna manera.
– Vale, vale -tachó el nombre de Jean Pierre de la lista-. ¿Qué tal Jeremy?
– ¿El tipo que corta el césped?
– Es paisajista de jardines -corrigió ella-. Casi un artista. Podría saber mucho del arte del amor.
– Es gay.
– ¿En serio? ¿Por qué no sé yo esas cosas? -resopló con frustración y tachó el nombre de Jeremy-. ¿Nicholas, el fabricante de vino? Es alemán…
– Déjame ver la lista -le quitó la libreta y miró los nombres-. ¿Paulo, el chico de las cabañas?
– Es mono -alegó ella, algo desesperada.
– Olvídalo. ¿Quién es Rocco?
– Uno de los conductores de limusina.
– ¿Cuál?
– El tipo grande que tiene…
– Da igual -negó con la cabeza-. No.
– Pero…
– No -le devolvió la lista-. Tírala. No quiero que vayas por ahí besando al personal, diablos.
– Bien -mirándolo con furia, arrancó la hoja, la arrugó y la tiró a la papelera-. Supongo que tienes razón. Podría dar una impresión equivocada.
– ¿Podría? -comentó él, con tono sarcástico.
Ella cruzó los brazos sobre el pecho, lo que, maldita fuera, daba más realce a sus senos.
– ¿A quién puedo pedir ayuda? -apoyó la cadera en el escritorio-. Tengo una semana antes de que llegue Roger. Podría practicar bastante. ¿Tienes algún amigo?
– No.
– Lástima -frunció los labios, pensativa-. Tal vez haya alguien en la ciudad que…
– No es buena idea -interrumpió él, con un tono que ponía fin a la discusión. «No es buena idea» se quedaba muy corto. Era una de las peores ideas que había oído en su vida. No la quería besando a los empleados ni a los confiados residentes de Napa Valley. Sería el colmo que a los lugareños le diera por hablar de la loca de los besos de Mansion Silverado Trail.
Sin embargo, la tensión de la mandíbula de Kelly indicaba su empeño en poner su plan en práctica. Y si lo hacía a sus espaldas con, por ejemplo, un encargado de la piscina…
Brandon contempló los brillantes labios fruncidos y supo que el único hombre que podía ayudarla a mejorar su técnica al besar era él. Sobre todo porque, de repente, no soportaba la idea de que besara a otros.
– Vale -dijo con brusquedad-. Yo te ayudaré.
– Pero tú no estás en la lista.
– No importa. Voy a ayudarte porque no quiero que andes por ahí asustando a los empleados.
Ella se apartó del escritorio, se puso las manos en las caderas y lo miró con la cabeza ladeada.
– Sé que lo has dicho sin mala intención.
– Perdona. Sí -movió la cabeza como si quisiera borrar sus palabras-. Desde luego.
– No me parece buena idea -afirmó ella.
– Es la única forma de evitar que te metas en problemas por aquí.
– No me meteré en problemas.
– Lo sé, porque seré yo quien te ayude.
– De acuerdo. Te lo agradezco, Brandon -Kelly tomó aire y lo soltó lentamente. Dio un paso hacia él, pero Brandon alzó la mano para detenerla.
– Espera. Hay que fijar unas normas básicas.
– ¿Normas? ¿Por qué?
– Porque me niego a que te enamores de mí.
– ¿Enamorarme de ti? -ella parpadeó y empezó a reírse-. ¿Estás de broma?
– ¿Te parece gracioso? -él se sintió insultado.
– Sí -Kelly reía como una colegiala-. La idea de que pudiera ser lo bastante boba como para enamorarme de ti es muy graciosa.
– ¿Lo bastante boba?
– Sí, boba -levantó una mano y empezó a contar dedos-. Eres gruñón por la mañana, dejas los periódicos tirados por todas partes, tienes una cita con una mujer y luego no vuelves a llamarla, eres como un niño grande cuando estás enfermo…
– Espera un momento -protestó él. Pero ella se había animado y parecía estar disfrutando.
– ¿Y esas supersticiones que mantienes de cuando jugabas al fútbol? Cielos, llevar los mismos calcetines en todos los partidos ya era malo, pero también oí que solo comías sardinas y arándanos la noche antes de jugar. ¿Sigues haciendo eso antes de cerrar una negociación?
Brandon había oído más que suficiente.
– Lavaban los calcetines después de cada partido -dejó la carpeta en una silla y se acercó.
– ¿Ah, sí?
– Sí -le colocó la mano en la nuca y la atrajo hacia sí-. Y tanto sardinas como arándanos son excelentes fuentes de ácidos omega tres.
– Fascinante -susurró ella, mirándolo con los ojos muy abiertos.
– Mejoran el funcionamiento del cerebro -añadió él, acariciándole la mejilla.
– Es bueno saberlo -sonó algo inquieta.
– El jugador de ataque es el cerebro del equipo, ¿sabías eso? -le murmuró. Luego le besó el cuello.
– ¿Qué haces? -gimió ella.
– ¿Qué crees que hago?
– No estoy segura.
– Yo sí -la besó. Sabía tan dulce y cálida como había imaginado. Y más. Tuvo que esforzarse para mantener un contacto leve, no habría sido bueno dejarse llevar. Pero eso no le impidió desear tumbarla en el escritorio, deslizar las manos por sus muslos, abrirle las piernas y hundirse en ella.
Tenía que parar. Lo que estaba haciendo era malo por innumerables razones. Si se apartaba ya, ambos podrían olvidar ese beso.
Ella dejó escapar un gemido de rendición, y Brandon supo que deseaba lo mismo que él. Y no pudo parar. Utilizó la lengua para abrir sus labios e invadir esa boca tan sexy. Sus lenguas iniciaron un sensual juego de avances y retiradas.
Quería moldear sus senos y acariciar los pezones erectos con los pulgares, pero eso sería una locura sin retorno. Así que hizo acopio de toda su voluntad y se obligó a poner fin al beso.
– Uy -Kelly se lamió los labios y abrió los ojos. Él se tensó al ver la deliciosa lengua rosada-. Oh, ha estado bien -musitó con un deje de sorpresa-. Ha estado muy bien.
– Sí -farfulló él, ceñudo-. Es verdad.
– Me ha gustado mucho.
A él también le había gustado, pero se lo calló. Debía recuperar el control de las extrañas emociones que lo atenazaban por dentro.
– Roger nunca besaba así -dijo ella, pensativa.
– ¿He dicho ya que el tipo es un idiota?
– No es raro que no le pareciera sexy. Era porque él no hacía que me sintiera sexy -razonó ella-. Pero tú sí -declaró, sonriente-. Y ahora… vaya. Diría que el problema era Roger, no yo. Pero no puedo estar segura.
– Sí, sí puedes -rezongó él-. El problema era Roger. Fin de la historia.
– Gracias, Brandon -le tocó el brazo.
– De nada -él puso rumbo hacia su despacho.
– Espera -llamó ella.
Se dio la vuelta. Una arruga de preocupación surcaba su tersa frente. Sus labios rosados, tiernos y húmedos eran lo más sexy había visto nunca. Al darse cuenta de que anhelaba besarla de nuevo, Brandon entró al despacho.
– Creo que podría llegar a ser muy buena en esto y enloquecer a Roger, pero necesito practicar -dijo ella, siguiéndolo.
Brandon vio que llevaba la libreta en la mano; seguramente tenía la esperanza de hacer una maldita lista de las posibles formas de besarse.
– No es buena idea -Brandon guardó la carpeta Montclair en su maletín.
– Antes dijiste lo mismo y resultó ser una gran idea.
– No más prácticas -la taladró con la mirada-. Normas básicas ¿recuerdas?
– Sí, no te preocupes -escrutó su rostro y asintió-. De acuerdo, supongo que tienes razón.
– Sé que la tengo -cerró el maletín de golpe.
– Gracias por tu ayuda. Ha sido fantástico. En el sentido educativo, me refiero.
– De nada -respondió él, saliendo del despacho-. Es hora de irse a casa.
– Yo voy a quedarme un rato -dijo ella, pasando a una hoja limpia de la libreta-. Tengo que apuntar algunos datos ahora que lo tengo todo fresco. Tendré que recordarlo después.
– ¿Vas a escribir notas sobre ese beso?
– Sí, para referencia en el futuro -ya había empezado a garabatear lo que parecían cálculos matemáticos-. Si lo escribo todo, lo que hiciste y lo que sentí, podré rememorar las sensaciones la próxima vez, y sabré que lo estoy haciendo bien.
– La próxima vez -repitió él con vaguedad.
– Sí. Suelo recordar las experiencias táctiles mejor si apunto mis impresiones de inmediato. Después, estudiaré mis notas como preparación. Claro que un beso real proporcionaría muchos más datos… -murmuró Kelly para sí, golpeando la libreta con el bolígrafo. Alzó la mirada y estudió a Brandon. A él no le gustó lo que vio en sus ojos.
– Ni lo pienses.
– ¿Pensar qué? -preguntó ella agitando las pestañas con inocencia.
Si fuera otra mujer, Brandon habría sabido que practicaba un peligroso juego de seducción. Pero era Kelly, que no parecía saber nada de trucos femeninos y cuyo rostro era un libro abierto. Por eso, su responsabilidad era dejarle las cosas claras.
– Olvídalo, Kelly. No voy a besarte de nuevo.
– Ya lo sé -murmuró ella, frunciendo los labios húmedos y carnosos.