– Tal vez no sepa con quién está tratando -dijo una mujer rubia a la recepcionista. Muy cerca, un hombre elegantemente vestido daba golpecitos en el suelo con el pie, impaciente.
Kelly habría reconocido el sonido en cualquier sitio. Era Roger, por supuesto. Al observarlo, recordó que el más mínimo inconveniente podía sacarlo de sus casillas. Y la primera señal de advertencia eran los golpecitos con el pie.
El resto del grupo de Roger también estaba en el vestíbulo, diez o doce hombres de negocios y varias mujeres, esperando para registrarse.
Sharon, la recepcionista, sonrió cálidamente.
– Somos muy conscientes de quién es el señor Hempstead. Es un honor darles la bienvenida. Nos complace que su empresa haya escogido nuestro hotel para su conferencia. Hemos instalado al señor Hempstead en Sauvignon, nuestra suite privada más exclusiva. Estoy finalizando la documentación; me ocuparé del resto de las reservas de inmediato.
– Eso espero.
Sharon, sin dejar de sonreír, metió dos tarjetas de plástico en un estuche de cartón y tocó una reluciente campanilla de latón.
– Uno de nuestros botones acompañará al señor Hempstead a su suite.
– Póngame en la habitación más cercana a la de él.
Kelly estudió a la fría y atractiva mujer y asumió que era la secretaria de Roger, o algún tipo de socia. El traje negro de raya fina y la blusa de seda gris parecían demasiados serios y fuera de lugar en la elegancia informal del vestíbulo, pero era indudable que el estilo favorecía a la mujer. Daba la impresión de ser formal de pies a cabeza.
De repente, Kelly pensó que tal vez Roger y la mujer se acostaban juntos. Eso supondría un inconveniente que ni siquiera había considerado.
Miró a Roger. Seguía siendo muy guapo, pero el cabello rubio oscuro empezaba a clarear en la coronilla. Estaba demasiado moreno. El traje marrón era impecable pero algo pasado de moda. La corbata era de rayas borgoña y oro, los colores de su universidad. Tenía aspecto de exactamente lo que era: el privilegiado y malcriado descendiente de una venerable familia de la costa este.
En ese momento, Sharon miró a su alrededor con expresión de ansiedad y Kelly supo que había que intervenir. Justo entonces, Brandon entró al vestíbulo por la puerta opuesta. Fue directo hacia Roger, para horror de Kelly.
– Hola, señor Hempstead -saludó Brandon, estrechando la mano de Roger-. Es un placer conocerlo. Esperábamos su llegada. Soy Brandon Duke. Bienvenido al Mansion Silverado Trail.
– Gracias -dijo Roger, impresionado porque el magnate y exjugador de fútbol fuera a saludarlo en persona-. Hemos oído buenas críticas sobre el hotel, pero hay un error con nuestras habitaciones…
– No es un error -intervino Brandon, agitando el dedo-. Una subida de categoría.
Kelly frunció el ceño, preguntándose qué tramaba su jefe. En ese momento las diferencias entre los dos hombres le parecían tan obvias que no sabía por qué le había dicho a Brandon que se parecían. Cierto que ambos eran ricos y ambiciosos. Sin embargo, aunque Brandon era mandón, y le gustaba salirse con la suya, no tenía ni un ápice de la altiva arrogancia que tenía su exnovio.
Mientras los hombres hablaban, la rubia se dio la vuelta y miró a Brandon de pies a cabeza, como si fuera un filete y ella una leona hambrienta.
Kelly, que ya había visto suficiente, cuadró los hombros y fue hacia el mostrador.
– Hola, Roger -dijo.
Él la miró sin mucho interés, pero de repente dio un respingo y abrió los ojos de par en par.
– ¿Kelly?
– Sí, Roger, soy yo -fue al otro lado del mostrador-. Vamos a terminar con el registro y podréis ir a vuestras habitaciones.
– ¿Trabajas aquí? -Roger no parpadeó.
– Desde luego que sí -respondió ella con una sonrisa resplandeciente-. Bienvenido al Mansion Silverado Trail. Veré qué puedo hacer para acelerar el proceso de registro.
– Gracias, Kelly. Yo me ocuparé -dijo Michael, el otro recepcionista, acercándose a toda prisa. Se inclinó hacia ella-. He tenido que cambiar todas sus reservas de restaurante. Han traído a dos personas más sin avisar -le susurró.
Kelly, saliendo de detrás del mostrador, pensó que era típico de Roger complicar las cosas. Brandon se acercó a ella y sonrió a los huéspedes.
– Michael y Sharon concluirán el proceso lo más rápidamente posible. Quiero desearles una buena estancia, y espero que disfruten del champán de bienvenida que llevarán a sus habitaciones en la próxima media hora.
Hubo sonrisas y un coro de gracias de varios miembros del grupo, pero Roger no hizo ni caso.
– ¿Kelly? -la agarró de un brazo y la llevó a un lado-. Casi no te reconozco. Ha pasado mucho tiempo. ¿Qué tal te ha ido?
– De maravilla, Roger. ¿Y a ti?
– Estás fantástica -dijo él, ignorando la pregunta-. ¿Qué te has hecho?
– Oh, nada especial -dijo ella con indiferencia-. Me he cortado el pelo.
– Es más que eso -él arrugó la frente-. Hay algo más…
– Ya sabes, ejercicio, buena comida, buen vino -le sonrió con seguridad-. La vida es bella.
– Bueno, sea lo que sea que hagas, funciona -dijo él embelesado-. Oye, ¿estás libre esta noche? Podríamos cenar juntos.
– ¿Esta noche? No, me temo que…
– Está ocupada -intervino Brandon, desde detrás de ella-. Tiene que trabajar hasta tarde.
Kelly se dio la vuelta y la lanzó una mirada fulminante. Después volvió a mirar a Roger.
– Cierto, esta noche trabajo, pero estoy libre el jueves por la noche. ¿Y tú?
– Sí -afirmó él de inmediato-. Cenaremos.
– Espera un momento -farfulló Brandon.
Kelly le dio un discreto codazo en el estómago para callarlo y volvió a centrarse en su exnovio.
– Tengo que volver a mi oficina, Roger, pero seguro que nos veremos por aquí antes del jueves. Espero que todos disfrutéis de vuestra estancia.
– Por supuesto que nos veremos antes -Roger enarcó una ceja con desenfado.
– Así que ese es Roger -dijo Brandon, mientras volvían juntos a la oficina.
– ¿Se puede saber por qué te has entrometido? -Kelly se detuvo y apoyó las manos en las caderas.
– Eh, te he hecho un favor.
– Dijiste que no le dirías nada.
– Estaba haciendo el papel de hotelero amable. Ofreciendo la mano a un huésped importante.
– Ofreciendo el puño, querrás decir.
– No me tientes -Brandon bufó-. El tipo es un vendedor escurridizo como una serpiente, ¿no?
– No es tan malo -negó ella, volviendo a andar.
– Claro que sí -insistió Brandon-. ¿Y quién es la reina del hielo?
– ¿La mujer que había con él? -Kelly arrugó la frente-. Supuse que sería su ayudante, pero es muy mandona, ¿no crees?
– Sí, como tú -dijo él, mirándola de reojo.
– Yo no soy mandona -Kelly simuló indignarse.
– Sí que lo eres -dijo él, haciéndola entrar en la oficina y cerrando la puerta con pestillo.
Sin previo aviso, le dio la vuelta y la apoyó contra la pared. Ella dejó escapar un gritito.
– Mira cómo me manejas a mí -dijo Brandon-. Me obligas a hacer esto… -bajó la cabeza y empezó a mordisquearle el cuello.
Kelly sintió la descarga eléctrica bajar hasta sus pies. Solo habían sido dos días, pero lo había echado mucho de menos.
– Y esto… -Brandon le quitó la chaqueta de los hombros, y le sujetó los brazos a la espalda, haciendo que sacara el pecho.
– Pero… oh, sí.
– Eres muy mandona -le desabotonó el vestido y llevó la mano a sus senos.
– Brandon -gimió ella cuando, apartando el sujetador, empezó a juguetear con sus pezones. Envuelta en una neblina de placer, recordó algo importante y le agarró la mano-. Brandon, espera. No íbamos a repetir esto. Tendríamos que parar…
– Después de esto, lo juro -masculló él-. No puedo parar. Necesito tenerte ahora.
– Sí, por favor -dijo ella, mientras él lamía sus pezones-. Date prisa.
– Mandona -murmuró él, mordisqueando.
– Cállate y bésame -gruñó ella, alzando los brazos y quitándole la chaqueta. Él se rio.
– Amo a una mujer mandona.
Después, capturó sus labios e introdujo la lengua en su boca. Kelly forcejeó con el cinturón hasta que consiguió quitárselo. Luego le desabrochó el pantalón y bajó la cremallera que contenía su impresionante erección.
Aun entregada a la pasión, había registrado la frase: «Amo a una mujer mandona», pero sabía que no significaba nada especial. Si empezaba a dar importancia a cada palabra relacionada con el amor que él dijera, se volvería loca.
Segundos después, Brandon le hizo olvidarlo todo mientras succionaba sus pezones. Le quitó el vestido y lo dejó caer al suelo.
– ¡Vaya! -exclamó al ver el tanga negro.
– ¿Te gusta? -le preguntó, provocadora.
– Si no recuerdo mal, fue mi elección personal -dijo él, mirándola lentamente de pies a cabeza-. Los tacones tampoco están nada mal -añadió con una sonrisa seductora.
– Vaya, gracias.
– Cielos, eres increíble -musitó él, bajando las manos por la parte exterior de sus muslos mientras se arrodillaba ante ella.
– Brandon, ¿qué…?
– Shh, déjame -le abrió las piernas con suavidad y empezó a besar la parte interna de sus muslos, rodilla arriba hasta llegar al sexo-. Qué belleza -musitó.
Puso las manos en sus nalgas para acercarla y darse un festejo. Se tomó su tiempo, besando y lamiendo, tocando y excitando hasta llevarla al borde de la cima y dar marcha atrás, jugando con ella hasta volverla loca de pasión.
– Brandon, por favor -gritó ella.
– Pronto, amor -prometió él.
– Ahora -exigió ella, pensando que si no ocurría pronto se moriría de necesidad.
Él se fue irguiendo poco a poco, besando su estómago y sus senos, hasta estar en pie.
Kelly lo miró a los ojos y, al ver la tierna pasión que reflejaban, supo que en ese momento sentía lo mismo que ella. Era más que mera necesidad o deseo; lo sentía en los huesos, fluía en su sangre, templándole hasta el alma. Comprender que a él le ocurría lo mismo la llenó de júbilo. Sus labios se encontraron.
Sin esfuerzo aparente, él la levantó y giró para apoyarse en la pared, con ella en brazos. Ella rodeó su cintura con las piernas y gimió cuando la situó sobre su firme erección, llenándola por completo.
– Sí -gritó, besándola, devorando su boca en una explosión de fuego y placer.
Juntos, se llevaron al límite y bajaron el ritmo para prologar el éxtasis. Siguieron con ritmo pausado y constante, hasta que la pasión volvió a desbordarse. Él era cuanto deseaba, lo que siempre había esperado. La penetraba con un frenesí equivalente al de ella, y ambos volvieron al borde de ese abismo en el que se balancearon un instante, para luego perderse en un clímax tan intenso y devastador que ella se preguntó si sobrevivirían.
– ¿Qué acaba de ocurrir aquí? -preguntó Kelly, con voz temblorosa y confusa.
– Me has obligado a aprovecharme de ti, ¿recuerdas?
– Para esto sirven las normas básicas -murmuró ella entre dientes, mirando a su alrededor.
De alguna manera, habían conseguido llegar al sofá y dejarse caer allí, cada uno en un extremo. Había ropa por el suelo. Kelly estaba medio tapada con el colorido chal que decoraba el respaldo del sofá, Brandon estaba gloriosamente desnudo. Parecía la escena de un cuadro decadente.
– Ven aquí -Brandon agarró su tobillo y la acercó, obligándola a sentarse en su regazo-. ¿Qué decías de normas básicas? -preguntó.
– Nada.
– Bien -le pasó los dedos por el cabello-. ¿Qué te parece que nos vistamos y vayamos a cenar?
Pero ella sabía lo que tenía que hacer. Inspiró profundamente, para darse valor, y soltó el aire muy despacio.
– Brandon, tenemos que dejar de hacer eso.
– Dejar de hacer ¿qué? -se inclinó para mirarla a los ojos-. ¿Cenar?
– Hablo en serio.
– ¿De cenar? -le acarició la espalda-. Yo también. Me muero de hambre.
– Brandon.
– ¿Sí, Kelly? -le besó la cabeza y ella notó que sus labios se curvaban con una sonrisa.
– Sabes a qué me refiero -le agarró la mano-. Tenemos que dejar de, ya sabes, romper las normas, de practicar el sexo.
– ¿En serio?
– Sabes que sí -lo miró con solemnidad y apretó su mano-. Ya hablamos de ello. Se suponía que íbamos a parar cuando llegara tu familia.
– Eso no funcionó -soltó una risita y le besó el hombro.
– Después dijimos que pararíamos cuando llegara Roger -dijo Kelly estirando el cuello para facilitarle el acceso-. Está aquí, y hay que vernos.
– Sí, hay que vernos -le alzó el pelo para seguir depositando besos en su piel.
– Has sido muy generoso ayudándome con todo esto. Hemos estado juntos casi todas las noches durante una semana, y ha sido maravilloso. Estoy disfrutando más que en toda mi vida -agitó las pestañas y desvió la mirada para que él no viera la confusión y dolor de sus ojos-. Pero ahora tenemos que parar antes de que…
– Antes… ¿de qué, Kelly?
«Antes de que nos enamoremos. Antes de que te canses de mí», pensó ella, pero no lo dijo.
– Antes de que los empleados de servicio del hotel descubran lo que está ocurriendo.
Brandon sabía que tendría que alegrarse de que le recordara las normas básicas, una vez más. Sin embargo, mirando a Kelly, sabía que entre ellos estaba ocurriendo algo a lo que no estaba dispuesto a renunciar. No era solo cuestión de sexo. Era más. Ella le gustaba, quería estar con ella. Cuando se separaban la echaba de menos. Sabía que eso no duraría, nunca duraba. Pero mientras lo estuvieran pasando bien, no tenía sentido dejarlo.
Brandon sabía que nunca sería el hombre que ella necesitaba. Kelly estaba hecha para el amor, el matrimonio y la familia. Una familia de verdad, de esas que él no había conocido.
Era cierto que Sally lo había salvado y que, junto con Adam y Cameron, habían creado un fuerte vínculo familiar. Pero antes de Sally, lo único que Brandon asociaba con la familia era el dolor. Eso persistía en su memoria, lo perseguía. Le recordaba que nunca estaría a la altura del ideal de hombre que Kelly buscaba.
Aun así, podían disfrutar el uno del otro mientras durara la atracción.
– Mira -dijo, acariciando su mejilla-, puede que sea una locura, pero no quiero dejar de verte. Lo estoy pasando muy bien. Y tú también estás disfrutando, ¿no?
– Sí, claro -le sonrió-. Sabes que sí.
– Entonces, de momento, eso es lo único que importa -la atrajo hacía él y selló sus palabras besándole los labios.