Capítulo 8

La mañana siguiente, Kelly asomó la cabeza al despacho de Brandon.

– Voy a llevar estas facturas al conserje. ¿Necesitarás algo mientras esté fuera?

Brandon, que estaba al teléfono, le indicó que no mediante gestos.

Kelly, mientras caminaba por la soleada terraza hacia el vestíbulo, pensó en la noche anterior. Brandon y ella habían salido del hotel y conducido a Santa Helena para disfrutar de una deliciosa hamburguesa con queso y patatas fritas. Tal vez fuera por la compañía, pero no recordaba haberlo pasado tan bien nunca. Habían reído y compartido historias como si fueran una pareja auténtica en una cita real. Pero no lo eran. Solo disfrutaban del sexo y a veces cenaban juntos.

– ¿Pero no es eso lo que conlleva salir con alguien? -murmuró Kelly-. ¿Sexo y cena?

Al fin y al cabo, cualquiera que los observara pensaría que eran una joven pareja de enamorados.

Pero no estaban enamorados. En absoluto.

Como había dicho Brandon, mientras siguieran disfrutando el uno del otro, ¿por qué parar?

– Estamos divirtiéndonos -se dijo, tomando el sendero que rodeaba el edificio principal-. Así que déjalo estar -añadió, para acallar a su conciencia.

– ¿Kelly?

– Oh -había estado tan sumida en sus pensamientos que no había visto que Roger estaba delante de ella, a menos de un metro-. Hola, Roger, ¿qué planes tenéis esta mañana?

– Hemos reservado el Pabellón -dijo, señalando hacia la zona termal-, para realizar ejercicios de consolidación de equipo.

El Pabellón era un chalé que se utilizaba para bodas, cenas y pequeñas conferencias. Estaba detrás de la zona termal, escondido entre olivos y robles, por lo que resultaba muy íntimo. Era uno de los lugares favoritos de Kelly.

– Muy interesante -dijo con educación-. Espero que la actividad tenga éxito.

– Escucha, Kelly, he estado pensando en ti toda la noche -se acercó y agarró su brazo-. Te he echado mucho de menos. ¿Crees que podríamos…?

– ¿Roger? -llamó una voz femenina-. ¿Vienes?

Kelly se dio la vuelta y vio a la reina del hielo. Ese día lucía un severo traje negro con blusa gris y zapatos de diez centímetros de tacón. Solo le faltaba el látigo para parecer una dominatriz.

– Hola, Ariel -dijo Roger, con poco entusiasmo.

– No podemos empezar sin ti.

Kelly pensó que era guapa, excepto por dos surcos verticales entre las cejas que se acentuaban cuando estaba molesta, y parecían tirar de sus cejas, dándole apariencia de bruja de cómic.

Kelly se avergonzó de sí misma por pensar eso. Al fin y al cabo, si Ariel estaba interesada por Roger, no se merecía más que su compasión.

– Adelántate y empieza -Roger la despidió con un ademán-. Iré enseguida -la observó marcharse y volvió a dirigirse a Kelly-. Lo que intento decirte es que creo que tú y yo podríamos…

– Ah, aquí estás -dijo Brandon complacido-. Buenos días, Hempstead. Espero que haya dormido bien.

– Pienso dormir aún mejor esta noche -dijo Roger sin quitarle los ojos de encima a Kelly.

– Buena suerte -Brandon le dio una palmada en la espalda-. Recomiendo una cerveza fría antes de acostarse. Funciona de maravilla. Vamos, Kelly, ¿no ibas a ver al conserje? -maniobró para meterse entre los dos y liberó el brazo de Kelly, que Roger aún sujetaba-. Nos veremos, Hempstead.

– ¿Estás loco? -le susurró Kelly, cuando estuvieron a una distancia prudencial.

– ¿Le has oído? -gruñó Brandon-. El tipo alucina. Cree que vas a acabar en su cama esta noche.

– Sí, lo sé. Y no me importa dejar que lo crea.

– ¿Por qué? -se detuvo y la miró fijamente.

– Porque me sentiré muy bien al decirle que no -contestó ella.

– ¿No? -repitió él.

– ¿En serio crees que me acostaría con ese tipo?

– No -repuso él lentamente, como si no se lo hubiera planteado antes-. Pero él no lo sabe.

– Correcto, y dejaremos que siga así -sonrió al ver que Brandon la miraba desconcertado-. No hablemos más de Roger. Tengo que ir a entregar estas facturas.


La noche siguiente, Brandon se preguntó por enésima vez por qué no le había dado un puñetazo en la cara a Roger en cuanto lo conoció.

El encargado del bar de vinos se había puesto enfermo, y lo estaba sustituyendo un camarero del restaurante. El hotel estaba repleto y Brandon, que no quería fallos, había decidido supervisar el bar hasta las diez, la hora de cierre. El bar del restaurante seguía abierto hasta medianoche.

Naturalmente, Roger había elegido esa noche para tomarse una copa de más. Estaba claro, el hombre era un asno pomposo que no sabía beber, pero como era el jefe nadie le llevaba la contraria ni lo arrastraba a su habitación. Por si eso fuera poco, cuanto más bebía Roger, más orgulloso de sí mismo se sentía. En ese momento debía considerarse el mismo Fred Astaire, porque había agarrado y hecho girar en redondo a Sherry, la camarera. Sherry, toda una profesional, había conseguido equilibrar la bandeja de bebidas que llevaba en la mano.

Personalmente, a Brandon le habría encantado ver cómo las bebidas caían sobre la cabeza de Roger, a su pesar, se interpuso entre ellos, agarró a Roger de los hombros y le dio la vuelta.

– Ya ha bebido suficiente, amigo.

– Tú otra vez -balbuceó Roger-. Aparta, ¿vale? Ella me desea.

– Estoy seguro -dijo Brandon, rodeando a Roger con un brazo y conduciéndole en otra dirección-. Pero hago esto por su bien. Tiene un gancho de derecha pernicioso, y un marido enorme y con poco sentido del humor. Es peligroso.

– Pero noto que le gusto. Y está muy buena.

– Sí, amigo, seguro que les gustas a todas -masculló Brandon, guiándolo hacia la puerta-. Venga, es hora de dejarlo por hoy.

De repente, la reina del hielo apareció al otro lado de Roger y lo agarró por la cintura.

– Yo me ocuparé de él -dijo.

– Eh, tú -exclamó Roger señalándola con un dedo-. Te conozco.

– Sí, y yo a ti -le dio una palmadita en el pecho.

– ¿Seguro que podrá? -preguntó Brandon, temiendo que Roger pudiera derribar a la delgada mujer con un simple movimiento del brazo.

– No sería la primera vez -dijo ella.

– ¿Qué te parece si vamos a mi habitación? -Roger pasó un brazo por los hombros de la mujer y la miró a la cara-. Tengo un jacuzzi.

– Suena irresistible -contestó ella, y se alejaron.

Brandon movió la cabeza con disgusto. El hombre era un auténtico imbécil, pero a la mujer parecía no importarle. Había gente de todo tipo.

Roger creía que podía hacer lo que le diera la gana, con quien él eligiera y cuando quisiera. Podía beber en exceso y ser desconsiderado con impunidad porque era rico y poderoso. Había nacido siéndolo y lo utilizaba como arma.

Brandon había conocido a muchos como él en su época de futbolista.

El padre de Brandon también había sido así, pero sin dinero. Un hombre enorme que intimidaba a los demás con su fuerza. Para él era un juego, y Brandon y su madre habían sido sus juguetes favoritos. Lo demostraba con los puños.

Brandon imaginaba el daño que un hombre como ese podía infligir a alguien tan gentil y dulce como Kelly. Apretó los puños al pensar que Kelly iba a cenar con él la noche siguiente.

Brandon sabía que ella le había dado largas los últimos días, con el efecto de que el tipo la deseara más que nunca. Lo sabía porque había vigilado cada paso que daba Kelly. Y si él no podía, lo hacían otros que luego le informaban. Roger no le gustaba y no le merecía la menor confianza.

Le había prometido a Kelly que no interferiría en sus planes de cenar con su exnovio, pero no tenía la menor intención de dejarla a solas con él. Estaría cerca esperando, observando, asegurándose de que Roger no volvía a hacerle daño.


Al día siguiente llegó la gran noche de Kelly. Para cenar con Roger se puso un seductor vestido negro que había reservado para la ocasión. Se ajustaba a su cuerpo como un guante, acentuando sus curvas. Apenas tenía mangas y el escote, en forma de corazón, le realzaba el pecho.

Se miró en el espejo mientras se ponía un collar de diamantes de imitación y pendientes a juego. Le gustó lo que veía. El esfuerzo había valido la pena.

Había decidido cenar con Roger en su elegante suite, en vez de en el restaurante del hotel. Así su conversación sería privada. Brandon no podría escuchar e interrumpirles sin razón justificada.

Aunque Kelly conocía a Roger desde hacía años y se sentía segura con él, había comprobado con la cocina que había encargado cena. No quería que pensara que podía invitarla a su habitación e intentar seducirla sin más. Fue un gran alivio saber que había pedido una deliciosa cena para dos.

Iniciarían la velada con una botella de champán y una bandeja de aperitivos, seguirían con carne de primera y suflé de chocolate de postre. Cuando salían juntos Roger había sido tacaño cuando cenaban fuera, pero esa noche había dado el do de pecho. Kelly suponía que pretendía impresionarla, justo como ella había esperado.

Si conseguía que le suplicara que volviese con él, su plan habría triunfado. Le rechazaría, por supuesto. Y si le preguntaba el porqué, se lo diría. Él protestaría y posiblemente acabara insultándola. Pero no le importaba. Solo quería la satisfacción de saber que la encontraba atractiva y quería recuperarla. Entonces ella saldría de su vida para siempre e iniciaría un futuro de color de rosa.

Una parte de ella sabía que el plan era algo mezquino, pero también sabía que necesitaba hacerlo. Tenía que poner fin a esa parte de su vida.

Y ya en plano egoísta, apenas había almorzado, así que si conseguía dejarlo plantado después del suflé de chocolate, el éxito de la velada sería total.


No tendría que haber ido. Las tres últimas horas eran tiempo perdido que nunca recuperaría.

La buena noticia era que la carne había superado la perfección y que el suflé de chocolate era gloria divina; la mala noticia era que ambas cosas le pesaban en el estómago como piedras.

Roger la había recibido guapo y elegante, con chaqueta de Armani y una camisa de raya fina de Brooks Brothers. Había sido un perfecto caballero toda la velada. La había piropeado y preguntado por su vida en California. Le había hablado de amigos mutuos y le había contado cosas sobre la gente que trabajaba para él.

Estaba muerta de aburrimiento.

Habían bebido champán, degustado canapés y disfrutado de la cena y el postre. Y él no se había insinuado. Tenía que pasarle algo raro. Desde su llegada el lunes, se había insinuado, buscándola al menos dos veces al día, con una urgencia que ella, obviamente, había confundido con deseo. Porque esa noche, nada. Solo educación y cortesía.

Tal vez fuera mejor así. Al fin y al cabo, Roger era agua pasada, no sentía absolutamente nada por él. Y tenía que agradecérselo a Brandon.

– Ha sido fantástico ponernos al día, Roger -dijo, apartando la silla y poniéndose en pie-. La cena ha sido fantástica, pero debería irme ya.

– Kelly, espera -se levantó de un salto y le agarró una mano-. No te vayas. Tenemos que hablar.

– Llevamos toda la noche hablando, Roger -dijo ella mirando la mano y luego su rostro.

– Lo sé, pero no he dicho lo que necesitaba decir -se acercó más a ella-. Mira, Kelly, quiero pedirte disculpas.

– ¿De veras?

– Sí. Dios, estás preciosa -deslizó los dedos por su hombro. Ella sintió un desagradable escalofrío.

– ¿A qué viene todo esto, Roger?

– Llevo toda la noche intentando… -apretó los dientes con aspecto avergonzado-, bueno, verás, sé que dije cosas que no debí decir cuando estábamos juntos. Me equivoqué. Fui… estúpido. Pero al verte esta semana y recordar lo que tuvimos, lo echo de menos. Te echo de menos a ti. Quiero otra oportunidad. Vuelve conmigo, Kelly.

Kelly lo miró. Ahora que por fin decía lo que había esperado, no se creía una sola palabra.

– Yo… Roger, no sé qué decir.

– Di que sí. Haz las maletas y vuelve conmigo.

– Roger, yo…

– Espera, no digas nada. Solo… siente -inclinó la cabeza para besarla. De hecho, más bien estrelló los labios contra los de ella.

Ella lo permitió. Y cuando volvió a besarla con un poco más de delicadeza, Kelly intentó sentir anhelo, algo. Pero no había nada. Y comprendió que nunca había sentido atracción por Roger, pero había creído que era problema de ella, no de él.

¿Dónde estaban los relámpagos? ¿Dónde los fuegos artificiales? ¿Los rayos de sol? Siempre los sentía cuando Brandon la besaba.

Roger la atrajo y le besó el cuello.

– Oh, Kelly, estábamos tan bien juntos.

– ¿Lo estábamos? -ella frunció el ceño.

– Lo recuerdas -le susurró-. ¿No vuelves a sentirlo cuando nos tocamos?

– La verdad es que no -se apartó para evitar su aliento-. Lo siento, Roger. No siento nada.

– Sí lo sientes. Lo noto -la atrajo de nuevo.

– Roger, por favor, no.

– Te estás haciendo la difícil -dijo, ladeando la cabeza para intentar besarla otra vez-. Supongo que en parte me lo merezco por decir las cosas que dije hace cinco años. Pero ya te has divertido. Admite que quieres volver conmigo y olvidaremos el pasado.

Apretó la boca contra la de ella, que casi sintió náuseas. Le dio una palmada en el brazo, tan fuerte que él interrumpió el beso y ella pudo retroceder.

– No vuelvas a tocarme -le dijo-. Te he dicho que ya no siento lo mismo por ti. Me voy.

– Vamos, Kelly -siguió acercándose a ella-. No vas a irte después de que haya gastado más de trescientos dólares en la cena. Estás nerviosa porque aún no sabes cómo hacerle el amor a un hombre.

– Oh, no -alzó la mano para detenerlo-. Eres tú quien no sabe lo que hace. Sé bien lo que se siente con un buen beso, Roger. Y no lo siento contigo.

Roger volvió a agarrarla. En ese momento se oyeron fuertes golpes en la puerta.

– ¿Qué ocurre? -Kelly dio un bote.

– ¿Qué demonios le pasa a este maldito lugar? -gritó Roger.

– ¡No le pasa nada! -dijo Kelly-. Habrá ocurrido algo. Una emergencia.

– ¡Abre, Hempstead! -gritó alguien.

– ¿Brandon? -Kelly, con los ojos de par en par, corrió a abrir la puerta.

– ¿Duke? -Roger puso una mueca de disgusto-. ¿Qué diablos quieres?

– ¿Estás bien, cariño? -Brandon entró y rodeó a Kelly con los brazos.

– Quítale las manos de encima, Duke -ordenó Roger, con tono amenazador.

– De eso nada -Brandon la apretó contra sí.

– Brandon, ¿qué haces aquí? -preguntó Kelly, tras absorber su presencia, su olor y su calidez.

– Sé que querías recuperarlo, nena -la miró a los ojos-. Pero créeme, no es el hombre para ti.

– ¿Crees que no lo sé? -Kelly lo miró atónita.

– Espera. ¿Quieres recuperarme? -intervino Roger-. Entonces ¿por qué no estás…?

– No -afirmó ella-. Quería recuperarte, pero para vengarme rechazándote.

– Caramba -Brandon miraba de uno a otro.

– Estoy confuso -Roger movió la cabeza.

– Vámonos de aquí, Kelly.

– Espera -exigió Roger-. ¿Vas a irte con él?

– Sí.

– ¿Crees que este tipo te quiere? -se burló Roger-. Eres una tonta.

– Ya basta, Hempstead -dijo Brandon.

– Ah, ya -soltó una risa desdeñosa-. Crees que estás enamorada de él, ¿verdad? Menuda tontería. Solo quiere sexo, Kelly. Aunque no imagino por qué. Seguro que sigues siendo pésima en la cama.

Ella se estremeció, pero siguió andando.

– No me obligues a hacerte daño, Hempstead -Brandon, molesto se volvió hacia él.

– ¿En serio crees que te desea, Kelly? -persistió Roger, con mirada salvaje y desesperada-. Sale con las mujeres más bellas del mundo. ¿Crees que puedes competir con eso? No eres nada para él.

Kelly se aferró al brazo de Brandon y lo obligó a seguir andando.

– Lo digo en serio, Kelly. Sabes que te iría mejor conmigo -casi gritó Roger. Ella giró en redondo y agitó el dedo.

– No es verdad. Sin ánimo de ofender, no me atraes, Roger. No siento nada cuando me besas. Ni chispa, ni excitación. Nada. ¿Y sabes una cosa? No es culpa mía. No sabes besar a una mujer.

– ¡Vale! ¿Quién te necesita? Vete -gritó él. En cuanto salieron, cerró de un portazo.

Caminaron en silencio disfrutando del aire nocturno, fresco y limpio.

– Ha sido desagradable -dijo ella por fin.

– ¿Estás bien? ¿Te hizo daño?

– Sus palabras pretendían herir, pero ya las había oído antes.

– Conseguiste tu objetivo -puso un brazo sobre su hombro y la atrajo.

– Pero no fue tan satisfactorio como esperaba.

– Lo siento, cielo -Brandon se inclinó y apoyó la frente en la de ella-. Pero no merece la pena perder el sueño por él. Sobre todo porque está completamente equivocado.

– ¿Qué quieres decir?

– Eres fantástica en la cama.

– Tienes razón -rio ella-. Por lo menos la cena fue fantástica. Un sobresaliente para Jean Pierre.

– Me alegra oírlo.

– Roger tenía razón respecto a una cosa -dijo Kelly momentos después.

– No, que va -Brandon arrugó la frente.

– Sí la tenía -lo miró, solemnemente-. Solo me quieres por el sexo.

– Lo dices como si fuera algo malo.

Ella se rio.

– Venga -la apretó contra sí-. Vamos a casa.

Brandon sabía que lo correcto sería acostarla y dejarla sola. Había pasado un mal rato con Roger y veía atisbos del dolor que el tipo le había causado. Pero no quería irse y dejarla con la duda de que algo de lo que había dicho ese idiota fuera verdad.

Esa noche quería que se sintiera adorada. En vez de ir a la habitación de ella, la condujo a su espaciosa suite. Una vez dentro, con la puerta cerrada, la alzó en brazos y la llevó al dormitorio, dejándola de pie junto a la cama.

– Hoy estás bellísima.

– Gracias -murmuró ella, alzando la vista.

– Es un vestido muy sexy -llevó la mano a su espalda y bajó la cremallera lentamente-. Pero tu piel lo es aún más.

Empezó a bajarle el vestido poco a poco, revelando primero sus lujuriosos pechos.

– Una belleza -se inclinó y saboreó un pezón y luego el otro, lamiendo y chupando hasta que ella gimió de placer y enredó los dedos en su pelo.

Siguió quitándole el vestido, descubriendo su piel centímetro a centímetro, hasta que cayó al suelo, dejándola con un diminuto retazo de encaje rojo y zapatos de tacón.

– Nunca me cansaré de este vestuario -dijo él, acariciando su piel e introduciendo el dedo en el elástico de las braguitas.

– Brandon…

– Quiero notar cómo te rindes.

– Sí, por favor -ronroneó ella.

Con un movimiento rápido, se deshizo del encaje. Después la tocó y ella arqueó el cuerpo hacia él. Incapaz de resistirse, tardó dos segundos en quitarse la camisa para sentir su piel contra la suya; después volvió a concentrarse en el centro húmedo y ardiente de su sexo.

Mientras escuchaba sus suspiros y susurros, su cuerpo se endureció y empezó a arder con el deseo de llenarla por completo. Se movió para atrapar su boca, le entreabrió los labios y paladeó su sabor.

Los gemidos fueron creciendo en intensidad y su propio cuerpo se tensó con un deseo insoportable. De repente, ella gritó y se derrumbó contra él. La alzó en brazos y la dejó en la cama. Se desnudó y se unió a ella, preguntándose si moriría de la agónica necesidad que sentía.

Oyó el rugido de la sangre en los oídos cuando basculó las caderas y se introdujo en ella. Con un gritito, ella se alzó para permitir que la llenara aún más. Se movían armónicamente, como si llevaran años siendo amantes, en vez de un par de semanas. Él se perdió en su interior, perdió el sentido de todo excepto la exquisita unión de sus cuerpos y el tronar de sus corazones latiendo al unísono.

Abrió los ojos, miró los de ella y vio deseo salvaje en su mirada. Mientras embestía una y otra vez para satisfacer su necesidad con la propia, observó cómo su boca se redondeaba y emitía dulces gemidos de placer. La deseaba tanto que, sin poder resistir más, la besó, tragándose sus gritos de júbilo mientras la seguía a la cima y se vaciaba dentro de ella.

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