Capítulo 6

La vendimia empezó a la mañana siguiente. Aunque los Duke habían contratado a muchos trabajadores, los huéspedes estaban invitados a participar como parte de la experiencia «de la vid al barril». Para mucha gente que pasaba las vacaciones en Napa Valley era tradición participar en la vendimia. Había algo esencial y gratificante en el acto físico de recoger las uvas que algún día serían el vino que servirían en su mesa.

– ¿Cómo se sabe cuándo están las uvas en su punto? -preguntó la señora Kingsley que, junto con su esposo, estaba en Napa por primera vez.

Brandon iba a hablar, pero Kelly se le adelantó.

– Hay diversas maneras de juzgarlo -dijo, agarrando un racimo y separándolo de la vid con una navaja. Dio uvas a los señores Kingsley y se metió una en la boca-. El sabor del vino no se suele percibir en la fruta -explicó.

– Es muy dulce -dijo la mujer, mascando.

– Sí -dijo Kelly-. Yo solo noto el azúcar. Pero un experto captaría taninos y acidez en la piel.

– Entiendo -aceptó la señora Kingsley.

– Hay todo tipo de instrumentos y análisis para medir la madurez de la uva -siguió Kelly-. Pero creo que hay mucho arte mezclado con la ciencia. Y también suerte. Al fin y al cabo, ¿quién sabe cómo cambiará el tiempo de una temporada a otra?

Kelly había impresionado a Brandon muchas veces con su sentido de los negocios y su destreza social, y ese día volvió a hacerlo. La observó ir de hilera en hilera, saludando a los huéspedes, repartiendo botellas de agua y dando consejos que iban desde cómo cortar la uva a la necesidad de protegerse del sol aunque estuvieran en octubre.

– Es muy especial -dijo Adam.

– Sí que lo es -corroboró Brandon.

– Tal vez deberíamos plantearnos ascenderla.

– De eso nada -gruñó Brandon-. Me la quedo.

– ¿Te la quedas? -Adam enarcó una ceja.

– Ya sabes lo que quiero decir -Brandon movió la mano en el aire-. Me la quedo de ayudante.

– Sí, de ayudante -Adam hizo una mueca-. Ya.

– ¿Qué significa eso?

– Significa que no te culpo -Adam miró a Kelly con interés renovado-. Si yo tuviera a alguien tan especial trabajando para mí, tampoco la dejaría ir.

– Eso está claro -dijo Brandon, que sabía que Trish había sido la ayudante temporal de Adam. Se habían enamorado y casado el año anterior-. Pero todos hemos asumido que eres un hombre débil.

– ¿Débil, eh? -Adam echó la cabeza hacia atrás y se rio. Vio a su bella esposa embarazada sentada bajo una sombrilla, bebiendo agua de una botella. Asintió satisfecho y miró a Brandon-. Solo un hombre fuerte reconoce su propia debilidad.

– Signifique lo signifique eso.

– Creo que sabes lo que significa -dijo Adam. Miró a Kelly antes de volver a mirar a Brandon.

– Buen intento, hermano, pero te equivocas. No va a suceder.

– Espero que te estés convenciendo tú, porque a mí no me convences.

– Estoy convencido de que no sabes de qué estás hablando -se defendió Brandon.

Sonriente, Adam le dio un golpe en la espalda y fue a ver a Trish. Brandon siguió mirando a Kelly, que aún reía y charlaba con los huéspedes. Arrugó la frente al recordar lo que Adam había dicho.

Su familia estaba medio loca.

El que deseara a Kelly tanto como respirar, no significaba que fuera a ser tan estúpido como para casarse con ella. Su aventura se centraba en el sexo, no el matrimonio. Brandon se negaba al matrimonio. Ahora y siempre.

Entretanto, siguió mirando a Kelly. Notó que se había puesto el brillo labial con sabor a frambuesa que había llevado la noche anterior, cuando fue a verla. El recuerdo de lo que había hecho con esos sensuales labios lo obligó a apretar los dientes para no avergonzarse ante todos sus clientes.

No ayudaba que ella luciese una femenina blusa de punto que se pegaba a sus curvas y vaqueros azul oscuro que moldeaban su bonito trasero a la perfección. Se había recogido el pelo espeso y brillante en una cola de caballo que se movía de un lado a otro, tentándolo.

Si Kelly y él fueran una auténtica pareja, no dudaría en ir hacia ella y besarla, pero no lo eran.


– Gracias por tu ayuda -dijo el señor Kingsley, inclinando la cabeza hacia ella-. Te veremos en la cata de vino.

– No lo dude, señor Kinsgley -dijo Kelly. Él y su esposa, con sus gorras a juego, emprendieron el camino de vuelta al hotel agarrados de la mano.

Kelly no había supuesto que disfrutaría tanto con los huéspedes del hotel. No se consideraba tímida, pero tampoco solía ser tan extrovertida. Lo atribuía a la seguridad en sí misma que había adquirido en la última semana, desde que Brandon y ella dormían juntos. Tendría que estar agotada, pero se sentía rebosante de energía y entusiasmo.

– No lo analices. Disfrútalo -murmuró para sí.

– ¿Qué has dicho? -preguntó Brandon.

Kelly tragó aire y se giró lentamente para mirarlo. Le parecía más alto y fuerte, pero tal vez fuera porque ella llevaba botas planas, en vez de zapatos de tacón. O porque estaba impresionante con camisa y vaqueros en vez de traje y corbata.

– Hablaba conmigo misma -contestó-. ¿No ha sido un día divertido? Creo que todos lo han pasado bien.

– Gracias a ti -dijo él-. Mis hermanos quieren darte una bonificación y ascenderte.

Eso hizo que ella se sintiera feliz como un gatito. Sintió ganas de enredarse alrededor de sus piernas y ronronear, pero consiguió controlarse.

– Me dicen que vas a cenar con nosotros -comentó Brandon, ya saliendo del viñedo y tomando el sendero empedrado y bordeado de flores que llevaba al hotel.

– Espero que no te moleste.

– Claro que no. Mi madre te considera parte de la familia. Lo pasaremos bien, pero tendremos que evitar tocarnos.

– Supongo que podremos aguantar una hora o dos -Kelly se rio-. Me cae muy bien tu madre.

– A mí me pasa lo mismo -dijo él, apretándole el hombro con gesto amistoso.

Ella ronroneó para sus adentros.


– Un brindis por el Mansion Silverado Trail -dijo Adam, alzando su copa.

El resto de los Duke, junto con Beatrice, Marjorie y Kelly, levantaron las copas.

– Por el Mansion -dijo Cameron.

– Porque reine como destino supremo entre todas las propiedades Duke -añadió Brandon con una sonrisa.

– Al menos en Napa Valley -rio Adam.

– Sí -intervino Cameron-. No puede competir con el Monarch Dunes.

– Ni con el Fantasy Mountain.

– Todos son establecimientos fabulosos -dijo Marjorie-. Habéis hecho un trabajo increíble.

– Gracias -dijo Adam-. Pero en parte es culpa tuya, por ayudarnos a contratar al mejor personal.

– Ah, sí -Marjorie le guiñó un ojo a Trish-. Me alegra que por fin hayas reconocido quién es el auténtico genio de Proyectos Duke.

– Dado que fuiste tú quien contrató a Kelly y a Trish, tengo que estar de acuerdo -dijo Brandon, mirando a Kelly. Ella, sonrojándose, se apresuró a cambiar de tema, dirigiéndose a Julia.

– ¿Disfrutaste del masaje hoy? -le preguntó.

– Sí, ha sido divino -miró a Brandon-. Espero que estés pagando muy bien a Ingrid, la masajista. Vale su peso en oro.

Como eran nueve en total, Brandon había reservado la pequeña pero elegante sala privada que había junto a la bodega. A su llegada, le había apartado la silla a Kelly para que se sentara y había aprovechado para acariciarle la espalda y provocarle un delicioso escalofrío.

Todos habían optado por el menú de degustación, lo que implicaba un vino distinto con cada plato. La comida estaba deliciosa y el maridaje era perfecto. Kelly saboreó cada bocado y cada sorbo de vino. Estuvieron de acuerdo en que el equipo de cocina se había superado.

A Kelly le parecían interesantes y entretenidas las conversaciones que se sucedían en la mesa. Sally y Marjorie bromearon con Beatrice sobre algunos de los hombres que había conocido por Internet, y le pidieron que describiera los momentos más divertidos.

Julia habló sobre los problemas y dificultades de convertir su enorme propiedad familiar en un museo de arte y centro de aprendizaje infantil, que incluía un huerto y un pequeño zoo de animales domésticos. Les contó anécdotas sobre el mono que hacía reír a los niños montándose en la cabra.

Mientras Julia hablaba, Cameron le agarró la mano con cariño. Kelly se sintió cautivada y melancólica al ver cómo miraba a Julia. Los hermanos de Brandon estaban profundamente enamorados de sus esposas y no ocultaban sus sentimientos. Se preguntó si sería mucho pedir que llegara el día en que un hombre la mirase así.

Cuando retiraban el primer plato, miró a Brandon, que se reía de algo que había dicho Adam. Como si lo percibiera, Brandon volvió la cabeza y sus miradas se encontraron. La oleada de calor fue instantánea, fuerte e intensa.

Segundos después, parpadeó, y Brandon miró hacia otro lado como si no hubiera ocurrido nada especial. Kelly habría jurado que Brandon la había mirado con el mismo amor que había visto en los ojos de sus hermanos cuando miraban a sus esposas. Se preguntó si eran imaginaciones suyas o se estaba volviendo loca.

Miró a su alrededor para comprobar si alguien habían notado su súbita incomodidad. Pero todos, Brandon incluido, hablaban, reían y bebían tal y como habían hecho desde el principio de la cena.

Era obvio que había malinterpretado su mirada y eso hizo que se sintiera como una tonta enamorada. Tomó un trago de agua, se obligó a respirar pausadamente y decidió olvidar lo que creía haber visto.


* * *

– No has cenado mucho -le dijo Brandon más tarde, después de hacer el amor. Estaban tendidos en la cama de ella, mirándose.

– El primer plato me llenó más de lo que esperaba -dijo Kelly, maldiciéndose por mentir-. Pero todo lo que probé estaba delicioso.

– Hoy he recibido muchas alabanzas sobre ti.

– ¿Sobre mí?

– Sí -dijo, empezando a acariciar su espalda lenta y sensualmente-. Los huéspedes apreciaron tu ayuda en los viñedos. Fuiste toda una relaciones públicas, asegurándote de que disfrutaban y enseñándoles a cortar las uvas. ¿Dónde aprendiste a hacer eso?

– A veces paseo por los viñedos a la hora del almuerzo y charlo con los trabajadores. Ellos me enseñaron -suspiró de placer al sentir la caricia de su mano en el hombro.

– ¿En serio? -le apartó un mechón de pelo de la frente-. Se te da muy bien. Si alguna vez quieres un empleo en los viñedos, házmelo saber.

– Brandon, hemos vuelto a saltarnos las normas básicas -le dijo, apoyando las manos en su pecho.

– ¿Tú también lo has notado?

– Sí -sonrió para ocultar su tristeza-. Hay que aceptar que esta será nuestra última noche juntos.

– ¿Eso crees? -puso las manos sobre las suyas.

– Los dos estamos muy ocupados, y tu familia ya está aquí -añadió ella con voz tenue.

– Sí. Y no podemos olvidar que ese payaso que no nombraré llegará dentro de un par de días.

Kelly suspiró. Había estado deseando poner en práctica su Plan Roger, pero la idea de verlo empezaba a deprimirla.

– Bueno -Brandon le alzó la barbilla para captar su mirada-. Quedan horas antes de mañana así que, por ahora, olvidemos el mundo exterior.

La alzó y la situó sobre su potente erección.

– Oh, qué maravilla -gimió ella.

Y él procedió a complacerla de todas las maneras posibles.


* * *

A la mañana siguiente, Brandon se fue antes del amanecer. A Kelly le resultó imposible volverse a dormir. Hizo acopio de todo su valor, consciente de que había llegado el día de aceptar que no volvería a pasar la noche con Brandon.

Se levantó y fue a ducharse. Era domingo y Brandon pasaría el día con su familia. Había contratado una limusina que los llevaría a hacer una cata de champán por el valle. Sería divertido para todos pero, además, habría negocios, porque se estaban planteando asociarse con uno de los viticultores especializados en espumoso. La noche anterior, Brandon había tenido el detalle de invitarla, pero ella se había excusado. Dado que iban a poner punto final a su deliciosa aventura, prefería pasar el menor tiempo posible con él.

Al día siguiente, el lunes, llegarían Roger y el resto de la plantilla de su empresa inversora. Estarían allí cinco días. Así que, además de tener que ocuparse de las exigencias de su trabajo, Kelly tendría que estar pendiente de su exnovio.

Eso era lo que quería. No tenía intención de renunciar a su plan de vengarse de Roger. Le serviría para dar cerrojazo al tema y seguir con su vida sintiéndose más segura y fuerte. Lo suficiente como para dar los primeros pasos en busca de un hombre bueno y decente que la quisiera tanto como ella le querría a él.

Lo malo del Plan Roger era que no habría más veladas románticas con Brandon. Habían roto el pacto tras la llegada de su familia, pero no volvería a ocurrir. De hecho, no era justo utilizar a Brandon como lo había estado utilizando. Le había pedido ayuda en las técnicas del romance y la seducción y él había aceptado dárselas; a esas alturas había cumplido de sobra su parte del compromiso.

Por otra parte, no sería sano para ella seguir simulando que tenían una relación amorosa más allá de las paredes de la oficina. Solo había habido largas noches de sexo satisfactorio.

Mientras se secaba el pelo, Kelly no pudo evitar pensar que «satisfactorio» era quedarse muy corto. Habían compartido una tormenta de sexo apasionado y salvaje. Solo con pensarlo se excitaba.

Cuando se cepillaba los dientes, se obligó a recordar las muchas mujeres con las que Brandon había salido y con las que había roto. Y las pulseras de diamantes que ella se había encargado de comprar como regalo de despedida.

Lo último que quería Kelly era su propia pulsera de diamantes. Se moriría de humillación si Brandon intentaba darle una mientras le abría la puerta para que saliera. Esa imagen la convenció.

Se puso unos pantalones, una camiseta y unas deportivas, agarró el bolso y salió a hacer sus compras semanales y otros recados.


El lunes por la mañana, Kelly llegó a la oficina temprano, empeñada en ser la ayudante eficaz y talentosa que Brandon había contratado, nada más. Se sentía descansada por primera vez en una semana. Había temido que, acostumbrada a dormir acurrucada contra Brandon, le costaría dormir sola. Pero se había rendido al sueño en cuanto había posado la cabeza en la almohada; había dormido toda la noche de un tirón.

Se alegraba de haber descansado porque ese día llegaba Roger. Necesitaba estar fresca para concentrarse en él. Había dedicado bastante tiempo a vestirse y arreglarse. Se alegraba de haberse puesto el elegante vestido azul y blanco que acentuaba su estrecha cintura y sus curvas, porque los ojos de Brandon se habían iluminado de deseo al verla. Era justo la reacción que había pretendido conseguir y eso le infundió la confianza que necesitaría para hablar con Roger.

Sonó el teléfono y Kelly contestó de inmediato.

– Quiero hablar con Brandon -exigió una imperiosa voz femenina.

Kelly torció los labios. Era Bianca Stephens otra vez. Le había pasado su mensaje a Brandon la semana anterior, pero no sabía si la había llamado.

– Un momento, por favor -murmuró. Puso la llamada en espera y anunció la llamada a Brandon por el intercomunicador.

– Dile que deje un mensaje, por favor. No tengo tiempo de hablar con ella ahora.

– De acuerdo -Kelly sabía que la mujer no se tomaría la noticia nada bien. Pulsó otro botón-. Lo siento, señorita Stephens, pero Brandon no puede hablar ahora. ¿Quiere dejarle un mensaje?

– Tienes que estar de broma.

– No, señora. No está disponible, así que tendré que pasarle un mensaje.

– Bien, tengo un mensaje. Dile que necesita despedir a su recepcionista, o lo que seas, porque es una incompetente.

– Eh… ¿disculpe? -Kelly se atragantó.

– ¿No me has oído? ¿También estás sorda?

– No, no estoy sorda, pero…

– Entonces, ponme con Brandon ahora mismo.

– Me temo que no -dijo Kelly, y desconectó la llamada. Temblando, se levantó y paseó de un lado a otro, atónita. ¡Había colgado el teléfono a una supuesta amiga de su jefe! Era una barbaridad pero, por otra parte, le costaba creer que Brandon fuera amigo de alguien tan horrible.

Se preguntó si era demasiado pronto para tomarse otras vacaciones. Tenía que estar muy estresada si era capaz de colgar el teléfono así.

Tendría que decírselo a Brandon. Antes o después, lo oiría de boca de su grosera amiga. Moviendo la cabeza, se sentó de nuevo a idear una explicación razonable.


* * *

Brandon respiró aliviado cuando vio la luz roja apagarse, indicando la desconexión de la llamada.

No le había devuelto a Bianca la llamada de la semana anterior y, encima, acababa de negarse a hablar con ella. Él nunca había sido de los que evitan las confrontaciones y, además, con Bianca lo pasaba bien. Se habían visto bastante, y ella siempre estaba dispuesta a un encuentro puramente sexual cuando coincidían. No entendía por qué no había hablado con ella. ¿Cuál era su problema?

Se revolvió el pelo, intentando descubrirlo. Bianca solo le llamaba cuando estaba en la costa oeste y le apetecía darse un revolcón con él.

Por desgracia, no era buen momento para verla. Brandon tenía que estar a disposición de Kelly y ayudarla mientras estuviera allí ese idiota de Roger. Esa era su excusa para no ver a Bianca.

– ¿Sí, Kelly? -contestó al intercomunicador.

– Quería decirte que corté la llamada de la señorita Stephens por accidente, y que puede que se haya enfadado conmigo. Sé que ahora no tienes tiempo de hablar con ella, pero ¿quieres que la llame y le explique lo ocurrido?

– No te molestes, lo superará -dijo él-. La llamaré la semana que viene.

– De acuerdo -sonó aliviada-. Gracias.

Brandon se recostó en la silla y miró por la ventana. Tal vez llamaría a Bianca la semana siguiente, tal vez no. En realidad, nunca le había parecido divertida. Su mundo giraba alrededor de su trabajo, sus problemas, sus triunfos y su propia importancia. Hablaba de sí misma todo el tiempo. Siempre estaba quejándose de algo.

No necesitaba ese tipo de irritación en ese momento. Tenía que concentrar su energía en observar, y posiblemente «ayudar», a Kelly a poner en acción su plan para recuperar a Roger.

También tenía que contener sus impulsos. Ella había dejado claro dos noches antes que no le estaba permitido volver a romper las normas básicas. Eso podía replantearse en un futuro cercano, pero no mientras Roger estuviera allí. Sin embargo, vigilaría a Kelly; no iba a permitir que se hiciera daño al poner en marcha su estúpido plan.

Brandon se frotó las manos al pensar que ese mismo día vería cara a cara al imbécil que había hecho sufrir a Kelly.

Comenzaba el juego.

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