Capítulo 10

Después de unos minutos más de masaje, Jackson volvió a ponerle los zapatos y se sentó junto a ella en el banco. La rodeó con el brazo y ella se acurrucó a su lado. Se estaba a gusto allí, pensó. Se sentía a salvo.

– Háblame de tu casa -dijo.

– Está a las afueras de Los Ángeles.

– ¿No está en Silicon Valley?

– Intenté evitar el cliché -dijo él-. En Los Ángeles hay mucha gente con talento, y eso buscaba cuando creé mi empresa.

– ¿Llevas mucho tiempo allí?

– Siete años. Estamos pensando en cambiar de sitio. Queremos mudarnos a una zona más tranquila. Todo el mundo se está casando y teniendo hijos. Antes hablábamos de las novedades del último videojuego. Ahora hablamos de parques y colegios.

Katie sintió un aleteo dentro del pecho. Ojalá, pensó, les gustara Fool's Gold.

– ¿Ya sabéis dónde? -preguntó.

– Aún no. Estamos iniciando el proceso. ¿Y tú? Dijiste que te gustaba vivir en tu pueblo. Pero ¿para siempre?

– Sí. Estudié fuera, pero volví. Pensé una temporada en mudarme a un sitio más grande y buscar trabajo en un periódico de verdad. Pero éste es mi hogar.

Jackson miró las montañas que se erguían por encima del hotel.

– Es precioso -vaciló-. ¿Nunca has tenido ganas de mudarte por nadie?

– ¿Por un chico, quieres decir? -ella lo miró-. Vamos, por favor. Ya has conocido a Alex. No fue precisamente un acierto. Yo creía que era uno de los buenos -cenó los ojos al acordarse-. Creía que se había enamorado de Courtney al primer vistazo. Pero ahora no estoy tan segura. Creo que no estábamos bien juntos. Courtney fue la causa de que rompiéramos; fue un catalizador.

– ¿Y antes de él?

– Los sospechosos habituales. Un novio del instituto que me rompió el corazón. Un tipo de la facultad, muy intenso y romántico, que al final resultó demasiado intenso y aburrido…

Jackson se puso a juguetear con las puntas de su pelo.

– Entonces eres una rompecorazones -su voz sonaba baja y sexy, y Katie se estremeció.

– No exactamente.

– No era una pregunta. Lo eres.

«Ojalá», pensó ella, y se aclaró la garganta.

– ¿Y tú? ¿Has tenido más novias, aparte de Ariel?

– Un par. No tuve novia en el instituto. Mi primera experiencia romántica fue en la facultad.

– Déjame adivinar. Ella era más mayor y te enseñó todo lo que sabes.

Jackson se movió para mirarla de frente.

– ¿Cómo lo sabes?

– ¿A qué edad fuiste a la universidad? ¿A los cinco?

– A los dieciséis.

– Casi, casi. Habría sido difícil que encontraras a una chica de tu edad. A no ser que esperaras hasta el último curso -miró sus bellos ojos verdes-. Y puede que tú estuvieras dispuesto a esperar, pero dudo que lo estuvieran ellas.

Él esbozó una sonrisa.

– Yo tenía diecisiete y ella diecinueve. Fue en México, durante el viaje de fin de curso. Yo no quería ir.

– ¿Y ella te alegró el viaje?

– Ya lo creo que sí.

– Menos mal que estabais en el extranjero. En la mayoría de los estados, esa relación habría sido ilegal.

La sonrisa de Jackson se hizo más amplia.

– Mereció la pena.

Katie se rió.

– No eras tú quien estaba cometiendo un delito, Jackson. Era ella. Tú eras menor.

– Ah. Tienes razón. Mejor, entonces.

– ¿Y entre esa aprovechada y Ariel?

Él se rió y la atrajo hacia sí.

– Te estaba esperando a ti.

«Ojalá fuera cierto», pensó Katie con un suspiro, rindiéndose a él. Jackson era una tentación que no parecía poder ignorar. Todo en su interior le decía que era el hombre perfecto. Lo cual era imposible, teniendo en cuenta el poco tiempo que hacía que se conocían.

Pero se sentía tan a gusto con él…

Se había pasado la vida persiguiendo lo que quería. Aunque era una calamidad en los deportes, había encontrado un modo de convertir su afición por ellos en una profesión. Cuando Colleen, la directora del periódico local, se negó a entrevistarla para el puesto de redactor de deportes, estuvo tres semanas enviándole un artículo diario. Colleen dio marcha atrás y la contrató.

Había afrontado entrevistas durísimas, desarrollado una red de amistades y sido feliz. Menos en el amor. En eso siempre había sido cauta, sobre todo porque tenía miedo de que le hicieran daño. Pero, pese a todo, se estaba enamorando de Jackson. Tal vez fuera hora de hacer algo al respecto.

Cambió de postura para mirarlo.

– Te vas a casa mañana por la mañana.

– Ése es el plan. A menos que quieras que me quede.

Ella lo miró fijamente.

– ¿A qué…?

– Podrías enseñarme el pueblo. Invitarme a dormir en tu casa -tomó su cara entre las manos-. Esto ha sido fantástico, Katie. Estoy en deuda con mi madre, y a lo bestia. Eres asombrosa. No quiero perderte.

– Ni yo quiero que me pierdas -reconoció ella-. Me encantaría enseñarte esto. He disfrutado mucho del tiempo que hemos pasado juntos. No creía que pudiera encariñarme con alguien tan rápidamente.

– Yo tampoco.

Katie tomó una de sus manos.

– He disfrutado muchísimo contigo, de veras. Eres justo lo que…

– ¡Ahí estáis! -su madre cruzó corriendo el césped en dirección al emparrado-. Os he buscado por todas partes. Esto es un manicomio. Lo digo por no ponerme negativa y decir que es un desastre, pero las cosas no van bien. Buenos días, Jackson.

– Janis.

Katie se levantó de mala gana.

– ¿Qué pasa? -miró su reloj-. No es hora de prepararse aún.

– No, aún quedan un par de horas para que la estilista que Courtney ha hecho venir desde San Francisco nos ponga guapos a todos. El bombazo es lo de Rachel y Bruce.

Katie hizo una mueca, intentando no recordar al padre de Alex en brazos de Tully.

– Van a divorciarse -anunció Janis.

– ¿Qué?

– Por lo visto llevaban meses separados, pero Rachel no quería que nadie lo supiera -su madre bajó la voz-. Fue idea de Rachel. Dejó a Bruce por otra mujer.

Katie no sabía qué decir.

Jackson se acercó a ella y le susurró al oído:

– ¿Todas vuestras reuniones familiares son así? Porque esto es mejor que ir al cine.

Katie se volvió hacia su madre.

– ¿En serio? Entonces, ¿da igual que Bruce se haya liado con Tully?

– No sé si da igual. Bruce no es un hombre joven. Es probable que Tully acabe matándolo, pero él morirá feliz. Les he visto morreándose en el porche cuando venía hacia aquí.

Katie hizo una mueca.

– Mamá, hazme un favor: no digas «morreándose».

– ¿No se dice así? Vosotros, los jóvenes, siempre cambiando el lenguaje. Cuesta mantenerse al día.

Katie le dio el brazo.

– Lo sé. Lo hacemos a propósito. Bueno, ¿hay algo más que deba saber? ¿Alex y Courtney han hablado?

– Eso será una incógnita por los siglos de los siglos.


Jackson tuvo que dejar a Katie en manos de la estilista a eso de la una y media. Pasó las horas siguientes visitando la página web de Fool's Gold y mirando el precio de las casas. Por lo que pudo ver, el pueblo era fantástico. Era lógico que Katie se resistiera a mudarse.

Poco después de las cuatro, se puso el traje oscuro que había llevado y bajó al vestíbulo para esperar a su madre. Su padre se había librado de tener que asistir gracias a un viaje de negocios a Hong Kong muy oportuno.

Jackson vio a su madre en cuanto ésta entró.

– Estás guapísima -le dijo al darle un beso en la mejilla.

– Tú también -le puso las manos sobre los brazos y le dio un beso-. Estás muy apuesto. Y eso que no eres tú quien va a casarse. ¿Te he dicho alguna vez cuántas ganas tengo de ser abuela?

– A veces pasas toda una hora sin mencionarlo.

– Mmm, qué fallo. ¿Qué tal van las cosas por aquí?

– De mal en peor -reconoció él-. Hay problemas en el paraíso. Courtney y Alex se han enfadado. No tengo ni idea de cómo están en este momento.

Su madre hizo una mueca.

– No me extraña que Janis me haya dejado un mensaje aconsejándome que bebiera algo antes de la boda. Espero que todo salga bien.

Jackson asintió, aunque ya no estaba seguro de qué quería decir que las cosas salieran bien. Le parecía bastante poco probable que Alex y Courtney descubrieran cómo ser felices juntos, pero de todos modos estaba de acuerdo con Janis: curiosamente, hacían buena pareja.

Miró a su alrededor para asegurarse de que nadie les oía.

– Alex se presentó en la habitación de Katie, borracho, hace un par de noches.

– ¿Qué quería?

– Adivina.

Su madre sacudió la cabeza.

– Menudo lío. ¿Qué ocurrió?

– Katie me llamó y yo lo eché de allí -no le dijo cómo había pasado la noche después. Ciertos detalles era mejor no mencionarlos.

– Entonces, te lo has pasado bien con Katie -dijo su madre.

Jackson la condujo hacia la barra y pidió sendas copas. Mientras esperaban, la miró de frente.

– Sí, mamá. Tenías razón.

Ella suspiró, feliz.

– No me canso de que me digas eso. Entonces, ¿te gusta?

– Es fantástica. Divertida y encantadora. Tierna, guapa, lista. Nos lo hemos pasado en grande. Ahora me arrepiento de no haber dejado que nos presentaras antes.

La mirada de su madre se volvió especulativa.

– Qué interesante. Esperaba algo menos de entusiasmo. ¿Piensas volver a verla?

– Sí. Mañana va a enseñarme Fool's Gold.

Su madre se puso seria de pronto.

– ¿Para qué? Tú no tienes ningún interés en este pueblo.

– Quiero ver dónde vive.

– ¿Nada más? Porque sé que estás pensando en trasladar tu empresa. Y no puedes trasladarla aquí, Howie.

Él procuró no hacer una mueca al oír aquel nombre.

– ¿Por qué? Hay gente capacitada, un colegio estupendo y el precio del suelo no es caro.

– Si trasladas aquí la empresa, Katie pensará que lo haces por ella. Y es la hija de mi mejor amiga. No puedes hacer eso si no estás seguro al cien por cien de vuestra relación. No quiero que le hagas daño.

– Yo tampoco quiero hacérselo.

– Nunca quieres. Pero lo haces. Te comprometes hasta cierto punto y luego das marcha atrás. No estoy diciendo que hagas mal. Estoy segura de que ninguna de las chicas a las que has dejado era tu media naranja. Pero Katie es distinta. Hasta que sepas si lo vuestro va en serio, procura que no se haga ilusiones.

El camarero les sirvió las bebidas. Jackson le dio automáticamente un billete de veinte y rechazó el cambio. Quería decirle a su madre que se equivocaba. Que no había nada de eso. Pero, si echaba la vista atrás, se daba cuenta de que ella tenía razón. Era cierto que se comprometía hasta cierto punto. Pero, cuando llegaba el momento de la verdad, el momento de casarse, siempre daba marcha atrás. Nunca se había imaginado pasando el resto de su vida con una mujer concreta.

Hasta ahora.

Porque mientras que la idea de envejecer con Ariel o con cualquier otra lo habría hecho salir huyendo despavorido, la idea de pasar sesenta u ochenta años con Katie le resultaba atrayente. Ella se haría cada vez más bella con el paso del tiempo. Su sentido del humor y su curiosidad serían un reto para él. De pronto se descubrió deseando cuidar de ella, hacer que se sintiera segura.

– Por favor, no te lo tomes a mal -dijo su madre, muy seria-. Te quiero muchísimo, Howie, y me encantaría verle con Katie. Pero no quiero que sufra. Eres asombroso y es muy probable que se enamore de ti. ¿Qué mujer no se enamoraría de ti?

– Hablas como una verdadera madre -murmuró él-. Y te entiendo.

– ¿Estás seguro?

– Haría cualquier cosa por evitar que Katie sufra.

– Bien. Procura recordarlo.

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