Capítulo 4

A la mañana siguiente, Katie se obligó a levantarse mucho antes de lo que le hubiera apetecido, se puso su chándal y bajó soñolienta al gimnasio del hotel. No se había peinado y apenas se había lavado los dientes, pero por suerte se había acordado de llevar una botella de agua. Esperaba encontrar vacío el gimnasio, con excepción de una persona o dos.

Pero se encontró a Jackson sudando en una de las dos máquinas elípticas.

Estaba muy guapo sudoroso, pensó Katie mientras lo miraba. Era alto y delgado, pero tenía suficientes músculos como para hacer la vida interesante. Llevaba puestos unos auriculares y estaba viendo las noticias nacionales. Aún no había visto a Katie.

Tras las confesiones sexuales de su madre y aquel beso embriagador, el resto de la noche había transcurrido con bastante calma. La tía Tully había mantenido las distancias, aunque seguía mirándolo con interés. Nadie se había emborrachado más de la cuenta. Pero el fin de semana era joven, pensó Katie mientras se dirigía a la otra elíptica.

Con sus antecedentes y sus genes, no podía dejar de entrenar. Si no vigilaba lo que comía y no hacía ejercicio regularmente, engordaba enseguida. Triste, pero cierto. Así que, si tenía que enfrentarse a Jackson con aquel aspecto, que así fuera.

Se subió a la máquina y estudió la consola. Utilizaba una muy parecida en su gimnasio, así que sabía a lo que se enfrentaba. Tras elegir su programa favorito y mentir sobre su peso sólo unos tres kilos, apretó el botón de inicio y se preparó para sufrir.

A su lado, Jackson se quitó los cascos.

– Buenos días -dijo con una sonrisa.

Él tampoco se duchaba antes de entrenar. No se había peinado, ni se había molestado en afeitarse. Así que ¿por qué parecía un modelo anunciando sexo apasionado a primera hora de la mañana?

– Hola.

– Has madrugado mucho.

– Lo necesito para mantener mi índice de masa corporal por debajo de las dos cifras.

Jackson la miró de arriba abajo y luego sacudió la cabeza.

– Qué va. Estás estupenda.

Ella se sonrojó de placer. Pero, como ya estaba colorada por el ejercicio, tuvo la tranquilidad de saber que él no lo notaría.

– Gracias, pero es la verdad. Tú me viste cuando era gorda. Siempre estoy en un tris de volver a serlo.

De lo que más se acordaba Jackson era de lo guapa que era Katie de adolescente, aunque hubiera amenazado con darle una paliza. No tenía ganas de pasar la tarde con una cría, pero en cuanto la vio, se sintió… intrigado. Tan intrigado como podía estarlo un chico de dieciséis años, reprimido y torpón.

Ya no era un reprimido, pensó mientras procuraba no mirar sus pechos, que rebotaban al ritmo de sus movimientos. Y no sólo porque no quisiera que lo pillara mirando: sus pantalones cortos no ocultarían su inevitable reacción física, y menudo corte.

– Te preocupas demasiado -le dijo.

– Tú nunca estuviste gordo -contestó ella con un brillo divertido en los ojos azules-. Pero no pasa nada. Llevo casi doce años entrenando todos los días y ya casi me gusta.

Él se rió.

– ¿Ésa es la meta? ¿Disfrutarlo?

– Todo el mundo ha de tener sus fantasías.

– ¿Fue así como empezaste a interesarte por los deportes? ¿Haciendo ejercicio?

Ella tomó su botella de agua y bebió un largo trago.

– No. Siempre me ha encantado el deporte. Creo que es por influencia de mi padre. Mi madre dice que, en vez de leerme cuentos de hadas por las noches, me leía el suplemento deportivo. Ya de pequeña me interesaban el fútbol y el béisbol.

– ¿Juegas a algo?

Ella sacudió la cabeza.

– Ojalá. Lo he probado todo. Y lo mejor que puedo decir de mí misma es que no jugaba del todo mal al fútbol. Claro que tampoco era buena. Pero no importa. Es simplemente que no tengo coordinación. Ni soy rápida. Ni atlética. Ya has visto a la tía Tully. Físicamente, salgo a ella. Así que ya sabes: los que pueden, lo hacen, y los que no, se dedican a escribir. Yo fui a Ashland College a aprender a escribir.

– Fue allí donde estudiaste periodismo deportivo.

Algo brilló en sus ojos azules.

– Te has acordado.

Se acordaba de casi todo lo que había dicho, pensó Jackson. Era una de esas mujeres que costaba olvidar.

– Eres la primera periodista deportiva que conozco -dijo con ligereza-. Y uno nunca olvida su primera vez.

Katie se rió.

– Eres un encanto. En serio. ¿Alguna vez has ido a la reunión de antiguos alumnos de tu instituto?

Jackson se estremeció.

– No, gracias. Prefiero enfrentarme a las llamas del infierno.

– Pues deberías pensártelo. Causarías una auténtica conmoción. Todas esas chicas que te despreciaron, se volverían locas por ti.

– Puede que no quiera que se vuelvan locas por mí.

– ¿No te gusta la venganza?

– No. No necesito su aprobación para disfrutar de la vida -se quedó mirándola-. ¿A ti te gusta la venganza? Porque, si es así, éste es el fin de semana perfecto.

Katie se limpió la cara con una toalla. Hasta sudorosa y acalorada estaba guapa, pensó Jackson. Tenía el pelo de punta y sus pechos seguían rebotando. Aquélla era su idea de una mañana estupenda.

– Por citar lo que tú mismo acabas de decir, no, gracias. Alex no me interesa. Tuvo su oportunidad y la echó a perder.

– Ese tipo es idiota.

Katie sonrió.

Jackson sintió que el calor de su sonrisa le llegaba hasta la entrepierna.

– Dices unas cosas muy bonitas -le dijo ella-. Courtney puede ser un auténtico incordio. Pero tienes que entender el contexto. Estuvo enferma de pequeña. Tuvo cáncer. Todo el mundo la mimaba y, cuando se curó, seguimos tratándola como si fuera a morirse en cualquier momento. Se acostumbró a los mimos, y además se volvió preciosa al hacerse mayor y los chicos empezaron a enamorarse de ella. Algún día madurará y, cuando lo haga, será una buena persona. Creo que Alex la quiere de verdad. Éste es su fin de semana. Quiero que todo les vaya bien.

Aunque su entrenamiento ya había acabado, Jackson siguió hasta que terminó Katie. Salieron juntos del gimnasio y se dirigieron a las escaleras. En el piso principal, Jackson se disponía a preguntarle si quería desayunar cuando alguien le tocó el brazo.

– ¿Jackson? Hola.

Al volverse, vio a Ariel parada en el vestíbulo. Seguía siendo alta y preciosa, con el pelo rubio rojizo y los ojos del color de la hierba en primavera. Era muy guapa, pero no la había echado de menos después de su marcha.

– Ariel -dijo, y miró a Katie-. Katie, ésta es Ariel, una magnífica pastelera.

Katie los miró a los dos y esbozó una sonrisa que no parecía muy feliz.

– Qué bien. Estamos encantados de tenerte aquí. ¿Ya has visto la cocina? Hablamos con el personal y te han reservado una zona para que trabajes. El repostero jefe hizo los bizcochos anoche, para que estuvieran fríos y listos para que montes la tarta. Te agradecemos muchísimo tu ayuda.

Ariel seguía mirando Jackson.

– No tiene importancia. Así yo también podré ocuparme de un par de cosillas -lo miró a los ojos un momento más, como si le diera a entender algo, y luego miró a Katie-. Aún no he visto la cocina.

– ¿Por qué no vais ahora mismo? -preguntó él, preguntándose por qué Ariel se portaba de forma tan extraña. ¿Estaba enfadada por que la hubiera llamado por trabajo? Pero, si no le hubiera interesado el trabajo, lo habría rechazado.

– Claro -dijo Katie-. La cocina está por aquí.

Ariel era una de esas mujeres que fascinaban a los hombres e intimidaban a los hombres sin necesidad de derramar una sola gota de sudor. Katie, en cambio, llevaba sudando cuarenta minutos. No estaba en su mejor momento cuando mostró la cocina a aquella alta y despampanante pelirroja. Por suerte, Ariel no pareció fijarse en ella, así que tampoco tuvo nada que objetarle.

Katie le enseñó las capas de bizcocho recién horneadas y los adornos de la tarda y le presentó a André, su «contacto en la cocina». Luego se dirigió a la máquina de café que había en el vestíbulo. Tras beber el primer sorbo, cerró los ojos e inhaló el aroma del café. Y no porque necesitara la cafeína para sentirse despierta, sino porque aquel ritual la mantenía anclada en un mundo en el que los antiguos patosos como Jackson no le aceleraban el corazón con un solo beso o una sonrisa, ni tenían ex novias semejantes a diosas. Justo cuando creía que tenía posibilidades, se dijo con amargura. Estaba tan segura de que entre ellos había química, de que a Jackson le gustaba de verdad, de que estaba interesado en ella… Y tal vez no se equivocaba, pero era imposible que compitiera con alguien como Ariel. Aunque, de todos modos, no había ninguna competición, claro, pero aun así. ¿No podía haber salido Jackson con alguien un poco más… normal?

Volvió a llenarse el vaso y se dirigió hacia los ascensores. Cuando se abrieron, salió su hermana Courtney. Era todavía temprano, pero Courtney iba encantadoramente vestida con una faldita vaporosa y una camiseta ceñida. Su largo pelo brillaba y su maquillaje era perfecto.

– Katie -parecía sorprendida-. ¿Qué te ha pasado?

– He estado entrenando.

– Tienes un aspecto horrible -entornó los ojos-. ¿Seguro que estás bien? Estás muy colorada.

– Me pasa cuando hago ejercicio -contestó Katie alegremente, e intentó rodear a su hermana, pero las puertas del ascensor se cerraron. Suspirando, volvió a apretar el botón.

– Sé que tienes que entrenar por lo de tu peso, pero no deberías salir así en público. Alex siempre dice… -Courtney se interrumpió y sonrió, tensa-. ¿Has dormido bien?

Katie podría haber insistido en que le contara qué decía Alex. ¿Que no estaba en su mejor momento por la mañana? ¿Que no se despertaba alta y radiante? Pero luego decidió que no le importaba.

– Muy bien -dijo-. ¿Y tú?

En lugar de contestar, su hermana le puso una mano en el brazo.

– Sé que es duro para ti.

¿Dormir? No tanto. La mayoría de las noches le resultaba facilísimo.

– ¿El qué?

– Verme con Alex.

– He tenido casi un año para acostumbrarme.

– Lo sé, pero esto es distinto. Vamos a casarnos. Sé que creías que eras tú quien iba a casarse con él.

– Ya no -le aseguró Katie mientras para sus adentros rezaba por que llegara el ascensor y la rescatara-. Estoy perfectamente.

– Mamá ha tenido que pagarte un acompañante.

Katie contuvo el aliento.

– Jackson no es un gigoló. Nadie le paga -al menos, eso creía-. Es un amigo de la familia -más o menos.

– Aun así -Courtney parecía sentir lástima por ella, lo cual no contribuyó a que Katie se sintiera mejor-. Es tan triste que haya tan pocos chicos que vean más allá de las apariencias… Yo no podría soportarlo. Debes de sentirte muy sola.

«Me quiero morir», pensó Katie. «O podría matar a Courtney». Antes de que pudiera tomar una decisión, llegó el ascensor y prácticamente se arrojó dentro.

Cuando se cerraron las puertas, se prometió a sí misma tomar vino en la comida.

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