Había algo curiosamente divertido en ponerse una falda de campana, pensó Katie mientras se miraba al espejo. Aquel estilo repolludo no contribuía a alargar sus piernas, claro, lo cual era siempre un reto, en una familia patilarga, pero, por otro lado, las capas y capas de enaguas hacían que su cintura pareciera diminuta. Dio un par de vueltas para ver el efecto y luego se alisó las faldas.
Se había recogido el pelo, que le llegaba hasta el hombro, en una coleta atada con un pañuelo de gasa, se había ahuecado el flequillo y, para completar el disfraz, se había puesto una sarta de perlas falsas.
Al oír que llamaban a la puerta, cruzó corriendo la habitación. Abrió de golpe y estuvo a punto de desmayarse al ver a Jackson con vaqueros y una camiseta blanca muy ajustada. Se había echado el pelo hacia atrás y enrollado las mangas de la camiseta. Tenía un aire al mismo tiempo sexy y peligroso: una mezcla muy tentadora.
– West Side Story es una de las películas favoritas de mi madre -dijo ella, riendo-. Eres el Jet ideal.
Jackson la recorrió tan despacio con la mirada que a ella se le tensaron los dedos de los pies dentro de los mocasines.
– Estás muy guapa. Me gusta la falda.
Ella dio una vuelta.
– Nunca me había puesto enaguas.
– Pareces…
– ¿Saludable? -dijo ella-. ¿Virginal?
– Una de esas chicas que llevan anillo de graduación.
A Katie se le encogió el estómago al oírle. Procuró disimular su reacción.
– Ésa soy yo.
Se guardó la barra de labios y la llave de la habitación en el bolsillo y le indicó que la precediera. Mientras esperaban el ascensor, Jackson se apoyó en la pared y la observó.
– ¿Tocar o no tocar? -preguntó-. ¿Cómo vamos a demostrarle al mundo, o al menos a tu familia, que somos pareja?
«Sexo», pensó ella inesperadamente. Podían acostarse. A ella le valdría, desde luego.
– Eh, podemos tocarnos un poco. Courtney y Alex no paran de hacerlo, pero en cierto momento empieza a parecer una horterada.
– Estoy de acuerdo.
Él la miraba de forma extraña. Como si intentara descubrir algo. Su mirada fija la ponía nerviosa. Katie miró hacia el suelo y luego se obligó a mirarlo. ¿Eran imaginaciones suyas o el ascensor tardaba una eternidad?
Fueron pasando los segundos. Jackson se incorporó, se acercó a ella, tomó su cara entre las manos, se inclinó y le dio un beso en los labios.
Fue un contacto suave, ávido e inesperado. Una oleada de calor estalló dentro de ella y la hizo empinarse hacia él. Jackson se apartó mucho antes de que a ella le apeteciera dejar de besarlo, pero siguió tocándola con sus grandes manos y acariciándole las mejillas con los pulgares.
– Para practicar -dijo, con un brillo divertido en la mirada-. Para hacerlo bien, por si alguien nos lo pide.
Katie no creía que nadie fuera a pedirles una demostración, pero convenía estar preparados. Justo cuando iba a sugerir que practicaran otra vez, se abrieron las puertas del ascensor. Por desgracia, la tía Tully era la única ocupante.
– ¡Katie! -exclamó alegremente, y se arrojó fuera del ascensor-. Te estaba buscando por todas partes -miró a Jackson y levantó las cejas-. Hola, guapo. Katie me tiene mucho cariño, y le gusta compartir.
Jackson bajó las manos inmediatamente y dio un paso atrás. Si la situación no hubiera sido peligrosa en varios aspectos, a Katie le habría hecho gracia. Más o menos.
Tully era hermana de su padre. Una dinamo redonda, baja y rubia que vestía como si tuviera veinte años… o más bien dieciséis. Salvo por las joyas. Todos aquellos brillos demostraban lo bien que se había casado. Varias veces. Actualmente, estaba buscando a su sexto marido.
Casada o no, le encantaban los hombres. Todos los hombres, incluso los casados o los que tenían pareja. Era el alma de la fiesta, estaba encantadora con dos copas de más y carecía por completo de sentido de la medida. Katie la quería y la temía al mismo tiempo.
Jackson pareció recuperarse. Le tendió la mano.
– Tú debes ser la tía Tully. Encantado de conocerte.
– Vamos, hombre -dijo Tully, tendiéndole los brazos-. Somos familia. No vamos a darnos a la mano.
Jackson se acercó con recelo y se inclinó hacia ella como si se dispusiera a darle un abrazo de compromiso. Katie deseó apartar la mirada, pero no pudo. Tully esperó a que Jackson estuviera cerca y, cuando estaba desprevenido, lo agarró y tiró de él. Jackson chocó contra su amplio pecho, intentó enderezarse y descubrió que el único lugar donde podía apoyarse eran sus senos. Decidido a no tocarlos, agitó los brazos durante unos segundos antes de poder dar un paso atrás. Tully, sin embargo, logró plantarle un beso en la boca.
Después sonrió, satisfecha.
– ¿Qué tal es? -le preguntó a Katie.
Katie se acercó al Jackson, que parecía ligeramente pasmado, y lo rodeó con los brazos.
– Es mío. Y no te lo dejo.
Tully hizo un mohín, y sus ojos azules los miraron, pensativos.
– ¿Estás segura? Te compro un coche. Uno de esos Lexus nuevos.
– Gracias, pero no.
– ¿Y dinero en efectivo?
Jackson se aclaró la garganta.
– Señora McCormick, aunque me siento halagado por…
Tully hizo un ademán desdeñoso.
– Negociar no es asunto tuyo. ¿Katie?
– Lo siento, pero no.
– Está bien. Tendré que ver quién hay disponible. ¿El novio tiene algún hermano?
– No -respondió Katie, orgullosa de sí misma por no sugerirle que lo intentara con el propio Alex. Aunque habría en ello cierta justicia poética si Tully lograba robárselo a Courtney, sería demasiado problemático para todos.
Además, cabía la ligera posibilidad de que Courtney quisiera realmente a Alex.
El ascensor regresó a su piso. Tully montó en él.
– Nosotros tomaremos el siguiente -dijo Katie, pensando que Jackson necesitaba un momento para reponerse.
– Nos vemos en la fiesta.
La puerta se cerró.
Jackson se apoyó en la pared.
– Ésa era la tía Tully.
– Intenté avisarte.
– Quería comprarme.
– Lo sé.
– Por dinero en efectivo.
– Le gustan los hombres.
– Podría ser mi madre.
– Técnicamente, podría ser tu abuela, pero intenta no pensar en ello.
Él sacudió la cabeza y se irguió.
– Ahora ya sé por qué necesitabas pareja para la boda.
– No toda la familia es tan terrible. Mis padres son geniales. Y Courtney es muy guapa -Katie quiso añadir que sería agradable que no se enamorara de su hermana, pero ¿qué sentido tenía? O se enamoraba, o no se enamoraba.
– Tully es la peor, ¿no? -preguntó él.
Katie se rió.
– Sí. Te lo prometo. El resto de mi familia sólo hace preguntas indiscretas. Como cuánto tiempo llevamos saliendo o cuáles son tus intenciones.
– Quieren que te cases, ¿eh?
– Ésa es su meta. Cualquiera pensaría que tener una profesión maravillosa y montones de amigos es suficiente, pero no. Tú, como eres hombre, no sufres esa clase de presiones.
– Mi madre siempre está hablando de lo mucho que le apetece tener nietos, pero yo me hago el sordo.
Ojalá ella pudiera hacer lo mismo, pensó Katie. Lo intentaba, pero de vez en cuando la oía.
Apretó de nuevo el botón para llamar al ascensor.
– Por cierto… ¿por qué no te has casado? ¿O eres uno de esos hombres que no quieren atarse?
– Me gusta la idea de tener mujer e hijos -contestó él, acercándose-. Pero cuando era más joven nunca ligaba.
Ella miró sus anchas espaldas, sus ojos verdes y la forma de su boca.
– A riesgo de inflar tu ego, no creo que ahora tengas problemas para eso.
– No. Ahora el problema es encontrar a la chica adecuada.
– ¿Qué estás buscando?
Jackson fijó la mirada en ella. Tenía una expresión sagaz. Como si pensara que quizá…
Las puertas del ascensor se abrieron.
– Katie, querida, aquí estás -la madre de Katie se tambaleaba ligeramente.
Katie montó en el ascensor y se volvió hacia su padre.
– Está borracha.
– ¿Tú crees? -su padre le tendió la mano a Jackson-. Mike McCormick.
– Jackson Kent, el hijo de Tina.
– Claro, claro -seguía rodeando a su esposa con el brazo-. Tu madre se ha tomado dos martinis.
Katie hizo una mueca.
– Uno suele ser suficiente para que se caiga. Y aunque está encantadora cuando se emborracha, dudo que éste sea el momento más adecuado.
Janis dio unas palmaditas a su marido en la mejilla.
– No te enfades. Tú sabes que te gusto borracha. Es cuando tienes suerte.
– ¡Mamá! -Katie se tapó los oídos-. Para, por favor. No quiero oírlo.
Janis le sonrió.
– Deberías alegrarte de que tus padres todavía tengan vida sexual. Eso significa que nuestro matrimonio va bien. No querrás que nos divorciemos, ¿no?
– ¿Debería ponerme a silbar en voz alta? -preguntó Jackson con una sonrisa.
– ¿Te parece divertido? -contestó Katie-. ¿Quieres que hablemos de la vida sexual de tus padres? -Katie miró a su madre mientras intentaba no mirar a su padre-. Ésta es la boda de Courtney. Tienes que concentrarte.
– Y lo haré. Sólo estoy diciendo que el sexo mejora con la edad. Antes siempre teníamos que preocuparnos porque tu hermana o tú nos interrumpierais. Todas esas duchas por la tarde, cuando intentábamos echar un polvo rapidito… Pero ¿cooperabais vosotras? Claro que no. Siempre era «mamá esto, mamá aquello». Una vez me disteis un susto tan grande que estuve a punto de arrancarle de un mordisco la…
Las puertas se abrieron y Katie salió de un salto al piso inferior, donde iba a celebrarse la fiesta. Echó a andar a toda prisa, como si así pudiera huir de la horrenda imagen que tenía en la cabeza.
– Gatitos, perritos y helados -murmuraba mientras avanzaba-. Londres. Pensaré en Londres -se detuvo y se tapó la cara.
Luego, unos brazos fuertes la rodearon, apretándola. Pero Jackson se reía a carcajadas, y eso mitigó el efecto de su abrazo.
– Por si te sientes mejor -dijo-, tu padre está avergonzado.
– No me siento mejor. ¿Cómo ha podido decir eso?
– Ha bebido.
– Aun así -se estremeció, con la cara todavía pegada a su hombro-. Es asqueroso. Lo del matrimonio feliz no, claro. Quiero que sean felices, no por mí, sino por ellos. Pero los padres no deberían hablar de sus relaciones sexuales delante de los hijos.
– Necesitas una distracción.
– O un lavado de cerebro.
– ¿Katie?
Levantó la mirada automáticamente. Y, en cuanto lo hizo, él la besó.
Su boca cálida e incitante se apoderó de la suya. Piel con piel, el movimiento sensual de sus labios la dejó incapacitada para otra cosa que no fuera sentir. Jackson la sujetaba con firmeza y cuidado, pero con una confianza que hacía que Katie sintiera ganas de rendirse. Tenía las manos apoyadas en su espalda, colocadas de tal modo que las yemas de sus dedos rozaban ligeramente la curva de su trasero. A pesar de la falda y las enaguas, Katie sentía su calor y su presión. Él tocó su labio inferior con la lengua y ella abrió los labios. Él se adueñó de su boca. Katie ladeó la cabeza, le rodeó el cuello con los brazos y se dejó llevar.
El deseo la embargó por completo. El deseo y el ansia. Hacía tanto tiempo que no sentía aquel arrebato… Demasiado tiempo. Había olvidado lo agradable que era que la abrazaran. Sentir la firmeza del cuerpo de un hombre contra su cuerpo.
Oyó voces a lo lejos, pero no hizo caso. Nada importaba, salvo besar a Jackson. Por ella, podían seguir besándose eternamente. Pero por lo visto a Jackson se le daba mejor besar que leer el pensamiento, porque pasados unos minutos se apartó.
– ¿Mejor? -preguntó.
Ella parpadeó al oír la pregunta.
– ¿Lo has hecho para distraerme?
– En parte.
Genial. Así que ella había entrado en éxtasis mientras él hacía el equivalente a darle unas palmaditas en la cabeza.
Él esbozó una sonrisa sexy y prometedora.
– Pero también lo he hecho porque quería.